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martes, 15 de mayo de 2018

El arte narrativo de Ángeles Mastretta en Arráncame la vida


                                                      Alberto Julián Pérez©

El título de este ensayo encierra una aserción que procuraré justificar, ya que varios críticos han puesto en duda el valor artístico de esta novela (Reisz de Rivarola 142). Este último hecho afecta indirectamente a una amplia franja de la novelística contemporánea. Transcurrido el afán experimental de las décadas de los sesenta y setenta en Latinoamérica, en que escritores como García Márquez y Cortázar hicieron notables aportes formales al género y crearon un mundo novelístico moderno "nuestro", con un imaginario que nos identifica como latinoamericanos (especialmente el del Realismo mágico), la novela ha recuperado (no diré que ha "regresado a", por las connotaciones  negativas que puede tener este vocablo) técnicas narrativas realistas tradicionales (es decir  decimonónicas: recordemos que fue en el siglo XIX, durante el Romanticismo y el Realismo europeo, cuando la novela tuvo un auge excepcional y se consolidó como género representativo de la vida moderna). La novela ha vuelto a la creación de argumentos narrativos lineales, a la descripción sicologista de los personajes, a la presentación de un mundo novelístico verosímil.
La novela moderna, a diferencia de la poesía lírica, no ha sido considerada en lo primordial un género con "obligaciones" estéticas. Si bien novelistas europeos como Flaubert, Proust y Joyce, y, en  el mundo hispano, Valle Inclán, Asturias, Rulfo, Fuentes y Cortázar, emplearon la novela como vehículo de sus preocupaciones estéticas, privilegiando la invención genérica y la modernización formal por encima, muchas veces, de la "creación de mundo" que siempre ha caracterizado a la novela, el público lector mayoritario de este género, la pequeña burguesía urbana, percibe lo estético, por lo general, como algo secundario.
Bajtín (3-4) consideró a la novela un género democrático, "aluvional", abierto y de extraordinario dinamismo, capaz de incorporar todos los discursos de la modernidad en su tejido narrativo y enriquecerse con los aportes de otros géneros menores, como el folletín y el melodrama, y mayores, como el drama y la lírica, a los que podríamos agregar, ahora, las contribuciones de los nuevos medios audiovisuales posibilitados por el adelanto tecnológico, como el cine y la televisión. Su  idea  puede  ayudar  a explicar el hecho de que la novela, en continua metamorfosis, siendo en el principio un género  eminentemente  europeo, ha tenido una expansión global, universal,  extraordinaria;  en  las  últimas décadas hemos visto un desarrollo originalísimo de la novelística, no sólo en Hispanoamérica, sino también en países de África y Asia, que tradicionalmente no se habían destacado dentro de la historia del género.
  La novela ha demostrado una capacidad excepcional para sufrir todo tipo de transformaciones sin perder una de sus cualidades más destacadas: su habilidad, quizá solo igualada - y posiblemente superada - por el cine, de presentar un mundo social dinámico, preferentemente urbano, con personajes que viven intensas experiencias individuales y colectivas.
Clara Sefchovich, en un estudio reciente sobre la narrativa mexicana, ve con buenos ojos la desestetización de la novela, ya que el experimentalismo esteticista de los años sesenta y los setenta, para ella, fue un hecho excepcional en la historia del género (Sefchovich 47-54). Gracias a este retorno al realismo, al verismo y a la linealidad narrativa, la narrativa mexicana puede seguir hablando de problemas históricos y sociales relevantes para la sociedad. Esta ha sido una característica destacada de la novela nacional moderna desde sus orígenes, a principios del siglo XIX, con la obra de Fernández de Lizardi. México ha cultivado una narrativa que combina eclécticamente el interés por lo privado y lo público, asociando los conflictos típicos de la cultura de la sociedad civil burguesa y pequeñoburguesa a los conflictos específicos de la experiencia social hispanoamericana. Ha reflejado su vida política y testimoniado su lucha por constituir un Estado nacional independiente moderno.
El proceso político de conformación del Estado después de las luchas independentistas del siglo XIX, ha sido, para los países de habla hispana del continente, un doloroso y lento proceso, nunca satisfactoriamente concluido, por insertar a sus países en la comunidad internacional, resolver sus problemas de identidad, sus problemas raciales y de clase, y favorecer el crecimiento económico (o sea, resolver las contradicciones del desarrollo capitalista desequilibrado, para posibilitar un progreso equitativo de la sociedad).
