Alberto
Julián Pérez ©
El
título de este ensayo encierra una aserción que procuraré justificar, ya que
varios críticos han puesto en duda el valor artístico de esta novela (Reisz de
Rivarola 142). Este último hecho afecta indirectamente a una amplia franja de la
novelística contemporánea. Transcurrido el afán experimental de las décadas de
los sesenta y setenta en Latinoamérica, en que escritores como García Márquez y
Cortázar hicieron notables aportes formales al género y crearon un mundo
novelístico moderno "nuestro", con un imaginario que nos identifica
como latinoamericanos (especialmente el del Realismo mágico), la novela ha
recuperado (no diré que ha "regresado a", por las connotaciones negativas que puede tener este vocablo) técnicas
narrativas realistas tradicionales (es decir
decimonónicas: recordemos que fue en el siglo XIX, durante el
Romanticismo y el Realismo europeo, cuando la novela tuvo un auge excepcional y
se consolidó como género representativo de la vida moderna). La novela ha
vuelto a la creación de argumentos narrativos lineales, a la descripción
sicologista de los personajes, a la presentación de un mundo novelístico
verosímil.
La
novela moderna, a diferencia de la poesía lírica, no ha sido considerada en lo
primordial un género con "obligaciones" estéticas. Si bien novelistas
europeos como Flaubert, Proust y Joyce, y, en
el mundo hispano, Valle Inclán, Asturias, Rulfo, Fuentes y Cortázar, emplearon
la novela como vehículo de sus preocupaciones estéticas, privilegiando la invención
genérica y la modernización formal por encima, muchas veces, de la "creación
de mundo" que siempre ha caracterizado a la novela, el público lector
mayoritario de este género, la pequeña burguesía urbana, percibe lo estético,
por lo general, como algo secundario.
Bajtín
(3-4) consideró a la novela un género democrático, "aluvional", abierto
y de extraordinario dinamismo, capaz de incorporar todos los discursos de la modernidad
en su tejido narrativo y enriquecerse con los aportes de otros géneros menores,
como el folletín y el melodrama, y mayores, como el drama y la lírica, a los
que podríamos agregar, ahora, las contribuciones de los nuevos medios audiovisuales
posibilitados por el adelanto tecnológico, como el cine y la televisión.
Su idea
puede ayudar a explicar el hecho de que la novela, en
continua metamorfosis, siendo en el principio un género eminentemente
europeo, ha tenido una expansión global, universal, extraordinaria; en
las últimas décadas hemos visto
un desarrollo originalísimo de la novelística, no sólo en Hispanoamérica, sino
también en países de África y Asia, que tradicionalmente no se habían destacado
dentro de la historia del género.
La novela ha demostrado una capacidad excepcional
para sufrir todo tipo de transformaciones sin perder una de sus cualidades más
destacadas: su habilidad, quizá solo igualada - y posiblemente superada - por
el cine, de presentar un mundo social dinámico, preferentemente urbano, con
personajes que viven intensas experiencias individuales y colectivas.
Clara
Sefchovich, en un estudio reciente sobre la narrativa mexicana, ve con buenos
ojos la desestetización de la novela, ya que el experimentalismo esteticista de
los años sesenta y los setenta, para ella, fue un hecho excepcional en la
historia del género (Sefchovich 47-54). Gracias a este retorno al realismo, al
verismo y a la linealidad narrativa, la narrativa mexicana puede seguir
hablando de problemas históricos y sociales relevantes para la sociedad. Esta
ha sido una característica destacada de la novela nacional moderna desde sus
orígenes, a principios del siglo XIX, con la obra de Fernández de Lizardi.
México ha cultivado una narrativa que combina eclécticamente el interés por lo
privado y lo público, asociando los conflictos típicos de la cultura de la
sociedad civil burguesa y pequeñoburguesa a los conflictos específicos de la
experiencia social hispanoamericana. Ha reflejado su vida política y
testimoniado su lucha por constituir un Estado nacional independiente moderno.
El
proceso político de conformación del Estado después de las luchas
independentistas del siglo XIX, ha sido, para los países de habla hispana del
continente, un doloroso y lento proceso, nunca satisfactoriamente concluido,
por insertar a sus países en la comunidad internacional, resolver sus problemas
de identidad, sus problemas raciales y de clase, y favorecer el crecimiento
económico (o sea, resolver las contradicciones del desarrollo capitalista desequilibrado,
para posibilitar un progreso equitativo de la sociedad).
