Alberto
Julián Pérez ©
En 1845 el periodista argentino
Domingo Faustino Sarmiento (1810-1888) publicó Facundo Civilización y barbarie, la biografía del caudillo
argentino asesinado Facundo Quiroga (1788-1835), precedida de un estudio introductorio
de la vida social argentina, en el diario El
Progreso de Chile (país donde Sarmiento se encontraba exiliado), en su sección
de folletines, en veinticinco entregas, entre el 2 de mayo y el 5 de junio de
ese año (Yahni 18). Un mes después apareció como libro, con dos capítulos
finales adicionales. La obra así compuesta consta de tres partes. La primera de
ellas, pensada seguramente como una presentación general de su país para el
público chileno, está formada por cuatro capítulos que describen el territorio
nacional, explican las características raciales de su población, definen las tendencias
principales de su cultura y analizan los acontecimientos más importantes de la
historia independiente de su patria. Eran temas sobre los que no existían aún
estudios serios. Argentina se había independizado de España en 1816 y, desde
entonces, el país había estado sumido en un estado de guerra civil prolongada. Sarmiento,
joven periodista ambicioso, se aventuró en ellos. Su intuición, sus lecturas
filosóficas y sociológicas, fueron la base sobre las que apoyó sus observaciones.
Su modelo intelectual fue el gran libro de Alex de Tocqueville, De la démocratie en Amérique, 1835,
1840, en el que el filósofo francés había estudiado el proceso político y
cultural que se estaba llevando a cabo en Estados Unidos después de su
revolución independentista.
Estos primeros capítulos, de gran
originalidad y sutileza interpretativa, resultaron muy influyentes en el
desarrollo posterior de la literatura y la cultura argentina. La segunda parte
del libro era una biografía del caudillo “bárbaro” de la provincia de La Rioja
Facundo Quiroga. Esta parte, a la que Sarmiento dio especial importancia, era
un libelo periodístico de combate que buscaba, más que contar objetivamente la
vida del riojano, mostrar los aspectos primitivos e irracionales de su
personalidad, su barbarie, y condenar el sistema político imperante a través
del cual el gobierno tiránico de Rosas sometía a la población. En la tercera
parte Sarmiento presentó los puntos principales del programa político liberal
con el que se identificaban él y sus compañeros de la Generación del 37, entre
ellos Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría, Juan B. Alberdi, Vicente F. López y
José Mármol. Estos jóvenes intelectuales querían contribuir a la organización constitucional
del país y participar en su vida política activa en un futuro.
Los otros simpatizantes y miembros
de la Asociación de Mayo trabajaban también en sus propias publicaciones. En 1846,
Echeverría, exiliado en la Banda Oriental del Uruguay, publicó en Montevideo su
Ojeada retrospectiva sobre el movimiento
intelectual en el Plata desde el año 37. Y en 1852, el mismo año en que
cayó el Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, líder del partido
Federal, Alberdi dio a conocer en Chile sus Bases
y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Su
modelo constitucional iba a influir profundamente en la concepción política y
redacción de la constitución argentina que se aprobó el año siguiente, 1853. Los
escritos de Sarmiento, Echeverría y Alberdi aportaron muchas ideas importantes
al programa liberal de gobierno.
Sarmiento llevó a cabo una destacada
labor como periodista en Chile. Además de cubrir noticias políticas en sus
diarios, se destacó como periodista cultural. La biografía fue un género que
siempre le interesó y lo transformó en una forma personal de expresión. Le
permitía reunir en un mismo texto observaciones e interpretaciones
sociológicas, culturales y políticas. Podía recrear la vida de un personaje
histórico, mitificarlo, describir su época y hacer política partidaria a un
tiempo. Buscaba persuadir al lector de lo acertado de sus ideas. Demostrarle
que los federales rosistas estaban equivocados y que debía oponerse a ellos. Tenía
grandes ambiciones políticas. Luego de la caída de Rosas, derrocado por una
coalición nacional e internacional, en la que participó Brasil, Sarmiento entró
en la política activa. Ocupó a lo largo de los años numerosos puestos de
gobierno y fue Presidente del país en el período 1868-1874.