Considerando esto, parece aceptable la tesis de Sefchovich de que la narrativa  mexicana  contemporánea, en  especial  la  de mujeres (Poniatowska, Esquivel y Mastretta, por ejemplo), continúa la principal línea histórica de desarrollo de la novelística mexicana (54). Lo que definiría históricamente a la novela,  reitero  entonces,  no  sería  tanto  su  estatus  estético,  sino su creación de mundo novelesco y, dentro de éste, la presentación de las dos problemáticas que han acompañado siempre al género (independientemente de la manera en que lo hayan abordado o reflejado): los conflictos éticos de los personajes y el estado social del mundo en el que viven.
Sefchovich (47) indica como una característica de la novelística mexicana - característica  que yo extendería a la novelística  hispanoamericana  toda - el predominio cualitativo de lo político sobre lo personal y el peso de lo político en lo  personal. Ciertos ciclos de producción novelesca de eminente contenido político que han tenido lugar  en  Hispanoamérica (como la  narrativa  moderna sobre los "dictadores", cuyo epítome serían El Señor Presidente ( 1946), de Asturias, Yo, el Supremo (1974), de Roa Bastos y El otoño del patriarca (1975), de García Márquez) han enriquecido nuestras literaturas con obras específicamente hispanoamericanas, que poseen  la  marca  indeleble  de  nuestra  vida  social  y cultural,  y  procuran responder de una manera prolífica  a  las  dudas  que tenemos los hispanoamericanos sobre nuestra identidad  individual  y social.
La novela de Ángeles Mastretta, Arráncame la vida, publicada en 1985, nos presenta el mundo político mexicano de las décadas de los treinta y cuarenta, en el período de institucionalización que siguió a la Revolución. Muestra los entretelones políticos que rodeaban a aquellos que eran responsables por la consolidación del Estado. Introduce un personaje femenino problemático y conflictivo, "alienado" podríamos decir empleando un término ya no tan favorecido por la crítica, en su lucha por su liberación personal.
Mastretta cuestiona seriamente en la novela, a través de su trama y sus personajes, la vida política y familiar, y discute nuevas problemáticas sociales (en particular, la situación de la mujer  en la vida mexicana).
Dentro de las dos opciones narrativas más comunes, la primera o la tercera persona narrativa, Mastretta escoge la primera persona, dando a su novela todas las filiaciones genéricas y discursivas implícitas en su elección - lo autobiográfico y lo confesional, entre otras. [1] La situación  espacial  especial en que va a situar a su hablante - la casa del gobernador de Puebla, su dormitorio y la sala de conversaciones políticas - y el papel de la hablante en ese espacio - como esposa del Gobernador - crea en su discurso un sesgo irónico, una "voz doble" (Bajtín 303-305). El personaje narra la historia mientras "dialoga" simultáneamente (en secreto) con el lector, iluminando aquellos aspectos del discurso que éste debe escuchar para saber lo que la autora está tratando de comunicarle realmente.
