Alberto Julián Pérez ©
El sábado a la noche, ya muy tarde,
a la hora en que salen en Buenos Aires
los espíritus inquietos,
los espíritus inquietos,
fuimos con mi amigo
Pancho al bailable de Constitución
Radio Studio, el Gran Gigante,
Radio Studio, el Gran Gigante,
uno de los clubes de música tropical más afamados
de la ciudad. Allí se pueden escuchar
a las grandes estrellas de la cumbia,
a los reyes de la música grupera,
y hasta deleitarse con las selecciones afrodisíacas
del DJ y gran gurú Machu-K, considerado el
mejor,
por la muchedumbre que llena la enorme
bailanta
los fines de semana. Pancho me había avisado
que esa noche cantaba la Princesita Karina,
una de mis artistas favoritas, por la dulzura
de su voz
y su carisma, y no podía perdérmela.
Subimos a un colectivo en Caminito.
Atrás quedaron las flores del Riachuelo.
Atravesamos la Avenida Brown en La Boca;
nos internamos en San Telmo y, al llegar a Brasil
y Bernardo de Irigoyen, descendimos.
Era la entrada simbólica a Constitución, el barrio
así llamado en homenaje a nuestra Carta
Magna.
Invocamos a la musa de
Rodrigo,
solicitando su
autorización nochera,
y nos pusimos a tararear “Amor de
alquiler”,
una de sus canciones más bellas:
“Amor de alquiler/ que
no me reprochas que tarde he llegado,/
amor de alquiler,/ tu
nombre en mi piel lo llevo tatuado;/
amor de
alquiler,/ no importa saber con quien has estado,/
amor de alquiler,/ quisiera
poder morirme a tu lado!”|
Cruzamos la Avenida por abajo de la opresiva
autopista elevada, sucia y gris arcada que afea
y denigra la antigua y libre traza urbana,
cicatriz de cemento que nos hace sentir
la decadencia del sur abandonado.
Fue obra de destrucción de la piqueta
del Intendente militar de facto Osvaldo
Cacciatore,
de siniestro legado, durante los años setenta.
(El Brigadier tiene una importancia simbólica
en nuestra crónica: delirante Militar del
Proceso,
enlutó a los argentinos con sus crímenes.
Su acción militar más recordada
fue la masacre de Plaza de Mayo, en 1955,
cuando bombardeó primero y luego ametralló
con su avión la Plaza y la Casa de Gobierno,
asesinando a 400 civiles indefensos.
En premio, la Junta Militar del Proceso
lo designó, 21 años después, Intendente en
ejercicio
de Buenos Aires. La Autopista de Cacciatore
hoy conecta a Constitución
con el Campo de exterminio del Olimpo,
donde sus Comandantes amigos
continuaron su obra. Al final del Proceso
habían asesinado a 30.000 argentinos.
Después de pasar por el Olimpo la autopista se
pierde en el vacío,
en un gesto nihilista y suicida de odio y de
impotencia.
Profundizó la grieta y cicatriz abierta,
dolorosa,
que separa a las dos Argentinas:
la Argentina de la oligarquía y sus aliados cómplices,
nacionales e internacionales,
de la Argentina del pueblo de Perón y Evita,
trabajador y obrero.)
Se extendía frente a nosotros la enorme Plaza
de Constitución,
la antigua Playa de las Carretas,
a cuyo mercado antaño llegaban los frutos
de la agreste y romántica pampa, junto a los
acentos y cantos
de sus gauchos y troperos. Pasamos frente a la
Estación de Trenes,
ampliada casa de la vieja Estación del Sud,
exquisita joya de la arquitectura pública de
estilo francés,
diseñada, paradójicamente, por un arquitecto inglés
y otro norteamericano (entre ellos se
entienden),
a fines del siglo XIX.
Nos internamos, dichosos, sintiendo ya la
pasión
del malevaje, por las calles vecinas, con sus
coloridos
negocios de ropa barata, sus piringundines al
2 x 1
y sus torvas pizerías, frecuentadas por la
gente menuda,
que busca algo lindo y barato que ponerse, y
por las putas
y travestis que, mientras se prueban la ropa
de moda,
o comen una porción con doble muzarela,
ofrecen sus servicios.
Dejamos atrás esas calles, no eran nuestro
objetivo
nochero. Nos dispusimos a entrar de una vez
por todas
en un terreno más espiritual y firme: el de la
caliente
ternura y el perfume animal de la noche del
sábado.
