Alberto Julián Pérez ©
Carlos Monsiváis publica
Días de guardar en 1970. El libro, que reúne crónicas originalmente aparecidas en periódicos entre 1965 y 1970, lo consagra como una figura mayor en las letras de su país. Monsiváis, notable prosista, es, junto
con el uruguayo Eduardo
Galeano, uno de los dos escritores más influyentes en Hispanoamérica por su contribución a los géneros periodísticos durante las últimas décadas del siglo veinte.
Sus ensayos han logrado
trascender el ámbito del periodismo para ingresar
en el espacio de la literatura. Carlos
Monsiváis ha visto en la crónica
extraordinarias posibilidades expresivas,
dada la versatilidad del género para analizar
e interpretar
la vida cotidiana,
los cambios sociológicos e históricos de la sociedad, y sus transformaciones políticas. En sus crónicas
periodísticas Monsiváis muestra la dinámica
de la sociedad
de masas contemporánea, dándole voz a los intereses de nuevos sectores sociales
y un espacio crítico al sentir de la intelectualidad de su patria.
Las crónicas de este libro son, por su temática, una historia
personal de la sociedad mexicana
en la década del sesenta. Monsiváis registra la insurrección juvenil y las marchas estudiantiles en “La manifestación del Rector” y “La manifestación del silencio”, analiza la vida política regional en “Las ceremonias de Durango”,
el fenómeno del arte pop en “Raphael en dos tiempos y una posdata”,
estudia la sociedad
de masas en “Imágenes
del tiempo libre”,
contrasta las interpretaciones culturales de los países desarrollados con las prácticas
sociales de los países subdesarrollados en “El hastío es pavo real que se aburre
de luz en la tarde [Notas del Camp en México]”
y “México a través de McLuhan”, y critica al periodismo mexicano en “Más hermosa
y más actriz que nunca [Notas sobre las páginas de sociales]”. El enfoque de sus crónicas trata de ser amplio. Su punto
de vista es el de un periodista joven (nacido
en 1938, en esa época ronda los treinta años de edad), no conformista, singularmente culto y bien informado, que se identifica con los intereses y el sentir de la juventud estudiantil rebelde. Ejerce su crítica
sobre todos los grupos, aún sobre los jóvenes rebeldes
y los sectores liberales
y de izquierda a los que pertenece por su formación y sensibilidad. Practica así un periodismo independiente e inspirado, y recurre a la sátira y la burla para discutir inclusive los problemas más serios.
En sus escritos plantea razonamientos complejos y emplea vocabulario culto. Trata de llegar a un público lector amplio. Como periodista defiende los intereses de ese individuo anónimo que es el ciudadano de la sociedad civil moderna. Constantemente aparecen animados en sus crónicas los sectores sociales populares (Egan 39). Ataca a aquellas instituciones que no reflejan los intereses del pueblo o lo traicionan, particularmente el gobierno y sus representantes políticos. Trata de elevar la conciencia y el saber de los lectores, denunciando instituciones deformadas y modos culturales que contribuyen a la alienación del público, en una sociedad masificada por pautas de consumo “internacionales”. Sus cuadros llenos de “color local” muestran las limitaciones de la sociedad nacional mexicana, en un aquelarre grotesco de personajes tragicómicos que luchan por sobrevivir en un medio en el que muy pocos defienden valores sociales justos o confiables.
En sus escritos plantea razonamientos complejos y emplea vocabulario culto. Trata de llegar a un público lector amplio. Como periodista defiende los intereses de ese individuo anónimo que es el ciudadano de la sociedad civil moderna. Constantemente aparecen animados en sus crónicas los sectores sociales populares (Egan 39). Ataca a aquellas instituciones que no reflejan los intereses del pueblo o lo traicionan, particularmente el gobierno y sus representantes políticos. Trata de elevar la conciencia y el saber de los lectores, denunciando instituciones deformadas y modos culturales que contribuyen a la alienación del público, en una sociedad masificada por pautas de consumo “internacionales”. Sus cuadros llenos de “color local” muestran las limitaciones de la sociedad nacional mexicana, en un aquelarre grotesco de personajes tragicómicos que luchan por sobrevivir en un medio en el que muy pocos defienden valores sociales justos o confiables.