En el Facundo Sarmiento propuso una tesis amplia de interpretación, de
base sociológica, del hombre americano. Esta tesis partía de una visión
dicotómica de las sociedades. Estaba en consonancia con las ideas europeas del
momento. Sarmiento dividió el desarrollo social nacional en etapas. El hombre,
según su visión, evolucionaba de lo más simple a lo más complejo. En su estadio
más simple el hombre era un ser “salvaje” y en su estadio más avanzado era
capaz de alcanzar la “civilización”. La “barbarie”, en su tesis, era un estadio
intermedio de desarrollo, desde el cual el hombre podía retroceder al
salvajismo o progresar a la civilización. Los representantes de la barbarie en
Argentina, según él, eran los gauchos y los caudillos. En el territorio
nacional vivían también seres “salvajes”: los indígenas, que habitaban en la
parte sur y estaban enfrentados a la población blanca. Sarmiento no consideraba
a los indígenas integrantes legítimos de la nación. Creía que era necesario vencerlos,
someterlos y apropiarse de sus tierras, tal como lo hacían los norteamericanos.
Sarmiento veía a la Argentina como
un país desequilibrado. Estaba poco poblado. La mayor parte de sus habitantes
vivían diseminados en una gran extensión de territorio y constituían una
sociedad rural. En esas grandes extensiones semidesérticas surgió un ser humano
único. Este tipo humano era el gaucho, un paisano adaptado a la vida inhóspita
y difícil de las llanuras y los montes, al que consideraba un ser “bárbaro”. La
"vida civilizada" resultaba imposible en la campaña en esa época. La
civilización, para él, era un estadio típico de la vida urbana, tal como se
daba en Europa Occidental y en partes de Norteamérica. Gracias a la concentración
urbana el ser humano podía acceder a una educación común, democrática y
relacionarse con los otros hombres, para así crecer moralmente, formarse sus
propias ideas sobre el mundo y tomar decisiones políticas responsables, como
miembro de la civis.
Sarmiento concebía al ser civilizado
como un ciudadano educado. Nos da en el Facundo
su diagnóstico sobre los problemas argentinos y recomienda una praxis para
salir del atraso. El hombre moderno debía conocer las disciplinas del saber
europeo: las ciencias, las humanidades, las artes, la literatura, la historia. Era
necesario organizar un gobierno que promoviera la civilización. En 1845, con el
tirano Rosas en el poder, el país que proponía Sarmiento era un sueño lejano.
Los liberales europeístas habían ocupado el
poder brevemente en Argentina durante el gobierno unitario de Bernardino
Rivadavia, el primer presidente, en 1826. Luego de su renuncia, el país vivió
un enfrentamiento civil bélico entre unitarios y federales. Ante la fragilidad
de la situación política, el Gobernador Federal electo de Buenos Aires, Juan Manuel de
Rosas, que contaba con un gran prestigio y apoyo popular, solicitó un plebiscito,
pidiendo se le concedieran poderes especiales: la suma del poder público, un
poder dictatorial legitimado por el voto popular, que concentrara todos los poderes
del Estado en sus manos y le permitiera estabilizar la sociedad y evitar la
anarquía. Rosas ganó el plebiscito por amplia mayoría. De esa manera
desapareció en la práctica la división efectiva de poderes. El pueblo había
abandonado sus derechos en manos de un demagogo (Facundo 312).
Sarmiento analizó cuidadosamente en
el libro las causas del fracaso liberal. Facundo, Rosas y el caudillismo habían
sido consecuencia de un proceso previo de desintegración social. Resultó imposible
organizar el país en un sistema político democrático. El gaucho, para él, debía
ser, en parte, culpado por esta situación. Era un ser semisocializado. No
estaba preparado para participar de la vida de una sociedad democrática.
Pensaba que, eventualmente, el proceso evolutivo social e histórico, llevaría a
la superación de esta situación: desaparecería la barbarie y su producto
humano, el gaucho. A pesar de su juicio negativo sobre el papel que había
tenido el gaucho en la vida política nacional, Sarmiento reconoció su espíritu
de combate y su capacidad personal. Como producto de la sociedad bárbara, el
gaucho se había adaptado a una vida difícil. Había sobrevivido en un medio
natural hostil gracias a su esfuerzo e inteligencia. Sus múltiples cualidades
darían fruto cuando se civilizara. José Hernández, varios años después,
denunciará, durante la presidencia de Sarmiento, en El gaucho Martín Fierro, 1872, el hostigamiento y persecución que
sufría el gaucho bajo su gobierno, en manos tanto de la autoridad policial,
como del ejército y la justicia, responsables de los peores abusos. En la
segunda parte de la obra, 1879, Hernández revisó su posición y abrazó
muchas de las ideas del ideario liberal. Hizo decir a su narrador que el gaucho
debía abandonar su rebeldía, trabajar, educarse, vivir en familia, someterse a
la ley del estado nacional (Martín Fierro
350). Los “hijos” de Fierro, como lo comprobamos en Don Segundo Sombra, la novela de Güiraldes de 1926, ya no fueron
gauchos libres: eran peones, trabajadores rurales en una sociedad rica y
progresista. El gaucho libre había desaparecido, era un ser mítico que se
perdía en el pasado argentino. El gaucho “moderno” era un trabajador más, un peón
asalariado.
