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miércoles, 25 de octubre de 2017

Borges, la ética y la dominación colonial


                                                           Alberto Julián Pérez ©


Jorge Luis Borges presentó en sus cuentos varias historias cuyas tramas se desarrollaban dentro de un mundo dominado por un poder colonial. En estas las circunstancias de la dominación resultaban determinantes en su desarrollo. Los personajes se enfrentaban a problemas morales y espirituales derivados de los conflictos de intereses y valores con el opresor. Los problemas éticos y religiosos planteados, delimitados por la situación histórica, excedían el marco de lo personal. La sociedad dominada luchaba por su sobrevivencia en una situación extrema de crisis.
En estos cuentos Borges caracterizó a la cultura dominada desde una perspectiva religiosa, antropológica y, sobre todo, literaria. Nos introduce en su mundo espiritual y cultural, y muestra la relación desigual de poder entre colonizador y colonizado. Revisa paralelamente un tema crucial de la cultura argentina: el de la civilización y la barbarie. Borges criticó el concepto argentino de civilización, derivado del concepto europeo decimonónico. Durante sus aventuras colonizadoras en Asia y África, los europeos afirmaban que se proponían llevar la civilización europea a países atrasados y bárbaros (Ashcroft 22-35). Sarmiento empleó este concepto al estudiar las guerras civiles argentinas y analizar la relación entre la cultura urbana, la cultura gaucha y los pueblos indígenas en su conocido Facundo (Pérez, “El país del Facundo”… 19-29).
En los cuentos que voy a comentar Borges simpatiza y se identifica con el oprimido. El dominador recurre a la violencia para dominar y someter a los subalternos. Estos se defienden y resisten, apoyándose en la vida espiritual de su comunidad. El dominado utiliza su saber para tratar de hacerse justicia y restablecer el equilibrio social. Estos personajes son individuos inseguros, limitados, sufrientes. Su fe y su sentido de la moral los lleva hasta el último sacrificio para defender sus valores.
Borges mantuvo a lo largo de su vida una relación cambiante y conflictiva con la política de su tiempo. Asumió un compromiso ético como individuo, cuando lo creyó necesario, ante lo que consideraba bueno o malo, defendiendo sus valores. Para él la política y la ética estaban separadas. Se mostró escéptico frente a la política, a la que juzgaba dominada por intereses temporales egoístas. Pasó de asumir una posición nacionalista relativamente progresista en su juventud, cuando fue miembro de la juventud Radical Irigoyenista, a una postura política opositora durante el primer gobierno popular de Perón, y a una posición conservadora y antidemocrática en su edad madura (Balderston, “Políticas de la vanguardia…” 37-40). Durante la Segunda Guerra Mundial simpatizó con la causa Aliada pro Británica y denunció la política genocida antijudía nazi, tanto en artículos y ensayos como en sus cuentos.
En los años que siguieron al golpe de estado militar que derrocara al gobierno constitucional y democrático del General Perón en 1955, Borges aceptó favores y prebendas de la dictadura militar, junto a otros escritores e intelectuales antiperonistas, como Ezequiel Martínez Estrada, José Luis Romero y Ernesto Sábato (Hernández Moreno 184). En momentos en que muchos profesores universitarios eran dejados cesantes por el gobierno, Borges fue nombrado profesor de la Universidad de Buenos Aires y Director de la Biblioteca Nacional (Woodall 254-6). No apoyó la Resistencia Peronista ni le reconoció ninguna legitimidad. No denunció los crímenes de la dictadura de Aramburu ni de los sucesivos gobiernos militares anticonstitucionales. Consideró a los militares defensores de la nación y salvadores de la patria. Excepto en su juventud, cuando apoyó al partido Radical, Borges no se involucró directamente en actividades políticas partidarias y defendió la autonomía de la profesión literaria frente a cualquier presión social. Durante el primer gobierno de Perón sí participó en la vida política cultural. Fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores de 1950 a 1953. La SADE era una organización antiperonista y su programa de actividades era “más político que literario” (Woodall 235-6).       
            En sus cuentos los individuos manipulan la política y la historia según sus intereses. Ninguno de ellos puede escapar, sin embargo, a sus responsabilidades éticas. La cuestión ética es la última prueba para el ser humano. Sus personajes se enfrentan con su conciencia y con su dios. Son seres representativos de la vida y la experiencia espiritual de su comunidad. En “El hombre en el umbral” Borges presenta dos puntos de vista en conflicto: el del colonizador y el del colonizado. El personaje clave en la narración es un anciano de turbante, vestido con harapos, sentado en el umbral de una casa, a quien “los años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia” (O. C. 613). Ese umbral separa dos espacios y va a separar dos tiempos: el pasado de la historia y el presente de la narración. Al final del cuento descubrimos que el viejo controla el tiempo: su narración de otra época le sirve para detener y confundir al investigador privado que buscaba a Glencairn, el “hombre fuerte” a quien el gobierno imperial inglés había enviado a India para reprimir la rebelión contra la autoridad colonial. Mientras él lo entretiene con su historia en el umbral de la casa, dentro el pueblo juzga a Glencairn por sus crímenes, lo condena a muerte y lo ejecuta.
En este cuento, Glencairn es un personaje que simboliza la política represiva del colonialismo inglés en India: es el funcionario cruel y odiado por la gente (Rosemberg 243-4). Después que lo secuestran, interrogan a los que pudieron haberlo visto, pero todos guardan silencio. El pueblo de India es multiétnico. Conviven individuos de diferentes religiones: musulmanes, sikhs, indúes, judíos. El colonialismo, demuestra Borges, es un sistema brutal y opresivo. El autor simpatiza con la India y su cultura milenaria. El viejo impide que Dewey, el investigador y narrador, salve de la muerte a Glencairn.
