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sábado, 30 de septiembre de 2017

Raúl González Tuñón y la Guerra Civil española


                                                                             Alberto Julián Pérez ©



            Para el poeta argentino Raúl González Tuñón (1905-1974) la Guerra Civil española de 1936 fue un acontecimiento definitorio en su vida. Era, además de reconocido poeta, un periodista experimentado. Comenzó a trabajar en el periodismo desde muy joven. En Crítica, diario al que se incorporó en 1925, su director, Natalio Botana, comprendiendo que Raúl amaba viajar, lo enviaba a cubrir noticias en diferentes sitios, dentro y fuera del país. Ya para entonces tenía cierta fama como poeta, y había colaborado en las revistas literarias Proa y Martín Fierro. En 1926 publicó su primer libro de poemas, Violín del diablo. En 1927 residió en Tucumán y viajó por varias provincias del interior: la zona cuyana, Córdoba, el norte. Escribía la sección de “Crónicas de la semana”, donde volcaba sus experiencias callejeras y sus impresiones de viaje.
            En 1927, junto con otros martinfierristas, como Borges y Marechal, apoyó la campaña de Hipólito Irigoyen a la presidencia (Cella 174-8). En 1928 obtuvo el premio municipal de poesía con su segundo libro de poemas: Miércoles de ceniza. En 1929, con el dinero del premio municipal, emprendió un viaje a Europa junto a su amigo Sixto Pondal Ríos. Visitó por primera vez varias ciudades españolas, y se estableció durante 1929 y 1930 en París, donde escribió uno de sus libros más logrados: La calle del agujero en la media (Orgambide 48-61). Allí fue testigo de las polémicas de surrealistas y comunistas, que discutían el papel del arte y la literatura en relación a la política revolucionaria (Freidemberg 52-3).
            De regreso de Francia, se encontró con grandes cambios en Argentina: el Ejército había dado un golpe de estado en 1930, iniciando una etapa de intromisiones militares en la política, que iba a tener profundas y graves consecuencias para la vida institucional de su país. En 1931 lo envían a Brasil a cubrir los sucesos de la revolución contra Getulio Vargas. En 1932 actúa como corresponsal en la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. En 1933 recorre la Patagonia, y funda Contra, revista cultural militante de izquierda que publica sólo cinco números, pero tiene gran influencia en la vida cultural argentina del momento (Sarlo 138-50). Allí aparece su poema “Las brigadas de choque”, llamando a los artistas e intelectuales a formar una brigada internacional en defensa de la poesía (Orgambide 83). El gobierno lo detiene y lo procesa por su poema.
            1934 fue un año clave en su evolución personal: publicó El otro lado de la estrella, libro de crónicas y prosas poéticas, y Todos bailan, libro de poemas en que presentó a su personaje Juancito Caminador, su alter ego poético. Decidido a militar en un partido político revolucionario, ingresó como miembro del Partido Comunista.
            Pocos años antes, durante su visita a Francia, había podido observar la vida literaria de los surrealistas franceses, y compararla con sus propias vivencias con los integrantes de las vanguardias argentinas en la revista Martín Fierro. Sus experiencias como periodista y viajero, y los acontecimientos de la historia política argentina de los que había sido testigo, despertaron en él la urgencia de la militancia política. El ataque del gobierno contra su revista no hizo más que radicalizar su propio proceso de politización y su fe en la revolución universal. Como militante del Partido Comunista, aceptaba el papel que el Partido daba al arte en la sociedad contemporánea (Pérez 305-6).
            Raúl González Muñón era un hombre de extracción social proletaria: su abuelo, inmigrante asturiano, y su padre, habían sido obreros en Argentina, y tanto él como su hermano Enrique se volcaron al periodismo, y no estudiaron en la universidad, que era la puerta de ingreso en la clase media y la pequeña burguesía más segura para muchos jóvenes hijos de inmigrantes  (Adamovsky 38-51).       
            En 1935 se casó con Amparo Mom y viajó a España. Participó activamente en la vida cultural española (Schiavo 439-40). Visitó Sevilla, Toledo, Segovia, y vivió en Madrid, donde colaboró con Neruda, que era Cónsul de Chile en Madrid, en la revista Caballo Verde. Allí asistía regularmente a la peña literaria de Federico García Lorca, al que lo unió una sincera amistad (Salas 89). Conoció además a Vicente Aleixandre, León Felipe, Ramón Gómez de la Serna, Gerardo Diego y al joven Miguel Hernández, en quien influyó. Asistió como delegado al Primer Congreso de Intelectuales por la Defensa de la Cultura en París, donde conoció a Robert Desnos, Tristán Tzara, Louis Aragon, César Vallejo, Pablo Picasso, Bertold Brecht, y muchos otros. Estaba en España cuando el gobierno reprimió sangrientamente la huelga en la cuenca minera de Asturias. Allí conoció a la Pasionaria, y escribió poemas militantes defendiendo la insurrección de los mineros (Edelman 147-50). Ese fue el momento en que comenzó su “poesía de guerra”, y transformó la poesía en arma de combate (Salas 95).
            González Tuñón regresó a Argentina en enero de 1936. En Buenos Aires se celebraba ese año el Primer Congreso Internacional del Pen Club, en el que participaron escritores europeos de distintas tendencias. Cuando estalló la guerra civil, Tuñón  buscó el modo de regresar a España para estar allá junto a otros escritores militantes (Goldar 177-81). Publicó La rosa blindada, subtitulada Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios, y 8 documentos de hoy, donde reunió escritos polémicos en que condenaba el fascismo y defendía la revolución proletaria. Logró que el periódico republicano de Buenos Aires Nueva España lo nombrara corresponsal, viajó a España a principios de 1937 y se instaló en Madrid, donde fue testigo de la lucha. Visitó los frentes del Jarama y Utrera, fue a Barcelona y Valencia (Schiavo 441). Asistió como delegado al Segundo Congreso Internacional de Intelectuales que se celebró en España durante la guerra civil, y al que fueron muchísimos intelectuales antifascistas de América y Francia, junto a los españoles (Jacobs 125-44). A fines de 1937 volvió a América junto con Neruda y se detuvo en Chile, adonde regresaría en 1940 para fundar el periódico comunista El Siglo.