Sarmiento reconoció la inteligencia
natural del gaucho, que demostraba en el ejercicio excelente de los trabajos
rurales, la fe que tenía en su propio valor y coraje, que lo había llevado a
destacarse y triunfar en las guerras de independencia, su privilegiada
sensibilidad, su carácter imaginativo y su temperamento poético (Facundo 63-93). La sociedad y los malos
gobernantes, sin embargo, conspiraban contra él. Su personalidad mostraba tendencias
primitivas que hacían difícil su adaptación a la vida civilizada. Era un
individuo cruel, cambiante, pasaba de la indiferencia a la ira y, en lugar de
reflexionar, cuando se enfrentaba a situaciones difíciles, se dejaba llevar por
sus instintos. Seguía ciegamente a sus jefes, sin pensar. Era fácil víctima de
la ambición de los caudillos. Estos eran los líderes bárbaros, bestiales y
egoístas, que gobernaban al grupo. Utilizaban sus cualidades al servicio de sus
propios intereses. Eran destructivos para la patria. No se podía constituir una
sociedad moderna con individuos bárbaros.
Para Sarmiento una sociedad en
estado de desarrollo tenía que aspirar a tener instituciones sólidas. Un
individuo aislado del medio social era una fuerza disolvente. El aislamiento
del gaucho era relativo. La vida del campo tenía formas elementales de
asociación. La pulpería, el almacén rural, era un espacio que reunía a los
paisanos y les permitía desarrollar vínculos sociales(Facundo 95-105). Las prácticas religiosas, aunque informales,
constituían un tipo de vida espiritual. La vida en el campo se llevaba a cabo
bajo condiciones irregulares. Las instituciones se encontraban allí en estado
embrionario. El ser nacional argentino tenía que evolucionar. Las nuevas instituciones:
educativas, religiosas, políticas, debían ser funcionales y eficientes,
representativas de los intereses del estado liberal. Hacía falta educar al
ciudadano del futuro, crear prácticas religiosas racionales, fundar partidos políticos
democráticos. Era necesario poblar el territorio, formar núcleos sociales
civilizados y extenderlos a lo largo de todo el país.
La generación de Sarmiento fue
heredera política de la primera generación liberal que había liderado
Bernardino Rivadavia, hasta su renuncia a la Presidencia de la nación en 1827
(Shumway 81-111). Los jóvenes intelectuales de la Asociación de Mayo simpatizaban
con sus ideas, pero tomaron su distancia con los jefes políticos que
continuaron su partido. En esos momentos lo presidía Florencio Varela, líder de
la Comisión Argentina, exiliado en Montevideo (Facundo 343-7). Sarmiento creía en un liberalismo menos dogmático y
doctrinario que el de los rivadavianos. Había que evaluar con cuidado las circunstancias
históricas concretas en que se encontraba el país. Su posición era práctica y más
abierta. Era necesario nacionalizar el liberalismo. Las formulaciones políticas
debían surgir del análisis de la realidad nacional. En el Facundo Sarmiento lleva a cabo un ejercicio de observación crítica
de la Argentina y propone, de acuerdo a sus ideas, seguir en el futuro una política
adaptada a las necesidades del país real.
A través de la biografía del proto-caudillo
Facundo Quiroga, Sarmiento busca entender los mecanismos del poder tiránico en
la Argentina (Facundo 48). Facundo
era un eslabón histórico en un proceso que no se había interrumpido. El caudillo
Rosas había emergido como triunfador en la lucha política de dominación
planteada a la muerte de Quiroga, y había logrado concentrar los hilos del
poder en sus manos. No existía una constitución que rigiera la vida política de
la nación en esos momentos. Rosas era un gobernante omnímodo. El poder se
centraba en su persona. Sarmiento analiza el fenómeno en la tercera parte del
libro. Si bien critica su tiranía, reconoce que Rosas había hecho a la
República una contribución importante: había logrado unificarla bajo su mando. Durante
sus largos años en el poder, habían disminuido las tensiones entre Buenos
Aires, la ciudad puerto, y las provincias del interior (Facundo 356). Gracias a esa evolución, la República estaba en
condiciones de darse ahora una constitución nacional que no siguiera el mismo
destino que las anteriores, rechazadas por las provincias.