El magistral relato del anciano, la historia del antiguo funcionario y juez juzgado por un loco, le interesa tanto al investigador enviado por el gobierno inglés, que no puede moverse del umbral, tiene que escuchar la historia hasta el final. Quien hablaba por la boca del loco, indica el viejo, era dios. La literatura aquí es aliada de la justicia. El cuento, tal como se anuncia en el principio de la narración, teje una relación intertextual con Las mil y una noches. En ese libro el rey se propone matar a Scherazade, pero sus historias lo seducen y salvan su vida. La narración del viejo en “El hombre en el umbral” atrapa al investigador y les da tiempo a los conjurados para juzgar a Glencairn y ejecutar la sentencia. El pueblo se venga de los crímenes cometidos por la administración colonial.
Borges construye las dos historias “en abismo”. El viejo dice que los hechos que cuenta habían ocurrido hacía muchos años, cuando él era un niño, pero son un espejo de lo que está pasando en esos momentos en el interior de la casa. Borges describe el mundo dominado por los intereses económicos y políticos coloniales como un mundo terrible. El colonizador no se compadece del colonizado, que se mantiene fiel a sus mayores, a su dios o dioses, y a sí mismo. [1]
            En “El informe de Brodie”, cuenta una historia que nos lleva al Africa negra durante el siglo XIX, cuando ingleses, holandeses, belgas y franceses se disputaban la conquista y colonización del continente. Se trata de un relato enmarcado con dos narradores. El primer narrador, “Borges”, encuentra casualmente el informe del misionero escocés presbiteriano Brodie dentro de un ejemplar de Las mil y una noches editado en Inglaterra en 1840. Dice que el libro, que había pertenecido al misionero, tenía anotaciones manuscritas en los márgenes, y a él le parecía que Brodie se había interesado más en el mundo del Islam que en los cuentos de Scherazade. En el informe, el misionero escocés habla sobre un grupo de nativos muy primitivos, los Mlch, con los que había convivido. Los denomina “Yahoos”, para “que sus lectores no olviden su naturaleza bestial” (O.C. 1073). Borges intencionalmente crea una relación intertextual con el nombre de los personajes primitivos que describe el escritor escocés Jonathan Swift en su relato Gullivers´Travels. La investigadora Annette Leddy comparó a ambos escritores, y los juzgó con bastante dureza. Para Leddy tanto Swift como Borges eran misántropos, creían que el ser humano era incapaz de libertad y de justicia, y no se compadecían de los sectores sociales más vulnerables. Dice que ambos autores tenían su propia “política cultural” (Leddy 113). Señala el paralelo entre el personaje de Borges y el misionero escocés Livingston, que realizó viajes al África en la segunda mitad del siglo XIX. Para ella, Brodie defiende la misión de la civilización europea y apoya la dominación colonial. Yo personalmente no estoy de acuerdo con esa afirmación. Para mí Borges nos muestra al personaje desde una perspectiva irónica. [2]
En la primera parte de su informe Brodie describe a los Yahoos como un pueblo primitivo, “bárbaro”: hacían el amor en público y se ocultaban para comer, vivían en la oscuridad y en el lodo, se alimentaban de cosas fétidas, no tenían memoria del pasado, podían predecir el futuro, se divertían viendo peleas de gatos y presenciando ejecuciones, equiparaban a sus poetas a dioses y trataban de matarlos, veneraban al dios Estiércol. Al final del cuento, sin embargo, el personaje hace un paralelo entre el carácter de las instituciones bárbaras de los Yahoos y las instituciones civilizadas inglesas, y contradice su propio argumento. Demuestra al Rey de Inglaterra, destinatario del informe, que ese mundo primitivo era en realidad análogo al mundo civilizado. Sus hábitos eran un reflejo deformado y a veces contrapuesto de los nuestros. Sus instituciones eran semejantes a las europeas. Tenían un sistema de gobierno monárquico, un lenguaje basado en conceptos genéricos, creían en la raíz divina de la poesía, pensaban que el alma sobrevivía a la muerte del cuerpo, creían en los castigos y recompensas, y, por lo tanto, representaban “la cultura”. Le pide al Rey que los “salve”, que los proteja, ya que son seres humanos tan valiosos como los europeos y semejantes a ellos.
            En este cuento Borges critica al imperialismo inglés y defiende la humanidad del subalterno. Su crítica es moral y cultural. En “El hombre en el umbral” se había puesto de parte del viejo cuentista y de la cultura india, mostrando la capacidad de resistencia de los nativos, que se unían contra el poder colonial, pasando por encima de sus diferencias religiosas y étnicas; en “El informe de Brodie” convence al lector de que las categorías de “civilización” y “barbarie” son relativas: el que se cree civilizado observa a los otros pueblos según sus valores, a los que considera universales, mientras ve los del pueblo observado como primitivos y bárbaros, restándoles legitimidad. Si compara, sin embargo, los valores e instituciones del otro pueblo con las propias, de inmediato descubre las semejanzas. La civilización colonial es intolerante, excluye el punto de vista del dominado y esa intolerancia los ha llevado a la destrucción de otras culturas y al genocidio. [3]
            Otros dos cuentos en que Borges defiende la idea de la humanidad del subalterno y del oprimido son “La escritura del Dios” y “El etnógrafo”. En “La escritura del Dios” muestra la violencia de la colonización española en América. El sacerdote del dios Qaholom, Tzinacán, narrador de la historia, cuenta que su pueblo fue brutalmente atacado por los españoles. El conquistador que lo atacó, Pedro de Alvarado, había sido uno de los líderes más crueles de la guerra de conquista (Balderston, Out of Context 72-4). Alvarado fue quien sometió a Guatemala. Tzinacán cuenta las torturas que sufrió de parte de los invasores para que revelara donde tenían escondidos los tesoros. El sacerdote resistió la tortura y guardó el secreto. Alvarado lo condenó de por vida a una cárcel de piedra. El conquistador no respetó al pueblo vencido, ni a su religión. Sólo le interesaba el oro.
