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miércoles, 26 de junio de 2019

La novela El examen: Cortázar argentino


                                                                        de Alberto Julián Pérez ©


                                                                      I

En 1984 muere Julio Cortázar en París, y en 1986 comienza la publicación de sus textos inéditos: estos, que incluyen novelas, ensayos y cartas, modificarían, en unos pocos años, la imagen que teníamos de él. Cortázar, el escritor argentino radicado en París a principios de los años cincuenta, definitivamente expatriado, era un hombre alto, de rostro adolescente, ya próximo a cumplir cuarenta años. Muchos admiraban y envidiaban su estilo de vida. Lo tomaban como ejemplo del escritor cosmopolita: vivía en la Ciudad Luz, viajaba mucho, amaba el jazz, poseía una amplia cultura literaria eurocéntrica. Sus libros fueron apareciendo regularmente a partir de 1951; primero sus cuentos: Bestiario, Final de juego, Las armas secretas, Todos los fuegos el fuego, y luego sus novelas: Los premios y Rayuela, obras todas ellas experimentales y lúdicas. Su literatura llegaba particularmente bien al público joven.
 En 1963, después de su viaje a Cuba, Cortázar cambió: crítico la actitud pequeño burguesa, elitista y esteticista que había mantenido hasta ese momento, y manifestó su apoyó a la revolución cubana (Gilman 89-105). Se transformó, en vísperas de los movimientos rebeldes que caracterizaron la década, en un escritor comprometido políticamente con su sociedad y su tiempo. Parte de este cambio logró trasladarlo a su literatura.  Libro de Manuel, publicado en 1973, fue su novela más política.
A partir de 1984, muerto Cortázar, fueron apareciendo gradualmente los textos inéditos escritos en su país, que evitó publicar en vida y autorizó se los publicara después de su fallecimiento.[1] Emergió otro escritor: el Cortázar argentino que, cuando partió de su tierra a los 37 años, era ya autor de varios textos importantes. Entre éstos se destaca El examen, de 1950, publicada en 1986. Es su primera gran novela, escrita diez años antes de Los premios.
En 1994 apareció su Obra crítica en tres volúmenes. El Tomo 1 incluye su Teoría del túnel, de 1947, uno de los ensayos más destacados sobre teoría de la novela que se hayan escrito en Hispanoamérica en la primera mitad del siglo XX. En 1996 se publicó su extenso estudio Imagen de John Keats, escrito en París en 1951-52, fruto de una cuidada investigación que había llevado a cabo en Buenos Aires a lo largo de una década.
Cortázar era un gran lector y un crítico erudito, un escritor dotado tanto para el ensayo como para la ficción. En Teoría del túnel hizo un análisis interpretativo de la historia de la novela europea. Estudia la narrativa de las vanguardias inglesa, francesa y alemana. Explica cuáles son las ideas y valores fundamentales del Existencialismo y el Surrealismo, movimientos que fueron determinantes en la gestación de su literatura (Obra crítica 1 : 103-12).
Cortázar trató de poner en práctica sus ideas sobre la novela en El examen. Un año antes había escrito una novela más breve, Divertimento, con planes más modestos. El examen es una obra extensa, original y compleja.
En esos años había leído y revalorado la obra de dos escritores argentinos contemporáneos: Arlt y Marechal (Standish 445). Cortázar admiraba la manera en que Arlt utilizaba el lenguaje en su narrativa, había sabido acercarse al hombre de la calle (El examen 101-2). No trató de reducir la realidad a los moldes de la novela. La forma en Arlt era dinámica y se adaptaba al tema, a lo que quería contar.
Marechal, reconocido poeta y ensayista, publicó en 1948 su novela Adánbuenosayres. Cortázar la leyó y el libro lo cautivó. La revista Sur, con la que Cortázar había colaborado ocasionalmente, publicó una reseña muy negativa de la obra. Sur era una fuerza cultural dominante en el medio literario políticamente conservador de las elites argentinas. Para Victoria Ocampo, su directora, atacar a Marechal era una cuestión de clase: se trataba de un escritor peronista. La revista mantenía una posición pseudo liberal, abiertamente antiperonista. Cortázar escribió una reseña elogiosa, en la que demostró el carácter experimental e innovador de la novela, y la publicó en la revista Realidad en 1949 (Obra crítica 2 : 167-76). Defendió a Marechal, sin importarle su posición política, arriesgándose a recibir represalias de los miembros del grupo (Romano 106-138). Juzgó los méritos de la obra desde una perspectiva exclusivamente literaria.
A diferencia de los escritores de Sur, rodeados de privilegios de familia, y algunos con grandes fortunas, como las hermanas Ocampo y Bioy Casares, Cortázar pertenecía a un sector de clase media de muy limitados recursos económicos. Vivió, durante su niñez y adolescencia, en una localidad de provincia, Banfield, en el Gran Buenos Aires, alejado del centro de la ciudad. Cuando tenía seis años su padre abandonó a su madre. La mujer tuvo que hacerse cargo ella sola de Julio y su hija más pequeña. Trabajó como empleada administrativa en una oficina.
