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viernes, 24 de julio de 2015

El mesías de la Villa 31


                                                                       de Alberto Julián Pérez ©

Marcos Feinstein fue asesinado. Se encontró su cadáver en Barracas, en un descampado, cerca de la Villa 21. Le pegaron un tiro en el corazón. Antes de matarlo lo torturaron: presentaba marcas de quemaduras y golpes en el cuerpo. Había desaparecido de la Villa 31 de Retiro hacía más de una semana. Su novia, María Mendiguren, fue la que denunció su desaparición.
Marcos vivía en la Villa 31 desde hacía más de un año. Se había criado en Palermo, en una familia de clase media. Era drogadicto. Se estaba sometiendo a un tratamiento para dejar la adicción.
Los vecinos de la villa miseria aseguran que curaba con palabras, era un sanador. Acusan a una banda de la Villa 21 de Barracas del asesinato. Según ellos, lo secuestraron y se lo llevaron allá para que hiciera milagros. No se ha encontrado ninguna prueba fehaciente aún que permita determinar lo que pasó. No han aparecido testigos directos del secuestro. De seguir así no se sabrá la verdad y quedará todo en el misterio.
Lo llamaban el mesías, el enviado, y, si bien era judío, lo consideran un santo. Quieren construirle una capilla. Ya muerto, terminará transformándose, probablemente, en un mito o en un santo popular.
Soy periodista y en mi trabajo me pidieron que reuniera información sobre el caso. Lo que descubrí no cabía en una simple crónica policial. Por eso decidí escribir un informe más detallado, desde la múltiple perspectiva de sus actores. Entrevisté a las personas que lo conocieron y lo trataron. Mi principal informante fue María, su novia, mujer de gran sensibilidad y cultura, a pesar de su oficio, demonizado por la prensa amarilla. María está preparando una biografía de Marcos, a quien no conocí en vida. Ella me describió detalladamente su personalidad y me contó todo lo que había pasado. Basado en su testimonio escribí su historia. Con el padre Armando Santander, cura de la villa miseria, muy querido por los vecinos, hablamos sobre el judaísmo de Marcos y sus presuntos milagros. Todos ellos  me ayudaron a comprender mejor este caso complejo.