            Publicó dos libros más que contenían sus vivencias y experiencias en España: Las puertas del fuego, una colección de crónicas poéticas, en 1938, y el poemario La muerte en Madrid, 1939. Concluida la guerra civil en 1939, con la derrota del Ejército Republicano, Alemania invadió Checoslovaquia y Polonia y comenzó la Segunda Guerra mundial. González Tuñón continuó militando en el comunismo y defendió a la Unión Soviética, abogando por la revolución internacional. Vivió en Chile hasta 1945. Publicó en 1941, Canciones del tercer frente y, en 1943, Himno de pólvora.
            Los libros que escribió Tuñón durante estos años testimonian sus experiencias en España antes de, y durante, la Guerra Civil. Los dos primeros: La rosa blindada, y 8 documentos de hoy, muestran la transición del joven Tuñón que, estando formado en la propuesta literaria de las vanguardias, incorpora en su poesía las ideas de la literatura militante comunista, y se transforma, de cronista y periodista, en ensayista y analista político, para abogar como intelectual marxista por la defensa de los principios revolucionarios, denunciando la confabulación fascista internacional. Los dos libros siguientes: La muerte en Madrid y Las puertas del fuego, los escribe durante la guerra civil: son poemas épicos que exaltan el valor del pueblo español ante la inminente derrota, y crónicas poéticas que tratan de captar el sentido de la vida en medio de la destrucción de la contienda.
            Como miembro del Partido Comunista, Tuñón asumió las consignas políticas de su Partido. Este pedía a los escritores que colaboraran en la conformación del Frente Popular, y escribieran una literatura realista, defendiendo ideas socialistas, que resultara comprensible a las masas, ya que querían concientizar a los pueblos para guiarlos a su liberación. El Frente Popular era una política que proponía, en momentos de amenaza para la Revolución, buscar alianzas temporales con sectores burgueses democráticos, contra la ultraderecha anticomunista, particularmente los movimientos fascistas (Acha 38-42). Esta situación favoreció a los escritores: les dio un papel activo y los hizo sentirse útiles a la revolución como escritores, sin necesidad de tomar las armas en defensa de sus principios e ir a la guerra. Su “guerra” era el Frente Intelectual. Los intelectuales formaban una categoría especial, integrada por los estudiosos y eruditos, que ponían su saber al servicio de la revolución y trataban de influir en los acontecimientos políticos. Periodistas, historiadores, sociólogos y filósofos consideraron que podían contribuir a detener el avance de las fuerzas de derecha, ayudando a educar a las masas para que defendieran sus intereses de clase.
            La educación y la información tenían una misión política. Los intelectuales ayudaban a promover la educación marxista. El Partido supervisaba a estos artistas y estudiosos que, sentían, tenían el deber y el privilegio de guiar al pueblo. González Tuñón, como Vallejo, Neruda y otros poetas comunistas, se encontraron entonces con este nuevo papel. Creían firmemente en la propuesta de su Partido: el marxismo consideraba que su interpretación de los hechos históricos era científica y la humanidad marchaba indefectiblemente hacia su liberación. El fascismo representaba el principal obstáculo en esos momentos: sus ideólogos opusieron un criterio racional omnipotente, apoyados en teorías sobre la propia superioridad racial y cultural, para defender sus intereses nacionales (Vilar 144-9). Este enfrentamiento político derivó en esa creciente escalada militar que comenzó con la internacionalización de la Guerra Civil española y culminó en la Segunda Guerra Mundial (Amilibia 85-95).
            Los militantes comunistas tenían que subordinar sus intereses a las demandas políticas del Partido. Este condenó el lenguaje poético de las vanguardias: lo consideró oscuro y hermético, decadente, y lo vio como un impedimento para comunicarse con las masas. El comunismo dio al artista pequeño burgués un papel político activo y protagónico, pero limitó su creatividad y espontaneidad al pedirle que subordinara sus intereses estéticos a los intereses políticos de la hora, determinados por los líderes del partido. Tuñón, como muchos poetas contemporáneos que habían militado en las vanguardias, apreciaba el grado de libertad expresiva y el sentido revolucionario de la escritura vanguardista. El rechazo de la escritura vanguardista era conflictivo: tenían que negar un aspecto importante de su obra y negarse a sí mismos. Ninguno de estos poetas, ni Vallejo, ni Neruda, ni Tuñón, “limpiaron” totalmente las imágenes de sus textos comprometidos y revolucionarios de residuos vanguardistas, sino que trataron de llegar a un compromiso, procurando hacer sus imágenes más inteligibles, dando referencias históricas concretas, pero sin sacrificar el uso de figuras consideradas de avanzada, como la metáfora, alrededor de la cual giró la revolución del lenguaje de la poesía de vanguardia (Pérez 265-87).
            Tuñón se sitúa frente a este problema en el “Prólogo” a La rosa blindada. Abre el prólogo con una cita de Lenin, donde éste afirma que no habrá arte proletario hasta que no haya una cultura proletaria. Raúl argumenta sobre la cuestión del arte de masas. ¿Debe el artista asimilarse a las masas, hablándoles en su lenguaje, o elevar a las masas al nivel de su arte? Tuñón no hace concesiones; dice: “El poeta se dirige a la masa. Si la masa no lo entiende es porque, desde luego, debe ser elevada al poeta” (11). Para no ser considerado elitista, Tuñón aclara que ya hay obreros “sensibles”…“que han podido alcanzar ciertos elementos de cultura”, apoyan la revolución y son capaces de entender su lenguaje poético, y hay un sector de “intelectuales, artistas, periodistas, pintores, maestros, estudiantes que desean la transformación de la sociedad…y que son también masa” (11). El, como periodista y poeta, se ubica en el segundo grupo. Concibe así una unión de obreros revolucionarios, intelectuales y artistas. Insiste en que el poeta no debe renunciar a ser poeta, esto sería un error: lo que tiene que hacer el poeta es participar en las luchas sociales sin temer al “caos”. Su sueño es “…recibir a la revolución cantando, después de haberla cantado y deseado, sin descuidar la técnica y sin dejar de haber intervenido más o menos concretamente en la lucha” (La rosa blindada 12).
