de Alberto Julián Pérez ©
Jorge
Luis Borges (1899-1986) fue el escritor argentino que más críticas y elogios
recibió en la obra de Ernesto Sábato (1911- 2011). Entre los extranjeros,
Sábato estudió y comentó al dominicano Pedro Henríquez Ureña, al filósofo francés Jean Paul Sartre, y a los novelistas Fedor
Dostoievsky y Franz Kafka.[1]
Sábato
veía a Dostoievsky, el torturado y espiritual escritor ruso, como alguien relativamente
marginal al mundo de la cultura europea del siglo XIX, que idealizaba y
asimilaba a los escritores franceses, mientras buscaba su propia identidad
rusa.[2] Valoró a
Franz Kafka como figura existencial y creador de magníficas pesadillas, y lo
asoció a Borges en sus análisis.[3] Pedro
Henríquez Ureña fue para Sábato una figura paternal: lo conoció en el Colegio
Nacional de la Plata, donde fue su profesor de lengua y literatura.[4]
Sartre,
pensador existencial controversial, alternó, como Sábato, entre el ensayo y la
literatura de ficción, y terminó negando sus propia creación novelística.[5]Sábato,
si bien fue un escritor de apologías y rechazos, se mantuvo fiel a la novela,
que forma, con el ensayo, en su obra, una unidad indisoluble.[6] Como
Sartre, buscó proyectar su posición ética en su literatura, que fue
adentrándose cada vez más en el mundo de la política. Crítico sincero de las
ideologías, Sábato fue desde su primer libro, Uno y el Universo, 1945, un escritor desconforme, que cuestionó a
la ciencia, a la literatura y a su sociedad.
Jorge
Luis Borges creció en un ambiente culto muy distinto al de Sábato.[7] Se formó
en la biblioteca paterna, en un hogar bilingüe castellano-inglés; empezó a
escribir y traducir desde niño y ya a los veintitrés años era reconocido como
uno de los escritores más innovadores de Buenos Aires.[8]Sábato
sintió una misteriosa afinidad hacia Borges. En el otro extremo del espectro
literario de su época, reconoció en Roberto Arlt a un hermano de su literatura,
un escritor torturado, hijo de inmigrantes, como él mismo. Creyó que Arlt, en
su intuitivo anarquismo, buscaba la liberación del hombre y su proyección
metafísica.[9]
En
los diálogos que mantuvieron Borges y Sábato en 1975, y que editó Orlando
Barone, notamos que Sábato admira a Borges y ha leído y meditado bien su obra,
mientras Borges no conoce la literatura de Sábato y parece no interesarle.
Cuando le preguntan si lee literatura latinoamericana, Borges contesta que
desde 1952 sólo lee la joven literatura de los antiguos escandinavos y los
anglosajones. Cuando le piden que dé nombres de escritores latinoamericanos que
admira, cita al escritor uruguayo de novelas gauchescas, amigo suyo, Enrique
Amorim, autor de El paisano Aguilar,
1934, muerto en 1960.[10] Sábato
le explica que Barone quería saber si conocía a “alguno de los narradores
latinoamericanos famosos de la actualidad” y Borges contesta que no. Esto no
significa que siempre hubiera mantenido esa distancia frente a la literatura
nacional y a la hispanoamericana: sabemos que, en sus primeros libros de
ensayos, Borges estudió a sus compañeros de generación, y a los escritores más
representativos de Argentina, entre ellos a los gauchescos, y a poetas
relativamente menores, como Evaristo Carriego.[11]
En
1955 Borges publicó un libro sobre Leopoldo Lugones, su “padre rechazado”.[12] Borges
sintió frente a Lugones un complejo de culpa intelectual, cierta “ansiedad de
influencia”; Sábato vive a Borges como una figura benéfica. Borges lo fascina.
¿Por qué? En parte, porque al conocerlo, el doctor en física Sábato era un
hombre con una formación literaria limitada y la personalidad literaria de
Borges fue una influencia enriquecedora. Se mantuvo fiel a este sentimiento
toda su vida, aún después de 1955, cuando ambos se distanciaron por motivos
políticos, durante el período que sucedió a la caída del peronismo.[13]
Borges
había nacido para la literatura, lo supo desde siempre y cumplió con creces su
destino; Sábato tuvo que realizar una intensa búsqueda de su vocación. A
diferencia de Borges, descendiente de una familia de antiguos patricios
argentinos (bisnieto del Coronel Isidoro Suárez, soldado de la independencia, y
nieto del Coronel Francisco Borges, militar de destacada actuación en la era
post-rosista), quien nace y crece en Buenos Aires primero, y vive y estudia en
Europa después, Sábato es hijo de inmigrantes italianos y nace en un pueblo de
la pampa gringa: Rojas. Allí se cría en un hogar de once hijos varones. Su
padre tenía un pequeño molino harinero.[14]
¿Cómo
llegó Sábato al mundo de la literatura? Según él, por un avatar sicológico.
Cuenta que el hermano que lo precedía murió al nacer y a él le dieron su
nombre: Ernesto. La muerte de ese hijo generó en la madre una disposición
especial sobreprotectora hacia Ernesto y su hermano más chico. Tenía temor de
que algo les pasara, que se enfermaran y murieran. Creció rodeado de exagerados
cuidados. Vivió encerrado en su cuarto, en lugar de disfrutar de los juegos al
aire libre con los otros chicos.[15] Esto le
provocó una actitud introvertida, ensimismada, generó una neurosis especial
que, cree él, se transformó en el misterioso nudo de su literatura. Se volvió
meditativo y caviloso, encontró en la reflexión y en la fantasía un escape a su
mundo limitado. Y descubrió los libros, las novelas. Y eso cambió su existencia
para siempre. Nos cuenta que desde niño quería ser dos cosas: escritor y
pintor. La vida, en un principio, lo llevó por otros rumbos.
Al
terminar la escuela primaria, la familia lo envió a estudiar al Colegio
Nacional de La Plata. No a la ciudad de Buenos Aires, la gran cosmópolis y
capital de la nación, sujeto y objeto de la poesía ultraísta del joven Borges,
sino a la ciudad capital de provincia que, sin embargo, le resultó enorme al
angustiado adolescente pueblerino. Esa angustia original resultó ser para
Sábato su principal estímulo literario. De alguna manera, Sábato había nacido
para el existencialismo, no para el anarquismo o el comunismo, por los que se
extravió en un primer momento. Sábato no necesitaba ser existencialista de
escuela: su existencialismo es vivido desde dentro. Como Unamuno, fue un
escritor agónico, y digo fue, aunque en el año 2003, Sábato, con sus más de
noventa años, disfruta de salud y nos acompaña en este mundo pero, desde 1979,
confiesa, se ha retirado casi totalmente de la literatura (supuestamente
llevado por sus problemas de la vista, si bien recientemente ha publicado sus
memorias, Antes del fin, 1998, y un
libro de ensayos, La resistencia,
2000) y se ha entregado a la práctica de otra de sus grandes pasiones: la
pintura.[16]
Su
visión pobre, sin embargo, no es causa suficiente para dejar la literatura: no
lo hizo Borges, estando prácticamente ciego. La razón real de este hecho
debemos buscarla, más que en sus problemas de visión, en la conclusión efectiva
de un ciclo literario. Después de
Abaddón, el Exterminador, 1974, Sábato siente que no tiene sentido seguir
escribiendo novelas. El escritor agónico y desgarrado está allí en Abaddón..., con su propio nombre. La
entrega había sido absoluta. Con ese libro cierra su ciclo novelístico y “sale”
de la literatura como escritor consagrado.
