Alberto Julián Pérez ©
La
literatura argentina del siglo XIX, en su momento fundacional, está marcada por
las especulaciones geográficas sobre la naturaleza, carácter y extensión del
territorio de la nación, y por las observaciones raciales sobre los tipos
humanos que pueblan el país, así como sobre el tipo humano y racial que debe
tratar de atraerse al suelo. La geografía y la raza parecen ser una obsesión
nacional. Es una preocupación derivada de un momento político y cultural
especial: la fundación de la nacionalidad independiente. Esta fundación se hace
después de un proceso revolucionario de liberación y los actores significativos
del proceso social -- intelectuales, políticos, militares, periodistas,
comerciantes, terratenientes, etc. -- mantienen la convicción de que la
revolución ha creado un corte definitivo con el pasado colonial. Ven el
presente nacional como una “tábula rasa”, un espacio vacío en que ellos, los
nuevos actores políticos y culturales, van a establecer (e inscribir) el
significado de la nacionalidad (Echeverría, Dogma
socialista 44-51). Y no sólo el significado: su alcance, su composición
política, su tipo de gobierno, sus proyectos de desarrollo económico y
social...Y además van a decidir quiénes son los integrantes legítimos de la
sociedad civil y de esa nueva entidad política que aparece en la vida del país
y que se llama “pueblo”.[1]
Los autores
que emergen en Argentina en el período siguiente a las luchas independentistas,
la denominada Generación del 37 -- Domingo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, Juan
M. Gutiérrez, Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, José Mármol, Vicente
F. López -- son integrantes de un sector criollo urbano, que se identifica con
un proyecto modernizador liberal. Las presiones políticas internas que sufren
durante la larga tiranía “gaucha” del General Rosas, lejos de anular el poder
creativo de estos intelectuales y silenciarlos, resultan productivas para
ellos. Desarrollarán sus ideas culturales y políticas -- que conciben como una
unidad inseparable -- observando y estudiando las relaciones de poder en la
Argentina, tales como éstas emergen de los conflictos sociales y las guerras
civiles (Halperín-Donghi, Revolución y
guerra 76-93). Analizan cuidadosamente las causas del fracaso del gobierno
liberal ilustrado de Rivadavia, el primer Presidente del país, y procuran
entender cuáles son los obstáculos que retardan la incorporación de los logros
del legado iluminista europeo al suelo nacional (Shumway, The Invention of Argentina 81-111). Este legado iluminista debía
resultar en la implantación de un régimen constitucional para la nación, para
que, al amparo de la ley, floreciera un país independiente, soberano,
“civilizado”. Evaluaban, sin embargo, con sentido crítico, los logros políticos
de la filosofía enciclopedista; Alberdi, en su Fragmento preliminar al estudio del derecho, 1837, critica los
excesos políticos del “siglo pasado”. Según Alberdi, estos excesos radican: “En
haber comprendido el pensamiento puro, la idea primitiva del cristianismo, y el
sentimiento religioso, bajo los ataques contra la forma católica. En haber
proclamado el dogma de la voluntad pura del pueblo, sin restricción ni límite.
En haber difundido la doctrina del materialismo puro de la naturaleza humana.”
(143). Alberdi creía que debía cambiarse la violencia revolucionaria por el
progreso reformista paulatino, emancipar a la plebe, a la que identificaba con
“la humanidad”, y cultivar la espiritualidad, sin abandonar por esto el aspecto
material de la vida.
Estos
intelectuales inician un estudio de su patria, analizando el carácter del
territorio, la lengua, la composición racial, el carácter del pueblo.[2]
Tratan de conocer y entender la naturaleza del poder en el nuevo estado, e
incorporar a la propia experiencia una lección política. Aprenden de las
experiencias negativas (las luchas civiles que llevaron a la tiranía de Rosas).
Desde el punto de vista de Sarmiento en su
Facundo, 1845, el poder de Rosas representa la prolongación del absolutismo
monárquico centralista colonial, la “edad media”, en la vida contemporánea, y
su método de gobierno consiste en mantener el autoritarismo político y cultural
colonial (llenándolo con su persona “bárbara”, que es una negación de la
política y la cultura liberal ilustrada) (34-46). Sarmiento estudia en esa obra
el carácter del poder político del caudillismo y analiza los valores sociales y
morales que lo hacen posible. Niega la legitimidad de dichos valores,
considerándolos la expresión primitiva de un pueblo bárbaro. La transformación
ilustrada, la modernización del país, exigía derrocar la tiranía rosista y
transformar los valores. La búsqueda de saber era también una estrategia de
poder.[3]
La tiranía
rosista ponía a la sociedad al servicio del amo. El centralismo económico
porteño creaba una situación interna neocolonial similar a la anterior
colonial, cuando el poder español explotaba las riquezas para el rey.[4]
La configuración de la nacionalidad exigía un proyecto político distinto, y fue
el grupo letrado, en representación de la sociedad civil, el que aportó su
cultura para explicar la razón del poder y la opresión dictatorial, y
constituir ese pensamiento político (Katra, The
Argentine Generation of 1837 43-65). Sarmiento y los miembros de la
Generación del 37 no solamente reclamaban la caída de Rosas y el fin del
caudillismo, sino también un cambio de los valores. Se preguntaban por el lugar
que debía ocupar la cultura letrada en el nuevo Estado nacional, y el papel que
tendría el saber y el conocimiento dentro de ese Estado.
La
Generación del 37 hace su reclamo político y cultural como un grupo de
oposición que ha salido al exilio y se ve forzado a ocupar una posición
marginal, situación que tratan constantemente de cambiar, entregándose a un
periodismo combativo de denuncia de las injusticias del régimen.[5]
Los “proscriptos”, como los denomina Ricardo Rojas, buscan socabar la
legitimidad del poder de los caudillos (Rojas V: 9). En sus estudios,
Sarmiento, Echeverría, Alberdi, transforman su propia marginalidad en un
espacio privilegiado de observación de la vida cultural y política en
Argentina. Son los representantes del sistema liberal en exilio, contra el
antisistema autoritario de los caudillos. Los valores culturales que idealizan
no tienen vigencia en el territorio nacional, dominado por los caudillos; ellos
buscan reterritorializar sus valores y codificarlos en un sistema político y
económico, con la garantía de una Constitución. Emerge el proyecto de un ser
nacional que lucha por conseguir su representatividad. Con este ser nacional la
cultura adquiere un nuevo significado político. El Otro, el bárbaro, el gaucho,
representado por Rosas, en ese momento en el poder, será luego el excluido
cuando logren reterritorializar sus ideas al suelo nacional.[6]
Sarmiento,
Echeverría, Alberdi, creen que la raza es un factor de decisiva importancia en
la formación del pueblo futuro que ha de habitar el territorio y, por
consiguiente, en la definición del ser nacional.[7]Consideran
que hay razas biológicamente mejor dotadas que otras para vivir en una sociedad
civilizada y aportar a esa sociedad la fuerza creativa de su personalidad,
contribuyendo a su desarrollo y progreso.[8]
Para vivir en una sociedad moderna liberal y republicana los individuos tienen
que ser capaces de ejercer sus derechos políticos de ciudadanos y elegir a sus
representantes. Aquellos que no saben o no pueden elegir con sabiduría a estos
representantes crean una amenaza política, pueden hacer un gran daño a la
nación. Como sabemos, Rosas era un gobernante muy popular, apoyado y aún
adorado por las masas. Rosas gobernaba directamente, asumiendo en su persona la
suma del poder público (él era el Estado), excluyendo la participación de la
sociedad civil libre de su gobierno. Era un dictador que regimentaba la
existencia de la sociedad civil. La condición que imponía a todos los
habitantes de la nación era el apoyo incondicional a su régimen: no admitía ni periódicos
de oposición, ni partidos políticos de oposición, ni disenso ideológico en las
instituciones educativas.[9]
Este
control férreo de la sociedad civil en un momento crucial para el desarrollo de
la nación, luego del fracaso del gobierno de Bernardino Rivadavia, destruye los
valores culturales liberales, que los miembros de la Generación del 37 aspiran
a restituir. Por lo tanto su proyecto es cultural y simultáneamente político.
Para restaurar los valores culturales tienen ellos mismos que convertirse en
gobierno, apropiarse del poder. Son los integrantes de las elites urbanas
cultas, que se sienten los únicos representantes legítimos de la sociedad civil
y luchan desde el exilio para reestablecer sus derechos frente a una clase
política usurpadora, tiránica. La Generación del 37, sin embargo, carece de un
aliado fundamental para llevar a cabo su reforma del poder: el pueblo, puesto
que el pueblo apoya a los caudillos populares, que son precisamente caudillos
de masas, elegidos y elevados por ellas.[10]
Por eso, la Generación del 37 desea cambiar la naturaleza del pueblo. Sus
estudios -- Facundo, Dogma socialista,
Bases -- tratan de comprender e interpretar las particularidades del
territorio nacional y la idiosincracia del pueblo, para saber qué leyes deben
dársele y cómo se lo puede gobernar.
