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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Monsiváis enseña a escribir


                                                                    Alberto Julián Pérez ©


     Carlos Monsiváis publica Días de guardar en 1970. El libro, que reúne crónicas originalmente aparecidas en periódicos entre 1965 y 1970, lo consagra como una figura mayor en las letras de su país. Monsiváis, notable prosista, es, junto con el uruguayo Eduardo Galeano, uno de los dos escritores más influyentes en Hispanoamérica por su contribución a los géneros periodísticos durante las últimas décadas del siglo veinte. Sus ensayos han logrado trascender el ámbito del periodismo para ingresar en el espacio de la literatura. Carlos Monsiváis ha visto en la crónica extraordinarias posibilidades expresivas, dada la versatilidad del género para analizar e interpretar la vida cotidiana, los cambios sociológicos e históricos de la sociedad, y sus transformaciones políticas. En sus crónicas periodísticas Monsiváis muestra la dinámica de la sociedad de masas contemporánea, dándole voz a los intereses de nuevos sectores sociales y un espacio crítico al sentir de la intelectualidad de su patria. 
     Las crónicas de este libro son, por su temática, una historia personal de la sociedad mexicana en la década del sesenta. Monsiváis registra la insurrección juvenil y las marchas estudiantiles en “La manifestación del Rector” y “La manifestación del silencio”, analiza la vida política regional en “Las ceremonias de Durango”, el fenómeno del arte pop en “Raphael en dos tiempos y una posdata”, estudia la sociedad de masas en “Imágenes del tiempo libre”, contrasta las interpretaciones culturales de los países desarrollados con las prácticas sociales de los países subdesarrollados en “El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde [Notas del Camp en México]” y “México a través de McLuhan”, y critica al periodismo mexicano en “Más hermosa y más actriz que nunca [Notas sobre las páginas de sociales]”. El enfoque de sus crónicas trata de ser amplio. Su punto de vista es el de un periodista joven (nacido en 1938, en esa época ronda los treinta años de edad), no conformista, singularmente culto y bien informado, que se identifica con los intereses y el sentir de la juventud estudiantil rebelde. Ejerce su crítica sobre todos los grupos, aún sobre los jóvenes rebeldes y los sectores liberales y de izquierda a los que pertenece por su formación y sensibilidad. Practica así un periodismo independiente e inspirado, y recurre a la sátira y la burla para discutir inclusive los problemas más serios.   
     En sus escritos plantea razonamientos complejos y emplea vocabulario culto. Trata de llegar a un público lector amplio. Como periodista defiende los intereses de ese individuo anónimo que es el ciudadano de la sociedad civil moderna. Constantemente aparecen animados en sus crónicas los sectores sociales populares (Egan 39). Ataca a aquellas instituciones que no reflejan los intereses del pueblo o lo traicionan, particularmente el gobierno y sus representantes políticos. Trata de elevar la conciencia y el saber de los lectores, denunciando instituciones deformadas y modos culturales que contribuyen a la alienación del público, en una sociedad masificada por pautas de consumo “internacionales”. Sus cuadros llenos de “color local” muestran las limitaciones de la sociedad nacional mexicana, en un aquelarre grotesco de personajes tragicómicos que luchan por sobrevivir en un medio en el que muy pocos defienden valores sociales justos o confiables. 
    Monsiváis ve la sociedad mexicana moderna como una tragicomedia coloreada por los matices del subdesarrollo, donde los sueños de poder se confunden con las ilusiones de redención social de sus sectores más desprotegidos. Sus cuadros dinámicos, plásticos, presentan a seres moldeados por la vorágine de la vida colectiva, en ese gran centro cosmopolita que es la ciudad de México. La ciudad y sus habitantes forman parte de un todo indisoluble. La vida social aparece mitificada y proyectada en la pantalla de los sueños colectivos de las masas, a los que Monsiváis interpreta, mostrando sus aspiraciones. Da a sus lectores un sentido de pertenencia histórica. Los sucesos conforman un cuadro temporal móvil, y el cronista ausculta el pasado para interpretar el hecho histórico, analiza el presente y prevé sus consecuencias futuras. Así enriquece la comprensión del problema planteado y lo explica con criterio sociológico. Como tal sus observaciones tienen una validez que excede su sentido circunstancial, formando una interpretación cultural original de la vida y la cultura mexicana. Sus crónicas ingresan en la “institución literaria” y su prosa se transforma en modelo de expresión analítica, reflexiva y sintética.