Marcos, el Mesías

…Y me vine a vivir a la villa miseria. Al poco tiempo de llegar me enamoré de una chica, María. Era muy linda, se vestía con ropas buenas y me di cuenta en seguida a qué se dedicaba. No me ocultó la verdad. Yo, al principio, me consideraba un piola porque andaba con ella, pero después reconocí que estaba enamorado. No me gustaba que trabajara de prostituta, pero me la aguantaba.  
No es muy difícil explicar por qué me vine a vivir aquí. Me iba mal en la universidad y abandoné la carrera de Letras. Mi viejo me pidió que me fuera de casa. Mi vieja se había muerto cuando yo era chico, de un cáncer, y mi padre cargó con la responsabilidad de criarnos. Me había encontrado drogado muchas veces y no sabía qué hacer. Creo que quería proteger a mi hermano menor, que me admiraba. Yo andaba siempre sucio y no trabajaba. Le robaba cheques, le falsificaba la firma y los cobraba. También compraba cosas con sus tarjetas de crédito. Mi viejo me dijo que ya estaba grande, que hiciera mi vida fuera de casa, que me buscara un trabajo. La casa ya no era lugar para mí. Me pidió que lo entendiera y lo disculpara. Es un pequeño empresario, muy moralista, y tenía vergüenza de su hijo. La colectividad me despreciaba, los paisanos ni me hablaban. Todos ayudaban a sus padres en sus negocios, lo único que les interesaba era el dinero. La verdad que no me comprendían.
Me fui a vivir a una pensión y traté de dejar la droga. Yo amo la literatura y me decía que el que ama la literatura no necesita drogarse. La poesía es un estimulante poderoso. Me sometí a un tratamiento para parar la adicción y, por un tiempo, dio resultado, pero después volví a la droga. Una vez que uno la probó es difícil dejarla. Nos vence, es más fuerte que nosotros. Finalmente se me terminó el dinero y tuve que salir de la pensión. Después de andar varios días en la calle, terminé en la villa. Aquí es más fácil conseguir merca y sobrevivir.  
Mi casilla no estaba lejos de la de María. En la villa miseria la respetaban. Se llevaba bien con el jefe de una banda, el Cholo, y él la protegía. Me dijo que la había defendido de un tipo que amenazaba con matarla. Cada tanto se dejaba coger por él. Ella, como yo, había estudiado en Filosofía y Letras. Fue estudiante de Antropología. Amaba la literatura y el cine.
Me explicó que su trabajo no era difícil. Le desagradaba si el cliente era gordo, o estaba sucio. Muchas veces le tocaban tipos que estaban buenos y se la pasaba bárbaro. Se sentía bien viviendo en la villa miseria. Yo también. Me sentía protegido. La villa miseria, al principio, es un lugar intimidante, pero, una vez que estás adentro, aprendés a manejarte y te sentís seguro. Si uno se quiere ocultar, aquí nadie te encuentra. Es un laberinto y conocemos todos los pasadizos. Es un mundo aparte, una ciudad dentro de la ciudad.
Los de la banda del Cholo se dedicaban a robar autos y los vendían a los desarmaderos clandestinos de Villa Domínico. También robaban en casas: electrodomésticos, computadoras, y claro, dinero, pero ocasionalmente. Se especializaban en autos. Los villeros no se metían con ellos y, a su modo, los protegían. En la villa miseria no se admiten soplones. Aquí todos odian a la yuta.
Cuando los de la banda supieron que yo andaba con la flaca me empezaron a fichar. Ella no me daba plata. Los de la banda sentían envidia de nosotros porque veníamos del mundo de afuera y teníamos algo que ellos no habían podido tener: educación. Muchos fingían despreciarla, pero les hubiera gustado haberse educado. Yo y la flaca éramos una especie de recurso intelectual. El Cholo, el jefe de la banda, me dijo que él había dejado la escuela a los doce años, y que no entendía cómo nosotros podíamos haber estudiado pasados los veinte. No lo imaginaba. Para él éramos como turistas en la villa miseria. Nosotros nos sentíamos como espíritus viajeros o poetas malditos.
Yo me adapté a vivir en la villa. La gente era solidaria. Los vecinos sentían curiosidad y me preguntaban cosas. Se mostraban hospitalarios a su modo. Me preguntaban por mi familia. Querían saber por qué estaba ahí. Me convidaban con cerveza y algunos me invitaban con mariguana. Me confiaban sus problemas, y me contaban cosas que les pasaban. Algunas mujeres me consultaban cuando tenían problemas con los hijos en la escuela. Creían en los demás. Uno no tenía que demostrarles nada. No te juzgaban. Los domingos mis vecinas me traían empanadas. Empanadas norteñas, con papa, picante y mucho jugo. Una señora, cuando me veía muy mal, venía y me lavaba la ropa.
Un muchacho guitarrero me pidió algunas letras para sus canciones. Yo compuse una que se hizo popular en la villa, “La masacre”, la habrán escuchado. Hablaba de la vida de los pibes chorros. Un grupo de cumbia después la popularizó. Eso bastó para que me admiraran. Decidí empezar un taller de poesía. Primero hablé con el cura. Le pedí que me dejara usar su casa, que estaba junto a la capilla, pero se negó. Después hablé con las madres del comedor infantil. Les gustó la idea y me dijeron que sí. Daba mis clases en su galpón los miércoles por la tarde. Por supuesto que no cobraba nada, mi interés era ayudar a la gente a entender y gozar la poesía. Para mí es el máximo tesoro de nuestra cultura. Al principio venían muy pocos. Los hombres tenían muchos prejuicios. Creían que la poesía era cosa de mujeres, o de homosexuales. No querían participar. Decían que no la entendían. Pero después la actitud cambió. Yo me senté con paciencia a trabajar con ellos y, al tiempito, ya había grandes exégetas, que podían leer a Vallejo y emocionarse. El libro favorito del taller era Los heraldos negros. Muchos de los alumnos, que oscilaban entre los quince y los veinticinco años de edad, se aprendieron poemas de memoria. Los favoritos eran “Los heraldos negros”, “Dios”, “Agape” y “Espergesia”.
Yo les enseñé a reconocer la voz presente en el poema. Un día uno me preguntó cómo hacía el poeta para recibir esa voz. Yo le dije que no se sabía, ese era el gran misterio de la poesía. Otro me preguntó si él podía hacer algo para escuchar la voz. Pensaba que era poeta, escribía, pero aún no había sentido una voz. Le dije que no se podía hacer nada. El que no recibía la voz era un aprendiz de poeta, el verdadero era el que la recibía. Esa voz venía de afuera, y era como la voz de dios, una iluminación. Otro me preguntó si el poeta era como un profeta. Yo le dije que casi. Después de un mes empezó a venir al taller el Cholo, el jefe de la banda. Al principio pensé que venía a espiarme, pero luego comprobé que le interesaba la poesía. Tenía sensibilidad y leía muy bien. Su voz era grave y serena y transmitía gran emoción.
No muy lejos de mi casilla, como a doscientos metros, vivía el Padre Armando. Al lado de su casa estaba la capilla. Era relativamente grande, podían entrar sesenta personas sentadas. El Padre Armando había llegado allí hacía varios años. Era un cura villero. Los vecinos lo querían. Muchos de los que iban a misa y comulgaban eran malvivientes. El Padre sabía a qué se dedicaban, pero no los juzgaba. Yo creo que prefería rezar y pedirle a dios por ellos. En un principio desconfiaba de mí. Sabía que me drogaba y me había criado en una familia pudiente. Después me fue conociendo y cambió su actitud. Cuando empecé a curar gente, creyó que todo era una farsa. Yo mismo no entendía lo que pasaba. Después se fue convenciendo de la verdad y yo también.
La villa miseria era como un pueblo grande. Sus habitantes conocían bien sus pasadizos. El mundo de afuera les parecía inclemente y en la villa se sentían seguros. Yo venía de ese  mundo de afuera, moderno y pujante. Yo, el cura Armando, María Azucena, o María, como la llamaban todos, éramos extranjeros en la villa. Eramos como turistas pasando una temporada, o eso pensaban ellos. Los villeros auténticos eran los pobres pobres. Muchos llegaban de los pueblos del interior, y de los países limítrofes. Parecía las Naciones Unidas. Había chilenos, peruanos, bolivianos, paraguayos. Uruguayos pocos, se creían mejores que los demás y preferían vivir en las pensiones de Constitución o San Telmo.
Los otros foráneos que entraban a la villa miseria eran los políticos. Se apoyaban en algún puntero para ir ganando influencia.  Llegaban de distintos partidos, pero a los que les iba mejor era a los peronistas. Los pobres quisieron mucho a Perón y lucharon por su vuelta. Los viejos se acordaban de él, y los jóvenes habían oído las historias de sus padres. Los peronistas les consiguieron a algunos la escritura del terreno que ocupaban. También pusieron plata para la ampliación de la capilla y el equipamiento del dispensario médico. Ese dispensario le salvó la vida a más de un muchacho. Aquí hay peleas serias a cada rato. La gente es brava. La policía no entra. Nadie denuncia a otro cuando le roban o le pegan. Se defiende como puede y se venga, sólo o con amigos. Heridas de cuchillo o de bala es lo más común. En el dispensario los atienden y no les hacen preguntas, siempre y cuando la riña haya ocurrido dentro de la villa miseria. Cuando la persona fue herida afuera es otra cosa, sobre todo si se trata de heridas de bala. Ahí los del dispensario tienen obligación de dar parte a la policía. Casi nunca lo hacen, pero los que pasan por esa situación raramente van allí.
Hay algunos punteros que tienen bastante influencia, y distribuyen planes de comida. A los muchachos de la pesada los respetan. Tratan de mantener buenas relaciones con todos y tenerlos de su parte. Cada banda es como una pequeña empresa y le da de vivir a más de uno. El Cholo, por ejemplo, siempre le tira unos pesos al padre para la capilla. Cada vez que un robo va bien, le hace un buen regalo de dinero al curita. Este lo usa en el comedor de la villa miseria, que manejan las madres. Hay muchos pibes huérfanos. Así que entre todos nos arreglamos. De afuera recibimos poco. Si no robaran les iría mucho peor a los otros. El robo viene a ser como un impuesto. Como un impuesto de los ricos a los pobres.
Todos los días por la tarde los chicos y los no tan chicos juegan al fútbol en el potrero de la villa. Muchos sueñan con salir de aquí a algún club grande. A veces vienen representantes de los clubes, a ver si ven a algún pibe interesante, con promesa. Los punteros de la villa miseria crearon una timba alrededor de los partidos de los sábados. Corre bastante plata y el equipo tiene un buen director técnico. Se juega a las tres de la tarde. Siempre hay algún equipo de otra villa miseria que nos desafía, y se apuesta. Sé que muchos se juegan bastante dinero, y el que no paga, la liga. Hubo muchas peleas por culpas de estas apuestas. También amenazan a los jugadores. Tienen que cumplir, y defender el nombre de la villa. Si ganan les dan plata. Aquí hay que bancársela y ninguno es inocente. Aprendemos a defendernos. Sobrevivimos como podemos.
En la villa miseria la mayoría de la gente trabaja. Son peones, albañiles, sirvientas, vendedores callejeros, ayudantes de cocina, hacen de todo, mucho trabajo manual, mal pago. Por eso hay tanta pobreza. Aquí viven muchos miles de personas. Trabajan salteado, hacen changas, se las rebuscan. Las que más trabajan son las mujeres. Hay señoras con muchos hijos, y no les alcanza para mantenerlos. Siempre alguien las ayuda. Tratamos de que nadie pase hambre.
A la gente le gusta escuchar historias policiales. Por la noche, cuando se juntan en los bares de la villa miseria a tomar cerveza, los más bravos cuentan sus hazañas. Yo he escuchado muchas aventuras interesantes. Alguna vez las voy a escribir. Las mujeres cuentan historias de amor muy lindas. En la villa hay una mayoría de gente joven. Muchos niños.
Los callejones están muy sucios, la gente tira basura, pero uno se adapta. Yo estoy bastante contento. ¿Qué voy a hacer, volver a Palermo, rogarle a mi viejo que me perdone y me permita ser un buen burgués arrogante? Imaginate, soy judío, la colectividad se reiría de mí y harían una campaña para internarme en una clínica de enfermos mentales. Yo siempre quise ayudar a los demás, salvar a alguien. Tengo complejo de mesías.
Mis padres eran personas cultas. De chico yo me pasaba las tardes en la biblioteca y faltaba bastante a la escuela. Me gustaba leer. Siempre he leído mucho. Aquí en la villa miseria los libros se humedecen y se arruinan. Yo tengo un lector electrónico donde guardo cientos de libros que pirateo de internet. Tengo de todo y en varias lenguas, porque leo bien el inglés y el francés. El inglés me lo enseñó un tutor que me puso mi viejo, un americano de Boston. El francés lo aprendí por mi cuenta, leyendo y viendo películas francesas en video.