Sarmiento,
en Facundo, 1845, presenta a sus
lectores la alegoría del enfrentamiento de dos fuerzas sociales titánicas que
buscan dar nacimiento a una nación. Lo que él llama el bárbaro, es el Otro que
debe ser excluido de la Nación. Este bárbaro puede ser el gaucho, el tirano,
los que apoyan a Rosas, pero también es una metáfora de algo intuido,
innombrable y odioso, que Sarmiento desea describir y conceptualizar. El
propósito político de Sarmiento, como periodista, es atacar al regimen
dictatorial de Rosas y, al mismo tiempo, establecer sus derechos -- y el de los
integrantes de la Asociación de Mayo -- a competir por el poder para llevar a
cabo su propio proyecto cultural. El bárbaro es el monstruo, y su expulsión y
exclusión de la república civilizada queda justificada por su misma
monstruosidad, por su deformidad natural. Para que la sociedad civilizada pueda
existir, en el concepto de Sarmiento, hay que sacrificar al bárbaro,
medio-animal y medio-hombre. El gaucho, representante de la barbarie, se vuelve
la víctima expiatoria gracias a la cual Sarmiento planea salvar a su sociedad y
hacer triunfar su proyecto civilizador. El gaucho, entonces, es un individuo
concreto, pero también una metáfora y una catacresis del Otro, del bárbaro.
Sarmiento transforma un ser histórico y real en una metáfora epistemológica
(Said, Orientalism 1-15). El gaucho,
como ser intermedio entre el estado de naturaleza y el estado de civilización,
es un elemento más en un proceso de transformación, de evolución social.
Sarmiento
empieza su ensayo caracterizando primero el territorio del país y explica al
gaucho como resultado de la geografía, mostrando el proceso interactivo de su
adaptación al medio. En todo momento reconoce la fuerza, el coraje, de este
habitante del territorio, y demuestra que es el autor de un saber primitivo,
derivado de su lucha contra el medio. Al mismo tiempo, describe su inhabilidad
política, su falta de educación letrada, lo cual lo incapacita para discernir
en aquellas cuestiones que requieren un conocimiento del mundo simbólico del
lenguaje escrito y la alta cultura “civilizada”. El gaucho es un elemento
político ambiguo y peligroso, a quien Rosas utilizó para consolidar su poder
tiránico, expresión de las fuerzas oscuras, bárbaras, que se oponen a la
civilización y al progreso (Facundo
86-7). Alberdi mantiene una actitud más contemporizadora sobre el gaucho y los
elementos populares que Sarmiento y, finalmente, entra en abierta polémica con
éste. Ya en su Fragmento preliminar al
estudio del derecho, 1837, Alberdi idealizaba al pueblo que componía la
nación y dice: “La emancipación de la plebe es la emancipación del género
humano, porque la plebe es la humanidad, como ella, es la nación.” (149)
Insiste en que la mayoría popular inculta es “hermana” de las elites cultas.
Alberdi no
consideraba al gaucho un elemento bárbaro de la sociedad, según lo proponía
Sarmiento. Veía en la sociedad americana dos tipos humanos: los indígenas o
salvajes, y los europeos. La barbarie era un estado social transitorio y el
gaucho no encarnaba un tipo humano “bárbaro”.[11]El
indígena, consideraba Alberdi, había sido ya vencido en Argentina. Toda la
cultura americana era de origen europeo: su lengua, sus instituciones, su
literatura (Bases 33-49). Existía una
subdivisión entre hombres del litoral, y hombres de tierra adentro o
mediterráneos, los primeros producto de la Europa moderna, y los otros,
producto de la Europa del tiempo de la Conquista. Los reyes de España enseñaron
a odiar lo extranjero. El hombre de América, pensaba Alberdi, debía aprender a
amar lo extranjero. Había que crear hábitos de civilización en América trayendo
europeos, especialmente ingleses, para que prevaleciera la industria. La raza,
creía Alberdi, no era una garantía por sí misma: había que dar al país leyes
liberales para asegurar los beneficios de la civilización. Consideraba
especialmente benéfico para América el papel que tenía la religión cristiana,
base de la unión definitiva de esta sociedad. Pero creía en la tolerancia
religiosa y en leyes racionales.
Sarmiento
discriminó entre las fuerzas criollas que, según él, se oponían a la
civilización, y las que la apoyaban. No aceptó la posibilidad de que esos
habitantes criollos del territorio nacional, los gauchos, formaran parte de la
nación. Sarmiento le negó al gaucho derechos políticos. Al indio y al negro,
igualmente, los consideraba excluidos del proyecto nacional. Al indio por ser “salvaje”, estar en un estadio
natural anterior al del bárbaro, que conjuga en su personalidad elementos
salvajes y civilizados; al negro, por pertenecer a una raza “inferior”, incapaz
de acceder a la civilización, y por inclinarse naturalmente a la tiranía y
servir a los poderosos (los negros de Buenos Aires apoyaban incondicionalmente
a Rosas). El indio, entonces, pertenece a un estadio anterior de la sociedad
(el tribal) y, desde su punto de vista, es lógico excluirlo; el negro, en
cambio, formaba parte de la sociedad urbana porteña como trabajador y
sirviente, y se vale de argumentos políticos especiales para rechazarlo,
acusándolos de perversidad política y complicidad con el gobierno rosista (Facundo 252-3).
La mayor
parte de los escritores rechazan la humanidad del indio: el indio, para ellos,
es un monstruo subhumano, capaz de los actos más tremendos de crueldad.[12]
Así aparece en La cautiva, Facundo, La
vuelta de Martín Fierro. Los indios están en guerra con la sociedad blanca
y cristiana, de origen europeo, y viven del saqueo y del robo. Ocupan tierras
valiosas que el estado nacional quiere apropiarse para sí. Dado el criterio
territorial del sentir nacional de estos representantes de la sociedad civil
ilustrada, no hay posible alianza política con el indio. Los caudillos gauchos,
sin embargo, pensaban y actuaban de otra manera. Rosas buscaba una nación
transterritorial que restituyera los antiguos límites que había tenido el
territorio durante el Virreinato del Río de la Plata, como lo dice
explícitamente Sarmiento (Facundo 254).
Al mismo tiempo, era soberano de una sociedad transracial, y aceptaba como
súbditos al criollo urbano, pero también al gaucho, muchas veces mestizo, al
negro, y en cierta forma al indio. Si bien Rosas organizó una campaña contra el
indio en el desierto, ampliando la frontera de la sociedad blanca, su campaña
no fue de exterminio total. Rosas hizo alianzas con los indios, los aceptó como
peones en sus campos, y conoció su lengua (escribió un diccionario
pampa-castellano) (Slatta, Gauchos and
the Vanishing Frontier 131). Los indios “amigos” formaban parte del
ejército rosista y contribuyeron con sus propios escuadrones en las campañas
para detener las distintas invasiones que sufrió Rosas durante su gobierno.
A
diferencia del indio del desierto, el negro estaba íntimamente integrado al
sistema económico. Se sabe que la población urbana de Buenos Aires en esa época
incluía aproximadamente un tercio de población negra (Lynch, Juan Manuel de Rosas 127-134) . Estos
habían sufrido la esclavitud durante la época colonial; la Asamblea del año
XIII decretó la libertad de vientres, pero los adultos que habían nacido en
esclavitud continuaron siendo esclavos; los negros ocupaban los puestos de
trabajo más modestos, los oficios más bajos.[13]
Participaron activamente en las luchas de la Revolución independentista y también
en las guerras civiles. Sin embargo, los escritores de la Generación del 37 en
ningún momento pensaron en incluirlos en su proyecto de nación. Sarmiento habla
explícitamente de la maldad y la perversión de los negros que apoyan a Rosas, y
de las negras que son sus espías (Facundo
252-3). Así también las caracteriza Mármol en Amalia, mostrando cómo los miembros de la familia de Rosas
manipulan a las mujeres negras para obtener información política y perseguir a
la oposición unitaria (191-7). Echeverría en “El matadero”, cerca de 1839,
caracteriza a las mujeres negras como brujas grotescas que se apoderan de las
sobras que dejan los carniceros gauchos federales; no reconoce el duro trabajo
que hacían y las somete a todo tipo de burlas y vejaciones (El matadero 101-2)). También Hernández,
en El gaucho Martín Fierro, 1872, trata de manera infamante al personaje
negro y a su compañera: el gaucho provoca a pelear al negro y lo mata (39-42).
Se disculpa y reivindica en cierta forma en
La vuelta de Martín Fierro, 1879, en que aparece el hermano del muerto, y
Fierro no sólo no lo mata sino que acepta payar con él de contrapunto,
destacando en todo momento el gran arte poética del negro, su inteligencia y su
saber (Martín Fierro 191-211). El
mismo Mansilla, que defiende al indio como un individuo inteligente y capaz de
ser perfectamente integrado a la civilización, ataca al negro: en Una excursión a los indios Ranqueles,
1870, el narrador-protagonista descarga toda serie de improperios contra un
cantor negro que “cantaba mal” y aún amenaza con golpearlo (Mansilla 187-88).