Mastretta procura expresar, descubrir, los deseos más íntimos del personaje narrador. Cati, la esposa del general Ascencio, se transforma en el centro de observación de la autora. El comentario del personaje, contando su vida, se enfoca a su vez en la vida del general, quien vive pendiente del mundo político y el poder. Este foco desplazado - de la autora al personaje femenino, al personaje principal masculino, al mundo político mexicano, desplazamiento que percibe con lucidez Danny Anderson (15) en su artículo - crea una trayectoria del discurso del mundo íntimo y sexual de la mujer al mundo ajeno, al mundo otro de la política, donde las personalidades y los roles sociales son intercambiables, por cuanto siempre se trata de satisfacer las expectativas de sectores sociales que detentan el poder en su relación con aquellos otros que se dejan dominar  por éstos. Los individuos, en la historia que nos presenta Mastretta, siempre terminan asumiendo el papel de dominador o de dominado. [2]
Las acciones en la trama de Arráncame la vida son intencionalmente exageradas, lo cual puede resultar chocante y hasta irritante a aquellos lectores que creen que la literatura culta no debe confundirse con la popular. En efecto, la acción de los personajes va más allá de las expectativas de la verosimilitud realista, pero el lector termina por aceptarlo porque la exageración se constituye en un elemento integral del "estilo" narrativo de Mastretta. Es imposible leer la novela sin experimentar goce (o rechazo, que sería el sentimiento negativo complementario en este caso) ante ciertos hechos y situaciones desmesuradas: el modo en que el gobernador Ascencio mata a sus numerosos enemigos políticos y a sus rivales; cómo Cati, su esposa, comete repetidamente adulterio y confiesa su felicidad al hacerlo; la satisfacción sexual que experimenta la protagonista en sus relaciones con su esposo y sus amantes; las infidelidades del General y sus numerosas mujeres e hijos extramatrimoniales. El exceso rodea la historia y se transforma en parte esencial del gusto con que el lector la percibe. [3]
Varios críticos han señalado que la situación en que la autora pone a la narradora y personaje y la manera en que describe su vida nos permite clasificar a esta obra como un tipo de Bildungsroman o novela de aprendizaje (Reisz de Rivarola 143; Anderson 16). Mastretta, efectivamente, nos muestra la vida de la protagonista desde su adolescencia, cuando se casa con el General Ascencio, a fines de la década de los veinte en México, hasta principios de la década de los cuarenta, cuando el General muere y Cati, su viuda, consigue su libertad y goza de su independencia. El proceso de aprendizaje, que es aprendizaje de los intríngulis de la política oficial mexicana, caracterizada como abiertamente maquiavélica, y aprendizaje del adulterio como manera de satisfacer los deseos sexuales sin comprometer las ventajas de la posición social, nos da una visión (y una versión) picaresca del mundo mexicano moderno. Cati aprende cómo sacrificar la moral personal para obtener seguridad y ventajas materiales, en un espacio limitado y carente - el mundo provinciano de Puebla - que sólo deja lugar para el pragmatismo social más extremo, sin asomo de heroicidad. Mastretta, sin embargo, trata este aspecto de la novela sin el cuidado que podría poner un narrador realista -  su modelo narrativo es la literatura sentimental y de intrigas para consumo de masas, que hace generosas concesiones al gusto popular - y transforma la traición y el crimen en espectáculo.
El personaje narrador expone las distintas situaciones en que se ha visto envuelto, mezclando la burla y la ironía, con mucho humor y desparpajo. Así, por ejemplo, cuando comenta sobre las demostraciones de afecto entre los hombres: "Son chistosos los señores, como no pueden besarse ni decirse ternuritas ni sobarse las barrigas embarazadas, entonces se dan esos abrazos llenos de ruido y carcajadas. No sé que chiste les verán" (96). El tono burlesco de la narradora, que rebaja siempre los motivos de las acciones de los personajes, y les quita todo idealismo, mostrando su creciente desilusión ante una sociedad que le exige el sacrificar su integridad personal y moral para sobrevivir, aunque con buen provecho, transforma el espectáculo por momentos en sátira grotesca, y en otros en tragedia, creando un tipo contemporáneo de tragicomedia.[4] El personaje narrador no escapa a las bromas de la autora, que la obliga a burlarse de sí misma, de su torpeza y sus limitaciones. No obstante, la narradora - Cati - y los personajes de extracción popular con que se relaciona - campesinos, sirvientes, obreros - son capaces (son los únicos capaces) de auténtica indignación moral ante el mundo cínico y desvalorizado del poder, en el que el fin justifica los medios y se admite el crimen como forma de conservar los privilegios. La complejidad de la conciencia y de las acciones de los personajes, capaces de hacer el bien y el mal - el General Ascencio asesina a sus enemigos políticos y ama a su mujer, a la rodea de cuidados paternales -, los diferencia de los personajes  que encontramos con frecuencia en la literatura popular de masas, que son casi siempre unidimensionales. Enfrentan problemas característicos de la experiencia pequeño burguesa y su situación existencial: conflictos interiores, angustias, dudas, deseos de liberación personal. [5] 
            Los momentos de la trama que resultan más convincentes (y entretenidos) para el lector son los de las aventuras sexuales de Cati y sus intrigas matrimoniales, paralelas a las de sus amigas y a las de su mismo esposo, y las intrigas y aventuras políticas del General Ascencio y sus asociados en el poder. A lo largo de la novela estas líneas de acción se entrelazan, y finalmente se enfrentan a distintos obstáculos y dificultades que interrumpen su evolución y provocan conflictos irresolubles que precipitan el desenlace. El General, por ejemplo, descubre poco a poco y con rabia, que su amigo, el Presidente, en lugar de cortejarlo a él como candidato a ocupar la silla presidencial en el próximo sexenio, prefiere a Cienfuegos, su rival.