La
vida de Sábato está signada por su búsqueda interior, que lo llevó del mundo de
las matemáticas y de la ciencia al mundo de la literatura y la pintura.
Unificando todo ese proceso el pensamiento, la filosofía: filosofía de la
ciencia y filosofía de la existencia. Y la participación social y política: su
compromiso con su sociedad y su tiempo. En 1983, un año antes que recibiera el
importante Premio Cervantes en España por su obra literaria, fue nombrado por
el gobierno argentino para encabezar la CONADEP (Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas), que investigó los crímenes cometidos por los
militares del Proceso en Argentina durante la salvaje represión a la población
civil, entre 1976 y 1978. Ya antes de eso se había enfrentado al peronismo, y a
los militares golpistas de la presunta Revolución Libertadora.[17] Mantuvo
su militancia política partidaria durante una parte importante de su vida, pero
para él la política no fue una carrera, sino una búsqueda: cuando cambiaron sus
intereses éticos cambió su filiación política, abandonando sucesivamente sus
simpatías anarquistas y luego su militancia comunista. Algo semejante ocurrió
con la física y, hasta cierto punto, con la literatura: cuando Sábato sintió
que ya no se sentía totalmente identificado con esas disciplinas, las abandonó
(el caso de la física) o las marginó (la literatura). Sábato es un individuo
capaz de iniciar y acabar un proceso de búsqueda. Por autocrítica. Lo más
importante para él: su fidelidad a sí mismo, su sinceridad. Es evidente aquí su
paralelo con el itinerario vital del genial Sartre. Primero el hombre, luego la
ciencia, o el arte. Este humanismo vitalista lo define. Y aquí se separa
claramente de Borges.
Sábato,
si bien fue siempre un lector ávido, no asumió definitivamente su vocación
literaria hasta la década del cuarenta. Fue entonces cuando lo llamó su antiguo
maestro de la escuela secundaria, Pedro Henríquez Ureña, después de haber leído
una nota que éste publicara en Teseo
sobre La invención de Morel, de
Adolfo Bioy Casares. Pedro Henríquez Ureña se ofreció a presentarlo a los
escritores del grupo Sur, para ése
entonces la revista de mayor prestigio literario de la Argentina.[18]La
primera nota de Sábato en Sur
apareció en 1941. En ese entonces era un joven doctor en física. Había recibido
su título en el Instituto de Física de La Plata en 1937. Ya había vivido una
serie de experiencias fundamentales. Durante su adolescencia se había inclinado
por el anarquismo, pero a partir de sus dicienueve años se volcó hacia el
comunismo, convencido de las fallas ideológicas del anarquismo. Dedicó cinco
años de su juventud a su militancia comunista, y tomó su militancia con esa
pasión típica que rodea cada acto de su vida. En 1933, durante la crítica época
del gobierno del General Justo, llegó al cargo más alto de la organización
juvenil: Secretario General de la Juventud Comunista. En 1935 fue como delegado
al Congreso Comunista de Bruselas. Entonces ocurrió algo que es casi un leit motiv en la vida de ese santo laico
que es Sábato: entró en una crisis de conversión y dejó el Congreso. Explicó
así este proceso a María Angélica Correa:
"Yo
iba en plena crisis, mi cabeza era un pandemonio, mis ideas estaban revueltas... La doctrina de Marx, tal como era aplicada, cada vez me resultaba más insatisfactoria;
los procesos de Moscú se iniciaron en esa época, y la dictadura de Stalin
se manifestaba ya en su siniestro poder; todo eso me repugnó y me alejó...en
fin, el movimiento comunista se manifestaba cada vez más como un movimiento
absolutista, y yo nunca he soportado las dictaduras ni el absolutismo" (Correa 46-7).[19]
No
será la única situación de este tipo por la que atraviese. Desde su
adolescencia, durante sus años de estudiante en La Plata, Sábato se había
acercado al mundo de las matemáticas, que le atraía por su claridad racional.
Algo de esa claridad existe también en las explicaciones juiciosas del
materialismo histórico, del perfecto mecanismo de la lucha de clases que
evoluciona dialécticamente en la historia de manera predecible, hasta que el
hombre alcance su liberación. Esas explicaciones claras y racionales lo
sedujeron a Sábato, pero no le resultaron suficientes. Y a ambas, la militancia
comunista y las ciencias, las abandonó, en medio de una crisis personal. Pero
antes de dejarlas las vivió con plenitud.
Ya
dije que fue Secretario General de la Juventud Comunista y que militó cinco
años en el Partido. Con la ciencia llegó aún más lejos. Mientras estaba en
Europa volvió a despertarse en él su pasión por las matemáticas. A su regreso
se volcó enteramente al estudio de la Física, hasta obtener, en 1937, su
doctorado. Si su militancia comunista fue para él un proceso tormentoso y lleno
de dudas, no lo fue menos su relación con las ciencias. Entre 1935 y 1945 se
debatió dentro de ese mundo, en medio de luchas internas y vacilaciones. En
1938 fue becado a París para investigar en los laboratorios Joliot-Curie. Era
el París de la preguerra. París le ofreció algo que no esperaba: pudo conocer,
gracias a un amigo, el pintor canario Oscar Domínguez, a pintores y escritores
del grupo surrealista.[20] Así
Sábato se introdujo en ese universo irracional y onírico, y la experiencia, tan
alejada de las ciencias, tuvo en él un impacto enorme. De regreso a Buenos
Aires, Sábato se entregó más a la literatura. Allí fue cuando, llevado por su
maestro Pedro Henríquez Ureña, se relacionó con el grupo de Sur. Entonces conoció a Borges y a
Victoria Ocampo, la culta y omnipotente directora de la revista. Asistió a las
tertulias que organizaban Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en su casa en
Buenos Aires (Correa, pp. 65-76).
Sábato,
que contaba ya casi treinta años, si bien era un ávido lector de filosofía
metafísica, de filosofía de las ciencias y había estudiado el historicismo
dialéctico (como habría de demostrarlo algunos años después en su primer libro,
Uno y el Universo, 1945), y era
Doctor en Física y Profesor de Física en el Instituto del Profesorado y en la Universidad
de La Plata, donde enseñaba teoría de los cuantos y teoría de la relatividad,
se había movido hasta ese momento, con excepción de su experiencia surrealista
y bohemia en París, dentro de un mundo de científicos, postergando su vocación
literaria. Es de imaginar la fascinación que tiene que haber sentido el joven
científico ante este brillante grupo de escritores profesionales, que llevaban
a cabo una de las empresas literarias más osadas de la Argentina: la revista Sur. Su experiencia con la gente de Sur cambió radicalmente su vida. Fue
aceptado dentro del grupo y pudo publicar en la revista. Ingresó en el complejo
mundo de las letras, en el que su formación era limitada, de la mano de estos
grandes lectores y escritores. El impacto mayor lo ejerció Borges, y Sábato
confiesa que “sus huellas se ven claramente en mi primer libro” (Correa, p.
