Alberto Julián Pérez
El Padre Francisco de Paula Castañeda (1776 Buenos Aires – 1832 Paraná) publicó en
Buenos Aires, entre el 27 de marzo y el 16 de agosto de 1821, diez números del periódico Doña María Retazos. A fin de agosto el gobierno de Buenos Aires le prohibió continuar con su
actividad periodística. Lo expulsó de la ciudad, a una distante guardia fronteriza, en
Kaquelhuincul, al sur de la provincia.
Un año más tarde el Gobernador declaró una amnistía. El Padre pudo regresar a Buenos
Aires. Doña María Retazos reapareció el 26 de agosto de 1822. A partir de esa fecha publicó
cinco números, el último el 8 de septiembre de 1822. Castañeda volvió a salir de la ciudad y
sacó, casi un año más tarde, el primero de agosto de 1823, un número final desde Montevideo, con un “Manifiesto de la Editora”.
Antes de la aparición del primer número había publicado, el miércoles de Cuaresma
del año 21, un “Prospecto” , en que anunciaba su pronta publicación. Allí introdujo a su
“editora”, la sin igual Doña María Retazos.
El año anterior había comenzado una grave crisis en Buenos Aires. El Padre Castañeda
decía que en 1820 los habían “enfederado” (Doña María Retazos 9). En febrero, los caudillos de Santa Fe y Entre Ríos, los Generales Estanislao López y Francisco Ramírez, derrotaron al
ejército del Directorio en la batalla de Cepeda. Invadieron la provincia y llegaron hasta las
puertas de Buenos Aires. El Director Supremo, el General Rondeau, renunció. Los caudillos
firmaron un acuerdo con el gobernador provisorio Manuel de Sarratea, el Tratado del Pilar,
poniendo fin a las hostilidades. Caducó la autoridad nacional y las provincias recuperaron su
autonomía (Ternavasio 119-148).
En Buenos Aires el General Martín Rodríguez fue electo gobernador. Inició un
gobierno de tendencia unitaria y liberal. Su ministro de gobierno, el hombre fuerte del
momento, Bernardino Rivadavia, se propuso reformar la Iglesia y el Ejército. Esto generó un
escenario hostil a los intereses de la Iglesia. Ante esa situación crítica, el Padre Castañeda inició una campaña periodística contra Rivadavia y la prensa que lo respaldaba. Publicó
simultáneamente varios periódicos. En 1820 aparecieron El Despertador Teofilantrópico Místico-Político, el Suplemento al Despertador Teofilantrópico, el Paralipomenón y el Desengañador Gauchi-Político; en 1821 publicó La Matrona Comentadora de los Cuatro Periodistas, Eu ñao me meto con ninguen y Doña María Retazos (Forace 157).
Rivadavia quería quitarle a la Iglesia lo que él consideraba eran sus “privilegios”.
Buscaba eliminar los fueros religiosos, prohibir el diezmo, pasar su administración al gobierno
provincial, suprimir las órdenes regulares, expropiar los conventos y transferir los sacerdotes
del clero regular al clero secular bajo la supervisión del Estado (Herrero 1-5).
La administración virreinal, el siglo anterior, había perseguido a la orden jesuita. En
1767 la Corona Española los expulsó de todos sus Virreinatos y de la Península Ibérica.
Expropiaron sus bienes y sus miembros tuvieron que abandonar el territorio. En el Virreinato
del Río de la Plata (formaban parte de él Paraguay, Uruguay, Bolivia y Argentina) la expulsión
de los jesuitas resultó traumática (Lara Martínez 357-67). Las misiones del Paraguay y el noreste de Argentina habían sido muy importantes para la economía y la cultura de la zona. La
convivencia de los frailes con los indígenas, el aprendizaje y difusión de su lengua,
contribuyeron a la formación de una población estable bilingüe guaraní-castellano.
Los jesuitas habían fundado varios Colegios y centros universitarios: la Universidad de
Córdoba, la única en territorio argentino, 1613, y la Universidad de Chuquisaca, en Bolivia,
1624. Fueron los primeros educadores. Luego de su expulsión, la Corona pidió a la orden
franciscana que se hiciera cargo de sus colegios y de sus universidades.
