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martes, 26 de diciembre de 2017

Sarmiento y su crítica a Europa en Viajes


                                                             Alberto Julián Pérez ©

En el mes de octubre de 1845 el periodista y educador argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), exiliado en Chile desde 1841, donde se desempeñaba como director de la Escuela Normal de Preceptores de Santiago, y director y redactor del diario El Progreso, emprendió, por iniciativa de su amigo, el Ministro chileno de Instrucción Pública Manuel Montt, un largo viaje oficial de dos años de duración, que lo llevó a visitar dos capitales de Sudamérica, varios países de Europa, Argelia y los Estados Unidos. Su misión era estudiar los sistemas de educación y los métodos de enseñanza utilizados por las escuelas primarias en los países que recorría y preparar un informe sobre éstos para presentar al gobierno de Chile. Al regreso de su viaje publicó un extenso y erudito estudio, De la educación popular, en 1849. [1]
Este viaje oficial como investigador de los sistemas de enseñanza dio a Sarmiento la oportunidad de observar la vida política y cultural europea. Era el primer viaje que hacía fuera de Chile. Visitó varios países y escribió crónicas y ensayos interpretativos sobre los lugares que visitaba (Austin 105). Pudo analizar, desde otra perspectiva, los conflictos entre la “civilización” y la “barbarie”. Después de emplear estos conceptos para caracterizar la cultura y la vida política de su país, Argentina, en el Facundo, aparecido ese mismo año, trató de extender su utilidad al análisis de sociedades más modernas y desarrolladas. En este ensayo me propongo mostrar el proceso de maduración intelectual que experimentó el sanjuanino durante el viaje, al poder contrastar sus ideas recibidas con sus observaciones directas del viejo continente y de Norte América.
Hombre de formación autodidacta, que creía en la disciplina y el aprendizaje, convivían en él el espíritu académico con el instinto del periodista, que ansía comunicarse con el público amplio y utilizar la influencia que le da la prensa periódica. Como joven intelectual hispanoamericano, hijo de la revolución libertadora de clara orientación iluminista, la base de su formación intelectual había sido la lectura de las obras canónicas de la cultura europea. Había estudiado durante su adolescencia los clásicos de la cultura griega y romana de la antigüedad, y hecho estudios bíblicos junto a sus tíos sacerdotes. Estudió después los movimientos literarios de su siglo, particularmente el romanticismo, y su producción filosófica, histórica y política. Conocía parcialmente la producción literaria reciente de las nuevas repúblicas hispanoamericanas y de Estados Unidos. Leía sobre pedagogía, una de las materias en que se sentía más capacitado, y derecho constitucional. Tenía conocimientos de retórica y gramática. [2]
Sarmiento escribía en la prensa chilena con versatilidad sobre una variedad de temas. Publicaba notas sobre política contemporánea, hacía crítica de teatro, comentarios de libros y crónicas de costumbres de ciudades, tipos humanos y fiestas populares (Verdevoye, Domingo Faustino Sarmiento 107-25). Presentaba en sus artículos argumentaciones originales y persuasivas, comunicaba sus ideas a los lectores de manera convincente y amena, procurando al mismo tiempo dejar alguna enseñanza útil. Esa escuela periodística sería para Sarmiento la base sobre la que fue desarrollando su incisivo y polémico estilo ensayístico, y se formó como “escritor público”, como lo llamara William Katra (Domingo Faustino Sarmiento: Public Writer), y como “publicista” que “escribía opinando”, como lo definiera Paul Verdevoye (Domingo Faustino Sarmiento, educar y escribir opinando 1839-1852).
            Marcados por el exilio y la experiencia de la dictadura de Rosas en la Argentina, Sarmiento y los jóvenes intelectuales antirrosistas de su generación, Esteban Echeverría, Bartolomé Mitre, Juan B. Alberdi, Vicente F. López, Juan María Gutiérrez, José Mármol, creyeron en la necesidad de fomentar y desarrollar una cultura nacional propia, liberal, progresista y moderna (Katra, “Sarmiento frente a la Generación de 1837” 536-8). Los artículos que publicara el joven Sarmiento en El Progreso, en la sección de folletines, en mayo de ese año y que luego recogería como libro en Facundo Civilización y barbarie, hoy su obra más admirada, fueron su primera contribución orgánica a ese proyecto. Introdujo allí temas sobre los que aún no había una bibliografía coherente: los problemas políticos contemporáneos de Argentina, el sentido de la nueva cultura nacional, la historia política a partir de la independencia y las guerras civiles, el programa político de los jóvenes intelectuales liberales, sector al que él pertenecía. Cuando llegó a Montevideo, en la primera etapa de su viaje, estaba apareciendo en el periódico El Nacional una selección del Facundo, y durante su visita a Francia el libro recibió una reseña favorable en la Revue de Deus Mondes, que se transformó en su carta de presentación intelectual y le fue labrando un justo prestigio de escritor.[3]
            Sarmiento organizó sus crónicas de viajes, que luego publicaría en 1849 en dos volúmenes con el título Viajes en Europa, África y América,  como una serie de cartas, dirigidas a amigos personales de Chile y Argentina. Las escribía luego de visitar cada ciudad importante y antes de salir para su próximo destino. Son crónicas en las que notamos espontaneidad y apasionamiento. El informe de educación lo redactó al regresar a Chile, y observamos en él posiciones más mesuradas, presentación de abundante información y juicios más objetivos, que tratan de instruir al lector sobre el tema. En las cartas de viaje Sarmiento nos da un punto de vista personal ante lo que observa. No deja fuera sus opiniones, ni sus prejuicios, ni su partidismo político liberal antirrosista. A pesar de las simpatías de Sarmiento por la cultura europea, observará con agudeza los conflictos sociales y las contradicciones culturales, y podrá más su espíritu crítico y su instinto periodístico que su admiración por el viejo continente.
Analiza minuciosamente los lugares que recorre: la capital uruguaya primero, luego la brasileña, después las ciudades que visita en Francia, España, Argelia, Italia, Suiza, Alemania y los Estados Unidos. Pasa de la descripción de los lugares a la interpretación personal de su cultura, y al análisis de la situación política. Esta última tiene un interés predominante en los sitios en que Sarmiento buscaba presentar un mensaje político afín a sus intereses partidarios, como es el caso de Montevideo, París y Roma. (Es curioso que no enviara carta sobre su visita a Londres y otras ciudades de Inglaterra, ya que permanece en este país durante un mes y medio antes de salir a Estados Unidos). En otros casos, como en su análisis de España, la descripción se transforma en un juicio lapidario contra la decadencia social que observa.
Durante el recorrido por Estados Unidos, donde su visión es más completa y panorámica, Sarmiento, inspirado por el ejemplo del libro de Tocqueville, La democracia en América, trata de profundizar su comprensión de un experimento político único en el mundo: la transformación de un país colonizado en una república independiente, pujante y liberal, con enormes posibilidades de crecimiento económico y comercial. Era una sociedad de vanguardia en esos momentos, en que los países europeos sufrían bajo el yugo de las monarquías restauradas, y se avecinaba la crisis revolucionaria de 1848. Las sociedades europeas parecían estar al borde del agotamiento, mientras Estados Unidos era una sociedad nueva y, más importante, un influyente modelo para las repúblicas hispanoamericanas, que sufrían bajo las dictaduras militares y las guerras civiles, esperando la ocasión de restablecer las leyes, para crear sociedades modernas y, confiaba Sarmiento, liberales.