Sarmiento proponía escribir una constitución
basada en los principios liberales de gobierno. Quería elevar la conciencia cívica de la
población. Postulaba la creación de un sistema de educación público, gratuito y
obligatorio para todos. En su concepto, la política egoísta y oportunista de
Rosas había impedido proyectar el desarrollo del país y sus instituciones en el
largo plazo. Había mantenido a la Argentina en el atraso. El desarrollo social
del país en esos momentos era comparable al de Europa durante la etapa
medieval; Rosas lo manejaba con el mismo criterio con que había administrado
sus estancias. Lo consideraba un caudillo populista abusivo e inescrupuloso (Facundo 323). Había unificado el país a
expensas de las libertades de los ciudadanos. Había fomentado el terror y
mantenido a la sociedad en pie de guerra constante. El gobierno liberal futuro
debía sancionar una ley máxima común que estableciera las bases políticas del
país en forma definitiva y restituyera las libertades civiles a los argentinos.
Sarmiento y los jóvenes intelectuales
de la Asociación de Mayo, desde su exilio en Chile y la Banda Oriental del
Uruguay, compartían el ideal liberal. Era un grupo de jóvenes idealistas con un
futuro promisorio, pero tenían sus limitaciones. Su cultura era libresca,
carecían de experiencias prácticas de gobierno. Eran estudiantes y periodistas,
nutridos de abundantes lecturas europeas y norteamericanas. Miraban con
desconfianza a las masas campesinas y gauchas. No creían posible extender los
derechos políticos a toda la población. Desconfiaban del sufragio universal y
defendían el voto restringido. Rosas, durante su gobierno, había defendido el
sufragio universal y autorizado plebiscitos populares, en los que votaron
propietarios y no propietarios, independientemente de su etnia. Había buscado el
apoyo político de los negros y las mujeres, y había hecho acuerdos con los
indios. Sarmiento consideraba ésta una actitud demagógica. Creía necesario
restringir la participación política de la población: sólo debían votar las
personas educadas en los valores de la democracia. Su criterio era selectivo y
elitista, y excluía a sectores mayoritarios de la vida política.
Sarmiento subestimaba a las clases
populares: odiaba a los caudillos y a sus gauchos, que políticamente los apoyaban
y eran los soldados de sus milicias. En la sociedad futura que él planeaba, serían
las minorías ilustradas las que dirigirían la nación.
Trató de explicar la historia contemporánea
como resultado del enfrentamiento de fuerzas vivas, dinámicas. Sus actores
políticos: los caudillos y los unitarios, luchaban por la supervivencia en un
medio hostil y peligroso. Aprendió de Tocqueville a observar la sociedad con
rigor crítico, identificando los actores sociales e interpretando su
comportamiento. Contribuyó de esta manera a crear las bases de la sociología
argentina (Ingenieros 279). En su interpretación histórica no prevalece el más
justo, sino el más fuerte. Su ética política da un lugar especial al egoísmo
individual. El egoísmo para él podía contribuir favorablemente al desarrollo
social, si el egoísta no concentraba el poder en beneficio de su persona, transformándose
en un tirano injusto y violento (como Rosas). Años después, al visitar Estados
Unidos, argumentó que el egoísmo posesivo había contribuido en esa sociedad al
desarrollo de ciudadanos responsables y buenos propietarios (Viajes 443-609). El progreso de la
sociedad mercantil dependía del egoísmo creativo y la libertad individual de
sus integrantes. El estado burgués necesitaba que los individuos tuvieran la
libertad necesaria para realizar su potencial.
Sarmiento escribió ensayos, biografías,
memorias y artículos periodísticos, y fue agudo y temprano observador de las corrientes
literarias del Río de la Plata. No escribió obras de ficción. La biografía, sin
embargo, le dio la posibilidad de desarrollar un estilo personal, y de
apropiarse de recursos expresivos de la ficción novelesca. La biografía es un
género historiográfico híbrido: une la descripción histórica de un personaje
público a la recreación imaginaria de su vida privada. Se apropia de distintos
recursos de la narrativa de ficción, particularmente de la novela histórica. Un
buen biógrafo debe ser capaz de crear personajes históricos verosímiles.