            Tzinacán, en la cárcel, no pierde fe en su dios. Busca su mensaje, quiere hallar la frase mágica, que Qaholom escribió para su pueblo, sabiendo que se avecinaban momentos trágicos. Piensa que puede estar escrita en la piel del jaguar que está frente a su celda. Ese animal era uno de los atributos del dios. La frase mágica podía salvar a su nación. Era una fórmula de catorce palabras. El sacerdote tiene una visión. Ve una rueda que contiene el universo. Observa infinitos procesos y puede comprender la frase escrita en la piel del jaguar. Se siente todopoderoso, sabe que puede cambiar el curso de la historia, pero se niega a hacerlo. Dice que para quien “ha entrevisto el universo” la vida de un individuo no puede ser importante, “aunque ese hombre sea él” (O.C. 599). El sacerdote ahora “es nadie”. Borges dice que usó en este cuento argumentos cabalísticos (O.C. 629). Le había impactado la idea de la cábala de que la palabra de dios podía estar cifrada en un texto, y un individuo podía descifrarla. [4]
            En el cuento “El etnógrafo” Borges lleva a su lector al mundo del oeste norteamericano. El personaje principal es un estudiante universitario de etnografía, que tiene que hacer una investigación y escribir una tesis para completar su doctorado. Se pone de acuerdo con su profesor y va a vivir con una tribu de indígenas en el sudoeste de los Estados Unidos. Se propone descubrir el “secreto” de su religión y escribir sobre él. El estudiante convive durante dos años con los nativos, aprende su lengua y logra que su “brujo” le confíe el secreto de sus creencias. Ahora debe contar el secreto a su comité de tesis. Esto le crea un dilema moral al personaje: si escribe sobre el secreto de la tribu, destruye una condición necesaria de su religión. Solo los iniciados pueden conocer la doctrina secreta. Al regresar a la universidad se entrevista con su profesor y le comunica su decisión: no va a revelar el secreto de la tribu, a pesar que lo conoce. Esto significa que no podrá recibir su doctorado ni terminar su carrera. No va a ser en un futuro profesor universitario ni investigará para una universidad. Cuándo su profesor le pregunta por qué, este le explica que lo más importante no es el contenido del secreto, sino la experiencia de llegar a él. En sus propias palabras: “El secreto…no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.” Lo que aprendió con los nativos tiene un valor universal; dice: “Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.” (O.C. 990).
La posición del personaje obliga a los lectores a reconsiderar sus ideas sobre el mundo de las culturas indígenas del sudoeste norteamericano. Borges reafirma el valor de las creencias del subalterno. El estudiante blanco aprendió el secreto de su religión, pero además creó un vínculo de solidaridad y pertenencia con la tribu. Ese vínculo se mantiene aunque él ya no viva con ellos. El desarrollo espiritual que tuvo gracias a su convivencia con los indígenas es algo que lo acompañará siempre, adondequiera que vaya. Borges condena la actitud etnocéntrica de las culturas dominantes frente a las culturas nativas, y afirma la sabiduría espiritual de estas últimas. La historia de “El etnógrafo” concluye de una manera ejemplar: Fred Murdock, su personaje, que ha renunciado a la vida académica, trabaja como bibliotecario en la Universidad de Yale. Se convierte en protector y guardián del saber universal.[5]
            El hombre debe elegir entre el bien y el mal. Cada individuo tiene una responsabilidad para consigo mismo y para con sus iguales. [6] Los seres humanos de cada cultura se relacionan con su realidad y se abrazan a su fe.[7] Las ideas son hechos capitales en la vida de los seres humanos. Gradualmente se hacen parte de ellos y conforman su identidad. Este hecho, muchas veces, ha tenido consecuencias trágicas y ha decidido el destino de un individuo y de una nación. [8]
            Borges, el metafísico, el escéptico que no creía en la idoneidad de los hombres para manejar el poder y ser justos, que desconfiaba de la política, de la que se sentía víctima, y de los sistemas políticos con los que estuvo en conflicto, era sin embargo un escritor de profundas convicciones morales (Bosteels 251-2). Su ética tenía más en común con la moral protestante individualista que con la católica. El individuo debía enfrentarse con su conciencia y con su dios. El escritor, demostró Borges, es siempre un incomprendido. La comunidad suele considerarlo un ser mágico, un genio o un prodigio, capaz de comunicarse con los “espíritus”, y hace su catarsis a través de él.
            Borges veía al hombre como un ser dividido. Esta escisión es constitutiva del sujeto borgeano, que nace en el pliegue entre el yo y el otro. En ese espacio especular conflictivo, en el que el sujeto está en lucha consigo mismo, radica la literatura. Allí el hombre accede al mundo del lenguaje y se contempla a sí mismo. A partir de ese momento, como lo demuestra en “Borges y yo”, surge la conciencia ética (O.C. 808). En sus historias sus personajes se debaten entre el bien y el mal, la civilización y la barbarie, el heroísmo y la infamia. El ser humano que habita en ese interregno tiene dos caras, como Jano. Es a un tiempo ángel y demonio. Es un ser agónico.