Monsiváis ve la sociedad mexicana moderna como una tragicomedia coloreada por los matices del subdesarrollo, donde los sueños de poder se
confunden con las ilusiones de redención
social de sus sectores más desprotegidos. Sus cuadros dinámicos, plásticos, presentan a seres moldeados
por la vorágine
de la vida colectiva, en ese gran centro cosmopolita que es la ciudad de México. La ciudad y sus habitantes
forman parte de un todo indisoluble. La vida social aparece
mitificada y proyectada en la pantalla de los sueños colectivos de las masas, a los que Monsiváis
interpreta, mostrando sus aspiraciones. Da a sus lectores
un sentido de pertenencia histórica. Los sucesos
conforman un cuadro temporal móvil, y el cronista ausculta el pasado para interpretar el hecho
histórico, analiza el presente
y prevé sus consecuencias futuras.
Así enriquece la comprensión del problema
planteado y lo explica
con criterio sociológico. Como tal sus observaciones tienen una validez que excede
su sentido circunstancial, formando una interpretación cultural original de la vida y la cultura mexicana. Sus crónicas ingresan
en la “institución literaria” y su prosa se
transforma en modelo de expresión analítica, reflexiva y sintética.
Si bien sus escritos
no pueden ser considerados como parte del universo de la ficción,
enriquece la literatura con personajes colectivos, que son sectores fundamentales del pueblo y la sociedad mexicana, a los que los escritores literarios de nuestra sociedad burguesa, más interesados en el individuo y en la familia
que en los sujetos colectivos, tienen
muchas dificultades para representar. La sociedad
nacional de sus crónicas nos sorprende, tanto por el modo en que la representa, como por
el sentido, las ideas, intereses
y motivaciones que descubre
en la misma. Documenta la vida social mexicana en sus matices más diversos, y da a sus cuadros
vivos una dimensión
interpretativa y profundidad intelectual excepcionales, como sólo un escritor
dotado puede hacer. Su prosa adquiere carácter experimental para hablar de la vida cotidiana, capta con frescura
el habla de la calle, y enmarca sus descripciones con ironía y sutileza, valiéndose de un lenguaje estilizado
y juguetón.
En su crónica
sobre las páginas de sociales,
“Más hermosa y más actriz
que nunca” discute y pone en clave moderna la afirmación del poeta Carlos Pellicer de que el pueblo
mexicano “... tiene dos obsesiones: el gusto
por la muerte y el amor
por las flores” (131). Monsiváis
procede a reinterpretar esta afirmación de una manera insólita.
Dice que si vertimos esta sentencia “...en los moldes del periodismo nacional” se pueden fácilmente identificar dos revistas del momento,
Confidencias y Alarmas, que traducen en la nota sentimental y la nota policial
este amor a las flores y el gusto por la muerte. Su objetivo es denunciar
la superficialidad del periodismo que, lejos de formar un espíritu
crítico en el público,
alimenta sus instintos más bajos. La deformación del gusto del público lector es resultado
de las vicisitudes de la vida en un país subdesarrollado “...en que se fomenta o se inventa
un público que ignora y desprecia la necesidad
de informarse y se nutre de la mitomanía...” (132). Advierte en este artículo
que los males que él indica en el periodismo no concluyen
en la página de sociales y en la nota roja, y que sus observaciones deberían extenderse a la sección
deportiva, y llamar la atención sobre ese periodismo conformista, sumiso y corrupto que se dedica a la adulación
del “Establishment” y los grupos en el poder.
Monsiváis, además de denunciar las debilidades del periodismo nacional, se propone
analizar la página de sociales y la nota roja como síntoma
y explicación de muchos
de los problemas que aquejan
a su sociedad. En ese proceso el ensayista
se vuelve sociólogo, interpretando las conductas
de su pueblo en la era de la sociedad de masas.
Considera a la nota roja la “catarsis elemental” del mexicano, que se purifica leyendo sobre los crímenes detallados en las crónicas
policiales, identificándose con el sufrimiento de las víctimas.