Considerando
esto, parece aceptable la tesis de Sefchovich de que la narrativa mexicana
contemporánea, en especial la de mujeres
(Poniatowska, Esquivel y Mastretta, por ejemplo), continúa la principal línea histórica
de desarrollo de la novelística mexicana (54). Lo que definiría históricamente
a la novela, reitero entonces,
no sería tanto
su estatus estético,
sino su creación de mundo novelesco y, dentro de éste, la presentación
de las dos problemáticas que han acompañado siempre al género (independientemente
de la manera en que lo hayan abordado o reflejado): los conflictos éticos de
los personajes y el estado social del mundo en el que viven.
Sefchovich
(47) indica como una característica de la novelística mexicana - característica que yo extendería a la novelística hispanoamericana toda - el predominio cualitativo de lo político
sobre lo personal y el peso de lo político en lo personal. Ciertos ciclos de producción
novelesca de eminente contenido político que han tenido lugar en Hispanoamérica
(como la narrativa moderna sobre los "dictadores",
cuyo epítome serían El Señor Presidente
( 1946), de Asturias, Yo, el Supremo
(1974), de Roa Bastos y El otoño del
patriarca (1975), de García Márquez) han enriquecido nuestras literaturas
con obras específicamente hispanoamericanas, que poseen la
marca indeleble de
nuestra vida social
y cultural, y procuran responder de una manera prolífica a
las dudas que tenemos los hispanoamericanos sobre nuestra
identidad individual y social.
La
novela de Ángeles Mastretta, Arráncame la
vida, publicada en 1985, nos presenta el mundo político mexicano de las
décadas de los treinta y cuarenta, en el período de institucionalización que
siguió a la Revolución. Muestra los entretelones políticos que rodeaban a
aquellos que eran responsables por la consolidación del Estado. Introduce un
personaje femenino problemático y conflictivo, "alienado" podríamos
decir empleando un término ya no tan favorecido por la crítica, en su lucha por
su liberación personal.
Mastretta
cuestiona seriamente en la novela, a través de su trama y sus personajes, la
vida política y familiar, y discute nuevas problemáticas sociales (en
particular, la situación de la mujer en la
vida mexicana).
Dentro
de las dos opciones narrativas más comunes, la primera o la tercera persona
narrativa, Mastretta escoge la primera persona, dando a su novela todas las
filiaciones genéricas y discursivas implícitas en su elección - lo autobiográfico
y lo confesional, entre otras. [1] La situación espacial
especial en que va a situar a su hablante - la casa del gobernador de
Puebla, su dormitorio y la sala de conversaciones políticas - y el papel de la
hablante en ese espacio - como esposa del Gobernador - crea en su discurso un
sesgo irónico, una "voz doble" (Bajtín 303-305). El personaje narra
la historia mientras "dialoga" simultáneamente (en secreto) con el
lector, iluminando aquellos aspectos del discurso que éste debe escuchar para
saber lo que la autora está tratando de comunicarle realmente.
