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viernes, 30 de diciembre de 2022

La china Iron: literatura nacional y revisionismo Queer

                                                                            Alberto Julián Pérez                  

Las aventuras de la China Iron, 2017, marca un importante punto de inflexión en la manera que la literatura nacional mira su pasado literario. Su autora, Gabriela Cabezón Cámara (Buenos Aires, 1968), revisa en su novela una obra central, fundadora y determinante, en la literatura argentina: el Martín Fierro, de José Hernández (1872-1879).

Cabezón Cámara recurre a un medio literario distinto al que utilizó Hernández para contar la historia: la novela. Pasa del verso a la prosa, y del lenguaje coloquial rural de la gauchesca a un lenguaje culto. Escapa a las convenciones del realismo y deja de lado en muchas ocasiones la verosimilitud narrativa. Su narración transita del realismo a la utopía.

A diferencia del poema, en el que narra Fierro, en la novela quien cuenta es su mujer, la China Iron (traducción al inglés de fierro o hierro), tal como la bautizó la inglesa Elisabeth, o Liz, su compañera de travesía y de vida (Las aventuras de la China Iron 22). La China Iron es una joven adolescente analfabeta, a la que habían casado con el gaucho Fierro cuando era casi una niña. Liz es la esposa del inglés de “Inca la perra”, a quien el Juez de Paz había llevado junto a Fierro, en la misma redada, rumbo a la frontera (Las aventuras...13). Liz es también la mujer que va a enseñarle a la China una nueva dimensión del amor. Juntas viven múltiples aventuras. Con la inglesa aprende también a escribir en castellano y muchas expresiones del idioma inglés.

La novela está escrita en una prosa rica y densa, cargada de figuras. Cabezón Cámara recurre a la alegoría y a la síntesis de episodios del poema original. Toma la historia de Martín Fierro como materia dócil. La transforma en una metahistoria alegórica. Esta pierde las tensiones políticas del poema y adquiere otras nuevas. La autora realiza una “revisión” de la vida del gaucho y corrección posible de su sentido, según sus intereses contemporáneos.

Incorpora a la historia de Martín Fierro nuevos personajes, como la viajera inglesa y el autor José Hernández. Reformula la historia desde una perspectiva mitologizante. El gaucho Martín Fierro aparece en la obra como una persona “real”, y el “verdadero” autor de los cantos. Su autor reconocido, José Hernández, como un impostor que le plagió los versos (de Leone 68-9).

El José Hernández de Cabezón Cámara difiere del personaje histórico: el autor José Hernández era periodista y soldado ocasional, y luego, ya radicado en Buenos Aires, librero y político. El personaje José Hernández en la novela es un Coronel y rico estanciero. Encarna el mito liberal del progreso. Es un ser sin escrúpulos, que se apropia de los versos de uno de los gauchos prisioneros en su fortín, Martín Fierro, y los plagia para hacerse famoso.

Cabezón Camára crea una figura grotesca (Jaroszuk 358-60). Su José Hernández es un individuo obsesivo y alcohólico, racista, violento. Se enamora de Liz y está obsesionado en llevar el progreso a la pampa a cualquier costo, sin reparar en las consecuencias que su política podía tener para los otros.

En el poema el personaje central era el gaucho Martín Fierro. En la novela de Cabezón Cámara, el personaje central es la China Iron. Hernández presentaba en su obra a Martín Fierro como un gaucho “ejemplar”, que tenía su propiedad rural, su familia, mujer e hijos, y era feliz en su campo (Martín Fierro 121-4). Pero la política cambió (se fue Rosas y llegaron los gobiernos “liberales” de Mitre y Sarmiento) y el gaucho se transformó en un personaje despreciado, perseguido, maltratado, víctima de las autoridades, el juez y el comandante. Lo obligaban a votar en las elecciones lo que le decían. A pesar de mostrarse sumiso ante la ley y sufrir el abuso sin quejarse, terminan llevándolo engañado a servir en la “frontera” por seis meses para prácticamente secuestrarlo en un fortín. Ya no volverá a ver más reunida a su familia. Le roban su propiedad, su mujer se va con otro, sus hijos quedan abandonados. El gobierno liberal destruye la propiedad del campesino y junto con esto a su familia. Es enemigo de los pequeños propietarios rurales. Atrás queda la época en que los gauchos eran “felices”. Tan sólo les resta rebelarse y escapar (Escamilla Frías 5-6).