La Villa 31 ha progresado bastante. Ahora tenemos estación de radio y un pequeño periódico. A mí los chicos siempre me entrevistan, recito alguna poesía, a veces les leo cosas que escribo. Me piden opiniones de política, pero de eso no hablo mucho. Lo mío es la literatura. La literatura del dolor. Para mí es la más auténtica. La otra me gusta menos. Me parece falsa. La verdadera literatura no puede alimentarse de la felicidad. La felicidad es un sentimiento superficial. De aquí algún día saldrá un Baudelaire o un Rimbaud, hay mucho talento en bruto por cultivar. Yo con mi taller ayudo. Tenés que ver como analizan la poesía de Vallejo.
            En mis clases de poesía leíamos el poema “Dios”, que comienza: “Siento a dios que camina tan en mí …”. Vallejo dice que va caminando por la playa y siente la presencia de Jesús a su lado. Jesús está triste, sufre “un dulce desdén de enamorado” y por eso, cree el poeta, “debe dolerle mucho el corazón”. Cuando llegábamos a esa parte del poema alguno de mis estudiantes siempre se emocionaba, y se le saltaban las lágrimas. Les llamaba la atención que el poeta hablara con dios. Empezaron a ver la clase de poesía como una clase de religión. Yo se lo conté a María, mi amiga, y ella se quedó intrigada.
Desde que vine a vivir a la villa miseria traté de curarme y luchar contra la adicción. En el dispensario de la villa me daban pastillas de metadona para que fuera dejando de a poco las drogas. Quería ponerme bien y no terminar internado o muerto. Un grupo de guachos que se drogaban con cualquier cosa me venía a buscar, pero yo evitaba salir con ellos. Había días que empezaba a temblar porque no tenía nada para inyectarme, pero me la aguantaba. Mi relación con María empezó a ir cada vez mejor. Hacíamos el amor a la hora de la siesta. Ella se acostaba tarde por la noche y nunca se levantaba antes del mediodía. Yo trataba de no mostrar celos. No le preguntaba nada sobre su trabajo nocturno. Creo que me enamoré de ella porque hacía bien el amor, e imaginaba que me quería. Probablemente le gustaba, pero reconozco que María no es de las que se enamoran fácilmente de nadie. Es una mujer poco sentimental, aunque protectora y buena amiga. Me cuidaba. Tenía más dinero que yo, y me regaló una remera Lacoste celeste que me envidiaban y otras cosas lindas.
Un día le pegaron un tiro en el estómago a uno de la banda del Cholo. Era un muchacho flaco y alto, le decían el Lombriz. Me vinieron a buscar para que los ayudara. Les dije que había que llevarlo a un hospital para que lo operaran o se moriría. Era grave y en el dispensario de la villa no tenían los medios para tratar un caso así. No querían ir a un hospital, en el hospital llamarían a la policía y lo entregarían. Les sugerí hablar con el cura a ver qué se le ocurría. No les gustó la idea. En el tiroteo habían herido a un cana y los buscarían. La situación era desesperada. Yo me acordé de mi primo Sergio, que vive en Belgrano. Es médico, y el Cholo me dijo que lo llamara. Mi primo se sorprendió al escuchar mi voz. Le dije que tenía que verlo por algo muy delicado. A regañadientes aceptó. Fuimos con el herido a su consultorio. Mi primo es ginecólogo y se asustó al ver a los de la banda. Tenían una apariencia bastante siniestra. Le dije que no había tiempo que perder, estábamos jugados. Mi primo hizo poner al herido en una camilla. Había que sacarle la bala. Necesitaba operar. No podía hacerlo solo. Hacía falta un anestesista. Ellos se negaron a llamar a nadie. El Cholo le dijo que lo operara ahí mismo, como pudiera. Sergio, viendo que no había otra opción, se resignó y se preparó para sacarle la bala. Le trajo al herido un vaso con coñac y le pidió que se lo bebiera para relajarse. Después le metió un pañuelo en la boca y le dijo que lo mordiera. Entre todos lo agarramos y lo sostuvimos para que no se moviera. Cuando Sergio tocó la zona de la herida se retorció de dolor. Mi primo hizo una incisión donde había entrado el proyectil, introdujo una pinza como si nada y empezó a hurgar. El herido se desmayó. Al rato le había sacado la bala. Todo no duró más de quince minutos. Estaba orgulloso de mi primo. El muchacho había perdido bastante sangre. El corazón había aguantado bien, gracias a dios. Mi primo me dijo que estaba muy débil y podía sobrevenirle una infección. Teníamos que darle antibióticos y cambiarle el vendaje diariamente, a ver si se salvaba.
Lo llevamos de vuelta a la villa miseria. Volaba de fiebre. El Cholo y sus hombres lo escondieron en una casilla. Estuvo varios días delirando. Trataban de alimentarlo con caldo y pollo, pero vomitaba. Yo ayudaba y pasaba todos los días a cambiarle las vendas.  Tenía miedo de lo que pudiera pasarme si se moría. Finalmente mejoró y se salvó y me quedé tranquilo.
Seguí con mi taller de poesía los días miércoles. Tenía varios estudiantes. Dos semanas después apareció en el taller el herido. Se lo veía débil aún. Ese día hablamos del poema “Dios” de Vallejo. Al final de la clase el Lombriz se acercó a mí, se arrodilló y me pidió que le diera la bendición. Le dije que me alegraba verlo bien, pero yo realmente no había hecho mucho por él, sólo había ayudado, era mi primo el que lo había salvado. No entendió razones, estaba alterado, tenía fiebre y le hice caso. Puse mi mano sobre su frente y lo bendije en nombre de dios. Sentía miedo y lo que menos quería era discutir con él. El Cholo y sus hombres son peligrosos.
Dos días después vi que en la puerta de mi casilla habían depositado un ramo de flores blancas. Le pregunté a María si sabía quién había sido, me dijo que no. En la próxima clase de poesía vi que tenía una estudiante nueva. Era una señora morena, aindiada, de más de cuarenta años. Al final de la clase se arrodilló ante mí y me dijo que era la madre del Lombriz. Aseguró que yo había curado a su hijo, le había salvado la vida. Le dije que había tratado de ayudar aunque no era médico. La mujer me dijo que era un santo, y me pidió que la bendijera. Yo le dije que no podía, no era católico. Igual que su hijo antes, la mujer no se movía, seguía arrodillada. Finalmente accedí y la bendije en nombre del padre.
Me estaban haciendo fama de sanador. El cura, que fue el primero que se dio cuenta de lo que pasaba, reaccionó mal. Les pidió a sus fieles que no vinieran a mi taller de poesía ni me visitaran, les dijo que yo no tenía nada que ver con Cristo. Desconfiaba de mí porque sabía que era judío.
A una vecina se le enfermó un bebé de un año. Vivía casilla por medio con la nuestra. Siempre hablaba con María, a su modo eran amigas. La mujer llevó al bebé, que tenía mucha fiebre y diarrea, al dispensario médico de la villa miseria, y después, por recomendación de la enfermera, fue al Hospital Argerich de La Boca. El chico presentaba una enfermedad extraña, los médicos no sabían bien qué era. La madre pensó que su hijo se le moría. Desesperada se lo dijo a las vecinas, y le pidió al padre de la criatura que por favor hiciera algo. El hombre, un albañil paraguayo, no sabía a quién recurrir. Me vino a hablar a mí. Y yo ¿qué podía hacer? De medicina no sé nada, lo mío es la literatura, la poesía. El albañil estaba muy nervioso y me pidió que le rezara. Le dije que sí, que le iba a rezar. Quería calmarlo. Al día siguiente volvió y me dijo que por qué no le había ido a rezar. Yo no le entendí bien, le aseguré que había rezado y había pedido por su hijo, pero el hombre deseaba que yo fuera a su casilla y rezara allí. Yo le dije que pidiera ayuda a otro, yo no podía hacer más. El hombre fue y se lo dijo a la mujer, y ésta a las vecinas, y al rato vinieron todas las mujeres a gritar enfrente de mi casilla. Prácticamente me arrastraron. Me llevaron ante la cuna del bebé, que no se movía y estaba muy pálido. Yo me arrodillé e improvisé una plegaria, le toqué la frente y le pedí a dios que le diera salud, lo curara y le dejara la vida. ¡Pido por su vida!, empecé a gritar, y las mujeres se arrodillaron detrás de mí y empezaron a gritar a coro.
Fue algo bastante impresionante. Sé que el cura se enteró después y no me extrañaría que me denunciara como un farsante que trata de curar sin estar habilitado. Las mujeres gritaban cada vez más. En medio de esa algarabía el nene abrió los ojos y nos miró con sus ojitos afiebrados. No sé cómo, pero al otro día el bebé se despertó bien, parecía que ya no tenía fiebre y empezó a comer. También se le detuvo la diarrea. Por la tarde empezaron a llegar mujeres frente a mi puerta, se arrodillaban y encendieron velas. Yo no quería salir, no sabía qué decirles, y me daba miedo que se produjera un incendio y nos muriéramos todos quemados. Las mujeres dejaban las velas sobre el barro del callejón. Se quedaron a rezar, algunas apenas si movían los labios y otras decían en voz alta el padre nuestro. Al otro día había pasado todo. Recogí las velas a medio consumir que habían quedado tiradas enfrente de la casilla. Me habían dejado cosas de regalo: latas de comida, botellas de cerveza y otros comestibles.
Esa noche me vino a hablar el cura, me dijo que me estaba burlando de su religión, que yo era judío y me hacía pasar por cristiano. Le expliqué que lo que ocurrió no era culpa mía, no había sido mi voluntad, me habían obligado a ir a la casilla donde estaba el chico enfermo. No había invocado al dios cristiano, sólo había pedido en voz alta por la vida del bebé. Me dijo que me cuidara, y me preguntó qué hacía un judío viviendo en la villa, seguro que yo tenía parientes en buena posición y con dinero. Le respondí que había tenido un problemita y mi estadía allí era temporal. Al final me entendió. Se dio cuenta que yo no tenía malas intenciones. Cambió su actitud, y al tiempo casi nos hicimos amigos. Quería realmente a los pobres, era un cura villero. Me dijo que en Argentina nadie entendía al pueblo, excepto algunos peronistas, y que el pueblo estaba en la villa miseria.
-El único que se compadeció de los pobres fue Perón – me dijo –. Algo tenía de santo ese hombre.
Yo asentí, simpatizaba con el viejo. Había leído La hora de los pueblos, me parecía un muy buen ensayo. Le dije que Perón escribía bien. El cura me dio la razón y dijo que casi nadie lo leía, que los supuestos intelectuales ni siquiera sabían que las obras completas de Perón tenían 35 tomos.
-En este país lo que falta es justicia – dijo.
Durante varios días me dejaron tranquilo, pero a la semana siguiente se enfermó otro chico y, como los villeros no les tienen confianza a los del ambulatorio y en el hospital hacen poco y nada por ellos, otra vez me vinieron a buscar. No era nada grave, sólo tenía un poco de fiebre. Los vecinos creían que yo podía interceder ante dios y ayudar a que los escuchara y les concediera favores. Una señora me dijo que yo era como un santo. Le respondí que era judío y mi religión no aceptaba la santidad. En todo caso podía ser un profeta.
-¿Un profeta?-  preguntó la mujer.
- Sí, alguien que anuncia el futuro- respondí.
- Como un mesías- dijo ella.
- Más o menos - respondí yo.
El chico se puso bien en pocos días. Otra vez aparecieron las velas frente a mi casilla y me empezaron a llamar “el mesías”.
Después le tocó al hijo del Cholo: se enfermó y casi se muere. La madre no me tenía confianza y no quería que viera a su hijo, pero el Cholo me lo trajo igual. Recé por él y el pibe se salvó. Después de eso empezó a llegar cada vez más gente. Un día me trajeron a un señor que no caminaba y que, según decían, era paralítico. El señor se fue caminando y se corrió la voz que yo lo había sanado. Muchos querían darme dinero, pero yo no lo aceptaba. Venían también de otras villas miserias, mi fama se iba extendiendo. La gente empezó a ponerse exigente. Creían que era infalible. Empecé a sentir un poco de miedo, recibí varias amenazas. Me decían que si el enfermo no se curaba yo la iba a pagar. Pensaban que yo tenía un poder, y en algún momento lo iba a usar contra ellos.
Traté de convencer a María de que nos fuéramos de la Villa. Yo quería que ella dejara su vida de prostituta, temía que se contagiara de sida. Le dije que podíamos empezar juntos en otro lado. Pero ella se resistía. Decía que yo en la villa miseria tenía una misión que cumplir. Yo había recibido un don de dios. Era verdad que sanaba. Yo nunca lo pedí, ni me sentía con méritos. Si dios me dio esa facultad, es porque él me escogió. ¿Y qué dios, el judío o el cristiano? Para mí no hay diferencia, dios es uno solo, pero la gente de la villa miseria es cristiana y tenía una fe impresionante… 