El sector ilustrado, “civilizado”, parece estar de acuerdo sobre la
inferioridad del negro y la necesidad de excluirlo de la nación. Sarmiento aún
se alegra de cómo la sociedad negra está rápidamente siendo diezmada por la
guerra (Facundo 253).
Es evidente
que en la concepción liberal e iluminista del estado moderno, que la Generación
del 37 adopta, el concepto de la raza
juega un papel esencial. El concepto de raza se articula con el criterio territorial
de la soberanía nacional del Estado. Si para la nación es indispensable estar
en control del territorio, sus centros de poder y sus fronteras territoriales,
y el territorio aparece imbuído de valores espirituales especiales, también le
es necesario, según este criterio, formar una raza que esté intimamente
armonizada con la geografía, para constituir un estado nacional poderoso y con
“personalidad” propia. En muchas de las narraciones del siglo XIX, y no
solamente en Argentina (pensemos en el ciclo de novelas de diversos países
americanos que vinculan íntimamente el territorio con la raza), el pensamiento
sobre la raza y las políticas raciales se vuelven una obsesión para políticos e
intelectuales (Sommer, Foundational
Fictions 20-27). El proyecto de modernización aparece indisolublemente
unido a la habilidad del estado nacional para interceder como árbitro en la
formación de una raza apta para la creación de una gran civilización. Y esa
raza a su vez se vuelve depositaria de los valores culturales de la
nacionalidad. En el proyecto cultural y político de la Generación del 37 la
formulación de la cuestión racial procede con una claridad impresionante.
No
solamente hay un claro rechazo del negro y del indio, sino también del gaucho.
Este, al ser de la misma raza que el criollo urbano (tanto el criollo como el
gaucho pueden ser de origen hispano exclusivo o mestizos) y un representante de
la patria criolla, que forjó la independencia, debería tener pleno derecho a
participar en la constitución de la nación (lo que será aceptado luego, cuando
desaparecido éste como tipo social, pase a formar el substrato mítico que
sostiene la idea fundacional de la patria). Sarmiento lo rechaza por su
primitivismo, por su incapacidad para adaptarse a los hábitos de la sociedad
civilizada (Slatta 14). Civilizada quiere decir aquí letrada, culta. El rechazo
del gaucho se vuelve una cuestión de cultura y de valores. Lo que llaman
civilización es un valor. La cultura se transforma en el elemento dinámico que
guía el proyecto político. Dado que éste proyecto político apoya su legitimidad
en los conceptos de “territorio nacional”, que debe ser libre, independiente y
soberano, y de “raza”, que tiene que ser compatible con las características del
suelo, estar integrada a la cultura del suelo, ¿cómo hacer para poblar un
enorme territorio mayormente desértico, y con un crecimiento demográfico
inferior al que se requería para lograr un desarrollo económico competitivo que
ubicara al país al nivel de otras naciones poderosas? La solución que preveen
es cultural y racial y descansa en la inmigración europea, sobre la suposición
de la superioridad de esta cultura en relación a las culturas americanas.
¿Qué
transcendencia dan al papel social de la mujer? El racionalismo iluminista entiende
que el “hombre”genérico representa a la humanidad. La humanidad para ellos es
masculina, o en todo caso masculina/femenina. La patria es femenina, y también
la libertad es una mujer. España es considerada la “madre patria”, una mala
madre por desgracia. Para ellos la mujer es una provincia masculina: un sujeto
colonizado por el hombre, y de quien el hombre cuida y por el cual decide. La
cuestión de la mujer, como la cuestión del papel del niño, sólo aparece cuando
se trata el tópico del hogar y la educación, que deciden los hombres. El Estado
para ellos es una entidad patriarcal. Sin embargo, los miembros de la
Generación del 37, como individuos cultos, con excelente formación intelectual
y educación artística, muestran interés en el mundo de la mujer. Sarmiento
organiza una escuela de mujeres, trae al país educadoras del extranjero para
impulsar la educación nacional, mantiene amistad con mujeres, como la Sra. Mary
Peabody Mann, esposa de Horace Mann, el prestigioso educador norteamericano,
que le traduce el Facundo al inglés y
lo publica en 1868 (Monti, “Women in Sarmiento” 95). Conocido es el amor y
admiración que manifiesta Sarmiento por su madre, de quien deja una imagen
imborrable en Recuerdos de provincia
(162).
Estos
escritores conciben en sus obras pocos personajes femeninos decididos y
fuertes. María, el personaje de “La cautiva” de Echeverría, es uno de ellos:
tiene un vigor y energía masculina y lleva a la rastra a su compañero herido y
lo defiende matando a puñaladas a un indio. Pero en general se representa a la
mujer como débil y vulnerable. Para Mármol, Amalia es el prototipo de la
heroína romántica, sensible, débil, aniñada. Los escritores de la gauchesca son
más dúctiles. Hernández trata con simpatía y benevolencia a la mujer: Martín Fierro
se juega la vida por defender a una cautiva frente a un indio salvaje, y habla
con compasión de su mujer, que, acosada por el hambre, se fue a vivir con otro
cuando lo llevaron a la frontera. En ningún momento la condena moralmente, ni
exhibe superioridad o machismo frente a la mujer. El gaucho define su machismo
frente a los otros gauchos, demostrando su superioridad y su valor, exponiendo
la vida. El indio, en cambio, para Hernández, es cruel, y brutaliza y castiga a
la mujer. Cuando a la presentación del sexo femenino se asocia la cuestión
racial la actitud del escritor cambia. Echeverría, en “El matadero”, habla de
las mujeres negras que trabajan con los carniceros gauchos con enorme
desprecio; el que sean negras y modestas trabajadoras parece que estimula su
animosidad contra ellas. También muestra un gran odio Sarmiento en el Facundo contra las negras que colaboran
con el gobierno rosista. Al hablar de las mujeres de los gauchos, sin embargo,
reconoce que son las que hacen todo el trabajo en el rancho (Facundo 45-6).
Rosas dio
una papel destacado a las mujeres en el mundo político, aunque subordinado al
suyo propio; su esposa Encarnación Ezcurra, hasta su muerte en 1838, era el
brazo derecho del dictador, papel que luego pasa a ocupar su hija Manuelita. Su
sobrino, el Coronel Lucio V. Mansilla, en su estudio sicológico de Rosas, da
gran importancia a la figura materna decidida y autoritaria en la formación del
carácter del tirano (Rozas 3-12).
Rosas, siendo una habilísimo demagogo, crea un culto personal alrededor de la
imagen de su esposa, de su hija y de sí mismo, que forman una santa trinidad
popular. A la muerte de su esposa todo el pueblo debe llevar luto por dos años.
El retrato de Rosas aparecía en los altares de las iglesias junto al santísimo
sacramento. Tanto Echeverría en “El matadero”, como Mármol en Amalia, 1851 y 1855, presentan escenas que muestran el respeto y adoración de las masas
hacia la familia de Rosas. Mármol describe a la cuñada de Rosas, ya muerta su
hermana, como una arpía, dirigiendo el espionaje contra los unitarios, para el
que utiliza fundamentalmente el servicio de las mujeres negras (191-8). Rosas
no sólo buscó su base de poder y autoridad entre los gauchos de la campaña,
sino también en la población urbana y el pueblo bajo de Buenos Aires,
incluyendo los negros, negras y
mestizos que ocupaban los puestos de servicio más modestos.[14]
Su concepción absolutista del poder le hacía indispensable el considerar como
súbditos suyos a la totalidad de los habitantes del suelo. Rosas no gobernaba
con vistas a una utopía futura, era un estadista con sentido práctico, pensaba
en el presente y en su supervivencia en el poder, siempre amenazada por la
oposición unitaria y los conflictos internos e internacionales (Lynch, Argentine dictator 92-125).
Para la concepción racionalista e iluminista la mujer no
podía integrarse a la sociedad política activa, madura, adulta, hasta tanto no
se educara, y una vez educada, debería ocupar el papel racional dentro de la
familia que ellos le asignaban: cuidar de la casa, y la educación y bienestar
de los hijos. En este sentido, la mujer se parecía a los niños: era considerada
un ser sin el adecuado desarrollo moral y cultural. Tenía que madurar, según
las normas masculinas y patrióticas de lo que esto implicaba, para reconocerle
luego un papel en la nación liberal (Masiello, Between Civilization and Barbarism 17-51). Todos conocemos el lento
proceso que fue para la mujer llegar al reconocimiento de sus derechos
políticos. Si bien la mujer no podía ser totalmente excluída de la nación
liberal, puesto que la nación no podría existir sin la familia, la mujer fue
marginada. Le impidieron ejercer sus derechos políticos, limitaron su acceso al
trabajo y a la educación. Los únicos individuos con derechos políticos totales
en la nación criolla liberal que concibió la pequeña burguesía ilustrada
argentina eran los hombres educados adultos y blancos, de origen europeo. La
maduración de la sociedad política, hasta que se lograron formar partidos
políticos representativos modernos y todos los ciudadanos tuvieron el pleno
ejercicio de los derechos políticos, fue lenta, y pasó por un proceso
intermedio en que aún la guerra civil y los golpes de estado, la violencia
política y la presión armada, eran considerados medios aceptables y legítimos
para establecer el poder y el liderazgo de los integrantes de un grupo social.