En la narración de Cabezón Cámara la historia pierde su tensión política original y adquiere otra: la familia gaucha ejemplar no era tal. La China Iron cuenta su propia versión de lo que ocurrió. El gaucho Fierro era un hombre violento, jugador, que prácticamente compró a su mujer, y la forzaba a tener sexo con él (Las aventuras...13). El acto sexual entre él y la China era casi una violación.

La narración pone el énfasis en la relación entre el hombre y la mujer. Presenta al hombre como a un ser destructivo, peligroso para la vida, que la mujer defiende. Se produce un enfrentamiento alegórico y lucha entre lo masculino y lo femenino. Lo femenino derrota y “doma” a lo masculino destructivo, haciendo posible la sobrevivencia de la comunidad.

Tanto Fierro, como el personaje de Hernández, encarnan lo masculino destructivo. La China y la inglesa Liz son lo femenino creador. Representan la fuerza del amor y forman un nuevo tipo de pareja: son amantes “queer” (Butler 313-39).

El amor lesbiano es un tópico central en la novela. Las mujeres se relacionan con la naturaleza de una manera distinta a como lo hacían los hombres en la gauchesca. Los hombres se enfrentaban a las fuerzas de la naturaleza y trataban de vencerlas. Las mujeres, en cambio, ven a la naturaleza como una fuerza y un poder amigo. Son sus aliadas. No hay que luchar contra ella, sino ponerse en sus manos. Sólo así se podrá ser feliz. Este es un importante mensaje ético que nos da la novela.

La pareja lesbiana que presenta Cabezón Cámara crea un tipo de relación sentimental basada en la cooperación y el consentimiento. Es una pareja “abierta”, que no está atada a la idea de propiedad. Es distinta a la pareja heterosexual. La pareja homosexual admite la  interacción entre personas múltiples. En la tercera parte de la novela aparecen varias parejas que conviven (169). Estas parejas son interraciales. Los indígenas se unen a los gauchos y a los ingleses. La pareja lesbiana rechaza a la pareja patriarcal. La familia patriarcal depende de la autoridad del padre y la propiedad de la tierra y de los hijos. La posesión de la tierra y la defensa de sus privilegios engendra la violencia.

El objetivo de Cabezón Cámara es fundar otra sociedad. Su mirada es optimista. Su ideal triunfa solamente en un plano surreal, paralelo a la realidad. La sociedad “Iñchiñ” que fundan los indígenas, aliándose a gauchos y blancos, es móvil, viajera, y no es visible a los ojos de todos (184-5). Los Iñchiñ ocupan otra dimensión, un espacio mágico. Es el espacio en que ellos pueden realizar y consumar todos sus deseos. Está separado del plano de la realidad.

Las aventuras de la China Iron, en su primera parte, es una novela de aprendizaje (Fleisner 5). La China Iron nos cuenta su vida. Su maestra fue la viajera inglesa. Los viajeros ingleses toman en esta nueva versión de la gauchesca un papel activo. Son parte de otro tipo de “civilización”. Su relación con la naturaleza es distinta a la de los “civilizados” criollos, como Sarmiento. Para este último la naturaleza era una fuerza salvaje y amenazante, que había que dominar y controlar (Facundo 49-64). Los ingleses, en cambio, creen en la naturaleza, confían en ella. La idealizan. Liz la ve como su aliada. Los personajes crean nuevos lazos de unión con la naturaleza. Esta adquiere en la novela un papel protagónico.

La China no respeta a los afro-argentinos. Su actitud discriminatoria reproduce la de Fierro en la obra original (Martín Fierro 151-55). Asocia en su memoria los recuerdos de su esposo a los de sus padres de crianza, que eran negros (Las aventuras...13). Estos la trataron brutalmente. Era “guacha”, no conocía a su padre ni a su madre. Era rubia, y Liz sospecha que podía ser hija del “pecado” de un estanciero. Como en las historias genealógicas de la picaresca y en Don Segundo Sombra, hace falta un padre que legitime al hijo (Pérez 205-38). La China encuentra una “madre” putativa: su maestra Liz. Esta va más allá de lo que ella esperaba: se hace su amante y la inicia en los secretos del amor lesbiano.

