Alberto Julián Pérez ©
La poesía de Silvia Tomasa Rivera
(Veracruz, México, 1956) ha logrado cautivar el gusto de muchos lectores y
lectoras. Su obra ha aparecido antologada en numerosas colecciones, entre ellas
en Ivonne Cansigno, La voz de la poesía
en México, Universidad Autónoma de México, 1993 y en la antología bilingüe
de Forrest Gander, Mouth to Mouth Poems
by Twelve Contemporary Mexican Women, Milkweed Editions, 1993, que reúne a
poetas tan reconocidas como Carmen Bullosa, Isabel Fraire, Elsa Cross, Verónica
Volkow y Coral Bracho, entre otras. Sus libros de
poesía fueron publicados por importantes editoriales universitarias, como la
Universidad Veracruzana y la Universidad Nacional Autónoma de México, y por
prestigiosas editoriales independientes, como Fondo de Cultura Económica y Cal
y Arena. Recibió destacados premios literarios en su carrera, entre ellos el
Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines, en 1988, y el Premio Nacional de
Poesía Alfonso Reyes en 1991.
Fondo
de Cultura Económica publicó en 1987, en su colección Letras Mexicanas, Duelo de espadas, obra que recopila el
poemario del mismo nombre, aparecido originalmente en 1984, selecciones de Poemas al desconocido Poemas a la desconocida,
de 1984, y Apuntes de abril, de 1986.
En 1994, apareció Vuelo de sombras, en
Cal y Arena, que reúne poemas de tres de sus obras: Duelo de espadas, Apuntes de
abril y Aguila Arpía. Esta
actividad editorial demuestra el progresivo y constante reconocimiento de su
poesía, tanto por el público lector de las editoriales universitarias, como por
el público algo más amplio de las editoriales comerciales .
Los
mencionados libros de Silvia Tomasa Rivera reúnen una parte fundamental de su
trayectoria poética, desde la poesía descriptiva y sensual de sus recuerdos de
infancia en Duelo de espadas, 1984,
la poesía erótica de Poemas al
desconocido Poemas a la desconocida, 1984, hasta la poesía narrativa y
lírica a la vez de Aguila Arpía,
1994. La suya es una poesía cautivante y seductora. Su voz lírica expresa la
fuerza espiritual del paisaje veracruzano y la riqueza de su experiencia de
vida.
Silvia
Tomasa nace en 1956 en un pequeño pueblo de la selva de Veracruz, El Higo, y
vive su infancia en el rancho de sus padres, a cierta distancia del poblado. En
sus poemarios, más tarde, recreará repetidamente, casi obsesivamente, el mundo
de la selva veracruzana, su naturaleza exuberante. El sujeto poético recurrirá
a ese espacio vivencial para rescatar lo esencial del amor.
La poeta se
traslada a los dieciocho años a la ciudad de México, a la que llama “Ciudad del
Altiplano” (Vuelo de sombras 140). En
ella añorará la libertad sensual e ideal de la selva, su paisaje de la niñez y
adolescencia, y el mar presentido más allá de ésta. En la ciudad del altiplano,
a la que siente como un paisaje hostil, peligroso, la poeta proyecta sus sueños
de un paraíso perdido. Desea sentir los elementos desatados de la naturaleza.
Percibir su fuerza cósmica, que se expresa en la sensualidad y el amor carnal.
El
mundo erótico se manifiesta como una fuerza directriz en la poesía de Silvia
Tomasa Rivera. Erotismo de goce del instante, o sensualidad que la memoria
recupera. Esta última especialmente es materia favorita y afín del sentir poético.
En su poemario Duelo de espadas,
1984, la poeta, desde la ciudad del altiplano donde vive, rememora su infancia
y adolescencia no tan distantes. Este primer poemario es uno de los más
celebrados y originales de la poeta. En él nos muestra el mundo de una
adolescente veracruzana, una niña aldeana que nace a los ardores de la vida, a
la pubertad. La niña aprende las lecciones que la naturaleza, protectora y
madre, da a sus hijos que se lanzan a vivir.
La
poeta busca lo materno en el mundo natural. Explora el erotismo. Desea comulgar
con lo femenino. Se vale tanto de personajes mujeres como hombres. En el
poemario narrativo Águila Arpía el
sujeto poético masculino salva de la furia de los cazadores a un águila arpía, especie
tropical americana, y, luego de curarle sus heridas, la lleva a la ciudad del
altiplano, donde el águila se metamorfosea en mujer. El amor se consuma y el
hombre-amante regresa el águila a la selva. Allí, unos cazadores la hieren de
muerte. En la parte siguiente, la poeta eleva un canto a la memoria del águila,
e inicia su “Camino a Bahirá”, una peregrinación a una ciudad imaginaria, donde
espera encontrar “el águila de amor” (Vuelo
de sombras 201).