Julio estudió en la escuela normal de maestros. La docencia era una profesión que podía brindarle una fuente laboral estable. Necesitaba ayudar a su madre. Luego de recibirse hizo un Profesorado en Letras, y durante varios años (dos en el pueblo de Bolívar y cinco en la pequeña ciudad de Chivilcoy) fue profesor de enseñanza media en localidades del área rural de la provincia de Buenos Aires. En 1944 lo invitaron a trabajar en la Universidad de Cuyo, recientemente creada en Mendoza, como profesor de Literatura Francesa, y de Literatura Inglesa y Literatura Alemana (Herráez 25-87).
Enseñó allá durante dos años que fueron decisivos en su vida, como lo testimonia Jaime Correas (51-88). Tenía amplios conocimientos de la literatura de esos países europeos. Los estudiantes de licenciatura valoraron su preparación. Participó además en las internas de su Facultad y en las luchas políticas de la Universidad, en un medio dividido entre conservadores y nacionalistas-peronistas. Cortázar fue elegido por los estudiantes y sus colegas para ocupar un puesto en el Consejo de la Universidad. Mantuvo una posición progresista y apoyó a los nacionalistas y peronistas, contra los conservadores. En esa época el fenómeno del Peronismo estaba en sus comienzos. Esa experiencia le mostró la otra cara del mundo universitario, plagado de intereses personales y ambiciones políticas.
Cortázar era un excelente ensayista y estaba muy bien preparado para brillar en el mundo académico, pero tenía otros objetivos. La cátedra universitaria era una actividad absorbente, y Cortázar quería dedicar su tiempo y sus esfuerzos a escribir ficción. Al leer Teoría del túnel, de 1947, constatamos que en esta época ya había logrado articular, con gran lucidez, su propia teoría de la novela de una manera original, clara y convincente (Bracamonte 13-15). Después de haber vivido y trabajado casi una década fuera de Buenos Aires, Cortázar renunció a su trabajo docente y regresó a la ciudad. Consiguió un puesto como gerente en la Cámara del Libro y comenzó una nueva carrera: ingresó en el Traductorado de francés e inglés. Luego de sacar su título trabajó para un estudio de traducción y solicitó becas para continuar sus estudios en Europa.
Durante esos años en Buenos Aires escribió cuentos, poemas, ensayos y dos novelas : su actividad fue incesante. Viajó a Europa y visitó París, ciudad que lo fascinó. En 1951, finalmente, recibió una beca para estudiar allá. No regresará más. Puso fin a su etapa argentina e inició su vida de expatriado. Se lanzó a una carrera prolífica como cuentista que le ganó muchos lectores, y luchó por llevar a cabo su gran proyecto literario: escribir una novela total. Lo logró más de diez años después, con Rayuela, su obra cumbre.
En Teoría del túnel, Cortázar analizó y discutió cuidadosamente el problema del lenguaje en la novela. Veía la narrativa contemporánea como una lucha entre dos tipos de escritura : la escritura poética y la escritura científica o enunciativa (Obra crítica 1: 76-87). Él quería que su escritura mantuviera una relación dialéctica entre ambas. El mundo externo, la realidad humana y social, la calle (tal como lo había observado en las novelas de Arlt y Marechal) debía poner a los personajes en movimiento. Estos se enfrentarían a situaciones conflictivas y esa realidad les mostraría qué lenguaje utilizar para expresarla. El exterior, el mundo, determinaba el interior. Buscaba, de esta manera, escapar al solipsismo de una literatura pequeño burguesa estéril, vuelta sobre sí misma. Sus personajes muestran pasión existencial y están envueltos en una lucha agónica por sobrevivir.
En sus novelas el espacio común urbano une a los personajes y les ayuda a encontrar su identidad. En Los premios, cuya trama se desarrolla en un barco, los personajes interactúan en la cubierta, el espacio público.
El examen, su principal obra escrita en Argentina, mantiene algunas importantes diferencias con las novelas que escribirá posteriormente en Europa. En Los premios y Rayuela las respectivas historias transcurren en dos ámbitos distintos, enfrentados : la ciudad de Buenos Aires y el barco en el mar, la primera, París y Buenos Aires, la segunda; sus personajes transitan de un mundo a otro y procuran encontrar un punto de equilibrio. En El examen, y en su novela anterior, Divertimento, 1949, en cambio, la trama novelesca tiene lugar exclusivamente en Buenos Aires. Rayuela  introduce héroes expatriados, lúmpenes, seres marginales. Los protagonistas de Divertimento y El examen son jóvenes pequeño-burgueses, representantes de los intereses, las aspiraciones y los prejuicios de ese sector social. No son conformistas. Son escritores, jóvenes rebeldes que no encuentran su lugar en el medio en que habitan. Se sienten asfixiados. Odian a la alta burguesía, la consideran una clase detestable. Pero tampoco comprenden al proletariado, a las masas. Están en un interregno.
En Rayuela sus personajes son desclasados, expatriados. No se sienten parte de la sociedad. Valoran el arte por encima de todo. En El examen sus personajes enfrentan una realidad apocalíptica. Alrededor de ellos la ciudad colapsa, se hunde. Esa situación de caos, que los críticos han asociado al Peronismo, es una alegoría existencial (Orloff 121-9; O´Connor 28; Lagmanovich 176-8).
