de Alberto
Julián Pérez ©
I
En 1984 muere Julio Cortázar en París, y en 1986 comienza la
publicación de sus textos inéditos: estos, que incluyen novelas, ensayos y
cartas, modificarían, en unos pocos años, la imagen que teníamos de él. Cortázar,
el escritor argentino radicado en París a principios de los años cincuenta, definitivamente
expatriado, era un hombre alto, de rostro adolescente, ya próximo a cumplir
cuarenta años. Muchos admiraban y envidiaban su estilo de vida. Lo tomaban como
ejemplo del escritor cosmopolita: vivía en la Ciudad Luz, viajaba mucho, amaba
el jazz, poseía una amplia cultura literaria eurocéntrica. Sus libros fueron
apareciendo regularmente a partir de 1951; primero sus cuentos: Bestiario, Final de juego, Las armas
secretas, Todos los fuegos el fuego,
y luego sus novelas: Los premios y Rayuela, obras todas ellas experimentales
y lúdicas. Su literatura llegaba particularmente bien al público joven.
En 1963, después de su viaje a Cuba,
Cortázar cambió: crítico la actitud pequeño burguesa, elitista y esteticista
que había mantenido hasta ese momento, y manifestó su apoyó a la revolución
cubana (Gilman 89-105). Se transformó, en vísperas de los movimientos rebeldes
que caracterizaron la década, en un escritor comprometido políticamente con su
sociedad y su tiempo. Parte de este cambio logró trasladarlo a su literatura. Libro de
Manuel, publicado en 1973, fue su novela más política.
A partir de 1984, muerto Cortázar, fueron apareciendo gradualmente los
textos inéditos escritos en su país, que evitó publicar en vida y autorizó se
los publicara después de su fallecimiento.[1]
Emergió otro escritor: el Cortázar argentino que, cuando partió de su tierra a
los 37 años, era ya autor de varios textos importantes. Entre éstos se destaca El examen, de 1950, publicada en 1986. Es
su primera gran novela, escrita diez años antes de Los premios.
En 1994 apareció su Obra crítica
en tres volúmenes. El Tomo 1 incluye su Teoría
del túnel, de 1947, uno de los ensayos más destacados sobre teoría de la
novela que se hayan escrito en Hispanoamérica en la primera mitad del siglo XX.
En 1996 se publicó su extenso estudio Imagen
de John Keats, escrito en París en 1951-52, fruto de una cuidada investigación
que había llevado a cabo en Buenos Aires a lo largo de una década.
Cortázar era un gran lector y un crítico erudito, un escritor dotado tanto
para el ensayo como para la ficción. En Teoría
del túnel hizo un análisis interpretativo de la historia de la novela europea.
Estudia la narrativa de las vanguardias inglesa, francesa y alemana. Explica
cuáles son las ideas y valores fundamentales del Existencialismo y el
Surrealismo, movimientos que fueron determinantes en la gestación de su
literatura (Obra crítica 1 :
103-12).
Cortázar trató de poner en práctica sus ideas sobre la novela en El examen. Un año antes había escrito
una novela más breve, Divertimento, con
planes más modestos. El examen es una
obra extensa, original y compleja.
En esos años había leído y revalorado la obra de dos escritores
argentinos contemporáneos: Arlt y Marechal (Standish 445). Cortázar admiraba la
manera en que Arlt utilizaba el lenguaje en su narrativa, había sabido
acercarse al hombre de la calle (El
examen 101-2). No trató de reducir la realidad a los moldes de la novela. La
forma en Arlt era dinámica y se adaptaba al tema, a lo que quería contar.
Marechal, reconocido poeta y ensayista, publicó en 1948 su novela Adánbuenosayres. Cortázar la leyó y el
libro lo cautivó. La revista Sur, con
la que Cortázar había colaborado ocasionalmente, publicó una reseña muy
negativa de la obra. Sur era una
fuerza cultural dominante en el medio literario políticamente conservador de
las elites argentinas. Para Victoria Ocampo, su directora, atacar a Marechal
era una cuestión de clase: se trataba de un escritor peronista. La revista
mantenía una posición pseudo liberal, abiertamente antiperonista. Cortázar
escribió una reseña elogiosa, en la que demostró el carácter experimental e
innovador de la novela, y la publicó en la revista Realidad en 1949 (Obra
crítica 2 : 167-76). Defendió a Marechal, sin importarle su posición
política, arriesgándose a recibir represalias de los miembros del grupo (Romano
106-138). Juzgó los méritos de la obra desde una perspectiva exclusivamente
literaria.
A diferencia de los escritores de Sur,
rodeados de privilegios de familia, y algunos con grandes fortunas, como las
hermanas Ocampo y Bioy Casares, Cortázar pertenecía a un sector de clase media
de muy limitados recursos económicos. Vivió, durante su niñez y adolescencia, en
una localidad de provincia, Banfield, en el Gran Buenos Aires, alejado del
centro de la ciudad. Cuando tenía seis años su padre abandonó a su madre. La
mujer tuvo que hacerse cargo ella sola de Julio y su hija más pequeña. Trabajó
como empleada administrativa en una oficina.
Julio estudió en la escuela normal de maestros. La docencia era una
profesión que podía brindarle una fuente laboral estable. Necesitaba ayudar a
su madre. Luego de recibirse hizo un Profesorado en Letras, y durante varios
años (dos en el pueblo de Bolívar y cinco en la pequeña ciudad de Chivilcoy)
fue profesor de enseñanza media en localidades del área rural de la provincia
de Buenos Aires. En 1944 lo invitaron a trabajar en la Universidad de Cuyo, recientemente
creada en Mendoza, como profesor de Literatura Francesa, y de Literatura
Inglesa y Literatura Alemana (Herráez 25-87).