Sarmiento no se había formado como
historiador. Era periodista. Tenía una aproximación ecléctica al hecho
histórico. Muy pocos archivos debe haber consultado para escribir el Facundo. Tenía una gran capacidad de
observación y conocimientos básicos de diferentes disciplinas sociales.
Mostraba agudeza en la descripción de los acontecimientos públicos. El Facundo fue un libro partidario. Su
interés principal era atacar a Rosas y difamar a los caudillos, demonizarlos.
No buscaba escribir una historia objetiva del General Quiroga. Su libro es un
panfleto político. Su argumentación es retórica: busca denigrar a su enemigo,
invitar a sus simpatizantes a luchar contra los caudillos y derrocar a Rosas. Quiroga
en su narración es un individuo cruel y vengativo, brutal, egoísta e ignorante.
Sarmiento mitifica al personaje, lo transforma en un ser inhumano y monstruoso,
en un ejemplo arquetípico del mal y la barbarie.
Si bien Sarmiento en el Facundo no analizó en detalle la producción literaria e intelectual
argentina hasta el momento, como lo haría poco después Echeverría en su ensayo Ojeada retrospectiva sobre el movimiento
intelectual en el Plata desde el año 37, 1846, observó con originalidad su
vida literaria y su cultura popular. Para Sarmiento la literatura no era
producto exclusivo de la cultura letrada. Notó que en el Río de la Plata se
había desarrollado una cultura popular original. El pueblo era analfabeto, pero
no le faltaba talento (sólo las élites tenían acceso a la educación). Sarmiento
registró el desarrollo de una vigorosa poesía popular oral (81). En la campaña
el gaucho cantor era muy admirado entre los paisanos, que apreciaban su talento
(91).
Analizó la poesía nacional culta
reciente. Comentó la obra de estilo neoclásico de Juan Cruz Varela y la poesía
romántica de Esteban Echeverría. Argumentó que la poesía de Varela poco agregaba
al “caudal de nociones europeas” vigentes; Echeverría, en cambio, en “La cautiva”,
se había inspirado en la naturaleza americana y había logrado retratarla con
originalidad. Creía que el escritor nacional necesitaba inspirarse más en la
naturaleza americana. Cita el caso del novelista norteamericano Fennimore
Cooper, que dio un papel preponderante a la naturaleza de su tierra en El último de los Mohicanos y La pradera (77). Sarmiento reconoció el
valor de la experiencia americana. América era un mundo nuevo y distinto, y había
producido un nuevo tipo de hombre y una nueva cultura, y su literatura debía
registrar este fenómeno. Valora sobre todo, entre los géneros literarios, la
poesía y, en su opinión, “el pueblo argentino es poeta por carácter, por
naturaleza (78)”. La naturaleza grandiosa, la enormidad del paisaje, lo inspiraban.
La educación oficiaba en su visión
como el canal privilegiado que lograría transferir la cultura de sus individuos
más dotados al cuerpo social. La educación pública institucionalizaría el saber
y lo volvería útil para el pueblo y para la patria. La capacidad de producir
cultura era parte de la esencia del hombre y del pueblo: existía literatura
(culta) del hombre letrado, y poesía campesina del pueblo pastor. Sarmiento
vinculaba esta poesía campesina, que registraba sucesos de la campaña, con la
labor del bardo medieval, cronista de su tiempo. Para él la Argentina, con su
campaña bárbara y sus núcleos urbanos civilizados, era una sociedad polarizada
que vivía en dos tiempos. Dice: “En la República Argentina se ven a un tiempo
dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que sin
conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza está remedando los esfuerzos
ingenuos y populares de la Edad Media; otra que sin cuidarse de lo que tiene a
sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea:
el siglo XIX y el XII viven juntos; el uno dentro de las ciudades, el otro en
las campañas (91)”.
Sarmiento imaginó la sociedad futura
como una sociedad abierta. Sería una sociedad jerárquica, dirigida por las élites,
que supervisarían a las clases populares. El gobernante debía conducir un
proceso racional y ordenado de gobierno. El Estado, para Sarmiento, como para
Alberdi y Echeverría, no podía ser una entidad aislada. Modernizarse era
insertarse en el mundo y en la historia. Reconoció el liderazgo cultural de los
europeos, pero, cuando años después viajó a los Estados Unidos y recorrió el
país, creyó que esa sociedad presentaba el mejor ejemplo de desarrollo contemporáneo.