El voto secreto, que eliminó las amenazas y extorsiones, así como el fraude
electoral, no se consiguió hasta 1912. Y el voto femenino lo obtuvo Eva Perón en
1949, durante el Gobierno del General Perón, el otro gobernante personalista
que, como Rosas, disfrutó de una relación carismática con el pueblo, y dio a la
mujer un papel político protagónico durante su gobierno.
Vemos que del proyecto sarmientino queda
excluido lo americano (Sarmiento parcialmente identificaba a América Hispana
con la barbarie): excluye de la nación al indio, siendo el único auténticamente
nativo del territorio americano, y excluye al gaucho, que está íntimamente
unido a la geografia, al suelo nacional. Reconoce que Rosas se designaba a sí
mismo como “americano”, lo que Sarmiento repite peyorativamente, con ironía (Facundo 276). En la nación gaucha,
“Federal”, rosista, no se respeta lo extranjero, en particular lo europeo.
Rosas es el único gobernante americano que mantiene con éxito guerras con
Inglaterra y Francia y resiste el bloqueo marítimo, lo cual le da una enorme
fama en otras naciones como defensor del suelo y la soberanía americana, frente
a poderes que tenían una peligrosa tradición imperialista (el General San
Martín, recordemos, le regaló el sable de sus campañas libertadoras, en
agradecimiento por su defensa del territorio nacional).15 A principios del siglo, en 1806,
Inglaterra había invadido Buenos Aires y la había ocupado por un año, antes de
ser expulsada por sus habitantes. En la década del treinta se apoderó de las
Islas Malvinas, situadas en la plataforma continental argentina. Aquí se
enfrentan los miembros de la Generación del 37 con Rosas: apoyan el bloqueo
Anglo-Francés, y reputan legítima la intervención de los europeos en la guerra
civil argentina, porque actuaban a solicitud de los Unitarios, del grupo
liberal ilustrado que ellos defendían.16
¿Por qué
aceptaban que poderes europeos intervinieran en el Río de la Plata?
Fundamentalmente porque los consideraban culturalmente superiores y
ambicionaban recibir de ellos los medios de “civilización” que necesitaban,
para desarrollar en Argentina una nación moderna comparable a las naciones
europeas (Facundo 284-6). A España,
el poder colonial que había dominado el territorio, la juzgaban atrasada (y
como fuera de Europa), decadente, llena de residuos bárbaros, como lo demuestra
Sarmiento en sus Viajes; Inglaterra y
Francia, en cambio, eran consideradas modelos de progreso liberal y
civilización. Representaban para ellos lo mejor del mundo moderno. Este
eurocentrismo los llevó a concebir una manera ingeniosa de poblar el país
desierto, que ya estaba llevando a la práctica la ex-colonia inglesa de
América, que primero se había independizado: Estados Unidos. Los
norteamericanos importaban ávidamente inmigrantes europeos, especialmente de
Inglaterra y de Europa del norte, y éstos llegaban al país con su cultura, su
industria y su capacidad superior de trabajo. Lo mismo podían hacer ellos. La
idealización de Europa les hizo ignorar los impulsos imperialistas y
expansionistas europeos, porque se sentían militarmente fuertes como nación
joven para mantener su soberanía.
La alianza
cultural que buscaban con Europa, era además alianza racial. Su concepto de
raza era un concepto cultural y no puramente biológico. Para ellos era evidente
que no todas las razas tenían las mismas aptitudes para la civilización, y los
europeos habían probado, por su posición sobresaliente y líder en la cultura
mundial, que eran superiores. Eran entonces una raza “superior” e importando
esa raza al territorio nacional lograrían mejorar la aptitudes de los
argentinos hacia la civilización. La cuestión de la inmigración europea se
transformó en parte de un proyecto cultural y político para modernizar y
desarrollar la nación, al punto que consideraron necesario legislarlo en
la Constitución, aún por escribirse
cuando Sarmiento publicó Facundo, en
1845, y que sólo se concretaría después de la caída de Rosas, en 1853. La
perfecta raza argentina se lograría, según Sarmiento, uniendo al criollo
argentino con el inmigrante europeo, y excluyendo de esta alianza al gaucho
bárbaro, al indio y al negro. De esta alianza entre criollos ilustrados y
europeos surgiría la civilización nacional. Debían formar el pueblo educado que
consideraban indispensable para llevar adelante el modelo de país civilizado
que se proponían: un país moderno, en desarrollo. 17
Ese pueblo
(de acuerdo a esa concepción elitista de la democracia) debía reflejar la
superioridad de las elites liberales que querían constituir al país a su imagen
y semejanza. Sarmiento, Echeverría, Mármol, rechazaban al pueblo real tal como
lo habían observado durante la tiranía rosista, bajo la que vivieron: un pueblo
multirracial, ignorante, políticamente identificado con el dictador. El nuevo
pueblo tendría dos grandes aliados: la educación escolar, que sería pública y
gratuita, y la religión católica organizada, dos instituciones que
contribuirían a su desarrollo y su superación.18
Y a esto se sumaban las ventajas naturales del territorio nacional, bendecido
por la fertilidad de su suelo, sus grandes ríos, su riqueza de todo tipo, que
sólo requería de una cosa para dar frutos: el trabajo. Proponen una cultura del
trabajo, que necesita de una alianza laboral con Europa, para proveer al país
de la mano de obra necesaria para hacer florecer su riqueza.
¿Con qué
contaba el país para atraer a los inmigrantes europeos? Necesitaba, primero,
una Constitución Nacional, una ley que garantizara los derechos y obligaciones
de todos los ciudadanos, extensibles a los inmigrantes. Segundo, ya resuelta la
cuestión racial, había que asegurar la pacificación del territorio nacional,
resolver la cuestión del indio, expulsándolos de las tierras que ocupaban y
abriendo esos territorios a la colonización. Debían resolver los problemas
territoriales entre las provincias y sus fronteras, así como el lugar, la
ubicación geográfica, de la Capital de la nación, y el papel de Buenos Aires, la
provincia más rica y poderosa (estratégicamente situada en el estuario del
Plata, donde desembocaba el mayor sistema de ríos del territorio nacional), en
el conjunto de la nación. Los problemas de la hegemonía porteña habían llevado
a numerosas y cruentas guerras civiles, a períodos de anarquía y a la formación
de partidos políticos opositores enemigos (aunque no eran partidos políticos en
el sentido moderno): el Unitario, que respondía a intereses de grupos
centralistas, hegemonizados por Buenos Aires, y el Federal, que representaba
los intereses del interior y resentía la rivalidad porteña (Shumway, The Invention of Argentina 81-111). El
conflicto, derivado de una situación políticamente explosiva, sólo pudo ser
mitigado gracias a la habilidad política de Rosas, que llega al poder con el
respaldo de los caudillos provinciales, contra el golpe de estado del partido
Unitario, liderado por el General Lavalle, que en 1828 fusila sin juicio previo
al Gobernador federal Dorrego, legítimamente elegido para su cargo por el voto.
Rosas, tal
como lo reconoce Sarmiento, se mantiene en el poder gracias a su enorme
capacidad negociadora y mediadora, y a su autoritarismo. Representante de la
floreciente oligarquía ganadera, margina a la sociedad civil culta y establece
una base de poder popular en las masas, conduciendo a una situación de
personalismo y totalitarismo demagógico (Facundo
254-7).19 Por eso los miembros culturalmente más
avanzados de esa sociedad civil, los integrantes de la Generación del 37,
planean esta revolución cultural y política contra el rosismo. Lucharán por el
poder desde la educación y la cultura, con el objetivo de ocupar cargos
políticos una vez constituida la nación. Son intelectuales de formación
múltiple, tanto literaria como filosófica, histórica y sociológica, que
aprenden de sus lecturas y de sus ricas experiencias políticas. El ejercicio
del periodismo en el exilio, fundamentalmente en Santiago y Montevideo, se
transforma para ellos, los miembros de las elites cultas liberales, en el instrumento
ideal para proyectar sus ambiciones políticas y culturales (Katra, The Argentine Generation of 1837 43-65).
Su obra, lo que nosotros recibimos hoy como su obra “literaria”, fue el
resultado de su periodismo político, ejercido como un cuarto poder, el poder
crítico de la sociedad libre para cuestionar el poder, ponerle límites,
denunciar su ilegitimidad (González, Journalism
and Spanish American narrative 13-16). Era un periodismo partidario.