Enseñó allá durante dos años que fueron decisivos en su vida, como lo
testimonia Jaime Correas (51-88). Tenía amplios conocimientos de la literatura
de esos países europeos. Los estudiantes de licenciatura valoraron su
preparación. Participó además en las internas de su Facultad y en las luchas
políticas de la Universidad, en un medio dividido entre conservadores y
nacionalistas-peronistas. Cortázar fue elegido por los estudiantes y sus
colegas para ocupar un puesto en el Consejo de la Universidad. Mantuvo una
posición progresista y apoyó a los nacionalistas y peronistas, contra los
conservadores. En esa época el fenómeno del Peronismo estaba en sus comienzos. Esa
experiencia le mostró la otra cara del mundo universitario, plagado de
intereses personales y ambiciones políticas.
Cortázar era un excelente ensayista y estaba muy bien preparado para
brillar en el mundo académico, pero tenía otros objetivos. La cátedra
universitaria era una actividad absorbente, y Cortázar quería dedicar su tiempo
y sus esfuerzos a escribir ficción. Al leer Teoría
del túnel, de 1947, constatamos que en esta época ya había logrado
articular, con gran lucidez, su propia teoría de la novela de una manera
original, clara y convincente (Bracamonte 13-15). Después de haber vivido y
trabajado casi una década fuera de Buenos Aires, Cortázar renunció a su trabajo
docente y regresó a la ciudad. Consiguió un puesto como gerente en la Cámara del
Libro y comenzó una nueva carrera: ingresó en el Traductorado de francés e
inglés. Luego de sacar su título trabajó para un estudio de traducción y solicitó
becas para continuar sus estudios en Europa.
Durante esos años en Buenos Aires escribió cuentos, poemas, ensayos y
dos novelas : su actividad fue incesante. Viajó a Europa y visitó París,
ciudad que lo fascinó. En 1951, finalmente, recibió una beca para estudiar
allá. No regresará más. Puso fin a su etapa argentina e inició su vida de
expatriado. Se lanzó a una carrera prolífica como cuentista que le ganó muchos
lectores, y luchó por llevar a cabo su gran proyecto literario: escribir una novela
total. Lo logró más de diez años después, con Rayuela, su obra cumbre.
En Teoría del túnel,
Cortázar analizó y discutió cuidadosamente el problema del lenguaje en la
novela. Veía la narrativa contemporánea como una lucha entre dos tipos de
escritura : la escritura poética y la escritura científica o enunciativa (Obra crítica 1: 76-87). Él quería que su
escritura mantuviera una relación dialéctica entre ambas. El mundo externo, la
realidad humana y social, la calle (tal como lo había observado en las novelas
de Arlt y Marechal) debía poner a los personajes en movimiento. Estos se
enfrentarían a situaciones conflictivas y esa realidad les mostraría qué
lenguaje utilizar para expresarla. El exterior, el mundo, determinaba el
interior. Buscaba, de esta manera, escapar al solipsismo de una literatura
pequeño burguesa estéril, vuelta sobre sí misma. Sus personajes muestran pasión
existencial y están envueltos en una lucha agónica por sobrevivir.
En sus novelas el espacio común urbano une a los personajes y les
ayuda a encontrar su identidad. En Los
premios, cuya trama se desarrolla en un barco, los personajes interactúan en
la cubierta, el espacio público.
El examen, su principal obra escrita en Argentina,
mantiene algunas importantes diferencias con las novelas que escribirá
posteriormente en Europa. En Los premios
y Rayuela las respectivas historias
transcurren en dos ámbitos distintos, enfrentados : la ciudad de Buenos
Aires y el barco en el mar, la primera, París y Buenos Aires, la segunda; sus
personajes transitan de un mundo a otro y procuran encontrar un punto de
equilibrio. En El examen, y en su
novela anterior, Divertimento, 1949,
en cambio, la trama novelesca tiene lugar exclusivamente en Buenos Aires. Rayuela introduce héroes expatriados,
lúmpenes, seres marginales. Los protagonistas de Divertimento y El examen son
jóvenes pequeño-burgueses, representantes de los intereses, las aspiraciones y
los prejuicios de ese sector social. No son conformistas. Son escritores,
jóvenes rebeldes que no encuentran su lugar en el medio en que habitan. Se
sienten asfixiados. Odian a la alta burguesía, la consideran una clase
detestable. Pero tampoco comprenden al proletariado, a las masas. Están en un
interregno.
En Rayuela sus personajes
son desclasados, expatriados. No se sienten parte de la sociedad. Valoran el arte
por encima de todo. En El examen sus
personajes enfrentan una realidad apocalíptica. Alrededor de ellos la ciudad
colapsa, se hunde. Esa situación de caos, que los críticos han asociado al
Peronismo, es una alegoría existencial (Orloff 121-9; O´Connor 28; Lagmanovich
176-8).
Continuamente se burlan de la falta de finura y de educación de los
sectores pobres. Estos, a diferencia de ellos, están conformes con la situación
política y aceptan adorar al “hueso”, se rinden ante él. Cortázar captó los
cambios de las formas políticas ocurridos durante el Peronismo, particularmente
la aparición del fenómeno « Evita » y la relación especial de Eva
Perón con las masas. El pueblo pobre, de acuerdo a su interpretación, no piensa:
se deja seducir y se entrega al ritual. Testimonia el conflicto existente en el
medio social: el proletariado, por un lado, y la gran y la pequeña burguesía (caracterizadas
como clases que cooperan entre sí, aunque de sensibilidad diferente), por otro,
están enfrentadas. Europa había visto la aparición del Fascismo y el ascenso de
Hitler al poder, y había sufrido una terrible guerra no hacía muchos años. La
Argentina y los otros países de la región eran sociedades inestables. La lucha
entre la oligarquía y los sectores del trabajo había alcanzado gran intensidad.