     Si bien sus escritos no pueden ser considerados como parte del universo de la ficción, enriquece la literatura con personajes colectivos, que son sectores fundamentales del pueblo y la sociedad mexicana, a los que los escritores literarios de nuestra sociedad burguesa, más interesados en el individuo y en la familia que en los sujetos colectivos, tienen muchas dificultades para representar. La sociedad nacional de sus crónicas nos sorprende, tanto por el modo en que la representa, como por el sentido, las ideas, intereses y motivaciones que descubre en la misma. Documenta la vida social mexicana en sus matices más diversos, y da a sus cuadros vivos una dimensión interpretativa y profundidad intelectual excepcionales, como sólo un escritor dotado puede hacer. Su prosa adquiere carácter experimental para hablar de la vida cotidiana, capta con frescura el habla de la calle, y enmarca sus descripciones con ironía y sutileza, valiéndose de un lenguaje estilizado y juguetón.
     En su crónica sobre las páginas de sociales, “Más hermosa y más actriz que nunca” discute y pone en clave moderna la afirmación del poeta Carlos Pellicer de que el pueblo mexicano “... tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor por las flores” (131). Monsiváis procede a reinterpretar esta afirmación de una manera insólita. Dice que si vertimos esta sentencia “...en los moldes del periodismo nacional” se pueden fácilmente identificar dos revistas del momento, Confidencias y Alarmas, que traducen en la nota sentimental y la nota policial este amor a las flores y el gusto por la muerte. Su objetivo es denunciar la superficialidad del periodismo que, lejos de formar un espíritu crítico en el público, alimenta sus instintos más bajos. La deformación del gusto del público lector es resultado de las vicisitudes de la vida en un país subdesarrollado “...en que se fomenta o se inventa un público que ignora y desprecia la necesidad de informarse y se nutre de la mitomanía...” (132). Advierte en este artículo que los males que él indica en el periodismo no concluyen en la página de sociales y en la nota roja, y que sus observaciones deberían extenderse a la sección deportiva, y llamar la atención sobre ese periodismo conformista, sumiso y corrupto que se dedica a la adulación del “Establishment” y los grupos en el poder.
       Monsiváis, además de denunciar las debilidades del periodismo nacional, se propone analizar la página de sociales y la nota roja como síntoma y explicación de muchos de los problemas que aquejan a su sociedad. En ese proceso el ensayista se vuelve sociólogo, interpretando las conductas de su pueblo en la era de la sociedad de masas. Considera a la nota roja la “catarsis elemental” del mexicano, que se purifica leyendo sobre los crímenes detallados en las crónicas policiales, identificándose con el sufrimiento de las víctimas. El mexicano se siente atraído por la vida sórdida de los barrios bajos. Aún más significativa es su fascinación con las notas de sociales. En una sección subtitulada “El neoporfirismo como humanismo”, sostiene que para entender el por qué de esto es necesario observar bien a la sociedad que lo hizo posible. Según él: “Los treinta años de poder de Porfirio Díaz...aliados a las décadas de dominio de la Revolución Mexicana reafirmaron la confianza en una casta suprema, una elite más allá del paisaje...” (135). Cree que esta elite sobrevivió al porfiriato, y se afianzó en el poder durante el proceso de institucionalización de la Revolución. Ese proceso se consolidó con la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el gobierno del General Cárdenas. Considera que en esa época la Revolución como “estado agitativo” terminó y la sociedad volcó su interés en “las fiestas”. La página de sociales cobró más importancia, coronando las alianzas de clases (135).
     Monsiváis asocia la Revolución al porfirismo y ve la historia mexicana como un proceso continuo, en el que una casta aristocrática ocupa posiciones en el poder y logra retenerlo independientemente de los cambios de ideología. Considera al porfiriato como una etapa clave, si bien negativa, sobre la que es necesario reflexionar para entender la formación de la nación moderna. Dice: “La perspicacia ramplona que acompaña siempre al poderoso de nuevo cuño, ha designado Piedra de los Orígenes aquel esfuerzo colosal de tres décadas, no porque se le conceda la construcción de una aristocracia espiritual, talento que excedía con mucho los talentos de la corte positivista, sino porque preparó al pueblo para acatar la existencia física de una aristocracia y dispuso, con previsora habilidad, las condiciones permanentes de la ingenuidad mexicana”(137). En su explicación notamos su ironía y su burla al criticar a la “corte positivista” del porfiriato y dar a entender al lector que sus miembros lavaron la mente al pueblo, sometido a tal extremo, que se volvió ingenuo y complaciente. Denuncia así a aquellos que utilizan y victimizan al pueblo, y se propone como su defensor.