María, la novia

Marcos para mí era un genio. Lo admiraba. Yo andaba mal, hundida, tenía que sobrevivir trabajando de prostituta. Llegué  a esa situación como tantas otras minas en Buenos Aires. Por amor. Me enganché con un chabón que estaba metido en la falopa. Uno la prueba y después cagó. No hay manera de pagarla, hacía la calle y ni así. Marcos me ayudó, para mí fue providencial y yo se lo agradezco a dios. Encontrarlo fue lo más grande de mi vida. No estoy enamorada de él como una mujer se enamora de un hombre. Es algo distinto. Yo no había sido una persona religiosa hasta que lo conocí a él. El sufrimiento me hizo entender la fe. Los pibes de la universidad se burlan de la religión. Es que somos hijos de la enciclopedia: Voltaire, Rousseau y Diderot están vivos en los pasillos de Filosofía y Letras. Igual que Marx, que no entendía nada del mundo del espíritu, de la locura de los poetas y de los amantes. Cuando una sale a la calle le pasan cosas, y cuando hace la calle ni te cuento. Ahí la razón no sirve para nada, ahí entendés que el ser humano está hecho de impulsos y de instintos. La razón te enseña a separar a la gente en categorías, y eso no sirve para vivir. Vivir es nadar en la tormenta, mantenerte a flote como sea. Para vivir hace falta…vida, no razón. Como dirían en la villa, hacen falta huevos. Coraje, ganas de vivir. En suma, amor. Se reirán porque yo pronuncio esta palabra. Pero todas las putas que conozco buscan una sola cosa: amor. Hacen la calle porque no tienen trabajo y la calle paga bastante bien. Tienen hijos, madres ancianas y les falta un hombre trabajador. La mayoría de ellas llegaron ahí por falta de amor, son mujeres que se sienten mal, una porquería y creen que un día alguien va a venir a rescatarlas de la inmundicia… Casi nunca lo encuentran… Yo, que soy más afortunada que muchas (tengo a Marcos), empecé a buscar la salvación en dios…Algunos se reirán…pero me van a entender el día que anden en la falopa…y se sientan cada vez más hundidos, dentro de un pozo sin fondo, que te va chupando poco a poco. Sentís que vas a ahogarte en un agua espesa … y vos querés… ¡vivir! Vivir, ésa es la piedra de toque, el resto son pavadas, boludeces.
Yo estudié antropología porque me gustaba la gente rara. Desde piba me interesó viajar. Leía libros de geografía y de viajeros que habían visitado países de Asia y del Africa negra. Una vez fui con mi viejo a Jujuy y eso me cambió la vida. Nos quedamos en Tilcara. Mi viejo conocía a un filósofo que vivía allí. Era un tipo de lo más original, hijo de alemanes. Había sido discípulo de Kusch. Le gustaba Heidegger y creía en la poesía y el espíritu. Yo era una adolescente, y no entendía qué podía hacer ese hombre en ese pueblo perdido en la Quebrada de Humahuaca. El paisaje me fascinó y la gente me parecía salida del paisaje. Había una correspondencia evidente entre la tierra y la gente. Nunca había sentido algo así antes. De ahí en más empecé a interesarme en lo telúrico, en el espíritu de la tierra. Sentí que en nosotros estaba presente la tierra, el paisaje. Los pobres dejaron de darme miedo.
Mi viejo es profesor en la universidad, enseña historia, y los historiadores siempre están tratando de averiguar lo que pasó. A mí me interesaba más bien interpretar cómo era la gente, sus sentimientos. Empecé, a los quince años, a leer libros de antropología. Después entré en Filosofía y Letras. En la universidad conocí a Héctor, que para mí era un dios. Era un tipo muy melancólico, y me fascinaba. Se deprimía y empezaba a tomar pastillas. Cuando las pastillas ya no le hacían nada se inyectaba, y yo, que lo amaba, hacía todo lo que hacía él. Así nos hundimos los dos. Yo iba a los bares a levantar tipos para sacar algo de plata y poder comprar drogas. Era un círculo sin salida. Un día los padres lo encontraron muerto en su cuarto. Se inyectó de más y tuvo un paro cardíaco.
 Yo me fui de mi casa y me perdí en el mundo de las drogas. Entré a trabajar tres días por semana en un prostíbulo de la calle Esmeralda. El resto de la semana estudiaba. Después empecé a trabajar cinco días y dejé la universidad. En el prostíbulo tenía varias amigas, muy interesantes. Muchachas del interior, del Uruguay, de Paraguay. Todas muy lindas. Una de ellas vivía en la 31 y vine a vivir con ella aquí, era cómodo y céntrico. En la villa era fácil conseguir drogas y me la daban de fiado cuando no tenía para pagar. Ella después de varios meses se volvió a Paraguay. Yo la extrañé, me estaba enseñando guaraní.
A los pocos meses llegó Marcos. Era un tipo simpático. No me resultaba atractivo, pero yo a él sí. Le gustaban las putas. Tenía problemas para coger. Era solitario y muy tímido. Creo que le daba miedo la gente. Leía mucho, sobre todo poesía. Le gustaba también el ensayo. Nunca lo vi leyendo novelas. Su espiritualidad era increíble. Para él la poesía era como el pan de cada día. La respiraba. Me dijo que era judío y su papá era muy estricto, y lo había echado de su casa cuando descubrió su adicción a las drogas. Había estudiado Letras.
Eramos dos almas gemelas. Al principio, creíamos que estábamos en la villa miseria por un tiempo, unas vacaciones prolongadas, y que después volveríamos a nuestros barrios y a nuestra buena vida…cuando estuviéramos bien…pero eso no pasó. Es difícil salir de la villa. No se puede volver al pasado. Nos fuimos hundiendo y perdimos la voluntad. En la villa miseria nos sentíamos seguros, nadie nos juzgaba y hasta nos tenían admiración.
Cuando me vine a vivir aquí me molestaba la suciedad de los callejones, el barro cuando llueve, pero me la aguantaba. Después me fui interesando cada vez más en la gente y hasta pensé en escribir un libro sobre la villa miseria y sus habitantes. Los porteños de clase media no los conocen, los deprecian, los demonizan, los consideran bárbaros. Ellos son peores que los villeros, con sus prejuicios y su egoísmo. Sentí que se estaba repitiendo la vieja historia del siglo diecinueve, cuando los jóvenes liberales acusaban a los gauchos, a quienes Rosas protegía, de ser criminales y bárbaros. Después, durante los gobiernos liberales de Mitre y Sarmiento, los políticos y la policía corrupta perseguían a los gauchos, que, como Martín Fierro, se iban a refugiar con los indios. No les quedaba otra. Eran carne barata. Ya habían dado al país todo lo que éste necesitaba: peones rurales y brazos para la guerra. Para el trabajo ya no les hacían falta. Trajeron extranjeros a cultivar la tierra. Los echaban de sus campos como si fueran perros. Les robaban lo poco que tenían, les destruían las familias. Ni hijos les dejaron.
Como las chinas gauchas, o mejor, las cautivas, yo me estaba convirtiendo a la barbarie, me iba haciendo gaucha, o mejor cautiva, y sentía cada vez más que esta gente era auténtica y nuestra clase media era cipaya, extranjera. No entendían a los pobres, no los querían entender, porque se creían superiores. Nosotros nos escondíamos en la villa miseria porque la sociedad mercantil en la que nos habíamos criado nos despreciaba, por diferentes, por inadaptados, y ya no teníamos lugar en ella. Nos escapábamos de la vulgaridad de la clase media, descansábamos del peso de haber sido criados para repetir la historia de nuestros padres, y de aquellos que se habían vuelto nuestros enemigos.
            Marcos andaba casi siempre drogado y no se daba cuenta de lo que pasaba alrededor suyo. Había leído mucho, la literatura era su mundo, no diferenciaba bien la fantasía de la realidad. El me decía que todos los poetas estaban un poco locos. Escuchaba voces que le hablaban. Yo le preguntaba de qué le hablaban, y él me decía que le hablaban de dios.
-¿Cómo a Vallejo, el poeta? - le pregunté.
- Como a Vallejo- me contestó.
            Una vez me contó un sueño que me impresionó mucho. Se le apareció un hombre joven y risueño que lo miraba con simpatía. Mientras le hablaba sacó un cuchillo, y con la punta del cuchillo se empezó a hacer cortes en su mano izquierda. Se hacía cortes prolijos, de forma geométrica y un centímetro de profundidad. Ponía mucha atención y cuidado. Parecía no sentir dolor, como si se tratara de la mano de otro. Marcos lo observó y vio que tenía varias cicatrices en las manos, las muñecas y la cara, de otros cortes que se había hecho antes. El hombre estaba calmo y lo miraba sonriendo. Marcos, asustado, le preguntó por qué se hacía eso. El otro respondió, sin darle mucha importancia, que era “déjà vu”. Marcos no le entendía bien. Le preguntó de nuevo y el otro repitió la misma frase, siempre sonriendo. Ese fue el final del sueño. Tratamos de interpretarlo. Marcos hablaba bien el francés. “Déjà vu” significaba que estaba viendo algo que ya había pasado antes, se trataba de la repetición de una experiencia anterior. Le dije que me parecía un sueño de castración. El estuvo de acuerdo. Era judío y en su religión el ingreso del niño en la familia depende de la castración ritual. Marcos fue expulsado de su comunidad por el padre. Sentía culpa y por eso su angustia de castración. Yo creo que él trató de fundar otra comunidad, fuertemente espiritual, en la villa miseria, para compensar esa pérdida. Esta nueva sociedad se reunía alrededor de la poesía. Su libro sagrado era Los heraldos negros. El sujeto central de ese libro es la relación del ser humano, condenado a sufrir, con su dios.
            No sé donde Marcos esté ahora, en algún lugar en el cielo, lo más probable es que vele por nosotros, porque nos amaba. Espero que construyamos pronto la capilla, para que podamos rezarle y tenerlo siempre aquí presente. A través de Vallejo, Marcos se acercó a Cristo. Yo conversé esto con el cura, y él también lo cree. Me dijo que Marcos había entendido el mensaje de Cristo y sabía que era el verdadero dios. Yo he estudiado mucho las culturas del noroeste, ellos identifican a dios con la tierra. En la villa miseria igualmente triunfa la tierra con su gente. Para muchos la villa es la barbarie, pero yo creo que es una Argentina que contiene su propia verdad. La clase media no puede entenderla porque es egoísta y no siente caridad. Por eso estigmatiza a los villeros. Nos han condenado a vivir así. Y si dios mandó a Marcos para que enseñe y cure, es porque nos amaba y buscaba liberarnos de nuestra esclavitud.
Yo me quedé a vivir aquí porque me sentí bien entre los pobres. Soy una rebelde, siempre lo fui, y Marcos también. Pero él sufría más que yo, entiendo por qué, sufría por los otros. Por eso le gustaba Vallejo, que es el poeta del dolor. Cristo era un rebelde, que criticó a los sacerdotes corruptos y a los mercaderes de las sinagogas. Yo soy anticapitalista, y no creo en la familia, prefiero ganarme la vida como prostituta, es lo más sincero y honesto que puedo hacer. La familia es una institución morbosa, esclaviza a los hombres. Ellos vienen a mí para sentirse reconocidos. Vienen humillados. Yo los escucho.
­            ¿Fue Marcos un santón? Sí, lo fue, porque lo elevó el pueblo. No bajó de los altares, subió a ellos de la mano del pueblo de la villa miseria. Son los villeros los que lo bautizaron con su agradecimiento. Son ellos los que lo reconocieron. Dios lo eligió a él para hacer milagros. Yo, antes de conocerlo, era una drogadicta autodestructiva que una vez se había paseado por los pasillos de Filosofía y Letras. Después que él llegó a la villa empecé a pensar en dios seriamente. Dios no ha muerto: se equivocó Nietszche, y también Marx. Al pueblo lo drogan, lo envenenan, pero la religión no tiene la culpa. Lo envenenan de odio los que los explotan, los que lo obligan a vivir de manera subhumana. Por eso vino Perón, él único político argentino que supo pensar el problema de la barbarie en el mundo actual. De no haber sido por Perón, en este país hubiéramos tenido una guerra civil. Es el único que supo acercarse al pueblo. Cuando él llegó había dos argentinas: las masas pobres y la oligarquía. La clase media era una clienta de la oligarquía. El nos enseñó a pensar en el pueblo. El populismo está salvando a Latinoamérica. Yo en el fondo vine a la villa miseria para humanizarme, hastiada de la clase media y la familia fascista. No quise reproducirla. Prefiero ser puta, rebelde e independiente. ¿Los villeros? Son mis iguales, vamos a salvarnos juntos.