Continuamente se burlan de la falta de finura y de educación de los sectores pobres. Estos, a diferencia de ellos, están conformes con la situación política y aceptan adorar al “hueso”, se rinden ante él. Cortázar captó los cambios de las formas políticas ocurridos durante el Peronismo, particularmente la aparición del fenómeno « Evita » y la relación especial de Eva Perón con las masas. El pueblo pobre, de acuerdo a su interpretación, no piensa: se deja seducir y se entrega al ritual. Testimonia el conflicto existente en el medio social: el proletariado, por un lado, y la gran y la pequeña burguesía (caracterizadas como clases que cooperan entre sí, aunque de sensibilidad diferente), por otro, están enfrentadas. Europa había visto la aparición del Fascismo y el ascenso de Hitler al poder, y había sufrido una terrible guerra no hacía muchos años. La Argentina y los otros países de la región eran sociedades inestables. La lucha entre la oligarquía y los sectores del trabajo había alcanzado gran intensidad. La sociedad vivía en estado de “guerra civil” latente.
Desde 1930 el Ejército había intervenido en el proceso político nacional y había gobernado al país en varias ocasiones. Las Fuerzas Armadas avasallaron a la sociedad civil y limitaron su autonomía. La oligarquía conservadora agro-exportadora aumentó su poder. Con la llegada del Peronismo cambió la relación de fuerzas : triunfó el laborismo. Perón se enfrentó a los intereses del gran capital, nacional y extranjero, y gobernó en beneficio de los trabajadores y la pequeña burguesía (Pérez 10-18). Los intelectuales vivieron la crisis con angustia. El ambiente se les hizo irrespirable. Cortázar testimonia esta situación en su novela.  Le parece que la ciudad está al borde del colapso. No culpa por esto a la oligarquía, ni a la alta burguesía. Dirige su antipatía contra el pueblo obrero y, aunque no lo menciona, contra el Peronismo.
Sus personajes se muestran confundidos. No comprenden qué pasa a su alrededor. Son seres débiles, escapistas. Tienen más de antihéroes que de héroes. Varios de ellos escriben (Juan es poeta, Andrés ensayista, el Cronista periodista). El único personaje que no es culto y siente simpatía hacia las masas, Stella, sufre el desdén y el desprecio de los otros. Clara es una intelectual elitista. Consideran al examen un desafío. Desconfían de las intenciones de los examinadores. La realidad les da la razón: el examen y lo que lo rodea son una farsa.
Los personajes se mueven en un mundo deformado, grotesco. Bajo el Peronismo la sociedad experimenta un verdadero choque de culturas. El examen testimonia ese proceso social, desde la perspectiva de la pequeño-burguesía desencantada, que no entiende la lucha de los sectores proletarios. Caracteriza al pueblo como a una masa informe de fanáticos iletrados y bárbaros. Tienen “mal gusto”, su comportamiento es ridículo y peligroso.
Los personajes protagonistas se sienten frustrados ante la situación. Son testigos de hechos que les parecen irracionales. Se sienten extraños en su medio social, exiliados espirituales. No encuentran su lugar. Aman la ciudad  y deambulan por sus calles. Pero los amenaza el desastre. Crean un espacio dialéctico en el que son interlocutores. Dejan fluir su curiosidad y sus dilemas, y se hacen múltiples preguntas. No encuentran la verdad, ni dentro ni fuera de sí. Se desplazan constantemente. A diferencia de lo que sucedería con los personajes de Rayuela, los personajes de El examen no logran establecer un puente con los otros.
Cortázar no publicó El examen y se fue de Argentina poco después de terminar la novela. ¿Trataba de huir del Peronismo? No tenía motivos para hacerlo. El gobierno laborista de Perón favoreció al sector pequeño-burgués al que pertenecía Cortázar. La nueva legislación laboral apoyó el aumento de los salarios y el nivel de vida de los trabajadores mejoró. Julio se había ganado la vida como docente, primero, en un modesto puesto de profesor de secundaria en escuelas de zonas rurales, luego como profesor universitario en la joven universidad de Mendoza, creada hacía pocos años, y en esos momentos trabajaba como traductor en un estudio en Buenos Aires. Su familia había sufrido necesidades económicas, y él ayudaba a su madre en la manutención del hogar. Cortázar, creo yo, se fue del país por otros motivos: buscaba el puente que le permitiera salir de sí mismo y reunirse con el otro, y en Argentina no lograba encontrarlo. En esta novela los personajes están encerrados en su propio narcisismo. Son jóvenes que han formado pareja y viven como eternos adolescentes sin hijos. No logran crecer. Sienten que el mundo alrededor de ellos se derrumba. No son ideólogos ni intelectuales en el sentido sartriano: son gente de letras. Los define su sensibilidad y su amor al arte. Aman la poesía.
Cortázar articula esta obra como una novela de peripecias. Los personajes deambulan constantemente por el centro de Buenos Aires. Hay varios espacios privilegiados donde se desarrollan grandes escenas: la facultad de Filosofía y Letras (que en esa época estaba en calles San Martín y Reconquista), Plaza de Mayo, Plaza Colón, el teatro Colón, y varios bares de la ciudad, particularmente los ubicados en el centro y en la zona del bajo, cerca del Luna Park y la Recova.