Francisco de Paula Castañeda era un religioso regular de la orden franciscana. Estudió
en el Convento de la Recoleta y completó su formación religiosa en Córdoba, donde lo
ordenaron sacerdote en 1800. Ganó por oposición las cátedras de Filosofía y Teología en la
Universidad, y fue profesor de 1797 a 1803 (Baltar 200-4).
El Padre Castañeda veía su lucha a través del periodismo como un enfrentamiento de
ideas entre los católicos y los pensadores liberales, a los que llamaba los “jacobinos”. Este conflicto tenía lugar en un momento crítico en que la Iglesia luchaba por adaptarse a los
cambios que había traído a la sociedad la revolución independentista. El gobierno de Martín
Rodríguez buscaba reducir el poder de la Iglesia, quitarle prestigio y ponerla bajo su directa
supervisión. El padre Castañeda acusaba a los liberales de querer expropiar a los conventos para enriquecerse ellos con sus bienes.
La revolución de mayo había traído una transformación social profunda. Había reemplazado un tipo de organización política, la monarquía absolutista española, por un sistema representativo, con actores políticos diversos e intereses económicos particulares. Las
ideas de Rousseau en su Contrato Social inspiraban mucho de los cambios. El Padre Castañeda criticó repetidamente su filosofía en sus artículos.
Habían abolido los títulos de nobleza y los privilegios de sangre. Los sectores sociales
emergentes buscaban imponer sus intereses y conquistar sus derechos políticos. Deseaban
aumentar su influencia, su representatividad y su riqueza. Se habían liberado de la tiranía
monárquica y necesitaban leyes que los ayudaran a progresar en una sociedad representativa.
La situación institucional era inestable. La Iglesia, que había tenido un papel privilegiado durante la etapa colonial, quedó en una posición desventajosa. Muchos ciudadanos desconfiaban de los religiosos y pensaban que podían simpatizar con las antiguas ideas monárquicas. A pesar de que mostraron devoción por su país y amor a su suelo natal durante las invasiones inglesas y las luchas por la independencia, las autoridades políticas los observaban y vigilaban. Los políticos liberales los criticaban.
Dentro de la misma Iglesia las opiniones divergían. El Padre Castañeda tuvo que defender su
posición antiliberal ante sacerdotes que apoyaban al gobierno de Rivadavia y escribían para el
Argos, el principal periódico liberal, como el célebre Deán Funes (Calvo 583-7).
El orden nuevo social favorecía a las élites, constituidas por comerciantes, propietarios
rurales, y sectores profesionales, y postergaba las aspiraciones de los sectores populares pobres.
Dado que la nueva sociedad privilegiaba la fortuna y el dinero, la propiedad privada, los grupos no propietarios quedaron marginados de los cambios. Se separaban gradualmente los intereses de la nueva clase en formación, emergente, la burguesía mercantil y propietaria, de los intereses del pueblo llano. La Iglesia era un actor importante que confraternizaba con ese pueblo pobre e intercedía a su favor.
En la nueva sociedad que se inauguró con la Independencia de 1810 tenía gran importancia la situación patrimonial y el estatuto social. La sociedad virreinal había sido una sociedad estamental, donde las élites tenían privilegios asociados a su nacimiento, su riqueza y
1 Durante la monarquía habían existido numerosos enfrentamientos entre las órdenes regulares y los intereses
de la corona. Esto llevó a la traumática expulsión de la orden jesuita, que privó a los virreinatos de sus principales
educadores. Los jesuitas eran la orden que había logrado mejor interactuar con los grupos nativos,
particularmente en Paraguay y el noreste de Argentina, en la región de las Misiones. La política de España y
Portugal hacia los guaraníes terminó en un grave levantamiento indígena y guerra abierta entre los indígenas y
las coronas de España y Portugal, que debieron unirse para derrotarlos en 1750. Los indígenas que lucharon eran
los que vivían en las misiones. Los padres jesuitas salieron de sus territorios durante la guerra. Los indígenas
habían recibido instrucción militar, las misiones tenían armas para su autodefensa, y eran un enemigo temible.