     Al leer las páginas de sociales el individuo de clase humilde se siente vinculado a una jerarquía y a una casta, a un orden supremo de vida presidido por la ostentación de riqueza como valor máximo (Gelpí 211). Cuando anuncia una boda o un cumpleaños en ese mismo medio, siente que está estableciendo sus derechos, su posibilidad de acceder la riqueza. Por otro lado, los “jet setters”, que publican en esa misma página, creen que ya están viviendo en una sociedad opulenta como la del primer mundo. De este modo, pobres y ricos se encuentran en las páginas del periódico, tanto en las notas de sociales como en la nota roja. En esta última el rico lee los crímenes horribles de los pobres y se alegra de no estar en su lugar, y los pobres sienten que el submundo en el que viven de pronto adquiere importancia, sus cinco minutos de fama, aunque más no sea por relatarse sus horrores. Monsiváis concluye la crónica volviendo a su acusación de la sociedad moderna de los sesenta como neoporfirista, diciendo: “El neoporfirismo ha incrementado y vigorizado su herencia. Al Orden y al Progreso se le ha añadido la Figura” (142). El neoporfirismo, por lo tanto, solo ha agregado al porfirismo pre-revolucionario un nuevo modo retórico.
     Al analizar el sentido de la página de sociales y de la nota roja Monsiváis indaga en el alma popular e interpreta críticamente la historia mexicana, desmitificándola con su buen periodismo (precisamente lo contrario que hace el mal periodismo, que tiende a mitificar y crear falsas ilusiones en los lectores). Este periodismo tiene por misión decir la verdad aunque duela, y además atacar al autocomplacido “Establishment” de su país. Si bien Monsiváis concede gran importancia a la forma, al estilo, en sus crónicas, está muy lejos de hacer un culto de la forma. Una de las más originales de este primer libro es la que publicara en 1966 a raíz del artículo de la ensayista norteamericana Susan Sontag, “Notes on Camp”. La crónica, titulada “El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde [Notas del Camp en México]”, es una respuesta, y también una burla tercermundista al artículo de Sontag. Monsiváis, lejos de mostrar devoción ante las observaciones de la teórica norteamericana, expone la enorme distancia que separa a Estados Unidos de sus vecinos mexicanos, poniendo en evidencia cómo el pretendido universalismo cultural hegemónico norteamericano se enfrenta con una barrera infranqueable: el subdesarrollo. Si se contraponen los enunciados de Sontag a las vicisitudes del tipo de sociedad que genera la pobreza, son parcial o totalmente falsos, y casi siempre ridículos.
      El primer cuestionamiento que le hace al artículo es su interpretación formalista del fenómeno “Camp”. Dice Monsiváis, citando a Sontag: “Camp...es el dandismo en la cultura de masas. Camp es...el predominio de la forma sobre el contenido...Camp es una manera de ver el mundo como fenómeno estético (172).” Dadas estas afirmaciones es evidente que para la ensayista norteamericana la sensibilidad “Camp” es despolitizada o apolítica. Y le plantea la primera objeción: “¿No es fraude o traición la sensibilidad apolítica en México(172)?” Sontag cree que el “Camp” no tiene una actitud polémica, pero para Monsiváis la polémica no puede ser evitada al considerar el caso mexicano. La cuestión del “Camp” plantea en México el sentido de la inocencia. Dice: “... acudir a la sensibilidad Camp en países donde la ideología oficial rechaza a la frivolidad en nombre de la solemnidad y rechaza a la seriedad en nombre del equilibrio, equivale a sustentar una polémica en torno a la inocencia (172).” Y al buscar el sentido de la inocencia en México uno se encuentra con la política, pues habría que saber si esa inocencia fue impuesta desde arriba o heredada, o elegida libremente por el pueblo. En su artículo Monsiváis demuestra que la clase política estiliza y vacía de contenido sus mensajes como una forma de demagogia. También la Revolución Mexicana perdió su significado, se convirtió en gesto vacío, en monumentos públicos y en desfiles. La voluntad de estilo pasó a suplir la muerte del impulso original revolucionario. En México se reemplaza la falta de contenido con la sobreabundancia de escenografías (178).