El mexicano se siente atraído por la vida sórdida de los barrios
bajos. Aún más significativa es su fascinación con las notas de sociales. En una sección subtitulada “El neoporfirismo como humanismo”, sostiene que para entender
el por qué de esto es necesario observar bien a la sociedad
que lo hizo posible. Según él: “Los treinta años de poder de Porfirio Díaz...aliados a las décadas
de dominio de la Revolución Mexicana reafirmaron la confianza
en una casta suprema, una elite más allá del paisaje...” (135). Cree que esta elite sobrevivió
al porfiriato, y se afianzó en el poder durante el proceso
de institucionalización de la Revolución.
Ese
proceso se consolidó
con la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el gobierno del General
Cárdenas. Considera
que en esa época la Revolución como “estado agitativo” terminó y la sociedad
volcó su interés en “las fiestas”.
La página de sociales cobró más importancia, coronando las alianzas de clases (135).
Monsiváis asocia la Revolución al porfirismo y ve la historia mexicana como un proceso continuo, en el que una casta aristocrática ocupa posiciones en el poder y logra retenerlo
independientemente de los cambios de ideología. Considera al porfiriato como una etapa clave, si bien negativa, sobre la que es necesario reflexionar para entender la formación de la nación moderna.
Dice: “La perspicacia ramplona que acompaña
siempre al poderoso
de nuevo cuño, ha designado
Piedra de los Orígenes aquel esfuerzo
colosal de tres décadas,
no porque se le conceda
la construcción de una aristocracia espiritual, talento que excedía con mucho los talentos de la corte positivista, sino porque preparó
al pueblo para acatar la existencia física de una aristocracia y dispuso,
con previsora habilidad, las condiciones permanentes de la ingenuidad mexicana”(137). En su explicación notamos su ironía y su burla al criticar
a la “corte positivista” del porfiriato y dar a entender al lector
que sus miembros lavaron la mente al pueblo,
sometido a tal extremo, que se volvió ingenuo
y complaciente. Denuncia
así a aquellos
que utilizan y victimizan
al pueblo, y se propone
como su defensor.
Al leer las páginas de sociales el individuo
de clase humilde se siente vinculado
a una jerarquía y a una casta, a un orden supremo de vida presidido
por la ostentación de riqueza
como valor máximo (Gelpí 211). Cuando anuncia una boda o un cumpleaños en ese mismo medio, siente que está estableciendo sus derechos, su posibilidad de acceder a la riqueza.
Por otro lado, los “jet setters”, que publican en esa misma página, creen que ya están viviendo en una sociedad opulenta como la del primer
mundo. De este modo, pobres
y ricos se encuentran en las páginas del periódico, tanto en las notas de sociales
como en la nota roja. En esta última el rico lee los crímenes horribles
de los pobres y se alegra de no estar en su lugar, y los pobres sienten que el submundo
en el que viven de pronto adquiere importancia, sus cinco minutos de fama, aunque más no sea por relatarse sus horrores. Monsiváis concluye la crónica volviendo a su acusación de la sociedad moderna de los sesenta
como neoporfirista, diciendo: “El neoporfirismo ha incrementado y vigorizado su herencia. Al Orden y al Progreso se le ha añadido
la Figura” (142). El neoporfirismo, por lo tanto, solo ha agregado
al porfirismo pre-revolucionario un nuevo modo
retórico.
Al analizar el sentido
de la página de sociales y de la nota roja Monsiváis indaga en el alma popular
e interpreta críticamente la historia mexicana, desmitificándola con su buen periodismo (precisamente lo contrario
que hace el mal periodismo, que tiende
a mitificar y crear falsas ilusiones en los lectores).
Este periodismo tiene por misión decir la verdad aunque duela, y además atacar al autocomplacido “Establishment” de su país. Si bien Monsiváis concede
gran importancia a la forma, al estilo,
en sus crónicas,
está muy lejos de hacer un culto
de la forma. Una de las más originales de este primer libro es la que publicara
en 1966 a raíz del artículo
de la ensayista norteamericana Susan Sontag, “Notes on Camp”. La crónica,
titulada “El hastío es pavo real que se aburre de luz en la tarde [Notas del
Camp en México]”, es una respuesta,
y también una burla tercermundista al artículo de Sontag.
