Alberto Julián Pérez ©
Esteban
Echeverría (1805-1851) introdujo y promovió en el Río de la Plata las ideas del
Romanticismo social francés, una de las corrientes de la literatura europea más
liberales y progresistas, en un momento clave del desarrollo de nuestra
literatura nacional.
Durante
la etapa colonial, el decadente imperio español había impedido la formación de
un literatura independiente en los territorios americanos. A partir de la
Revolución de 1810 se había iniciado una nueva etapa histórica que llevaría a
la formación de una cultura y una literatura propias. Echeverría denominó a ese
momento revolucionario “Mayo” y propuso una interpretación simbólico-alegórica
del significado de la experiencia vivida (Echeverría, Obras completas 222-6).
Echeverría
criticó las decisiones políticas que se tomaban en la nación mercantil y
ganadera que se estaba gestando en los años que siguieron a las luchas por la
independencia. Los jóvenes intelectuales de su grupo concibieron su propio
programa político. Echeverría pensaba que el individuo se realizaba en la historia
y evolucionaba con ella. El hombre del destino, el genio romántico, debía asumir
sus responsabilidades sociales con heroísmo y cargar sobre sus espaldas el peso
de la sociedad.[1] Su
misión era dirigirla.
Los jóvenes de la
Asociación de Mayo, que lideraba Echeverría, creyeron en esa misión. Defendían
la libertad y la democracia. Se opusieron a la tiranía de Rosas. Querían enseñarle
a las masas su filosofía nacional y conducir el país.
Echeverría
basó su “doctrina” en las palabras: fraternidad, igualdad, libertad, de clara
raíz Iluminista (Echeverría 159). Los “padres” de la Revolución de 1810 les
habían dejado un importante legado. Hicieron la guerra a España y liberaron el territorio.
Había mucho aún por hacer. Faltaba implementar un proyecto cultural acorde con
las ideas revolucionarias (si bien Rivadavia había hecho importantes aportes) (Echeverría
99-102). Esa era la gran oportunidad de su generación: echar las bases de la
cultura nacional.
Responsabilizó al
caudillismo por los problemas políticos de su tiempo. Los caudillos eran el
síntoma de una sociedad enferma y deformada. Habían fracasado los intentos de
sancionar una Constitución, que garantizara un modo de gobierno y un pacto de
convivencia, válido para todos. El caudillismo, creía él, producía
anti-cultura. La sociedad retrocedía en lugar de avanzar. En su narración “El
matadero” demuestra los efectos nefastos de la dictadura en la vida de la gente.
Su visión coincide con la de Sarmiento.
Centró
su pensamiento en tres conceptos básicos: “Mayo”, “Democracia” y “Razón” (Palco,
Historia de Echeverría 81-4). [2]
Se apoyó en las ideas de filósofos contemporáneos franceses que continuaban a
los pensadores de la Ilustración: Saint Simon, Leroux y Lammenais. Sus ideas
políticas estaban íntimamente asociadas a su condición de poeta romántico.
Admiraba a Víctor Hugo y a Lord Byron. Respetaba el liderazgo que éstos tenían
en la vida cultural y política de la Europa de su tiempo (“Fondo y forma en las
obras de imaginación”, OC 341-5).
Echeverría escribió poesía épica y poesía de
tema histórico. Su literatura fue literatura de ideas. (Echeverría 362). [3]
Para él el valor del pensamiento no residía en su calidad especulativa sino en
su fuerza crítica. En sus ensayos buscaba interpretar la realidad de su tiempo,
analizar las instituciones y comprender la cultura. Quería ayudar a construir
una sociedad más perfecta, contribuyendo a la progresión y marcha de la
historia (Weinberg, El Salón Literario
77-86). Propone un modelo de pensador e intelectual nacional: éste debía ser un
individuo ilustrado y creer en la razón. Debía ser ético, buscar el bien y el
bienestar de la sociedad y contribuir a su evolución (ayudar a eliminar el
vicio, la ignorancia, el error, el pasado colonial de corrupción, el presente
nacional de opresión, tiranía e ignorancia) (Echeverría, “Antecedentes y
primeros pasos de la Revolución de Mayo”, O.
C. 212-21 y 98-110).
Los caudillos, para él, carecían
de valores morales. No tenían educación ni eran letrados. Alberdi (que actuó en
política en la Federación de Urquiza, después de la caída de Rosas, y se opuso
a Mitre) criticó el dogmatismo racional de Echeverría: en su polémica con
Sarmiento, dio una nueva modulación nacional al racionalismo (Alberdi, Grandes y pequeños hombres del Plata
207-11). Alberdi relativizó la política de Sarmiento y de Mitre y la criticó
severamente.
Echeverría
no pudo ser actor del proceso de reorganización nacional, en el que
participaron varios miembros de la Generación de 1837, dada su muerte prematura
en 1851. Durante sus últimos años, proscripto en Montevideo, se mantuvo
relativamente al margen de los sucesos políticos y militares. Escribió extensos
poemas narrativos (“El ángel caído”, “Avellaneda”, entre otros) e importantes
ensayos y estudios políticos y culturales, como “Ojeada retrospectiva sobre el
movimiento intelectual en el Plata desde el año 37”, 1846 y “Manual de
Enseñanza Moral”, 1846. En esos años, indica Katra, Juan Bautista Alberdi tomó
el liderazgo material de la vida intelectual de los expatriados de Montevideo.
Alberdi luego se trasladó a Chile, redactó sus influyentes Bases en 1852, y participó en el gobierno de la Federación de
Urquiza (Katra, The Argentine Generation
of 1837, 6-7).
Echeverría,
dado su frágil estado de salud y su personalidad tímida y retraída, se fue
alejando del periodismo combativo. Unos pocos años mayor que Sarmiento y Mitre,
era el único que había residido en París, donde estudió filosofía, literatura y
política durante una época clave de la vida cultural francesa.[4]
Su
amigo y biógrafo Juan María Gutiérrez, el crítico más destacado de su
generación, fue quien mejor conoció su proyecto literario (Echeverría, Obras completas 9-52).