Escribían artículos de crítica y denuncia para desprestigiar la figura del
dictador y enemigo político. No presentaban la historia con objetividad, porque
no tenían ese propósito. Eran cronistas, hablaban de un mundo en el que ellos
eran parte interesada. Sarmiento interpreta los hechos políticos con una visión
parcial y polémica, que exagera y deforma los hechos. Argumenta con habilidad
retórica, para persuadir a sus lectores de la infalibidad de su punto de vista
y sus opiniones políticas. Rosas tenía el poder y el grupo liberal al que
representaba Sarmiento no, y esto justificaba lo encarnizado de su oposición.
Sarmiento
demoniza a Quiroga en el Facundo. Es
la biografía del ángel exterminador. Su objetivo periodístico inmediato:
movilizar a los lectores contra el caudillismo gaucho. Y otro objetivo a largo
plazo: proyectar su propia imagen como pensador político, como figura de peso
en el concierto de las ambiciones políticas. Ya Sarmiento en esta época tiene
prestigio en Chile como periodista y educador, y cuenta con la amistad de
importantes personalidades de la cultura y de la política. Luego, en Argentina,
una vez caído el dictador, inicia su propia carrera política: será Gobernador
de su provincia, durante la presidencia de Mitre, Embajador en Estados Unidos y
Presidente de la República (Katra, The
Argentine Generation of 1837 43-65). La Generación del 37 distó mucho de
ser un grupo de intelectuales desinteresados. Constituían una facción política
con un programa de gobierno y tejían sus alianzas partidarias mientras
escribían sus notas periodísticas. Sería un error tomar esas notas y artículos
periodísticos como textos literarios ciudadosamente planeados. Aunque hoy es
para nosotros una obra literaria canónica, el Facundo fue un libro de periodismo político, una obra de combate,
por eso su heterogeneidad narrativa. Como todo periodista que trata de probar
sus opiniones (es un libro de opiniones y argumentos, no de verdades) Sarmiento
recurría en sus artículos a todo su saber: sus lecturas políticas, históricas,
literarias. Entre las lecturas históricas citaba con frecuencia las historias
recientes escritas por europeos sobre los países colonizados por ellos en
Africa y Oriente (Verdevoye, Domingo F.
Sarmiento... 55). Además empleaba sus propias experiencias, porque
Sarmiento fue cronista: historiador-testigo de hechos contemporáneos, que él
había vivido.
A pesar que
en el Facundo Sarmiento dice que
ellos, los miembros y simpatizantes de la Asociación de Mayo, quieren ponerse
más allá de las disputas que enfrentaron a Unitarios y Federales (bipartidismo
que Rosas había destruido, unificando la política bajo el terror), el grupo
mantiene una filiación directa con las ideas liberales y el eurocentrismo del
antiguo Partido Unitario, si bien aportan su propio programa de gobierno (Dogma socialista 127-197). La Generación
del 37 (con la excepción de Alberdi) no busca una posición centrista en las
luchas políticas de la época. Estos intelectuales vueltos políticos --
Echeverría, Sarmiento, Mitre -- muestran considerable intolerancia y dogmatismo
en sus concepciones y sus prácticas políticas. El punto de equilibrio que
permita la reconciliación nacional no lo van a proveer ellos, sino los
caudillos, como auténticos representantes de los proyectos y las aspiraciones
populares (Myers, “Las formas complejas del poder...” 83-100). Si es Rosas
quien logra mantener en un primer momento un país unificado y territorialmente
integrado durante las guerras civiles que siguen a la Revolución
independentista, evitando la disgregación territorial, será luego el General
Urquiza, el caudillo lugarteniente de Rosas y quien lo derroca en 1852,
venciéndolo en la batalla de Caseros, quien llamará a los distintos sectores
para escribir la Constitución Nacional. Este hecho polarizará a la Generación:
el General Mitre, a quien Sarmiento apoya, ataca al caudillo y lidera la
separación de Buenos Aires de la Confederación durante diez años (Mitre, además
de intelectual e historiador, era también hábil militar y político), y Alberdi,
enfrentado con el sanjuanino sobre el papel histórico del General Urquiza, se
transformará en el teórico y el ideólogo de la Confederación, apoyando la
presidencia de Urquiza. (Katra 203-7).
La otra
gran obsesión de la Generación del 37, además de la cuestión de la composición
racial de la nación y la de la inmigración y la colonización del “desierto”
(“desierto” que se hacía más difícil de poblar al rechazar ellos la
participación de amplios sectores populares en la nación ideal), fue la
cuestión territorial. No sólo se discuten las fronteras exteriores, sino sobre
todo las fronteras interiores. Los caudillos fueron los líderes en las disputas
territoriales, puesto que eran principalmente jefes territoriales y resistían
cualquier intento de otros caudillos por controlar territorios que estaban bajo
su influencia. El trabajo político de los proto-caudillos (Quiroga, López y
Rosas y, muertos los dos primeros, sólo Rosas), aquellos que habían logrado
someter a los caudillos menos poderosos empleando la persuasión o la fuerza
para convencerlos de la legitimidad de su poder, fue el ampliar los límites de
su poder territorial en sus provincias y formar ligas integradas por varias
provincias, demostrando que el territorio de la federación podía articularse en
su conjunto como una unidad mayor que la provincia, como una Confederación,
evitando así la disgregación. Pero el punto más álgido de tensión fue la
rivalidad territorial y económica entre las provincias del interior y Buenos
Aires, dada la posición estratégica y privilegiada de la última.
La
preocupación territorial es el eje semántico que vertebra el Facundo: Sarmiento discute las
oposiciones binarias
“barbarie/civilización” y “campo/ciudad”. Desplaza luego su sentido a la
relación “interior/ciudad puerto” y, tomando como ejemplo a Córdoba y a Buenos
Aires, transforma a la primera en símbolo del mundo colonial español y foco de
la contrarrevolución, y a la segunda en modelo del mundo moderno ilustrado
revolucionario (120-35). La “filosofía” territorial guía su interpretación de
la influencia de la geografía del país (la pampa, el desierto, las travesías)
en el carácter del gaucho argentino, en su estilo de vida, en su lenguaje, en
sus costumbres ( Facundo 31-48). Las
condiciones del suelo, sus peculiaridades, determinan su sicología, su manera
de vivir y sus necesidades culturales y políticas. El futuro de la nación,
según su concepción racional causalista, depende de cómo ellos, los jóvenes
ilustrados con vocación política, logren resolver el desafío que las
condiciones naturales del territorio desértico presentan para su desarrollo
humano y económico. La combinación de la influencia del suelo y de la
“herencia” hispana, con su “incapacidad” para el trabajo y la industria
(Sarmiento cree en la existencia de una herencia cultural y social), han
producido un tipo humano: el gaucho, que desprecia las ciudades (el territorio
civilizado por excelencia) y desprecia los ríos (el medio de comunicación,
transporte y comercio más eficiente en el siglo XIX). Aquí se asocian la
“debilidad” racial del gaucho, debida a su herencia hispana, con su desinterés
por el comercio, y su arrogancia y autosuficiencia señorial. El gaucho,
recordemos, es un “bárbaro”, más que un “salvaje” pero menos que un
“civilizado”, según la escala de Sarmiento: un ser en un estadio intermedio de desarrollo (Lojo 47-78).
Este estadio no podía considerarse definitivo: la lógica evolutiva indicaba que
el gaucho tenía que desaparecer (y en esto la historia le dio la razón a
Sarmiento) y dar lugar al individuo civilizado.
Los
miembros de la Generación del 37 dan importancia decisiva a la cuestión de la
sede del gobierno de la República: el problema de la Capital. Solamente
resolviendo de manera satisfactoria este problema podía asegurarse la
pacificación duradera del territorio. Sarmiento escribe Argirópolis en 1850,
proponiendo capitalizar un territorio neutral como territorio federal: una isla
a la entrada del estuario del Plata, Martín García. En la práctica la disputa
territorial sobre la cuestión de la capital iba a tardar mucho en resolverse.
Se soluciona definitivamente en 1880 con la federalización de la ciudad de
Buenos Aires, transformada en sede del gobierno de la nación: su territorio
pertenece a todos, no es patrimonio de ninguna provincia en particular. Las
inquietudes territoriales/raciales/culturales de Sarmiento, unidas
orgánicamente en su pensamiento, vertebran las observaciones y reflexiones de
sus Viajes por Africa, América y Europa, 1849.
Ve barbarie en el Africa colonizada y en España, civilización en otras partes
de Europa (a pesar que les hace diversas críticas políticas) y por sobre todo
en Norte América, para él el gran modelo a seguir. Sarmiento aprobaba la fuerza
expansionista del país del norte. La pequeña burguesía argentina tenía
proyectos de expansión definitiva territorial al inmenso territorio del sur del
país (las famosas 15000 leguas) ocupado por los indios en pie de guerra. Esto
también lo resolverá el General Roca en 1879 en su Expedición militar al
Desierto, desplazando permanentemente a los indios de sus territorios (Slatta
138-40).