Liz la “educa”: le enseña el inglés, le enseña a escribir en castellano, le enseña el amor. Es su amante y aliada. Juntas pueden más. No se separan en toda la novela. La relación entre las dos continúa después que Liz encuentra a su marido. Este aceptará compartir su relación con la China. El amor entre él y Liz es inclusivo, abierto, como desea la autora que sea el amor.

La China se unió a Liz para salir en busca de su marido, el inglés que se llevó la leva, junto a Martín Fierro. Las dos mujeres se asocian para encontrar a sus “hombres”, aunque la China no estaba enamorada de la “bestia” de Fierro. Se sintió libre cuando se lo llevaron, dejó a sus hijos con unos peones viejos y partió. Van en dirección a los fortines, “tierra adentro”. Más tarde se produce el encuentro: Liz hallará al inglés, y la China a Martín Fierro.

Fierro había cambiado. El hombre violento, el violador, la “bestia”, que había conocido, se había transformado en un ser dulce, que cuidaba, como una buena madre, a sus dos hijos. Este nuevo Martín Fierro homosexual le va a pedir perdón a la China por el mal que le hizo y le confesará su verdad. Había estado enamorado de Cruz, que lo hizo su “mujer” y al que perdió en una epidemia. A lo largo de la novela todos los personajes se transforman: los hombres son cada vez más femeninos, y las mujeres asumen entre ellas un papel sexual activo. La China llega al fortín vestida como un hombre y dice que es el “hermano” de Liz.

Josefina quiere mucho a su perro “Estreya”. Su perro para ella es un ser especial, es pura luz, le ilumina la vida. Al comienzo de la novela lo describe como un ser fulgurante, que “brilla” (11). Josefina busca lo radiante, lo que emite luz. Dice que vio al perro y “...desde entonces no hice más que buscar ese brillo para mí” (12).

Su viaje progresa de la oscuridad a la luz. En un principio vivía en la oscuridad, en la “ignorancia”. Dice: “La falta de ideas me tenía atada, la ignorancia” (14). La saca de ese estado la inglesa Liz. Ella inicia con la China un proceso de educación liberal, “inglesa”, que incluye su iniciación en los secretos de la sexualidad lesbiana. Su maestra es también su amante. Liz idealiza el valor de la cultura imperial inglesa. Ve a su país como superior y la China le cree. Dice: “Lo nuestro es lo de la matriz...Lo de Inglaterra es otra cosa. Es la isla del hierro y del vapor, la de la inteligencia, la que se construye sobre el trabajo de los hombres...” (57).

Las dos mujeres viajan tierra adentro, hacia los fortines. Desde un principio disfrutan de la naturaleza y la sienten su aliada. Comprenden que la naturaleza es nutritiva, es maternal. Lo maternal, para ellas, es el valor supremo.

En ese viaje de transición y cambio, de la “barbarie” gaucha a la civilización inglesa, encuentran a un ayudante que les permite congraciarse con el mundo criollo: un gaucho “bueno”. Este gaucho, Rosario, Rosa, es un hombre maternal. Lleva con él un potrillito y un cordero, al que amamanta. Es un gaucho respetuoso de las mujeres, que duerme fuera de la carreta, mientras ellas comparten su violenta y apasionada vida sexual.

Cabezón Cámara describe en gran detalle los actos de amor lesbiano. Su descripción en muchas instancias es exaltada y poética. Dice, en una de estas escenas: “...me besó la boca largamente...supe de esas manos tan frágiles y suaves siendo fuertes contra mi camisa...tomando mis tetas, acariciándolas...haciéndose desear hasta apretarlas...me chupó las tetas Liz y las mordió como una perra” (95). La lleva a la cama y luego “...apoyó el hueco de su concha en la punta de la mía y empezó a moverse adelante y atrás...sobre mi concha que latía...ahí acabó, se aflojó en un charco sobre mí...” (96). Describe el acto sexual lesbiano sin eufemismos, de manera cruda y directa. La autora busca legitimarlo. Si tantas veces describió la narrativa en forma detallada el amor erótico heterosexual, ¿por qué no hacer lo mismo con el amor homosexual?