            Aclara su posición con respecto al arte de vanguardia y a su pasado como poeta vanguardista. Dice: “Participé en los movimientos literarios de vanguardia y, sobre todo, el surrealismo contó con mi entusiasmo firme. Fue una manera de evadirse y volver a la multitud, de ganar la calle,…de volver a imponer valores olvidados por la burguesía…para entrar luego de lleno – los que supimos hacerlo – en el drama del hombre y su esperanza…”(14). Afirma que es el momento de hacer poesía revolucionaria y “cambiar la vida”. Su  interés es lograr que todos los poetas se definan ante el fascismo, que en ese momento es el principal enemigo, y formar un frente unido común, porque “el fascismo es el enemigo de la cultura y del arte, tanto como de la dignidad humana” (15). Según él hay en ese momento dos tipos de poetas “artepuristas”: los “puros”, que cultivan “la metáfora por la metáfora”, y los poetas que aman la vida, y quieren “…una obra viva, llena de tierra y llanto, cubierta de raíces y de sangre” (15). Es este segundo grupo de poetas el que es más afín al sentimiento revolucionario y necesita ser rescatado para la lucha.
            Cree que el poeta tiene que participar en la lucha revolucionaria sin dejar de ser poeta y desde su posición de poeta. En su caso, suma a su posición de poeta la de cronista y periodista, y en esta doble condición participa en los eventos europeos del momento: escribiendo poemas que exaltan la heroicidad de los republicanos, y testimoniando en sus crónicas los eventos de la guerra civil de los que es testigo. Además, Raúl, como militante marxista, ha encontrado para sí un nuevo papel: el de intelectual. Forma parte de este grupo de artistas y humanistas (políticos, historiadores, politólogos, filósofos, etc.) que se denominan “intelectuales” y consideran que sus opiniones deben guiar a la sociedad civil. El artista sale de la vida privada y se encuentra con una función pública y social importante, que va más allá de su arte. Integra una elite de la inteligencia que quiere ser tomada en cuenta, busca influir en la moral pública y aún defender a la sociedad civil de intereses egoístas que, aprovechándose de su desconocimiento, puedan llevarla por un camino equivocado. El artista se encuentra con un importante papel moral que eleva su condición y le da una nueva misión dentro de su sociedad.
            Las publicaciones de Raúl reflejan este nuevo papel que ha encontrado para sí a partir de su trabajo en el periodismo y de su militancia política en el comunismo. Cuando Raúl viaja a España es un joven poeta y comunista militante que testimonia los acontecimientos políticos del momento. Comienza La rosa blindada haciendo historia de su propia familia: su primer poema es un romance dedicado a su abuelo Manuel Tuñón, un inmigrante asturiano que trabajó toda su vida en Argentina como obrero y militó en el socialismo. El poeta rescata su origen familiar proletario, y rastrea su ascendencia política revolucionaria; dice: “Era un obrero de bronce/ aquel que en Mieres nació./…Tenía yo nueve años/ cuando un día me llevó/ por entre los sobresaltos/ de una manifestación./ Así nací al socialismo,/ así comunista soy,/ así sería si viviera/ mi abuelo Manuel Tuñón.” (17).
            Cree que la insurrección de Asturias es la antesala de la revolución, un movimiento que demuestra la combatividad de los mineros y la clase obrera española, que estaba en un estado prerrevolucionario. Termina el poema: “Pena grande que no viva/ para verla como yo/ a Asturias en pie de sangre/ para la revolución” (17). Todos los poemas de la primera parte de La rosa blindada tratan el tema de la insurrección de Asturias: “Algunos secretos del levantamiento de Octubre”, “La Libertaria”, “La muerte del Roxu”, “El pequeño cementerio fusilado”, “La muerte derramada”, “Dos historias de niños”, entre otros. Estos poemas exaltan la heroicidad de los obreros, su determinación de luchar. Los obreros no demuestran miedo y, si tienen que enfrentar la muerte, lo hacen con heroicidad. Sus mujeres e hijos los respaldan: no son sólo ellos los heroicos, sino toda la comunidad. Es el pueblo el que está en pie de guerra.
            Las mujeres luchan junto a los hombres. Así, en “La Libertaria”, en memoria de Aída Lafuente, muerta en la cuenca minera de Asturias, exalta en una elegía a la mujer sacrificada, una mártir. El poema, sin embargo, no quiere sólo lamentarse, sino incitar a la resistencia. La mujer mártir es un símbolo de España. Organiza el poema en una serie de anáforas que crean un ritmo marcial; dice: “Estaba toda manchada de sangre,/ estaba toda matando a los guardias,/ estada toda manchada de barro,/ estaba toda manchada de cielo,/ estaba toda manchada de España” (20). Además de exaltar al pueblo, González Tuñón condena a sus enemigos. Quien reprimió a los mineros fue el General Franco, al frente de la Legión y el Tercio de Africa, al que trajeron para sofocar la insurrección. Los soldados de zonas alejadas no tenían vínculos personales con la gente de la zona y no tuvieron compasión con los mineros ni con el pueblo asturiano. El papel político que tiene Franco en el comienzo y desarrollo de la Guerra Civil, da a esta elección un sentido más trágico. En “Cuidado que viene el Tercio” caracteriza a la Legión como a una banda de fascistas asesinos, enemigos del pueblo y de la humanidad. Dice: “La Legión ha entrado a España./ Hombre cuida a tu mujer,/ obrero, guarda tu casa./ Mira que vienen los lobos/ con el desierto en el alma” (26). La Legión no solamente resulta enemiga mortal de los obreros sino también de los pequeño-burgueses y hasta de las prostitutas; dice: “Cierra, pequeño burgués/ tu  tienda de renta flaca./ Guarda tu novia, muchacho,/ de la hez condecorada./ Prostituta, ten cuidado/ que no te invadan la casa/ los rufianes de la arena/ que pegan, pero no pagan./ La Legión ha entrado a España” (27).