La sociedad vivía en estado de “guerra civil” latente.
Desde 1930 el Ejército había intervenido en el proceso político
nacional y había gobernado al país en varias ocasiones. Las Fuerzas Armadas
avasallaron a la sociedad civil y limitaron su autonomía. La oligarquía
conservadora agro-exportadora aumentó su poder. Con la llegada del Peronismo
cambió la relación de fuerzas : triunfó el laborismo. Perón se enfrentó a
los intereses del gran capital, nacional y extranjero, y gobernó en beneficio
de los trabajadores y la pequeña burguesía (Pérez 10-18). Los intelectuales vivieron
la crisis con angustia. El ambiente se les hizo irrespirable. Cortázar
testimonia esta situación en su novela. Le
parece que la ciudad está al borde del colapso. No culpa por esto a la
oligarquía, ni a la alta burguesía. Dirige su antipatía contra el pueblo obrero
y, aunque no lo menciona, contra el Peronismo.
Sus personajes se muestran confundidos. No comprenden qué pasa a su
alrededor. Son seres débiles, escapistas. Tienen más de antihéroes que de
héroes. Varios de ellos escriben (Juan es poeta, Andrés ensayista, el Cronista periodista).
El único personaje que no es culto y siente simpatía hacia las masas, Stella,
sufre el desdén y el desprecio de los otros. Clara es una intelectual elitista.
Consideran al examen un desafío. Desconfían de las intenciones de los
examinadores. La realidad les da la razón: el examen y lo que lo rodea son una
farsa.
Los personajes se mueven en un mundo deformado, grotesco. Bajo el Peronismo
la sociedad experimenta un verdadero choque de culturas. El examen testimonia ese proceso social, desde la perspectiva de la
pequeño-burguesía desencantada, que no entiende la lucha de los sectores
proletarios. Caracteriza al pueblo como a una masa informe de fanáticos
iletrados y bárbaros. Tienen “mal gusto”, su comportamiento es ridículo y
peligroso.
Los personajes protagonistas se sienten frustrados ante la situación. Son
testigos de hechos que les parecen irracionales. Se sienten extraños en su medio
social, exiliados espirituales. No encuentran su lugar. Aman la ciudad y deambulan por sus calles. Pero los amenaza
el desastre. Crean un espacio dialéctico en el que son interlocutores. Dejan
fluir su curiosidad y sus dilemas, y se hacen múltiples preguntas. No encuentran
la verdad, ni dentro ni fuera de sí. Se desplazan constantemente. A diferencia
de lo que sucedería con los personajes de Rayuela,
los personajes de El examen no logran
establecer un puente con los otros.
Cortázar no publicó El examen
y se fue de Argentina poco después de terminar la novela. ¿Trataba de huir del
Peronismo? No tenía motivos para hacerlo. El gobierno laborista de Perón
favoreció al sector pequeño-burgués al que pertenecía Cortázar. La nueva
legislación laboral apoyó el aumento de los salarios y el nivel de vida de los
trabajadores mejoró. Julio se había ganado la vida como docente, primero, en un
modesto puesto de profesor de secundaria en escuelas de zonas rurales, luego
como profesor universitario en la joven universidad de Mendoza, creada hacía
pocos años, y en esos momentos trabajaba como traductor en un estudio en Buenos
Aires. Su familia había sufrido necesidades económicas, y él ayudaba a su madre
en la manutención del hogar. Cortázar, creo yo, se fue del país por otros motivos:
buscaba el puente que le permitiera salir de sí mismo y reunirse con el otro, y
en Argentina no lograba encontrarlo. En esta novela los personajes están
encerrados en su propio narcisismo. Son jóvenes que han formado pareja y viven
como eternos adolescentes sin hijos. No logran crecer. Sienten que el mundo
alrededor de ellos se derrumba. No son ideólogos ni intelectuales en el sentido
sartriano: son gente de letras. Los define su sensibilidad y su amor al arte.
Aman la poesía.
Cortázar articula esta obra como una novela de peripecias. Los
personajes deambulan constantemente por el centro de Buenos Aires. Hay varios
espacios privilegiados donde se desarrollan grandes escenas: la facultad de
Filosofía y Letras (que en esa época estaba en calles San Martín y Reconquista),
Plaza de Mayo, Plaza Colón, el teatro Colón, y varios bares de la ciudad,
particularmente los ubicados en el centro y en la zona del bajo, cerca del Luna
Park y la Recova.
El examen es una novela dialógica, su
autor mezcla la narración y el drama, cuenta a través de escenas. Sus
personajes hablan por sí mismos, en primera persona, sobre la ciudad y su
situación política, el arte, la literatura, la poesía, el lenguaje y el devenir
de la novela. Caracterizan las expresiones orales del pueblo inculto, del que
se burlan, y del lenguaje de la burguesía, pretensiosa e insensible, y crean su
propio registro de lengua literaria. Es un lenguaje compuesto con el habla informal
coloquial de Buenos Aires, inventivo, lúdico, poblado de expresiones ingeniosas
y juegos de palabras. Cortázar presenta a cada grupo social con su propio nivel
de lengua y procura mostrar sus problemas y limitaciones al lector.
En la novela el personaje más enigmático, el personaje clave, es Abel.
Abel es el otro. Es distinto a los demás, viste formalmente, se peina a la
gomina. Los sigue, es amenazante. Los observa y los vigila desde cierta
distancia. Lo ven en las situaciones más inesperadas. Juan y Clara hablan de
él. Sólo al final de la novela Abel va al encuentro de Andrés y se enfrentan.