Cati comprueba con amargura que su marido, el principal obstáculo para que ella pueda conseguir su libertad amorosa y concretar su relación permanente con el músico Vives, el gran amor de su vida, decide sobre su futuro en contra de su deseo: el General hace secuestrar y asesinar al músico sin que Cati pueda impedirlo. Esto no ocurre de manera abierta y expresa, en una situación de hostilidad y competencia directa reconocida entre los esposos, sino como parte de una intriga política: un juego. En ese juego Andrés Ascencio finge no estar en control de la situación y no saber; por fin, él es el que le hace matar el amante a su esposa y gana. Hacia el final de la novela, Andrés empieza a tomar un té de hierbas que Cati sabe puede matar a una persona si se lo bebe con regularidad, pero ella, lejos de prohibirle su ingestión, la facilita y observa cómo su marido se envenena lentamente, mientras disfruta de su venganza y su liberación próxima. Como en el juego del gato y el ratón, el perseguido y el perseguidor alternan por momentos sus papeles. Ambos tienen como estímulo y fuente de goce la convicción cruel de saber que están provocando un daño.
La crueldad y el sadismo, mezclados al interés personal, acompañan a las acciones del melodrama sexual y político. La exageración en la caracterización de los personajes y las situaciones llega a un extremo caricaturesco. Personajes y acciones asumen un carácter ejemplar, capaz de brindar un aspecto moral y moralizante evidente, lo cual no quiere decir que haya sido ése el interés primordial de la autora. Es casi un excedente inevitable. La caricatura implica una lectura crítica. La crítica de Mastretta a su sociedad tiene un carácter renovador en el libro. Aunque solapada en la exageración caricaturesca y en el juego de las traiciones y las infidelidades, el juicio de Mastretta al mundo político mexicano y a la relación despótica entre los sexos, al exagerado machismo, es terminante y lapidaria y constituye una denuncia muy seria, que tiene la agravante de ser articulada por una mujer, víctima real o potencial de esa situación social injusta. El lector percibe dondequiera esa sensación de frustración y rabia que domina el discurso de la narradora, en un medio violento que ella no es capaz de controlar, aunque lucha por manipularlo. Finalmente, encuentra la manera de deshacerse de su esposo y rival.
Si vemos las peripecias que viven los personajes de la novela - Cati, sus hijos, sus amantes, Andrés - observamos que hay en ellos una "evolución" equiparable a la de los personajes de la trama de una novela picaresca. Se enfrentan con situaciones ante las que tienen que desarrollar la astucia para sobrevivir. La realidad siempre excede su capacidad de previsión.[6] Sobrevivir implica el someterse ante la situación personal de desamparo. Aquí la relación paradigmática es la de amo/esclava, maestro/discípula, que mantienen Andrés y Cati. El otro aspecto "picaresco" es la relación que sostienen los personajes (que son todos de baja extracción popular, producto del desplazamiento social posibilitado por la Revolución Mexicana de 1910) con las instituciones. Cati no sólo se desilusiona ante los manejos políticos del partido gobernante y el nepotismo ejercido por su marido, sino también ante el matrimonio y la misma maternidad, o sea, ante lo que significa ser mujer para la sociedad mexicana. Hay dos registros muy claros que la novela maneja: el del discurso oficial  de la política y la familia, que los personajes tienen que cortejar, y el discurso desenmascarador con que los personajes se enfrentan al mundo - los análisis que hace Andrés de la situación política ante Cati, y los análisis y confesiones que Cati, como personaje que cuenta su vida, se hace a sí misma, en el trance de reconocer su cambiante realidad y "aprender" de ella por las malas, esto es, a los golpes. [7] Los personajes son capaces de sobrevivir al desafío y adaptarse. En este sentido, aunque inmorales, son sumamente vitales: luchan y ganan. La sucesión política y social se asegura. Y el futuro de México. Y la continuidad
del doble estándar: el discurso oficial (para el pueblo) y la verdad maquiavélica, que se vive desde el poder (y los dormitorios donde se acuestan los hombres que manejan el poder).