            Además de estos romances heroicos, Raúl escribe largos poemas descriptivos, como “El tren blindado de Mieres”. Esta es poesía pensada en función de un público amplio, donde el periodista pone su experiencia al servicio de la literatura. Es su manera de unir poesía y militancia política. Dice: “Hablemos de un hecho favorable al proceso de la perfección./ La poesía, ese equilibrio entre el recuerdo y la predicación,/ entre la realidad y la fábula,/ debe fijar los grandes hecho favorables./ Hablemos de un hecho histórico favorable, feliz, a pesar del fracaso y de la muerte” (29). Su interpretación política marxista lo lleva a ver la insurrección, violentamente reprimida, como un paso positivo. Ese pueblo debe sacar lecciones de la lucha.
            El poema está dirigido a todo el pueblo de Mieres, con quien conversa. Dice: “Tú, oh Mieres, en el corazón de la cuenca fantástica,/…Nosotros sabemos cómo se formaron los primeros grupos./ No fue el asalto a las panaderías, no fue el hambre precisamente,/ fue la conciencia de clase, el deber de tomar el poder,/ la necesidad de expropiar a los expropiadores,/ el dínamo que empujó la furiosa máquina./ Es por eso que el hecho histórico favorable de Asturias/ -un Octubre florecido antes de tiempo, quizá pero memorable - / será el puente de sangre hacia la revolución definitiva/ de obreros, soldados, campesinos y marineros” (29). En su lectura de los hechos, el levantamiento fracasó porque el momento no estaba aún maduro para la revolución, pero el deseo de los obreros era tomar el poder, y expropiar a los capitalistas. El motivo, explica, no fue satisfacer una necesidad inmediata, como el hambre: los impulsó la conciencia de clase proletaria.
            En este poema González Tuñón enseña y explica a los lectores, toma el evento para dar una lección revolucionaria. Si pensamos que éste es el mismo poeta que hacía algunos años, en 1930, había publicado los poemas bohemios y surrealistas de La calle del agujero en la media, y muy poco antes, en 1934, Todos bailan, poemas de Juancito Caminador (ese personaje y alter ego juguetón, viajero, enamoradizo que crea, quizá como un compromiso para no traicionar su modo de vivir la poesía, para no abandonar la libertad poética vanguardista), podemos ver cómo ahora el poeta se asume desde otra perspectiva: como militante de un hecho histórico revolucionario. Este es el nuevo poeta que quiere ser, resultado de una elección moral y militante.
            González Tuñón cree en la revolución proletaria, es un comunista convencido que asume su misión dentro del papel que le asigna el Partido, como periodista, poeta e intelectual. A lo largo de su vida será fiel a esta militancia, y tomará su distancia con la poesía vanguardista, censurada por los líderes culturales del comunismo, debido a su hermetismo y al exceso de figuras poéticas, que desviaban la atención del lector de los hechos históricos que debían comunicar los poetas al pueblo, para concientizarlo de sus deberes de clase. Buscará una síntesis, y el personaje del poeta Juancito Caminador le sirve como una coartada para salvaguardar su libertad expresiva sin traicionar sus principios políticos, en los que cree.
            En las crónicas, ensayos y discursos, publicados en 8 documentos de hoy, aparecido en 1936, encontramos a González Tuñón en su nuevo papel: el de intelectual. Los temas que toca dan una idea de su actitud polémica y militante: “Mensaje a los escritores españoles”, “Con España y contra el fascismo”, “El Congreso de los Pen Clubs”, “Los escritores en la pelea”, “Defensa de la cultura”, entre otros. En estos ensayos y discursos Tuñón habla como representante de los escritores argentinos que defienden a España y condenan el fascismo. En “Mensaje a los escritores españoles”, fechado en octubre de 1936, el poeta se dirige a la Alianza de Intelectuales Antifascistas de España, para denunciar desde Argentina a las autoridades de su país, que le impiden realizar actos públicos en defensa de España (10). Denuncia asimismo que el gobierno nacional conservador autoriza actos del Frente Nacional contra la República española. Ha comenzado la guerra civil en España y Tuñón advierte a los intelectuales españoles que un grupo de intelectuales argentinos están con ellos, a pesar que en su país el gobierno de derecha, militarista, católico y oligárquico, respalda al fascismo.
            Su análisis de la situación política y del campo intelectual es más detallado en “Con España y contra el Fascismo”. Aquí González Tuñón procura un máximo de claridad conceptual; dice: “La insurrección fascista-monárquica-clerical, transformada en formidable guerra antifascista por las masas obreras unidas, el gobierno republicano y los intelectuales honrados, ha provocado en nuestro país la solidaridad para con los defensores de la dignidad humana de parte de las masas obreras y los partidos democráticos y también la adhesión – obstaculizada en sus expresiones por la policía y el complot de la prensa – de los intelectuales honrados” (8 documentos de hoy 14). En su artículo, aparecido originalmente en el periódico republicano de Argentina Nueva España, en agosto de 1936, denuncia a los periódicos La Prensa, La Nación y La Razón, que “se han puesto al servicio del general Franco”, al que considera “agente de bloque fascista internacional” (14). La prensa, dice, ha iniciado una campaña “canallesca” contra el gobierno republicano español, mientras el gobierno, que dice ser “neutral” ante la guerra, consiente la creación de organizaciones falangistas. El pueblo argentino, sin embargo, afirma el poeta, está con la República.