A medida que avanza la historia los personajes modifican su conducta sexual y cambian su identidad. Cuando se aproximan al fortín, donde van a conocer a José Hernández, la China se viste de “hombre” y Rosa de sirviente inglés. Liz, disimula su apasionada relación de amor con la China, y se presenta como una “lady” inglesa, elegante, seductora y dulce. José Hernández, que resulta un anglófilo obsesivo, la admira y le habla en inglés.

Hasta llegar al fortín, el único ambiente “civilizado” que había visto la China era el de la carreta de Liz. Esta había organizado su interior como el dormitorio de una casa inglesa. Mantenía las costumbres y usos propios de su cultura adonde quiera que iba, en especial, la ceremonia del té, que enseñó a la China. Usaba preciosos vestidos y guardaba etiqueta de señora inglesa. Era una fiel defensora del estilo de vida y de los valores del imperio británico. Admiraba a su país y creía en su superioridad y excelencia. Hernández se enamora de ella. Aunque sabe que es una mujer casada, hace todo lo posible por seducirla, sin lograrlo. Se desvive tratando de agradarle. Le ofrece el cuarto de huéspedes más lujoso del fortín. Liz duerme allí junto a su amante Josefina. Por primera vez las mujeres pueden disfrutar de una cama juntas. La autora describe con gran detalle las escenas eróticas intensas. De noche hacen el amor durante largas horas.

En el fortín concluye el proceso de iniciación y aprendizaje de la China Iron. Cuando escapan del mismo, Josefina ya es una mujer educada, tanto en el plano erótico como en el intelectual: Liz le ha enseñado el amor, le ha hablado del mundo. La China puede conversar en inglés y escribir en castellano. Ha salido de su encierro de la pampa y comprende que más allá hay otra realidad, que se llama Inglaterra.

Las mujeres continúan su viaje tierra adentro. El marido de Liz ha comprado una estancia. La inglesa es terrateniente, aunque la estancia no resulte lo que ella creía. Tal como se lo advierte Hernández, la tierra “estaba ocupada” por los indios. Liz, lejos de reclamar su posesión exclusiva, aleccionada por la filosofía de la vida del pueblo indígena, termina aceptando la propiedad colectiva: todos comparten la tierra.

El mundo del fortín era muy distinto al del desierto, al de la pampa: el mundo del fortín, supuestamente un modelo de civilización “argentina”, era, en comparación con la pampa, y con el “desierto”, una verdadera pesadilla. El personaje de José Hernández, que controla todo lo que pasa en el fortín, aporta un giro inesperado a la historia. Hernández, alejado del personaje histórico en que se basa, el autor y periodista José Hernández, es una síntesis de los peores valores de la “civilización”. No es periodista y librero, sino Coronel del ejército, y no es diputado y senador, sino estanciero: es un representante del capitalismo más destructivo e invasor. Resulta un peligro para sí mismo y para los demás. Es alcohólico y no se sabe controlar. Sus ideas se oponen totalmente al orden natural: cree que hay que cambiar al ser humano, para que su proyecto sea posible. Quiere “domar” la naturaleza a los golpes. Tortura a los soldados. Su “pedagogía”, aliada a la de otro personaje, la maestra sarmientina “Miss Daisy”, consiste en enseñar la letra a “pura sangre”: la letra con sangre entra.

Tanto Hernández como Miss Daisy son personajes grotescos, cómicos y monstruosos. La novela de aprendizaje de la primera parte se transforma en comedia de errores. El engañado y el ridículo es siempre Hernández, que reúne en sí lo peor de la “civilización”: representa el autoritarismo del ejército, y la defensa ciega y violenta del sistema de propiedad del capitalismo más agresivo, dispuesto a hacer cualquier cosa por preservar el valor de lo que posee y defenderlo sea como sea. Hernández es hermético al cambio. Se siente dueño de la verdad. Resulta un personaje pedagógico para el lector: ilustra el carácter ciego y obsesivo del poder. Cree en la sociedad patriarcal y en la autoridad. No duda de sus valores y es capaz de hacer cualquier cosa para sostenerlos. Su determinación es criminal. El capitalismo patriarcal, en la versión de la autora, es nocivo para la vida, amenaza a la naturaleza y, en su ceguera, es autodestructivo. Es un milagro que el Coronel-Estanciero esté aún vivo al final de la novela. Cree que está “ayudando” al gaucho, pero lo trata con una dureza y crueldad tal, que siembra alrededor de él dolor, muerte y destrucción. Su sistema de educación fracasa. Busca disciplinar y termina convirtiendo el fortín en una colonia penal. Esta parte concluye cuando Liz y la China escapan del fortín, después de la gran fiesta, y continúan su viaje “tierra adentro”.