Echeverría
fue un ejemplo y un gran modelo de honestidad para aquellos intelectuales que
lo sobrevivieron: Sarmiento, Mitre, Alberdi, Gutiérrez, Vicente F. López,
Mármol. Su liderazgo fue fundamental para toda la Generación del 37 (Palcos, Historia de Echeverría 67-80).
Para
Echeverría los objetivos de la acción política de su grupo debían ser: [5]
1. establecer la asociación
2.
determinar el papel del
pueblo en la democracia
3.
regenerar moralmente a la
sociedad
4.
permitir el progreso social
El segundo punto fue el
más controvertido. Las masas urbanas y rurales apoyaban abiertamente a Rosas. Este
era un gobernador legítimamente elegido. La legislatura había votado otorgarle
la suma del poder público. Un plebiscito popular lo ratificó. Ostentaba la
representación de las relaciones exteriores de la Confederación, por expresa
concesión de los gobiernos provinciales.
Echeverría sostenía que las
masas no estaban facultadas para ejercer racionalmente sus derechos políticos,
ya que carecían de educación (Echeverría 152-3). Había sido un error consultarlas.
Era necesario educarlas y sacarlas de ese estado de inferioridad política. Regenerarlas
moralmente. Hasta tanto esto no ocurriera, no se podía dar a las masas derechos
políticos, ya que serían víctimas de demagogos y tiranos.
A diferencia de Sarmiento
y de Alberdi, Echeverría no le reconocía a la tiranía rosista ningún logro en
la normalización del país (Sarmiento pensaba que Rosas había unificado
políticamente el territorio nacional; Alberdi creía que había disciplinado a
las masas, les había enseñado a obedecer y someterse, respetando la decisión de
un poder de gobierno) (Sarmiento, Facundo
322-40; Alberdi, Bases 217-9). Rosas,
según Echeverría, había traicionado el espíritu de la revolución de Mayo, que
era democrático.
Como lo comprobamos en
sus poemas “La insurrección del Sud” y “Avellaneda”, y en su narración “El
matadero”, Echeverría teme a las masas iletradas y las desprecia: las
considera bárbaras, crueles, insensibles, irracionales. En un momento las llama
“esclavas” (Echeverría, O.C. 146).
Las masas no habían entendido el espíritu de Mayo ni sabían qué era la
libertad. Alberdi, en cambio, ve a las masas como auténticas representantes de
una democracia incipiente, inorgánica (Alberdi, Grandes y pequeños hombres del Plata 156-7).
Alberdi no responsabilizaba
a los caudillos por las prolongadas guerras civiles que habían tenido lugar en
el territorio nacional desde 1820. En sus Bases
argumenta que la anarquía popular fue resultado de los malos políticos y la
ineficiencia de las instituciones (Bases
81-8). Las Constituciones de 1819 y 1826, insensibles a los intereses del
interior, desataron la reacción de las provincias e hicieron difícil la
organización nacional (Bases 31-6).
La responsabilidad era de los políticos, no del pueblo pobre. Esos políticos no
habían sabido interpretar las aspiraciones populares. La consecuencia fue la
violenta insurrección de las masas, lideradas por sus caudillos. Alberdi entendió
que las aspiraciones políticas del pueblo y de sus líderes eran legítimas; Echeverría
y Sarmiento, en cambio, demonizaron el poder popular de los caudillos (Obras completas 125-8). Lo consideraron
irracional y bárbaro (Echeverría, Obras
completas 349-53).[6]
Echeverría proponía
realizar una revolución cultural y política capaz de regenerar moralmente a su
patria, corrompida por la tiranía. La difícil tarea no era imposible, porque el
mundo progresaba y la humanidad era infinitamente perfectible (Echeverría 301).
En un análisis menos
matizado, pero tan radical como el que Sarmiento hiciera sobre su patria en Facundo, Echeverría procuró explicar,
dentro de sus parámetros ideológicos dogmáticos, su entorno histórico y social.
La “Ojeada
retrospectiva…”, de 1846, fue uno de sus más ambiciosos trabajos intelectuales.
Echeverría describe cómo los integrantes de la Asociación de Mayo concibieron y
discutieron el Dogma Socialista en
1837. Sitúa a su generación en el centro de la arena política. La tiranía los
había obligado a trabajar en la clandestinidad. Concibieron la idea de crear
una sociedad secreta semejante a la Joven Italia de Mazzini. Creían en los
principios de la Revolución de Mayo. Faltaba aún cumplir muchos de sus
objetivos. Debían realizar “una revolución moral que marcase un progreso en la
regeneración de nuestra Patria” (Obras
completas 59). Solo se podía derrocar a la tiranía de Rosas por medio de
las armas y el país aún no estaba preparado para esto. Ellos debían asumir un
nuevo liderazgo político.
Acordaron redactar un
programa que detallara sus objetivos de acuerdo a sus principios políticos. Alberdi,
Gutiérrez y el mismo Echeverría fueron los encargados de la tarea, después de
una discusión grupal (Obras completas
66-73). El Dogma Socialista, como le
llamaron, venía a llenar el vacío político doctrinario de los partidos
históricos que se habían disputado el poder en el Río de la Plata: el Unitario,
un partido centralista que gobernó con Rivadavia, y el Federal, dirigido por
Rosas, que se había transformado en un partido centralizado y personalista. Echeverría
sostuvo, en una carta dirigida a los otros miembros de la Asociación, que “los
principios son estériles si no se plantan en el terreno de la realidad, si no
se arraigan en ella, si no se infunden, por decirlo así, en las venas del
cuerpo social (Obras completas 60).