Nos dirigimos al baile. Pronto sentiríamos la
esencia
de las lindas chirusas bañadas en colonia y el
aura
de los varones que exhalaban su fragancia de
hormonas.
Llegamos a la magia de Radio Studio, el gran
salón
de música tropical, en la esquina de Salta y
O´Brien,
que nos recibió con su fachada de luces fluorescentes,
que reproducen, en múltiples y llamativos
colores,
las líneas estilizadas del Partenón griego. Entramos
al local, repleto, a esa hora, de bellas
chicas engalanadas,
que exhibían sus pechos jóvenes y generosos
por los amplios escotes de sus vestidos de
tela satinada
y brillante. Subidas a sus altísimos tacones
como para espiar por la ventana del mundo,
felices, rientes, pícaras, miraban, curiosas,
de reojo,
a los muchachos vecinos, y, cuando se
descuidaban,
bajaban la vista, inadvertidas, para auscultar
el bulto de sus entrepiernas. Estos, listos
para lo que sea,
estaban dispuestos siempre a abrirles bien el
bolsillo
y comprarles muchas cervezas rubias
a cambio de un simple beso.
Era la primera vez que yo venía a esta popular
bailanta,
con la intención confesa de escribir un poema
o pintar
un fresco. No podía ser que me perdiera la
noche
de esta encendida barriada por estar
entrometiéndome,
indebidamente, en mis traviesas incursiones nocturnas,
en las discotecas de los acomplejados snobs del
mediopelo
porteño, que celebran a sus artistas de rock
neobarroso,
imitadores envidiosos y serviles del talento
extranjero,
y tienen a menos el arte de su pueblo.
Los pobres de las bailantas de Constitución son
buenos
de corazón, hijos de esa tutora severa, la
miseria,
compañera egoísta, tantas veces madrastra de
los poetas.
Para mi amigo Pancho, paraguayo, de Caacupé,
la patria
de la virgen, yo era un blanquito curioso, aficionado,
que metía la nariz en todos lados, pero me
perdonaba
porque le gustaba mi poesía melodramática y
sabía
que de esta visita saldría un poema popular y
cumbiero,
del que estaría orgullosa toda La Boca,
nuestro barrio.
Llevaría las luces de Constitución a la
Ribera,
y le devolvería al pueblo lo que es del
pueblo, dándoles
por el culo a los ricos y a la ridícula
oligarquía de opereta
que nos gobierna. Me hizo prometer por el
Gauchito Gil,
nuestro santo, que lo incluiría en el poema. Por
supuesto
que lo haré, y aquí cumplo. Pancho es un buen
amigo
y me está enseñando a hablar en Guaraní, un
antiguo deseo
mío, que nací en Rosario, en el pecho del
gran Río,
por el que desciende, con el rumor de sus
aguas,
la melopea autóctona de esa lengua sincopada.
Ya había aprendido que Dios se dice
« Tupá »,
sol « Kuaray », amor
« ayhn », y yo soy « Ché ha´e ».
Estaba memorizando además la preciosa canción
« Paloma blanca » (ya sabía la
primera estrofa)
del gran compositor paraguayo Neneco Norton,
que dice :
« Amanóta de quebranto/ guayrami jaula
pe guáicha/
porque ndarakói consuelo/ mi linda paloma
blanca”.
Vimos un lugarcito libre a un lado de la
barra,
lugar preferido de los tímidos, cerca de donde
hacían cola
las chicas buscando su cerveza o su fernet
con coca,
y hacia allí fuimos. Pasamos la región de los
acaramelados
galanes, que ofrecían en esos momentos a sus
enamoradas
el corazón en llamas. La cumbia sonaba,
heteredoxa
pero sincera. El DJ combinaba ritmos villeros
con música
cuartetera, en un contrapunto movido, y en la
pista bailaban
las parejas, sacudiendo el cansancio acumulado
en la semana.
Me sentía más contento que gaucho en el
gallinero del Colón,
viendo el Fausto
de Gounod, o que pituco porteño
yendo a curiosear donde no le corresponde
(¡ah, la curiosidad, madre de todos los
vicios !).
Así, aprendiendo, aprendiendo, los argentinos
llegamos lejos y somos un pueblo, aunque
pobre, feliz.
El lugar se había llenado y estaban las
humanidades
aliento con aliento, casi nos besábamos de
tan cerca.