Es el desenlace. Un desenlace aparentemente trágico, aunque no tenemos la
seguridad de que sea así. ¿Matará Andrés a Abel, o Abel a
Andrés ? ¿Por qué buscan destruirse ? El narrador envuelve al
personaje en la ambigüedad y el misterio. Forma parte de una red de relaciones
equívocas, que incluye a Andrés, que está enamorado de Clara y vive con Stella,
la mujer práctica, poco culta, reverso de la Clara intelectual y lúcida, y a
Juan, el marido de Clara, a quien Andrés al final « salva », para
enfrentarse él solo a Abel.
Abel es el doble de Andrés, el “doppelganger”. No hay lugar para ambos
en el mundo. Uno debe morir para que el otro pueda crecer. Porque les es
imperioso a estos personajes pseudo « adolescentes », inmaduros, crecer.
Para esto tienen que luchar contra su narcisismo que los aprisiona, y abrirse
al otro. Al otro bueno. Abel es el otro, pero el otro malo, peligroso,
destructivo. Abel viene a « robar », es el « policía » del
alma. Para salvarse, tienen que destruir a Abel. Cortázar deja a este personaje
en el claro-oscuro.
La novela gira alrededor de la relación con el otro. Hay un otro que
complementa a ese “otro” ominoso, el “doppelganger”: es el « otro » excluido,
el pueblo. Lo perciben como una amenaza. No se sienten parte de él. El pueblo
es el monstruo, la barbarie « sarmientina ». Cortázar registra con
miedo su experiencia con la masa peronista, creando su propio vínculo histórico
con la Generación de 1837: los intelectuales pseudo-liberales antirrosistas,
que buscaban la « libertad », apoyaban la intervención del
imperialismo francés e inglés en Argentina, y veían a Lavalle como a un héroe,
justificando su golpe militar contra Dorrego, el Gobernador federal electo al
que asesinó, recrudeciendo la guerra civil. El objetivo de la Generación del 37
era atacar a Rosas y denunciar la tiranía. El pueblo apoyaba a Rosas y ellos se
volvieron contra el pueblo. En El examen
el pueblo es una turba de “cabecitas negras” peronistas. Los jóvenes artistas se
burlan de ellos. Los ven como a seres “primitivos”, irracionales, que adoran al
“hueso”. Han invadido la simbólica Plaza de Mayo, y hacen su burda ceremonia
junto a la Pirámide, en el centro de la plaza.
El pueblo peronista asusta a los artistas pequeño-burgueses. Sin
proponérselo, Cortázar nos muestra que una novela es siempre expresión particular
de una situación histórica determinada, donde el escritor habla como miembro de
un sector social específico, aunque no lo vea así, y crea que representa la voz
de “todos” y el ethos de la sociedad en general. No hay novela sin historia.
Estos artistas “juegan” a ser distintos: critican a la burguesía
insensible, pero son parte de su mundo. Forman su ala pequeño-burguesa
“progresista”. La burguesía nacional que nos presenta el autor es una clase poco
refinada. Comerciantes semi-cultos y jóvenes de mentalidad consumista, como el
padre de Clara y su hijo. La oligarquía es superficial y vacía. Los personajes
a lo largo de la novela deambulan por el microcentro de Buenos Aires, perseguidos
por Abel, y asisten como testigos casuales al “ritual del hueso”. Mientras
tanto, esperan que llegue el momento del “examen”. Todo ocurre en tan sólo dos
días. Hay unidad de acción y de lugar, y unidad de tiempo, como en el teatro.
Cortázar lleva la trama hacia lo tragicómico, lo serio-cómico. También hacia lo
alegórico-filosófico : la ciudad parece enfrentar un cataclismo. La invade
una niebla que no deja ver, unas pelusas vuelan por el aire e impiden respirar
bien, el asfalto de las calles y el suelo de las casas empiezan a hundirse. En
el momento final, Cortázar resuelve satisfactoriamente la situación a favor del
lector: sale el sol. La última que “sobrevive”, literariamente hablando, es la
mujer de Andrés, Stella, el personaje más práctico, simple y popular.
Los intelectuales y escritores en esta novela son seres “exquisitos”,
para los que la literatura es algo “excepcional”. No pueden identificarse con
el pueblo, ni con la burguesía, porque no comparten sus valores. Viven en un
mundo cerrado donde reina el arte. Se desplazan por la ciudad, discuten sobre
su teoría de la escritura, hablan de la novela, plantean problemas literarios, mientras el mundo alrededor
de ellos se desmorona. Reaccionan con asombro y cierto cinismo. La novela crea una
complicidad especial con el lector iniciado. En sus páginas se asiste a la
« fiesta » de la literatura.[2]
II
Cortázar dividió la narración en ocho capítulos, y la novela, desde el
inicio, nos introduce en una situación simbólica, con visos fantásticos. Clara
está en la Casa, un centro con varios salones, en cada uno de los cuales hay un
lector leyendo una novela en una lengua extranjera. Entra en la sala de inglés
y en la de francés. Busca a Juan, su marido, pero éste no aparece. Juan, en
esos momentos, camina por el centro de Buenos Aires. Lleva en la mano un
coliflor, que él considera algo mágico, maravilloso.
El mundo que presenta el autor es idiosincrático, surreal. La situación
absurda sorprende al lector. Juan entra en un café donde ve a Abel, que parece
estar buscando a alguien. No sabemos a quién.
Juan llega a la Casa y encuentra a Clara, su mujer. Descubrimos que
Juan es poeta. Le recita a su esposa uno de sus poemas y le muestra el
coliflor. La narración se desplaza de la prosa al verso. Esto se repite a lo
largo de la novela, que incluye varios poemas. Cortázar cree que en la
narrativa tienen que convivir el lenguaje enunciativo y el poético (Teoría del túnel 76-81). El mundo
representado oscila entre el realismo y lo simbólico. Cortázar trata de desestabilizar
la narrativa, e impedir que el lector se asiente en uno o en otro modo o estilo.