En cada una de las cartas, Sarmiento expone a sus lectores (digo lectores en plural, porque si bien tienen un destinatario concreto, poseen un segundo destinatario virtual: el público lector de la prensa periódica donde las publica) hechos salientes de la historia de cada sociedad sobre la que escribe. Les da detalles de los principales rasgos físicos y geográficos de la región, describe la vida urbana, analiza las obras de arte, critica e interpreta la situación política del país, describe costumbres o modos de conducta que considera representativos y sintomáticos, y trata de determinar el grado de conciencia pública que existe, tanto en gobernantes como el gobernados. Ese es su modo general de aproximarse a su materia, pero el contenido y la forma de describir varían mucho entre carta y carta, según su reacción ante los eventos que vive en cada país, y según el preconcepto que tenía de cada sociedad al ingresar en el país. Su militancia política liberal guía sus observaciones: la defensa de las libertades cívicas, el libre comercio, y los derechos de la civilización que, considera, debe extender su influencia sobre los pueblos bárbaros.
Aprovecha cada oportunidad que tiene durante su viaje para conocer argentinos y extranjeros que puedan influir en el proceso político de su patria. En Montevideo conoce a Florencio Varela, y en París visita al General San Martín. Se entrevista con el ministro francés Guizot, que apoyaba al régimen rosista, y procura, sin éxito, hacerle cambiar de opinión (Katra, “Rereading Viajes” 89). Inglaterra respaldaba a Montevideo en su guerra contra las fuerzas rosistas que sitiaban la ciudad y, aunque Francia en un primer momento había participado en la guerra, retiró luego su apoyo. Sin embargo,  muchos soldados franceses permanecieron en Montevideo defendiendo la ciudad.
Su visita a Europa, en un sentido metafórico, comienza en Montevideo, ya que la ve como el lugar donde los liberales experimentan sobre las posibilidades de extender la cultura europea en América. Estos liberales son argentinos, como el General Paz, uruguayos como Lamas y europeos, como Garibaldi, que al frente de la legión italiana participa de la defensa de la ciudad sitiada. Sarmiento asume una posición internacionalista, y desconfía de aquellos que, como Rosas, invocan el americanismo para justificar una política retrógrada, que ataca los principios de la civilización.  
            Llega a Montevideo luego de que la nave que lo conducía desde Valparaíso se detuviera brevemente en la isla de Más Afuera, en el Océano Pacífico. Allí  pudo conocer a varios hombres solitarios que, como Robinson Crusoe, vivían en la isla, después de haber sobrevivido un naufragio. Sarmiento no había estado nunca en Buenos Aires, era su primera visita al Río de la Plata, y narra con admirable detalle lo que observa desde el barco al aproximarse a la península donde está Montevideo. La ciudad estaba sitiada por las tropas de Rosas, al mando del General uruguayo Oribe. Oribe había sido electo presidente de Uruguay antes de la guerra, y depuesto del gobierno por la fuerza en 1836 por el General Fructuoso Rivera, su rival político. Rosas apoyó a Oribe, que puso sitio a la ciudad iniciando la Guerra Grande. El hecho de que Oribe hubiera sido electo Presidente daba legitimidad a la guerra, al ser el Presidente derrocado el que ponía sitio a la ciudad.
La intervención de Francia e Inglaterra en los conflictos de la zona (si bien Francia, que bloquea el puerto de Buenos Aires en 1838, se retira del conflicto en 1840), representaba una amenaza potencial para los países del Río de la Plata.[4] Inglaterra afirmaba que no tenía pretensiones territoriales en la región en caso de triunfar en sus propósitos, pero era una potencia imperialista en pleno proceso de expansión. Había ocupado en la zona las Islas Malvinas, que pertenecían a Argentina, y resultaba amenazante y peligrosa su presencia para estos países recientemente independizados y con fuerzas militares de defensa muy limitadas. Los liberales argentinos, como Sarmiento y Florencio Varela, apoyaron la intervención de Inglaterra, ya que creían que podía contribuir a la caída del dictador Rosas y querían sacarlo del poder a cualquier costo. De Montevideo había salido en 1839 la expedición militar del General Lavalle, que se proponía levantar en armas la campaña de Buenos Aires y derrocar al tirano Rosas. La expedición fracasó, le costó la vida al General Lavalle y llevó al recrudecimiento de la política represiva de Rosas contra los opositores a su régimen.
Cuando llega Sarmiento a Montevideo en 1845, la defensa de la ciudad desde el mar estaba en manos de un comandante británico, el Comodoro Purvis, a quien Sarmiento presenta como un héroe altruista y un caballero (35-6). El comandante de la legión argentina era el Manco Paz, el enemigo acérrimo de Rosas, que había logrado escapar de la prisión que le impusiera éste en Buenos Aires y había retomado sus servicios a la vieja causa unitaria. Sarmiento había hablado muy favorablemente de Paz en el Facundo, puesto que era el único General que había logrado derrotar en dos ocasiones a Quiroga (217-19). Sarmiento lo consideraba un estratega, un hombre culto, que había recibido una educación liberal, y depositaba en él su confianza para una futura guerra que pudiera derrocar al tirano.  
Describe la vida cotidiana en la plaza sitiada, las operaciones de defensa, y las crueldades de la lucha. Cuenta cómo los sitiadores, cuando tomaban prisioneros, los traían por la tarde frente a las murallas para degollarlos, mientras se burlaban de ellos y tocaban “La Resbalosa”. Estudia la composición social de los grupos que viven en Montevideo, transformada en laboratorio de la política progresista liberal. La mitad de sus habitantes son europeos, particularmente franceses e ingleses inmigrantes, y son los responsables del progreso material de la ciudad, que está en pleno auge a pesar del sitio impuesto. La inmigración europea, considera con optimismo, contribuye al inmediato desarrollo de la civilización urbana, el comercio, el periodismo, la educación. Registra el crecimiento de los comercios, la construcción de viviendas, las obras públicas, proyectos todos monopolizados por los inmigrantes, que poseen el capital y saben qué hacer con él (25-8). En oposición, a los montevideanos y gauchos uruguayos los presenta como gente indolente, vagos que pierden el tiempo y son incapaces de producir nada (29). Sarmiento observa el progreso social de acuerdo a su tesis, que separa a la sociedad en civilizados y bárbaros.
            Conoce a los integrantes de la influyente colonia de intelectuales argentinos antirrosistas exiliados allí: Echeverría, Florencio Varela, Ascasubi, Mitre, Alsina, Cané, Vélez, varios de los cuales tendrían una destacada actuación en la vida política y cultural de su patria a la caída del dictador. Comenta con admiración la obra gauchesca de Ascasubi, y la poesía de Echeverría, al que llama el poeta de la “desesperación” (55). En su siguiente destino, Río de Janeiro, tendrá oportunidad de conocer al General uruguayo Fructuoso Rivera, el rival de Oribe y de Rosas, al que describe como un caudillo pedante y bruto, sorprendiéndole que un personaje tan tosco pueda tener poder político, y ve al joven poeta José Mármol, que ya era el autor de El peregrino, y pocos años después escribiría la gran novela histórica de la época rosista, Amalia (76-8).
            Sarmiento zarpa finalmente para Francia. Su barco llegará a Le Havre a principios de mayo de 1846. En la carta que escribe a Carlos Tejedor manifiesta la alegría que sintió al aproximarse al suelo francés. Se expandía su espíritu, la cultura francesa le era familiar. Se había formado leyendo libros franceses, estudiando a sus pensadores (81-2). Pero Sarmiento no es un contemplador pasivo, y todo lo analiza con sentido crítico. Su primera impresión del puerto de Le Havre es pobre, y expresa su desencanto.  Dice que Europa le parece una “triste mezcla de grandeza y de abyección, de saber y de embrutecimiento”, porque combina lo que al hombre lo eleva y lo degrada (94). Es la Europa de la Restauración monárquica la que visita, y pronto tendrá sus primeros choques con la política francesa.