                                                            Bibliografía citada

Ashcroft, Bill. On Post-Colonial Futures. Transformation of Colonial Cultures. London:
            Continuum, 2001.
Balderston, Daniel. Out of Context Historical References and the Representation of
            Reality in Borges. Durham: Duke University Press, 1993.
---. “Políticas de la vanguardia: Borges en la década del veinte”. J. P. Dabove, Ed.
            Jorge Luis Borges: Políticas de la literatura. Pittsburgh: Instituto
            Internacional de Literatura Iberoamericana, 2008. 31-42.
Bosteels, Bruno. “Manual de conjuradores: Jorge Luis Borges o la colectividad
            imposible.” J. P. Dabove, Ed. Jorge Luis Borges: Políticas de la literatura
251-270.
Borges, Jorge Luis. Obras completas 1923-1972. Buenos Aires: Emecé, 1974.
--- con Norman Thomas di Giovanni.  Autobiografía 1899-1970. Buenos Aires: El
            Ateneo, 1999. Trad. De Marcial Souto y N. T. di Giovanni.
--- con Margarita Guerrero. Manual de zoología fantástica. México: Fondo de Cultura
            Económica, 1957.
Castany Prado, Bernet. “El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges”.
            Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo No. 10 (Octubre 2005).
            www.konvergencias.net
Hernández Moreno, Alberto. “Borges y la libertad”. Cuadernos de Pensamiento
            Político No. 32 (Oct/Dice 2011): 173-192.
Leddy, Annette. “Borges and Swift: Dystopian Reflections”. Comparative Literature
            Studies, Vol 27, No. 2 (1990): 113-123.
Lona, Horacio. “Borges, la Gnosis y los Gnósticos. Una aproximación a “Tlön, Uqbar,
            Orbis Tertius””. Variaciones Borges 15 (2003): 125-50.
Pérez, Alberto Julián. “El país del Facundo”. Imaginación literaria y pensamiento
            propio. Buenos Aires: Corregidor, 2006. 19-29.
--- “Darío: su lírica de la vida y la esperanza”. Revolución poética y modernidad
 periférica. Buenos Aires: Corregidor, 2009. 139-152.
Rosemberg, Fernando. “El juicio de la historia”. J. P. Dabove, Ed. Jorge Luis Borges:
            Políticas de la literatura…229-249.
Sarlo, Beatriz. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Seix Barral, 2007.
Woodall, James. La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro.
Barcelona: Editorial Gedisa, 1999. Trad. de Alberto Bixio.




[1] Borges creía que el escritor tenía el deber de consagrarse a su arte. No estaba obligado a expresar sus opiniones políticas si no sentía deseos de hacerlo. Pensaba, como los Modernistas de fin del siglo diecinueve, que el escritor debía ser “sincero” (Pérez, “Darío: su lírica de la vida y la esperanza”… 139-52). Su obra era lo más importante para él. En “El milagro secreto”, Borges cuenta la historia del escritor judío Jaromir Hladík, condenado a muerte, víctima de la política genocida nazi, en los momentos finales de su vida, cuando éste se sabe sólo frente a su dios y su literatura. Hladík no quiere morir sin haber terminado de escribir su drama “Los enemigos”, que, siente, lo justificará ante dios y, ya frente al pelotón de fusilamiento, le pide un milagro: un año de tiempo para poder concluir su obra. Dios se lo concede segundos antes que las balas asesinas nazis cumplan su objetivo. Se detiene el tiempo físico y Hladík puede terminar en su memoria su drama. Dios es su único testigo. Cuando la concluye, las balas asesinas completan su trayectoria y lo matan, exactamente a la hora esperada por los nazis, según sus cálculos burocráticos.
[2] Más adecuada me parece la lectura de Sarlo, que dice que Borges coloca sus cuentos “en un campo histórico de fuerzas donde se enfrentan ideologías políticas” (157). En su opinión Borges en el “El informe de Brodie” plantea un tema moral y político (174).
[3] En “Historia del guerrero y de la cautiva” Borges enfrenta los conceptos de civilización y barbarie en dos historias contrapuestas, donde ambos se relativizan y se anulan. Borges equipara la conducta de Drocfult, el guerrero bárbaro lombardo que cambió de bando en la lucha y murió defendiendo Ravena, la ciudad que había ido a atacar, seducido por la superioridad de la cultura romana, a la de la inglesa cautiva en la pampa argentina, que su abuela había conocido en Junín, cuando su abuelo Francisco Borges era jefe de la frontera con el indígena. La inglesa rehusó el ofrecimiento de la abuela de Borges, que trató de convencerla de que abandonara su tribu y volviera a vivir con los blancos, diciendo que era “feliz” en el desierto. Al final de la historia Borges compara los episodios, argumentando que las dos historias eran similares, porque a ambos individuos los había arrastrado una fuerza a la que siguieron y que no era la razón (O.C. 557-60).
[4] A Borges le interesaron también las interpretaciones religiosas de los gnósticos cristianos. Los gnósticos concebían el mundo como una serie de anillos y círculos que se reflejaban. Habían sido considerados herejes por la iglesia católica (Lona 126-30).
[5] Borges, en su vida, pasó por las dos experiencias: fue bibliotecario y profesor universitario. No tenía título académico, ya que no cursó la Universidad. La Universidad de Buenos Aires pasó, excepcionalmente, por encima de ese requisito y lo nombró profesor. El gobierno que impulsó ese nombramiento, merecido por su capacidad, era, desgraciadamente, un gobierno militar anticonstitucional (Woodall 254-9).
[6] Borges estudió con devoción las religiones y se interesó en sus problemáticas, pero se mostró escéptico frente a sus doctrinas. Para él el escéptico no era el que negaba la verdad de las creencias, sino el que afirmaba el valor potencial de cada una de ellas y nuestras limitaciones para conocer (Castany Prado).