Monsiváis, lejos de mostrar devoción ante las observaciones de la teórica norteamericana, expone la enorme distancia
que separa a Estados Unidos de sus vecinos mexicanos, poniendo
en evidencia cómo el pretendido universalismo cultural hegemónico norteamericano se enfrenta con una barrera
infranqueable: el subdesarrollo. Si se contraponen los enunciados de Sontag a las vicisitudes del tipo de sociedad que genera la pobreza,
son parcial o totalmente falsos, y casi siempre ridículos.
El primer cuestionamiento que le hace al artículo es su interpretación formalista del fenómeno “Camp”. Dice Monsiváis, citando
a Sontag: “Camp...es el dandismo
en la cultura de masas. Camp es...el predominio
de la forma sobre el contenido...Camp es una manera de ver el mundo
como fenómeno estético
(172).” Dadas estas afirmaciones es evidente que para la ensayista
norteamericana la sensibilidad “Camp” es despolitizada o apolítica. Y le plantea
la primera objeción: “¿No es fraude o traición la sensibilidad apolítica en México(172)?” Sontag cree que el “Camp” no tiene una actitud
polémica, pero para Monsiváis la polémica no puede ser evitada al considerar el caso mexicano. La cuestión del “Camp” plantea en México el sentido de la inocencia. Dice: “... acudir a la sensibilidad Camp en países donde la ideología
oficial rechaza a la frivolidad en nombre
de la solemnidad y rechaza a la seriedad en nombre del equilibrio, equivale a sustentar
una polémica
en torno a la inocencia (172).” Y al buscar el sentido
de la inocencia
en México uno se encuentra con la política, pues habría que saber si esa inocencia fue impuesta
desde arriba o heredada, o elegida
libremente por el pueblo. En su artículo Monsiváis demuestra
que la clase política
estiliza y vacía de contenido sus mensajes
como una forma de demagogia.
También la Revolución Mexicana perdió su significado, se convirtió en gesto vacío, en monumentos públicos y en desfiles.
La voluntad de estilo pasó a suplir la muerte del impulso
original revolucionario. En México
se reemplaza la falta de contenido con la
sobreabundancia de escenografías (178).
Luego analiza el caso de artistas
populares que podrían
ser considerados “Camp”, como Jorge Negrete
y Agustín Lara. Monsiváis
hace una lectura
política de la relación
que estos artistas
tuvieron con la sociedad mexicana. Dice de Lara: “...encontró en su ideal del artificio el anhelo
de prestigio de una clase media,
su hambre de sutileza y distinción espiritual (184).” Termina su crónica citando argumentos en contra y a favor del uso de la sensibilidad
“Camp” en México. Entre los negativos, que el nivel cultural de las masas descendería si se remplazara el contenido por la forma,
y que “Una cultura
débil, que no ha sabido asimilar influencias, que vive al día, no se puede permitir puzzles como el Camp, que le obliguen a manifestar una ductilidad o una flexibilidad intelectuales que le son ajenas (191)”.
Entre los argumentos a favor, que un país acuciado
por la injusticia podría encontrar en la visión cómica del mundo que propone el “Camp” la posibilidad de la revancha. Muestra con su proceder
cómo adaptar una teoría foránea,
ajena, con madurez,
y cómo mantener un escepticismo saludable ante las interpretaciones culturales que importamos del primer mundo.
Repite esta aproximación crítica al analizar las teorías de la “villa global”, del pensador canadiense Marshall McLuhan, en “México a través de McLuhan”. Enfrentadas al medio social cerrado, provinciano, prejuicioso y elitista
de la sociedad mexicana, las teorías mediáticas y cibernéticas de McLuhan
son disparates que provocan risa en el lector.