75). Sur se convirtió en la
universidad de letras que Sábato, perdido en el mundo de las ciencias, no había
tenido. Y abrazó su vocación con la misma pasión con que antes viviera el mundo
de las ciencias.
Correa
indica que Sábato atesora, gracias a esas circunstancias felices, dos
experiencias culturales fundamentales en su formación: su contacto con los
surrealistas en París y su relación con las elites ilustradas de Sur (p. 75). Es, en esos momentos, un joven científico que critica a las
ciencias, que posee una sólida formación marxista y ha pasado por la dirigencia
de la Juventud Comunista. Comprende que ya no puede vivir más dentro del mundo
racional de las ciencias, que necesita cada vez más de la literatura como
proceso vital. En 1943 pide licencia en su trabajo y se va con su familia a
vivir a Carlos Paz, Provincia de Córdoba. Allí comienza a poner orden a muchas
de sus colaboraciones para la revista Sur
y va gestando su primer libro de ensayos, que publicará en 1945: Uno y el Universo.
Decide
abandonar para siempre las ciencias. Decisión difícil para un hombre que tenía
bajo su responsabilidad una familia y poseía ya un doctorado en Física, que le
auguraba una situación de empleo cómoda. Sus credenciales literarias eran
mínimas y sus perspectivas de éxito pobres, en esa Argentina anterior al
peronismo (una vez llegado el peronismo al poder, haría difícil la situación de
los escritores que no se plegaran al régimen). Pero Sábato, dotado de una fe
ciega en su destino y en su misión humanista optó por seguir el dictado de su
conciencia. Y aceptó todas las penurias económicas que sobrevinieron para poder
escribir y dedicarse sólo a la literatura. La literatura, y dentro de ésta la
novela, fueron para él pasiones absorbentes y dolorosas, que requerían toda su
energía y su entrega estoica. En medio de ese conflicto existencial nació El túnel, 1948, su primera novela, que Sur editó y el público lector acogió con
devoción. En Francia, el mismo Camus, lector de obras en español para la
Editorial Gallimard, la recomendó para su traducción y publicación. Y Sábato,
en unos pocos años, pasó de ser el vacilante discípulo de Sur, al reconocido y admirado autor de Uno y el Universo y El túnel.
Uno y el Universo fue mucho más que un
primer libro. En él Sábato efectúa la catarsis del converso, que pasa del mundo
de las ciencias, al mundo a veces fantasmagórico e irracional de la literatura.
Al menos, de la literatura de Sábato. Porque Sábato concibe la literatura como
un espacio artístico en que puede liberar sus fantasmas, como lo habría de
expresar años más tarde en sus estudios literarios de El escritor y sus fantasmas, 1963. Uno y el Universo tiene un tono intelectual algo profesoral y
pretencioso y, sin embargo, es tan argentino. Pasados algunos años Sábato lo
repudiaría y, en la edición de sus obras que preparara la Editorial Losada en
1970, incluyó un “Prólogo” en que pide
indulgencia al lector por ese libro con el que ya no se identifica, y en el que
nota una cantidad de “errores”, en particular su crítica negativa al
Surrealismo y su actitud benigna hacia el Marxismo, con la que ya no está de
acuerdo.[21]
Es el libro que está más cerca en el tiempo de su experiencia como científico,
y allí se puede ver la desgarradora lucha interior del novelista en cierne.
Dice de la ciencia: “El poder de la ciencia se adquiere gracias a una especie
de pacto con el diablo: a costa de una progresiva evanescencia del mundo
cotidiano...” y, el más lapidario juicio critico: “La ciencia estricta - es
decir, la ciencia matematizable - es ajena a todo lo que es más valioso para el
ser humano: sus emociones, sus sentimientos de arte o de justicia, su angustia
frente a la muerte”.[22]
En
este libro aparece ya su preocupación, su obsesión por Borges. Digo obsesión,
porque obsesivo es el modo de pensar de Sábato, como también lo es el de
Borges: intenso, analítico, reiterativo. Sábato siente que tiene puntos en
común con Borges, que se interesa en el pensamiento científico y los problemas
matemáticos, ama la filosofía metafísica y se burla en sus ficciones del
pensamiento lógico y racional. Tanto para Borges como para Sábato, la
literatura y la filosofía son un problema. Frente a ese problema
reaccionan de distinta manera: Borges, con la duda del escéptico, que irrita a
Sábato, puesto que todo lo reduce a un juego intelectual donde, cree él,
importa más lo brillante que lo verdadero; Sábato, con la fuerza del hombre de
fe, del ser espiritual que busca un camino de redención y no lo encuentra,
dejando al sujeto sumido en la más profunda angustia existencial.
Borges
escapa de esa angustia, aparentemente, recurriendo al juego mental. Se escapa
en la literatura. Allí Sábato se distancia de Borges. Para él, seguirá siendo
fundamental no huir de la angustia personal, ni del mundo social, del aquí y
ahora. Y vivir lo político. Así lo comprobamos en su extenso artículo de Uno y el Universo sobre el “Fascismo”.[23] Si bien
Borges criticó también el Fascismo, Sábato va más allá: su artículo es análisis
político y es denuncia, y es sobre todo la interpretación de quien fuera un
líder de la Juventud Comunista. Había abandonado en ese entonces el Partido
hacía muchos años, notamos en su análisis el peso que tiene la experiencia
política vivida: está en contacto con la realidad histórica, social, de su
tiempo, de una manera vehemente, que se sostiene y se profundiza a lo largo de
su vida.
Sábato
critica a las ciencias y las acusa de insensibilidad hacia el hombre histórico,
ético, hacia el mundo emocional y afectivo de los seres humanos. Borges parece
querer escapar de la realidad política y social, y así lo notamos en su
biografía: su paulatino distanciamiento de las preocupaciones de la vida
contemporánea, que sí le importaron en su juventud, cuando estudiaba ávidamente
la literatura de su(s) lengua(s) y, durante el peronismo, al volverse una
víctima del régimen. Pero luego de la Revolución Libertadora de 1955,
antipopular y militarista, Borges se aísla cada vez más de la realidad
política, su escepticismo abarca todo, pero particularmente esa realidad
política y social. Sábato viajará en la dirección opuesta: hacia el análisis
cada vez más efectivo y cuidadoso de ese mundo social nacional e internacional,
como lo comprobamos en los libros de ensayos de su vejez: La cultura en la encrucijada nacional, 1976; Apologías y rechazos, 1979. En su última novela, Abaddón, el Exterminador, 1974, el mundo político contemporáneo irrumpe en la
trama de la obra, mucho más que en su anterior Sobre héroes y tumbas, 1961, para llevar a un personaje, Marcelo, a
vivir el horror de la tortura, la cárcel política y la muerte, que destruyó
tantas vidas jóvenes en la Argentina de aquellos años.