Quiere que el lector piense, que cuestione la escritura. Es parte de su credo
neovanguardista. [3]
Juan y Clara van de una sala a otra. Tienen que prepararse para dar el
examen final al día siguiente. ¿Lo pasarán ? El narrador mantiene en
vilo al lector. En el salón donde se lee en francés encuentran a la otra pareja
de personajes centrales : Andrés y su esposa Stella.
Andrés es un personaje central. Es escritor, ensayista, como Cortázar,
y está escribiendo un diario.[4]
En ese diario medita sobre la escritura. Será quien salve a Clara y a Juan del
desastre en el final, y quien se sacrifique por ellos, enfrentándose a Abel, en
una situación en que no se sabe cuál de los dos sobrevivirá. Andrés es la
conciencia moral en la novela. Su mujer, Stella, es muy distinta a él. Es espontánea,
poco culta, vital. El quinto personaje que completa el grupo es el Cronista, a
quien encontrarán luego. Es un buen amigo que trabaja en un periódico. A pesar
de su profesión y de su sobrenombre, el Cronista no valora demasiado la
historia. La considera una especie de fábula. La literatura y el arte le
parecen superiores a ella. No está convencido de la importancia de ser testigo
de su tiempo.
El grupo decide dejar la Casa e ir a comer todos juntos. Toman un
tranvía y atraviesan el centro de la ciudad. Cortázar narra con humor. Los
personajes se hacen bromas. Usan el tono ligero y desinhibido del habla
coloquial estudiantil. El lenguaje informal, burlón y transgresivo, permite a
Cortázar acercarse de una manera más personal e íntima al público joven.
Por momentos la situación cómica puede derivar en la sátira y la
parodia, como en el episodio de los barrenderos. Estos suben en medio del viaje
para limpiar el tranvía. El narrador describe minuciosamente el movimiento que
hacen con sus traseros cuando barren y la reacción de los pasajeros, en una
escena burlesca.
Bajan y llegan al restaurante, donde van a encontrar al Cronista. El
narrador afirma que el Cronista es un ejemplo del porteño que no se mete en
nada. Andrés lo invita a la mesa y le cuenta que Clara y Juan al día siguiente
rinden el examen final. El Cronista había visitado Europa hacía poco, y los
demás lo respetan. Hablan de los ensayos de Andrés y del diario que éste
escribe. Mientras comen, discuten el papel del intelectual en la sociedad. El
Cronista le niega valor a la intelectualidad argentina. Dice: “Creo que aquí
somos pocos, que servimos para poco, y que la inteligencia elige sus zonas y
entre ellas no está la Argentina” (El
examen 42). Esta visión pequeño-burguesa, pesimista, prevalece en la
novela. Los personajes sienten que viven en un mundo desvalorizado, degradado,
y muestran su desencanto. Juan sostiene que los argentinos carecen de “espíritu
de sistema” y no saben como participar “…individualmente en la aventura humana”
(43, 45). A Juan le importa la creación, no la historia, que ve casi como un
obstáculo. Y para crear, dice, hay que tener “moral de creación” y “dignidad personal”.
Clara participa en la discusión. Es una intelectual muy lúcida. Mantiene
una actitud de seducción constante hacia Andrés y éste hacia ella. Clara acusa a Juan y al Cronista de ser « afrancesados
puros ». Cortázar deja que los personajes polemicen: no hay un solo punto
de vista. El ruido de un vaso que se le cae al suelo al mozo interrumpe la
conversación y se van del restaurante.
Pasan frente al estadio de boxeo Luna Park y al Correo Central,
edificios emblemáticos de la zona del bajo porteño, mientras Juan recita sus
poemas. A medida que se acercan a la Cosa Rosada, sede del gobierno, notan que
pasa algo raro. Escuchan un altoparlante y ven una multitud que camina hacia la
Plaza de Mayo. El Cronista les devela el enigma: van todos a ver el “Hueso”. Habrá
una ceremonia. Viene gente del interior también. Deciden ir.
Ven que en la plaza han levantado un santuario, tomando la pirámide
patria como uno de los soportes de la improvisada construcción. El Cronista les
advierte que serán testigos de un verdadero ritual.
El narrador caracteriza a la multitud: son los “negros” del interior y
del gran Buenos Aires, los temidos “cabecitas negras”. Representan el nuevo poder
popular. Se aproximan al santuario donde está el hueso. Los obreros escoltan el
sitio. Cortázar narra esta parte mezclando prosa y verso. Los personajes en sus
diálogos ridiculizan a los participantes de la ceremonia. La narración es
serio-cómica.
Entran en el santuario de arpillera iluminado por reflectores. Abel, desde
un costado, los observa. Junto al Hueso ven a una mujer de pelo rubio y vestido
blanco, símbolo de Eva Perón, la actriz esposa del Presidente Perón, a la que
la burguesía teme y detesta. La gente repite “ella es buena” como una letanía. Un
falso orador, subido a una mesita, pronuncia un discurso. Gesticula. Repite
palabras sin sentido.
Los muchachos critican la “falta de estilo” de la multitud. Sólo
Stella siente una curiosidad genuina ante el Hueso. Siguen a un perro, que pasa
en medio de la gente, y logran salir del lugar. Van a un bar y allí descansan,
y comentan lo que vivieron.
Este episodio grotesco, del Hueso y la gente “baja”, tendrá como
contrapartida un episodio posterior, protagonizado por la gente “elevada”, fina,
en el teatro Colón, durante un concierto de música clásica. El mundo del Colón es
el ámbito de la alta burguesía, que ellos conocen y entienden; es el reverso de
ese universo obrero que los atemoriza, y al que consideran “bárbaro”. Estos
jóvenes, que rechazan el mundo proletario, no comparten tampoco los valores de
la burguesía. Les parece una clase ridícula. El artista pequeño burgués, lúcido,
sensible, prefiere ocupar el margen, donde se siente seguro. La burguesía considera
al artista un individuo “difícil”, conflictivo, problemático. La buena sociedad
lo excluye. Su único bien es la cultura, que es su banquete, su privilegio.