El grupo de jóvenes
entendió que su trabajo fundamental era interpretar la realidad histórica y
política nacional, e “infundir” su pensamiento en “las venas del cuerpo
social”. Eran perfectamente capaces de proponer una teoría, pero no conocían bien
al pueblo pobre de la ciudad y las campañas. Constituían una pequeña minoría de
jóvenes intelectuales aislados de las masas, que eran iletradas y respondían al
liderazgo del caudillo Rosas, Gobernador de Buenos Aires, que había sabido
ganarse su corazón y su lealtad. Ellos consideraban a Rosas un peligroso
demagogo.
Como organización secreta
podían intentar infiltrar las filas populares. Pero el país sería libre solo
cuando una coalición militar opositora derrocara al caudillo. Rosas tenía un
buen control político de la situación.
Echeverría criticó la
política de los partidos históricos, y propuso a su amigos formar un partido
único que fusionara las ideas de ambos y fuese la síntesis dialéctica de los dos
polos. Su manera de entender la historia emanaba de su interpretación de la
Revolución de Mayo; dice: “El fundamento, pues, de nuestra doctrina, resultaba
de la condición de ser impuesta al pueblo argentino por la revolución de Mayo;
el principio de unidad de nuestra teoría social del pensamiento de Mayo: la
Democracia. No era ésta una invención (nada se inventa en política). Era una
deducción lógica del estudio de lo pasado y una aplicación oportuna. Ese debió
ser y fue nuestro punto de partida en la redacción del Dogma” (Obras completas 65). Echeverría subrayó
el aspecto lógico, científico de su estudio “deductivo”. La teoría política, de
manera gradual, debía controlar racionalmente la historia, haciéndola
previsible y programable. [7]
Explicó con argumentos
sólidos la ilegitimidad de la tiranía rosista y criticó al pueblo proletario (Obras completas 295-308).[8]
Dice Echeverría: “…el pueblo soberano no supo hacer uso de su libertad; dejó
hacer al poder y nada hizo por sí para su bien…Nosotros queríamos, pues, que el
pueblo pensase y obrase por sí, que se acostumbrase poco a poco a vivir
colectivamente…” (Obras completas
65-6).
Los jóvenes intelectuales
del grupo discutieron cuál debía ser el papel de la religión en el nuevo Estado,
teniendo en cuenta los proyectos de reorganización nacional. Echeverría
consideraba a la religión como una de las grandes aliadas para la regeneración
moral de la población civil. La decadencia moral de las masas durante el
rosismo, creía, se había debido, en parte, a la carencia de una sólida base
religiosa; dice: “…se ha desvirtuado y desnaturalizado en nuestro país poco a
poco el sentimiento religioso. No se ha levantado durante la revolución una voz
que lo fomente o ilumine…y los instintos más depravados del corazón humano se
han convertido en dogma…hemos desechado el móvil más poderoso para moralizar y
civilizar a las masas: no hay freno humano ni divino que contenga las pasiones
desbocadas… A vosotros, filósofos, podrá bastaros la filosofía; pero al pueblo,
a nuestro pueblo, si le quitáis la religión, ¿qué le dejáis? Apetitos animales,
pasiones sin freno…” (Obras completas
66-7).
La revolución había
emancipado a la Iglesia argentina, pero el clero, argumenta, olvidándose de su
misión evangélica, se había dedicado a la política, en lugar de trabajar en la
evangelización. Ese proceso de politización de la Iglesia había concluido en
una alianza virtual con Rosas, quien volvió a someter a la Iglesia nacional al
Patronato de Roma. Echeverría apoyaba la libertad religiosa, que consideraba
necesaria para atraer al suelo argentino inmigrantes que contribuyeran al
progreso nacional. La religión debía ser independiente y estar separada del
Estado (Obras completas 69).
Rosas había sabido
inclinar a su favor el sufragio universal. Una ley de la Provincia de Buenos
Aires había concedido en 1821 el derecho de sufragio a “todo hombre libre,
natural del país o avecindado en él, desde la edad de 20 años, o antes si fuere
emancipado” (Obras completas 69). Esa
ley de sufragio, que era aplicada con éxito en Estados Unidos, no había dado
buenos resultados en Argentina. El sufragio universal, consideraba Echeverría,
había sido “el vicio radical del sistema unitario” (Obras completas 69). El pueblo ignoraba lo que era el sufragio, y
no sabía lo que votaba. Echeverría acusa al Partido Unitario de no haber sabido
organizar al pueblo y haber desconocido el elemento democrático de las
campañas. Según él, ese Partido, de arranque democrático, no tuvo fe en el
pueblo. Rosas, en cambio, “…echó manos del elemento democrático, lo explotó con
destreza, se apoyó en su poder para cimentar la tiranía” (Obras completas 71).
El pueblo, creía
Echeverría, había decretado su propio suicidio al votar a Rosas y darle la Suma
del Poder Público. Para superar esta situación propuso la siguiente fórmula:
“Todo para el pueblo, y por la razón del pueblo” (Obras completas 72). En su “Ojeada retrospectiva…” analiza y
explica las ideas sostenidas en el Dogma
Socialista de la Asociación de Mayo. En la sección doce de sus “palabras simbólicas”,
discute el tipo de democracia que quieren establecer y afirma que “…la
Democracia es el régimen de la libertad, fundado sobre la igualdad de clases” (Obras completas 151). Dice que “…la
soberanía del pueblo es absoluta en cuanto tiene por norma la razón” y que el
individuo puede resistir “las decisiones tiránicas del pueblo soberano” (Obras completas 152). La democracia,
entonces “…no es el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el
régimen de la razón”, y la parte ignorante de la población “…queda bajo la
tutela y la salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del
pueblo racional” (Obras completas
152).