La obsesión
con la geografía y con la raza, paralela a la obsesión con la educación, de los
miembros de la Generación argentina del 37, no es en mi opinión, un caso
aislado en la historia política de las burguesías nacionales (Anderson 47-65).20 Las especulaciones territoriales y
raciales son un componente esencial de la experiencia política del estado
nación. En el estado-nación aparece un nuevo sujeto político: el ciudadano, el
miembro del pueblo del estado nación con derechos políticos para gobernar y
elegir gobernante. El pueblo deja de ser el súbdito del monarca para
transformarse, potencialmente, en un actor político principal de la nación, que
elige sus propios representantes. Para “pensar” la nación es indispensable
atribuirle identidad individual a sus miembros (la idea de nación aparece unida
a la de libertad individual, derechos y deberes individuales), reconocer la
existencia de un sujeto nacional en un territorio, con el cual se identifica.
El hombre y el suelo se vuelven una unidad política y simbólica indivisible.
Cuando se piensa al país, al estado nación, se lo piensa desde la “identidad”
individual de un sujeto que pertenece a un suelo porque ha nacido en él y ha
recibido del suelo todos sus atributos morales y espirituales.21 De aquí se derivan las preocupaciones
con la “raza”. El concepto de “raza” reúne los atributos de rasgos biológicos,
morales, espirituales y culturales, como lo estudia Sarmiento en el Facundo. El gaucho no podía pertenecer a
la nación moderna porque carecía de ciertos atributos morales.22
El
pensamiento nacional es un pensamiento idealista, esencialista, que trata de
establecer el “ser” de la nación, pone límites, y muestra legítimas
diferencias. La manera en que se plantea la cuestión de la identidad nacional,
territorial, racial (que nos recuerda la manera en que el individuo busca
autodefinirse sicológicamente estableciendo su identidad personal), unido al
deseo individual de supremacía, fomenta la competencia y enfrenta
conflictivamente a los individuos. Estos llegan a esta situación como resultado
de una necesidad íntima, porque la obsesión territorial y racial, la necesidad
de establecer una identidad propia nacional proviene de necesidades síquicas
profundas de seguridad y protección, una necesidad “familiar” de autodefensa y
unión del grupo para resguardar la continuidad de un sujeto espiritualmente
concebido. Quieren formar ese sujeto al que llamamos argentino, o peruano, o
norteamericano. Algo lo distingue, algo lo separa de los otros. Establecer el
núcleo de esa identidad se transforma en una cuestión vital para crear valores
propios. Y reaccionan con intolerancia y agresividad contra cualquier cosa que
los amenace. En ese momento el racionalismo iluminista se confunde con el
romanticismo político. El culto individualista del estado burgués coincide con
el culto heroico romántico. El individuo y el estado individualista aparecen
como los motores de la historia (Pena de Matsushita 96-9).
El mundo
que describe Sarmiento es un mundo en competencia y lucha. Los individuos
buscan conseguir el dominio político y conquistar el poder. Tanto él como sus
compañeros de generación son actores en esa competencia y partes en el
conflicto. Por eso el Facundo no
puede dar una visión objetiva de la historia argentina. Para triunfar en esa
lucha la solución individualista de Sarmiento y sus compañeros de Generación
propone transformar la individualidad de los agentes políticos, “civilizar” y
educar al “soberano”. Fomentar el desarrollo de la inteligencia, la educación,
la autodisciplina (producto del trabajo) y el respeto a la ley (Zea 257-68). Y
la religión, como reguladora de los sentimientos públicos y amenazadores de las
multitudes. La identidad nacional parece ser frágil y pasa por momentos de
crisis, como los individuos. Las transformaciones sociales y económicas
amenazan su “esencia”. Su interpretación de la realidad política nacional
muestra una búsqueda obsesiva de equilibrio, poder y estabilidad, unida a los
deseos de enriquecimiento y expansión, que han traído durante el siglo XIX y el
XX terribles guerras (Said 3-14). La obsesión territorial y racial guía a la
filosofía del estado nación, y es inseparable de la comprensión burguesa del
mundo y de la cultura. La burguesía entiende el mundo desde una óptica
territorialista y racista. El sentimiento de superioridad nacional y la
discriminación contra los extraños, o los que no pertenecen a un grupo o clase
legítimamente aceptada como integrante de la nación, constituye una parte
integral de la cultura de la nación-estado como entidad política. La nación, al
menos la nación capitalista y burguesa, se piensa a sí misma como entidad
física y como raza (no como clase). Considera al Estado y al territorio una
unidad soberana. Y un mundo espiritual.23
Percibimos
un fantasma tras la preocupación obsesiva por el territorio y la raza de estos
intelectuales de la Generación del 37, miembros casi todos ellos de la
Asociación de Mayo (que por estar en los orígenes fundacionales de la nación
son también sus teóricos y colaboran en el proyecto ideal de la nación): el
miedo a no alcanzar su ideal de formar una cultura nacional que represente la
síntesis de los mejores impulsos creativos de la pequeña y gran burguesía, tal
como se habían hecho evidentes en otras partes del mundo, especialmente en
Europa. Estos eran: su capacidad de empresa, la riqueza del universo simbólico
y cultural que la había caracterizado como clase, sus logros tecnológicos y sus
grandes proyectos en el campo de la educación. Ven el mundo como algo
inestable, en crisis permanente, real o potencial, en el que luchan fuerzas
encontradas, tratando de desplazarse mutuamente. Es un mundo cultural y
políticamente amenazado. Parece el proyecto de aquellos que sienten su ser
dividido y buscan la unidad perdida. Su concepto de raza y de territorio
respondía a una búsqueda de identidad. Deseaban crear una nación homogénea y
única, para demostrar la superioridad nacional, y probar que el pueblo tenía un
destino especial que cumplir. En su lucha se transformaron en terribles enemigos
de todos aquellos elementos heterogéneos que pudieran impedir o retrasar la
conquista de una “identidad” nacional definitiva propia. Esta posición cultural
y social naturalmente separa, distingue y discrimina, selecciona. Une lo
práctico económico con lo ético, porque lo que se busca es el “bien” de la
nación. Pero no es un bien para todos. Hay que dejar fuera al “otro”, al
“bárbaro”, al extranjero.
Las
diferencias son vistas como una amenaza a la unidad del “cuerpo” de la nación
(Slatta 161-79). Porque si la nación tiene una raza y un territorio, y tiene un
sujeto nacional, también tiene que tener un “cuerpo”. Este cuerpo es concebido
como parte del “ser” nacional. Porque la nación es idealista. Filosóficamente
idealista. La búsqueda de la identidad se vuelve la búsqueda de una entelequia
ideal fundamentalista, una nostalgia permanente por el origen. La cultura de la
nación no puede estar separada, no lo está en la práctica, del modo en que la
nación fue producida políticamente. Para la Generación del 37, en su propia
experiencia, la política era la cultura. Su trabajo, su tarea política:
gobernar, poblar, luchar contra la tiranía, era una tarea cultural, al menos
era la forma en que ellos entendían la cultura, en que la estética, la búsqueda
de belleza ideal, se fundía con la ética, con la búsqueda del bien social y
público.
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[1] Si bien la burguesía idealizaba el valor del
pueblo, y reconocía su significado como actor político, entendían que era
peligroso hacer depender la vida política de la opinión colectiva de una masa
de gente. Feijoo creía que la historia demostraba los muchos errores cometidos
por el pueblo (Feijoo 77-86). Rousseau, en su muy admirado Contrato social, comparaba el desarrollo del pueblo con el
desarrollo de la persona: el pueblo pasaba por una primera etapa de desarrollo
que podía considerarse infantil, y durante la cual no se le podían dar derechos
políticos plenos (183-188 ). Solamente el pueblo políticamente maduro podía
asumir esta responsabilidad y de allí la polémica para ponerse de acuerdo sobre
qué sujetos eran políticamente maduros y cuáles no.
[2] Obras fundamentales de este corpus son las
discusiones sobre la lengua entre Sarmiento y Bello, los discursos sobre la
lengua de Juan María Gutiérrez, Facundo,
Argirópolis, Viajes y Conflictos y
armonías de las razas en América, de Sarmiento, Dogma Socialista de Echeverría, Bases de Alberdi, y los numerosos estudios de este último sobre la
economía del país, la guerra del Paraguay y el papel de la guerra en la
sociedad moderna (Katra, The Argentine
Generation of 1837 43-65). Además de estos ensayos, las obras de ficción de
los integrantes de la Asociación de Mayo -- sociedad secreta organizada para
combatir la tiranía de Rosas y provocar una segunda revolución cultural y
política -- y sus simpatizantes: Mármol, Echeverría, Mitre, Alberdi, proyectan
las preocupaciones de sus autores sobre estos temas y nos dan una visión
mimética de ese mundo que censuran, tal como lo ven los jóvenes ilustrados
antirrosistas.