Salen del bar y van hacia la Plaza Colón, detrás de la casa de
gobierno. Consiguen una botella de vino y van a beberla allí. Durante el camino,
hablan de lo que vivieron y se ríen de la gente grosera e inculta. Al llegar a
la Plaza Colón descubren a Abel, huidizo como siempre, que los observa de la
vereda de enfrente y desaparece enseguida, sin tratar de acercarse. Se sientan
en un banco y, entre tragos de vino, hablan sobre literatura y escritura. Es un
momento determinante en la trama de la novela. Discuten Andrés, el Cronista,
Juan y Clara. Stella no participa casi: no es intelectual ni artista. Cortázar
pone en boca de sus personajes los temas que a él más le interesan: el problema
de la escritura, la formación del escritor, sus escritores preferidos y sus
proyectos literarios.
Andrés, alter ego del autor, desconfiaba del color local y había
escrito sonetos y cuentos. Sus amigos habían sido severos en sus críticas a su
obra, por eso no era más abundante: pensaba mucho cada cosa que escribía. El
libro de Cocteau, Opium, tuvo una
gran influencia en su vida. Admiraba a Mallarme, y se volvió exigente y autocrítico como él (94-5). En el comienzo de su carrera, afirma,
el escritor debe ser “ecuménico”. Pasada
esta etapa puede acercarse a lo local.
Juan, por su parte, confiesa que lo influyeron Novalis y Keats.[5]
Le cuenta al Cronista cómo se siente ante las masas y ante la pequeña burguesía
y la burguesía: “Te voy a decir una cosa horrible…cada vez que veo un pelo
negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me
da asco. Y cada vez que veo un ejemplo de hortera porteño, me da asco. Y las
catitas me dan asco. Y esos empleados inconfundibles, esos productos de ciudad
con su jopo y su elegancia de mierda y sus silbidos por la calle, me dan asco…”
y concluye “…los que son como nosotros me dan lástima” (97).
Hablan sobre la lengua literaria. Clara argumenta que los escritores
argentinos mostraban “miedo a las palabras” (99). Para Andrés “el idioma de los
argentinos sólo es rico en las formas exclamativas” (100). Cree que hay que “expresarse
con fidelidad a su materia poética o plástica”. Cita como ejemplo a Roberto
Arlt, que “peleó duro para conseguir y validar una unión del lenguaje con su
sentido” (101). Para él “lo nacional” sobrepasa los límites que “el lenguaje
culto” quiere imponer. Arlt, dice, “atropelló para el lado de la calle, por
donde corre la novela” (102). Su novela es “la novela del hombre de la calle”. La
lengua debe representar con verosimilitud al personaje, alejándose del lenguaje
literario artificioso, culto, como el que habían usado los Modernistas en su
prosa.
Terminada la discusión se van a sus casas en taxi. Andrés, Stella y el
Cronista toman un auto; Juan y Clara otro. Ya amanece. Andrés y el Cronista
rematan la noche hablando de poesía mientras el taxi avanza en su recorrido.
Andrés dice que para él el poeta es el hombre para quien “el dolor no es una
realidad” y, cuando lo padece, siente que se “metamorfosea” (112). Mientras el
poeta sufre, argumenta, se ve a sí mismo sufrir, como si fuera otro.
Clara y Juan llegan a su casa y observan, al abrir la puerta, que se
ha hundido el piso de la entrada. El proceso de deterioro y destrucción avanza
en torno de ellos. La ciudad cambia rápidamente. Esa noche, Clara sueña con
Andrés y Andrés con Clara.
Concluida la aventura de la Plaza Colón, la novela evoluciona hacia su
demorada conclusión. Tal como pasará en Los
premios diez años después, cuando el barco no llega a ningún lado, en El examen el objetivo que motivaba la
acción fracasa: los personajes no pueden tomar el examen.
Cortázar plantea las próximas escenas con riqueza dramática: crea una
gran comedia burlesca. Al día siguiente, Juan y Clara visitan la casa del papá
de esta para almorzar y luego asistir a un concierto de la tarde en el Teatro
Colón. El narrador introduce al hermano de Clara, el Bebe, un joven a la moda de
fines de los años 40, que admira la orquesta de tango de Pichuco, y al padre de
Clara, que acompañará a su hija y su yerno al concierto, donde podrá codearse con
la gran burguesía de Buenos Aires. El narrador ridiculiza el comportamiento del
público snob que asiste. Describe también a algunos personajes representativos
de la oligarquía culta, como Pincho López Morales, y su hermano Wally, que han
viajado por Europa, conocen el arte vanguardista francés, y la obra de Artaud y
de Schumann (148). Cortázar, sabemos, era melómano, y muestra a los lectores su
conocimiento y su pasión por la música. Mezcla lo serio y lo cómico: la escena
termina con una sensacional riña en el baño del teatro Colón, durante el
intervalo. Los hombres se pelean por un peine que, atado a una cadenita, pretenden
usar todos al mismo tiempo. La riña concluye cuando los acomodadores del teatro
llaman a la policía y los participantes, incluido el padre de Clara, que
también repartió trompadas, terminan detenidos en la Comisaría.
Andrés, por su parte, vive una experiencia traumática. Entra a la
librería El Ateneo, en calle Florida. Observa que la humedad y los hongos están
corrompiendo el papel de los libros. Recuerda a algunos de los autores de las
obras que comprara allí en el pasado: Esquilo, Sófocles, Teócrito, O´Neill,
Molinari, Freud, Girardoux, García Lorca… Reconoce a un vendedor amigo suyo:
Arturo Planes. Los altoparlantes de la calle van informando lo que sucede. Sube
al primer piso. Ve en una oficina a varios empleados que están tratando de
reanimar a un hombre desvanecido. No lo logran: está muerto. Andrés se siente
mal. Lo había visto antes en un curso de Martínez Estrada y en unas clases de Borges
(ambos eran escritores antiperonistas).