El autor pone a la razón
por encima de la voluntad del pueblo y de las masas y establece el tutelaje
“…del ignorante, del vagabundo, del que no goza de independencia personal…” (Obras completas 153). Aquellos que
sufren esa discapacidad social deben emanciparse primero, para poder luego
ejercer sus derechos políticos. En un gesto liberal pero paternalista hacia las
masas, dice que es el Estado el que tiene la responsabilidad de elevar a las
masas de su estado de ignorancia, de esparcir “…la luz por todos los ámbitos de
la sociedad” (Obras completas 153). Y
agrega: “Para emancipar las masas ignorantes y abrirles el camino de la
soberanía es preciso educarlas. Las masas no tienen sino instintos: son más
sensibles que racionales; quieren el bien y no saben dónde se halla; desean ser
libres, y no conocen la senda de la libertad” (Obras completas 153).
Echeverría negaba
derechos políticos al pueblo hasta que no cambiara, se educara y civilizara,
europeizándose. El grupo de jóvenes intelectuales que lidera quiere reorganizar
la sociedad según los intereses y objetivos políticos de su grupo social y
ponerla a su servicio.
Echeverría celebra los
logros intelectuales y artísticos de los jóvenes de su generación. Analiza la
labor del periodismo combativo de Montevideo en “El Iniciador”, “El Nacional”,
“La Revista del Plata”, “El Porvenir”. Muchos escritores colaboraban en estos
periódicos: Miguel Cané, Andrés Lamas, Florencio Varela, Juan María Gutiérrez,
José Rivera Indarte. Otros exiliados argentinos trabajaban en la prensa chilena:
Vicente F. López, Domingo F. Sarmiento, Carlos Tejedor, Juan B. Alberdi, escribiendo
en periódicos líderes como “El Mercurio”, “La Gaceta” y “El Progreso”. Esos jóvenes
intelectuales luchaban contra el rosismo. Destaca también el mérito de los
poetas: José Mármol y Bartolomé Mitre (lista a la que tendría que agregar su
propio nombre).
Echeverría exalta el
patriotismo de esa generación proscripta, que tiene mucho que ofrecer a la
patria futura. Esa patria depende de ellos; dice: “La lógica de nuestra
historia…está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es
adoptar lo que haya de legítimo en uno y en otro partido… Ese partido nuevo no
puede representarlo sino las generaciones nuevas…” (Obras completas 88). Se ve a sí mismo, y ve a sus compañeros, como
los hombres del destino que habrán de salvar la patria. No era éste un
mesianismo vacío, sino una creencia enraizada y vivida plenamente.
Echeverría y los miembros
de la Generación del 37 apoyaron políticamente al General Lavalle y la
intervención francesa e inglesa en el Río de la Plata, durante la década del
cuarenta, como medidas necesarias para derrocar la tiranía rosista. El
liderazgo militar del General Lavalle (quien fuera responsable del
levantamiento militar de 1828 contra el Gobernador Dorrego y su fusilamiento, y
del recrudecimiento de la contienda de Unitarios y Federales) era controversial
y su invasión a la provincia de Buenos Aires en 1840 fracasó, al no recibir
apoyo popular. Rosas luchó contra la injerencia militar de Francia e
Inglaterra, poderes europeos con una nutrida historia imperialista, en las
cuestiones internas del Río de la Plata. Rosas era un Gobernador elegido por el
voto, y todos sus poderes refrendados por la Legislatura provincial, y por un
plebiscito y consulta popular. Los integrantes de la Generación del 37 no
tuvieron esto en cuenta y lo consideraron ilegítimo. Echeverría dice al final
de su ensayo que no se propone sembrar discordia, su objetivo es unir a la
sociedad, y llama a todos los argentinos a fraternizar en un Dogma común. Envía
sendas cartas al Gobernador de Corrientes Joaquín Madariaga y al General Justo
José de Urquiza, Gobernador de Entre Ríos, explicando sus ideas y el programa
del grupo que representa, tratando de persuadirlos y de captar su apoyo (Obras completas 166-9).
En sus cartas al
intelectual italiano Pedro de Angelis, editor de la prensa oficial rosista, que
en el Archivo Americano criticara el Dogma socialista, publicado en
Montevideo, desacreditando a su autor, Echeverría hace un agudo análisis
político del papel del partido Federal antes de Rosas y durante su gobierno (Obras completas 169-209). Demuestra que
lo que Rosas llama “federación” no es tal cosa, ni tiene nada que ver con la
historia del concepto, ni con el sentido que se le dio a éste en el sistema
norteamericano. Diferencia lo que es un “partido” político de una “facción”
política, con intereses más estrechos, rebajando la lucha de federales y
unitarios a pujas de facciones.
Tal como Sarmiento en su Facundo, Echeverría acusa a Rosas de
centralismo. Dice que éste destruyó el poder municipal y regional en la
Argentina. Los unitarios, por su parte, se habían dejado llevar por un europeísmo
ciego: aplicaron ideas foráneas de manera mecánica, sin reconocer la realidad
social local (Obras completas 196).
Censura al Presidente Rivadavia por haber renunciado al poder supremo, en lugar
de haberlo mantenido a cualquier costo, aniquilando a los facciosos, si era
necesario. Al no hacerlo “sacrificó el porvenir”. Dice: “El partido unitario
resignando el poder, sin haber combatido, aceptó el martirio: por eso, si la
moral y la justicia lo aplauden, la política lo silba y lo condenará la
historia” (Obras completas 199).
Echeverría cree que la
regeneración de la patria dependerá en gran medida de la forma en que logren
encauzar a los espíritus díscolos y anárquicos dentro del sistema municipal;
dice: “El distrito municipal será la escuela donde el pueblo aprenda a conocer
sus intereses y sus derechos, donde adquiera costumbres cívicas y sociales, donde
se eduque paulatinamente para el gobierno de sí mismo o la democracia, bajo el
ojo vigilante de los patriotas ilustrados…” (Obras completas 204). La municipalidad, piensa, logrará infundir el
espíritu local en el espíritu nacional.