La
pasión y búsqueda de Sábato es también compasión hacia el mundo: por eso ese
progresivo acercarse hacia el hombre y el abandono de las ciencias. Las
ciencias, cree él, son inhumanas, no expresan lo íntimo, lo afectivo, y por eso
las rechaza. En su valiente búsqueda y catársis se iba a encontrar con el
hombre desesperado de la sociedad contemporánea, iba a tocar el lado oscuro del
corazón, el túnel, el mundo sumergido de la conciencia. Iba a viajar hacia el
horror de la noche, hacia el espacio de las pesadillas tenebrosas de sus
personajes, que resultan finalmente, en Abaddón...,
ser las suyas propias.[24]
En
Uno y el Universo, entre numerosos
artículos de tema científico (como “Anteojo Astronómico”, “Ciencia”,
“Continuidad de la creación”, “Copérnico”) y sobre literatura y lenguaje (como
“Estilo”, “Espejo de Stendhal”, “Lenguaje”, “Poderío del lenguaje”, “Poesía”),
incluye dos artículos en que estudia la literatura de Borges: uno titulado
“Borges” y otro “Geometrización de la novela”. En “Borges”, Sábato habla de los
elementos culturales dispares, esos “fósiles”, con que Borges arma sus tramas.
Su finalidad, reconoce, es tratar determinados problemas metafísicos en su
literatura. Dice que “...en los relatos que forman Ficciones la materia ha alcanzado su forma perfecta ...”(Uno y el Universo, p. 22). Pero luego se
pone a discutir y a polemizar con Borges. Borges había sostenido en el prólogo
a La invención de Morel que sólo las
novelas de aventuras tienen una trama rigurosa, no las sicológicas, donde “la
libertad se convierte en absoluta arbitrariedad” (p. 22). Sábato argumenta que,
con ese “rigor”, se suprimen en la novela “los caracteres verdaderamente
humanos”.
Borges,
reconoce Sábato, es un creador de laberintos, pero halla sus laberintos
“geométricos” o “ajedrecísticos”, lo cual produce una “agonía intelectual”. Los
laberintos de Kakfa, en cambio, “...son corredores oscuros, sin fondo,
inescrutables, y la angustia es una angustia de pesadilla, nacida de un
absoluto desconocimiento de las fuerzas en juego” (p. 24). Sábato se identifica
con los laberintos de Kafka y no con los de Borges, y de alguna manera está
anticipando al escritor que será en El
túnel, y luego, en Sobre héroes y
tumbas. Sábato subestima la humanidad de los personajes de Borges, los
llama “a-humanos”. No quiere ser, como Borges, un individuo perdido en el
fulgor de los juegos metafísicos y matemáticos. Metafísica sí, pero la de
Kafka, la metafísica del horror, la soledad de dios, la angustia y la
incomunicación vivida desde adentro.
Comentando
sobre “La muerte y la brújula”, Sábato dice que el detective Erik Lönnrot es
“...un títere simbólico que obedece ciegamente...a una Ley Matemática” (p. 24).
Lo opone a los personajes de Kafka, que “...se angustian porque sospechan la
existencia de algo...luchan contra el Destino...” (p. 24). Volverá a hablar del
mismo cuento en su artículo “Geometrización de la novela”, en que afirma que la
novela policial “evoluciona hasta la novela matemática” (p. 103), pero en “La
muerte y la brújula” Borges “da un paso más y la realidad se convierte en geometría”
(p. 106). En “Funes el memorioso”, dice Sábato, Borges “hace álgebra, no
aritmética”. Luego comenta lo siguiente: “La escuela de Viena asegura que la
metafísica es una rama de la literatura fantástica. Esta afirmación pone de mal
humor a los metafísicos y de excelente humor a Borges...creo que todo lo ve
Borges bajo especie metafísica...” (p. 25). Agrega de que a sus personajes les
falta pasión. Reconoce que “...la
teología de Borges es el juego de un descreído y es motivo de una hermosa
literatura” (p. 26). Y se plantea la siguiente pregunta: “¿Le falta una fe a
Borges?” (p. 27). La pregunta es fundamental para Sábato, porque él no podría
vivir sin una fe. ¿Cómo puede hacerlo Borges? Y termina el artículo llamándolo
“genial”, “grande”, “arriesgado”, pero también “temeroso”, “infeliz”,
“limitado”, “infantil”...para concluir, por si quedaran dudas de que la
intención de su nota es rendir un sentido homenaje a Borges, nombrándolo
“inmortal” (p. 27).[25]
Sábato
en ese momento está imbuido del mundo de las ciencias y Borges parece darle una
clave: uno puede aproximarse a la literatura desde el plano de la metafísica y
las ciencias. Considera a Borges demasiado frío, demasiado impasible para su
gusto...(no así a Kafka, el otro inventor de pesadillas), pero, en esos
momentos, Sábato está más cerca de Borges que de Kafka. Años más tarde, cuando
logra “dar a luz” El túnel, notamos
que ha recorrido un camino y se ha aproximado al mundo de las pesadillas
kafkianas, en que los laberintos “...son corredores oscuros, sin fondo,
inescrutables...” (Uno y el Universo,
p. 24). La lucha de Sábato, luego de Uno
y el Universo, será tratar de alejarse de Borges y acercarse más a Kafka.
Borges
reaparece “en persona” en la literatura de Sábato, en una de las escenas de Sobre héroes y tumbas, 1961. Iban sus
personajes Bruno y Martín caminando por la calle Perú en Buenos Aires y ven a
un hombre, ayudado con un bastón, que caminaba delante de ellos: era Borges.
Bruno lo saluda y le presenta a Martín, diciendo como justificación: “Es amigo
de Alejandra Vidal Olmos”.[26]
Supuestamente, Borges conocía a Alejandra. Los dos personajes siguen camino y
Bruno inicia un diálogo magistral en que trata de aleccionar a Martín sobre
Borges y la literatura nacional. Aquí Bruno, como alter ego de Sábato, defiende a Borges. Frente a los comentarios de
Martín, de que había escuchado que Borges era “poco argentino”, Bruno afirma
que es “un típico producto nacional” (p. 136). Según Bruno “...hasta su
europeísmo es nacional”. Consultado por Martín sobre si es un gran escritor,
dice: “No sé. De lo que estoy seguro es de que su prosa es la más notable que
hoy se escribe en castellano.” Y agrega: “Pero es demasiado preciosista para
ser un gran escritor” (p. 136). El personaje reitera la admiración que Sábato manifestaba
por Borges en Uno y el Universo, pero
subraya ahora el barroquismo, el preciosismo de Borges. Antes había destacado,
en cambio, su espíritu geométrico y matemático. Primera rectificación. Su
preciosismo excesivo le restaría calidad literaria. Y va a haber una segunda
rectificación, de gran importancia: Sábato descubre el sentimiento en Borges. Y
ese sentimiento es expresión del “ser” nacional. Ya no lo ve meramente como un
escritor frío, escapista; dice: “Hay algo muy argentino en sus mejores cosas:
cierta nostalgia, cierta tristeza metafísica...” (p.136).