[7]  Esas creencias tenían casi siempre aspectos inverosímiles, como lo demuestra en su Manual de zoología fantástica. Las religiones comparten con las literaturas su pasión por los seres imaginarios.
[8] En el cuento “Deutsches Requiem” Borges presenta como personaje a un joven idealista alemán, lector de Schopenhauer, admirador de Shakespeare, lector de Nietzsche, que siente que tiene el deber de abrazar el nazismo y, durante la Segunda Guerra Mundial, dirige un campo de concentración y se transforma en un torturador, que asesina al poeta que más amaba. En ese caso, el personaje reconoce que lo que buscaba él y todos los nazis no era salvar el mundo sino destruirlo, y destruirse ellos para instaurar su fe en la violencia extrema. Consideraban, con criterio religioso y fanático, que la violencia regeneraba la vida y era necesaria para purificarla.


Publicado en Revista Destiempos No. 45 (Junio 2015): 49-58.

Confesión y polémica en Rubén Darío

                   
                                                                             Alberto Julián Pérez­­­ ©
           
            Quisiera en este ensayo considerar dos poemas de Darío en que el poeta habla de sí mismo desde perspectivas contrapuestas: en el primero, “Yo soy aquél que ayer no más decía”, como poeta lírico, y en el segundo, su “Epístola a la Señora de Lugones”, como poeta dialógico. Los dos poemas contribuyen a mostrarnos de manera integrada la imagen que Darío quería dar de sí a su público.
            ¿Qué buscaba Darío al escribir un poema como “Yo soy aquél…”, en que tomaba como motivo poético a su propio yo? El yo lírico tiene una historia compleja. Cuando Darío nació a la poesía, en las postrimerías de la revolución romántica, los poetas líricos escribían su poesía desde el yo. El Romanticismo había valorizado y elevado el papel del yo. Víctor Hugo, admirado e imitado por Darío en su primera juventud, era un poeta lírico heroico, reflexivo, socialmente comprometido con su sociedad. Darío se rebeló contra ese Romanticismo luego e inició su renovación poética modernista (Pérez 179-206). Escribió poemas descriptivos y preciosistas a la manera parnasiana, como “Caupolicán” y “De invierno”, incluidos en las “Adiciones de 1890” a Azul…, que marginaban al yo. Sin embargo, pocos años después, vuelve a escribir desde el yo. ¿En qué medida ese nuevo yo modernista era distinto al yo de la anterior poesía lírica? Darío consideró necesario aclarar esto. Su nuevo libro, Cantos de vida y esperanza, comienza con el poema “Yo soy aquél que ayer no más decía…”, en que habla al lector sobre sus ideas poéticas y los objetivos literarios e intenciones que lo guiaban. El poema es una biografía lírica espiritual del poeta.
En 1905, año en que aparece este libro, Darío estaba en un momento culminante de su carrera literaria y disfrutaba de prestigio y reconocimiento internacional como líder del Modernismo. Era, además, un periodista y diplomático destacado. Residía desde 1900 en París como enviado del periódico argentino La Nación. A partir de 1903 era Cónsul de Nicaragua en París.[1] Escribe desde una posición de gran autoridad social e intelectual. Cualquier declaración suya tenía el poder de un manifiesto.
            Los dos poemas indicados, “Yo soy aquél que ayer no más decía” y “Epístola a la señora de Leopoldo Lugones”, son textos en los que Darío procura, desde una perspectiva autobiográfica, darnos una imagen tanto de él como de su poesía, y situarnos en las polémicas literarias y los eventos históricos que estaba viviendo. Varios críticos han estudiado el primer poema y no coincidieron en su interpretación. Silvia Molloy vio a “Yo soy aquél…” como una polémica oculta entre Darío y el ensayista José Enrique Rodó, a quien había dedicado el poema. Molloy entendió que Darío, al publicar, en la segunda edición de Prosas profanas, el estudio que éste le dedicara, sin su firma, se proponía desautorizar al uruguayo (Molloy 32). José María Martínez consideró ese marco de lectura demasiado estrecho, y entendió que Darío, el poeta nuevo más reconocido de la lengua, tenía otros intereses. Quería abrir su poesía a una interpretación continental, que trascendiera los enfrentamientos regionales. Martínez nota que Molloy cometió un error. Darío dedicó a Rodó toda una sección del libro y no sólo ese poema. La dedicatoria a Rodó aparece en página aparte encabezando la sección titulada “Cantos de vida y esperanza”, que contiene 14 poemas (Martínez 33).
Susana Zanetti publicó en 2008 una inteligente lectura de la “Epístola…”, a la que consideró un poema atípico en su obra, comparándola a la epístola clásica y situándola en relación a los acontecimientos diplomáticos que vivía Darío en esa época (Zanetti 133-42).
            En “Yo soy aquél…” Darío polemiza con su público lector. Lo acusa de no haberlo entendido y de interpretar mal su poesía. En la “Epístola” confiesa lo que cuesta ser poeta y asumir su lugar en la historia de las letras. Expresa su hastío y su cansancio, y explica sus problemas de salud y sus debilidades personales. Se muestra como un sujeto sometido a las necesidades materiales, que trata de sobrevivir en un mundo competitivo, acosado por las intrigas literarias y políticas que se desenvuelven a su alrededor. En estos dos poemas Darío desidealiza la imagen del poeta. Lo muestra como un ser limitado y humano.