Hace el trayecto de Le Havre a Ruán en barco, navegando por el río Sena. Describe las villas y monumentos que observa en las costas, evocando leyendas y sucesos históricos del país. Al llegar a Ruán visita su catedral, y siente al caminar por sus calles y ver sus monumentos el legado vivo de la Edad Media. Su viaje le trae a la memoria escenas leídas en obras de la literatura romántica francesa, tan admirada en Hispanoamérica (104). Recuerda al lector el cambio que trajeron al pensamiento moderno los filósofos de la Ilustración, que reemplazaron la religión por la Razón (105). Después del triunfo de la Revolución, Napoleón organizó su Imperio, y a su caída los países vencedores reestablecieron la monarquía. El Rey Luis Felipe, que gobernaba Francia en esos momentos, buscaba, considera Sarmiento, como Rosas en Argentina, restaurar el pasado (106).
Toma en Ruán el tren que lo lleva a París. Las  primeras páginas de la carta sobre París las dedica a describir la ciudad y su cultura (Sorensen 113). Nota el hábito de los franceses de pasearse y disfrutar de su ciudad, que llama “flanear”, creando un neologismo con la palabra francesa, ya que, explica, es realmente intraducible, no hay un concepto similar en la lengua castellana (111). Habla de la curiosidad infinita de los franceses, de su amor por la cultura y la literatura (114). Pronto llega al tema contemporáneo que más lo apasiona: la política. Criticará al Rey conservador y a su ministro de Relaciones Exteriores, el historiador Guizot (118). Guizot, con el que se entrevistará, considera a Rosas un gobernante “moderado” (119). Sarmiento expresa su frustración ante la imposibilidad de convencer al gran historiador que, en su opinión, no comprende la política del Río de la Plata. En cambio, apoya a Thiers, liberal opositor que tiene un debate en el senado con Guizot, que Sarmiento presencia y comenta en su carta. A Thiers, a quien también entrevista, lo describe como un héroe liberal. En el debate triunfa Guizot, que cuenta con el respaldo político de la mayoría.
Sarmiento acusa a Guizot de ser un político reaccionario, que intenta detener el progreso social. Censura la corrupción del sistema político, dominado por intereses mezquinos (131). Las minorías liberales eran las víctimas de un gobierno monárquico “vergonzoso”. La vida francesa resultaba contradictoria: una gran cultura, gobernada por un rey que no velaba por el bienestar de su pueblo. La democracia no había logrado penetrar en su suelo, se mantenían los viejos privilegios. Observa el abismo que separa a la sociedad privilegiada de elites del pueblo pobre.
La gran Revolución Francesa no había dado los frutos que se esperaban. Había, para él, un paralelo evidente entre el proceso político de Francia, donde gobernaba una monarquía conservadora, y el proceso argentino, en que Rosas defendía una política “colonial” y antiliberal. Sarmiento condena tanto a Rosas como al gobierno del Rey Luis Felipe. Se despide de París describiendo con optimismo sus espectáculos populares: el hipódromo y los bailes, donde confraternizan individuos de diferentes extractos sociales. Observa también cómo en las calles de la gran ciudad se relacionan y conviven las clases altas y las clases bajas (141)
            Sarmiento muestra admiración, durante su recorrido, por las obras de arte europeas, sus escritores e intelectuales, lo que él considera la “civilización” que se ha extendido por el mundo, pero critica la política contemporánea, y juzga con dureza la incapacidad de los gobiernos para llevar a la práctica una política democrática que consiga elevar el nivel de vida de las masas pobres. Ve privilegios y miseria en Francia y los otros países europeos. Este contraste lo entristece, se da cuenta que no son sociedades justas. Hay una gran distancia entre el brillo de su cultura y las realidades de la vida cotidiana del pueblo. Estos países aún no han alcanzado un estado óptimo de desarrollo. El proceso revolucionario iniciado a fines del siglo XVIII y continuado a principios del siglo XIX se interrumpió al restablecerse las monarquías en Europa, después de la caída de Napoleón. Sólo en América podrá observar una sociedad que él considera está a la vanguardia del progreso: Estados Unidos. Esta había logrado implementar todos los cambios sociales que prometía la revolución republicana burguesa: libertad de comercio, de asociación, de prensa, de trabajo, de circulación, de religión. La práctica de esa política había llevado a Estados Unidos a una transformación real, mientras en Europa los efectos de la revolución social eran parciales e incompletos: Europa se resistía a dejar de lado los privilegios de su etapa monárquica.
Sarmiento encuentra pocos signos de política liberal: Europa está dominada por gobiernos contra-revolucionarios (Botana 106). Cuando visita el Estado del Vaticano, se alegra y celebra la elección del nuevo Papa, que había vivido de joven dos años en Chile, conocía la política hispanoamericana, y había iniciado su gestión papal declarando una amplia amnistía de presos políticos. Dado que Italia era una serie de reinos aún no unificados, la política conciliadora del Papa prometía un acercamiento a una posición más liberal, que podría favorecer la unificación de la península (298-308). Sarmiento critica severamente la represión política y persecución de los opositores llevada a cabo en el Estado del Vaticano bajo el Papa anterior. Describe con admiración los tesoros artísticos que visita en Roma, Venecia y Florencia, mostrando los estudios que había realizado sobre el arte renacentista y religioso. Al mismo tiempo, lamenta la miseria y la indolencia del pueblo italiano, al que describe como un pueblo de mendigos.
            En su viaje por España no ve nada que considere progresista, su prejuicio contra ese país es visceral (Benítez 725-8). Reconoce, en la carta en que lo describe, dirigida a su amigo Victorino Lastarria, joven y destacado intelectual chileno, su poca objetividad, su antagonismo contra el antiguo amo colonial de su patria. Dice que fue a hacerle un “proceso verbal”, para fundar una “acusación” como “fiscal reconocido” (184). Sarmiento rechaza las costumbres de su gente, considera bárbaros sus hábitos de vida. Los españoles muestran su naturaleza ruda en la manera como tratan a los animales, sean éstos caballos de tiro o toros de lidia. El pueblo goza de la crueldad y de los espectáculos sangrientos. En su concepto, no ha habido evolución en el país desde el Renacimiento, y la España de ese momento es la misma que era en la época de la “Inquisición y Felipe II” (185). Igualmente agreste y brutal es el paisaje, seco y rocoso. Critica a los viajeros franceses que ven a España como un país colorido y romántico, y celebran lo primitivo y bárbaro. La narración llega a su clímax durante la celebración de las bodas reales. Es un momento de despilfarro, en que se codea la abundancia de la aristocracia con la miseria del pueblo. Las fiestas culminan con una corrida de toros en homenaje a las bodas, que describe como una celebración popular brutal y macabra, aunque no desprovista de colorido y belleza estética.
Sarmiento no solo censura el carácter del pueblo español, sino que critica su incapacidad creativa. Considera que su cultura contemporánea es derivada, reflejo de la cultura francesa, sin originalidad, producto de la imitación. En su concepto no hay en España en esos momentos escritores de valía en ninguno de los géneros literarios. Cree que “el pensamiento está muerto” (214). Prueba de esto es que lo que se publica allí sobre la cultura española son obras traducidas de autores extranjeros en su mayor parte. Encuentra deprimente su visita al Escorial, un palacio al que considera bárbaro y producto del espíritu escolástico de Felipe II. Hace reflexiones morales condenando la decadencia española y sus costumbres. El espíritu cruel e inquisitorial del pueblo reaparecerá en las guerras civiles de Hispanoamérica (208).