En el fortín la China descubre que José Hernández no era el verdadero autor del Martín Fierro. Había robado los poemas a su marido, el gaucho Fierro. Había plagiado su canto. Tal como en la segunda parte, la tercera introduce varios cambios. Aumenta el papel protagónico de la naturaleza. Los personajes aparecen como sus aliados. Olvidan la utopía liberal de la civilización y el desarrollo. Retornan a la naturaleza y buscan un modo de vida acorde con esta. Se produce el encuentro entre los gauchos y los indios.

El mundo indígena de la novela es distinto al de la segunda parte del Martín Fierro. José Hernández en la segunda parte de su libro célebre representa el mundo indígena como un mundo bárbaro, salvaje, cruel, inhumano (Martín Fierro 206-244). La sociedad indígena, para Cabezón Cámara, es justa, equilibrada, paradisíaca.

La China, Liz y los gauchos que escaparon con ellas se encuentran con Kaukalitrán y su pueblo, y comienzan los abrazos y los besos (151). Los indígenas cantaban y se veían felices. Estaban de fiesta. Era una nación de iguales. Sus líderes eran temporales y “cambiaba de jefes constantemente sin mayores conflictos” (152). Consideraban a la naturaleza una fuerza viva. Así se lo dejó saber Kauka a la China. Esta se sintió atraída por la mujer india. Más tarde, cuando Liz halla a su esposo Oscar y vuelve con él, Kauka se convertirá en su compañera y en su amante.

Kauka lleva a la China a bañarse en su laguna. La laguna estaba “viva”. Ella sintió que “...estaba pisando la lengua de ese animal que hasta entonces no había sabido animal...el agua es su cuerpo y su cuerpo está lleno de piedras y plantas y peces...y nosotras cuando nos metimos con Kauka en su cuerpo nos tornamos peces...y le lamí su vientre dorado de pacú mientras ella flotaba en el agua...” (153). Las mujeres se funden con las fuerzas de la naturaleza. Las fuerzas femeninas, las fuerzas de la vida, se imponen. La novela se consuma como un viaje en que el poder femenino lucha contra el masculino y lo vence. El mundo femenino, a diferencia del masculino, posesivo, violento, es acogedor, generoso. Es el mundo de lo materno.

En la tribu indígena los nativos convivían con varias viajeras inglesas. Estas habían llegado allí hacía un tiempo y recibían noticias de Inglaterra. Le cuentan a Liz todas las novedades que tenían de su país. Le hablaron “...de la reina, God save Her, los avances de los ferrocarriles...el poder de las máquinas nuevas, la esclavitud en las minas de carbón...” (156). La vida junto a la tribu les ofrecía más libertad que la que tenían en su país natal. Se sienten bien allí y le dicen que no querrían “...volver nunca a los cuellos rígidos ni a las piernas cerradas, ni siquiera a los verdes prados de Inglaterra” (156). La existencia que llevaban era la consagración del orden natural. La naturaleza es femenina y los indios la respetaban.

Vivían allí con la tribu muchos gauchos que habían escapado de la “justicia”. Entre ellos estaba Fierro, su esposo. Se reencuentran. La China lo ve transformado. Lo acompañan sus hijitos. Usaba trenzas largas, y una túnica de plumas rosas, parecía “una china disfrazada de flamenco” (157). Ha vuelto a payar como antes. Le gustaba cantar para los indios, que apreciaban su arte. Se siente feliz de reencontrar a Josefina y le confiesa muchas cosas que ella no sabía de él. Le dice que por celos había matado a Raúl, aquel jovencito del que la China había estado enamorada antes de casarse con él (159). Le cuenta también que Hernández le robó sus versos. Dice: “Hernández es un ladrón/ me empezó a afanar los versos/ hizo libro  ́e mi canción./ La firmó con nombre de él.” (161). Hernández, le asegura, puso cosas en el poema que él jamás había cantado, como eso de “hacete amigo del juez”. Fierro se lo dijo y se quejó, y el Coronel lo hizo estaquear. Cruz lo salvó y huyeron juntos al desierto. Este lo curó y lo cuidó, y luego lo besó y lo hizo su mujer. Dice: “...me puse juerte en dos días,/ y al tercero me besó:/ supe su amarga saliva,/ y supe más, me montó./ Ya nunca quise otra vida.” (162). De la misma manera que la China conoció la felicidad con Liz, Fierro conoció la felicidad con Cruz.