Mastretta
procura expresar, descubrir, los deseos más íntimos del personaje narrador. Cati,
la esposa del general Ascencio, se transforma en el centro de observación de la
autora. El comentario del personaje, contando su vida, se enfoca a su vez en la
vida del general, quien vive pendiente del mundo político y el poder. Este foco
desplazado - de la autora al personaje femenino, al personaje principal
masculino, al mundo político mexicano, desplazamiento que percibe con lucidez
Danny Anderson (15) en su artículo - crea una trayectoria del discurso del
mundo íntimo y sexual de la mujer al mundo ajeno, al mundo otro de la política,
donde las personalidades y los roles sociales son intercambiables, por cuanto siempre
se trata de satisfacer las expectativas de sectores sociales que detentan el
poder en su relación con aquellos otros que se dejan dominar por éstos. Los individuos, en la historia que
nos presenta Mastretta, siempre terminan asumiendo el papel de dominador o de
dominado. [2]
Las
acciones en la trama de Arráncame la vida
son intencionalmente exageradas, lo cual puede resultar chocante y hasta
irritante a aquellos lectores que creen que la literatura culta no debe
confundirse con la popular. En efecto, la acción de los personajes va más allá
de las expectativas de la verosimilitud realista, pero el lector termina por
aceptarlo porque la exageración se constituye en un elemento integral del
"estilo" narrativo de Mastretta. Es imposible leer la novela sin
experimentar goce (o rechazo, que sería el sentimiento negativo complementario
en este caso) ante ciertos hechos y situaciones desmesuradas: el modo en que el
gobernador Ascencio mata a sus numerosos enemigos políticos y a sus rivales;
cómo Cati, su esposa, comete repetidamente adulterio y confiesa su felicidad al
hacerlo; la satisfacción sexual que experimenta la protagonista en sus
relaciones con su esposo y sus amantes; las infidelidades del General y sus
numerosas mujeres e hijos extramatrimoniales. El exceso rodea la historia y se
transforma en parte esencial del gusto con que el lector la percibe. [3]
Varios
críticos han señalado que la situación en que la autora pone a la narradora y
personaje y la manera en que describe su vida nos permite clasificar a esta
obra como un tipo de Bildungsroman o novela de aprendizaje (Reisz de Rivarola
143; Anderson 16). Mastretta, efectivamente, nos muestra la vida de la
protagonista desde su adolescencia, cuando se casa con el General Ascencio, a
fines de la década de los veinte en México, hasta principios de la década de
los cuarenta, cuando el General muere y Cati, su viuda, consigue su libertad y
goza de su independencia. El proceso de aprendizaje, que es aprendizaje de los
intríngulis de la política oficial mexicana, caracterizada como abiertamente
maquiavélica, y aprendizaje del adulterio como manera de satisfacer los deseos
sexuales sin comprometer las ventajas de la posición social, nos da una visión
(y una versión) picaresca del mundo mexicano moderno. Cati aprende cómo
sacrificar la moral personal para obtener seguridad y ventajas materiales, en
un espacio limitado y carente - el mundo provinciano de Puebla - que sólo deja
lugar para el pragmatismo social más extremo, sin asomo de heroicidad.
Mastretta, sin embargo, trata este aspecto de la novela sin el cuidado que podría
poner un narrador realista - su modelo
narrativo es la literatura sentimental y de intrigas para consumo de masas, que
hace generosas concesiones al gusto popular - y transforma la traición y el
crimen en espectáculo.
El personaje
narrador expone las distintas situaciones en que se ha visto envuelto,
mezclando la burla y la ironía, con mucho humor y desparpajo. Así, por ejemplo,
cuando comenta sobre las demostraciones de afecto entre los hombres: "Son
chistosos los señores, como no pueden besarse ni decirse ternuritas ni sobarse
las barrigas embarazadas, entonces se dan esos abrazos llenos de ruido y
carcajadas. No sé que chiste les verán" (96). El tono burlesco de la
narradora, que rebaja siempre los motivos de las acciones de los personajes, y
les quita todo idealismo, mostrando su creciente desilusión ante una sociedad
que le exige el sacrificar su integridad personal y moral para sobrevivir,
aunque con buen provecho, transforma el espectáculo por momentos en sátira
grotesca, y en otros en tragedia, creando un tipo contemporáneo de
tragicomedia.[4] El
personaje narrador no escapa a las bromas de la autora, que la obliga a
burlarse de sí misma, de su torpeza y sus limitaciones. No obstante, la narradora
- Cati - y los personajes de extracción popular con que se relaciona -
campesinos, sirvientes, obreros - son capaces (son los únicos capaces) de
auténtica indignación moral ante el mundo cínico y desvalorizado del poder, en
el que el fin justifica los medios y se admite el crimen como forma de
conservar los privilegios. La complejidad de la conciencia y de las acciones de
los personajes, capaces de hacer el bien y el mal - el General Ascencio asesina
a sus enemigos políticos y ama a su mujer, a la rodea de cuidados paternales -,
los diferencia de los personajes que
encontramos con frecuencia en la literatura popular de masas, que son casi
siempre unidimensionales. Enfrentan problemas característicos de la experiencia
pequeño burguesa y su situación existencial: conflictos interiores, angustias,
dudas, deseos de liberación personal. [5]
Los
momentos de la trama que resultan más convincentes (y entretenidos) para el
lector son los de las aventuras sexuales de Cati y sus intrigas matrimoniales,
paralelas a las de sus amigas y a las de su mismo esposo, y las intrigas y
aventuras políticas del General Ascencio y sus asociados en el poder. A lo
largo de la novela estas líneas de acción se entrelazan, y finalmente se
enfrentan a distintos obstáculos y dificultades que interrumpen su evolución y
provocan conflictos irresolubles que precipitan el desenlace. El General, por
ejemplo, descubre poco a poco y con rabia, que su amigo, el Presidente, en
lugar de cortejarlo a él como candidato a ocupar la silla presidencial en el
próximo sexenio, prefiere a Cienfuegos, su rival.