[3] Notamos que estos periodistas políticos,
intelectuales y estadistas que integran el grupo de la Generación del 37 tienen
como proyecto moderno contribuir a crear el nuevo estado nacional, pero,
simultáneamente, discuten el carácter que debe asumir el sujeto moderno
post-colonial.
[4] La visión de mundo del imperio colonial
español era integrativa y monista: un imperio, un rey, una religión. La
concepción política integracionista de Rosas tenía analogías con el absolutismo
español, era una versión nacional y americana de un sistema político totalitario. Rosas no aceptaba el
derecho de secesión e independencia de las provincias, ni la oposición política
a su regimen. Cualquier binarismo le resultaba peligroso y amenazante.
Sarmiento, por el contrario, tiene una visión binarista y dialéctica de la
historia, la entiende como una lucha entre fuerzas que se enfrentan hasta
producir una síntesis superior. En esta lucha dramática debe triunfar la
civilización. Aquí notamos la influencia del pensamiento de la Ilustración, de
la teoría de la división de poderes y la concepción dialéctica, evolutiva e
idealista de la historia en las concepciones políticas de esta Generación.
[5] Los jóvenes se reúnen en un principio en el Salón Literario de Buenos
Aires, y en 1838 forman una sociedad secreta, la “Asociación de Mayo”, que
Sarmiento considera “carbonaria”, en referencia a los revolucionarios italianos
(Facundo 262-4). Esteban Echeverría,
como líder del grupo, es quien escribe las “palabras simbólicas”, programa
político del grupo, que luego le servirían de base para la redacción de su Dogma Socialista. Las asociaciones
secretas desempeñan un papel clave en las luchas de liberación contra el poder
español, especialmente la Logia Lautaro en Argentina, a la que pertenecían el
General San Martín y el General Alvear, figuras cimeras de las guerras independentistas. Sarmiento cree que los
integrantes del grupo de jóvenes
conspiradores antirrosistas serán los líderes políticos de la patria
futura.
[6] Esto ocurrirá después de la caída de Rosas,
vencido por el Gobernador de Entre Ríos, General Justo J. de Urquiza, en 1852,
en la batalla de Caseros. A partir de ese momento los miembros de la
Generación: Vicente F. López, Sarmiento, Alberdi, Mitre, Mármol, Juan M.
Gutiérrez, pasan a ocupar importantes cargos políticos y culturales y
participarán activamente en la tarea de consolidar el estado liberal progresista.
[7] La actitud colonial antes las razas había
sido distinta. El centralismo absolutista monárquico no reconocía un poder
político directo a sus súbditos (aunque los Borbones introdujeron reformas y
permitieron un cierto grado de participación local en el gobierno por medio de
los cabildos) y en su concepción universalista del poder todos los habitantes y
cosas del territorio imperial pertenecían al Rey (Lynch, Bourbon Spain 328-74). La Corona, desde este punto de vista,
gobernaba tiránicamente. Ya que todos, independientemente de su raza, servían a
los intereses económicos de la corona, establecieron, para mejor controlar la
situación social, mecanismos de inclusión, exclusión y mutua dependencia entre
los sectores de distintas razas, en relación al trabajo, el servicio real, los
oficios, etc. Los más favorecidos eran los criollos de padres españoles, aunque
a una considerable distancia de los españoles peninsulares que tenían
muchísimos más privilegios y derechos. El
Periquillo Sarniento, 1816, de Lizardi, ofrece un buen cuadro
representativo de la relación entre indios, mestizos y criollos en México
durante la última etapa colonial, a fines del siglo XVIII y principios del XIX.
[8] Dice Sarmiento en Facundo, refiriéndose a las tres razas que habitan el suelo
argentino (la española, la indígena y la negra): “...de la fusión de estas tres
familias ha resultado un todo homogéneo, que se distingue por su amor a la
ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación y las exigencias de una
posición social no vienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual.
Mucho debe haber contribuido a producir este resultado desgraciado la
incorporación de indígenas que hizo la colonización. Las razas americanas viven
en la ociosidad y se muestran incapaces aun por medio de la compulsión, para
dedicarse a un trabajo duro y seguido. Esto sugirió la idea de introducir
negros en América, que tan fatales resultados ha producido. Pero no se ha
mostrado mejor dotada de acción la raza española cuando se ha visto en los
desiertos americanos abandonada a sus propios instintos.” (38-39)
[9] La lucha contra la tiranía de la Asociación
de Mayo y los miembros de la Generación del 37 admite perfectamente una lectura
sicológica, que no es extraña al carácter psicologizante de las teorías
políticas de la burguesía, que dan al individuo, al pueblo y a la conciencia
política individual relevancia como actores políticos en el proceso de
autogobierno. Esta lectura psicologizante nos haría ver la oposición a la
tiranía rosista como una resistencia a la autoridad absoluta del padre
político, y un complot de los hijos contra el padre tiránico odiado. Este odio
a la autoridad paterna (y los caudillos son figuras patriarcales) se
transforma, durante el proceso de desarrollo de la literatura argentina y
latinoamericana, en uno de los ejes temáticos principales en los diversos
relatos y novelas que toman como base la figura del dictador, contra el que un
sector social resiste. Facundo, “El
matadero”, Amalia, son ejemplos
tempranos de una de las formaciones literarias más productivas de
Hispanoamérica, que daría en nuestro siglo obras maestras como El señor Presidente, de Asturias, El otoño del patriarca de García Márquez
y Yo, el Supremo, de Roa Bastos. Los
gobiernos autoritarios en Hispanoamérica, asociados repetidamente al poder
opresivo de la institución militar, siguieron, durante el siglo XX, dándole
credibilidad a esta significativa corriente temática.
[10] Los jóvenes intelectuales de la Generación
del 37 no supieron valorar la cultura popular urbana ni la cultura campesina,
como sí la celebraron los escritores de la gauchesca. Sarmiento es el único que
estudia la cultura gauchesca, en el
Facundo (49-73), mezclando su admiración por sus logros artísticos con la
crítica hacia sus aspectos primitivos, que negaban la civilización. El
intelectualismo y la formación iluminista, así como su mala experiencia con el
rosismo, que las masas apoyaban, impidió que valoraran la participación del
pueblo en la vida política que siguió a la independencia y el sacrificio del
campesino en las guerras civiles. Creían en la cultura elevada, en la alta
literatura, en la escritura. No reconocieron legitimidad a las voces de ese
mundo popular que se expresaba en las calles, en las fiestas patrióticas, el
mercado, las reuniones del gauchaje durante la yerra. Las descripciones que
hacen Echeverría, Sarmiento, Mármol, del mundo popular son siempre negativas,
para mostrar la ignorancia de la gente, su primitivismo, su barbarie, su
incapacidad política.
[11] En
Grandes y pequeños hombres del Plata Alberdi afirma que no hay barbarie y
los caudillos representan la democracia del pueblo más numeroso y menos
instruido y rico, la mayoría de las campañas, y los hombres de principios son
los caudillos de la democracia de las ciudades (280-283).
[12] Lucio V. Mansilla, en Una excursión a los indios Ranqueles, 1870, será una excepción a
esta manera de sentir y representar al indio.
[13] La Constitución de 1819 abuele la esclavitud,
pero no todas las provincias la aceptan. La Constitución de 1853 reitera la
abolición. Dado que Buenos Aires se separa de la Confederación por varios años,
la esclavitud se mantiene allí hasta 1861 (Slatta 34-35).
[14] The
British Packet registra con curiosidad e interés la primera ceremonia
pública que preside Rosas después que asume la gobernación de Buenos Aires por
primera vez en 1829: las exequias fúnebres de Dorrego, el gobernador federal
asesinado por Lavalle. Rosas organiza un desfile que, en opinión del reportero,
era el más notable que había visto en su vida. Distintos cuerpos armados
desfilaron a caballo con uniformes de gala por la plaza central; todos los
representantes del gobierno local y de gobiernos extranjeros acompañaban el
féretro; en un momento determinado se desuncieron los caballos de la carroza
que lo llevaba y la gente la arrastró.
Para sorpresa del periodista, en el desfile también participaron indios, que nunca antes se habían visto
en Buenos Aires: llegaron a la plaza con su ropa típica y luego se vistieron
con uniformes militares que les prestaron; terminado el desfile devolvieron los
uniformes y regresaron al desierto. (The
British Packet 279-83)
15 San Martín se alineó políticamente con Rosas
por su defensa del suelo nacional y Sarmiento en Viajes lo ataca, tratándolo de viejo caduco (Viajes 134-5). En el Facundo,
en un paralelo que crea resquemores entre sus connacionales, eleva la figura de
Bolívar por sobre San Martín, acusándolo a este último de no haber entendido a
América (49-50). Sarmiento, comprobamos, ataca a todo individuo que disiente
con su punto de vista, independientemente de sus méritos (luego atacaría al
General Urquiza, vencedor de Rosas y fundador del régimen constitucional): se
siente en absoluto poder de la verdad.