Las sociedades latinoamericanas debían tomarla en cuenta, por cuanto el proceso
histórico estadounidense guardaba mayores semejanzas con el de las repúblicas
latinoamericanas que el proceso de las sociedades europeas (Viajes 443-609). Frente a una Europa
contradictoria, que restauraba las monarquías, las repúblicas americanas se
habían mostrado ávidas defensoras de las democracias y sus libertades.
Para Sarmiento era esencial en esos
momentos reconquistar las libertades civiles y políticas conculcadas por las
dictaduras de los caudillos. Debían sancionar lo antes posible una ley
fundamental que constituyera definitivamente al país como un estado de derecho.
La unidad, en la práctica, ya se había logrado; el caudillismo había contribuido
a unir territorialmente la nación (Facundo
367-73). Esa había sido, según él, la contribución que la barbarie le había
hecho a la futura civilización. La inestabilidad política había dañado a la
Argentina y, paradójicamente, le había dado un lugar de privilegio al gaucho.
Sarmiento reconoció la importancia
del gaucho en la cultura nacional. Pero sabía que en el futuro la sociedad
argentina lo terminaría marginando y excluyendo. El desarrollo de las fuerzas
económicas llevaría a la formación de una nación moderna, como las que poblaban
el continente europeo y la que ya emergía con fuerza y singularidad en los
Estados Unidos de Norteamérica, y en esa sociedad no habría lugar para el
gaucho libre. La campaña había tenido un peso constitutivo en la vida nacional;
la nueva sociedad, sin embargo, sería urbana. El gaucho sería víctima del
progreso. Quedaría en nuestra historia como un representante de la nación
primitiva y bárbara. El argentino del mañana sería un individuo civilizado,
educado, trabajador. Este sueño, en 1845, cuando escribió el Facundo, parecía muy lejano. Pocos años
después, caído Rosas, él mismo y sus compañeros de generación se lanzaron a la
vida política. Como gobernantes no fueron individuos generosos. Hernández, en
1872, testimonió la realidad del país sarmientino en su Martín Fierro. Era un país injusto, donde se perseguía al gaucho, y
se manipulaban las instituciones en beneficio de los poderosos.
Durante sus años de exilio chileno
la pluma de Sarmiento fue productiva e incansable; a Facundo le siguieron Educación
popular, 1848; Viajes en Europa, África
y América, 1849; Recuerdos de
provincia, 1850; Argirópolis, 1850.
Entre éstos fue el Facundo la obra
que más impactó en el desarrollo de la cultura argentina. Libro polémico de periodismo
partidario, panfleto antirrosista, el Facundo
mostró una realidad en la que se enfrentaban dos proyectos nacionales
irreconciliables. Sarmiento contribuyó a crear una cultura periodística militante
y contestaria.
El periodismo y la literatura nacieron en
Argentina a un mismo tiempo, durante las luchas de independencia y las guerras
civiles. Sus escritores reflejaron ese mundo en conflicto. Crearon una amalgama
única entre lo público y lo privado, lo político y lo puramente literario. Propusieron
una literatura testimonial y reflexiva, dinámica y combatiente. Nuestras letras se han desarrollado a partir
de esa idea. Escribir una gran obra literaria en Argentina supone hoy encontrar
una respuesta nueva a este dilema constitutivo de la cultural nacional.
Bibliografía
citada
Alberdi,
Juan Bautista. Bases y puntos de partida
para la organización política de la
República Argentina. Buenos Aires: Editorial Plus
Ultra, 1991.
Echeverría,
Esteban. Ojeada retrospectiva sobre el
movimiento intelectual en el Plata
desde el año 37. Obras Completas. Buenos Aires: Antonio Zamora,
1951.
Edición de
Juan María Gutiérrez. 57-97.
Ingenieros,
José. Sociología argentina. Buenos
Aires: Hyspamérica, 1988.
Hernández,
José. Martín Fierro. Buenos Aires:
REI, 1988. Edición de Luis Sáenz
de Medrano.
Sarmiento,
Domingo Faustino. Facundo Civilización y
barbarie. Madrid: Cátedra, 1990.
Edición de Roberto Yahni.
----------.
Viajes. Buenos Aires: Editorial de
Belgrano, 1981.
Shumway,
Nicolas. The Invention of Argentina.
Berkeley: University of California
Press, 1991.
Yahni,
Roberto. “Introducción”. Facundo...11-32.
Publicado
en Alberto Julián Pérez,
Imaginación
literaria y pensamiento propio.
Buenos Aires: Corregidor, 2006:19-26.
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