La guerra se prolongó durante dos años. La corona consideró a los padres jesuitas parcialmente responsables de
la sublevación, y la persecución contra la orden se volvió abierta. En 1767 determinaron su expulsión y
expropiaron sus bienes (Lara Martínez 357-367).
su raza. La revolución los obligó a observar de otra manera la relación entre las razas. En los
sectores populares abundaban los mestizos. Los negros esclavos no fueron liberados por sus
amos. En el Virreinato habitaban grandes poblaciones indígenas. En la zona del litoral, en provincias como Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos, los sectores populares convivieron desde
los inicios de la colonización con los indígenas de etnia guaraní y su mestizaje era notorio.
En el sur del territorio nacional la situación era diferente. Casi todos los pueblos indígenas del sur se habían retirado hacia regiones que los blancos no ocupaban y se oponían a su avance. Blancos e indígenas se hacían la guerra. Los blancos buscaban la posesión de las tierras que los indígenas habían ocupado por generaciones. A la cuestión económica se sumaban los conflictos y prejuicios raciales. Estos prejuicios jugarían un papel importante en el enfrentamiento entre Buenos Aires y las provincias. Dentro de los ejércitos provinciales los
caudillos movilizaban contingentes integrados por gauchos mestizos e indios.
La cuestión racial era importante para las élites, particularmente para aquellos que habían formado parte privilegiada de la burocracia virreinal, y habían sido sus funcionarios y abogados. La Asamblea del año XIII hizo lo posible por responder a las injusticias que había
creado la situación racial y la esclavitud durante el Virreinato (Murcia 131-47). Los enfrentamientos entre Buenos Aires y el interior dieron una nueva dimensión a los conflictos
raciales.
2 La Monarquía ostentaba el Patronato de la religión, y ejercía control sobre la organización de la Iglesia y las
autoridades eclesiásticas. No obstante, las órdenes religiosas eran organizaciones internacionales y los gobiernos
locales solo podían ejercer una supervisión limitada. Muchos veían a los religiosos como enemigos peligrosos.
Eran el grupo mejor educado de la sociedad. Estaban a cargo del sistema escolar. Los sectores burocráticos que
emergieron en el Virreinato del Río de la Plata completaron en su mayoría su educación universitaria en las aulas
de la Universidad de Córdoba y la Universidad de Chuquisaca, las únicas que existían en el territorio del Virreinato. Estas, hasta 1767, dependían de los jesuitas y, luego de su expulsión, de la orden franciscana (Di Stefano
15-80).
Muchos porteños despreciaban a los gauchos. Castañeda se oponía a los caudillos, que
para él contribuían a la disolución del poder central. Creía que el sostenimiento de ese poder
era necesario e indispensable para mantener el orden jurídico.
El Padre Castañeda tenía una formación académica excelente y estaba capacitado para asumir el desafío que implicaba para él la defensa pública de la religión ante la política de Rivadavia (Auza 11-14). Era profesor universitario de Filosofía y Teología. Había estudiado con
atención a los filósofos de la Ilustración. Confesó haber leído en francés las obras completas de Voltaire y de Rousseau, a los que detestaba y consideraba charlatanes (143). Había estudiado la literatura clásica romana y la literatura griega. Era excelente latinista, lengua que hablaba y escribía. Había leído la literatura española en el Seminario, en particular la literatura del Siglo de Oro. Admiraba a Cervantes y su Quijote, obra que comenta y cita con frecuencia (Barcia 32- 46). La Biblia, las obras de San Agustín y Santo Tomás, y los libros de los escritores místicos, sobre todo Santa Teresa, formaban parte de la bibliografía religiosa a la que se refería habitualmente en sus columnas periodísticas.