            Darío responde a aquellos que consideraban su poesía de Prosas profanas exageradamente formalista y desprovista de emoción auténtica (Martínez 33-38). Para Rodó, Darío, en su cerebralismo e ironía poética, había ido demasiado lejos. Las escenas lujosas y los cuadros exóticos de sus poemas parecían ignorar la realidad sensible latinoamericana (Molloy 38). Todos admiraban el don musical de sus versos, su virtuosismo técnico, pero…¿dónde estaba el yo lírico del poeta? Los lectores de su época asociaban su poesía al parnasianismo francés y, dentro de la lengua hispana, al Barroco, que había tenido un ciclo brillante y prestigioso en España e Hispanoamérica, y que había practicado una poesía erudita, preciosista y lúdica, como la que escribía Darío.
En “Yo soy aquél…” Darío busca cambiar esa imagen que tenían de él y demostrar que la frialdad que había exhibido en Prosas profanas era aparente y él era un poeta de la emoción humana. Se queja de no haber sido comprendido. Tras su formalismo cerebral había un poeta sensible. Dice Darío:
En mi jardín se vió una estatua bella;
Se juzgó mármol y era carne viva;
Una alma joven habitaba en ella,
Sentimental, sensible, sensitiva. (P.C. 628)
La “torre de marfil” lo había tentado, reconocía. Había cultivado el arte por el arte mismo, un arte solipcista que no buscaba proyectarse en el mundo político y social. Ese había sido un espejismo y formaba parte de una etapa poética que él estaba decidido a dejar atrás. El poeta desnuda su alma y le demuestra a su lector que su vida estaba atravesada por emociones placenteras y dolorosas. Su corazón había sido “henchido de amargura” por “el mundo, la carne y el infierno” (P.C. 629). Emerge  entrada y otra de salida, como. Segunda ediciardistas el  personal y biogryo en el Modernismo.  entrada y otra de salida, comoEmE de ese poema un nuevo poeta. Es un Darío íntimo, cristiano, lleno de dudas, que busca “vida, luz y verdad”. Lo tortura el ansia de perfección, que sabe inalcanzable. Dice:
Y la vida es misterio; la luz ciega
            Y la verdad inaccesible asombra;
La adusta perfección jamás se entrega,
Y el secreto ideal duerme en la sombra.
Darío no quiere que su lector crea que cultiva la forma por la forma misma. El mundo de la literatura no puede ser sólo forma. El fue mal interpretado, argumenta. Había querido hacer de la poesía “una fuente sonora” pero “con el horror de la literatura”, como sus admirados maestros simbolistas (Los raros 46-51). Dice:
                        Tal fue mi intento, hacer del alma pura
                        Mía, una estrella, una fuente sonora,
                        Con el horror de la literatura
                        Y loco de crepúsculo y de aurora. (P.C. 630)
En esos momentos quiere ser un poeta sensible, profundo. Nos dice que está acosado por las dudas y canta desde su dolor, desde el fondo de su alma herida. Su confesión lírica es conceptual y literaria. Su lenguaje es metafórico y rico en figuras.
En la “Epístola a la Señora de Lugones”, de 1906, su expresión poética y su actitud ante el lector cambian. Nos muestra el yo del ser humano que trabaja, que vive en medio de las intrigas literarias y diplomáticas y del que se aprovechan muchos, conociendo sus debilidades. Es un ser vulnerable: un hombre enfermizo, neurasténico, que quiere a sus amigos, y que ama los placeres, la buena comida.
La “Epístola” no está dedicada al público literario de sus composiciones líricas. La dirige a una amiga: la esposa del poeta Leopoldo Lugones. Es un poema sobre su vida personal. A esta amiga le puede contar sinceramente sus males y, sobre todo, quejarse por las cosas que le pasan y lo angustian. Está buscando en ella apoyo y comprensión. Se reconoce como un “inútil”, que carece del sentido de lo práctico, gasta demasiado, no ahorra “ni en seda, ni en champaña, ni en flores”. Sin embargo, se justifica, no le hace mal a nadie, ni le quita “de la boca el pan al compañero”. Su debilidad mayor, quizá, sea gustar de la gente refinada, aristocrática y sentir cierta repugnancia por la gente tosca y sin educación. Dice:
Me complace en los cuellos blancos ver los diamantes.
Gusto de gentes de maneras elegantes
Y de finas palabras y de nobles ideas.
Las gentes sin higiene ni urbanidad, de feas
Trazas, avaros, torpes, o malignos y rudos,
Mantienen, lo confieso, mis entusiasmos mudos. (P.C. 749)
Luego de hablar de su malestar, el poeta cambia su tono. Cuenta su viaje a la isla de Mallorca, donde se encuentra con el sol maravilloso del Mediterráneo y la simpatía de los aldeanos. Allí revive, recupera su energía y su alegría, no entre los libros, sino en la calle, en el mercado, al aire libre, viendo a la gente sencilla. Esa realidad le parece salida de un cuento, o creada sólo para halagar e inspirar a los artistas. Se siente un poeta pintor, compara sus descripciones a las del escritor parnasiano François Coppée. Sabe que en esa isla han estado grandes artistas, como el pintor catalán Santiago Rusiñol y la escritora George Sand, acompañada de su amante Frederic Chopin, el genial pianista. Y esa isla además fue la cuna del filósofo Raimundo Lulio, a quien dice admirar.
            El yo lírico de “Yo soy aquél…”, según vimos, es un yo ideal que se mueve en un tiempo poético, entre un ayer y un hoy. El yo de la “Epístola…”, en cambio, es un yo histórico, es el yo del individuo que viaja, que primero está en Bélgica, y luego asiste a la Tercera Conferencia Panamericana en Brasil, en el mes de julio de 1906. Allí tiene que jugar su papel diplomático, representando a su país natal, ante los enviados de los otros países. Conoció entonces al Secretario de Estado Norteamericano, Elihu Root, y leyó en una velada su poema “Salutación al águila”, que le fuera severamente criticado. Rufino Blanco Fombona le escribió alarmado y le llamó la atención. Creía que su poema era obsecuente y pro imperialista (Torres 559).