Monsiváis cita ideas claves tomadas de los libros del pensador, y pone sus palabras
y temas de discusión en boca de personajes de México
que entienden todo al revés y los interpretan a su gusto. Con respecto
al concepto de que la interdependencia electrónica recrea la villa global, dice uno: “-¿Villa Global?
¿De qué me habla? Mejor respóndame:¿ha estado
usted en el Tlaquepaque? Esos son Mariachis. ¿Ha estado usted en el Mezquital? Esos son pobres (366).” Frente a la cuestión local y al orgullo nacional
no hay villa global que valga, los pueblos
no pueden ir más allá de su horizonte de comprensión, determinado por sus experiencias históricas. Intelectuales como McLuhan
no han puesto sus teorías al alcance del pueblo ni las han enfrentado con la
vida cotidiana. Al hacerlo,
notamos de inmediato el divorcio
entre el intelectual de gabinete
y el pueblo, razón por la cual seguramente Monsiváis prefirió
el periodismo a la literatura o la cátedra. El periodista tiene la habilidad
de llevar la cultura
y el libro a la calle,
y regresarlo imbuido del
sentido y de la problemática humana del
ciudadano común.
En su crónica “Imágenes del tiempo
libre” Monsiváis analiza,
a partir de su observación de la marcha del día del trabajo, un primero
de mayo, en Tijuana, liderada por la Confederación de Trabajadores, cómo se emplea el tiempo libre en México y qué consecuencias tiene para la organización social del país. Lo primero que nota es que el tiempo
libre se distribuye según las posibilidades económicas de la población. El tiempo libre es particularmente valioso para la juventud, pero el concepto de juventud
es clasista. La categoría de “teenager”, el adolescente juguetón e irresponsable, sólo existe en la clase alta y en la clase media:
no hay “teenagers” en el proletariado ni en el campesinado (147). La juventud, como etapa en que el individuo disfruta de una libertad especial y posibilidades de aventura,
es resultado del tiempo
libre, que lo libera del trabajo.
La existencia del tiempo libre en la sociedad de masas contemporánea es reciente:
implica que uno puede planificar su futuro y tiene cierto control sobre su vida, uno puede invertir el tiempo para provecho personal.
Pero para poder hacerlo es necesario tener un proyecto
vital. ¿Y quiénes lo tienen? Los jóvenes de la clase media, educados.
Los obreros carecen de un proyecto vital independiente. El uso del tiempo libre se transforma para ellos en un ritual. Los jóvenes
proletarios se encuentran con los amigos en un espacio celebratorio, sea la cancha de fútbol o la taquería o el bar donde conseguir sexo barato. Este espacio ritual equivale al tiempo libre
“de las clases económicamente débiles” (149).
Para la clase media “el tiempo libre se profesionaliza” (150). La vida de la clase media gira alrededor de la
preocupación por el status.
Esta preocupación se vuelve absoluta y los domina. Para los ricos,
en cambio, el tiempo libre es escenografía: significa un fin de semana en
un balneario de moda, o una tarde en el “Country Club”. Si
el tiempo libre tiene un sentido diferente, según la clase social a la que se pertenece, también cambia su sentido de un país a otro. Monsiváis tiene tanto en cuenta la clase social como el grado de desarrollo económico
de la sociedad. En una sociedad subdesarrollada, como la mexicana, el tiempo tiene un sentido especial: es tiempo fragmentado, inacabado.
Dice Monsiváis: “¿A qué equivale el subdesarrollo sino a la fragmentación del tiempo, a su inacabamiento ...? El tiempo del subdesarrollo suele ser, en cuanto a forma, circular...Es circular...porque la imitación se suple con la imitación, porque los procesos
históricos jamás concluyen, jamás la rebelión da paso a la independencia, jamás la insurgencia culmina en la autonomía” (152). Esto habría llevado
a México a la frustración de sus procesos históricos: la Independencia, la Reforma
y la Revolución se frustran, se suspenden las grandes ideas históricas. Esto afecta no sólo la vida pública,
sino también la vida privada: si el país no accede a la autonomía plena, tampoco el ser humano puede hacerlo.