Echeverría dedica dos
artículos suyos fundamentales a analizar la Revolución de Mayo: “Antecedentes y
primeros pasos de la Revolución de Mayo” y “Mayo y la enseñanza popular en el
Plata”. En el primero analiza la historia latinoamericana desde su época
colonial hasta el presente, explica las relaciones de poder dentro del Río de
la Plata y hace una excelente sinopsis histórica de las luchas políticas. En su
segundo artículo divide la historia en dos etapas: una colonial, retrógrada, y
otra revolucionaria y democrática, progresista. Su defensa de los valores de
Mayo, dice, se debe a que desea que predomine la ley por encima de la fuerza
bruta (Obras completas 224). Deben
todos honrar la Revolución de Mayo y nutrirse de los valores democráticos. La
sociedad está empeñada en una guerra civil prolongada: el pueblo está luchando
por dar a luz esas fuerzas que hacen a las nacionalidades robustas (Obras completas 226). Echeverría acepta
la guerra como medio legítimo para alcanzar la libertad.
Cree que la educación no
puede ser dejada al azar: el Estado debe darle una dirección moral y política.
Lleva esta lección a la práctica en su Manual
de enseñanza moral para las escuelas primarias del Estado Oriental, 1846,
donde sostiene que un gobierno revolucionario tiene el deber de educar al pueblo
y enseñarle sus ideales políticos y morales.
Echeverría valoró a la
poesía por encima de todos los géneros literarios. La poesía romántica le
asignaba al poeta, como voz y como conciencia de su sociedad, un papel político
especial (Altamirano y Sarlo 17-41). Echeverría ve al ser humano como una
unidad indisoluble. En las notas sobre arte y poesía, que Juan María Gutiérrez
reuniera bajo el título de “Fondo y forma en las obras de imaginación”, el poeta
escribe sobre los cambios del ser humano en su historia y los efectos que éstos
tienen en su forma de expresión: “Unas son las facultades morales de la
humanidad; pero el clima, la religión, las leyes, las costumbres, modificando,
excitando su energía, deben necesariamente dar impulso distinto a la
imaginación poética de los pueblos y formas singulares a su arte, pues sujetos
están a todos los sucesos y accidentes, tanto externos como internos que su
vida o su historia constituyen” (Obras
completas 342). Y luego, insistiendo en la unicidad del espíritu de la
humanidad: “Son las formas poéticas las que varían principalmente en cada
siglo, en el espíritu de cada pueblo y en las renovaciones y faces del arte, y
el espíritu esencial que la fecunda y anima, pasa inalterable de generación en
generación, siguiendo en su marcha todas las vicisitudes, retrocesos y
adelantos del saber humano y de la civilización” (343).
Dado que concibe un mundo
que varía sus formas pero retiene su espíritu, estas formas deben ser relativas
y no absolutas. La libertad en la forma de expresión es una necesidad inherente
del arte y de la vida. La historia política, igualmente, conoce cambios, como
consecuencia de la evolución moral de la humanidad. Estos cambios conducen a la
liberación de las potencias creativas. Por eso el hombre no puede aislarse de
su sociedad y su historia. Echeverría admira a los artistas europeos que han
sido capaces de mostrar ductilidad y originalidad en la creación de formas
nuevas, como Shakespeare y Calderón, héroes de los románticos. Estos crearon
personajes con una rica psicología individual. Fueron artistas geniales e
inspirados. La individualidad, para Echeverría, es el móvil de la historia y el
arte.
Echeverría era consciente
de que su generación vivía en una nueva época histórica; dice: “Hemos llegado
al punto de arranque de la civilización moderna; el tiempo nos muestra la
primera página de otra historia; pisamos en los umbrales del nuevo mundo…” (Obras completas 346). En ese nuevo mundo
jugaba un papel fundamental el cristianismo, que ya en la antigüedad había
dominado “…la ferocidad natural de los bárbaros” que atacaban a Roma (Obras completas 347). Al analizar la
relación entre el mundo Clásico y el Romántico, enfatiza la deuda que tiene el
Romanticismo con el Cristianismo: “La civilización antigua y la moderna, o el
genio clásico y el romántico, dividiéronse pues, el mundo de la literatura y
del arte. Aquél trazó en el frontis de sus sencillos y elegantes monumentos:
Paganismo; éste en la fachada de sus templos majestuosos: Cristianismo (Obras completas 350).
Echeverría volcó muchas
de estas ideas en su poesía. No empleó en sus poemas el habla popular, como
hacían los poetas gauchescos: prefirió utilizar el habla culta, en lengua
llana. Creía que el estilo debía verter directamente el pensamiento, ser un
trasunto de éste; explica: “El estilo es la fisonomía del pensamiento, a cuyos
contornos y rasgos dan alcance y colorido el lenguaje, los períodos y las
imágenes (Obras completas 538).
Estaba consciente de las limitaciones literarias de los lectores de su patria
y, con su obra, trató de contribuir a la creación y educación de un público
lector que disfrutara de su poesía, tuviera cierta comprensión teórica y
entendiera lo que trataba de hacer en ésta. Dice “…en los países donde los
principios del gusto, en materia de bellas artes, no son comunes, y no existe
una opinión pública que sea capaz de formar juicio racional sobre los partos de
la imaginación, es conveniente y necesario que los autores hagan marchar de
frente la teoría y la práctica, la doctrina y los ejemplos…” (Obras completas 361).