Sábato
ha visto el otro lado de Borges. Ha entendido que la literatura no se puede
escribir sin pasión, aún la literatura aparentemente más calculada. En los
cuentos de Borges, cree, se revelan sus sentimientos. En Sobre héroes y tumbas Bruno dice que la literatura, para que sea
válida, debe “ser profunda”. Esta es una nueva dimensión que no veía antes: su
profundidad. Resultado precisamente de la experiencia de la escritura de sus
novelas. Porque lo que da la profundidad es la dimensión del héroe. Y las
novelas de Sábato son novelas de héroes, de personajes que luchan por concretar
su destino, a cualquier precio. No interesa si ese destino es el crimen. El
destino no se decide frente a los otros: se decide frente a uno mismo y frente
a Dios. El destino, para Sábato, es trascendental, metafísico. Así lo siente
Castel, el personaje de El túnel; así
lo sienten Fernando, Alejandra y Bruno en Sobre
héroes y tumbas.
Bruno
va a hacer otra declaración en que Sábato coincide con Borges: nuestra
literatura es indeleblemente argentina porque es nuestra, no porque cultivemos
el color local o el argentinismo.[27] No
podemos negar nuestro ancestro cultural europeo, pero hemos forjado una nueva
identidad nacional, nos guste o no nos guste. Ser argentino es tan fatal como
ser francés o ruso. Dice:
“Nosotros...somos argentinos hasta cuando renegamos del país, como a menudo
hace Borges” (p.137). El temido europeísmo es una falacia nacionalista. Bruno
habla sobre Don Segundo Sombra, de
Güiraldes, comenta que el libro es argentino por su temática gauchesca, y
porque Güiraldes explaya en él su preocupación metafísica. Lo mismo ocurre con
Arlt: “Es grande por la formidable tensión metafísica y religiosa de los
monólogos de Erdosain” (p.137). Luego, Bruno encuentra al padre Rinaldini, que
presenta sus objeciones nacionalistas a Borges, que Bruno, por supuesto, no
comparte: “Un cura irlandés me dijo un día: Borges es un escritor inglés que se
va a blasfemar a los suburbios. - comenta Rinaldini - Habría que agregar: a los
suburbios de Buenos Aires y de la filosofía.” (p. 138).
En
Sobre héroes y tumbas Sábato se
acerca a la literatura nacional y a la historia argentina desde la trama
fantástica, imbuida de tensión metafísica.[28] Lo
fantástico queda unido al sentido de lo nacional. También en Abaddón, el Exterminador lo político y
lo literario estarán inmersos en lo fantástico. Lo fantástico no es mera
evasión. Además de discutir extensamente cuestiones literarias y artísticas, particularmente
el sentido de la novela en el mundo moderno, en Abaddón, el Exterminador elabora de manera novedosa la inclusión
del personaje literario en la trama fantástica, que Borges había manejado con
gran felicidad, particularmente en aquellos cuentos en que presenta a “Borges”
personaje, como “Funes el memorioso” y “El Aleph” (pp. 121-142). En esta novela
Sábato se transforma en “Sábato” y asume el protagonismo de la trama fantástica
y el descenso al submundo.[29] Luego
de Abaddón...Sábato considera que ha
dicho todo... Por lo tanto, siente, siempre fiel a sí mismo, que es mejor
cerrar su ciclo literario, y dedicarse de lleno a su otra gran pasión: la
pintura, con el pretexto de que la visión pobre le impide escribir.
En
Sobre héroes y tumbas, de 1961,
Sábato estaba ya bastante alejado del Borges que había admirado en Uno y el Universo, en 1945. Durante esos
años había recorrido un arduo camino artístico e intelectual. No sólo había
conseguido transformarse en el escritor kafkiano de sus novelas, sino que
también se había adentrado, aún más que antes, en el mundo de la política, que
Borges había definitivamente recusado. Sin embargo, con actitud generosa, dice
Bruno de Borges: “...pienso que a él le duele el país de alguna manera, aunque,
claro está, no tiene la sensibilidad o la generosidad para que le duela el país
que puede dolerle a un peón de campo o a un obrero de frigorífico” (p.137).
Hasta ahí Sábato justifica a Borges, siendo él, sin embargo, un escritor que,
por su militancia popular, sí ha sabido estar, en su momento, cerca de los
peones y obreros. Algunos críticos, sin embargo, consideran el mundo narrativo
de Sábato un mundo pequeño burgués, de intelectuales desclasados, donde los
obreros que aparecen son personajes menores, que no están tomados muy en serio.[30] Pero
Sábato no puede dar crédito a esta acusación, porque estos lectores ignoran
algo que él considera esencial en su novela: la profundidad.
Para
Sábato la gran literatura tiene que ser profunda y, en los viajes al inframundo
de sus novelas ha hecho entrar a sus personajes a las entrañas mismas de
nuestro subconsciente. La travesía existencial de Alejandra y Martín, de Sobre héroes y tumbas, y la de “Sábato”,
en Abaddón, el Exterminador,
reflejan, de manera desplazada y fantástica, a través de símbolos de dimensión
mítica, el destino de los héroes que descienden a las profundidades para
buscarse a sí mismos.
Sábato
encuentra en Borges una falla: su excesivo distanciamiento vital, su falta de
plenitud. Dice, acotando lo que comentaba, sobre que a Borges le dolía el país,
pero no como a un obrero o a un peón de campo: “Y ahí denota su falta de
grandeza, esa incapacidad para entender y sentir la totalidad de la patria,
hasta en su sucia complejidad. Cuando leemos a Dickens o a Faulkner o a Tolstoi
sentimos esa comprensión total del alma humana” (p.137). Borges carece de esa
dimensión: la total inmersión en todos los aspectos del alma humana, incluidos
los bajos y los sucios.
Vuelve
a reflexionar sobre este problema en su próximo libro de ensayos, publicado dos
años después de Sobre héroes y tumbas:
El escritor y sus fantasmas, 1963. En
una sección de preguntas y respuestas que definen su posición y sus intereses,
habla de los grupos literarios de Florida y Boedo en la década del veinte, cuya
vigencia, sabemos, Borges negó, considerándola una invención de la crítica
literaria.[31]
Considera que en esa época se manifestaron dos Argentinas: una Argentina
inmigratoria se superpuso a una vieja nación semifeudal. Para Sábato, en esa
disputa se enfrentaron sentimientos aristocráticos y plebeyos. Los hijos de
inmigrantes, agrupados en Boedo, como Roberto Arlt, habían sido influidos por
los grandes narradores rusos y los doctrinarios de la revolución; los hijos de
la antigua aristocracia patricia, como Borges, reunidos en Florida, fueron
influidos por las vanguardias europeas.
Para
él, esta polarización de Florida y Boedo, de escritores patricios y escritores
plebeyos, pierde toda vigencia después de la crisis de 1930, en que termina la
era del liberalismo en la Argentina y se derrumban sus mitos, instituciones e
ideas vigentes. Sábato, que contaba entonces 19 años, se forma en esa época de
crisis, para hacer más tarde, como lo afirmó, “novela de la crisis”. Por su
extracción social, Sábato creció próximo al mundo popular con el que se
identificaban los escritores de Boedo. Su militancia política reafirmó esa
pertenencia. Pero luego, al conocer al grupo de Sur, en el que participaban descendientes de la flor y nata de la
antigua aristocracia criolla, Sábato se acerca al otro mundo, al mundo de la
literatura pura, y en particular a Borges.[32] Después
de 1930, dice, se profundizó la escisión: los de Boedo, se hicieron más
socialistas y militantes, y muchos de los de Florida se aislaron en la torre de
marfil. Pero emergió un tercer grupo, y éstos lograron llegar a una síntesis:
"...desgarrados
por una y otra tendencia, oscilando de un extremo al otro, terminó por
realizarse una síntesis que es, a mi juicio, la auténtica superación del falso dilema
corporizado por los partidarios de la literatura gratuita y de la literatura social.