El examen es una novela dialógica, su autor mezcla la narración y el drama, cuenta a través de escenas. Sus personajes hablan por sí mismos, en primera persona, sobre la ciudad y su situación política, el arte, la literatura, la poesía, el lenguaje y el devenir de la novela. Caracterizan las expresiones orales del pueblo inculto, del que se burlan, y del lenguaje de la burguesía, pretensiosa e insensible, y crean su propio registro de lengua literaria. Es un lenguaje compuesto con el habla informal coloquial de Buenos Aires, inventivo, lúdico, poblado de expresiones ingeniosas y juegos de palabras. Cortázar presenta a cada grupo social con su propio nivel de lengua y procura mostrar sus problemas y limitaciones al lector.
En la novela el personaje más enigmático, el personaje clave, es Abel. Abel es el otro. Es distinto a los demás, viste formalmente, se peina a la gomina. Los sigue, es amenazante. Los observa y los vigila desde cierta distancia. Lo ven en las situaciones más inesperadas. Juan y Clara hablan de él. Sólo al final de la novela Abel va al encuentro de Andrés y se enfrentan. Es el desenlace. Un desenlace aparentemente trágico, aunque no tenemos la seguridad de que sea así. ¿Matará Andrés a Abel, o Abel a Andrés ? ¿Por qué buscan destruirse ? El narrador envuelve al personaje en la ambigüedad y el misterio. Forma parte de una red de relaciones equívocas, que incluye a Andrés, que está enamorado de Clara y vive con Stella, la mujer práctica, poco culta, reverso de la Clara intelectual y lúcida, y a Juan, el marido de Clara, a quien Andrés al final « salva », para enfrentarse él solo a Abel.
Abel es el doble de Andrés, el “doppelganger”. No hay lugar para ambos en el mundo. Uno debe morir para que el otro pueda crecer. Porque les es imperioso a estos personajes pseudo « adolescentes », inmaduros, crecer. Para esto tienen que luchar contra su narcisismo que los aprisiona, y abrirse al otro. Al otro bueno. Abel es el otro, pero el otro malo, peligroso, destructivo. Abel viene a « robar », es el « policía » del alma. Para salvarse, tienen que destruir a Abel. Cortázar deja a este personaje en el claro-oscuro.
La novela gira alrededor de la relación con el otro. Hay un otro que complementa a ese “otro” ominoso, el “doppelganger”: es el « otro » excluido, el pueblo. Lo perciben como una amenaza. No se sienten parte de él. El pueblo es el monstruo, la barbarie « sarmientina ». Cortázar registra con miedo su experiencia con la masa peronista, creando su propio vínculo histórico con la Generación de 1837: los intelectuales pseudo-liberales antirrosistas, que buscaban la « libertad », apoyaban la intervención del imperialismo francés e inglés en Argentina, y veían a Lavalle como a un héroe, justificando su golpe militar contra Dorrego, el Gobernador federal electo al que asesinó, recrudeciendo la guerra civil. El objetivo de la Generación del 37 era atacar a Rosas y denunciar la tiranía. El pueblo apoyaba a Rosas y ellos se volvieron contra el pueblo. En El examen el pueblo es una turba de “cabecitas negras” peronistas. Los jóvenes artistas se burlan de ellos. Los ven como a seres “primitivos”, irracionales, que adoran al “hueso”. Han invadido la simbólica Plaza de Mayo, y hacen su burda ceremonia junto a la Pirámide, en el centro de la plaza.
El pueblo peronista asusta a los artistas pequeño-burgueses. Sin proponérselo, Cortázar nos muestra que una novela es siempre expresión particular de una situación histórica determinada, donde el escritor habla como miembro de un sector social específico, aunque no lo vea así, y crea que representa la voz de “todos” y el ethos de la sociedad en general.  No hay novela sin historia.
Estos artistas “juegan” a ser distintos: critican a la burguesía insensible, pero son parte de su mundo. Forman su ala pequeño-burguesa “progresista”. La burguesía nacional que nos presenta el autor es una clase poco refinada. Comerciantes semi-cultos y jóvenes de mentalidad consumista, como el padre de Clara y su hijo. La oligarquía es superficial y vacía. Los personajes a lo largo de la novela deambulan por el microcentro de Buenos Aires, perseguidos por Abel, y asisten como testigos casuales al “ritual del hueso”. Mientras tanto, esperan que llegue el momento del “examen”. Todo ocurre en tan sólo dos días. Hay unidad de acción y de lugar, y unidad de tiempo, como en el teatro. Cortázar lleva la trama hacia lo tragicómico, lo serio-cómico. También hacia lo alegórico-filosófico : la ciudad parece enfrentar un cataclismo. La invade una niebla que no deja ver, unas pelusas vuelan por el aire e impiden respirar bien, el asfalto de las calles y el suelo de las casas empiezan a hundirse. En el momento final, Cortázar resuelve satisfactoriamente la situación a favor del lector: sale el sol. La última que “sobrevive”, literariamente hablando, es la mujer de Andrés, Stella, el personaje más práctico, simple y popular.