Al DJ Machu-K le siguió el Grupo Furia, de
Berazategui,
y un conjunto de chicha andina, Markahuasi,
llegado
directamente del Perú, para los jóvenes de
todas las naciones
hermanas que danzaban codo con codo. Se había
armado
bien el baile, como se dice. La Princesita
Karina, sol nocturno,
diosa de caderas sensuales, iba a entrar más
tarde,
como a las dos de la mañana, porque ninguna
fiesta bailantera
amaina antes de las cuatro, y la música sigue
en la pista
hasta las cinco. Después de esa hora empieza
a llegar
la gente que amanece, los ebrios de crack y
marihuana,
que se tienden en sus sillones para dormir su
cumbia.
Radio Studio está siempre abierto, las 24
horas, para
los nostálgicos, los desesperados y los que
se refugian
en la noche de Constitución con el diablo en
el cuerpo.
Antes del show de la Princesita, y para que
entráramos
en calor, presentaron un show de danza.
Apareció
en el escenario una chica preciosa, en
bikini. Tenía
unas tetas increíbles. Sonó la música envolvente
y un spot
de luz cálida la enfocó. Se trepó a un caño, colocado
en el centro de la escena, como una serpiente
lúbrica.
Se pasaba la lengua por los labios, provocando
a los mirones excitados. Muchas parejitas que
estaban
en la pista se acercaron a mirar. Las
muchachitas se apretaban
a los chicos, a ver qué les tocaba a ellas. Los
donjuanes
acariciaban a sus hembritas, mientras se relamían de goce
con la diosa del caño, que había estudiado en
una academia
del rubro y tenía un cuerpo de gimnasta profesional.
Sus formas contorneadas eran una versión
perfecta de Venus,
acompañada de leopardos agazapados y todo, y
seguida
a su partida por una fuga de palomas. Luego
vino el número
de la jaula: se introdujo en ella una
muchacha y la elevaron
sobre la escena. Al ritmo de una cumbia
lenta, moviéndose
sensualmente,
se fue quitando las ropas hasta dejar su jugoso
cuerpo al desnudo. La siguió un strip-tease
masculino :
un pato vica se fue desnudando ante el
griterío poco recatado
de la asistencia femenina. Ya estaban todos
mojaditos
con semejante espectáculo, calientes a más no
poder,
y allí arrancó el perreo. El DJ puso cumbia
dura y regattón
villero. Los muchachos, en la pista de baile,
se les acomodaban
a las chicas entre las piernas y les daban
hacia atrás y adelante,
con una furia sexual encadenada a la
situación febril. Las chicas
se venían con los ojitos cerrados como si
nada, todos de acuerdo
en pasarla lo mejor posible, en gozar, el
sábado a la noche.
Necesitaban descargar la angustia acumulada
en la semana.
Ese era un baile liberador, salvador. Entre
tragos y mamadas,
chupaditas y deditos en la raja, sentían que
les regresaba
el alma al cuerpo. Esa era vida, tiene
derecho a divertirse
el pueblo, a cada uno lo suyo. Después, ya preparada
y más calma la platea, llegó Karina, la
Princesita, la rubia
diosa bailantera. Para entonces, ya todos se
habían venido,
y abrazadito cada uno a lo que le corresponde,
se dispusieron
a escuchar sus canciones románticas y corear
felices los estribillos.
Trajo en su cuerpo y en su baile toda la
felicidad que esperábamos.
Vestida de falda negra ajustada y camisa
roja, contorneaba
sus caderas dulcemente mientras desgranaba
sus canciones,
acompañada por la sabia música de su orquesta
cumbiera.
Atacó, entre otros bellos temas, « Miénteme »,
« Te llevo conmigo »,
« Procuro olvidarte ». La multitud
de fans explotó cuando empezó
a cantar « Corazón
mentiroso » : « Mentiroso, corazón mentiroso,/
no tienes perdón, estás muy loco,/ mentiroso,
corazón mentiroso,/
te vas a arrepentir cuando esté con
otro. » Todos tarareábamos y
cantábamos y levantábamos los brazos, ¡manos
arriba, manos arriba!,
para seguir el compás de la música, como en
un gran himno telúrico
de sábado a la noche, en este club de
Constitución, Radio Studio,
bien llamado el Gigante, muy cerca de la
Estación de los Trenes
del Sur, de donde parten las almas perdidas
que van del calor al frío.
Mi canción favorita, ya para el recuerdo, fue
“Procuro olvidarte”,
del gran compositor Manuel Alejandro, en la
versión dulce
y acompasada, de arrastre cumbiero, de
Karina. Lo orgulloso
que estaría el Kun Agüero, su novio, el gran
jugador de fútbol
del Manchester City, si pudiera verla esta
noche, tan dueña de sí,
en el escenario, regalando gracia y talento.