En
Poemas al desconocido Poemas a la
desconocida, 1984, la autora desdobla su voz poética en composiciones
eróticas dirigidas a hombres y a mujeres. Este libro marca, junto a Duelo de espadas, una etapa sumamente
lograda de la poeta. En estas primeras publicaciones, Rivera encuentra una
manera relativamente sencilla pero muy efectiva de encarar el hecho poético.
Emplea un lenguaje directo y menos adornado y metafórico, más descriptivo y
menos simbólico, que el lenguaje que prefiere la poeta en obras de su etapa
posterior. Estos libros se valen de un recurso muy genuino y valioso de la
poesía: la de ser crónica aparente de sucesos vividos, memorias de una época
especial de la vida, lo cual permite a la poeta una aproximación directa a
hechos cotidianos.
Poemas al desconocido Poemas a la
desconocida es una obra de invocación y conjuro,
que indaga sobre el amor y consagra el amor vivido. Los poemas dedicados a los
hombres expresan por momentos un asomo de temor; en un poema le anuncia a un
hombre que después de gozar con él lo regresará a la muerte (Duelo de espadas 50), lo hará
desaparecer. Los poemas dedicados a mujeres, en cambio, se valen de un lenguaje
erótico sutil e indirecto para seducir; el deseo se muestra como un anhelo
pudoroso y respetuoso de la mujer. Dice la poeta: “Te vi en el parque/ dándole
de comer a las palomas,/ hablamos como desconocidas/ de cosas que no tenían
sentido./ Soplaba un aire caliente/ y levantó tu falda; / tus largas piernas
terminaron/ por romper el hielo./ Quise acercarme más/ a la cóncava superficie
de tus brazos/ sin embargo, no quiero pensar en lo imposible./ Porque no tengo
tiempo./ Basta el recuerdo de tus piernas/ para andar como loca por las calles
(Duelo de espadas 59)”.
Observamos en este
poema, como en los de Duelo de espadas,
lo mesurado del lenguaje poético, la manera en que la poeta contiene la expresión.
Designa directamente y también alude, habla del aire caliente, del cuerpo
erotizado de la mujer, de los sentidos y de la atracción de los cuerpos.
Contiene una breve anécdota en que notamos ese contraste poéticamente rico
entre el deseo y la ausencia, el anhelo y la imposibilidad.
Ese
hallazgo poético se repite particularmente en Duelo de espadas, obra en que la poeta rememora su infancia. Aquel es un territorio
ya perdido, que el sujeto poético puede recuperar fragmentariamente. El sentido
de evocación y de celebración de aquellos instantes que la memoria canta dan a Duelo de espadas una fuerza poética
singular y conmovedora.
El poemario se
abre con la figura de una niña que, durante la noche, enciende un quinqué; en
el cuarto donde está hay una mesa, y encima de ella una bandeja con manzanas. Desde
afuera unos ojos observan a la niña, que nosotros vemos en el poema. Esos ojos
miran desde la oscuridad del campo, y ven una escena sensual y prohibida: la
niña, con gesto erótico, se acaricia las piernas “bajo la bugambilia” (Duelo de espadas 11). La poeta describe el
despertar erótico de la niña, que se hace mujer. Ésta descubre, en la casa
paterna, que la naturaleza es cómplice de su deseo. La poeta introduce en la
escena poética la mirada que selecciona, junto al lenguaje que nombra e
individualiza, y transforma la tensión erótica en símbolo espiritual de los anhelos
de libertad y felicidad. Ese cuadro aparece contenido en la experiencia de la
vida familiar de la niña que habría de ser poeta.
Las
escenas que describe en Duelo de espadas
muestran diversos episodios de su vida rural y su relación con los adultos: los
padres, los vecinos. Son un diario de episodios significativos de su infancia.
La fuerza poética de esos versos emana de su sencillez, que se condice bien con
la belleza del espacio natural, tal como la imaginamos los lectores, casi
siempre urbanos. El campo encierra misterios de esa vida elemental de la que
nos sentimos alejados. Compartimos con ella la añoranza de la infancia perdida
y el contacto con los padres, su amor incondicional. Dice la poeta: “Hoy es
primer domingo de agosto,/ agosto es un mes largo,/ en el rancho se acumula el
trabajo porque llueve/ y hay que hacer canales con el azadón/ alrededor de la
casa,/ para que no entre el agua./ Yo no hago nada, porque no quiero./ En el
baúl encuentro una libreta vieja,/ a escondidas la tomo y hago barquitos de
papel/ junto al charco, a la orilla de la carretera./ A esta hora sería capaz
de retar al horizonte/ si no fuera por el eco/ que devuelve los gritos a mi
madre (Duelo de espadas 13).”