Cati
comprueba con amargura que su marido, el principal obstáculo para que ella
pueda conseguir su libertad amorosa y concretar su relación permanente con el
músico Vives, el gran amor de su vida, decide sobre su futuro en contra de su
deseo: el General hace secuestrar y asesinar al músico sin que Cati pueda
impedirlo. Esto no ocurre de manera abierta y expresa, en una situación de
hostilidad y competencia directa reconocida entre los esposos, sino como parte
de una intriga política: un juego. En ese juego Andrés Ascencio finge no estar
en control de la situación y no saber; por fin, él es el que le hace matar el
amante a su esposa y gana. Hacia el final de la novela, Andrés empieza a tomar
un té de hierbas que Cati sabe puede matar a una persona si se lo bebe con
regularidad, pero ella, lejos de prohibirle su ingestión, la facilita y observa
cómo su marido se envenena lentamente, mientras disfruta de su venganza y su
liberación próxima. Como en el juego del gato y el ratón, el perseguido y el
perseguidor alternan por momentos sus papeles. Ambos tienen como estímulo y
fuente de goce la convicción cruel de saber que están provocando un daño.
La
crueldad y el sadismo, mezclados al interés personal, acompañan a las acciones del
melodrama sexual y político. La exageración en la caracterización de los personajes
y las situaciones llega a un extremo caricaturesco. Personajes y acciones
asumen un carácter ejemplar, capaz de brindar un aspecto moral y moralizante
evidente, lo cual no quiere decir que haya sido ése el interés primordial de la
autora. Es casi un excedente inevitable. La caricatura implica una lectura
crítica. La crítica de Mastretta a su sociedad tiene un carácter renovador en
el libro. Aunque solapada en la exageración caricaturesca y en el juego de las
traiciones y las infidelidades, el juicio de Mastretta al mundo político
mexicano y a la relación despótica entre los sexos, al exagerado machismo, es
terminante y lapidaria y constituye una denuncia muy seria, que tiene la
agravante de ser articulada por una mujer, víctima real o potencial de esa
situación social injusta. El lector percibe dondequiera esa sensación de
frustración y rabia que domina el discurso de la narradora, en un medio
violento que ella no es capaz de controlar, aunque lucha por manipularlo.
Finalmente, encuentra la manera de deshacerse de su esposo y rival.
Si
vemos las peripecias que viven los personajes de la novela - Cati, sus hijos,
sus amantes, Andrés - observamos que hay en ellos una "evolución" equiparable
a la de los personajes de la trama de una novela picaresca. Se enfrentan con
situaciones ante las que tienen que desarrollar la astucia para sobrevivir. La
realidad siempre excede su capacidad de previsión.[6]
Sobrevivir implica el someterse ante la situación personal de desamparo. Aquí la
relación paradigmática es la de amo/esclava, maestro/discípula, que mantienen
Andrés y Cati. El otro aspecto "picaresco" es la relación que sostienen
los personajes (que son todos de baja extracción popular, producto del desplazamiento
social posibilitado por la Revolución Mexicana de 1910) con las instituciones.
Cati no sólo se desilusiona ante los manejos políticos del partido gobernante y
el nepotismo ejercido por su marido, sino también ante el matrimonio y la misma
maternidad, o sea, ante lo que significa ser mujer para la sociedad mexicana.
Hay dos registros muy claros que la novela maneja: el del discurso oficial de la política y la familia, que los
personajes tienen que cortejar, y el discurso desenmascarador con que los personajes
se enfrentan al mundo - los análisis que hace Andrés de la situación política
ante Cati, y los análisis y confesiones que Cati, como personaje que cuenta su
vida, se hace a sí misma, en el trance de reconocer su cambiante realidad y
"aprender" de ella por las malas, esto es, a los golpes. [7]
Los personajes son capaces de sobrevivir al desafío y adaptarse. En este
sentido, aunque inmorales, son sumamente vitales: luchan y ganan. La sucesión política
y social se asegura. Y el futuro de México. Y la continuidad
del
doble estándar: el discurso oficial (para el pueblo) y la verdad maquiavélica,
que se vive desde el poder (y los dormitorios donde se acuestan los hombres que
manejan el poder).