Junto a los indios la China va a iniciar una nueva existencia: vive con Kauka y sus hijos. Los hijos de la China a su vez las visitan. Constituyen una familia extendida. Ella aprende a actuar tomando en cuenta los intereses de la naturaleza. Antes de matar a un animalito para comerlo, le pide perdón y le canta, para que muera amado. Fierro habita cerca, en una “ruka” o choza tapizada de plumas. Se viste con una túnica blanca. Josefina dice que nunca había imaginado que llegaría a ver “una imagen tan celestial de la bestia” Martín Fierro (166). El gaucho violento y violador se ha vuelto angelical, se ha transformado en un ser maternal acogedor, pacifista y dulce. Viven todos con los Iñchiñ, se integraron a su pueblo y forman parte de él.

La China y Kauka habitan cerca de Liz y Oscar. Estos mantienen sus costumbres inglesas y las invitan a tomar el té. El inglés Oscar, marido de Liz, después de vivir un tiempo en el fuerte, había logrado huir de allí y escapar del delirio del Coronel Hernández y su fiebre desarrollista. Hernández estaba obsesionado, quería traer el ferrocarril a la pampa a cualquier costo.

Los indios Iñchiñ son concientes de lo que puede pasarles en el futuro: saben que los blancos planean invadir sus territorios. No tienen armas suficientes para defenderse. Sin embargo, encuentran una solución: deciden “hacerse del agua”. Se van “al oro vegetal de las islas” (171).

Abandonan la pampa y se dirigen hacia los ríos del litoral, donde aprender a convivir con los indios guaraníes. Construyen “wampos”, balsas sobre las que cargan animales y cultivos. Cuando hay inundación los wampos flotan. Ponen sobre estos sus vacas y árboles frutales.

La China empieza a hablar de los “argentinos” como si fueran “otros”: ellas y sus amigos se han mimetizado totalmente con los indígenas, son parte de su grupo. Viven una vida armoniosa y feliz, disfrutando de la naturaleza y del amor (Peinador 290). Toman palabras prestadas de la lengua guaraní.

Los foráneos los llaman los Iñchiñ y los Ñandes. No necesitan trabajar diariamente para cubrir sus necesidades: se dividen las tareas entre todos y trabajan un mes de cada tres. Comparten sus viviendas. Uno puede amanecer en cualquier casa. Si ella no duerme con Kauka, su “guerrera”, duerme con Liz. También puede amanecer en la choza de Rosario o en la Fierro, junto a sus hijos.

Tienen una hierba que cura los dolores, y un hongo, que posee propiedades “divinas”. Las “machis” o chamanes dirigen sus “viajes” espirituales cuando están bajo el efecto de la droga.

En esta nación, dice la China, “las mujeres tenemos el mismo poder que los hombres” (181). Fierro se cambió su nombre a “Kurusu”, y ha sido “jefa” en tiempos de guerra. La China puede ser tanto mujer como varón, y ha dirigido maniobras militares contra “los argentinos” (181). Su perrito Estreya es feliz junto a los otros animales.

¿Dónde habitan ellos, pueden los otros verlos? Se trasladan constantemente. Viven en un ciclo de continua migración. Dice que aunque quieran no los “van a ver” (184). Navegan en otoño por ríos que no son “navegables para los barcos de los argentinos y los uruguayos (185). La niebla se va tragando todo, ellos resultan invisibles. Se suben a los wampos y parten, simulan “ser monte, ser orilla de Paraná” y se van metiendo “en esa nube que se come el suelo y el río” (185). Y concluye: “Hay que vernos, pero no nos van a ver. Sabemos irnos como si nos tragara la nada: imagínense un pueblo que se esfuma...y se va desvaneciendo como un fantasma... Así viajamos.” (185).