El Profesor Arellano ha presentado en La República de Panamá y otras crónicas desconocidas una selección de las notas periodísticas que escribió Darío sobre la política norteamericana a lo largo de su vida, demostrando que mantuvo una actitud crítica explícita ante el imperialismo, denunciando sus agresiones e intervenciones abusivas en Centro América. La primer crónica sobre este tema que incluye el Profesor Arellano en su libro, “Por el lado del norte”, es de 1892. Esta crónica, junto a otras como “El triunfo de Calibán” de 1898 y “Los Estados Unidos y la América Latina” de 1902, son inequívocas en cuanto a la posición antiimperialista de Darío (Arellano 233-303).[2] Darío justificó “Salutación al águila” como un poema de ocasión, producto del entusiasmo del momento. Los delegados a la Tercera Conferencia Panamericana asistían a continuas recepciones, propias de la diplomacia y fue en ese contexto que leyó su poema.[3]
            En la “Epístola”, Darío nos cuenta que en Río de Janeiro se enfermó y dejó la conferencia prematuramente. Partió a Buenos Aires, donde fue recibido de manera triunfal. Tenía en Argentina amigos entrañables. Luego siguió viaje a París, su lugar de residencia. La llama el “centro de la neurosis”. Allí vivía, aislado, tratando de “resguardar” su yo. Sin embargo, no lograba escapar de las intrigas. Por esto, se va a la isla mediterránea de Mallorca, a descansar. Quiere recuperar la tranquilidad y disfrutar del sol y del mar. La poesía, que comenzó en Amberes, la va a terminar en Palma de Mallorca. Allí Darío goza de la vida, visita los sitios en que vivieron otros artistas destacados que pasaron por la isla, y la casa en que nació Raimundo Lulio, el filósofo. Va al mercado, observa a la gente simple, que le parece maravillosa. Recupera lo que necesitaba para estar bien, el goce elemental. Se había enfermado de cultura.
            En el primer poema que vimos, “Yo soy aquél que ayer nomás decía”, Darío demostraba que su poesía estaba cambiando y era un poeta diferente al que el público pensaba. Darío, como muchos intelectuales y artistas de fines del siglo XIX, el siglo de Darwin y Nietzsche, pensaba que el poeta tenía que evolucionar constantemente. Su búsqueda estética, en consecuencia, podía entrar en conflicto con los intereses políticos de su tiempo. La política requería que el individuo tuviera principios ideológicos sólidos y permanentes, y pusiera sus objetivos partidarios por encima de cualquier otra actividad. El mundo del arte, en contraste, necesitaba de la sinceridad modernista y del cambio. El poeta tenía que entregarse a su arte con la devoción religiosa de un iniciado. Darío fue fiel e incondicional a la poesía. Los modernistas creían en un arte en movimiento.
La “Epístola…” busca desengañarnos y presenta una imagen desidealizada, realista del poeta. Nos muestra al hombre que era Darío: un ser enfermo, decadente, que no entiende muy bien lo que pasa a su alrededor, que no se sabe manejar con el dinero, el hombre del que se aprovechan los otros, que es alcohólico, neurótico, sufre, tiene una sensibilidad hiper desarrollada y se gana la vida con esfuerzo. Nos recuerda que su familia no era rica. Dice: “¿He nacido yo acaso hijo de millonario?/ ¿He tenido yo Cirineo en mi Calvario?”. Como artista autodidacto, se hizo a sí mismo. Gracias a su talento, que despertaba admiración dondequiera que iba, tuvo importantes trabajos, como periodista y diplomático (Torres 931-42).
            El gusto aristocrático de su poesía puede hoy resultar algo ofensivo a los lectores que abogan por un arte democrático y revolucionario. Poco podemos hacer por cambiar el pasado. Darío murió a los 49 años, en 1916. No sabemos cómo hubiera evolucionado su poesía de haber vivido unos años más y observado los cambios poéticos que trajeron a nuestra lengua los poetas vanguardistas. Sabemos, sin embargo, que su poesía se transformó constantemente.
En sus Cantos de vida y esperanza, en poemas como “Yo soy aquél…”, “Melancolía” y “Lo fatal”, Darío nos anunció a un poeta nuevo, el poeta existencial que nos habla del dolor y la fragilidad de la vida. En su “Epístola…”, de El canto errante, nos advierte que conviene buscar en el poeta al ser humano, los poetas no son dioses. El poeta es un ser transido de tiempo y a veces puede ser un antihéroe. Leopoldo Lugones, en Lunario sentimental, 1909, jugó con los símbolos modernistas, parodiando motivos poéticos prestigiosos y deformando la imagen, mostrando sus posibilidades grotescas. Pocos años después, Huidobro y Neruda iniciaron la transición de la poesía hispanoamericana del Modernismo a las Vanguardias (Pérez 177-8). [4]
            Podemos ver la “Epístola…” como un poema anti-heroico de autocorrección y de advertencia, en que Darío pide al lector que modifique sus expectativas y relativice la imagen que tiene del yo poético. Busca que lo vea en el tiempo y en la historia, y que baje al poeta de su pedestal.