Mastretta desenmascara al mundo político mexicano para su pueblo, valiéndose de una historia ficticia, que remeda una etapa real en la vida política de Puebla, ciudad de origen de la autora.[8] Si en la vida real el pueblo resulta el engañado por el discurso oficial, aquí la autora corrige eso: muestra y explica el engaño. Dentro del discurso desenmascarador, además, Mastretta introduce otro discurso: el de la resistencia, que da tensión y novedad a su novela. El personaje central, si bien es parcialmente cómplice de su marido, desarrolla una capacidad y una táctica de resistencia a su poder y autoridad que, finalmente, tiene éxito, porque logra "ayudarlo" a morir y desembarazarse de él. Éste es el aspecto ejemplar y feminista del personaje, por cuanto su marido actúa como un auténtico tirano en lo político y en lo personal, y al resistir y liberarse, Cati se transforma en una heroína circunstancial. Pero sólo por un breve momento, porque el contradiscurso que la autora introduce en el discurso, o los discursos de los personajes - lo que llamamos el discurso desenmascarador que muestra los resortes verdaderos del amor y la política - impide toda idealización indispensable para poder crear en la imaginación del lector una figura duradera de una heroína o un héroe. Después de todo, tanto Cati como su marido, el General Andrés Ascencio, tienen algo en común que los une: inteligencia y ambición, y las limitaciones sociales de su nacimiento, sólo superadas por la coyuntura favorable de la Revolución. Manifiestan una falta de escrúpulos que es típica de los personajes "bajos", los cuales, puestos en circunstancias adversas, adoptan una postura personal egoísta y se salvan a sí mismos.
El mundo novelístico que nos presenta Mastretta no es optimista. Su novela corrobora la idea de que la sociedad mexicana se ha desarrollado mal después de la Revolución. Su arte es observador y crítico. Trata de acercarse a su sociedad y comprenderla. No es ésta una literatura escéptica. Y tiene enorme fe en lo popular. Y en la mujer, como lo demuestra también en el libro de relatos que siguió a Arráncame la vida: Mujeres de ojos grandes  (1990).
La novela, en este fin de siglo en México, parece aún seguir haciendo lo que ha hecho tan bien a partir del siglo XVII en Europa: presentar un cuadro social dinámico, el animado mundo novelesco en el que se debaten los personajes. Es un arte abierto, democrático, popular y antielitista, que no se interesa demasiado por eventuales discusiones de problemas estéticos y mantiene la fuerza mimética que la ha caracterizado en sus mejores momentos. Es así mismo, en Hispanoamérica, un arte solapado o abiertamente moralizante. Las preocupaciones éticas y políticas, que se desarrollaron en nuestro continente al calor de las luchas de la independencia y a la luz de las ideas del Enciclopedismo racionalista, han acompañado hasta el presente nuestra trayectoria artística e intelectual. Es lógico entonces que en estos momentos, en que las mujeres asumen un papel protagónico como escritoras en nuestras literaturas, estas literaturas reflejen su situación personal, sus preocupaciones políticas y éticas.
Si consideramos la obra de escritoras que han precedido a Mastretta, como Rosario Castellanos y Elena Poniatowska, vemos que la narrativa femenina mexicana va creando su propia tradición de concientización ética y resistencia política. Ángeles Mastretta no es ajena a esta tradición ni indigna de la misma: su arte popular es vigoroso, expansivo, picaresco y sentencioso, y no pretende observar y describir objetivamente a la sociedad en que vive. Prefiere darnos una imagen burlonamente "costumbrista" de su medio social. Su velada sátira aplica un lente deformante que entretiene e instruye, y nos ayuda a indignarnos y sonreímos al mismo tiempo.[9] Entretenimiento y crítica, dos registros a que la autora voluntariamente aspira, como lo afirmó en una entrevista, y van conformando ya un nutrido público lector, no sólo de mujeres, para esta renovadora literatura (Anderson 24). Literatura escrita desde el fondo de la condición femenina, que la exhibe sin vergüenza y con humor, la discute y busca un lenguaje apto para expresarla. Quienes nos ruborizamos ahora somos los hombres, por las muchas cosas que creíamos saber y no sabíamos, y por los secretos de que nos enteramos.