            Numerosos intelectuales argentinos, incluidos escritores liberales anticomunistas como Victoria Ocampo, hicieron declaraciones a favor de la República, mientras que los católicos, entre los que cita a Francisco Luis Bernárdez, miembro de Acción Católica, y a  Leopoldo Marechal, al que caracteriza como “enemigo confeso de la democracia”, se adhirieron a la Junta de Burgos reaccionaria. Otros, como Capdevilla y Baldomero Fernández Moreno, se negaron a firmar el manifiesto de adhesión a la República. La guerra civil ha polarizado a la sociedad argentina. González Tuñón denuncia también a intelectuales argentinos de derecha, como Quesada, Doll, Guglielmini y Cancela, que dicen preocuparse por el patrimonio histórico en los lugares en que se lucha, y guardan silencio ante los ataques que las tropas y la aviación mercenaria realizan contra el pueblo. El poeta termina el artículo llamando a los lectores a defender la República frente a la “barbarie fascista” y a oponer el Frente Popular Internacional contra el fascismo internacional (23).
            Tuñón polemiza con los escritores liberales que rehúsan politizarse. Muchos de ellos se refugian en el Pen Club. Señala que, a diferencia del Congreso de la Asociación Internacional de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, progresista y militante, celebrado en Francia, en que los delegados “atacaron al fascismo, defendieron al escritor y a la libertad de expresión”, el congreso internacional del Pen de 1936, celebrado en Buenos Aires, Argentina (país que sufría en su concepto dos dictaduras: la de la Sección Especial de Policía y la de la Acción Católica), se mostró políticamente polarizado (35-6). En el congreso del Pen participaron intelectuales como Carlos Ibarguren y el italiano Marinetti, que dieron a sus intervenciones un contenido ideológico netamente fascista, generando polémica. En su concepto se había abusado de las palabras “libertad, democracia y espíritu”, vaciándolas de contenido. Tuñón señala que lo que era libertad y democracia para los burgueses no lo era para los trabajadores, y que los españoles del Tercio, que se levantaron contra la República española, también decían que lo hacían en nombre del espíritu.
            El congreso del Pen finalmente se había inclinado contra el fascismo, los fascistas eran los menos, pero su presencia mostraba que el mundo pequeño-burgués de los escritores estaba fragmentado, porque muchos querían mantener a la literatura más allá del hecho social, y él creía que nadie en ese momento podía escapar a la “política”. Muchos delegados defendían la idea del arte puro, y Tuñón pensaba que no había quedado lo suficientemente claro en el congreso del Pen “…que el escritor no escribió nunca ni escribe para una elite determinada sino para el pueblo, entendiendo por pueblo la parte vital de la masa que es capaz de recoger la herencia cultural y defenderla, y también para la otra parte de la masa que si no comprende ahora a los artistas será elevada a ellos por la revolución que le imponga otros sistemas de vida, más a tono con la condición humana” (39).
            Le exige al escritor contemporáneo que tome una actitud concreta frente a los conflictivos y peligrosos acontecimientos internacionales. Ya en esos momentos, en 1936, en Italia y en Alemania había triunfado el fascismo, y muchos artistas, como Ungaretti, Puccini y Marinetti lo apoyaban. Una parte de la burguesía en Europa y Argentina también se había fascistizado. Muchos escritores progresistas y comunistas habían emigrado, particularmente de Alemania, o habían sido expulsados por el gobierno, como el caso de los hermanos Mann y Bertold Brecht (40). Frente a esta situación, explica Tuñón, las izquierdas tenían un programa de defensa: “acabar con la desigualdad económica e imponer la libertad sin trabas” (41).
            Ese congreso del Pen Club de 1936 les había permitido descubrir a los escritores “emboscados”, que eran los que defendían la no ingerencia en la discusión política y el arte puro (42). Los emboscados hablaban siempre de su “angustia”, mientras trataban de mantener sus privilegios pequeño-burgueses dentro del sistema. Cree que dentro de esta situación, los que se mostraron más dignos entre los escritores argentinos, fueron Victoria Ocampo y Eduardo Mallea, a los que insta a seguir trabajando dentro del Pen Club para atacar a los escritores fascistas y reaccionarios. Raúl aclara que él habla como comunista y urge a los escritores a formar el frente intelectual, e informa que muchos escritores demócratas, liberales y católicos, como Bergamín y Maritain, ya han firmado manifiestos contra el fascismo (44). El objetivo principal de Tuñón es demostrar que no se puede separar el arte de la política, particularmente en esa hora en que los hechos históricos exigían del artista una definición. Debían unirse a los proyectos liderados por los partidos políticos progresistas y revolucionarios, y formar un frente común para defenderse de la agresión fascista, identificada como el enemigo principal, que amenazaba tanto a las democracias liberales como al comunismo.
            Tuñón da una batalla intelectual contra el ala de derecha del Pen Club. Luego de asistir, en 1935, al congreso de la Asociación Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura en París, había ayudado a crear una sección local en Argentina, la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores) para luchar contra los escritores de derecha. Explica que su posición es clasista, y que se adhiere a la clase trabajadora porque, considera, es “…la que está llamada a suceder como clase dirigente y creadora a la clase trabajadora burguesa en descomposición” (51). La clase trabajadora es la única que le ofrece un lugar digno al intelectual, al que la sociedad burguesa desprecia. El Frente Intelectual denuncia la prohibición de determinados libros y revistas, y la persecución de intelectuales y escritores en Alemania, Italia, Polonia, Brasil, y otros países.
            Tuñón se comporta como un escritor e intelectual valiente y militante, no teme a las represalias, y busca el modo de ir a España, ya comenzada la guerra civil, arriesgando su seguridad personal. Una vez allí su militancia aumentará, será amigo y colaborador de Neruda y se asociará a los poetas que defienden la causa republicana. Los otros dos libros que escribe sobre este tema son resultado de esta experiencia en el frente de guerra, particularmente en Madrid: las crónicas poéticas de Las puertas del fuego (Documentos de la guerra en España), 1938 y el libro de poemas La muerte en Madrid, 1939.