Cholo, el ladrón

Cuando Marcos llegó a la Villa 31 todos se reían de él. Era un tipo flaco, pálido, de nariz ganchuda. Se lo veía cobarde, apocado, sin ánimo para nada. Muchos lo miraban mal para provocarlo, querían demostrarle que eran superiores a él y se hacía el desentendido. No sabíamos por qué había venido a la villa miseria. Pensamos que era un infiltrado de la policía, pero después vimos que se drogaba y comprendimos que no era cana. Entraba y salía de la Villa y andaba siempre con un libro en la mano. En un primer momento pensamos que era puto. Una vez un muchacho de mi banda lo paró y le preguntó que qué libro llevaba. En la villa miseria el único libro que tienen los adultos es la Biblia, o algún libro que les pasó el cura. Dijo que era un libro de poesía y empezó a recitar un poema. Nos reímos de él, pensamos que estaba loco. Después anunció que iba a dar un taller de poesía. ¿Quién iba a asistir a un taller de poesía en la villa miseria? En un principio fueron una o dos mujeres. Les gustó y hablaron bien de él. Invitaron a sus maridos para que las acompañaran. En seguida se popularizó. Tuvo tanto éxito que se le llenó de gente y hasta yo fui un día, llevado por la curiosidad, y a mí nadie me puede tratar de flojo o de cobarde: soy el jefe de una banda reconocida y no le temo a la muerte, me la jugué muchas veces. Es que teníamos muchos prejuicios contra la poesía, creíamos que era cosa de maricas y mujeres. Yo nunca había leído poesía. A mí me gustaba la cumbia villera, que habla de las luchas de nuestra gente. Aquí todos odiamos a la yuta, no hay quien no tenga algún pariente muerto por la policía o preso, ellos son nuestros enemigos.
 La primera vez que fui al taller pensaba que nos iba a dar una charla sobre algún poeta argentino y en lugar de eso se la pasó todo el tiempo hablando sobre la voz, y dijo que el poeta escuchaba voces, y que nosotros cuando leíamos poesía teníamos que sentir esa voz en el poema. A mí me hizo levantar y pasar al centro de la clase, y me pidió que leyera un poema de un libro que me entregó. Me dio una vergüenza bárbara, yo soy el jefe, ¿qué hacía ahí entre mujeres leyendo en voz alta? A Marcos le gustó mi voz, y dijo que leyera pausadamente, era un poema de Vallejo que después me aprendí de memoria, “Los heraldos negros”. Lo leí una vez y me preguntó si escuchaba la voz, si entendía de qué hablaba el poeta cuando decía “hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé…”. Yo le dije que sí, que lo entendía, porque sabía lo que era sufrir. La cuestión que me hizo repetir la lectura en voz alta dos veces más, y al terminar la última lectura, en la parte que dice “golpes como del odio de dios, como si antes ellos, la resaca de todo lo sufrido, se empozara en el alma…yo no sé…” ya no me salía la voz de la angustia y me empezaron a brotar lágrimas de los ojos y no pude seguir. Marcos se dio cuenta de lo que me pasaba, vino y me abrazó fuerte. Todo el grupo del taller estaba transfigurado y tenía un nudo en la garganta. Después de eso ya nunca más pensé que los poetas eran maricas; están más allá de nosotros y nos traen sentimientos del otro mundo; están, creo, cerca de dios, su espíritu nos llega y no podemos evitarlo. Marcos me dijo que yo lloraba porque era una persona de fe y había sufrido, que no tuviera vergüenza. No entendí bien lo que quería decir con “persona de fe” en ese momento, pero después lo fui comprendiendo. Sé que soy un delincuente, tengo las manos sucias de sangre. Sin embargo, soy capaz de jugarme por los que quiero, y una vez le salvé la vida a María.
Yo pasaba frente a la casilla de ella y oí gritos pidiendo ayuda. Abrí la puerta y vi lo que estaba pasando. Un hombre corpulento, en calzoncillos, estaba castigando a María con un cinturón que tenía una hebilla grande. María estaba acurrucada en su cama, desnuda y tenía todo el cuerpo lastimado y marcado por la hebilla. Gritaba y se cubría la cara. El hombre se volvió hacia mí y me hizo frente. No lo conocía, no era de nuestra villa miseria, quizá fuera de la 21, con la que habíamos tenido ya varios encontronazos. Los de la Villa 21 se creían más bravos que nosotros, nos trataban de villeros Gucci, porque vivíamos en Retiro. El hombre era mucho más grande que yo, que soy bajo y no muy fornido. Me dijo que me fuera o que iba a cobrar. Yo no le tengo miedo a nadie, y los grandotes no me asustan. Lo insulté y lo desafié. Saqué del bolsillo mi navaja y la abrí. El grandote había dejado su campera sobre una silla, vi el bulto de un revolver y pensé que lo iba a agarrar, pero no, era un guapo de ley y sacó una navaja. Me quería enfrentar de igual a igual. A mí me hirvió la sangre, pero sé que nunca se pelea, cuando la vida está en juego, con la cabeza caliente. Soy de los que mantienen la sangre fría en los peores momentos, y eso me ha salvado la vida muchas veces. El hombre vio que yo era más joven y más ágil que él y se me vino encima para probarme. Me hice a un lado con facilidad y le tire un tajo que le dejó una marca fina de sangre en su costado. El grandote se la tomó en serio, vio que se la tenía que ver con alguien experimentado. Fue a la silla donde estaba su campera, le quitó el revólver y se la envolvió en el brazo izquierdo. Yo seguí las reglas también, no soy un taimado y me gustan los hombres de coraje. Vi una toalla grande sobre la mesa y me la envolví en el brazo. Ahora estábamos parejos.
María miraba la escena con horror, no se animaba a moverse de la cama. Los dos nos balanceábamos en nuestras piernas y nos movíamos con cuidado. El hombre tiró un puntazo hacia María que se hizo un ovillo en la cama, y le dijo que en cuanto me arreglara a mí ya iba a saber quién era. La trató de guacha y de puta y le gritó que le iba a abrir la panza. Yo no dije nada, para qué. Allí se trataba de matar o morir. El hombre no era de los que corrían, ni yo tampoco. Se me vino encima e hizo brillar su navaja frente a mis ojos. Inteligente, la empuñaba como un cuchillo. Los argentinos no peleamos a la española, para nosotros la navaja es como un facón pequeño. Han pasado muchos años desde que los gauchos recorrían Buenos Aires, pero lo llevamos adentro, en el instinto. El hombre me adelantaba el antebrazo envuelto en la campera y se preparaba para entrarme con fuerza. Sus brazos eran más largos que los míos, yo procuraba mantener la distancia. Como era pesado, vi que si esa situación continuaba por un rato se cansaría y podía perder la concentración.
Empecé a hablar para distraerlo mientras me movía de un lado a otro. Pero el hombre sabía pelear y no se descuidaba. Se me vino al humo y yo retrocedí sin mirar y trastrabillé. Sin saber cómo, de pronto estábamos los dos en el suelo, el hombre encima de mí. Yo le sujeté el brazo armado, pero era más fuerte que yo. El tenía mi brazo derecho bien agarrado y los dos forcejeábamos. Creí que había llegado mi momento final, pero algo pasó. María, que estaba aterrada en la cama mirando todo, se levantó de golpe, agarró la silla, la levantó y la descargó con fuerza en la espalda del grandote. Sus músculos se aflojaron, yo me deslicé a un costado y me coloqué encima de él. De un tajo le hice soltar su arma. Después le acerqué mi navaja a su cuello. El hombre hacía morisquetas y me mezquinaba el cogote. Con sus manos quería sacarme el brazo. Yo le empecé el hundir la navaja filosa en la piel. En seguida llegué a la yugular. Se le revolvían los ojos. Se aflojó todo y la sangre empezó a salir a borbotones. Lo había degollado, el hombre estaba muerto. El piso de la casilla era de ladrillo, y le habían pasado una capa fina de cemento encima. Tenía varios agujeros y por allí se escapaba la sangre.
Me levanté, todo ensangrentado. María vino a mí, me abrazó y se puso a llorar. “Me salvaste la vida - me dijo - ese tipo me iba a matar”. “Y vos la mía - le respondí - si no me lo sacabas de encima soy cadáver ahora”. Llamé a los muchachos de mi banda y quedamos en tirarlo esa noche en el Riachuelo, frente a la Villa 21. Así lo hicimos, lo llevamos en un auto robado. El grandote no tenía documentos. Martín le cortó el dedo y le quitó un anillo grande de oro que llevaba. Pedro, de un tajo, le abrió la panza y le sacó los intestinos para que no flotara. Subimos encima del puente ferroviario y lo dejamos caer. Vimos cómo se hundía en el Riachuelo.
Después de eso María siempre me venía a ver, o me pedía que fuera para su casilla. Ahí hacíamos el amor. Estaba agradecida, y me dijo que si quería podía darme parte de lo que ganaba. Yo le dije que no era gigoló, robaba autos, no necesitaba sacarle plata a una mujer indefensa para vivir. Soy criollo le dije. La cuestión que nos veíamos seguido, pero yo no estaba enamorado de María. Hacía el amor muy bien, tenía un cuerpazo, pero eso era todo. Al tiempo me empezó a aburrir. Cuando supe que Marcos estaba enamorado de ella me fui apartando.  Marcos era mi ídolo. Primero, porque me invitó al taller, y yo, que soy un bruto, empecé a sentir la presencia del espíritu en la poesía. Y después, por lo que pasó con mi hijo, que casi se muere. El lo salvó.
Le voy a contar cómo nos dimos cuenta que Marcos podía curar. Un día en un robo llegó la cana y nos empezaron a tirar. Contestamos el fuego y herimos a uno. Pudimos escapar porque teníamos un auto rápido, pero el Lombriz se llevó un balazo en el estómago. Volvimos a la Villa 31 con el herido y lo mandé llamar a Marcos. No lo queríamos llevar a ningún hospital porque nos venderían. Le dije a ver qué se le ocurría para salvarlo. Lo miró bien, estaba mal herido, y propuso llevarlo a lo de su primo, que era médico. Este lo tuvo que operar en seco, sin anestesia, le hizo un corte y le sacó la bala. Regresamos con el herido a la villa miseria y lo escondimos en una casilla. Estuvo con fiebre y delirando varios días. Marcos lo cuidaba, le daba antibióticos, lo llamaba a su primo por teléfono y seguía sus indicaciones. El Lombriz sobrevivió. Marcos se la jugó.
El Lombriz pensó que no se salvaba de ésa, y que le debía la vida a Marcos, más que a su primo. Decía que Marcos tenía un halo especial y que lo había sanado con su presencia, con su aura. Cuando le cambiaba las vendas sentía una mejoría inmediata. Yo, al principio, pensé que divagaba el Lombriz, pero la herida le sanaba rápidamente. Un día, antes de venir Marcos, yo vi que estaba roja e inflamada. Al rato llegó él, limpió la herida con alcohol, y cuando se fue la herida estaba bien, la cicatriz ya casi ni se notaba. Yo no sabía a qué atribuirlo. El Lombriz era un tipo raro, se la pasaba rezando. En mi banda no hay gente común, yo los recluté porque les vi condiciones.  A lo mejor el Lombriz tenía un santo que lo protegía, pero él decía que había sido Marcos. El Lombriz es temerario, se pensaba que no le podían hacer nada, que era invulnerable a las balas. Para tirar se paraba y exponía el cuerpo, por eso es que lo hirieron. Es un tipo con fe.
Yo también tengo fe. Le podrá parecer raro. Yo estuve encerrado dos años. En la cárcel es donde vi más gente creyente. Allí todos rezan y hablan con dios. El encierro y la miseria enseñan mucho. En la villa miseria la fe nos mantiene vivos. Aquí no tenemos futuro. Estamos más cerca de dios que los otros, él es el único que puede protegernos y perdonar todas las cosas malas que hacemos. Yo no quería ser ladrón, de chico soñaba con ser cantante. Mi madre siempre me pedía que anduviera derecho, pero me dejé arrastrar y después fue tarde. Cuando me pusieron un arma en la mano y gatillé ya estaba de este lado. Me hice jefe porque tengo talento para eso. Sé mandar, tengo la cabeza fría y los demás me respetan. Ayudo y me juego por los míos. Jamás abandono a uno en las malas.