Los intelectuales y escritores en esta novela son seres “exquisitos”, para los que la literatura es algo “excepcional”. No pueden identificarse con el pueblo, ni con la burguesía, porque no comparten sus valores. Viven en un mundo cerrado donde reina el arte. Se desplazan por la ciudad, discuten sobre su teoría de la escritura, hablan de la novela, plantean  problemas literarios, mientras el mundo alrededor de ellos se desmorona. Reaccionan con asombro y cierto cinismo. La novela crea una complicidad especial con el lector iniciado. En sus páginas se asiste a la « fiesta » de la literatura.[2]

                                                          II

Cortázar dividió la narración en ocho capítulos, y la novela, desde el inicio, nos introduce en una situación simbólica, con visos fantásticos. Clara está en la Casa, un centro con varios salones, en cada uno de los cuales hay un lector leyendo una novela en una lengua extranjera. Entra en la sala de inglés y en la de francés. Busca a Juan, su marido, pero éste no aparece. Juan, en esos momentos, camina por el centro de Buenos Aires. Lleva en la mano un coliflor, que él considera algo mágico, maravilloso.
El mundo que presenta el autor es idiosincrático, surreal. La situación absurda sorprende al lector. Juan entra en un café donde ve a Abel, que parece estar buscando a alguien. No sabemos a quién.
Juan llega a la Casa y encuentra a Clara, su mujer. Descubrimos que Juan es poeta. Le recita a su esposa uno de sus poemas y le muestra el coliflor. La narración se desplaza de la prosa al verso. Esto se repite a lo largo de la novela, que incluye varios poemas. Cortázar cree que en la narrativa tienen que convivir el lenguaje enunciativo y el poético (Teoría del túnel 76-81). El mundo representado oscila entre el realismo y lo simbólico. Cortázar trata de desestabilizar la narrativa, e impedir que el lector se asiente en uno o en otro modo o estilo. Quiere que el lector piense, que cuestione la escritura. Es parte de su credo neovanguardista. [3]
Juan y Clara van de una sala a otra. Tienen que prepararse para dar el examen final al día siguiente. ¿Lo pasarán ? El narrador mantiene en vilo al lector. En el salón donde se lee en francés encuentran a la otra pareja de personajes centrales : Andrés y su esposa Stella.
Andrés es un personaje central. Es escritor, ensayista, como Cortázar, y está escribiendo un diario.[4] En ese diario medita sobre la escritura. Será quien salve a Clara y a Juan del desastre en el final, y quien se sacrifique por ellos, enfrentándose a Abel, en una situación en que no se sabe cuál de los dos sobrevivirá. Andrés es la conciencia moral en la novela. Su mujer, Stella, es muy distinta a él. Es espontánea, poco culta, vital. El quinto personaje que completa el grupo es el Cronista, a quien encontrarán luego. Es un buen amigo que trabaja en un periódico. A pesar de su profesión y de su sobrenombre, el Cronista no valora demasiado la historia. La considera una especie de fábula. La literatura y el arte le parecen superiores a ella. No está convencido de la importancia de ser testigo de su tiempo.
El grupo decide dejar la Casa e ir a comer todos juntos. Toman un tranvía y atraviesan el centro de la ciudad. Cortázar narra con humor. Los personajes se hacen bromas. Usan el tono ligero y desinhibido del habla coloquial estudiantil. El lenguaje informal, burlón y transgresivo, permite a Cortázar acercarse de una manera más personal e íntima al público joven.
Por momentos la situación cómica puede derivar en la sátira y la parodia, como en el episodio de los barrenderos. Estos suben en medio del viaje para limpiar el tranvía. El narrador describe minuciosamente el movimiento que hacen con sus traseros cuando barren y la reacción de los pasajeros, en una escena burlesca.
Bajan y llegan al restaurante, donde van a encontrar al Cronista. El narrador afirma que el Cronista es un ejemplo del porteño que no se mete en nada. Andrés lo invita a la mesa y le cuenta que Clara y Juan al día siguiente rinden el examen final. El Cronista había visitado Europa hacía poco, y los demás lo respetan. Hablan de los ensayos de Andrés y del diario que éste escribe. Mientras comen, discuten el papel del intelectual en la sociedad. El Cronista le niega valor a la intelectualidad argentina. Dice: “Creo que aquí somos pocos, que servimos para poco, y que la inteligencia elige sus zonas y entre ellas no está la Argentina” (El examen 42). Esta visión pequeño-burguesa, pesimista, prevalece en la novela. Los personajes sienten que viven en un mundo desvalorizado, degradado, y muestran su desencanto. Juan sostiene que  los argentinos carecen de “espíritu de sistema” y no saben como participar “…individualmente en la aventura humana” (43, 45). A Juan le importa la creación, no la historia, que ve casi como un obstáculo. Y para crear, dice, hay que tener “moral de creación” y “dignidad personal”.
Clara participa en la discusión. Es una intelectual muy lúcida. Mantiene una actitud de seducción constante hacia Andrés y éste hacia ella.  Clara acusa a Juan y al Cronista de ser « afrancesados puros ». Cortázar deja que los personajes polemicen: no hay un solo punto de vista. El ruido de un vaso que se le cae al suelo al mozo interrumpe la conversación y se van del restaurante.
Pasan frente al estadio de boxeo Luna Park y al Correo Central, edificios emblemáticos de la zona del bajo porteño, mientras Juan recita sus poemas. A medida que se acercan a la Cosa Rosada, sede del gobierno, notan que pasa algo raro. Escuchan un altoparlante y ven una multitud que camina hacia la Plaza de Mayo. El Cronista les devela el enigma: van todos a ver el “Hueso”. Habrá una ceremonia. Viene gente del interior también. Deciden ir.