Los Modernistas habían criticado a la poesía romántica que los precedió. La poesía romántica social cultivó una imagen desmesurada y apoteótica del yo poético. Los Modernistas se propusieron en su primera etapa hacer una poesía objetiva, descriptiva. Darío desplazó al yo y lo reemplazó por el punto de vista de un observador ajeno al cuadro, como lo vemos en sus poemas de “Sonetos áureos” de Azul… y en sus composiciones más celebradas de Prosas profanas, como “Era un aire suave” y “Blasón”. Para Darío, reintroducir el yo confesional y sensible en la poesía modernista, ante un público lector que tenía aún presente una poesía romántica construida alrededor del yo, era un compromiso delicado. Las explicaciones que da al lector sobre este tema en “Yo soy aquél…”, como vimos, son numerosas. El nuevo yo poético que proponía era un yo espiritual, consciente de su misión estética. Tomaba su distancia con el yo romántico. También su poesía social era distinta a la de los poetas de las generaciones anteriores, como nos aclara en el “Prefacio” de Cantos de vida y esperanza: si en sus versos había alusiones a un presidente, las hacía sobre “las alas de los inmaculados cisnes” (P.C. 623). Política y estética se apoyan mutuamente en su poesía social.
            La lectura conjunta de “Yo soy aquél…” y la “Epístola” nos muestra a un poeta lúcido que ve la literatura en movimiento. Los dos son poemas sobre la transformación y el cambio, producto de la experiencia. Darío termina “Yo soy aquél…” con la imagen del camino: la caravana pasa camino a Belén, después de haber triunfado sobre el rencor y la muerte. Dice el poeta:
                        La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
                        Con el fuego interior todo se abrasa;
                        Se triunfa del rencor y de la muerte,
                        Y hacia Belén…¡la caravana pasa! (P.C. 630)
En la “Epístola a la Señora de Leopoldo Lugones" el poeta sufre. Está enfermo y es víctima de las intrigas. Darío se recupera en una isla soleada, junto al pueblo. No es lo que otros creían, un poeta fuerte y heroico. Es un ser hipersensible, un poeta humano.



                                                Bibliografía citada

Arellano, Jorge Eduardo. “Nota Explicativa”. Rubén Darío, La República de Panamá y
            otras crónicas desconocidas…9-38.
Darío, Rubén. Poesías completas. Madrid: Aguilar, 1975. Edición, introducción y notas
            de Alfonso Méndez Plancarte y Antonio Oliver Belmás. Undécima edición.
---. Autobiografía. México: Editora Latino Americana, 1960.
---. La República de Panamá y otras crónicas desconocidas. Managua: Academia
            Nicaragüense de la Lengua, 2011.  Selección, estudios y notas de Jorge Eduardo
            Arellano.
---. Los raros. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1952.
Costa, René de. “Para una poética de la (anti) poesía”. Nicanor Parra, Poemas y
            antipoemas. Madrid: Ediciones Cátedra, 1988. 9-46.
Lugones, Leopoldo. Lunario sentimental. Madrid: Ediciones Cátedra, 1999. Edición de
            Jesús Benítez.
Martínez, José María. Rubén Darío. Addenda. Palencia: Ediciones Cálamo, 2000.
Molloy, Silvia. “Ser y decir en Darío: el poema liminar de Cantos de vida y esperanza”.
            Texto crítico 38 (enero-junio 1988): 30-42.
Oliver Belmás, Antonio. Este otro Rubén Darío. Madrid: Aguilar, 1968. Segunda 
            edición corregida y aumentada.
Pérez, Alberto Julián. La poética de Rubén Darío. Buenos Aires: Corregidor, 2011.
            Segunda edición corregida.
Torres, Edelberto. La dramática vida de Rubén Darío. Costa Rica: Editorial 
             Universitaria Centroamericana, 1982. Edición definitiva, corregida y ampliada.
Zanetti, Susana. “Rubén Darío, cosmopolitismo y errancia: “Epístola a la señora de
 Leopoldo Lugones”. Revista del CELEHIS 19 (2008): 131-158.     


[1] Paralelamente a su carrera literaria desarrolló sus actividades periodísticas, que fueron la base de su sustento material. Recogió buena parte de sus crónicas en sus libros España contemporánea, 1901, Peregrinaciones, 1901, La caravana pasa, 1902, Tierras solares, 1904 y Opiniones, 1906.
Fue diplomático en diversas oportunidades. Representó a su país en 1892 en España, en la celebración de las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América; fue Cónsul General de Colombia en Buenos Aires de 1893 a 1895, Cónsul de Nicaragua en París desde 1903 y Ministro de Nicaragua en Madrid desde 1907. Asistió a la Tercera Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, en 1906, como secretario de la Delegación de Nicaragua.
[2] Darío representaba como diplomático los intereses de Nicaragua. Había sido nombrado en su puesto por el General Zelaya, presidente de su país, que sería acosado pocos años después por Estados Unidos, al defender la unidad centroamericana. Finalmente, Estados Unidos logró su propósito: Zelaya renunció y la potencia imperial intervino militarmente Nicaragua.
[3] Este poema de 1906 manchó su nombre, e hizo olvidar a sus lectores de su poema anterior de Cantos de vida y esperanza, “A Roosevelt”, de 1904, en que apostrofaba y censuraba al presidente imperialista, advirtiendo al mundo hispánico del peligro que representaba el país del norte.
[4] Los vanguardistas vieron al poeta lírico como un héroe, como un pequeño dios. Sólo muchos años más tarde la poesía se distanció del yo lírico y lo criticó. En la década del 50, Nicanor Parra anunció, en sus Poemas y antipoemas, que los poetas habían perdido su aura divina (Costa 9-24).


Publicado en 
Revista Destiempos No. 43 (Febrero - Marzo 2015): 69-70.