Andrés medita largamente sobre la muerte. No le reconoce su poder. “Estoy
vivo, soy porque estoy vivo - dice - …si al morir no soy yo…el que se muere es
otro”(193). En ese momento reconoce en la librería a Abel, su doble, que lo
persigue. Sale a la calle Florida y va hacia Corrientes. En la calle reina la
confusión. Cortázar compara ese caos con el mundo del circo, una de sus figuras
favoritas, que reaparecerá en Rayuela
(196). Andrés entra en un café casi vacío donde encuentra a Stella. Salen del
café y van a la Universidad. Se reúnen con Juan y Clara, que tienen su examen
final. En el salón los estudiantes esperan en vano. Comprenden que no habrá
examen. Los bedeles les van a entregar los diplomas sin que rindan. Clara les
cuenta que recibió una carta de Abel, que se acerca más y más a ellos. No
esperan por los diplomas y salen de la Universidad. La novela se aproxima a su
final.
La niebla inunda la ciudad amenazada. Van los cuatro a un bar. La
gente, a su alrededor, corre desesperada. Traen a un muchacho herido, que
pronto expira. Andrés convence a Juan de que se lleve a Clara de Buenos Aires.
El y Stella van a quedarse. Un hombre del bar, Calimano, tiene un bote, y se
ofrece a sacarlos de allí. El río está cerca. Andrés deja a Stella en el bar, y
los acompaña hacia el Río de la Plata. Atraviesan el bajo y entran al puerto.
Andrés los despide. Al regresar sucede lo inevitable: aparece aquél que lo
estaba buscando, Abel. Se dicen poco, se insultan. Andrés saca la pistola que guarda
en el bolsillo. No sabemos si Abel está armado ni cuál de los dos va a morir.
En el mundo que se derrumba no hay lugar para los dos. En la última escena,
Stella, en su departamento, espera a Andrés, que no viene y no va a llegar. Se
va a dormir. A la mañana siguiente sale el sol. El equilibrio se ha
restablecido. El mundo está salvado. El sacrificio de Andrés ha evitado el caos
final.
Muy pocos escritores hablaron de esta época de la historia argentina.
Cortázar, a su modo, pudo hacerlo. Los personajes de su novela son escritores
desconformes y rebeldes, que no se ajustan a la realidad social de su tiempo. Cortázar
era en esos momentos un escritor lleno de dudas, inseguro. Subestimaba a los
sectores populares, y criticaba a la burguesía urbana, superficial y
consumista, regida por falsos valores, inauténtica.
El Surrealismo y el Existencialismo guiaron su pensamiento. Al llegar
al Río de la Plata, estos movimientos no conservaron la combatividad que habían
tenido en su lugar de origen. Los artistas locales los adaptaron a sus propios
intereses. El arte literario rioplatense mantiene su impronta exclusiva y
elitista.
El examen es una novela intelectual alegórica
que describe la vida social contemporánea, tal como la percibía la pequeña
burguesía culta, de donde provenían los nuevos escritores como Cortázar y
Sábato. Cortázar testimonia su confusión, su incomprensión, sus prejuicios de
clase, el vacío existencial en que viven. Forma parte de un sector social que
tiene una identidad nacional débil, y busca el apoyo y la protección de la alta
burguesía, a la que trata de servir, si bien se burla de ella. No sabe cómo
acercarse a esa masa proletaria que ha despertado y a la que teme y desprecia,
por su falta de educación y de finura. Muestra las tendencias serviles del
segmento social que representa. Eran casi todos descendientes de los no tan
antiguos emigrantes italianos y españoles, que llegaron masivamente a Argentina
hacia fines del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX. Esta clase
media ocupa una posición social privilegiada en el país joven. Pretende
monopolizar el buen gusto y hacerse indispensable para los sectores ricos y
propietarios.
El pueblo que presenta Cortázar, las multitudes que marchan por las
calles hacia la plaza, pertenecen a un sector social nuevo que está en
transición hacia otra cosa. Los personajes cultos de la novela no entienden
bien qué pasa y observan todo con pesimismo, temiendo que sea el comienzo de
una hecatombe. Las masas que se movilizan por la ciudad son parte de ese
proletariado que despertó con el Peronismo y buscaba un protagonismo social. La
mayoría de los escritores e intelectuales de la pequeña burguesía culta y de la
antigua clase patriarcal, entre los que podemos mencionar, además de Cortázar,
a V. Ocampo, J. L. Borges, E. Martínez Estrada, J. L Romero, E. Sábato, entre
otros, rechazaban y aún odiaban al Peronismo. Lo acusaban de ser un populismo
destructivo, tiránico, antidemocrático. Muchos de ellos celebraron en 1955 el golpe
militar que derrocó a Perón, y fueron cómplices silenciosos de la persecución y
masacre de trabajadores. No denunciaron el bombardeo de la Plaza de Mayo
repleta de civiles en 1955, ni las matanzas de José León Suárez en 1956,
aceptaron colaborar con la dictadura del General Aramburu y recibieron de él
favores y prebendas. Cortázar, que emigró en 1951, no fue testigo de la caída del
Peronismo.
En Francia, el Cortázar expatriado se transformó en un escritor
bohemio, inspirado, que sobrevivió al margen de una sociedad a la que no
pertenecía, en un país que para él era más un símbolo idealizado de la
sensibilidad del mundo artístico, que una entidad histórico-social concreta.