En esa evocación
del ambiente de trabajo rural, la niña disfruta del dejarse estar y del juego.
Sólo el temor a ser reprendida por su madre le hace contener el deseo de gritar
con fuerza, desafiando “al horizonte”. El lector percibe que esa niña llena de
vida es sincera, que dice la verdad, y que comunica algo simple pero precioso.
El
recuerdo selecciona e ilumina; evoca, con arte singular, un instante precioso
de la infancia que podría haberse perdido. El significado surge de ese contacto
fugaz entre visión y memoria. Todo ese mundo sólo tiene valor para el individuo
que lo vive y para el lector cómplice. Es el momento del descubrimiento de sí,
del despertar de la conciencia a la experiencia adulta. En ese proceso de
aprendizaje la niña se hace mujer. El pasaje a la adultez depende de su
maduración sexual.
Uno de los poemas
más bellos de Duelo de espadas es el
que cuenta el proceso que va de su nacimiento hasta el momento en que la niña conquista
su sexualidad. Rivera cuenta sintéticamente, con imágenes simbólicas que
muestran cómo el ser humano comulga con la naturaleza. Esa naturaleza está
cargada de vida, está “preñada”. Sus ciclos no amenazan la individualidad del
ser humano. Son un acontecimiento. La mujer se siente íntimamente unida a la
naturaleza, parte de ella, por eso la celebra y se celebra. Dice la poeta: “Yo
nací en marzo,/ en el mero tiempo de los loros./ Cuando rompí la fuente/
todavía era invierno,/ y no me sacaron de casa/ hasta que un chupamirto/
anunció la primavera./ Mis padres me cuidaron/ como a un jarrón chino,/ 12 años
después, arriba de un ciruelo,/ un espasmo en el vientre/ me hizo descender./
Ese día, por mala suerte/ sobre la falda de popelina blanca/ quedó la mancha,
inevitable,/ como un tulipán rojo.” (Duelo
de espadas 34) Es una poesía nominal, aparentemente simple, formalmente
rica, que sabe encontrar imágenes,
asociaciones y analogías bellas: el nacimiento y la fuente, el jarrón chino y
la niña, el ciruelo y el espasmo en el vientre, el primer flujo menstrual y el
tulipán rojo. Y siempre los padres cuidando, protegiendo a los niños.
En
ese mundo seguro los adultos procuran controlar a los niños, cuando éstos
sienten las tentaciones de la carne. Pero el instinto finalmente prevalece: el
instinto de la vida, el instinto del amor. En otro poema la niña le dice a la
madre que quiere ir al mar, y ésta le contesta que el mar es peligroso, y que
“A las que van al mar, se les meten culebritas/ y les crece la panza.” (Duelo de espadas 35) En el mar hay un verdadero
peligro de “muerte”, puede morir ahogada. Pero la madre no logra convencerla:
concluye el poema y la niña aún quiere ir al mar. No aprende, no puede
aprender. Porque el mar es la fuerza del instinto y del amor, en que Eros se
confunde con Tánatos, y hay en él algo irresistible. Es una fuerza
irrenunciable. La fuerza que anuncia y hace posible la vida. Y el ciclo. El
ciclo de la vida y de la muerte.
La
naturaleza trasciende al individuo. El mar es lo que está más allá, más allá de
la selva, es un presagio, la fuerza de lo extraño que promete y atrapa, la
presencia de lo desconocido. Al fin y al cabo la niña es poeta: no le seduce la
materia, ella avanza hacia los sueños. En verdad, la poeta habla en el presente
desde esos sueños, buscando en el pasado su momento germinal. Recuerda desde la
ciudad del altiplano el mundo de su infancia. Sus colores, sus sabores. En Duelo de espadas abundan los
nacimientos, las muchachas se casan y dan a luz, los animales y los hombres
anuncian su excitación sexual, testimonian la fuerza del deseo que los
avasalla.
En
uno de los poemas “el caporal” de la finca se acerca a toda carrera en su yegua
y raya al animal bellamente ya dentro de la casa; está exaltado, saca la
botella de aguardiente y bebe, las muchachas lo rodean. ¿Qué ha pasado? No
viene a cortejarlas, no, es que su mujer “está recién parida” (Duelo de espadas 33). Es el nacimiento
el que celebra, celebra a su mujer y la continuación de la vida. Otro de los
poemas cuenta cómo a una pastora le ha nacido un hijo, cómo las mujeres se
arremolinan junto al humilde jacal, hasta que el llanto del niño irrumpe en la
quietud del campo (Duelo de espadas
32). Las mujeres y hombres retratados en estos cuadros son sencillos y aman su
tierra. También la poeta ama a esa tierra y a esa gente que celebra. Dice en un
poema, hablando de sí en segunda persona: “No quieres irte...” (Duelo de espadas 29). Pero…se ha ido: ya
adulta busca la infancia perdida, que regresa en la memoria y, para suerte de
sus lectores, en el verso.