     Luego analiza el caso de artistas populares que podrían ser considerados “Camp”, como Jorge Negrete y Agustín Lara. Monsiváis hace una lectura política de la relación que estos artistas tuvieron con la sociedad mexicana. Dice de Lara: “...encontró en su ideal del artificio el anhelo de prestigio de una clase media, su hambre de sutileza y distinción espiritual (184).” Termina su crónica citando argumentos en contra y a favor del uso de la sensibilidad “Camp” en México. Entre los negativos, que el nivel cultural de las masas descendería si se remplazara el contenido por la forma, y que “Una cultura débil, que no ha sabido asimilar influencias, que vive al día, no se puede permitir puzzles como el Camp, que le obliguen a manifestar una ductilidad o una flexibilidad intelectuales que le son ajenas (191)”. Entre los argumentos a favor, que un país acuciado por la injusticia podría encontrar en la visión cómica del mundo que propone el “Camp” la posibilidad de la revancha. Muestra con su proceder cómo adaptar una teoría foránea, ajena, con madurez, y cómo mantener un escepticismo saludable ante las interpretaciones culturales que importamos del primer mundo.
     Repite esta aproximación crítica al analizar las teorías de la “villa global”, del pensador canadiense Marshall McLuhan, en “México a través de McLuhan”. Enfrentadas al medio social cerrado, provinciano, prejuicioso y elitista de la sociedad mexicana, las teorías mediáticas y cibernéticas de McLuhan son disparates que provocan risa en el lector. Monsiváis cita ideas claves tomadas de los libros del pensador, y pone sus palabras y temas de discusión en boca de personajes de México que entienden todo al revés y los interpretan a su gusto. Con respecto al concepto de que la interdependencia electrónica recrea la villa global, dice uno: -¿Villa Global? ¿De qué me habla? Mejor respóndame:¿ha estado usted en el Tlaquepaque? Esos son Mariachis. ¿Ha estado usted en el Mezquital? Esos son pobres (366).” Frente a la cuestión local y al orgullo nacional no hay villa global que valga, los pueblos no pueden ir más allá de su horizonte de comprensión, determinado por sus experiencias históricas. Intelectuales como McLuhan no han puesto sus teorías al alcance del pueblo ni las han enfrentado con la  vida cotidiana. Al hacerlo, notamos de inmediato el divorcio entre el intelectual de gabinete y el pueblo, razón por la cual seguramente Monsiváis prefirió el periodismo a la literatura o la cátedra. El periodista tiene la habilidad de llevar la cultura y el libro a la calle, y regresarlo imbuido del sentido y de la problemática humana del ciudadano común.
     En su crónica “Imágenes del tiempo libre” Monsiváis analiza, a partir de su observación de la marcha del día del trabajo, un primero de mayo, en Tijuana, liderada por la Confederación de Trabajadores, cómo se emplea el tiempo libre en México y qué consecuencias tiene para la organización social del país. Lo primero que nota es que el tiempo libre se distribuye según las posibilidades económicas de la población. El tiempo libre es particularmente valioso para la juventud, pero el concepto de juventud es clasista. La categoría de “teenager”, el adolescente juguetón e irresponsable, sólo existe en la clase alta y en la clase media: no hay “teenagers” en el proletariado ni en el campesinado (147). La juventud, como etapa en que el individuo disfruta de una libertad especial y posibilidades de aventura, es resultado del tiempo libre, que lo libera del trabajo. La existencia del tiempo libre en la sociedad de masas contemporánea es reciente: implica que uno puede planificar su futuro y tiene cierto control sobre su vida, uno puede invertir el tiempo para provecho personal. Pero para poder hacerlo es necesario tener un proyecto vital. ¿Y quiénes lo tienen? Los jóvenes de la clase media, educados. Los obreros carecen de un proyecto vital independiente. El uso del tiempo libre se transforma para ellos en un ritual. Los jóvenes proletarios se encuentran con los amigos en un espacio celebratorio, sea la cancha de fútbol o la taquería o el bar donde conseguir sexo barato. Este espacio ritual equivale al tiempo libre “de las clases económicamente débiles” (149).