            Sarmiento se muestra más benévolo en su visita a Suiza. Allí, cree, el gobierno ha sabido ennoblecer al hombre. Al entrar a Suiza, desde Italia, lo acompañaba el recuerdo de los pueblos miserables y atrasados que había visitado, poseedores, paradójicamente, de las grandes obras de arte que había creado la imaginación en épocas pasadas. En Suiza observa un pueblo trabajador, industrioso, digno. La asociación política de los cantones le parece poco coherente, una “olla podrida”, pero admira su gran bienestar (364). Y explica qué entiende él por civilización; dice: “…la civilización de un pueblo solo puede caracterizarla la más extensa apropiación de todos los productos de la tierra, el uso de todos los poderes inteligentes y de todas las fuerzas materiales, a la comodidad, placer y elevación moral del mayor número de individuos” (363). Es un concepto pragmático, asociado a las ideas de productividad y trabajo. Describe luego brevemente su travesía por Alemania. Recorre Munich y Berlín. Allí puede meditar sobre el tema de la emigración, al ver que muchos alemanes emigraban a Estados Unidos. Su sueño era atraer esa emigración hacia Sudamérica.
            Durante su visita a los Estados Unidos Sarmiento reconoce que se trata de un país dedicado a crear la felicidad práctica para la mayor parte del pueblo. Se estaba llevando a cabo allí un modelo de desarrollo ideal para una nueva república democrática, y era el que mejor podía adaptarse a una república hispanoamericana. El mundo político europeo era ajeno en esos momentos a la realidad del Nuevo Mundo, no podía ser un ejemplo para Argentina. Europa aún no había resuelto el problema político de su propia unidad. Italia era un mosaico de reinos. Las monarquías restauradas habían vuelto atrás el reloj de la revolución republicana. Poco tiempo después estallarían los movimientos revolucionarios de 1848, que pondrían en crisis a las monarquías europeas. Estados Unidos, en cambio, había creado una república federal que se mantenía unida, y expandía su territorio. Mantenía la unidad dentro de la pluralidad. Había libertad y tolerancia. Libertad política, libertad religiosa, libertad económica. Modernización industrial. Tenía libertad de imprenta y una vigorosa política de educación popular. Además, los norteamericanos eran un pueblo original, habían desarrollado sus propias costumbres y formas de sociabilidad. Incorporaban la cultura europea, pero no de manera servil, sino reinterpretándola. Era obvio para él que, en unas pocas décadas, Estados Unidos sobrepasaría con su pujanza industrial el desarrollo económico europeo. Eran grandes empresarios e inventores, estaban desarrollando un sistema de comunicación ferroviaria superior al europeo, y tenían una excelente flota marítima y fluvial (Pérez 30-51).
            A pesar de las contradicciones que había observado en las culturas europeas, y de las diferencias entre éstas, entiende que tanto los países europeos como Estados Unidos son capaces de extender su civilización más allá de sus fronteras (Matsushita 168). Cuando recorre Estados Unidos aprueba la expansión de los pioneros del Este y el Medio Oeste hacia Oregón y otros territorios sobre la costa pacífica, y no critica la guerra de intención imperial que peleaba con México en esos momentos (que culminaría con la derrota de México y la pérdida de la mitad de sus territorios, que pasarían a manos de Estados Unidos luego del tratado de Guadalupe Hidalgo, en 1848).
Durante su visita a África también había defendido la expansión colonial francesa en Argelia. Portando cartas de recomendación para su gobernador militar, Sarmiento visitó ese país, que había sido colonizado a principios del treinta por el gobierno francés. Consideraba a la cultura árabe expresión de la barbarie, tanto por su religión como por sus costumbres y forma de vida, y creyó que la colonización francesa traería la civilización al país (241-4). Describe con admiración los adelantos que los colonos introducían en Argelia, y critica la cruenta guerra de defensa que les hacían las tribus árabes. En su opinión era derecho de la cultura más avanzada imponerse sobre la más débil. La tierra debía ser de quien la trabajara, y sería positivo, para él, que Francia afianzara su dominación en tierra musulmana (252). El argelino, creía, era un pueblo bárbaro, primitivo, tribal, resistía el progreso y odiaba a los europeos. Sarmiento compara el Sahara con lo que él imaginaba era la Pampa, que aún no había visitado. Allí medita sobre la despoblación, que afectaba a la Argentina, y la necesidad de tener una política inmigratoria para poblar el país. Dada la situación de pobreza de las masas europeas era perfectamente posible atraerlas al suelo americano, como ya estaba ocurriendo en Estados Unidos, donde los inmigrantes europeos llegaban por cientos de miles (273).
            Durante su visita a Europa, África y América, Sarmiento interpreta las sociedades que recorre valiéndose de su teoría, presentada en Facundo, sobre la lucha entre la civilización y la barbarie. Empleando esos conceptos juzga el progreso o el atraso de los pueblos que visita, y comprueba que el desarrollo europeo es desigual y heterogéneo. Su recorrido le permite observar directamente el resultado de la política monárquica restauradora en Europa y, si bien mantiene su admiración hacia la cultura artística e intelectual europea, se da cuenta que ésta no necesariamente va de la mano con la cultura política y, peor aún, con la educación popular. Los gobiernos de España, Italia y aún  Francia han dejado abandonado al pueblo, que carece de educación y de trabajo. Avasallan sus derechos políticos y los excluyen del banquete del progreso. El pueblo árabe está aún en peores condiciones. Sarmiento compara a los árabes con los gauchos de la pampa: los considera indolentes, ignorantes, agresivos, e irrecuperables para las tareas de la civilización.
            En Estados Unidos descubre un modelo de país nuevo, que, confiaba, podría ser imitado por Argentina que, al igual que ellos, necesitaba tener instituciones estables, una constitución liberal, libertad de comercio y de prensa, libertad de cultos, libre navegación de los ríos y buenas comunicaciones viales, un sistema de educación popular, y pujanza económica (Pérez 34-5). Argentina debía ampliar las fronteras, asimilando los territorios ocupados por los indígenas, y atraer inmigrantes europeos. Llevar a cabo un proceso de transculturación inteligente, en que se adaptara la cultura europea a las necesidades, a la naturaleza y a la nueva idiosincrasia del pueblo sudamericano.
            Después de su viaje Sarmiento es menos eurocéntrico que antes. Se ha vuelto pro-norteamericano. Entiende que América vive una realidad diferente a la de Europa y tiene que ser capaz de producir su propio modelo social. Su afán utopista lo lleva a dudar de la capacidad del pueblo argentino para realizar esta empresa. Para alcanzar los grandes fines de la modernidad propuesta por las ideas liberales de su época cree necesario poblar las pampas con inmigrantes europeos y, si es posible, también norteamericanos.
Para él la civilización estaba empeñada en una lucha a muerte contra las fuerzas retardatarias de la barbarie. El objetivo del intelectual moderno era ayudar a que triunfaran en la historia las fuerzas del progreso a escala continental e internacional. Los países republicanos debían extender su revolución porque sus principios tenían valor universal. El concepto de civilización era intercontinental. En esos términos Sarmiento entendió la historia de su época y actuó en el periodismo, la educación y la política de una forma consecuente con sus ideas.
            