Mastretta
desenmascara al mundo político mexicano para su pueblo, valiéndose de una
historia ficticia, que remeda una etapa real en la vida política de Puebla,
ciudad de origen de la autora.[8]
Si en la vida real el pueblo resulta el engañado por el discurso oficial, aquí
la autora corrige eso: muestra y explica el engaño. Dentro del discurso
desenmascarador, además, Mastretta introduce otro discurso: el de la
resistencia, que da tensión y novedad a su novela. El personaje central, si
bien es parcialmente cómplice de su marido, desarrolla una capacidad y una
táctica de resistencia a su poder y autoridad que, finalmente, tiene éxito,
porque logra "ayudarlo" a morir y desembarazarse de él. Éste es el
aspecto ejemplar y feminista del personaje, por cuanto su marido actúa como un
auténtico tirano en lo político y en lo personal, y al resistir y liberarse,
Cati se transforma en una heroína circunstancial. Pero sólo por un breve
momento, porque el contradiscurso que la autora introduce en el discurso, o los
discursos de los personajes - lo que llamamos el discurso desenmascarador que
muestra los resortes verdaderos del amor y la política - impide toda
idealización indispensable para poder crear en la imaginación del lector una
figura duradera de una heroína o un héroe. Después de todo, tanto Cati como su
marido, el General Andrés Ascencio, tienen algo en común que los une:
inteligencia y ambición, y las limitaciones sociales de su nacimiento, sólo
superadas por la coyuntura favorable de la Revolución. Manifiestan una falta de
escrúpulos que es típica de los personajes "bajos", los cuales,
puestos en circunstancias adversas, adoptan una postura personal egoísta y se
salvan a sí mismos.
El
mundo novelístico que nos presenta Mastretta no es optimista. Su novela
corrobora la idea de que la sociedad mexicana se ha desarrollado mal después de
la Revolución. Su arte es observador y crítico. Trata de acercarse a su sociedad
y comprenderla. No es ésta una literatura escéptica. Y tiene enorme fe en lo
popular. Y en la mujer, como lo demuestra también en el libro de relatos que
siguió a Arráncame la vida: Mujeres de ojos grandes (1990).
La
novela, en este fin de siglo en México, parece aún seguir haciendo lo que ha
hecho tan bien a partir del siglo XVII en Europa: presentar un cuadro social
dinámico, el animado mundo novelesco en el que se debaten los personajes. Es un
arte abierto, democrático, popular y antielitista, que no se interesa demasiado
por eventuales discusiones de problemas estéticos y mantiene la fuerza mimética
que la ha caracterizado en sus mejores momentos. Es así mismo, en Hispanoamérica,
un arte solapado o abiertamente moralizante. Las preocupaciones éticas y políticas,
que se desarrollaron en nuestro continente al calor de las luchas de la
independencia y a la luz de las ideas del Enciclopedismo racionalista, han acompañado
hasta el presente nuestra trayectoria artística e intelectual. Es lógico
entonces que en estos momentos, en que las mujeres asumen un papel protagónico
como escritoras en nuestras literaturas, estas literaturas reflejen su
situación personal, sus preocupaciones políticas y éticas.
Si
consideramos la obra de escritoras que han precedido a Mastretta, como Rosario
Castellanos y Elena Poniatowska, vemos que la narrativa femenina mexicana va
creando su propia tradición de concientización ética y resistencia política. Ángeles
Mastretta no es ajena a esta tradición ni indigna de la misma: su arte popular
es vigoroso, expansivo, picaresco y sentencioso, y no pretende observar y
describir objetivamente a la sociedad en que vive. Prefiere darnos una imagen
burlonamente "costumbrista" de su medio social. Su velada sátira aplica
un lente deformante que entretiene e instruye, y nos ayuda a indignarnos y
sonreímos al mismo tiempo.[9]
Entretenimiento y crítica, dos registros a que la autora voluntariamente
aspira, como lo afirmó en una entrevista, y van conformando ya un nutrido
público lector, no sólo de mujeres, para esta renovadora literatura (Anderson
24). Literatura escrita desde el fondo de la condición femenina, que la exhibe
sin vergüenza y con humor, la discute y busca un lenguaje apto para expresarla.