Marcos no se sentía bien. Le habían dado un tratamiento para dejar la droga, pero la adicción era demasiado fuerte. Tomaba un pastillerío de anfetaminas baratas y de vez en cuando aspiraba coca. También se inyectaba ácido. Después de eso le empecé a conseguir coca de calidad que no le cobraba y él me agradecía. Se quedaba encerrado en su casilla por días, soñando.
Asistí varias veces a su taller de poesía. Leíamos muchos poemas sobre el dolor, sobre dios, sobre el amor, y las cosas que decía se me quedaban en la cabeza. Una vez soñé que se me aparecía Cristo y me miraba con ojos doloridos. Tenía un rictus especial en su boca, como de goce o éxtasis, y me extendía sus manos ensangrentadas. Yo sabía que ésa era la sangre que yo había derramado y él me quería salvar. Yo no decía nada, y comprendía que me había perdonado.
El Lombriz corrió la voz de que Marcos era sanador. La gente empezó a llevarle sus enfermos. Marcos no entendía bien cómo pasaba lo que pasaba. Era un hombre lleno de dudas. Yo pienso que Dios estaba velando por nosotros, y lo eligió para ayudarnos. No sé por qué lo eligió a él. Creo que no estaba preparado. Yo vi como sanaba. El quedaba consternado después de cada sanación. Le llevaban chicos y ancianos enfermos. Los tocaba en la frente, les hablaba, y al día siguiente estaban bien. Un día llegó un señor rengo con muletas, Marcos pensó que se había caído, y puso su mano sobre su frente. El hombre apoyó el pie bien y empezó a caminar. Marcos le preguntó a su acompañante que qué le había pasado, y le dijo que estaba paralítico desde los diez años. El hombre se fue caminando, llevando las muletas en la mano. Yo sé que es cierto porque yo había visto muchas veces a ese hombre en la villa y conocía a su familia. Siempre pedía limosna en la estación de trenes.
Los blancos no nos entienden a los villeros. Creen que somos gente sin corazón. Piensan que porque robamos y andamos en cosas malas (aquí hay mucha droga, prostitución), somos bárbaros, gente sin fe. Pero no, somos como ellos o mejores. Tenemos más fe nosotros que ellos. Ellos no saben lo que es sufrir. Uno puede matar, yo lo he hecho, pero no por eso soy peor que ellos. Matar no es difícil, y luego de matar uno empieza a sentir una culpa que lo lastima, y le remuerde la conciencia. Lleva uno siempre esta culpa, nadie puede estar orgulloso de haber matado.
            Yo había tenido un hijo hacía dos años con una piba de la villa miseria, una piba joven, de 16 años. Parecía más grande, porque estaba fuerte. Todo el mundo me la envidiaba, tenía unos pechos hermosos, y caminaba con gracia, moviendo las caderas. No era tan linda de cara, pero yo la quería bastante. Ella vivía en una casilla con su papá y su hijo. Yo les pasaba dinero. Cada vez que me iba bien en un robo, les llevaba algo. Ella me venía a ver seguido a mi casilla con el pibe, y se quedaba durante la noche. Le puso de nombre Juancito, y tiene mi cara, no puedo negar que es hijo mío.
Un día Elena, la madre de mi pibe, me dijo que Juancito había pasado toda la noche con fiebre, vomitando. Tenía miedo que se muriera. Quería llevarlo al hospital. Le dije que no valía la pena, que Marcos lo curaría. Ella no quería, le tenía desconfianza. Al final lo llevó al hospital y le hicieron exámenes. No le encontraron nada, pero la fiebre no cesaba, no podía comer, tenía diarrea. La verdad que se estaba muriendo deshidratado. No sé si lo habría agarrado algún parásito. Aquí en la villa miseria el agua es mala. Las mujeres hacen cola en las canillas públicas y la llevan a las casillas en baldes. Cuando falta, la municipalidad la trae en camiones cisternas. Muy pocos tienen agua corriente en la Villa 31.
Juancito lloraba, le dolía mucho el estómago. Elena estaba desesperada, y yo también, porque amo a mi pibe. Para mí es lo más grande que hay. Al otro día lo llevé a lo de Marcos. Me arrodillé frente a la casilla y lo empecé a llamar en voz alta. No sé por qué lo hice, algo me decía que estaba bien así. La gente que pasaba me miraba sin acercarse. Me tenían miedo. La puerta se abrió y apareció Marcos. Enseguida entendió. Le puso una mano en la frente a Juancito y se puso a rezar. Levantó los ojos al cielo. Los vecinos se fueron acercando y nos rodearon. Marcos me toco la cabeza y dijo, llevátelo, está curado. Todos se arrodillaron en silencio. Yo lo llevé a mi casilla y me quedé todo el día con él. La madre vino a la tarde y Juancito respiraba con naturalidad. Al día siguiente estaba bien, se reía, se levantó y se puso a jugar. Fui a la casilla de Marcos, me hinqué frente a su puerta y le di las gracias a dios. Marcos salió, le dije que mi hijo estaba salvado y que pidiera lo que quisiera, que yo le debía la vida de mi hijo. La gente miraba asombrada. Marcos me dijo que no le debía nada, que no había sido él el que lo había salvado sino dios, y que me fuera tranquilo. Así lo hice. En la noche los vecinos pusieron velas frente a la casilla de Marcos. Varias señoras se arrodillaron frente a su puerta y rezaban en voz alta. Al rato pasó el cura, miró la escena con disgusto, pero no dijo nada y se fue en dirección a la capilla.
Durante los días siguientes le llevaron enfermos de distintas edades. Su popularidad se fue extendiendo fuera de la Villa 31. Muchos sabían que curaba. El milagro más grande que hizo Marcos, como ya dije, fue sanar a un paralítico. También le trajeron a un bebé muerto para que lo resucitara, pero no lo logró.
Con la llegada de los extraños empezaron nuestros problemas. Muchos nos envidiaban y nos deseaban el mal. Los de la 21, sobre todo. Pensaban que nos creíamos mejores, porque ellos vivían junto al Riachuelo, en la basura, y nosotros en Retiro. La verdad es que éramos todos iguales, todos pobres y miserables. El que no nació en la pobreza, como Marcos, se vuelve pobre aquí. Somos como sub-hombres, mitad hombres, mitad animales. Solamente dios puede elevarnos, y por eso creo que nos eligió y nos mandó a Marcos, como prueba de que nos ama.
Yo algunas veces he pensado en meterme a predicador o hacerme cura, aunque parezca mentira. Una vez hablé con el padre de la villa miseria y se lo planteé. Le dije que había cometido muchos delitos, y le pregunté si Cristo podía perdonarme. El me respondió que Cristo perdonaba a los que tenían fe, pero que ser cura era muy complicado, había que estudiar mucho, y yo había ido muy poco a la escuela. Me dijo que mejor ayudara a la gente, que diera dinero al comedor para los chicos cuando pudiera, cosa que siempre hago.
           
            Nosotros sabíamos que los de la villa miseria 21 estaban preparando algo contra nosotros. Escuchamos rumores de que querían llevarse a Marcos, esconderlo, para que hiciera milagros para ellos. Al final lo secuestraron y ahora está muerto. Fueron ellos los que lo mataron, estoy seguro. Nos la van a pagar. Ya no tendremos otro Marcos. El padre me dijo que no nos venguemos, que dios no quiere más muertes, que mejor le construyamos una capilla con su nombre, en su memoria. Yo no me resigno. Lo secuestraron los de la banda del Alto, me lo dijo el Lombriz, y por lo menos el jefe la tiene que pagar. La capilla la vamos a construir, porque la gente de la villa miseria no lo olvida y será bueno ir a rezarle ahí. Ahora muchas señoras del vecindario venden estampitas de Marcos vestido de santo, con una túnica blanca. Juntan dinero para el altar. Dios mandó a un muchacho judío entre nosotros y nos dio muestra de su grandeza. A nosotros no nos importa que fuera judío. Era Cristo el que lo guiaba. El padre me dijo que eso prueba que dios nos ama. El sabe que Marcos curaba, le consta que hacía milagros. Cree que Marcos fue el vehículo divino mediante el cual se manifestó la voluntad de dios.