[1]  En éste Sarmiento discute el sentido de la instrucción pública, la importancia de las mujeres en la educación, la organización económica del sistema escolar, la preparación de maestros para las escuelas normales, los métodos de enseñanza, y la reforma del sistema ortográfico según su novedoso modo de escritura que prestaba especial atención a la fonética de la lengua.

[2]  Autodidacto, sus lecturas eran diversas: en Recuerdos de provincia cita el papel providencial que había tenido en su formación intelectual la biblioteca de su amigo Quiroga Rosas, gracias a la cual había podido leer obras de Villemain, Schlegel, Jouffroi, Lherminier, Guizot, Cousin, Tocqueville, Leroux y Didier (285). En sus crónicas periodísticas tempranas publicadas en Chile en El Mercurio y El Progreso, cita  a destacados autores  que leía su generación, entre ellos Larra, Voltaire, Cervantes, Victor Hugo, Fray Luis de León, Milton, Boileau, Shakespeare, Esopo e Iriarte. También leía a sus compañeros de generación: Alberdi, López, Mitre, Echeverría, Ascasubi, Mármol. Tenía una formación cultural amplia y heterogénea, que iba de la filosofía y la gramática, a la historia y la literatura.

[3]  A pesar que escribió su obra en el lapso de unas pocas semanas, Sarmiento investigó sus temas con buen criterio, dentro de la bibliografía que disponía en su época. El asunto era original y muy poco había sido escrito sobre el mismo. Interpreta los eventos contemporáneos y da argumentos sólidos. Maneja con maestría el análisis político y cultural, y propone interpretaciones sociológicas impactantes. Observa los sucesos políticos con gran sentido crítico, desde una perspectiva liberal y progresista, y propone su propia utopía de redención social para su pueblo. Sarmiento mantiene en sus opiniones un criterio independiente y procura no ser un mero imitador de los grandes pensadores contemporáneos. Considera necesario hablar a partir de su espacio y de su tiempo, y ese sentido del lugar y del desarrollo histórico impregna las páginas más logradas de su obra.

[4]  En 1845 una armada de fuerzas inglesas y francesas trató de forzar al gobierno de Rosas a abrir la navegación de los ríos interiores en Argentina. En noviembre de ese año se entabló una batalla en la Vuelta de Obligado, sobre el Río Paraná, donde triunfó la flota anglofrancesa.


Bibliografía citada

Austin, Nelly. “Domingo Faustino Sarmiento’s Society of Letters in Viajes por 
             Europa, África, y América 1845-1847”. Mester Vol. XXXII (2003): 103-26.
Benítez, Rubén. “El viaje a España”. Domingo F. Sarmiento. Viajes por Europa, 
            África y América 1845-1847 y Diario de gastos. Buenos Aires: Colección 
            Archivos/Fondo de Cultura Económica de Argentina, 1993. Edición Crítica
            de Javier Fernández. 717-757.
Botana, Natalio. “Sarmiento and Political Order: Liberty, Power, and Virtue”. T.
            Halperín Donghi, I. Jaksic, G. Kirkpatrick, F. Masiello, Editors. Sarmiento
            Author of a Nation. Berkeley: University of California Press, 1994. 101-13.
Katra, William. “Sarmiento frente a la Generación de 1837”. Revista Iberoamericana 
            No.143 (1988): 525-49.   
----------. Domingo Faustino Sarmiento: Public Writer (Between 1839 and 1852)
            Tempe: Arizona State University, 1985.
----------. “Rereading Viajes” T. Halperín Donghi, I. Jaksic, G. Kirkpatrick, F. Masiello,
            Editors. Sarmiento Author of a Nation. Berkeley: University of California
            Press, 1994. 73-100.
Matsushita, Marta Peña de. “La formación del Estado moderno y la teoría de la
            civilización: un enfoque comparativo del pensamiento de Sarmiento y
Fukuzawa”. Cuadernos Americanos, No. 92(2002): 161-86.
Pérez, Alberto Julián. “Sarmiento y la democracia norteamericana”. Imaginación
            literaria y pensamiento propio. Ensayos de literatura hispanoamericana
            Buenos Aires: Corregidor, 2006. 30-51.
Sarmiento, Domingo Faustino. Viajes en Europa, África y América. Buenos Aires:
            Editorial de Belgrano, 1981.
---------. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Cátedra, 1990. Edición de Roberto
            Yahni.
----------. Recuerdos de provincia. Madrid: Anaya y Mario Muchnik, 1992. Edición de
            María Caballero Wangüemert.
Sorensen, Diana. “Postcolonial Liminality: Sarmiento and Metropolitan Cultures”. N.
            Abraham Hall and L. Gyurko, Studies in Honor of Enrique Anderson Imbert.
            Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 2003. 107-16.
Verdevoye, Paul. Domingo Faustino Sarmiento, Educar y escribir opinando (1839-
            1852). Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1988.



Publicación: Alberto Julián Pérez
“El país del Facundo  
Alba de América 43-44 (2004): 277-88.