            La muerte en Madrid es un libro escrito como respuesta a los acontecimientos bélicos, para tratar de mantener vivo el espíritu de lucha de los españoles, a pesar de la derrota que están sufriendo los republicanos; dice en su dedicatoria: “Caído Madrid, traicionados miserablemente los comunistas, sus verdaderos defensores, este libro sigue teniendo para su autor un valor permanente. La resistencia heroica de Madrid será el hecho inolvidable de la guerra española y los leones de la Cibeles verán, sin duda muy pronto, el alba de la revancha” (8).Todo el libro mantiene ese espíritu utópico que señala Sarlo en Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, en que destaca que los escritores consideran la guerra civil como una “derrota victoriosa” (132). Este sentimiento informa este poemario y le da un sentido trágico. Su tono es repetitivo y algo grandilocuente: el hecho poético se propone elevar la autoestima de los españoles y los combatientes, y afirmar que esa guerra continuará y con el tiempo las fuerzas populares van a ganarla. Canta con insistencia los hechos de valor y él mismo se autoafirma como poeta y representante de América en España; dice en su poema “Madrid”: “Lágrima abierta, corazón adentro,/ estoy al fin bajo tus arcos mártires./ ¡Descúbreme otra vez! Yo soy América.”, y “Capital del coraje, capitana,/ sin secretos, desnuda, sin orgullo,/ te apareces ahora con un viento/ de pólvora final y nuevo mundo”(13-4).
            Madrid aparece personificada, es una ciudad heroica que se defiende y sufre. Dice: “Vieja ciudad que muere porque vive,/ nueva ciudad que vive porque muere,/ ciudad que por la muerte da vida/ inaugura la vida de la muerte” (15). Si bien éste es un libro sincero y sentido, y es real su duelo ante la caída de Madrid, González Tuñón encuentra un modo mucho más persuasivo para expresarse en los poemas en prosa de Las puertas del fuego. Mientras en La muerte en Madrid se refiere a los hechos históricos de manera general y simbólica, en Las puertas del fuego Tuñón recurre a la crónica, y como cronista y poeta descubre su propia voz para escribir un libro de gran nivel estético, que ha sido muy poco reconocido y estudiado aún. En este libro crea alegorías para iluminar la poesía y la historia española, presenta personajes populares y los trae a la vida, y destaca el impacto del paisaje español en su gente.
            “7 de noviembre” es una fantasmagoría en que anima a poetas españoles de distintas épocas, incluidos Quevedo, Fray Luis, Gracián, Lope de Vega y Góngora. Intervienen luego García Lorca y Cervantes. Entra Don Quijote, y con él todos los poetas se incorporan y, juntos, se ponen a observar la ciudad de Madrid en lucha contra “los agentes del extranjero, los generales traidores y la tropa mercenaria” (19). Don Quijote alza su lanza y los guía en la defensa, hasta que con su ayuda “los bravos del pueblo” logran detener “la avalancha” de los enemigos. Luego de esta ayuda providencial al pueblo, el espíritu de sus poetas, satisfecho, se retira, y vuelven “a su mundo de perfecta sombra” (20). La fantasmagoría es convincente y emociona al lector.
            En otro poema habla de los ríos de España y enumera sus regiones de bellos nombres, todas las cuales tienen ríos. El marcha por el campo de España y ve el cauce de un río seco, “…sin agua, sin peces, sin sauces llorones, sin narcisos, sin lavanderas, sin botes, sin ahogados, sin recreos, casi sin nombre…” y, de pronto, su compañero de viaje, un brigadista, le llama la atención: se aproxima un torrente que amenaza arrastrarlos. Se ponen a salvo y lo contemplan: es un torrente rojo, el río de la sangre. Luego, como por milagro la sangre se licua y se vuelve transparente: se hace agua. “Con la madrugada salió el sol –dice-. Era el primer día de España, el último de la creación” (33). Había presenciado simultáneamente el génesis de España y su destrucción.
            En “Teoría de la guerra” afirma el poeta que la guerra no es únicamente matar o morir, porque “cuando hay guerra todo está en guerra” (37). En la guerra no sólo hay muerte: los niños juegan y los soldados aman. En su descripción la guerra es un acontecimiento enteramente humano. En medio de la guerra la gente se esfuerza por vivir. Dice que en la ciudad de Madrid ya “…no hay mendigos. Tampoco hay horchateros ahora que es primavera…Hay el amor en las calles, sin sobresaltos, lo que también es muy de la guerra. El amor, un equilibrio entre la guerra y la muerte” (38). Mientras en La muerte en Madrid predomina el himno y la elegía trágica, este otro es un libro en que la nota principal es la ternura de cada situación humana: el hombre contagia todo con su humanidad. Aún cuando destruye o mata siempre hay en él una esperanza redentora. Encuentra en la ciudad acechada mucha dignidad, no sólo en los soldados que la defienden, sino también en sus habitantes: sus mujeres, sus chiquillos: “Hay algo de enamorado en el aire, en el estruendo!”, dice (38).
            Muchos de los poemas son soliloquios del hombre sensible ante una situación extrema pero heroica. Su tono es confesional, el poeta siente gratitud por poder vivir y testimoniar esa guerra que, si se gana, puede cambiar el destino de la humanidad. Así, en “De la muerte en Madrid” dice: “No conozco a la muerte. Nunca he visto su cara sin ojos, sin orejas, sin boca, sin remedio. He oído, sí, sus pasos de plomo derretido…No me quejo. Estoy cercado de temores y de soledad. Cercado. Una primavera de pájaro y metralla está creciendo y yo, acostado cerca de la muerte, pienso que ella es tan viva ahora, y fundamental, tan decisiva. ¡Tan revolucionaria!” (49). Sin perder contacto con la situación histórica el libro se desliza por momentos hacia lo metafísico. Describe situaciones durante los ataques nocturnos que sufren, cuando pasan los obuses sobre sus cabezas, su experiencia en una trinchera en el frente, los momentos en que los soldados cantan y dicen poemas, la reacción de los niños ante los ataques aéreos, que viven como un juego, el coraje de las madres cuando pierden a sus hijos. Dentro de la trinchera describe lo que ve: “Estoy en una zona de guerra. Esto no es nada del otro mundo, pero estoy en una zona de guerra. Todo me parece verdaderamente misterioso, como el hecho de vivir” (60).