Quienes nos ruborizamos ahora somos los hombres, por las muchas cosas que
creíamos saber y no sabíamos, y por los secretos de que nos enteramos.
Obras citadas
Anderson,
Danny. "Displacement Strategies of Transformation in Arráncame la vida, by
Ángeles Mastretta." The Journal of
the Midwest Modern Language Association 21. No. 1 (1988): 15-27.
Bajtin,
M. M. The Dialogic Imagination. Trad.
Caryl Emerson y Michael Holquist. Austin: University of Texas Press. 1981.
Mastreta,
Ángeles. Arráncame la vida. México:
Cal y Arena, 1990.
----------. Mujeres de ojos grandes. México: Cal y
Arena, 1990.
----------.
Puerto Ubre. México: Cal y Arena,
1993.
Reisz
de Rivarola, Susana. "Cuando las mujeres cantan tango..." Literatura mexicana hoy. Ed. Karl Kohut.
Frankfurt am Main: Vervuert, 1991. 141-156.
Sefchovich,
Sara. "Una sola línea: la narrativa mexicana." Literatura mexicana hoy… 47-54.
Notas
[1] El personaje narrador está abocado a entenderse a sí mismo. Si
bien surge del pueblo bajo e inculto, la autora le adjudica preocupaciones pequeñoburguesas
de autorrealización y búsqueda de sí.
[2] Cati, como
mujer-objeto que se transforma en mujer-sujeto, comparte la sicología de otros
oprimidos, sirvientes, obreros, esclavos. Resentimiento, deseos de venganza.
Relación ambigua de amor-odio con el poderoso. Limitado sentimiento de culpa.
[3] El personaje es
demasiado - conscientemente - individualista para pertenecer a la trama de un
género menor popular (el folletín o el melodrama), y privilegia su placer,
frente a cualquier deber familiar. Es personaje de novela que, sin embargo, se
mantiene cerca de lo que uno espera de los personajes de las tramas narrativa
de la literatura sentimental de consumo popular.
Es una novela
que propone una lectura simpática, catártica, de identificación con el personaje
narrador, en un código de comunicación fácil con el lector.
[4] La sencillez
verbal de la voz narrativa ayuda a que el personaje sea creíble y la historia resulta
fácilmente legible. La expresión simple es hasta cierto punto un artificio
retórico para ayudar a persuadir al público. ¿De qué? Del estado de necesidad e
insatisfacción, de soledad, en que vive el personaje, que seguramente comparten
muchos lectores (y especialmente muchas lectoras).
[5] Cati es un
personaje en crisis, en lucha. Eso le da espesor y realidad sicológica como
personaje. Es conflictiva y, a lo largo de la novela, vemos desarrollarse su
lucha interior. En gran medida, la narración consiste en el despliegue de su
drama interno. Notamos que para ella lo personal prevalece sobre lo social. En
este sentido el personaje no entiende bien lo social y se siente impotente
frente a la maquinaria política que sostiene el poder de su esposo.
[6] Mastretta crea
una narradora que está luchando con sus conflictos y por momentos está fuera de
lugar. La mujer se aventura en la esfera pública del hombre pero sin cambiar ni
esforzarse por cambiar su aproximación sentimental a las cosas del mundo.
[7] A lo largo de la obra Cati va adquiriendo consciencia
de la justicia y al final se hace justicia, justicia real y justicia poética:
mata al marido malo y, mujer oprimida y cómplice a pesar de sí misma, se
libera. La novela termina con la declaración de independencia de la mujer.
[8] Anderson indica
la semejanza del mundo político del gobernador Ascencio en la ficción con el
gobierno real de Maximino Ávila Camacho en México. Señala que la misma autora,
en una entrevista, ha reconocido esto (15).
[9] En Puerto libre
(1993) narración miscelánea que combina la observación costumbrista satírica
con el relato divertido y el episodio autobiográfico reflexivo y moralizante,
el arte de Mastretta alcanza especial intensidad. En esa obra Mastretta une sus
comentarios morales sobre la situación de la mujer en México a una crítica
prudente a su sociedad.
Publicación: Alberto Julián Pérez, “El arte narrativo de Ángeles Mastretta en Arráncame la vida”, Texto crítico No. 4-5 (1997): 7-15.
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