Ese
mundo rural es el centro del universo donde creció la niña-mujer. No está fuera
de la historia ni de la vida política: unos soldados llegan al pueblo. Buscan a
unos prófugos y atacan al maestro (Duelo
de espadas 24). Las mujeres dan a luz y los hombres mueren, a veces
violentamente. El mundo de la selva es brutal y hermoso. De esta manera Silvia
Tomasa Rivera inicia su trayectoria poética, celebrando su infancia en el
espacio rural de Veracruz. Un mundo exuberante, cargado de presagios, preñado
de gozo. En él triunfa la vida.
En
los poemarios posteriores de la poeta la vida no siempre triunfa. En Apuntes de abril, el tiempo empieza a
transformar su mundo, y se impone sobre el amor. Dice la poeta: “Duerme el
amor, vencido por el tiempo./ Olvido en llamas: pacto suicida/ de amantes que
no han muerto./ Se desgasta el amor en el cerebro./ ¿Para qué recordar si ya no
es cierto/ y el alma sola pisa sus recuerdos? (Vuelo de sombras 84)”. Poco a poco se va ahogando el optimismo
vital de la autora. El presente no tiene la pureza del recuerdo. En el pasado
había amor, pero el tiempo anuncia a la mujer adulta su condición humana
mortal. Y en el presente hay también dolor.
En
su visión de mundo se va imponiendo el pesimismo, y un sentido de abandono y
aislamiento en la ciudad del altiplano, en la ciudad moderna. En Aguila Arpía, la serie poética que
incluye en Vuelo de sombras, la poeta
se busca y trata de salvarse, y por último se pierde en el otro. Ese otro es un
águila nativa y es también una mujer. El sujeto poético masculino de ese poema
peregrina hacia Bahirá, la ciudad imaginaria que está realmente dentro de sí.
Para Silvia Tomasa Rivera la vida es un viaje. Un viaje que quisiera ser un
vuelo, como el del águila arpía. Desgraciadamente, el final no promete
demasiado. La sociedad “cetrera” es injusta y mata al águila, mata a la mujer,
al amor y a la libertad. Y el sujeto poético regresa a la ciudad “con un águila
viva en la memoria” (Vuelo de sombras
203).
El canto a la
infancia, su libertad, su sensualidad despierta, con que la poeta había
inaugurado su poetizar en Duelo de
espadas, se ha perdido o transformado. Prevalece aquí la premonición
pesimista, la alegoría de la libertad y la sensualidad derrotada, muerta. El
águila vuela e intima con la voz poética, que goza de su amor sexual. Es un
viaje en que no es posible recuperar el tiempo perdido. No es posible regresar
a la infancia y a la selva. La ciudad, la vida moderna, todo lo devora.
En
un rincón del corazón poético de Silvia Tomasa Rivera, ella sigue siendo la
niña que cantara en Duelo de espadas,
la niña buscando su selva perdida. Algo se ha quedado en ella que debiera
encontrar. Silvia Tomasa viaja hacia el pasado o hacia el futuro, hacia otro
lugar, hacia su utopía. La utopía es un país perdido al que regresa. Ese
espacio de libertad es el que representa para ella el poema, el espacio en que
se puede encontrar con la mujer. Una mujer transgresora, que cuando le canta,
en un raro poema, a su hijo, le dice que su ”árbol genealógico es una palmera/
colmada de serpientes.” (Duelo de espadas
71). Silvia Tomasa se percibe como la otra que está fuera de lugar, que no
logra situarse bien en el presente, que sólo se siente ella en el pasado y en
el poema. Se busca a sí misma y se representa alegóricamente, simbólicamente,
en las fuerzas desatadas de la naturaleza, de esa naturaleza que es “la mujer”
genérica, la sexualidad madre.
Bibliografía citada
Cansigno, Yvonne. La voz de la poesía en México. México: Universidad Autónoma
Metropolitana,
1993.
Gander, Forrest, editor. Mouth
to Mouth Poems by Twelve Contemporary Mexican
Women. Minneapolis: Milkweed Editions,
1993. Introducción de Julio Ortega.
Rivera, Silvia Tomasa. Duelo de espadas. México: Fondo de
Cultura Económica, 1987.
----------. Vuelo de
sombras. México: Cal y Arena, 1994.
Publicación:
Alberto Julián Perez,
“Erotismo y
rebelión: la poética de Silvia Tomasa Rivera”.
Revista de
Literatura Mexicana contemporánea No. 10 (1999):
85-89.
No hay comentarios:
Publicar un comentario