Pero no pudo venir,
tenía partido en la anciana Inglaterra, nuestra
antigua abuela
imperial, tan lejos del mundo de la pobreza
porteña. “Procuro
olvidarte,/ siguiendo la ruta de un pájaro
herido”, cantaba Karina,
“procuro alejarme,/ de aquellos lugares donde
nos quisimos/
me enredo en amores/ sin ganas ni fuerzas por
ver si te olvido/
y llega la noche y de nuevo comprendo que te
necesito.”
El desconsuelo del magno Alejandro nos
envolvió
y nos dejamos acariciar por la suavidad de su
lirismo,
transformado en lenta cumbia en este barrio
popular de Buenos Aires. Aquí, toda la
Latinoamérica
que sufre y trabaja, canta. Mastica el rencor
y el resentimiento acumulado durante la
semana
al ritmo liberador de la música nuestra: cumbia
negra,
cumbia colombiana y argentina, cumbia
proletaria,
cumbia del pueblo, y se limpia de la música falsa
y efervescente de la otra Argentina: el rock
servil
de importación de las clases medias racistas
y alcahuetas.
¡Qué rápido pasaba el tiempo! ¡Ojalá corriera
así durante
la semana, cuando los pobres trabajamos por
monedas,
para abonar las cuentas de los ricos con
nuestra subestimada
sangre proletaria! Durante la semana el
tiempo no pasa nunca.
El fin de semana parece que no viene, pero
finalmente un día,
gracias a dios, llega el sábado a la noche, y
se puede ir al baile
y ser libre por un rato. Guardamos luego la
llamita de ese instante
de goce como un tesoro preciado, viviente, en
el corazón.
Así nos divertimos los hijos de esta otra
Argentina, despreciada
por los ricos: los excluidos, los negros de
mierda, los grasas,
los cabecitas. Somos los bárbaros de Perón, los
bárbaros de Rosas.
Así nos llaman esos civilizados que trabajan
al servicio
del Pentágono y las multinacionales, esos que
venden al país
por cuatro pesos, y se llenan la boca hablando
en inglés
para sus amos. Libres somos nosotros de
defender la patria,
ante esos cipayos que nos ponen precio, como
a viles esclavos.
El show de Karina en el Gran Gigante de
Constitución
ya terminaba. Se habían hecho las cuatro de
la mañana,
y empezamos a despedirnos, abrazarnos y
llevar nuestras
preciosas conquistas, botín de seductor, con
visto bueno
y consentimiento de la hembra, hacia la
salida.
Yo también bailé esa noche con una morochita
de Villa
Fiorito que daba gusto, tanta bondad y formas
generosas,
y hasta me tomé mis cervezas. Así que lo que escribo
está salpicado del gusto de los besos y de la
alegría
de la cumbia villera. ¿Me escuchás lector
amigo?
Te hablo desde yo no sé donde. El mensaje es
la vida.
Confluyen en él las voces de conversaciones
cercanas
y metáforas fraternas de versos consentidos.
Lo que entiendo y lo que no entiendo del
mundo
que nos rodea. Un día hablaremos con dios y
no sabemos
qué va a decirnos. Constitución Nacional es
nuestra
carta de identidad, el barrio en que se unen
los pobres
argentinos a los pobres de todas las
naciones. Hasta aquí
han venido muchos de la mano de Nanderuguasú,
el gran padre, y hasta aquí abrazados llegaron
los hermanos andinos del Khunuqullu y el Anti.
Bienvenidos sean.
A la salida del baile nos esperaban, con sus
manjares
listos, los vendedores de chipá y sopa
paraguaya, anticucho
paceño y caldo fuerte de ají para quitarse la
borrachera,
y allí estaba también el vendedor criollo de nuestros
choripanes, asaditos al carbón. Salían los
jóvenes del baile
hartos de cerveza a comerse un chori, o
pedían un anticucho
de corazón, o un chipá guasú para llenarse la
panza,
y se iban después mansitos a mear en la calle
junto a los contenedores de basura.
Empezaron a llegar los muchachos que venían
de las bailantas cercanas,« Mbareté
Bronco » y « Mburukujá »,
allí estábamos los argentinos pobres junto a
los pobres
peruanos y paraguayos, y a los bolivianos
pobres de Buenos Aires.