sábado, 23 de diciembre de 2017

El país del Facundo


                                                                 Alberto Julián Pérez ©

            En 1845 el periodista argentino Domingo Faustino Sarmiento (1810-1888) publicó Facundo Civilización y barbarie, la biografía del caudillo argentino asesinado Facundo Quiroga (1788-1835), precedida de un estudio introductorio de la vida social argentina, en el diario El Progreso de Chile (país donde Sarmiento se encontraba exiliado), en su sección de folletines, en veinticinco entregas, entre el 2 de mayo y el 5 de junio de ese año (Yahni 18). Un mes después apareció como libro, con dos capítulos finales adicionales. La obra así compuesta consta de tres partes. La primera de ellas, pensada seguramente como una presentación general de su país para el público chileno, está formada por cuatro capítulos que describen el territorio nacional, explican las características raciales de su población, definen las tendencias principales de su cultura y analizan los acontecimientos más importantes de la historia independiente de su patria. Eran temas sobre los que no existían aún estudios serios. Argentina se había independizado de España en 1816 y, desde entonces, el país había estado sumido en un estado de guerra civil prolongada. Sarmiento, joven periodista ambicioso, se aventuró en ellos. Su intuición, sus lecturas filosóficas y sociológicas, fueron la base sobre las que apoyó sus observaciones. Su modelo intelectual fue el gran libro de Alex de Tocqueville, De la démocratie en Amérique, 1835, 1840, en el que el filósofo francés había estudiado el proceso político y cultural que se estaba llevando a cabo en Estados Unidos después de su revolución independentista.
Estos primeros capítulos, de gran originalidad y sutileza interpretativa, resultaron muy influyentes en el desarrollo posterior de la literatura y la cultura argentina. La segunda parte del libro era una biografía del caudillo “bárbaro” de la provincia de La Rioja Facundo Quiroga. Esta parte, a la que Sarmiento dio especial importancia, era un libelo periodístico de combate que buscaba, más que contar objetivamente la vida del riojano, mostrar los aspectos primitivos e irracionales de su personalidad, su barbarie, y condenar el sistema político imperante a través del cual el gobierno tiránico de Rosas sometía a la población. En la tercera parte Sarmiento presentó los puntos principales del programa político liberal con el que se identificaban él y sus compañeros de la Generación del 37, entre ellos Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi, Vicente F. López y José Mármol. Estos jóvenes intelectuales querían contribuir a la organización constitucional del país y participar en su vida política activa en un futuro.        
            Los otros simpatizantes y miembros de la Asociación de Mayo trabajaban también en sus propias publicaciones. En 1846, Echeverría, exiliado en la Banda Oriental del Uruguay, publicó en Montevideo su Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37. Y en 1852, el mismo año en que cayó el Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, líder del partido Federal, Alberdi dio a conocer en Chile sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Su modelo constitucional iba a influir profundamente en la concepción política y redacción de la constitución argentina que se aprobó el año siguiente, 1853. Los escritos de Sarmiento, Echeverría y Alberdi aportaron muchas ideas importantes al programa liberal de gobierno. 
            Sarmiento llevó a cabo una destacada labor como periodista en Chile. Además de cubrir noticias políticas en sus diarios, se destacó como periodista cultural. La biografía fue un género que siempre le interesó y lo transformó en una forma personal de expresión. Le permitía reunir en un mismo texto observaciones e interpretaciones sociológicas, culturales y políticas. Podía recrear la vida de un personaje histórico, mitificarlo, describir su época y hacer política partidaria a un tiempo. Buscaba persuadir al lector de lo acertado de sus ideas. Demostrarle que los federales rosistas estaban equivocados y que debía oponerse a ellos. Tenía grandes ambiciones políticas. Luego de la caída de Rosas, derrocado por una coalición nacional e internacional, en la que participó Brasil, Sarmiento entró en la política activa. Ocupó a lo largo de los años numerosos puestos de gobierno y fue Presidente del país en el período 1868-1874.
            En el Facundo Sarmiento propuso una tesis amplia de interpretación, de base sociológica, del hombre americano. Esta tesis partía de una visión dicotómica de las sociedades. Estaba en consonancia con las ideas europeas del momento. Sarmiento dividió el desarrollo social nacional en etapas. El hombre, según su visión, evolucionaba de lo más simple a lo más complejo. En su estadio más simple el hombre era un ser “salvaje” y en su estadio más avanzado era capaz de alcanzar la “civilización”. La “barbarie”, en su tesis, era un estadio intermedio de desarrollo, desde el cual el hombre podía retroceder al salvajismo o progresar a la civilización. Los representantes de la barbarie en Argentina, según él, eran los gauchos y los caudillos. En el territorio nacional vivían también seres “salvajes”: los indígenas, que habitaban en la parte sur y estaban enfrentados a la población blanca. Sarmiento no consideraba a los indígenas integrantes legítimos de la nación. Creía que era necesario vencerlos, someterlos y apropiarse de sus tierras, tal como lo hacían los norteamericanos.   
            Sarmiento veía a la Argentina como un país desequilibrado. Estaba poco poblado. La mayor parte de sus habitantes vivían diseminados en una gran extensión de territorio y constituían una sociedad rural. En esas grandes extensiones semidesérticas surgió un ser humano único. Este tipo humano era el gaucho, un paisano adaptado a la vida inhóspita y difícil de las llanuras y los montes, al que consideraba un ser “bárbaro”. La "vida civilizada" resultaba imposible en la campaña en esa época. La civilización, para él, era un estadio típico de la vida urbana, tal como se daba en Europa Occidental y en partes de Norteamérica. Gracias a la concentración urbana el ser humano podía acceder a una educación común, democrática y relacionarse con los otros hombres, para así crecer moralmente, formarse sus propias ideas sobre el mundo y tomar decisiones políticas responsables, como miembro de la civis.
            Sarmiento concebía al ser civilizado como un ciudadano educado. Nos da en el Facundo su diagnóstico sobre los problemas argentinos y recomienda una praxis para salir del atraso. El hombre moderno debía conocer las disciplinas del saber europeo: las ciencias, las humanidades, las artes, la literatura, la historia. Era necesario organizar un gobierno que promoviera la civilización. En 1845, con el tirano Rosas en el poder, el país que proponía Sarmiento era un sueño lejano.
Los liberales europeístas habían ocupado el poder brevemente en Argentina durante el gobierno unitario de Bernardino Rivadavia, el primer presidente, en 1826. Luego de su renuncia, el país vivió un enfrentamiento civil bélico entre unitarios y federales. Ante la fragilidad de la situación política, el Gobernador  Federal electo de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que contaba con un gran prestigio y apoyo popular, solicitó un plebiscito, pidiendo se le concedieran poderes especiales: la suma del poder público, un poder dictatorial legitimado por el voto popular, que concentrara todos los poderes del Estado en sus manos y le permitiera estabilizar la sociedad y evitar la anarquía. Rosas ganó el plebiscito por amplia mayoría. De esa manera desapareció en la práctica la división efectiva de poderes. El pueblo había abandonado sus derechos en manos de un demagogo (Facundo 312).
            Sarmiento analizó cuidadosamente en el libro las causas del fracaso liberal. Facundo, Rosas y el caudillismo habían sido consecuencia de un proceso previo de desintegración social. Resultó imposible organizar el país en un sistema político democrático. El gaucho, para él, debía ser, en parte, culpado por esta situación. Era un ser semisocializado. No estaba preparado para participar de la vida de una sociedad democrática. Pensaba que, eventualmente, el proceso evolutivo social e histórico, llevaría a la superación de esta situación: desaparecería la barbarie y su producto humano, el gaucho. A pesar de su juicio negativo sobre el papel que había tenido el gaucho en la vida política nacional, Sarmiento reconoció su espíritu de combate y su capacidad personal. Como producto de la sociedad bárbara, el gaucho se había adaptado a una vida difícil. Había sobrevivido en un medio natural hostil gracias a su esfuerzo e inteligencia. Sus múltiples cualidades darían fruto cuando se civilizara. José Hernández, varios años después, denunciará, durante la presidencia de Sarmiento, en El gaucho Martín Fierro, 1872, el hostigamiento y persecución que sufría el gaucho bajo su gobierno, en manos tanto de la autoridad policial, como del ejército y la justicia, responsables de los peores abusos. En la segunda parte de la obra, 1879, Hernández revisó su posición y abrazó muchas de las ideas del ideario liberal. Hizo decir a su narrador que el gaucho debía abandonar su rebeldía, trabajar, educarse, vivir en familia, someterse a la ley del estado nacional (Martín Fierro 350). Los “hijos” de Fierro, como lo comprobamos en Don Segundo Sombra, la novela de Güiraldes de 1926, ya no fueron gauchos libres: eran peones, trabajadores rurales en una sociedad rica y progresista. El gaucho libre había desaparecido, era un ser mítico que se perdía en el pasado argentino. El gaucho “moderno” era un trabajador más, un peón asalariado.