Echeverría buscaba
concretar en su poesía sus ideas literarias y expresar sus ideales políticos (por
eso, a veces, sus poemas pueden parecer calculados y poco espontáneos). Ficción
y pensamiento se unen íntimamente en Echeverría. Su ejemplo y magistratura
tuvieron un gran impacto en el desarrollo de la literatura nacional que, hasta
el presente, cultiva una fuerte tendencia intelectual, analítica y política. En
la “Advertencia” a “La Cautiva”, publicada en sus Rimas, Echeverría explica que su propósito al escribir el poema era:
“pintar algunos rasgos de la fisonomía poética del desierto…” (Obras completas 451). Dice que sus
personajes son secundarios en relación al paisaje. Quiere mostrar al lector el
“color local” americano: “El Desierto es nuestro más pingüe patrimonio, y
debemos poner conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para nuestro
engrandecimiento y bienestar, sino también poesía para nuestro deleite moral y
fomento de nuestra literatura nacional” (451). Usa ex profeso en este poema
“…locuciones vulgares y nombra las cosas por su nombre, porque piensa que la
poesía consiste principalmente en las ideas…” (451). Como poeta confiesa que
“idealiza”, y para él idealizar es “sustituir a la tosca e imperfecta realidad
de la naturaleza, el vivo trasunto de la acabada y sublime realidad que nuestro
espíritu alcanza” (452). El poeta aspira a narrar lo inenarrable, mostrar el
aspecto sublime de la naturaleza americana.
Echeverría busca
acercarse al gusto popular. En “La cautiva” emplea un lenguaje relativamente
sencillo y familiar, y usa el metro octosilábico. Pero, insiste, lo fundamental
es que la inspiración fluya y dé libertad a la creatividad poética. Cuando lo
considera necesario cambia el metro “…para retener o acelerar la voz, y dar, por
decirlo así, al canto, las entonaciones conformes al efecto que se intenta
producir” (Obras completas 453). La
forma artística “…está como asida al pensamiento, nace con él, lo encarna y le
da propia y característica expresión” (452). El poema, muy celebrado por el
público lector y por la crítica de la época, y la obra poética del autor que ha
tenido más reimpresiones, alcanza sus momentos más logrados en las
descripciones del paisaje, y los menos convincentes cuando presenta el mundo
psicológico de Brián y María, sus personajes. Mientras en “El matadero
plasma con verosimilitud y fidelidad costumbrista la psicología de sus personajes, en sus poemas narrativos sentimentales, o con aspectos sentimentales trágicos, como “La cautiva” o el extenso “El ángel caído”, la psicología de los personajes queda desdibujada, y cobra protagonismo el paisaje y las imágenes poéticas heroicas.
plasma con verosimilitud y fidelidad costumbrista la psicología de sus personajes, en sus poemas narrativos sentimentales, o con aspectos sentimentales trágicos, como “La cautiva” o el extenso “El ángel caído”, la psicología de los personajes queda desdibujada, y cobra protagonismo el paisaje y las imágenes poéticas heroicas.
En sus poemas históricos,
como “Avellaneda”, pinta con maestría el mundo de la época y el carácter
heroico del personaje. Describe la historia social con intenso dramatismo. Quería
dar una carácter protagónico a las ideas y los valores que estas ideas
representaban.
Su visión de mundo
expresa los ideales románticos y las limitaciones ideológicas del sector
pequeño burgués urbano e ilustrado al que Echeverría pertenecía. Los jóvenes
trataban de interpretar una realidad que les resultaba difícil comprender. Les
parecía un mundo primitivo y peligroso. Por momentos lo demonizaban. En “La
cautiva” los indios son crueles, monstruosos, “salvajes” y derraman sangre
humana por placer. El alcohol los transforma en bestias feroces. Su
presentación de la naturaleza humana es dicotómica. Unos personajes son cultos,
ilustrados, nobles, de grandes ideales, capaces de amor y sacrificio; otros son
egoístas, crueles, incapaces de amar, destructivos, bárbaros. Los indios se
transforman en ejemplos del mal y la barbarie; Brián y María, en modelos de la
naturaleza humana elevada, noble, bondadosa, capaz de sentimientos sublimes. En
el poema “Avellaneda”, el mártir tucumano posee todas las cualidades que
respeta Echeverría: inteligencia, altruismo social; sus enemigos son una
“chusma” que lo observa con mirada “estúpida”, y que goza cuando lo ejecutan al
compás de “La resbalosa” (Obras completas
577). Como en el relato “El matadero”, el sacrificio se realiza en medio de una
fiesta bárbara. También en “La cautiva” la fiesta de los indios es un momento
culminante, de gran valor dramático y fuerza plástica.
La poesía culta resulta un
vehículo pobre para transmitir una pintura del pueblo de su época y sus tipos
sociales (la poesía popular, en cambio, en particular la gauchesca, es vehículo
fabuloso del habla y la psicología del criollo). Su narración ocasional “El
matadero” (género que no prolifera en la escritura de Echeverría, que idealiza la
poesía y cree en el carácter heroico del poeta), es un fresco social sutil y
detallado en que logra, en maravilloso aquelarre y con una economía expresiva
que muy pocos escritores han alcanzado, mostrar las fuerzas históricas y
sociales de su tiempo en juego dramático, y caracterizar con realismo a los
tipos humanos populares (en particular al proletariado rural y a la chusma
urbana), que apoyaban la política del Restaurador, el tirano Rosas.
Echeverría, aunque
sostenía que la religión podía contribuir al desarrollo moral del pueblo, criticó
en “El matadero” la conducta de la Iglesia en el gobierno de Rosas. La Iglesia
actúa como cómplice del tirano; lejos de ayudar en la educación cristiana de la
masas, papel que el poeta creía el más conveniente para la Iglesia, procura
rendirlas a los pies de Rosas. La inundación, causada por la lluvia continua y
torrencial, y el sufrimiento que ocasiona a la población, quiebran el
equilibrio social en Buenos Aires, durante la época de Cuaresma. Esto pone a
prueba la habilidad política del Restaurador, quien, procurando calmar el
hambre (y la impaciencia) del pueblo, manda traer, por decreto, una cantidad de
novillos para el matadero, pasando por alto el ayuno religioso de la Cuaresma.
El narrador describe con ironía la actitud de la Iglesia en estas circunstancias,
y cómo ésta aprovecha el momento para atemorizar a la población: “Parecía el
amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y
continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el
púlpito a puñetazos. Es el día del juicio, decían, el fin del mundo está por
venir. La cólera divina, rebosando, se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros
unitarios impíos que os mofáis de la Iglesia, de los santos, y no escucháis con
veneración la palabra de los ungidos del Señor!...vuestra impiedad, vuestras
herejías, vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre
nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia del Dios de la Federación os
declarará malditos” (311-2).