Estos últimos, sin desdeñar las enseñanzas estrictamente literarias de Florida,
trataron y tratan de expresar su dura experiencia espiritual en una creación
que forzosamente los aleja de la gratuidad y del esteticismo que caracterizaba
a este grupo, sin incurrir, empero, en la simplista doctrina de la literatura
social que informaba al grupo de Boedo. A esta promoción de síntesis creo
yo pertenecer.” [33]
Sábato
se ve a sí mismo como quien supera la dicotomía generada por las dos
tendencias, Florida y Boedo. El procura seguir su conciencia, tratando de
contemporizar ambas posiciones. Ha sido mal comprendido por los extremos, de lo
cual se queja amargamente, tanto en sus ensayos (El escritor y sus fantasmas, p. 45), como en las discusiones del
personaje “Sábato” con los jóvenes en Abaddón,
el Exterminador: para los marxistas, es un pequeño burgués, y para los
pequeños burgueses, es un comunista (Abaddón...,
pp. 215-225). Sábato siente que los extremos se tocan. El aspira a crear la
síntesis entre los extremos, a resolver la contradicción dialéctica de la
derecha y la izquierda literaria en la Argentina, a través de su literatura
existencial en que expresa “su dura experiencia espiritual” (El escritor y sus fantasmas, p. 44). El
existencialismo es para Sábato una literatura de síntesis y un nuevo tipo de
humanismo. ¿Cuál es el compromiso del escritor entonces? El escritor, dice,
“...tiene un solo compromiso, el de la verdad total” (p. 45). Porque se define
a sí mismo como un novelista, y no como un filósofo o un pensador, no tiene que
expresar un pensamiento coherente y unívoco: el novelista “...expresa en sus
ficciones todos sus desgarramientos interiores, la sumas de todas sus ambigüedades
y contradicciones espirituales” (p. 45).[34]
Cuestionado sobre “el preciosismo” de Borges, Sábato responde que hay que
reconocer en él lo que tiene de admirable y “rescatarlo de entre su
preciosismo” (p. 39). Pero la importancia de Borges para la literatura nacional
es tal, considera, que: “Los que venimos detrás de Borges, o somos capaces de
reconocer sus valores perdurables o ni siquiera somos capaces de hacer
literatura”(p. 40).
En
El escritor y sus fantasmas, Sábato
dedica un largo artículo, “Borges y el destino de nuestra ficción”, a darnos su
punto de vista sobre su interpretación del fenómeno borgeano. Es su última
reflexión extensa y juicio sobre Borges. Si bien recurre a ciertas nociones
expuestas previamente, como su idea de que, en “La muerte y la brújula”, el
cuento se convierte “en pura geometría” e “ingresa en el reino de la
eternidad”, tiene varias interpretaciones nuevas sorprendentes (p. 248). Una de
las más interesantes, para nosotros, es que busca quién es el escritor
argentino al que Borges más admira, quien es su ascendiente literario más
sentido. Esta curiosidad de Sábato es significativa, porque está creando una
analogía entre Borges/Sábato y Borges y su figura admirada. Responde Sábato que
ese escritor fue Leopoldo Lugones. A diferencia de él mismo, que se comportó
frente a Borges como un admirador agradecido de su literatura, y reconoció su
influencia, Borges, en su juventud, reaccionó agresivamente y con desprecio
hacia Lugones. Sólo muchos años después, ya muerto éste, Borges va a reconocer
públicamente la deuda que él, como todos los jóvenes ultraístas de su
generación, tenía con Lugones. Le dedica un libro al estudio de su obra, Leopoldo Lugones, 1955, escrito en
colaboración con Betina Edelberg, e invoca el espíritu del recordado escritor
en el prólogo de El hacedor, 1960.[35]
Sábato
señala el sentimiento de culpa que acompañaba a Borges; dice, comentando una
frase de Borges, que calificaba el genio de Lugones de “verbal”: “Sus críticas
y sus elogios son meras variaciones de esa proposición, pero en conjunto su
juicio trasluce sus propios y más recónditos sentimientos de culpa”.[36] Borges
sintió ansiedad y quiso separarse de Lugones, para más tarde pedir disculpa y
tratar, post morten, de hacer las
paces con él. Había otro escritor, Macedonio Fernández, a quien Borges sí
reconocía y veneraba, aunque lo consideraba un pensador vernáculo desordenado
que tenía pereza de escribir.[37] El
genio de Lugones era verbal y retórico, como el de Borges: su filiación
principal es con Lugones y, luego, en segundo lugar, con Macedonio. Aquí Sábato
detecta una contradicción en la que él no cayó, porque en ningún momento renegó
de Borges, y hasta podemos decir que fue uno de sus pocos defensores
auténticos, en un país donde sus escritores y críticos hacían profesión
denostándolo públicamente. Sábato se pregunta por qué Borges no escogió otros
modelos literarios, en lugar de Lugones, como podrían haber sido Domingo F.
Sarmiento y José Hernández. Llega fácilmente a una respuesta: Borges
identificaba a Lugones con Flaubert y, ambos, fueron víctimas de una
superchería literaria: su amor a la perfección, a la “mot juste”. Y claro que
éste es el mismo defecto que padece Borges y del que Sábato escapó.
Sábato
explica que había dos Flaubert: el escritor preciosista, perfeccionista,
obsesivo de la forma, y el autor de Madame
Bovary, que se dejó llevar por su romanticismo reprimido, para llegar a una
expresión más universal del sentimiento humano. Sábato rescata a este segundo
Flaubert. Igualmente, dice, hay dos Lugones: el poeta formalista y modernista a
ultranza de su juventud, y el poeta capaz de expresar sus angustias y tristezas
humanas en la madurez (p. 244). Sábato rescata al segundo Lugones. Entonces
presenta su tesis de que igualmente hay dos Borges: el cuentista formalista,
retórico y barroco, y el poeta, capaz de desnudar su corazón y mostrar las
emociones más sublimes; para Sábato, es este segundo Borges el que quedará (p.
252).
Borges,
cree Sábato, ha llegado a la metafísica y a los juegos con el infinito llevado
por su “temor”, y encontró en el mundo platónico su liberación intelectual.
Comprende que en esos juegos metafísicos, aparentemente fríos, se asoma el
hombre, que Borges trata de dejar oculto, por timidez, por pudor. Primero
describe cómo Borges escapa del mundo y se refugia en su “torre de marfil”:
"Este
mundo cruel que nos rodea fascina a Borges al mismo tiempo que lo atemoriza,
y se aleja hacia su torre de marfil movido por la misma potencia que lo fascina.