            Sarmiento reconoció la inteligencia natural del gaucho, que demostraba en el ejercicio excelente de los trabajos rurales, la fe que tenía en su propio valor y coraje, que lo había llevado a destacarse y triunfar en las guerras de independencia, su privilegiada sensibilidad, su carácter imaginativo y su temperamento poético (Facundo 63-93). La sociedad y los malos gobernantes, sin embargo, conspiraban contra él. Su personalidad mostraba tendencias primitivas que hacían difícil su adaptación a la vida civilizada. Era un individuo cruel, cambiante, pasaba de la indiferencia a la ira y, en lugar de reflexionar, cuando se enfrentaba a situaciones difíciles, se dejaba llevar por sus instintos. Seguía ciegamente a sus jefes, sin pensar. Era fácil víctima de la ambición de los caudillos. Estos eran los líderes bárbaros, bestiales y egoístas, que gobernaban al grupo. Utilizaban sus cualidades al servicio de sus propios intereses. Eran destructivos para la patria. No se podía constituir una sociedad moderna con individuos bárbaros.
            Para Sarmiento una sociedad en estado de desarrollo tenía que aspirar a tener instituciones sólidas. Un individuo aislado del medio social era una fuerza disolvente. El aislamiento del gaucho era relativo. La vida del campo tenía formas elementales de asociación. La pulpería, el almacén rural, era un espacio que reunía a los paisanos y les permitía desarrollar vínculos sociales(Facundo 95-105). Las prácticas religiosas, aunque informales, constituían un tipo de vida espiritual. La vida en el campo se llevaba a cabo bajo condiciones irregulares. Las instituciones se encontraban allí en estado embrionario. El ser nacional argentino tenía que evolucionar. Las nuevas instituciones: educativas, religiosas, políticas, debían ser funcionales y eficientes, representativas de los intereses del estado liberal. Hacía falta educar al ciudadano del futuro, crear prácticas religiosas racionales, fundar partidos políticos democráticos. Era necesario poblar el territorio, formar núcleos sociales civilizados y extenderlos a lo largo de todo el país.
            La generación de Sarmiento fue heredera política de la primera generación liberal que había liderado Bernardino Rivadavia, hasta su renuncia a la Presidencia de la nación en 1827 (Shumway 81-111). Los jóvenes intelectuales de la Asociación de Mayo simpatizaban con sus ideas, pero tomaron su distancia con los jefes políticos que continuaron su partido. En esos momentos lo presidía Florencio Varela, líder de la Comisión Argentina, exiliado en Montevideo (Facundo 343-7). Sarmiento creía en un liberalismo menos dogmático y doctrinario que el de los rivadavianos. Había que evaluar con cuidado las circunstancias históricas concretas en que se encontraba el país. Su posición era práctica y más abierta. Era necesario nacionalizar el liberalismo. Las formulaciones políticas debían surgir del análisis de la realidad nacional. En el Facundo Sarmiento lleva a cabo un ejercicio de observación crítica de la Argentina y propone, de acuerdo a sus ideas, seguir en el futuro una política adaptada a las necesidades del país real.
            A través de la biografía del proto-caudillo Facundo Quiroga, Sarmiento busca entender los mecanismos del poder tiránico en la Argentina (Facundo 48). Facundo era un eslabón histórico en un proceso que no se había interrumpido. El caudillo Rosas había emergido como triunfador en la lucha política de dominación planteada a la muerte de Quiroga, y había logrado concentrar los hilos del poder en sus manos. No existía una constitución que rigiera la vida política de la nación en esos momentos. Rosas era un gobernante omnímodo. El poder se centraba en su persona. Sarmiento analiza el fenómeno en la tercera parte del libro. Si bien critica su tiranía, reconoce que Rosas había hecho a la República una contribución importante: había logrado unificarla bajo su mando. Durante sus largos años en el poder, habían disminuido las tensiones entre Buenos Aires, la ciudad puerto, y las provincias del interior (Facundo 356). Gracias a esa evolución, la República estaba en condiciones de darse ahora una constitución nacional que no siguiera el mismo destino que las anteriores, rechazadas por las provincias.
            Sarmiento proponía escribir una constitución basada en los principios liberales de gobierno.  Quería elevar la conciencia cívica de la población. Postulaba la creación de un sistema de educación público, gratuito y obligatorio para todos. En su concepto, la política egoísta y oportunista de Rosas había impedido proyectar el desarrollo del país y sus instituciones en el largo plazo. Había mantenido a la Argentina en el atraso. El desarrollo social del país en esos momentos era comparable al de Europa durante la etapa medieval; Rosas lo manejaba con el mismo criterio con que había administrado sus estancias. Lo consideraba un caudillo populista abusivo e inescrupuloso (Facundo 323). Había unificado el país a expensas de las libertades de los ciudadanos. Había fomentado el terror y mantenido a la sociedad en pie de guerra constante. El gobierno liberal futuro debía sancionar una ley máxima común que estableciera las bases políticas del país en forma definitiva y restituyera las libertades civiles a los argentinos.
            Sarmiento y los jóvenes intelectuales de la Asociación de Mayo, desde su exilio en Chile y la Banda Oriental del Uruguay, compartían el ideal liberal. Era un grupo de jóvenes idealistas con un futuro promisorio, pero tenían sus limitaciones. Su cultura era libresca, carecían de experiencias prácticas de gobierno. Eran estudiantes y periodistas, nutridos de abundantes lecturas europeas y norteamericanas. Miraban con desconfianza a las masas campesinas y gauchas. No creían posible extender los derechos políticos a toda la población. Desconfiaban del sufragio universal y defendían el voto restringido. Rosas, durante su gobierno, había defendido el sufragio universal y autorizado plebiscitos populares, en los que votaron propietarios y no propietarios, independientemente de su etnia. Había buscado el apoyo político de los negros y las mujeres, y había hecho acuerdos con los indios. Sarmiento consideraba ésta una actitud demagógica. Creía necesario restringir la participación política de la población: sólo debían votar las personas educadas en los valores de la democracia. Su criterio era selectivo y elitista, y excluía a sectores mayoritarios de la vida política.
            Sarmiento subestimaba a las clases populares: odiaba a los caudillos y a sus gauchos, que políticamente los apoyaban y eran los soldados de sus milicias. En la sociedad futura que él planeaba, serían las minorías ilustradas las que dirigirían la nación.
Trató de explicar la historia contemporánea como resultado del enfrentamiento de fuerzas vivas, dinámicas. Sus actores políticos: los caudillos y los unitarios, luchaban por la supervivencia en un medio hostil y peligroso. Aprendió de Tocqueville a observar la sociedad con rigor crítico, identificando los actores sociales e interpretando su comportamiento. Contribuyó de esta manera a crear las bases de la sociología argentina (Ingenieros 279). En su interpretación histórica no prevalece el más justo, sino el más fuerte. Su ética política da un lugar especial al egoísmo individual. El egoísmo para él podía contribuir favorablemente al desarrollo social, si el egoísta no concentraba el poder en beneficio de su persona, transformándose en un tirano injusto y violento (como Rosas). Años después, al visitar Estados Unidos, argumentó que el egoísmo posesivo había contribuido en esa sociedad al desarrollo de ciudadanos responsables y buenos propietarios (Viajes 443-609). El progreso de la sociedad mercantil dependía del egoísmo creativo y la libertad individual de sus integrantes. El estado burgués necesitaba que los individuos tuvieran la libertad necesaria para realizar su potencial.         