16 Sarmiento
en el Facundo dice que fue su generación
la que apoyó el bloqueo francés a Buenos Aires en 1838, situación controversial
que amenazó la soberanía nacional y permitió a Rosas acusar a los exiliados de
antiamericanos. Dice que fueron los jóvenes los que materializaron la alianza y
no los viejos miembros del Partido Unitario (Facundo 264-5).
17 El
proyecto de la Generación del 37 triunfó en la práctica: los caudillos
provinciales fueron derrotados, dos de sus miembros ocuparon el poder como
Presidentes: Mitre y Sarmiento; Alberdi escribió el borrador de la Constitución
Nacional aprobada en 1853; en 1879, se desplazó definitivamente a los indios de
la zona que ocupaban en la mitad sur del territorio nacional y se abrió el
territorio a la colonización; los negros prácticamente desaparecieron del
territorio nacional, diezmados por las guerras (especialmente la Guerra del
Paraguay, 1865-1870), ignorados por las leyes liberales y demográficamente
superados por el influjo inmigratorio de fin de siglo; la política activa pro
inmigratoria logró atraer al país una cantidad masiva de europeos,
especialmente italianos y españoles, que llegaron por millones a poblar el
país, y cuyos hijos se transformaron, en el lapso de una generación, en su
núcleo comerciante, su pequeña burguesía profesional, su clase media,
desplazando a los criollos nativos. El programa de educación sarmientino, la
educación nacional libre, gratuita y obligatoria, se transformó en el mejor
aliado de los grupos inmigrantes, y en la línea divisoria que aisló del poder
político y económico a los criollos rebeldes, que resistían la educación
popular.
18 La
nación-estado, sumamente restrictiva con respecto a las razas, fue mucho más
liberal con las cuestiones religiosas. A diferencia de la sociedad colonial,
intolerante en materia de religión, las sociedades burguesas aceptaron la idea
de la libertad de cultos y, en su mayoría, la incorporaron a la Constitución.
Esto no significa que en la práctica no protegieran a unas religiones más que a
otras. La Constitución Argentina de 1853, por ejemplo, especificaba que el
Presidente tenía que ser católico. El Estado apoyaba explícitamente la religión
católica. Pero la libertad constitucional permitió que se radicaran en el país
grupos no católicos. Dentro de éstos, los inmigrantes de religión judía alcanzaron
en la Argentina una excelente posición social y, como otros inmigrantes
europeos, pasaron a formar parte de la burguesía y alta burguesía nacional. Los
judíos han tenido y siguen teniendo un destacadísimo papel en la vida política,
la industria, el comercio y la cultura nacional, y están plenamente integrados
al cuerpo de la nación, a pesar de recurrentes brotes de antisemitismo.
19 Darwin da
un curioso testimonio sobre Rosas. Lo conoce en uno de sus viajes, en 1833.
Darwin lo describe como un individuo excepcional, y dice, como Sarmiento lo
admitiría también en el Facundo, que
era un extraordinario jinete. Señala Darwin que en el mundo rural de los
gauchos, el jefe era siempre el mejor entre todos, el más hábil. Cuenta una
anécdota que oyó, en la que un grupo de gauchos decide elegir a un jefe para ir
a la guerra, y someten a los candidatos a una terrible prueba, que consistía en
domar un potro salvaje sin riendas, en pelo, arrojándose en él al salir éste
del corral escapando, y amansarlo sin caer del animal, al punto de poder
hacerlo regresar al corral, con el sólo uso de la presión de las piernas y
tirones de crin. Quien ganaba en esta competencia era considerado el jefe.
Rosas, cuenta Darwin, estaba entre los que habían sido capaces de realizar esta
hazaña (Voyage of the Beagle 88-9).
20 La cuestión de la educación comprende no
sólo el cómo educar, sino también a quién educar. Para Sarmiento debía educarse
a la clase criolla local, incluidas las mujeres, y a los inmigrantes. Los
gauchos de la campaña no podían ser educador porque ya lo estaban: en el Facundo discute la educación del gaucho,
enteramente práctica y reducida a los ejercicios ecuestres, el uso del
cuchillo, el lazo y las boleadoras, y el trabajo con el ganado. Esta educación
no incluye el aprendizaje de la lectura ni de la escritura (70-4). El gaucho,
considera, permanece en la barbarie porque no participa en la comunidad
organizada: su saber, su religiosidad, su sociabilidad, son rudimentarias. Una
vez transcurrida su etapa de aparendizaje e ingresado en la edad adulta el
gaucho ya no es rescatable: es un bárbaro, un individuo a medio desarrollo
entre el salvajismo indígena y la civilización europea.
21 Los
escritores de la Generación del 37, que forman parte de una etapa muy creativa
de la cultura nacional, pertenecen a ese grupo de la élite criolla que lucha
por merecer legítimamente el derecho de ser
destinatario de la nacionalidad. Son intelectuales, literatos y
políticos que hablan en nombre de la patria y se apoderan de su voz. Como dice
Sarmiento en Recuerdos de provincia:
“A la historia de la familia se sucede...la historia de la patria. A mi
progenie me sucedo yo....”(162) El personalmente es el continuador de la
historia de su familia que es al mismo tiempo la historia de la patria.
22 La
limitación del ingreso de ciertos grupos, según su sexo, su raza o su posición
social, al cuerpo orgánico de la nación, les restringe además el ingreso al
cuerpo de la cultura, puesto que política y cultura forman parte de una misma
unidad nacional. Los grupos marginados tendrán entonces que crear su propia
cultura: una cultura desterritorializada concebida desde su diferencia. El
lugar de la exclusión queda indeleblemente representado en las obras que tratan
de dar voz a las culturas marginales (Ludmer, El género gauchesco 19-24). Cuando la cultura nacional incorpora
luego a su corpus estas expresiones culturales marginales, lo hace como el
producto del “otro”: un objeto espiritual materializado como algo ajeno,
exótico (Ramos, “Saber del otro...” 551-69).
23 Dado el
papel central que pasan a ocupar las cuestiones de territorio y raza para las
burguesías nacionales, uno podría hacer, a manera de hipótesis, varias
observaciones aproximativas y no dogmáticas al problema. Las monarquías absolutas
encontraron la base de su poder político en la alianza entre el poder real y la
iglesia. La cuestión religiosa pasó a primer plano; la filosofía teísta fue la
fuente para pensar la relación política entre la monarquía y sus súbditos. Esto
dio a la Iglesia gran poder y autoridad como árbitro político e ideóloga del
estado monárquico. La otra base de poder de la monarquía era la familia
campesina, núcleo de la propiedad y la riqueza agraria, en la cual la mujer,
como productora, tenía un papel decisivo. Para la Iglesia, como para la
monarquía, el problema del género, la cuestión de la herencia y la sucesión,
resultaron determinantes. Notamos en el estado monárquico una “obsesión” con la
religión y el género, paralela a la obsesión con el territorio y la raza del
estado burgués. La religión y el género (resultado de la práctica social y la
naturaleza humana), proporcionaron ideas productivas desde las que se pensaron
las relaciones políticas y sociales del estado monárquico y se construyó su
base “espiritual”. En el estado burgués nacional, en cambio, las cuestiones de
territorio y raza se transformaron en matrices productivas de su concepción
política, y las cuestiones de religión y género, si bien tienen importancia,
pasaron a segundo plano, comparadas a las cuestiones territoriales y raciales.
Los ideologemas de la religión y el género, podemos decir, son desplazados a
segundo plano por los ideologemas de la raza y el territorio. Pero esto no
significa que hayan desaparecido del espacio desde el cual se piensa a la
nación. Muchas veces se combinan con los anteriores. Es un problema de grados.
Comparado con el protagonismo que tienen las cuestiones territoriales y
raciales en las naciones burguesas, que han llevado a increíbles guerras y
genocidios, los problemas de religión y de género han perdido virulencia, en
relación con el antiguo mundo monárquico pre-burgués. La burguesía mantuvo una
política religiosa y genérica mucho más tolerante que la monarquía. Admitió un
nivel mayor de libertad religiosa, y dio a la mujer medios económicos para
lograr una mayor independencia y protagonismo social. Las cuestiones raciales y
territoriales, en cambio, acrecentaron su virulencia política, y se
transformaron en el talón de Aquiles del estado burgués. Ambos sistemas políticos
trataron de organizar y planificar un mundo lleno de necesidades y
limitaciones, inestable. El resultado de esta experiencia política no podía
ser, por lo tanto, la libertad absoluta. La búsqueda de un mayor grado de
libertad, la lucha por la “liberación” gradual, parece ser uno de los móviles
políticos mayores de nuestra vida histórica moderna.
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