La novela presenta un final mágico, en el que aparecen dos mundos simultáneos, uno visible y el otro invisible. La China y sus amigos, nuestros aventureros, se salvan en ese otro mundo, mientras este mundo, nuestro mundo, capitalista, adquisitivo, conquistador, imperialista, violento, continúa, injusto, su curso. Los personajes viven en su propia utopía, en una dimensión paralela a la nuestra (Pérez Gras 45-6). Han salido de la historia. Han tenido que sacrificar la realidad para hacer su historia posible y realizarse en ella.

En esa sociedad utópica ha triunfado el amor. Su pueblo es justo y hombres y mujeres viven en armonía. No hay discriminación ni racismo, no hay explotación ni injusticia. Gobierna la tolerancia y la armonía. No existe la lucha por el poder.

Esta es la historia que el Coronel y Estanciero “Hernández”, supuestamente, no publicó en el Martín Fierro. Para él, la China era un personaje secundario. En la novela de Cabezón Cámara, ella es la protagonista de la historia de aventuras. La autora nos presenta un final “feliz”, en el que los personajes viven en un mundo ideal, ético, al que cree debemos aspirar como cultura. Es su manera de “hacer justicia”, justicia poética.

Si en su primera novela, La Virgen Cabeza, 2009, Cabezón Cámara nos mostraba la vida de los villeros y las mujeres travestis, en esta nos habla del amor lesbiano y de las posibles utopías a las que deberíamos aspirar para vivir en una sociedad más equilibrada. Crea “otra” historia literaria posible, que toma en cuenta los intereses de la mujer. Su literatura combina aspectos realistas con otros fantásticos. La historia que propone tiene un sentido ético evidente. Da un nuevo lugar a lo femenino. Es un revisionismo feminista liberal, que cree en una transformación gradual y continua de nuestra sociedad. Propone un mundo en el que las mujeres puedan decir sus propias verdades, y no tengan que disimular o “actuar”, ni ceder a las exigencias de los hombres y a los papeles que estos les asignan, para ser valoradas.


Bibliografía citada


Butler, Judith. Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós, 2002. Traducción de Alcira Bixio.

Cabezón Cámara, Gabriela. Las aventuras de la China Iron. Buenos Aires: Literatura Random

House, 2017.

---. La Virgen Cabeza. Buenos Aires: Literatura Random House, 2009.

De Leone, Lucía. “Vuelos erráticos sobre una pampa migrante: Las aventuras de la China Iron

de Gabriela Cabezón Cámara”. CHUY No. 10 (2021): 64-78.

Escamilla Frías, Luis E. “Trans-fundar la Argentina. Nación, autoría y masculinidades en Las

aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara”. Cuadernos de CILHA No. 34

(2021): 1-27.

Fleisner, Paula. “El desierto era parecido a un paraíso. Aventuras posthumanas en una novela

de G. Cabezón Cámara”. Veritas Vol. 65 No. 2 (2020): 1-13.

Hernández, José. Martín Fierro. El gaucho Martín Fierro. La vuelta de Martín Fierro. Buenos Aires: REI Argentina, 1988. Edición de Luis Sáinz de Medrano.

Jaroszuk, Bárbara. “Negociando el mapa de lo posible: Las aventuras de la China Iron de

Gabriela Cabezón Cámara”. Studia Neophilologica Vol. 93 No. 3 (2021): 357-78. Peinador, Minerva. “Refundando la matria argentina, desdibujando límites normativos. Las

aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara”. Romanica Olomucensia 33/2

(2021): 289-304.

Pérez, Alberto Julián. Los dilemas políticos de la cultura letrada. Argentina Siglo XIX. Buenos

Aires: Corregidor, 2002.

Pérez Gras, María L. “Las paradojas del desencanto. Ucronía y utopía en Las aventuras de la

China Iron”. Letras No. 83 (2021): 38-51.

Sarmiento, Domingo F. Facundo o civilización y barbarie. Buenos Aires: Biblioteca del Congreso de la Nación, 2018.