            Sarmiento escribió ensayos, biografías, memorias y artículos periodísticos, y fue agudo y temprano observador de las corrientes literarias del Río de la Plata. No escribió obras de ficción. La biografía, sin embargo, le dio la posibilidad de desarrollar un estilo personal, y de apropiarse de recursos expresivos de la ficción novelesca. La biografía es un género historiográfico híbrido: une la descripción histórica de un personaje público a la recreación imaginaria de su vida privada. Se apropia de distintos recursos de la narrativa de ficción, particularmente de la novela histórica. Un buen biógrafo debe ser capaz de crear personajes históricos verosímiles.
Sarmiento no se había formado como historiador. Era periodista. Tenía una aproximación ecléctica al hecho histórico. Muy pocos archivos debe haber consultado para escribir el Facundo. Tenía una gran capacidad de observación y conocimientos básicos de diferentes disciplinas sociales. Mostraba agudeza en la descripción de los acontecimientos públicos. El Facundo fue un libro partidario. Su interés principal era atacar a Rosas y difamar a los caudillos, demonizarlos. No buscaba escribir una historia objetiva del General Quiroga. Su libro es un panfleto político. Su argumentación es retórica: busca denigrar a su enemigo, invitar a sus simpatizantes a luchar contra los caudillos y derrocar a Rosas. Quiroga en su narración es un individuo cruel y vengativo, brutal, egoísta e ignorante. Sarmiento mitifica al personaje, lo transforma en un ser inhumano y monstruoso, en un ejemplo arquetípico del mal y la barbarie.
Si bien Sarmiento en el Facundo no analizó en detalle la producción literaria e intelectual argentina hasta el momento, como lo haría poco después Echeverría en su ensayo Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, 1846, observó con originalidad su vida literaria y su cultura popular. Para Sarmiento la literatura no era producto exclusivo de la cultura letrada. Notó que en el Río de la Plata se había desarrollado una cultura popular original. El pueblo era analfabeto, pero no le faltaba talento (sólo las élites tenían acceso a la educación). Sarmiento registró el desarrollo de una vigorosa poesía popular oral (81). En la campaña el gaucho cantor era muy admirado entre los paisanos, que apreciaban su talento (91).
            Analizó la poesía nacional culta reciente. Comentó la obra de estilo neoclásico de Juan Cruz Varela y la poesía romántica de Esteban Echeverría. Argumentó que la poesía de Varela poco agregaba al “caudal de nociones europeas” vigentes; Echeverría, en cambio, en “La cautiva”, se había inspirado en la naturaleza americana y había logrado retratarla con originalidad. Creía que el escritor nacional necesitaba inspirarse más en la naturaleza americana. Cita el caso del novelista norteamericano Fennimore Cooper, que dio un papel preponderante a la naturaleza de su tierra en El último de los Mohicanos y La pradera (77). Sarmiento reconoció el valor de la experiencia americana. América era un mundo nuevo y distinto, y había producido un nuevo tipo de hombre y una nueva cultura, y su literatura debía registrar este fenómeno. Valora sobre todo, entre los géneros literarios, la poesía y, en su opinión, “el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza (78)”. La naturaleza grandiosa, la enormidad del paisaje, lo inspiraban.
            La educación oficiaba en su visión como el canal privilegiado que lograría transferir la cultura de sus individuos más dotados al cuerpo social. La educación pública institucionalizaría el saber y lo volvería útil para el pueblo y para la patria. La capacidad de producir cultura era parte de la esencia del hombre y del pueblo: existía literatura (culta) del hombre letrado, y poesía campesina del pueblo pastor. Sarmiento vinculaba esta poesía campesina, que registraba sucesos de la campaña, con la labor del bardo medieval, cronista de su tiempo. Para él la Argentina, con su campaña bárbara y sus núcleos urbanos civilizados, era una sociedad polarizada que vivía en dos tiempos. Dice: “En la República Argentina se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea: el siglo XIX y el XII viven juntos; el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas (91)”.
            Sarmiento imaginó la sociedad futura como una sociedad abierta. Sería una sociedad jerárquica, dirigida por las élites, que supervisarían a las clases populares. El gobernante debía conducir un proceso racional y ordenado de gobierno. El Estado, para Sarmiento, como para Alberdi y Echeverría, no podía ser una entidad aislada. Modernizarse era insertarse en el mundo y en la historia. Reconoció el liderazgo cultural de los europeos, pero, cuando años después viajó a los Estados Unidos y recorrió el país, creyó que esa sociedad presentaba el mejor ejemplo de desarrollo contemporáneo. Las sociedades latinoamericanas debían tomarla en cuenta, por cuanto el proceso histórico estadounidense guardaba mayores semejanzas con el de las repúblicas latinoamericanas que el proceso de las sociedades europeas (Viajes 443-609). Frente a una Europa contradictoria, que restauraba las monarquías, las repúblicas americanas se habían mostrado ávidas defensoras de las democracias y sus libertades. 
            Para Sarmiento era esencial en esos momentos reconquistar las libertades civiles y políticas conculcadas por las dictaduras de los caudillos. Debían sancionar lo antes posible una ley fundamental que constituyera definitivamente al país como un estado de derecho. La unidad, en la práctica, ya se había logrado; el caudillismo había contribuido a unir territorialmente la nación (Facundo 367-73). Esa había sido, según él, la contribución que la barbarie le había hecho a la futura civilización. La inestabilidad política había dañado a la Argentina y, paradójicamente, le había dado un lugar de privilegio al gaucho.
            Sarmiento reconoció la importancia del gaucho en la cultura nacional. Pero sabía que en el futuro la sociedad argentina lo terminaría marginando y excluyendo. El desarrollo de las fuerzas económicas llevaría a la formación de una nación moderna, como las que poblaban el continente europeo y la que ya emergía con fuerza y singularidad en los Estados Unidos de Norteamérica, y en esa sociedad no habría lugar para el gaucho libre. La campaña había tenido un peso constitutivo en la vida nacional; la nueva sociedad, sin embargo, sería urbana. El gaucho sería víctima del progreso. Quedaría en nuestra historia como un representante de la nación primitiva y bárbara. El argentino del mañana sería un individuo civilizado, educado, trabajador. Este sueño, en 1845, cuando escribió el Facundo, parecía muy lejano. Pocos años después, caído Rosas, él mismo y sus compañeros de generación se lanzaron a la vida política. Como gobernantes no fueron individuos generosos. Hernández, en 1872, testimonió la realidad del país sarmientino en su Martín Fierro. Era un país injusto, donde se perseguía al gaucho, y se manipulaban las instituciones en beneficio de los poderosos.  
            Durante sus años de exilio chileno la pluma de Sarmiento fue productiva e incansable; a Facundo le siguieron Educación popular, 1848; Viajes en Europa, África y América, 1849; Recuerdos de provincia, 1850; Argirópolis, 1850. Entre éstos fue el Facundo la obra que más impactó en el desarrollo de la cultura argentina. Libro polémico de periodismo partidario, panfleto antirrosista, el Facundo mostró una realidad en la que se enfrentaban dos proyectos nacionales irreconciliables. Sarmiento contribuyó a crear una cultura periodística militante y contestaria.
El periodismo y la literatura nacieron en Argentina a un mismo tiempo, durante las luchas de independencia y las guerras civiles. Sus escritores reflejaron ese mundo en conflicto. Crearon una amalgama única entre lo público y lo privado, lo político y lo puramente literario. Propusieron una literatura testimonial y reflexiva, dinámica y combatiente.  Nuestras letras se han desarrollado a partir de esa idea. Escribir una gran obra literaria en Argentina supone hoy encontrar una respuesta nueva a este dilema constitutivo de la cultural nacional.


Bibliografía citada

Alberdi, Juan Bautista. Bases y puntos de partida para la organización política de la
            República Argentina. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1991.
Echeverría, Esteban. Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata
            desde el año 37. Obras Completas. Buenos Aires: Antonio Zamora, 1951. 
            Edición de Juan María Gutiérrez. 57-97.
Ingenieros, José. Sociología argentina. Buenos Aires: Hyspamérica, 1988.
Hernández, José. Martín Fierro. Buenos Aires: REI, 1988. Edición de Luis Sáenz
            de Medrano.
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo Civilización y barbarie. Madrid: Cátedra, 1990.
            Edición de Roberto Yahni.
----------. Viajes. Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1981.
Shumway, Nicolas. The Invention of Argentina. Berkeley: University of California
            Press, 1991.
Yahni, Roberto. “Introducción”. Facundo...11-32.



Publicado en Alberto Julián Pérez, 
Imaginación literaria y pensamiento propio
Buenos Aires: Corregidor, 2006:19-26.