El mundo platónico es su hermoso refugio: es invulnerable, y él se siente desamparado;
es limpio y mental, y él detesta la sucia realidad; es ajeno a los sentimientos,
y él rehuye de la efusión sentimental: es incorruptible y eterno, y a él
lo aflige la fugacidad del tiempo. Por temor, por asco, por pudicia y por melancolía
se hace platónico". (p. 248-9)
Sin embargo, a éste hombre
asustado, que trata de escapar al dolor y defenderse de la realidad, algo le
pasa: el hombre “que quiso ser desterrado” reaparece y se transparenta en sus
escritos más cerebrales, con sus sentimientos y pasiones, siquiera tenuemente.
Por eso Borges es un ser culpable y contradictorio: porque por miedo a sentir
trata de negar su substancial humanidad. Explica Sábato:
"Es
que el juego posterga pero no aniquila sus angustias, sus nostalgias, sus tristezas
más hondas...Es que las encantadoras supercherías teológicas y la magia puramente
verbal no lo satisfacen en definitiva. Y sus más entrañables angustias, sus
pasiones, reaparecen entonces en algún poema o en algún fragmento en prosa...”
(p. 250)
Sábato
detecta algo especial en el gusto de Borges por ciertos autores que no se
parecen en nada a él, como Whitman, Cervantes y Pascal. En el fondo, cree
Sábato, Borges añora su vitalidad, hubiera querido ser como ellos. Por eso, en
sus últimos años, con sus estudios de épica escandinava y anglosajona, e
idealizando a sus antepasados, Borges ha creado un culto a la vida y la fuerza
que le faltan.
Sábato
no cree en el mundo perfecto platónico, sino en el mundo de las pasiones
humanas. Prefiere los héroes imperfectos de las novelas, que contrastan con la
perfección formal y geométrica de los héroes de muchos cuentos de Borges. Dice:
" ...parecería
que para él lo único digno de una gran literatura fuese ese reino del espíritu
puro. Cuando en verdad lo digno de una gran literatura es el espíritu impuro;
es decir, el hombre, el hombre que vive en este confuso universo heracliteano,
no el fantasma que reside en el cielo platónico. Puesto que lo peculiar
del ser humano no es el espíritu puro sino esa oscura y desgarrada región intermedia
del alma, esa región en que sucede lo más grave de la existencia: el amor
y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño". (p. 251-2)
Sábato
critica a Borges, y cree trascender sus limitaciones, como escritor y como
pensador. Difieren en su actitud frente al mundo: mientras Borges procura
escapar, con éxito parcial, mediante su literatura lúdica, la trágica condición
humana, Sábato, la abarca y la abraza heroicamente. Su existencialismo parece
ser superior al escepticismo de Borges, y al idealismo de su maestro:
Schopenhauer. El existencialismo de Sábato es una pasión por el aquí y ahora,
que trata de abrazar al hombre total. Sábato no puede, como Borges, ser un
escritor de cuentos fantásticos que requieren una trama ingeniosa y donde los
personajes pasan a segundo lugar y son como piezas de ajedrez de un juego
simbólico. En las novelas de Sábato los héroes asumen el papel central. Borges
repudia la novela porque no se atreve a acercarse a esos personajes de carne y
hueso; Sábato abraza el género porque toda su trayectoria vital es un alejarse
del mundo platónico de las ideas puras, para sumergirse en el angustiado
corazón del hombre, su sociedad y su organización política.
Sábato
busca la novela total, la novela que abarque el mundo.[38]A su
modo la escribe en Abaddón, el
Exterminador, y en ella encuentra su acabamiento el novelista. En Abaddón... el Sábato hombre se
transubstancia en el “Sábato” escritor de ficción, a quien Bruno visita en su
tumba al final de la novela.[39] El
Sábato real, escritor de novelas, muere para la novelística; el que puede vivir
en la literatura es el “otro” Sábato, personaje de ficción.
Tanto
Borges como Sábato son capaces de recrearse en sus ficciones como personajes:
hay un “Borges”, el “Borges” de “El Sur” y de “El Aleph”, y también hay un
“Sábato”: el “Sábato” de Abaddón, el
Exterminador. Pero, mientras Borges “renace” constantemente en el juego de
su literatura, Sábato “se suicida”: luego de Abaddón..., reconoce cerrado el ciclo de su literatura. Ha llegado
al agotamiento, no tiene nada más que decir en el género novela. De ahí en
adelante, se dedicará a escribir algunos brillantes ensayos y a pintar. Para
Sábato, la vida ha completado su círculo: ha regresado a la vocación de su
infancia. Será el pintor callado de Santos Lugares, que se justifique frente a
los periodistas por su alejamiento de la literatura. Su vista está débil,
pero...puede pintar! Justificación poco
creíble. ¿Cómo explicar a los periodistas que el “Sábato” de ficción ha matado
al Sábato novelista, y que sólo le queda pintar?[40]
Para
qué repetirse: Sábato sabe que lo ha dado todo. Ha tratado de aprender una
lección de su tiempo: la lección de la pasión y la vida, de la sincera búsqueda
existencial de la verdad del hombre. Por eso siente que él ha superado la
dicotomía de Florida y Boedo, entre escritores patricios y aristocráticos, por
un lado, y escritores hijos de emigrantes, escritores populistas, por otro. Ha
sido una suma de Arlt y de Borges: ha sido Sábato. Si Sábato empieza su carrera
literaria muy cerca de Borges, sintiendo la presencia intelectual de Borges en Uno y el Universo, la concluye siendo
Sábato, con total reconocimiento de su identidad y de su voz, así como de su
aporte a la literatura argentina contemporánea, con una definida identidad de
escritor y de pensador.
Borges
ha sido para Sábato una obsesión que lo acompañó durante buena parte de su
vida: en él se vio reflejado como en un espejo deformante. Borges fue su
“otro”, de quien se sintió cerca primero y distanciado en su madurez, como lo
refleja en el artículo: “Borges y el destino de nuestra ficción”. Sábato, el
obsesivo Sábato, no vive en “juegos literarios”, vive en sus angustias existenciales
que tan brillantemente nos ha comunicado en sus novelas.
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[1] Ernesto Sábato, Sartre contra Sartre, 1968 y Significado
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[2] E.
Sábato, El escritor y sus fantasmas,
Buenos Aires, Editorial Aguilar, 1967, 3ra. edición, p. 27.
[3] E.
Sábato, “La novela rescate de la unidad primigenia”, en El escritor y sus fantasmas, pp. 257-264; E. Sábato, Uno y el Universo, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1948, segunda edición, p. 24.
[4]
Escritor incomprendido y fiel a su destino, como Sábato. Ensayista vernáculo,
cuya figura americana crece, a medida que pasa el tiempo, junto a las de otros
pensadores de América, como Angel Rama y Ezequiel Martínez Estrada. Mentor de
Sábato, escritor novicio entonces, a quien introduce al grupo de la revista Sur; será quien lo lleve, casi
casualmente, a la carrera literaria. Es curioso que Sábato haya sentido menos
amistad hacia Martínez Estrada, destinado a ser uno de nuestros grandes
ensayistas. Cuando lo conoció entabló una amistad con quien era en ese momento
el poeta Ezequiel. Pero sus ensayos parecen haberle impactado menos. Quizá la
ácida y conflictiva personalidad de ambos escritores haya sido un obstáculo
para una relación más serena. María Angélica Correa, Genio y figura de Ernesto Sábato, Buenos Aires, EUDEBA, 1971, pp.