            En este libro el cronista de guerra experimentado que era Tuñón se encuentra con esa vena lírica y sentimental que ya había mostrado en otros libros, como La calle del agujero en la media y los poemas de Juancito Caminador. Logra sintetizar la imagen surrealista y la observación militante. En otra crónica las ametralladoras fascistas tirotean el edificio de la Telefónica y mueren varias mujeres; el novio de una de ellas enloquece de dolor; mientras, dice el poeta, “murió un pajarito que cantaba en el tercer piso de la casa vecina, un guardavía que iba a ocultarse al Metro y un niño asomado a una ventana con un libro, y una mariposa” (65). El poeta testimonia simultáneamente la tragedia y el hecho poético, que es inextinguible. La enumeración vanguardista le permite comunicar al lector un profundo sentido lírico en medio de la pérdida.
            En la crónica “Cuando los soldados cantan” describe una escena en que están los campesinos trabajando en un campo que hacía pocas horas había sido escenario de lucha. Va él con un soldado poeta a la línea de avanzada. Allí se encuentra con lo que denomina “la parte vital de las masas”: obreros, campesinos, estudiantes. Los soldados leen en el frente el periódico comunista. A la noche se van del frente. Mientras salen, arriva un grupo de soldados cantando “La Internacional” (72).
            Tuñón logra mostrar en sus descripciones los rasgos de cotidianeidad de una sociedad en pie de guerra. La guerra en este caso es un acto desesperado por defender lo que uno ama y ve amenazado. Estos soldados republicanos se humanizan al luchar por su patria. En medio de la lucha Tuñón descubre ternura y belleza. En la crónica “Los camiones” cuenta como llegan los camiones al frente, transportando víveres y municiones. Dice el poeta: “Nunca imaginé que el paso de un camión iba a estremecerme en una mezcla de angustia y de ternura. Los camiones son verdaderamente hermosos.” Estos camiones traen a los soldados medios para defender a su pueblo y sobrevivir. Dice: “Cuando un camión transporta víveres a Madrid puede ser de diversos colores. Se descubre fácilmente en toda su importancia las patatas, las cebollas, las bolsas de arroz, los botes de conservas, los tomates, las naranjas, ¡toda la tierra!”(86).
            La guerra y el peligro parecen estimular su apreciación estética. Esos momentos magnifican sus observaciones vitales. El ser humano se siente justificado, sabe que está defendiendo algo que es más importante que su propia vida: un ideal social, el lugar de su grupo en la sociedad futura. Vista así la guerra promete el progreso, encierra en germen las posibilidades de una gran revolución, que transforme la organización social para crear una sociedad más justa y equitativa. Este ideal de justicia aparece claramente en la crónica “Los campesinos”: allí describe el mundo de servidumbre en que éstos habitaban y cómo la guerra les trae la liberación. Dice: “Eran los más pobres. Los campesinos. Los servidores de los duques o de los grandes propietarios. Parecían engendrados por la piedra, por la tierra dura y parda, por un hermoso dios de silencio y de fuego (89).” Uno de ellos le comenta su historia de trabajo y lo que ocurría en esos momentos; dice: “Hoy, España en guerra, invadida por los extranjeros aliados a los señores, nosotros seguimos trabajando. Ahora trabajamos para la guerra. Es decir, para nosotros, para nuestros hijos, para nuestros nietos, para el hombre, en fin, que es el dueño de la tierra que le da la vida y la muerte” (89-90). El campesino cree que en el futuro vivirá en una patria sin patrones, en que el fruto de la tierra será repartido entre todos sus hijos, y siente un “estremecimiento gozoso”.
            Mientras Raúl trata de darle a la experiencia terrible de la guerra un sentido lírico, busca enseñar al lector sobre las luchas de un pueblo y elevar su conciencia de clase; el mensaje es: hay que defenderse y detener al fascismo; cruzarse de brazos es cometer suicidio; es fundamental luchar, cueste lo que cueste. El poeta en todo momento muestra su propio valor y dice no tener miedo ante los bombardeos, a pesar que vive muchos momentos en que su vida peligra. Aquellos que aceptan morir en la guerra, defendiendo al pueblo, tienen una muerte hermosa, y son recompensados con el cariño del pueblo, que los considera sus héroes. Dentro de estos mártires se encuentran extranjeros, mujeres y hombres, como la aviadora que “había venido a España, a la guerra y a la muerte, porque odiaba la guerra” y muere en combate (134), y el médico de una brigada, que no hablaba bien el español, y muere cumpliendo con su deber, para ser luego velado y homenajeado por el pueblo (142).
            Tuñón explica el propósito que lo anima en este libro en el poema titulado “Un día primero de mayo”. Allí evoca a todos los trabajadores héroes que a lo largo de la historia lucharon en los levantamientos populares; dice: “¡Venid! las viejas sombras queridas. Los héroes de los primeros levantamientos populares. Aquellas desgarradas banderas…Los caídos en tantas jornadas…Los autores de los primeros himnos del pueblo…¡Quiero un poema tan desmedido y tan fino como esta guerra!” (113). Hace una historia poética de las luchas populares, muestra cómo los trabajadores han logrado unirse y encontrar ideales comunes. La historia de la humanidad es una historia de conflictos y luchas, y su lógica los conduce hacia la liberación. Las fuerzas reaccionarias tendrán que retirarse o serán vencidas. La moral colectiva les muestra que luchar es bueno cuando se lucha por una causa común. Esta es una moral revolucionaria, una moral de clase. Están luchando y el futuro será de más lucha, porque están enfrentadas fuerzas irreconciliables.