     Para la clase media “el tiempo libre se profesionaliza” (150). La vida de la clase media gira alrededor de la preocupación por el status. Esta preocupación se vuelve absoluta y los domina. Para los ricos, en cambio, el tiempo libre es escenografía: significa un fin de semana en un balneario de moda, o una tarde en el “Country Club”. Si el tiempo libre tiene un sentido diferente, según la clase social a la que se pertenece, también cambia su sentido de un país a otro. Monsiváis tiene tanto en cuenta la clase social como el grado de desarrollo económico de la sociedad. En una sociedad subdesarrollada, como la mexicana, el tiempo tiene un sentido especial: es tiempo fragmentado, inacabado. Dice Monsiváis: “¿A qué equivale el subdesarrollo sino a la fragmentación del tiempo, a su inacabamiento ...? El tiempo del subdesarrollo suele ser, en cuanto a forma, circular...Es circular...porque la imitación se suple con la imitación, porque los procesos históricos jamás concluyen, jamás la rebelión da paso a la independencia, jamás la insurgencia culmina en la autonomía” (152). Esto habría llevado a México a la frustración de sus procesos históricos: la Independencia, la Reforma y la Revolución se frustran, se suspenden las grandes ideas históricas. Esto afecta no sólo la vida pública, sino también la vida privada: si el país no accede a la autonomía plena, tampoco el ser humano puede hacerlo.
     Estas observaciones y propuestas interpretativas de Monsiváis son sumamente originales y perceptivas, y le dan un lugar especial como filósofo de la cultura. Demuestran como el buen periodismo, llevado por la pluma intuitiva de un escritor talentoso, puede suplir vacíos interpretativos de las ciencias sociales, extremadamente dependientes de los estudios de teóricos del primer mundo, con observaciones y propuestas originales, de un valor teórico incuestionable. Este periodismo, este articulismo de la prensa latinoamericana, publicado luego en libros y elevado al rango ensayístico, ha sido clave en la formación del ensayo de interpretación nacional durante el siglo diecinueve, con plumas como las de Lizardi, Sarmiento, Montalvo, González Prada, Martí, Hostos. El género mantuvo su vigencia en el siglo veinte con la labor de “cronistas-pensadores” como Galeano y Monsiváis, y ha ayudado a elevar la educación y la conciencia de las masas y la opinión pública a través de su proselitismo libertario. 
Monsiváis es un modelo de intelectual responsable. Es un observador agudo, identificado con la problemática de su país y su tiempo. Logró concebir una idea integrada de la relación del trabajo con el tiempo libre desde una posición clasista, teniendo en cuenta la necesidad de liberación nacional en las sociedades dependientes y dominadas, y mostrando cómo la tragedia del subdesarrollo y la pobreza afectan la vida mexicana, tanto la pública como la privada.
       La discontinuidad en la percepción del tiempo, cree Monsiváis, lleva a la despolitización del mexicano: pareciera que los contextos sociales no existen, que el tiempo común fuera evanescente. Dice: “Esa disminución intolerable del tiempo borra los crímenes...y proscribe las utopías...destruye el legítimo resentimiento histórico...y vulnera la decisión de renovar las estructuras...” (153-4). La organización social, la cohesión, se ve amenazada en el subdesarrollo. El ciudadano no puede acceder a una visión política auténtica de su propia situación y la de su sociedad. Donde mejor se ven los síntomas de esta anomalía es en los espectáculos alienantes para las masas. En la vida contemporánea el fútbol se ha transformado en un sustituto de la vida política y espiritual, y los medios masivos de comunicación lo volvieron el gran tema comunal, uniendo la nación. El tiempo libre queda así enajenado, y no puede contribuir al cambio social. Dice: “El tiempo libre es ... cultura, moral. Es, además, un tiempo rezagado. Educados en las más variadas prácticas coloniales, inmersos en el afán de duplicación, le concedemos  a nuestro albedrío funciones miméticas. El tiempo libre en México o repite los hallazgos formales y temáticos de otras burguesías y otros proletariados, o regresa al principio, al momento indefinido y rumoroso que dio origen a todas las actividades” (157). Se retorna al tiempo atávico, indiferenciado. En el subdesarrollo, considera, los tiempos se funden porque el organismo social no ha concluido su proceso de diferenciación (158). Se carece de posibilidades reales de elección. El artículo, como vemos, va mucho más allá del tema anunciado: diagnóstica los males de una sociedad deformada y dependiente, y muestra la desesperación y urgencia, crucial para las generaciones jóvenes, por salir de ese estado.