El cura de la villa

Marcos es un caso raro. Yo hace años que me vine a vivir a la villa miseria. Tuve que convencer al Obispo, un hombre muy político, para que aceptara mi pedido de traslado a la capilla de la Villa 31. Me decía que yo era un cura joven, con talento, y que haría una buena carrera en la curia, que había muchas posiciones importantes esperando para un cura como yo. Pero yo lo que quería era estar junto a los pobres en la villa miseria. Siempre creí que la pobreza redime, y vuelve mejor a la gente. Era un poco idealista e inocente, debo reconocerlo. Al tiempo de estar aquí me empecé a horrorizar de las cosas que veía. Al principio yo no quería tranzar con nadie, pero el que no negocia y se cree mejor que los demás aquí no sobrevive, ni siquiera siendo cura.  Había algunos hippies que se habían venido a vivir a la villa. Eran jóvenes de clase media. Yo les llamaba los “exiliados”. Eran marginados, casi todos drogadictos, gente con problemas mentales, como Marcos. Escapaban de algo, de la buena sociedad creo. Preferían vivir en la mugre. En el fondo eran como yo.
Yo buscaba a dios cerca de los pobres. Los exiliados buscaban otra cosa. ¿Qué? En el caso de Marcos creo que buscaba su salvación en el arte, en la poesía. Para él la poesía representaba algún tipo de verdad trascendente. No era un muchacho particularmente religioso. La poesía era lo único que le interesaba. Creía que el mundo de la literatura era autónomo y brillaba allá arriba, con una fuerza espiritual propia. Le gustaba meditar y no hacer nada, era una especie de gurú perdido en la basura de Sud América. Los que le pusieron “Mesías” de sobrenombre creo que acertaron. Se engañan los que lo quieren considerar santo. Sí creo que dios lo eligió para manifestarse entre los pobres. Aunque al principio me resistí con rabia e incredulidad, que dios me perdone. Aún me resulta extraño aceptar este caso. Porque dios lo eligió a él, un muchacho judío bastante común. De no haber sido por su drogadicción no hubiera venido a la villa miseria. Su relación con María era enfermiza: María es una prostituta. Yo luché para que dejara esa vida y saliera de la Villa 31, pero aún no lo logré. Insisto en que este caso es un gran misterio: Marcos era un muchacho de clase media, que le gustaba la literatura, como a tantos otros. Ahora que lo asesinaron los demás le atribuyen virtudes imaginarias. Era uno de esos jóvenes que se creen superiores porque han leído unos pocos libros. Me consta sin embargo que sufría, y quizá eso pueda redimirlo. Quisiera que nos fuéramos olvidando de todo esto y la vida volviera a lo que era antes.
            Marcos se metía en problemas. Lo tuve que defender. Un día me mandó a llamar el Obispo, y me preguntó cuál era mi relación con el judío impostor que curaba. Yo le dije que ninguna, que era un pobre muchacho drogadicto. Me preguntó si le ayudaría a denunciarlo por mala práctica de la medicina, para que lo llevaran preso. Yo le dije que sería un gran error hacer eso, porque los villeros lo querían y lo creían un santo. Le demostré que sólo era un pobre tipo trastornado, y que no había motivos para preocuparse. No le hacía mal a nadie. El Obispo me preguntó si realmente curaba, si yo pensaba que curaba. Me quedé en silencio.
-¿Ud. lo vio curar? – insistió el Obispo.
Bajé la vista y le respondí que sí.
-¿Cómo cura?- me dijo.
Le expliqué que decía unas palabras y le ponía la mano en la frente a los enfermos. Me preguntó si sabía dónde lo había aprendido y si recibía dinero por lo que hacía. Le dije que no sabía dónde lo había aprendido, pero que no cobraba, aunque muchos le llevaban cosas, comida y botellas de cerveza. Le conté lo del paralítico, porque todos hablaban de eso. El Obispo me dijo que no era posible. Yo le respondí que el Cholo, amigo de Marcos, lo había visto.

- ¿Y quién es el Cholo? – me preguntó el Obispo.
Le dije que era un ladrón muy conocido en la Villa.
- ¿Y Ud. le cree a los ladrones? – me censuró.
La cuestión que el Obispo se disgustó conmigo, quería que lo vigilara y consiguiera más información. Pero yo no estaba en la villa para ser vigilante. No es mi trabajo. Mi misión es ayudar a los pobres, acercarlos a Cristo.
            Para el que nunca vivió en una villa miseria es difícil entender esta situación. La villa miseria es como un pueblo, como una aldea dentro de la ciudad. Aquí los pobres se sienten protegidos, la policía no entra fácilmente. Para los que viven en la villa, la ciudad es un territorio peligroso. Es el lugar donde se ganan la vida en condiciones penosas. No es que la villa miseria sea un lugar fácil, pero la gente es bastante solidaria, gracias a eso sobreviven. Se ayudan todo lo que pueden. Hay mafiosos que operan dentro de la villa, es cierto, pero son una minoría. No se puede acusar a todos por los delitos de unos pocos.
            Los de la pandilla del Cholo cambiaron mucho después que conocieron a Marcos, y terminaron reverenciándolo. No quiero decir que sean buenas personas o que sean inocentes. Son unos delincuentes. Pero Marcos ayudó a que se acercaran a dios. No puedo negarme a que construyan una capilla aquí y la nombren San Marcos. María cree que Marcos verdaderamente amaba a Cristo. Su argumentación no me resulta muy convincente. Dice que fue Vallejo el que le enseñó el verdadero sentido del cristianismo. A mí nunca me lo manifestó de manera directa, aunque hablamos muchas veces.
            Yo estoy disgustado con esta situación y si esto no cambia pediré al Obispo mi traslado. Yo he practicado la caridad cristiana viviendo entre villeros. No he venido a la villa a hacer política. Reconozco que Marcos era compasivo como un cristiano y amaba a la gente, pero no me consta que quisiera convertirse al cristianismo. A la gente de la villa poco le importa lo que él era o quería, lo vieron curar. María dice que dios curaba a través de él. Fue un elegido de dios. La verdad que esto nos crea un verdadero problema doctrinal. Todo hubiera sido más fácil si hubiera sido católico. Encima lo asesinan, y todos lo consideran un mártir. Quizá María, que lo conoció mejor, debería testificar ante el Obispo. Si cree que se había convertido al cristianismo, debe demostrarlo.

Facundo, el puntero peronista

En un principio no me interesaba la política. En la villa miseria me hacía respetar y me tenían miedo. Me había hecho fama de guapo. Yo era el que organizaba los partidos de fútbol. Aquí se juega al fútbol por plata. Organizamos partidos contra equipos de otras villas miserias. Se apuesta fuerte. Tenemos muy buenos jugadores, y no permitimos que los clubes grandes nos los roben. Si se los quieren llevar, tienen que pagarnos. Tenemos nuestra propia barra brava. Yo soy el jefe. Lo máximo para nuestros muchachos es entrar un día en Boca. Aquí somos todos boquenses, igual que los de la Villa 21. Yo soy el que nombra al director técnico todos los años. Al director técnico se le paga un buen sueldo y ocupa gratuitamente una casilla de material en la villa.
Los de la Unidad Básica de Retiro se fijaron en mí y me vinieron a hablar. Querían que hiciera de puntero y llevara a votar a la gente en las elecciones. Me dijeron que tenía liderazgo y debía aprovecharlo para ayudar al pueblo. Lo primero que hice fue recaudar fondos. La política depende de la plata, y si uno no demuestra que tiene apoyo local ni siquiera puede abrir la boca. Yo hablé con los jefes de las bandas de narcotraficantes y de ladrones que tenían a la 31 como “base de operaciones”. Algunos colaboraron por compromiso y otros, como el Cholo, que me aprecian y son amigos míos, apoyaron la idea de que me metiera en política.
La banda del Cholo se dedica al robo de vehículos. Los entregan en los desarmaderos fantasmas de Villa Domínico y les sacan bastante plata. Hacen buen negocio. La policía ha agarrado a varios de sus hombres, que están presos, pero ellos siguen, no tienen miedo. Eso es típico de esta Villa: los de la 31 somos valientes. A mí me llaman Facundo, pero mi verdadero nombre es Alberto. El cura me empezó a llamar Facundo y el nombre me quedó. Dice que me parezco a Facundo Quiroga, que soy bravo como él. Todo empezó un día que se organizó una pelea barrial a cinco rounds contra un tipo de la Villa 21 que decía que era invicto y nunca le habían ganado. Yo peleé por la 31 y lo molí al otro, le di tantas piñas que lo dejé medio tonto. Me había entrenado mi vecino, que de joven fue boxeador profesional. En esa pelea se apostó fuerte, y con lo que gané viví varios meses sin hacer nada. Los de la Unidad Básica fueron a ver la pelea y fue allí que me conocieron.
En la villa miseria operaban otros partidos, sobre todos los comunistas y los de Macri, pero los peronistas tenían mayoría. Los de la Unidad Básica me eligieron a mí porque necesitaban un buen puntero, ya que el viejo Nuñez, que era el puntero anterior, había caído preso por robar material para la construcción de un depósito del gobierno. Garabito, uno de los líderes de la Básica de Retiro, me llamó a su despacho. Lo había impresionado el respeto que me tenían en la villa miseria, y cómo me relacionaba con las bandas. Me prometió bastante. Me dijo que me podían conseguir escrituras de varios terrenos de la villa, y que yo iba a recibir una parte en su venta. Ya eso era algo serio y tenía futuro. Me imaginaba propietario de varios terrenos. Hice una reunión con la gente influyente de la villa miseria. Llamé a los jefes de las bandas y a los comerciantes que tienen puestos, mercaditos, almacenes, panaderías. Tuve un apoyo unánime, y enseguida empezó a correr el dinero.
Formé nuestra propia Unidad Básica en la 31. Me nombraron Presidente. Recaudábamos una cuota de los miembros y repartíamos planes. Los vecinos que no tenían trabajo nos pedían ayuda. A cambio yo los llevaba a todas las manifestaciones que hacía el Partido. El jefe del distrito me llamaba y me decía: hoy cortamos la 9 de Julio, hoy vamos a la Plaza de Mayo, hoy apoyamos a los camioneros que hacen un paro y nosotros, siempre solidarios, allí íbamos. Cuando hacíamos actos en la villa miseria el jefe del distrito de Retiro venía a apoyarnos. Nos había prometido que iban a pavimentar las calles principales y nos iban a poner cloacas. Parece que va a tomar un poco de tiempo, pero, a la larga, lo van a hacer. Los peronistas lo podemos todo. Somos un partido invencible.
Yo me crié en el Chaco y sé lo que es sufrir, lo que es pasar hambre. Vine a Buenos Aires de adolescente. Primero viví en un conventillo con mis viejos en La Boca. Después me escapé de mi casa y me vine para la villa miseria. Siempre hacía changas. Yo no robaba. Un político me dio trabajo de guardaespaldas, porque yo no le tenía miedo a nadie. De chiquito ya me gustaba pelear. Me agarraba a piñas con todos los pibes en el pueblo. Me tenían miedo y ya ninguno quería pelearme. A veces les decía que se animaran, que si me ganaban les pagaba. Pero no se tenían confianza. Mis piñas eran como pedradas, les dejaba toda la cara arruinada. Para pelear lo más importante no es la fuerza, es la determinación. El no achicarse. Eso uno lo aprende de los criollos. El no bajar la cabeza. Aquí en la Villa 31 hay mucha gente así. El Cholo es uno, ese pibe va a llegar lejos. ¿Ud. Sabe que canta cumbias? Marcos le enseñó a escribir canciones y poemas. Es un tipo simpático y tiene alma de romántico. Algún día va a formar su propio grupo musical y ganará dinero con la música.
Pensé en invitarlo a trabajar conmigo en la Unidad Básica, proponerlo como consejal, pero no me conviene meter ladrones. Me pudriría a la gente. Si alguna vez deja de robar, antes de que lo encierren o lo maten, va a poder hacer carrera en la política. Tiene voluntad, tiene instinto. Andar en la política no es fácil. Dicen que los políticos aprendemos, pero no es cierto. Nacemos para esto. Yo me convencí al poco tiempo de meterme en la política que esto era lo mío. No lo sabía, pero yo nací político. Me gusta estar con la gente, dirigir. Antes quería dominar, hoy prefiero ayudar. El cura me aprecia, y también las mujeres del comedor para chicos. En la villa miseria somos mucho mejor de lo que se creen, somos solidarios, si no, no podríamos sobrevivir.
Pero Ud. me preguntaba de Marcos. Perdone que me haya ido por las ramas. Lo que pasa es que puedo agregar poco. ¿Qué quiere que le diga? Ya todo el mundo sabe de Marcos. Yo no puedo afirmar ni negar. Darle mi opinión sí puedo: todo lo que se dice de él es cierto. Vino aquí por la droga, estaba perdido. Pero después que conoció a María, cambió. Ella lo salvó. Ella hacía la calle para traerle plata y comprarle anfetaminas. Ella ponía el cuerpo para que él estuviera ahí tirado. Ella también se drogaba, pero menos. El tenía un vicio fuerte. Se pasaba los días perdido, tirado en la puerta de su casilla, todo sucio, sin comer. Miraba a la gente como si viera pasar fantasmas. María, con la ayuda del cura, lo metió en un programa de metadona para sacarlo de la droga. Yo no sé si María lo quería como mujer, ella es mucha mujer para él, yo creo que se había encariñado porque lo veía débil, era como su hijo, lo protegía, le tenía lástima. También lo admiraba porque era poeta.
Cuando empezó a dar clases de poesía se hizo famoso. Le sacaba la gente al cura, ya nadie quería ir a la capilla a estudiar la Biblia. Las mujeres preferían ir a la clase de poesía. Decían que sus poesías siempre hablaban de dios. Yo fui a una, invitado por ser el jefe de la Unidad Básica. Leyó la poesía de un tal Vallejo, y la verdad que sí me impresionó. El poema hablaba de un muchacho que se enamoraba de una chica, y decía que ella se había crucificado a él, se abrazaba a él como a una cruz. Cuando él leía había gente que lloraba, eso es lo que más me impresionó. Yo nunca vi llorar a nadie en la capilla, pero en esa clase de poesía lloraban.
Entonces empezó todo eso de las curaciones. Un día hirieron gravemente a un hombre del Cholo. Cuando balean a alguien de la villa miseria nos arreglamos como podemos. A veces las enfermeras del dispensario médico ayudan. Si los llevamos a un hospital público fuera de la villa miseria los denuncian y van presos. El Cholo fue a pedirle ayuda a Marcos y éste llevó al herido a lo de un primo de él que era médico. Le sacó la bala, pero así y todo se estaba muriendo. Parece que Marcos empezó a rezar y el herido se salvó. Ud. sabe cómo es en la villa, las noticias corren. Después, una señora llevó a su hijo, muy enfermo, para que lo curara, y el chico se recuperó. De allí en más fue como un reguero de pólvora. También curó al hijo del Cholo. Ya la gente hacía cola para traer sus enfermos, y hasta lisiados. El no cobraba nada ni aceptaba dinero, pero le traían regalos. Si era comida se la daba a las madres del comedor. Ahí se armó lío con el cura, que la verdad le tenía envidia. Después se hizo amigo de él, y lo aceptó, porque él también empezó a creer en Marcos. El único que no creía en Marcos era Marcos, en el fondo nunca dejó de ser un drogadicto, aunque ya no se drogara tanto. Tenía la cabeza medio volada. El poder a él le venía de afuera. Era como si una mano mágica, un ángel, lo hubiera tocado. El no era más que el instrumento. Como era judío al principio nadie se animaba a decir que era santo. Le decían el mesías. Pero después que curó al paralítico, que se fue caminando, ya todos decían que era santo.
Empezó a venir gente de afuera para que los curara, y eso fue lo que nos perdió. De no haber sido por eso hoy no estaría muerto. Los que no son de esta villa miseria nos quieren ver sufriendo, cuando estamos en la mala disfrutan, y si algo bueno nos pasa buscan la manera de jodernos. Eso es lo que ocurrió con los de la Villa 21 de Barracas. La verdad es que somos rivales. Un partido de fútbol entre ellos y la villa nuestra es como una final de Boca y River. Cuando supieron que teníamos un santón que curaba empezaron a enviar gente a ver si era cierto, y después se organizaron para robárnoslo. Ya sabe cómo fue, lo secuestraron. A los pocos días lo encontraron muerto. El Cholo dice que sabe quién lo mató. Se habrá negado a quedarse a vivir con ellos en la 21, o a lo mejor lo pusieron a curar y allá no pudo. Quizá sólo podía curar aquí, era un don que dios le había dado sólo para que sanara en la Villa 31.
            El cura me preguntó si yo iba a colaborar para construir una capilla en la villa, que se va a llamar San Marcos, en honor a él. La gente quiere enterrarlo allí, para que se lo pueda adorar como se debe. Yo estoy de acuerdo y le dije que sí. Nos hace falta un santo nuestro. El cura me aseguró que Marcos había tenido una transformación profunda, un día hablaron de Cristo y le dijo que creía en él. No sé si será cierto, da lo mismo, ya nadie va a convencer a los de la Villa 31 que Marcos no es un representante de Cristo en la tierra.