                    Obras citadas

Anderson, Danny. "Displacement Strategies of Transformation in Arráncame la vida, by Ángeles Mastretta." The Journal of the Midwest Modern Language Association 21. No. 1 (1988): 15-27.
Bajtin, M. M. The Dialogic Imagination. Trad. Caryl Emerson y Michael Holquist. Austin: University of Texas Press. 1981.
Mastreta, Ángeles. Arráncame la vida. México: Cal y Arena, 1990.
----------. Mujeres de ojos grandes. México: Cal y Arena, 1990.
----------. Puerto Ubre. México: Cal y Arena, 1993.
Reisz de Rivarola, Susana. "Cuando las mujeres cantan tango..." Literatura mexicana hoy. Ed. Karl Kohut. Frankfurt am Main: Vervuert, 1991. 141-156.
Sefchovich, Sara. "Una sola línea: la narrativa mexicana." Literatura mexicana hoy… 47-54.

                        Notas
[1] El personaje narrador está abocado a entenderse a sí mismo. Si bien surge del pueblo bajo e inculto, la autora le adjudica preocupaciones pequeñoburguesas de autorrealización y búsqueda de sí.
[2] Cati, como mujer-objeto que se transforma en mujer-sujeto, comparte la sicología de otros oprimidos, sirvientes, obreros, esclavos. Resentimiento, deseos de venganza. Relación ambigua de amor-odio con el poderoso. Limitado sentimiento de culpa.
[3] El personaje es demasiado - conscientemente - individualista para pertenecer a la trama de un género menor popular (el folletín o el melodrama), y privilegia su placer, frente a cualquier deber familiar. Es personaje de novela que, sin embargo, se mantiene cerca de lo que uno espera de los personajes de las tramas narrativa de la literatura sentimental de consumo popular.
Es una novela que propone una lectura simpática, catártica, de identificación con el personaje narrador, en un código de comunicación fácil con el lector.
[4] La sencillez verbal de la voz narrativa ayuda a que el personaje sea creíble y la historia resulta fácilmente legible. La expresión simple es hasta cierto punto un artificio retórico para ayudar a persuadir al público. ¿De qué? Del estado de necesidad e insatisfacción, de soledad, en que vive el personaje, que seguramente comparten muchos lectores (y especialmente muchas lectoras).
[5] Cati es un personaje en crisis, en lucha. Eso le da espesor y realidad sicológica como personaje. Es conflictiva y, a lo largo de la novela, vemos desarrollarse su lucha interior. En gran medida, la narración consiste en el despliegue de su drama interno. Notamos que para ella lo personal prevalece sobre lo social. En este sentido el personaje no entiende bien lo social y se siente impotente frente a la maquinaria política que sostiene el poder de su esposo.
[6] Mastretta crea una narradora que está luchando con sus conflictos y por momentos está fuera de lugar. La mujer se aventura en la esfera pública del hombre pero sin cambiar ni esforzarse por cambiar su aproximación sentimental a las cosas del mundo.
[7] A lo largo de la obra Cati va adquiriendo consciencia de la justicia y al final se hace justicia, justicia real y justicia poética: mata al marido malo y, mujer oprimida y cómplice a pesar de sí misma, se libera. La novela termina con la declaración de independencia de la mujer.
[8] Anderson indica la semejanza del mundo político del gobernador Ascencio en la ficción con el gobierno real de Maximino Ávila Camacho en México. Señala que la misma autora, en una entrevista, ha reconocido esto (15).
[9] En Puerto libre (1993) narración miscelánea que combina la observación costumbrista satírica con el relato divertido y el episodio autobiográfico reflexivo y moralizante, el arte de Mastretta alcanza especial intensidad. En esa obra Mastretta une sus comentarios morales sobre la situación de la mujer en México a una crítica prudente a su sociedad.


Publicación: Alberto Julián Pérez, “El arte narrativo de Ángeles Mastretta en Arráncame la vida”, Texto crítico No. 4-5 (1997): 7-15.