34-5 y 65-76.
[5]
Además de Sartre, otro escritor existencialista francés que aparece
repetidamente aludido en sus escritos es Albert Camus.
[6] Sábato, como Borges, dan al ensayo (y a las
ideas) un papel central en su narrativa. La novela latinoamericana tiene una
vieja tradición “ensayística”. Ya la primera gran novela argentina, Amalia, de José Mármol, 1851, mantenía
largas explicaciones ensayísticas. Sábato tenía grandes modelos en el género,
dentro y fuera de la lengua hispana (fuera de nuestra lengua, el novelista de
ideas que más parece haberlo impactado es Dostoievsky, que supo presentar a sus
personajes dominados por cuestiones morales y filosóficas). Borges, en cambio,
contaba con pocos antecedentes (el más importante, el creador del cuento
moderno, Edgar Allan Poe): uno de sus mayores aportes al género fue el
transformar el cuento en vehículo de ideas filosóficas. Esto tiene que haber
impresionado profundamente a Sábato. En el desarrollo de su novelística, da a
las ideas un papel cada vez más central. En su última novela, Abaddón, el Exterminador, 1974, el
personaje “Sábato” mantiene largas disquisiciones con otros y consigo mismo,
sobre cuestiones literarias, filosófica y políticas.
[7] Su
padre, el abogado Guillermo Borges, conocía y amaba la literatura y escribió
una novela, El caudillo, publicada en
1921. Destinó a su hijo al oficio de las letras (Rodríguez Monegal, Jorge Luis Borges A Literary Biography, New
York, Paragon House Publishers, 1988, pp. 79-87).
[8]
Logró una esmerada formación literaria, en parte autodidacta. Asistió al
College Calvin, en Suiza, completando allí sus estudios secundarios, etapa de
su vida crucial para su desarrollo intelectual y estético (Rodríguez Monegal,
p. 114-124).
[9] E.
Sábato, El escritor y sus fantasmas, p.
43.
[11] Los tres primeros libros de ensayos de
Borges, Inquisiciones, 1925; El tamaño de mi esperanza, 1926; El idioma de los argentinos, 1928,
muestran la notable versatilidad intelectual y curiosidad crítica del joven
Borges. En Evaristo Carriego, 1930,
Borges se presenta como un ensayista inventivo, que trata de entender a un
poeta criollo tanto desde el punto de vista de la poesía popular, como de la
historia de la ciudad de Buenos Aires.
[14]
En esto, su biografía tiene más puntos en común con la de Arlt que con la de
Borges. Por eso, a diferencia de Borges, que siempre se burló y consideró
ilusorias las tendencias o escuelas literarias de Florida y Boedo, que se
desarrollaron durante la década del veinte, Sábato las tomó muy en serio, y
creyó real la conflictiva interpretación del hecho literario que las separaba.
Sábato no había tenido acceso de niño y adolescente a esa fabulosa biblioteca
que había disfrutado Borges (J. L. Borges, E. Sábato, Diálogos, Buenos Aires: Emecé, 1976, p. 16 y Harley D. Oberhelman, Ernesto Sábato, New York, Twayne
Publishers, 1970, pp. 17-20).
[16] Carmen de Carlos, “Ernesto Sábato: El mundo
está podrido y eso es irreversible”, ABC,
Cultura, 12.6.1997. Esta actitud de Sábato, de iniciar un nuevo proyecto vital
y artístico: la pintura, casi a sus setenta años, presenta un paralelo con
Borges, quien, en su vejez, y ya estando ciego, comienza sus estudios de
antiguas lenguas y literaturas escandinavas y del anglosajón. Ambos escritores
comprenden de antemano que, por avanzada
edad, son tareas que dejarán inconclusas, o que no podrán desarrollar con la
fuerza de un joven, pero son fieles a la necesidad de expresarse y de conocer.
[24] Gemma Roberts, Análisis existencial de Abbadón, el Exterminador de Ernesto Sábato, Boulder,
Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1990, pp. 40-48.
[25]
En el prólogo de Uno y el universo,
Sábato hace una afirmación sobre la identidad personal y el ser en el mundo,
muy semejante a otra que enunciaría el mismo Borges, años más tarde, con
parecidas palabras. Dice Sábato: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca
el conocimiento de los hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios; después
se advierte que el fantasma que se perseguía era Uno-mismo.” (p. 13) Borges
escribe en el epílogo de El hacedor,
1960, en su insuperable estilo: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el
mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de
reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones,
de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre
que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.” J. L.
Borges, Obras completas 1923-1972, Buenos Aires, Editorial Emecé, 1974, p.
854.
[27] Borges sostuvo un punto de vista similar en
su ensayo “El escritor argentino y la tradición”, incluido en Discusión, Buenos Aires, Emecé, 1955,
segunda edición aumentada; J. L. Borges, Obras
completas, pp. 267-74.
[28] Lo metafísico, como en Borges, no necesita
estar reñido con lo verosímil; es el substrato “profundo” y trascendental que
alimenta la literatura.
[29] María Rosa Lojo, Sábato: en busca del original perdido, Buenos Aires, Editorial
Corregidor, 1997, pp. 85-9.
[30] James Predmore, Un estudio crítico de las novelas de Ernesto Sábato, Madrid, José
Porrúa Turanzas, 1981, pp. 68-71.
[32] No podemos negar que a Borges le apasiona
también lo popular, como lo demuestra en su libro Evaristo Carriego, 1930, pero a diferencia de Sábato, que formó
parte del pueblo, de la nación inmigrante que convivió con la argentina
criolla, Borges fue espectador del suburbio, en los jardines de su casa de
Palermo, protegido por “una verja con lanzas”
y rodeado de “una biblioteca de ilimitados libros ingleses”, como
explica en el “Prólogo” a la edición aumentada de 1955 de Evaristo Carriego (J. L. Borges, Obras completas, p. 101).
[33] E. Sábato, El escritor y sus fantasmas, Buenos Aires, Aguilar, 1967, tercera
edición, pp. 43-4.
[34] La Profesora Norma Carricaburo, en su estudio
genético de Sobre héroes y tumbas,
muestra el largo, angustioso proceso de elaboración de la novela, desde 1936
hasta 1961, en que la publica. Su gestación lenta es producto de sus
contradicciones humanas y existenciales, y su desgarramiento espiritual, que lo
llevan a sostener procesos de cambio que se reflejan en la escritura de la
novela.
[40] Gustavo Fares, “Sábato pintor: la mirada de
la distancia”, Revista Iberoamericana 158,
enero-marzo 1992, “Homenaje a Ernesto Sábato”, dirigido por Alfredo A.
Roggiano, pp. 253-260.
Publicado en Alberto Julián Pérez,
“Una magnífica obsesión literaria: Sábato frente a
Borges”.
Ernesto Sábato. Sobre héroes y tumbas.
Córdoba:
Colección Archivos/Alción Editora, 2009.
649-667. Edición de M. R. Lojo
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