Ven que en la plaza han levantado un santuario, tomando la pirámide patria como uno de los soportes de la improvisada construcción. El Cronista les advierte que serán testigos de un verdadero ritual.
El narrador caracteriza a la multitud: son los “negros” del interior y del gran Buenos Aires, los temidos “cabecitas negras”. Representan el nuevo poder popular. Se aproximan al santuario donde está el hueso. Los obreros escoltan el sitio. Cortázar narra esta parte mezclando prosa y verso. Los personajes en sus diálogos ridiculizan a los participantes de la ceremonia. La narración es serio-cómica.
Entran en el santuario de arpillera iluminado por reflectores. Abel, desde un costado, los observa. Junto al Hueso ven a una mujer de pelo rubio y vestido blanco, símbolo de Eva Perón, la actriz esposa del Presidente Perón, a la que la burguesía teme y detesta. La gente repite “ella es buena” como una letanía. Un falso orador, subido a una mesita, pronuncia un discurso. Gesticula. Repite palabras sin sentido.
Los muchachos critican la “falta de estilo” de la multitud. Sólo Stella siente una curiosidad genuina ante el Hueso. Siguen a un perro, que pasa en medio de la gente, y logran salir del lugar. Van a un bar y allí descansan, y comentan lo que vivieron.
Este episodio grotesco, del Hueso y la gente “baja”, tendrá como contrapartida un episodio posterior, protagonizado por la gente “elevada”, fina, en el teatro Colón, durante un concierto de música clásica. El mundo del Colón es el ámbito de la alta burguesía, que ellos conocen y entienden; es el reverso de ese universo obrero que los atemoriza, y al que consideran “bárbaro”. Estos jóvenes, que rechazan el mundo proletario, no comparten tampoco los valores de la burguesía. Les parece una clase ridícula. El artista pequeño burgués, lúcido, sensible, prefiere ocupar el margen, donde se siente seguro. La burguesía considera al artista un individuo “difícil”, conflictivo, problemático. La buena sociedad lo excluye. Su único bien es la cultura, que es su banquete, su privilegio.
Salen del bar y van hacia la Plaza Colón, detrás de la casa de gobierno. Consiguen una botella de vino y van a beberla allí. Durante el camino, hablan de lo que vivieron y se ríen de la gente grosera e inculta. Al llegar a la Plaza Colón descubren a Abel, huidizo como siempre, que los observa de la vereda de enfrente y desaparece enseguida, sin tratar de acercarse. Se sientan en un banco y, entre tragos de vino, hablan sobre literatura y escritura. Es un momento determinante en la trama de la novela. Discuten Andrés, el Cronista, Juan y Clara. Stella no participa casi: no es intelectual ni artista. Cortázar pone en boca de sus personajes los temas que a él más le interesan: el problema de la escritura, la formación del escritor, sus escritores preferidos y sus proyectos literarios.
Andrés, alter ego del autor, desconfiaba del color local y había escrito sonetos y cuentos. Sus amigos habían sido severos en sus críticas a su obra, por eso no era más abundante: pensaba mucho cada cosa que escribía. El libro de Cocteau, Opium, tuvo una gran influencia en su vida. Admiraba a Mallarme, y se volvió exigente y  autocrítico como él  (94-5). En el comienzo de su carrera, afirma, el escritor debe ser “ecuménico”.  Pasada esta etapa puede acercarse a lo local.
Juan, por su parte, confiesa que lo influyeron Novalis y Keats.[5] Le cuenta al Cronista cómo se siente ante las masas y ante la pequeña burguesía y la burguesía: “Te voy a decir una cosa horrible…cada vez que veo un pelo negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me da asco. Y cada vez que veo un ejemplo de hortera porteño, me da asco. Y las catitas me dan asco. Y esos empleados inconfundibles, esos productos de ciudad con su jopo y su elegancia de mierda y sus silbidos por la calle, me dan asco…” y concluye “…los que son como nosotros me dan lástima” (97).
Hablan sobre la lengua literaria. Clara argumenta que los escritores argentinos mostraban “miedo a las palabras” (99). Para Andrés “el idioma de los argentinos sólo es rico en las formas exclamativas” (100). Cree que hay que “expresarse con fidelidad a su materia poética o plástica”. Cita como ejemplo a Roberto Arlt, que “peleó duro para conseguir y validar una unión del lenguaje con su sentido” (101). Para él “lo nacional” sobrepasa los límites que “el lenguaje culto” quiere imponer. Arlt, dice, “atropelló para el lado de la calle, por donde corre la novela” (102). Su novela es “la novela del hombre de la calle”. La lengua debe representar con verosimilitud al personaje, alejándose del lenguaje literario artificioso, culto, como el que habían usado los Modernistas en su prosa.
Terminada la discusión se van a sus casas en taxi. Andrés, Stella y el Cronista toman un auto; Juan y Clara otro. Ya amanece. Andrés y el Cronista rematan la noche hablando de poesía mientras el taxi avanza en su recorrido. Andrés dice que para él el poeta es el hombre para quien “el dolor no es una realidad” y, cuando lo padece, siente que se “metamorfosea” (112). Mientras el poeta sufre, argumenta, se ve a sí mismo sufrir, como si fuera otro.