Sergio, el padre de Marcos

Me mataron a mi hijo mayor. Para mí es el final de todo, ya la vida no tiene sentido. Fracasé como padre, no me lo voy a perdonar nunca. Me quedé viudo cuando mis hijos eran chicos, los crie lo mejor que pude. Marcos era un pibe tranquilo, tímido. Le gustaba mucho ir a la sinagoga conmigo. Yo nunca fui un individuo muy creyente, soy un judío liberal, pero siempre respeté mi religión y asistía a los servicios con mi familia. De joven era sionista. El rabino de mi sinagoga me aprecia. Tengo casi sesenta años. Mi generación fue muy rebelde, queríamos hacer la revolución. A los veinte años apoyé a los Montos, habían unido el nacionalismo al marxismo, pero después que murió Perón sufrimos una derrota terrible, fue una carnicería. Los dirigentes no habían entendido bien al pueblo argentino. Yo dejé la política, me metí en el negocio de mi viejo, soy un buen judío, ayudo a la comunidad.
Mi colectividad ha padecido lo indecible, entendemos el dolor humano. Yo no condeno a mi hijo. Me dicen que renegó del judaísmo, pero sé que no es cierto. Que le gustara Cristo no me extraña, ¿a quién no le gusta? Enseñaba el amor y la compasión, que es lo que todos necesitamos. Los judíos vivimos esperando que nos liberen. Para mí Cristo no era el verdadero mesías. Que ahora llamen mesías a mi hijo me resulta ridículo. La gente de la villa miseria es muy fantasiosa. Y que lo consideren un santo me parece una barbaridad. Aseguran que sanaba, no lo sé, ¿no estaremos retrocediendo y volviendo otra vez a la barbarie?
Este país es algo curioso, siempre nos debatimos entre la civilización y la barbarie. Yo elijo la civilización, por eso de joven era revolucionario. Marx sabía que la sociedad iba a seguir evolucionando. Un día todos seremos libres. En ese mundo, las luces, la razón, la historia, van a ser más importantes que la religión. María, la novia de Marcos, asegura que en la villa se hizo muy religioso. María es una mujer de oficio dudoso, no la considero honesta. ¿Qué hace viviendo en la villa miseria? Sus padres son ricos. Dicen que está escribiendo un libro sobre Marcos y que defiende la idea de que era un santo. Lo único que falta es que mi hijo, un judío que nunca renegó de su religión, resulte canonizado.
María se contagió de la barbarie de la Villa 31. Ella influyó en Marcos. Lo fueron cambiando. Sarmiento no decía civilización o barbarie, él decía civilización y barbarie, en este país conviven las dos cosas. Yo nunca lo acepté, yo apuesto por la civilización, como muchos argentinos. Mi hijo descreía de los valores de la sociedad moderna y se fue a vivir a la villa miseria. ¿No habrá sido la influencia del populismo peronista? Exaltan al pueblo de manera desmedida, y… ¿qué es el pueblo? ¿Yo no soy pueblo acaso?
En un principio yo le eché la culpa a la droga por todo lo que le pasaba a Marcos. Le pedí que se fuera de casa…no podía aceptar que mi hijo fuera un vago y un drogadicto. Siempre me robaba plata, compraba cosas con mis tarjetas de crédito falsificando mi firma. Se la pasaba encerrado en su cuarto. No quería trabajar. Le gustaba leer, eso sí, es herencia de familia. Siempre hemos sido buenos lectores, intelectuales, como gran parte de la comunidad judía. Para nosotros la educación es lo más importante. Por eso no puedo aceptar la barbarie de la villa miseria, que los peronistas fomentan.
Marcos se fue a vivir allí porque en el fondo me odiaba… Quiso castigarme porque lo eché de casa. ¿Pero… que iba a pasar con mi hijo menor si él no se iba? Hice lo que pude para que dejara la droga. Había sido un buen estudiante de letras. De chico quería ser escritor. Lo mandé a un sicólogo después que murió la mamá, pero me decía que no lo entendía. Lo cambié a otro psicólogo de la colectividad. Tampoco quiso seguir. Nunca encontró un analista que le viniera bien. El psicoanálisis lo hubiera salvado. Lo interné en una clínica para que lo desintoxicaran, pero se escapó y volvió a drogarse.
Cuando se fue de casa siempre temí que un día pudieran encontrarlo muerto. El mundo de la droga es un infierno. Y en la villa miseria se fue a juntar con María, también drogadicta, un alma gemela a la suya. Estudiante de antropología. Su familia es de la oligarquía de Barrio Norte. La han negado completamente. Para ellos María está muerta. Lo de la droga podría pasar, pero saben que es puta, todo el mundo lo dice. Y vivir en la villa miseria es lo último que podía hacer.
Me dijeron que María odiaba a su madre. Ese es el origen del problema para mí. Yo creo que Marcos también me odiaba. No sé por qué, siempre hice todo lo que pude por mi familia. Se volvieron contra sus padres, como si fuéramos unos monstruos fascistas. Así somos los argentinos, nos rebelamos contra la autoridad, no importa cómo sea. Somos un país adolescente, pero… ¿por qué me tocó a mí pagar este precio? ¿Por qué a mí? Perder un hijo, es lo peor que podía pasarme. Que dios me perdone, pero no lo entiendo.  

             Publicado en Revista Carnicería.  Julio 2015. Web.