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miércoles, 10 de octubre de 2018

The Bar of the Old Vedettes


           

                                 by Alberto Julián Pérez ©

To this downtown bar where I come to hide
arrive, at night, some old vedettes.
They work here nearby, in a rundown joint.
Once, curious, I went to see them act.
They were radiant on stage, dressed
in sequins and feathers. Their flesh
overflowed their costumes. The public,
cheerful, mocked their deformed bodies.
They, hysterical goddesses, suffered
the humiliation and looked with contempt
at the audience of beardless adolescents
and lonely men. They did not renounce anything.
They hold fast to their bodies, once glorious,
and they continued to represent their unlikely role.
They danced, they sang, they showed their ass,
they exhibited their flabby tits. After the show
they came to the bar, this strange school of convicts.
Here, the vedettes, who once had it all:
love, beauty, money, remained helpless,
having a drink, far from the stage and the lights.
Those poor women made me think
in the destitute poetry of our time.
In the grotesque poets who sing and celebrate
the ugliness of the world, with rude expression,
and are the laughingstock of many.
They are not ashamed to exhibit themselves.
Once they dreamed in a perfect world,
lyrical, ideal, without limitations.
But time passed and the enlightening word
never came to them nor the saving inspiration.
Now they pay homage to life
and they regret their reactionary dreams.  
I also thought of the others, their enemies,
who unlike the old cocottes, are unable
to live in the cruel reality
and prefer to take refuge in an imaginary paradise.
The bourgeois poets, who sing about pure love
and noble feelings in high verses.
Those, the unfallen, who ignore hell
and have no compassion for human frailty.
The spirit, finally, I said to myself,
will guide us through this desert
where we stand, alone, in the midst of doubt.
The poetic spirit, that immaterial aura
present in our language
that travels through time and elevates us,
and it is the holy spirit. I looked around,
raised my glass and toasted to the vedettes.
They corresponded to my courtesy. Then
we stayed drinking in silence. The discipline
of alcohol helped me to go deep into myself.
I remembered a recurring dream that I have
in which I sink in an abyss and emerge in a mirror.
There, desperate, I look at my face and I tear
the skin off. It was just a mask, I discover,
and behind it I find another and another ...
We live by escaping from ourselves
and little by little, without knowing it,
we get closer to what we are.
We drank the last round of killing liquor.
The bar closed and we went out to the street,
already baptized. The darkness welcomed us
in its generous anonymity. We went away
without saying goodbye. Alone
in our law, we, the incorrigibles,
heroes too of loneliness and failure.
The world hurt me less.  
Were ready to open
the doors of sleeping and forgetfulness.


                                                             Translated by the author



El bar de las viejas vedettes 

de Alberto Julián Pérez


A este bar del centro donde vengo a ocultarme
llegan, por la noche, unas viejas vedettes.
Trabajan aquí cerca, en un teatro de mala muerte.
Una vez, curioso, fui a verlas actuar. Estaban
radiantes, sobre el escenario, vestidas de lentejuelas y de plumas.
Sus carnes desbordaban sus trajes.
El público, jocoso, se burlaba de sus cuerpos deformes.
Ellas, diosas histéricas, sufrían las humillaciones
 y miraban con desprecio a la platea
de adolescentes imberbes y hombres solos.
No renunciaban a nada.
Se aferraban a sus cuerpos, antes gloriosos,
y seguían representando su papel inverosímil.
Bailaron, cantaron, mostraron el culo,
exhibieron sus tetas fofas.
Luego del show vinieron al bar,
esta extraña escuela de condenados.
Aquí, las vedettes, que una vez lo tuvieron todo:
amor, belleza, dinero,
quedaron, indefensas, bebiendo su copa,
fuera del escenario y de las luces.
Esas pobres mujeres me hicieron pensar
en la poesía desvalida de nuestro tiempo.
En los poetas grotescos
que cantan y celebran la fealdad del mundo,
con expresión grosera, y son el hazmerreir de muchos.
No tienen vergüenza de exhibirse. Otrora soñaron
en un mundo perfecto, lírico, elevado, sin limitaciones.
Pero pasó el tiempo y nunca llegó la palabra iluminada
ni la inspiración salvadora. Ahora rinden culto a la vida
y se arrepienten de sus sueños reaccionarios.
También pensé en los otros, sus enemigos,
que, a diferencia de las viejas cocottes,
no saben vivir en la cruel realidad
y se refugian en un paraíso imaginado.
Los poetas burgueses, que cantan al amor salvador
y los sentimientos nobles en versos elevados. Esos que ignoran
el infierno, que no conocen la caída
ni sienten compasión por la fragilidad humana.
El espíritu, finalmente, me dije, será el que nos guíe
por este desierto, solos ante la duda.
El espíritu poético, ese aura inmaterial
que viaja por el tiempo,
y llega en el lenguaje y nos eleva, y es el espíritu santo.
Miré a mi alrededor, alcé mi copa y brindé por las vedettes.
Ellas me devolvieron la cortesía.
Luego nos quedamos bebiendo en silencio.
La disciplina del alcohol me ayudó a ensimismarme.
Recordé un sueño recurrente que tengo
en el que me hundo en lo más hondo
y emerjo en un espejo. Allí desesperado me contemplo
y me arranco a pedazos la piel del rostro.
Era sólo una máscara, descubro, y detrás
encuentro otra y otra…
Vivimos escapando de nosotros mismos
y  poco a poco, sin saberlo,
nos acercamos a eso que somos.
Bebimos la última ronda de alcohol suicida.
Cerró el bar y salimos a la calle, ya bautizados.
La oscuridad nos acogió, en su anonimato generoso.
Nos alejamos sin despedirnos. Solos en nuestra ley
los incorregibles. Héroes también
de la soledad y del fracaso.
Ya el mundo me dolía menos
y estaban prontas a abrirse
las puertas del sueño y del olvido.



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