Clara y Juan llegan a su casa y observan, al abrir la puerta, que se ha hundido el piso de la entrada. El proceso de deterioro y destrucción avanza en torno de ellos. La ciudad cambia rápidamente. Esa noche, Clara sueña con Andrés y Andrés con Clara.
Concluida la aventura de la Plaza Colón, la novela evoluciona hacia su demorada conclusión. Tal como pasará en Los premios diez años después, cuando el barco no llega a ningún lado, en El examen el objetivo que motivaba la acción fracasa: los personajes no pueden tomar el examen.
Cortázar plantea las próximas escenas con riqueza dramática: crea una gran comedia burlesca. Al día siguiente, Juan y Clara visitan la casa del papá de esta para almorzar y luego asistir a un concierto de la tarde en el Teatro Colón. El narrador introduce al hermano de Clara, el Bebe, un joven a la moda de fines de los años 40, que admira la orquesta de tango de Pichuco, y al padre de Clara, que acompañará a su hija y su yerno al concierto, donde podrá codearse con la gran burguesía de Buenos Aires. El narrador ridiculiza el comportamiento del público snob que asiste. Describe también a algunos personajes representativos de la oligarquía culta, como Pincho López Morales, y su hermano Wally, que han viajado por Europa, conocen el arte vanguardista francés, y la obra de Artaud y de Schumann (148). Cortázar, sabemos, era melómano, y muestra a los lectores su conocimiento y su pasión por la música. Mezcla lo serio y lo cómico: la escena termina con una sensacional riña en el baño del teatro Colón, durante el intervalo. Los hombres se pelean por un peine que, atado a una cadenita, pretenden usar todos al mismo tiempo. La riña concluye cuando los acomodadores del teatro llaman a la policía y los participantes, incluido el padre de Clara, que también repartió trompadas, terminan detenidos en la Comisaría.
Andrés, por su parte, vive una experiencia traumática. Entra a la librería El Ateneo, en calle Florida. Observa que la humedad y los hongos están corrompiendo el papel de los libros. Recuerda a algunos de los autores de las obras que comprara allí en el pasado: Esquilo, Sófocles, Teócrito, O´Neill, Molinari, Freud, Girardoux, García Lorca… Reconoce a un vendedor amigo suyo: Arturo Planes. Los altoparlantes de la calle van informando lo que sucede. Sube al primer piso. Ve en una oficina a varios empleados que están tratando de reanimar a un hombre desvanecido. No lo logran: está muerto. Andrés se siente mal. Lo había visto antes en un curso de Martínez Estrada y en unas clases de Borges (ambos eran escritores antiperonistas).
Andrés medita largamente sobre la muerte. No le reconoce su poder. “Estoy vivo, soy porque estoy vivo - dice - …si al morir no soy yo…el que se muere es otro”(193). En ese momento reconoce en la librería a Abel, su doble, que lo persigue. Sale a la calle Florida y va hacia Corrientes. En la calle reina la confusión. Cortázar compara ese caos con el mundo del circo, una de sus figuras favoritas, que reaparecerá en Rayuela (196). Andrés entra en un café casi vacío donde encuentra a Stella. Salen del café y van a la Universidad. Se reúnen con Juan y Clara, que tienen su examen final. En el salón los estudiantes esperan en vano. Comprenden que no habrá examen. Los bedeles les van a entregar los diplomas sin que rindan. Clara les cuenta que recibió una carta de Abel, que se acerca más y más a ellos. No esperan por los diplomas y salen de la Universidad. La novela se aproxima a su final.
La niebla inunda la ciudad amenazada. Van los cuatro a un bar. La gente, a su alrededor, corre desesperada. Traen a un muchacho herido, que pronto expira. Andrés convence a Juan de que se lleve a Clara de Buenos Aires. El y Stella van a quedarse. Un hombre del bar, Calimano, tiene un bote, y se ofrece a sacarlos de allí. El río está cerca. Andrés deja a Stella en el bar, y los acompaña hacia el Río de la Plata. Atraviesan el bajo y entran al puerto. Andrés los despide. Al regresar sucede lo inevitable: aparece aquél que lo estaba buscando, Abel. Se dicen poco, se insultan. Andrés saca la pistola que guarda en el bolsillo. No sabemos si Abel está armado ni cuál de los dos va a morir. En el mundo que se derrumba no hay lugar para los dos. En la última escena, Stella, en su departamento, espera a Andrés, que no viene y no va a llegar. Se va a dormir. A la mañana siguiente sale el sol. El equilibrio se ha restablecido. El mundo está salvado. El sacrificio de Andrés ha evitado el caos final.
Muy pocos escritores hablaron de esta época de la historia argentina. Cortázar, a su modo, pudo hacerlo. Los personajes de su novela son escritores desconformes y rebeldes, que no se ajustan a la realidad social de su tiempo. Cortázar era en esos momentos un escritor lleno de dudas, inseguro. Subestimaba a los sectores populares, y criticaba a la burguesía urbana, superficial y consumista, regida por falsos valores, inauténtica.