Estas observaciones y propuestas interpretativas de Monsiváis
son sumamente originales y perceptivas, y le dan un lugar especial como filósofo
de la cultura. Demuestran como el buen periodismo, llevado por la pluma intuitiva
de un escritor talentoso, puede
suplir vacíos interpretativos de las ciencias sociales, extremadamente dependientes de los estudios de teóricos
del primer mundo, con observaciones y propuestas originales, de
un valor teórico incuestionable. Este periodismo, este articulismo de la prensa latinoamericana, publicado luego en libros y elevado
al rango ensayístico, ha sido clave en la formación
del ensayo de interpretación nacional durante el siglo diecinueve, con plumas como las de Lizardi,
Sarmiento, Montalvo,
González Prada,
Martí, Hostos.
El género mantuvo
su vigencia en el siglo veinte con la labor de “cronistas-pensadores” como Galeano
y Monsiváis, y ha ayudado
a elevar la educación
y la conciencia de las masas y la opinión
pública a través de su proselitismo libertario.
Monsiváis es un modelo de intelectual responsable. Es un observador agudo, identificado con la problemática de su país y su tiempo.
Logró concebir una idea integrada de la relación del trabajo con el tiempo
libre desde una posición
clasista, teniendo en cuenta la necesidad
de liberación nacional en las sociedades dependientes y dominadas, y mostrando cómo la tragedia del subdesarrollo y la pobreza afectan
la vida mexicana,
tanto la pública como la privada.
La discontinuidad en la percepción del tiempo, cree Monsiváis, lleva a la despolitización del mexicano:
pareciera que los contextos sociales
no existen, que el tiempo común fuera evanescente.
Dice: “Esa disminución intolerable del tiempo borra los crímenes...y proscribe las utopías...destruye el legítimo resentimiento histórico...y vulnera la decisión de renovar
las estructuras...” (153-4). La organización social, la cohesión, se ve amenazada
en el subdesarrollo. El ciudadano no puede acceder a una visión política
auténtica de su propia situación
y la de su sociedad. Donde mejor se ven los síntomas de esta anomalía
es en los espectáculos alienantes para las masas. En la vida contemporánea el fútbol se ha transformado en un sustituto de la vida política
y espiritual, y los medios masivos de comunicación lo volvieron
el gran tema comunal, uniendo
la nación. El tiempo libre queda así enajenado, y no puede contribuir al cambio social. Dice: “El tiempo libre es ... cultura, moral. Es, además,
un tiempo rezagado.
Educados en las más variadas
prácticas coloniales, inmersos en el afán de duplicación, le concedemos
a nuestro albedrío funciones miméticas. El tiempo
libre en México o repite
los hallazgos formales y temáticos de otras burguesías y otros proletariados, o regresa
al principio, al momento indefinido y
rumoroso que dio origen a todas las actividades” (157). Se retorna
al tiempo atávico, indiferenciado. En el subdesarrollo, considera, los tiempos
se funden porque el organismo
social no ha concluido su proceso
de diferenciación (158). Se carece
de posibilidades reales de elección. El artículo, como vemos, va mucho más allá del tema anunciado: diagnóstica los males de una sociedad
deformada y dependiente, y
muestra la desesperación y urgencia, crucial para las generaciones jóvenes,
por salir de ese estado.
Dada la época en que se escriben estas crónicas, durante los sesenta,
y la edad de Monsiváis al escribirlas, es natural que estuvieran representadas en ellas los intereses de la juventud (Eagan 143-7). Después de todo, el cronista
habla desde su yo, su experiencia personal de los hechos guía su interpretación. En “Imágenes
del tiempo libre”,
como vimos, analiza los avatares
de la juventud en relación al uso del tiempo libre; en “Raphael en dos tiempos y una posdata”, la aparición
de cantantes de música popular carismáticos (como lo era en aquellos
momentos el español Raphael) que, proyectados por los medios de masas, alcanzaban proporciones míticas. En otros artículos
investiga acontecimientos políticos protagonizados por los jóvenes. Así, en “La manifestación del Rector” describe la marcha del Movimiento
Estudiantil en la Universidad Nacional Autónoma de México
en julio del 68, y en “La manifestación del silencio”, cubre
la marcha
del silencio organizada por el Consejo
Nacional de Huelga frente al Museo de Antropología en septiembre de ese mismo año.