Echeverría muestra, involuntariamente,
la excelente relación de Rosas con las masas y el apoyo que éstas le brindaban.
Los carniceros se preocupan en cuidar y vigilar la seguridad del régimen, y
contribuyen a su “limpieza” ideológica. Dada las amenazas internas y externas,
los carniceros se transforman en guardianes del gobierno personalista y popular
de Rosas. Junto a ellos operan las mujeres achuradoras, negras y mestizas, que
recogen las entrañas de los animales sacrificados para venderlas. En este
relato todos hacen algún tipo de sacrificio: la Iglesia, el de la Cuaresma;
Rosas, da reses al pueblo; las masas, ofrecen el primer novillo al Restaurador,
y luego sacrifican al toro rebelde y, por último, al unitario; el unitario,
ofrenda su vida para defender su honor y su hombría. Estos sacrificios se
llevan a cabo en medio de la celebración de la Iglesia y la celebración de los
carniceros. Es un ambiente de fiesta popular carnavalesca, donde los carniceros
se transforman en los amos, y el Juez del matadero preside la “fiesta” como un
auténtico tirano. Quien finalmente se vuelve la víctima expiatoria, que
restablece el equilibrio en la atroz Federación, es el unitario “sacrificado”,
que no deja que ultrajen su honor y revienta de rabia. Antes que él, han sido
sacrificados el toro bravo y el niño inocente (nadie registra su agonía,
excepto el narrador; horriblemente, nadie le ha dado importancia al accidente
que provocó su muerte), y fue puesto en ridículo el inglés, quien mostró sus
pocas virtudes de jinete frente a los criollos.
En el final de la
“fiesta”, los carniceros se sienten desilusionados. Muere el joven unitario, a
quien no habían querido matar, sino “jugar” con él, pero que se tomó la cosa
demasiado “en serio”. El unitario no les entendió el juego. Su muerte los
compromete. El juego no debería haber terminado en tragedia. La “seriedad” del
unitario cambió el juego, que, como en la corrida de toros, concluyó con la
muerte del bravo. Las simpatías del narrador se inclinan hacia el joven
unitario, culto, idealista, y no hacia la chusma rosista de gauchos,
adolescentes pobres y mujeres mestizas y negras, que viven de lo que produce el
matadero, su carne y sus sobras. El narrador registra con desagrado el ruido
que produce la fiesta, que considera “infernal”. Las masas participan
activamente. Cree que no pueden pensar. Para él son seres sin valor humano.
Repiten un ritual, el del sacrificio de los animales, necesario para la
subsistencia, pero carecen de independencia mental. Tampoco tienen educación.
Son brutales, bárbaras. Su ceremonia es macabra, deberían haber sacrificado
sólo novillos jóvenes. Ni el toro, ni el unitario deberían haber formado parte
de ésta. Ese agregado perverso demuestra el estado de abyección de las masas.
Sólo el unitario y el
inglés son educados, como lo demuestra el buen gusto de sus ropas y sus
modales. Echeverría idealiza el valor del unitario y su resistencia moral
frente a la opresión. Esa resistencia heroica ante la tiranía era contraria a
la experiencia social e histórica: los opositores al régimen rosista (incluido
el poeta), antes de dejarse encarcelar, torturar o matar inútilmente, preferían
el exilio en la vecina Montevideo. El personaje unitario responde
individualmente a la opresión: resiste hasta la muerte para defender el honor.
Si el lema de Rosas era “Federación o muerte”, la respuesta de Echeverría puede
interpretarse como “Muerte antes que tiranía”. El terror y la tortura son
instrumentos necesarios del rosismo para mantener su poder. Los carniceros no actúan
en forma individual e independiente frente a la situación creada: reaccionan
como grupo.
El autor tiene una buena
comprensión de la psicología de las masas. Pero no las acepta, porque son
rosistas, apoyan la tiranía, y son incultas, bárbaras y se componen de
elementos populares que él considera inferiores, por su raza y por su género. Forman
parte del sector social que en su Dogma
socialista considera “menor de edad”.
A las masas no se les puede dar derechos políticos, deben actuar
dirigidas por un “tutor” (Obras completas
152-4). Podrán ejercer su libertad individual cuando lleguen a su “mayoría de
edad”: cuando hayan recibido educación de primeras letras y educación política
como ciudadanos. Mientras tanto, es la pequeña burguesía urbana la que debe
velar por los derechos de las masas populares, ser sus líderes y mentores.
Echeverría observa con
escepticismo y desagrado el desarrollo de las instituciones en tiempos de
Rosas, tanto la Iglesia como el gobierno. Estas instituciones son enemigas de
la democracia que él defiende y, sin ella, no puede haber una asociación para
el progreso. Esa sociedad necesita ser moralmente “regenerada”. El mundo del
“matadero” es una sociedad degenerada: en él impera la violencia, el servilismo
político, la ignorancia, la demagogia, la manipulación, el oscurantismo de la
Iglesia. Las masas son víctimas de sus bajas pasiones: odio, crueldad. Se
parecen, por su comportamiento, a los indios salvajes de “La cautiva”. Pero los
indios demuestran en el festín más crueldad. Los gauchos y las negras del
matadero son una “familia bárbara”, la familia de la federación rosina; los
indios, en cambio, llevados por el frenesí del alcohol, en total desorden, se
matan entre sí, son “salvajes”. Ellos son los sacrificados en su propia fiesta,
no diferencian entre el bien y el mal, entre los que ofrendan y las víctimas (Obras completas 457-9). Son una tribu de
salvajes sedientos de sangre. Los guía el instinto de destrucción y muerte. A
las masas federales las guía el amor al dictador y a su esposa, Doña
Encarnación, por la que llevan luto. Son sumamente respetuosos de las
convenciones y símbolos que impone su caudillo.