El examen, en cambio, nos introdujo en el
tiempo histórico y político argentino de 1950. Es una visión auténtica de su
medio, tal como lo vio Cortázar, epítome del artista elitista de la época, refractado
en el prisma de la alegoría, que caracteriza a esta novela como obra de arte.
[1] Estos fueron: Nada
a Pehuajó y Adiós, Robinson, teatro, 1984; Divertimento, novela breve, 1986; El examen, novela, 1986; Dos
juegos de palabras, teatro, 1991; La
otra orilla, cuentos, 1994; Obra
crítica, 3 volúmenes, 1994; Diario de
Andrés Fava
(personaje
de El Examen, se publicó por
separado), 1995; Adiós, Robinson y otras
piezas breves, teatro, 1995; Imagen
de John Keats, ensayo, 1995; Cartas (3
volúmenes, el primero incluye sus cartas a partir de 1937), 2000.
[2] Podemos
ver esta obra como parte de una serie novelística nacional a la pertenecen
otras dos novelas destacadas de esta década, ambas
publicadas en 1948 : Adán
Buenosayres, de Marechal, que influye en él, y El túnel, de Sábato, que introduce la visión existencial de la realidad
en la novela. Cortázar, como Marechal, presenta su historia desde una
perspectiva cómica, grotesca. Sábato, escritor contemporáneo suyo, se apoya en
lo trágico.
[3]
En Hispanoamérica la novela aún no había logrado encontrar su mejor forma para
plasmar los principios del arte vanguardista, como sí lo había hecho la poesía,
ya desde la década del veinte, con Vallejo y Neruda. Era una deuda pendiente.
Allí estaban los grandes autores europeos que habían revolucionado el
género : Joyce, V. Woolf, entre otros. Cortázar ambicionaba renovar la
novela y, a partir de ese momento, y durante los años venideros, todos sus
esfuerzos estarán destinados a escribir esa gran obra vanguardista que
vislumbró en Teoría del túnel, donde
explicaba el proyecto teórico que lo guiaba y mostraba su plan de trabajo. Lo
lograría en 1963, con Rayuela.
[4]
El diario no se incluyó en El examen
en 1986. Fue publicado por separado en 1995 bajo el título El diario de Andrés Fava.
[5] En 1951-2, en París, Cortázar escribió sobre Keats un extenso y original
ensayo, que se publicó póstumamente, en 1996, con el título Imagen de John Keats. Había estudiado su
obra durante una década.
Bibliografía citada
Bracamonte, Jorge. “Julio Cortázar y momentos de la novela experimental
argentina”. Anclajes No. 19 (Diciembre 2015): 12-23.
Cortázar, Julio. El examen. Buenos Aires: Alfaguara, 2017. Primera edición 1986.
---. Obra crítica 1. Buenos Aires: Alfaguara, 2014. Edición de Saúl Yurkievich.
Primera edición 1994.
---. Obra crítica 2. Buenos Aires: Alfaguara, 2018. Edición de Jaime Alazraki. Primera
edición 1994.
---. Divertimento. Buenos Aires: Alfaguara, 1986.
---. Rayuela. Buenos Aires: Alfaguara, 2016. Primera edición 1963.
---. Bestiario. Buenos Aires: Alfaguara, 2006. Primera edición 1951.
---. Todos los fuegos el fuego. Buenos Aires: Alfaguara, 2007. Primera edición 1966.
---. Final de juego. Buenos Aires: Punto de Lectura, 2007. Primera edición 1956.
---. Las armas secretas. Madrid: Cátedra, 1993. Primera edición 1959.
---. Los premios. Buenos Aires: Alfaguara, 2016. Primera edición 1960.
---. Imagen de John Keats. Buenos Aires: Alfaguara, 1996.
---. Diario de Andrés Fava. Buenos Aires: Alfaguara, 1995.
---. Libro de Manuel. Buenos Aires: Alfaguara, 2012. Primera edición 1973.
Correas, Jaime. Cortázar, profesor universitario. Buenos Aires: Aguilar, 2004.
Gilman, Claudia. “La política como desgarro”. Florencia Abbate, editora. Homenaje a
Julio Cortázar. Buenos Aires: Eudeba, 2005. 89-105.
Herráez, Miguel. Julio Cortázar, una biografía revisada. Barcelona: Alrevés, 2012.
Lagmanovich, David. “Claves de Julio Cortázar en Divertimento (1949) y El examen
(1950)”. Dispositio No. 44 (1993):175-91.
Marechal, Leopoldo. Adán Buenosayres. Buenos Aires: Corregidor, 2013. Primera
edición 1948.
O´Connor, Patrick. “Melancolía Porteña and Survivor´s Guilt: A Benjaminian Reading
of Cortázar´s El examen”. Latin American Literary Review No. 46 (July 1995):
5-32.
Orloff, Carolina. “Julio Cortázar´s Forgotten Politics: Anti-Peronism in the Rise of a
Writer”. Peter Marks, Editor. Literature and Politics: Pushing the World in
Certain Directions. Newcastle: Cambridge Scholars Publishing, 2012. 121-9.
Pérez, Alberto Julián. Literatura, peronismo y liberación nacional. Buenos Aires:
Corregidor, 2014.
Romano, Eduardo. “Julio Cortázar frente a Borges y el grupo de la revista Sur”.
Cuadernos Hispanoamericanos No. 364-66 (1980): 106-38.
Sábato, Ernesto. El túnel. Madrid: Cátedra, 1989. Primera edición 1948.
Standish, Peter. “El examen de Julio Cortázar: novela de transición”. Actas XIII
Congreso Asociación Internacional de Hispanistas, 2000 (Tomo III): 441-49.
Publicación: Alberto Julián Pérez, “La novela El examen:
Cortázar argentino”. Revista Destiempos No. 62 (Junio -
Noviembre
2019): 84-106.
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