En esas crónicas, además de examinar
las características de la organización política de los eventos y su historia, y la actitud represiva del gobierno
y la policía, Monsiváis
procura hacer un análisis
del significado del 68 y su conflictivo contexto para la vida política y social de su país. Su interpretación es que finalmente en ese año, la Historia, que hasta ese entonces
era una disciplina extraña, ajena, para los jóvenes
mexicanos, se vuelve viva. A partir de ese momento
los jóvenes comprenden que la realidad es modificable. Dice Monsiváis:
“En los vastos, infinitos
días de 1968 se intentaba la tarea primordial: esencializar el país, despojarlo de sus capas superfluas de pretensión y autohalago y mímica revolucionaria. 1968 nos estaba entregando el primer contacto real...
con el universo político y social que había conocido su última figura dramática con el General Cárdenas, cubriéndose desde entonces... con la opacidad
de una disculpa ante las fallas mínimas
de la Unidad Nacional (273).” El 68 los ponía en contacto con las últimas expresiones políticas de la Historia del país animadas aún por un espíritu revolucionario, antes que las burocracias partidarias se apoderaran de la política nacional. Los jóvenes entonces se organizan
para protestar contra esas burocracias, pedir un cambio político y reclamar su lugar en
el porvenir de su
patria.
Las crónicas de Días de guardar están imbuidas
de un espíritu de reforma. Señalan
el carácter de
emergencia de la situación
nacional. Con ellas Monsiváis
se establece como una voz mayor en el periodismo crítico y la intelectualidad independiente mexicana, y logra reconocimiento como ensayista. Su “ensayo integral” (así prefiero llamarlo) reúne una multiplicidad de perspectivas y puntos de vista. El enfoque es dinámico y llama la atención su habilidad para leer críticamente a los críticos, o sea para develar los prejuicios intelectuales latentes en la pequeña
burguesía culta, de donde provienen
en su mayor parte las elites intelectuales que crean los productos
culturales en su sociedad. Este hipercriticismo da espacio
a la sátira social,
espíritu que anima sus comparaciones y descripciones.
Visión deformada de la
realidad que mejor ubica al lector en el mundo del subdesarrollo, con cuyas distorsiones tiene que luchar a diario el ciudadano latinoamericano. Su libro siguiente, Amor perdido, 1977, donde estudia diversas figuras
influyentes en la cultura
popular de su país, lo convertiría en el crítico
cultural más influyente
de México. En el año 2000 recibió el premio
de ensayo de Editorial
Anagrama por su libro Aires de familia:
cultura y sociedad en América
Latina, con el que extendió su área de análisis
de México a Latino América,
mostrándose como un ensayista que sabe interpretar con originalidad y osadía
la sociedad latinoamericana del milenio.
Su constante producción de crónicas y su prestigio
intelectual dan a Carlos
Monsiváis un lugar permanente en las letras de Hispanoamérica, como uno de los ensayistas que ha sabido
observar y comprender mejor a
nuestras sociedades, y renovar el género
al servicio de los intereses
de nuestras culturas.
Bibliografía citada
Egan,
Linda.
Carlos Monsiváis Culture and Chronicle in Contemporary Mexico. Tucson:
The University of Arizona Press, 2001.
Gelpí, Juan. “Walking in the Modern
City: Subjectivity and
Cultural Contacts in the Urban
Crónicas
of Salvador Novo and Carlos Monsiváis”. Ignacio
Corona and Beth Jorgensen, Editors. The Contemporary Mexican Chronicle Theoretical Perspectives on the Liminal
Genre. Albany: State University of New York
Press, 2002 (201-220).
Monsiváis, Carlos. Días de guardar.
México: Ediciones Era, 1970.
Publicación: Alberto Julián Pérez,
“Monsiváis enseña a
escribir.”
Revista de Literatura Mexicana
Contemporánea 34 (Sept 2007):
29-36.
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