El Surrealismo y el Existencialismo guiaron su pensamiento. Al llegar al Río de la Plata, estos movimientos no conservaron la combatividad que habían tenido en su lugar de origen. Los artistas locales los adaptaron a sus propios intereses. El arte literario rioplatense mantiene su impronta exclusiva y elitista.
El examen es una novela intelectual alegórica que describe la vida social contemporánea, tal como la percibía la pequeña burguesía culta, de donde provenían los nuevos escritores como Cortázar y Sábato. Cortázar testimonia su confusión, su incomprensión, sus prejuicios de clase, el vacío existencial en que viven. Forma parte de un sector social que tiene una identidad nacional débil, y busca el apoyo y la protección de la alta burguesía, a la que trata de servir, si bien se burla de ella. No sabe cómo acercarse a esa masa proletaria que ha despertado y a la que teme y desprecia, por su falta de educación y de finura. Muestra las tendencias serviles del segmento social que representa. Eran casi todos descendientes de los no tan antiguos emigrantes italianos y españoles, que llegaron masivamente a Argentina hacia fines del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX. Esta clase media ocupa una posición social privilegiada en el país joven. Pretende monopolizar el buen gusto y hacerse indispensable para los sectores ricos y propietarios.
El pueblo que presenta Cortázar, las multitudes que marchan por las calles hacia la plaza, pertenecen a un sector social nuevo que está en transición hacia otra cosa. Los personajes cultos de la novela no entienden bien qué pasa y observan todo con pesimismo, temiendo que sea el comienzo de una hecatombe. Las masas que se movilizan por la ciudad son parte de ese proletariado que despertó con el Peronismo y buscaba un protagonismo social. La mayoría de los escritores e intelectuales de la pequeña burguesía culta y de la antigua clase patriarcal, entre los que podemos mencionar, además de Cortázar, a V. Ocampo, J. L. Borges, E. Martínez Estrada, J. L Romero, E. Sábato, entre otros, rechazaban y aún odiaban al Peronismo. Lo acusaban de ser un populismo destructivo, tiránico, antidemocrático. Muchos de ellos celebraron en 1955 el golpe militar que derrocó a Perón, y fueron cómplices silenciosos de la persecución y masacre de trabajadores. No denunciaron el bombardeo de la Plaza de Mayo repleta de civiles en 1955, ni las matanzas de José León Suárez en 1956, aceptaron colaborar con la dictadura del General Aramburu y recibieron de él favores y prebendas. Cortázar, que emigró en 1951, no fue testigo de la caída del Peronismo.
En Francia, el Cortázar expatriado se transformó en un escritor bohemio, inspirado, que sobrevivió al margen de una sociedad a la que no pertenecía, en un país que para él era más un símbolo idealizado de la sensibilidad del mundo artístico, que una entidad histórico-social concreta.
El examen, en cambio, nos introdujo en el tiempo histórico y político argentino de 1950. Es una visión auténtica de su medio, tal como lo vio Cortázar, epítome del artista elitista de la época, refractado en el prisma de la alegoría, que caracteriza a esta novela como obra de arte.




[1] Estos fueron: Nada a Pehuajó y Adiós, Robinson, teatro, 1984; Divertimento, novela breve, 1986; El examen, novela, 1986; Dos juegos de palabras, teatro, 1991; La otra orilla, cuentos, 1994; Obra crítica, 3 volúmenes, 1994; Diario de Andrés Fava
(personaje de El Examen, se publicó por separado), 1995; Adiós, Robinson y otras piezas breves, teatro, 1995; Imagen de John Keats, ensayo, 1995; Cartas (3 volúmenes, el primero incluye sus cartas a partir de 1937), 2000.
[2] Podemos ver esta obra como parte de una serie novelística nacional a la pertenecen otras dos novelas destacadas de esta década, ambas publicadas en 1948 : Adán Buenosayres, de Marechal, que influye en él, y El túnel, de Sábato, que introduce la visión existencial de la realidad en la novela. Cortázar, como Marechal, presenta su historia desde una perspectiva cómica, grotesca. Sábato, escritor contemporáneo suyo, se apoya en lo trágico.
[3] En Hispanoamérica la novela aún no había logrado encontrar su mejor forma para plasmar los principios del arte vanguardista, como sí lo había hecho la poesía, ya desde la década del veinte, con Vallejo y Neruda. Era una deuda pendiente. Allí estaban los grandes autores europeos que habían revolucionado el género : Joyce, V. Woolf, entre otros. Cortázar ambicionaba renovar la novela y, a partir de ese momento, y durante los años venideros, todos sus esfuerzos estarán destinados a escribir esa gran obra vanguardista que vislumbró en Teoría del túnel, donde explicaba el proyecto teórico que lo guiaba y mostraba su plan de trabajo. Lo lograría en 1963, con Rayuela.
[4] El diario no se incluyó en El examen en 1986. Fue publicado por separado en 1995 bajo el título El diario de Andrés Fava.
[5] En 1951-2, en París, Cortázar escribió sobre Keats un extenso y original ensayo, que se publicó póstumamente, en 1996, con el título Imagen de John Keats. Había estudiado su obra durante una década.


Bibliografía citada


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Publicación: Alberto Julián Pérez, “La novela El examen
Cortázar argentino”. Revista Destiempos No. 62 (Junio - 
Noviembre 2019): 84-106.

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