     Dada la época en que se escriben estas crónicas, durante los sesenta, y la edad de Monsiváis al escribirlas, es natural que estuvieran representadas en ellas los intereses de la juventud (Eagan 143-7). Después de todo, el cronista habla desde su yo, su experiencia personal de los hechos guía su interpretación. En “Imágenes del tiempo libre”, como vimos, analiza los avatares de la juventud en relación al uso del tiempo libre; en “Raphael en dos tiempos y una posdata”, la aparición de cantantes de música popular carismáticos (como lo era en aquellos momentos el español Raphael) que, proyectados por los medios de masas, alcanzaban proporciones míticas. En otros artículos investiga acontecimientos políticos protagonizados por los jóvenes. Así, en “La manifestación del Rector” describe la marcha del Movimiento Estudiantil en la Universidad Nacional Autónoma de México en julio del 68, y en “La manifestación del silencio”, cubre la marcha del silencio organizada por el Consejo Nacional de Huelga frente al Museo de Antropología en septiembre de ese mismo año.
     En esas crónicas, además de examinar las características de la organización política de los eventos y su historia, y la actitud represiva del gobierno y la policía, Monsiváis procura hacer un análisis del significado del 68 y su conflictivo contexto para la vida política y social de su país. Su interpretación es que finalmente en ese año, la Historia, que hasta ese entonces era una disciplina extraña, ajena, para los jóvenes mexicanos, se vuelve viva. A partir de ese momento los jóvenes comprenden que la realidad es modificable. Dice Monsiváis: “En los vastos, infinitos días de 1968 se intentaba la tarea primordial: esencializar el país, despojarlo de sus capas superfluas de pretensión y autohalago y mímica revolucionaria. 1968 nos estaba entregando el primer contacto real... con el universo político y social que había conocido su última figura dramática con el General Cárdenas, cubriéndose desde entonces... con la opacidad de una disculpa ante las fallas mínimas de la Unidad Nacional (273).” El 68 los ponía en contacto con las últimas expresiones políticas de la Historia del país animadas aún por un espíritu revolucionario, antes que las burocracias partidarias se apoderaran de la política nacional. Los jóvenes entonces se organizan para protestar contra esas burocracias, pedir un cambio político y reclamar su lugar en el porvenir de su patria.
       Las crónicas de Días de guardar están imbuidas de un espíritu de reforma. Señalan el carácter de emergencia de la situación nacional. Con ellas Monsiváis se establece como una voz mayor en el periodismo crítico y la intelectualidad independiente mexicana, y logra reconocimiento como ensayista. Su “ensayo integral” (así prefiero llamarlo) reúne una multiplicidad de perspectivas y puntos de vista. El enfoque es dinámico y llama la atención su habilidad para leer críticamente a los críticos, o sea para develar los prejuicios intelectuales latentes en la pequeña burguesía culta, de donde provienen en su mayor parte las elites intelectuales que crean los productos culturales en su sociedad. Este hipercriticismo da espacio a la sátira social, espíritu que anima sus comparaciones y descripciones. Visión deformada de la realidad que mejor ubica al lector en el mundo del subdesarrollo, con cuyas distorsiones tiene que luchar a diario el ciudadano latinoamericano. Su libro siguiente, Amor perdido, 1977, donde estudia diversas figuras influyentes en la cultura popular de su país, lo convertiría en el crítico cultural más influyente de México. En el año 2000 recibió el premio de ensayo de Editorial Anagrama por su libro Aires de familia: cultura y sociedad en América Latina, con el que extendió su área de análisis de México a Latino América, mostrándose como un ensayista que sabe interpretar con originalidad y osadía la sociedad latinoamericana del milenio. Su constante producción de crónicas y su prestigio intelectual dan a Carlos Monsiváis un lugar permanente en las letras de Hispanoamérica, como uno de los ensayistas que ha sabido observar y comprender mejor a nuestras sociedades, y renovar el género al servicio de los intereses de nuestras culturas.

Bibliografía citada


Egan, Linda. Carlos Monsiváis Culture and Chronicle in Contemporary Mexico. Tucson: The University of Arizona Press, 2001.
Gelpí, Juan. “Walking in the Modern City: Subjectivity and Cultural Contacts in the Urban Crónicas of Salvador Novo and Carlos Monsiváis”. Ignacio Corona and Beth Jorgensen, Editors. The Contemporary Mexican Chronicle Theoretical Perspectives on the Liminal Genre. Albany: State University of New York Press, 2002 (201-220).
Monsiváis, Carlos. Días de guardar. México: Ediciones Era, 1970.





Publicación: Alberto Julián Pérez,
“Monsiváis enseña a escribir.” 
Revista de Literatura Mexicana 
Contemporánea 34 (Sept 2007): 29-36.


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