            Tuñón concluye el libro hablando de su salida del frente y su regreso a París. En esos momentos se siente un poco vencido, porque se ha alejado de la zona de combate y se reconoce “simplemente escritor”, aunque sabe que algo muy íntimo, muy suyo e indescriptible, se ha quedado con esa gente que lucha. Dice: “Pero siento ahora que algo se me ha muerto, como un hijo, un sueño, no sé qué, no soy el mismo, el otro que fui, algo se ha ido, siento una voz ausente, una sonrisa, cualquier cosa que se me ha muerto demasiado pronto”(181). Su experiencia en la guerra se pareció al amor. Confiesa su amor a España y a su gente, y rescata todas las cosas que vivió, junto a los artistas amigos y al pueblo. La experiencia de la guerra lo ha transformado profundamente. Dice en “Regreso a América”: “Si escribo sobre España es porque España es lo que más me impresiona en mi tiempo…” (187). Cita a muchos artistas comprometidos que estuvieron con España cuando los llamó la hora; algunos tomaron las armas, como Malraux, jefe de Escuadrilla, y Siqueiros, jefe de Brigada, y otros lucharon desde su profesión, como Neruda, Picasso y él mismo.
            Cierra el libro con los discursos que pronunció como delegado en el Segundo Congreso Internacional de escritores, en su apertura, en Valencia, y en su clausura, en París, en julio de 1937. Al primero lo titula “España en América” y al segundo “Los escritores y España”. En el primero de estos discursos Tuñón  dice que está en España en representación de los escritores de su patria, que vienen a apoyar a España en su lucha contra el fascismo internacional. Considera que todos los países de habla hispana constituyen un bloque. Felicita a México por su apoyo a la República y critica a Brasil, cuyo gobierno simpatiza con el fascismo. Cuando se anunció la caída de Madrid el pueblo argentino se lamentó por el sufrimiento del pueblo español, y repudió al “traidor Marañón”, que fue “obligado a abandonar la tierra americana” (196). Saluda a Antonio Machado, por su coraje, y recuerda a Federico García Lorca, con el que había mantenido una buena amistad personal durante su viaje a Madrid en 1935.
            En “Los escritores y España” González Tuñón dice que varios poetas americanos, como él y Pablo Neruda, su amigo, presente en el congreso, habían vivido en España antes de la contienda civil y “nos consideramos españoles sin dejar de ser americanos” (199). Aclara que su apoyo a la causa de la República es incondicional. Mira con esperanza a Francia y a la Unión Soviética, en cuyo liderazgo confían él y sus colegas. Anuncia la creación de un comité de propaganda con sede en Valencia, vinculado al que ya existía en París, para encauzar la ayuda de los distintos países al gobierno de la República. Explica que manejar la pluma en esas circunstancias es como manejar un arma, y que el escritor no debe mojar su pluma en tinta, sino “en la sangre” (201). Si bien ellos son las “Brigadas de choque del pensamiento internacional”, lo que en esos momentos hacía falta para vencer eran víveres y armas, porque se está jugando “el destino del hombre” (202). Tuñón entiende que es fundamental detener al fascismo en España, ya que si no lo hacen peligra toda Europa, y la situación es tan grave que necesitan apoyar a la República no sólo con palabras, sino también con recursos materiales.
            Tuñón supo durante la guerra civil asumir como poeta, periodista e intelectual el urgente llamado de su hora. Su actuación marca el mejor momento de su militancia política, representando a los escritores de su patria. A fines de 1937 sale de España y viaja a Chile donde, junto con Pablo Neruda, funda la Alianza de Intelectuales. En 1939 caería la República española. Poco después Hitler invade Checoslovaquia y Polonia y comienza la Segunda Guerra Mundial. El poeta decide radicarse en Chile, donde funda el diario comunista El siglo y vivirá durante los próximos cinco años. Continúa intensamente su militancia política durante los años de la Segunda Guerra. Publica en 1941 Canciones del Tercer Frente, y en 1943 Himno de pólvora (Orgambide 167-73). En 1943 muere Amparo Mom, su esposa, con quien había viajado por España, y poco después su hermano Enrique, en Argentina. El golpe militar de ese mismo año en su país cambiaría la situación de las izquierdas. Aparecida la figura carismática del Coronel Perón, quien rápidamente forja un vínculo fuertísimo con la clase trabajadora, el Partido Comunista pierde influencia. Perón, respaldado por el Partido Laborista, lidera en las elecciones presidenciales de 1946, que gana con un voto mayoritario de la población. El Partido Comunista decide apoyar a las fuerzas opositoras a Perón, a quien considera un oportunista filofascista (Mirkin 75-6).
A su regreso a Argentina en 1945 González Tuñón comienza una nueva vida y una nueva etapa poética (Orgambide 187-92). Queda atrás la década del treinta, probablemente la etapa más prolífica y brillante de su vida y su carrera literaria. Durante esa década descubrió una voz poética original en La calle del agujero en la media, creó el personaje de Juancito Caminador, y encontró para sí un importante papel como cronista e intelectual, que le permitió transformarse en un digno representante de los escritores de la izquierda argentina durante la Guerra Civil española. Sus libros, particularmente 8 documentos de hoy, 1936, y Las puertas del fuego, 1938, lo muestran como intelectual ágil, valiente y combativo, y como un poeta que creó un modo poético original en prosa, al que podríamos denominar crónica poética, para expresar el heroísmo del pueblo español en la guerra, en un lenguaje de imágenes que lo exalta y lo honra en su coraje y su humanidad.


Bibliografía citada

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Vilar, Pierre. La guerra civil española. Barcelona: Editorial Crítica, 1986. Traducción de
            José Gázquez.



Publicación: 

Alberto Julián Pérez, 
“Raúl González Tuñón y la Guerra Civil española”. 
Carmen de Mora, Alfonso García Morales, Eds. 
Viajeros, diplomáticos y exiliados. Escritores
hispanoamericanos en España (1914-1939). 
Bruxelles: Peter Lang, 2012. 
Tomo 2: 395-414.