Los gauchos son
“esclavos”, tienen su voluntad política enajenada. Echeverría considera esta
pérdida de libertad individual algo ominoso. En su poema “El 25 de Mayo”, que
presentara en las Fiestas Mayas de Montevideo de 1844, aunque fuera escrito
tres años antes en Colonia, Echeverría muestra a América como un territorio
virginal e inocente, que no sufría yugo alguno: la llegada de España significó
para ellos la pérdida de la libertad, la esclavitud (Obras completas 802). El hombre debe luchar por ser libre, y la
humanidad tiene que seguir su marcha hacia la total liberación. Esa es la idea
iluminista de la que Echeverría estaba totalmente convencido: libertad o
muerte, tal como lo quería Mayo. Esa lucha es la lucha de la Nación y la nación
no puede existir sin independencia y libertad.
El poder personal de
Rosas, que sólo ambicionaba perpetuarse en el gobierno, había reemplazado el
proyecto de nación de los hombres de Mayo. Por eso no se le podían hacer
concesiones en la lucha. El único plan futuro viable para Echeverría, era el
plan liberal: su fracaso equivalía a la disolución de la nación. En la nación
liberal, la pequeña burguesía intelectual proyecta tener un papel rector: ellos
serán los líderes políticos y culturales de la nueva nación. Los líderes
legítimos, porque representaban la civilización y la cultura, el mundo moderno,
que se rebela contra el mundo oscurantista del colonialismo español, presente
en el sistema de gobierno de Rosas, como una fuerza contrarrevolucionaria que
amenaza todas las ganancias políticas de la Revolución.
Estos jóvenes se
consideran los herederos de la luz del sol de Mayo. Son el nuevo sol, los
“hijos” de los fundadores de la patria, y animan una revolución cultural que
aspira a convertirse en revolución política. Si bien Echeverría no vería la
caída del tirano, su generación, que sufriera las consecuencias de la guerra civil
y la “paz” de Rosas, procurará estar a la cabeza de los cambios políticos en su
patria, para continuar y completar la revolución iniciada por sus “padres” el
25 de Mayo de 1810, de cuyas glorias se consideraban herederos y legítimos
representantes.
Bibliografía
citada
Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata.
Buenos Aires: Plus
Ultra, 1991. Quinta edición.
----------. Bases y puntos de partida para la organización de la República
Argentina.
Buenos Aires: Plus Ultra, 1991.
Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo. Ensayos argentinos. De Sarmiento a la
vanguardia.
Buenos Aires: Ariel, 1997.
Echeverría, Esteban. Obras completas. Buenos Aires: Ediciones Antonio Zamora,
1951. Compilación y biografía de Juan
María Gutiérrez.
Ingenieros, José. La evolución de las ideas argentinas. Buenos Aires: L. J. Rosso y
Cía,
1920.
Katra, William. The Argentine Generation of 1837. Echeverría, Alberdi, Sarmiento,
Mitre. Cranbury: Associated
University Presses, 1996.
Palcos, Alberto. Historia de Echeverría. Buenos Aires: Emecé, 1960.
Sarmiento, Domingo F. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Cátedra, 1990.
Edición de Roberto Yahni.
Weinberg, Félix, editor. El Salón Literario. Buenos Aires:
Hachette, 1958. Estudio
preliminar de Félix Weinberg.
[1] Dice
Echeverría en su Dogma socialista:
“Grande hombre, es aquel que el dedo de Dios señala entre la muchedumbre para
levantarse y descollar sobre todos por la omnipotencia de su genio. El grande
hombre puede ser guerrero, estadista, legislador, filósofo, poeta, hombre
científico. Sólo el genio es supremo después de Dios. La supremacía del genio
constituye su gloria y la apoteosis de la razón. El genio es la razón por
excelencia” (Echeverría 141).
[2] Dice Palcos, defendiendo a Echeverría de la acusación
que le hiciera Groussac sobre su falta de originalidad: “La originalidad en
Europa consiste en emanciparse de cualquier tutelaje intelectual. En América
hay que disimularla mucho tiempo bajo ese tutelaje, para tener luego el derecho
de emitir pensamientos por cuenta propia.” (Palcos, Historia de Echeverría 84).
[3] Entiendo aquí por “pensamiento argentino” esa
corriente de pensamiento informal que representan pensadores como Sarmiento y
Echeverría, al que muchos consideran ensayo contemporáneo de ideas, y yo
considero nuestra filosofía nacional. Es ésta una filosofía práctica que
recorre la historia de la cultura nacional argentina hasta la actualidad y
reflexiona sobre distintos problemas culturales y políticos. Su pensamiento no
es principista ni doctrinario; es heterogéneo y dúctil, “criollo”.
[4] Echeverría
residió en París de 1826 a 1830, cuando tenía lugar en Francia la lucha de
Víctor Hugo por establecer el Romanticismo Social, y los intelectuales
franceses trataban de entender la filosofía política del gobierno de la
Restauración (Mercado 10-15).
[5] Este fue un rasgo esencial de su
liderazgo intelectual, que influyó en los miembros de la Generación del 37.
[6] Echeverría creía en el valor del genio.
El genio era el sujeto excepcional providencial, capaz de transformar la
historia.
[7] El marxismo operaría como una
continuación y una profundización de este camino de racionalización progresiva
y cientifización de la política.
[8] En aquella revolución aparece por
primera vez en la historia política el
perfil del proletariado, que llevará a Marx a analizar el potencial histórico
del mismo en la evolución progresiva de la historia de la humanidad (Sarmiento,
en cambio, la entiende como una insurrección anárquica e ilegítima [Katra, The Argentine Generation of 1837]) (Echeverría, Obras
completas 295-308).
Publicación: Alberto Julián Pérez, "Echeverría,
la Revolución de Mayo y la literatura
nacional".
Alba de América 37-38 (2001): 377-404.
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