Nos acompañaba la preciada y sentida
concurrencia
de chicas bailanteras, con sus coloridas faldas
cortas
y gruesos tacones, dispuestas a ir a casa,
solas o acompañadas.
Los trabajadores somos solidarios, siempre
nos hacemos
un lugarcito para pasar la noche y amanecer
en brazos del amor. Es que vivir así vale la
pena.
Ya cumplida mi misión de curioso, me despedí
de la fiesta. Mi morochita se fue con su
hermana a su casa
en Villa Fiorito. A Pancho ya no lo vi,
estaría ocupado
el muy seductor. Enfilé hacia la Ribera. De
pronto vinieron
a mi mente los versos de la cumbia del Potro
Rodrigo,
« Cabecita », mechados de magnífica
compasión, y me puse
a cantar bajito, mientras pasaba bajo la
autopista nefasta
del Brigadier Cacciatore, a esa hora tapizada
de borrachos
y vagabundos: « Ella se fue de su
pueblo/a buscar trabajo,
allá en la ciudad/ahora está lejos de casa,/dejó
las muñecas,
/llora su mamá./ Y en esta jungla de
cemento/que a ella
la trajo a buscar trabajo/esa muchacha por
horas/
hoy es la gran cita/ de otro cabecita.”
Se me hicieron presentes muchos momentos
espectaculares
del baile - las luces, el erotismo, el goce
de la gente - y en mi
mente, mientras caminaba por Brasil hacia La
Boca,
fui imaginando como sería este poema-ómnibus,
qué diría
en él, a quién le rendiría homenaje. Somos
una comunidad
viva, un sujeto plural. Este es el poema
donde la Argentina
de barro enseña su vulnerada humanidad y la
fuerza de su amor.
Del otro lado, tras un invisible y reconocido
muro simbólico,
está la otra Argentina, la de los ricos
grotescos, gorilas imitadores
de los rapaces explotadores asesinos que han
saqueado al mundo.
Llegué a Parque Lezama, frontera sur de San
Telmo, antigua
atalaya contra invasores y filibusteros, que
preside, desde
su alta barranca, las tierras bajas de la República
de La Boca,
donde habita mi gente, y observé con deleite el
viboreo
descendente de la avenida Brown, que bordea la
Casa
histórica del heroico irlandés, y las luces
azules y amarillas
de la Cancha de Boca, que brillaban a lo
lejos, siemprevivas.
Allí me quedé un rato, hasta que empezó a
amanecer
y me sentí feliz. Agradecí a Dios el haber
nacido poeta
artífice, heredero privilegiado del espíritu de
la lengua,
y le pedí que me diera inspiración
para retratar con justicia el alma generosa
de mi pueblo.
Quiero unir en mi crónica la poesía con la
historia de mi gente
y sus luchas políticas, el canto cumbiero de
los pobres de hoy
con el alma rimada que heredamos de los
gauchos de la tierra.
Podemos así fundar la nueva Argentina, contra
el racismo
de las clases medias, contra el elitismo de
los privilegiados,
contra la explotación despiadada de los
ricos, contra el materialismo
sin espíritu de nuestro tiempo. La Argentina
fraterna de los gauchos
de corazón y de las masas libres, manumisas,
del mañana.
Túva-ysyry, Taita-ysyry, padre río, padre de
las aguas,
escucha nuestros sentidos ruegos desde el
alma
del Riachuelo que canta, desde nuestro barrio
obrero
que con su poesía resiste en el Estuario del
Plata;
Jesús nuestro, hijo de Dios, con el corazón te
llamamos,
pecadores; somos tus ichtus, tus peces, danos
la paz,
y perdona nuestras deudas como nosotros
perdonamos a nuestros deudores.
Publicado en Revista Sudestada 17. 11. 2016 Web
UNA PINTURA EXCELENTE,REALMENTE ES ASI, MUY BIEN LOGRADO EL CUADRO DE VIDA DE UNA PARTE DE LA SOCIEDAD QUE AUNQUE SEA CON ELLO PUEDE MITIGAR TODA SU POBREZA,UN FIN DE SEMANA QUE ALIVIE MUCHAS HORAS DE TRABAJO,MIENTRAS OTROS LOS EXPLOTAN PARA VIVIR SU REALEZA.
ResponderEliminarInteresante. Nunca antes había visto un texto con esta combinación temática: historia sociopolítica, cumbia y nombres amerindios. Gracias por darlo a conocer.
ResponderEliminarEs para releerlo, por la cantidad de ideas e imágenes que se abren.
ResponderEliminarGracias!
Luis López Sanz