Si bien el Padre era un intelectual, un erudito, era capaz con su discurso de llegar a los lectores menos instruidos (Romano 343-48). Su argumentación era clara y pedagógica. La base de su discurso no era el ensayo culto, sino el sermón popular: el Padre priorizó el interés del lector y su sicología. Hablaba para convencer. Volcaba en sus discursos todas sus pasiones, sabía llegar a su auditorio con argumentos que movilizaban a un tiempo emociones e ideas. A esto se debió seguramente la efectividad de su prédica: logró publicar ocho periódicos en forma simultánea, y todos se vendían (Baltar 200-4). Recuperaba al menos el costo para pagar su edición, en una época en que la impresión era artesanal, manual, cara. Sus columnas eran entretenidas e interesantes, incluía ensayos serios, textos cómicos, sátiras, comentarios humorísticos y burlescos, narraciones, poemas y dramas. Ocasionalmente transcribía textos que consideraba ejemplares, como capítulos del Quijote y cartas de Santa Teresa.
Los “periodistas” y “editores” de sus periódicos y los “lectores” que les enviaban cartas
con sus comentarios y críticas eran personajes de ficción. Todo ese mundo, animado por los
ocho periodistas (entre los que sobresalían el Despertador Teofilantrópico Místico-Político y Doña María Retazos), era parte de una gran “comedia” , un gran “teatro del mundo”. El Padre armó con ingenio y maestría ese espacio escritural serio-cómico, en el que participaban los diversos personajes que componían el espectro político de la época de Rivadavia (Román 5-25). Su gran “teatro crítico” llegó a conformar una enciclopedia periodística de varios miles de páginas. El Despertador Teofilantrópico, tan solo, alcanzó las 1300 páginas.
Creó a sus columnistas y editores. Eran personajes literarios. Los enfrentó a periodistas de periódicos “serios”, como los del Argos, vocero de los rivadavianos. En el Argos escribían columnistas de nota, como Juan Cruz Varela, el Deán Funes, Manuel Moreno, Esteban de Luca y Vicente López y Planes, autor del “Himno Nacional” (Lescano 136-46).
Doña María Retazos era, junto a la Matrona Comentadora, uno de los dos periódicos “editados” por mujeres. Doña María Retazos era a un tiempo un personaje “real”, verosímil, y
un personaje simbólico, “alegórico”. Si bien tenía un discurso propio reconocible, había momentos en que irrumpía en este la voz del Padre Castañeda. La periodista se presentaba ante su público como una “niña” muy patriota, que había nacido en 1810, con la Revolución. Era una “jovencita” seria y una “matrona” responsable que defendía sus derechos.
Podemos preguntarnos, ¿por qué el Padre incluyó, entre sus personajes periodistas, a dos mujeres? Era un momento histórico en que la mujer tenía poca presencia en el espacio público. Estaba relegada. La mujer, sin embargo, era y es un ser que está muy presente en el
imaginario católico. Pensemos en el papel que tiene la virgen, la madre de Dios, en la religión
cristiana. Los católicos llaman a la Iglesia la “Santa Madre Iglesia”, la ven como mujer. Ella tiene sus atributos: acoge a todos sus hijos y cuida de ellos. Castañeda admiraba profundamente a Santa Teresa de Jesús.
En la religión cristiana el culto a la madre y a la virgen tienen un papel fundamental. El sermón en la Iglesia se dirige especialmente a las mujeres. Es verdad que la ven como madre procreadora y no como a un ser humano integral. Para las religiones el mundo individual de cada uno queda relegado a un segundo plano: su objetivo es la sobrevivencia de la familia, del grupo, de la comunidad.
El Padre Castañeda ve como una virtud de la Iglesia su capacidad para hablar de manera sencilla y comprensible a una comunidad amplia. Argumenta que el cristianismo, a diferencia
de los “bobines”, como llama a los Enciclopedistas, presenta ideas simples, básicas, que cualquiera puede entender, independientemente de su nivel intelectual. Son ideas que llegan
a través del corazón y las emociones. Rousseau, en cambio, utilizaba conceptos complejos,
como el de “pacto social” y “soberanía popular”, que eran de difícil comprensión para el pueblo
(Rousseau 44-49).
Dios se había hecho hombre. Cristo-dios había enseñado en persona su mensaje. El concepto de “gracia” llenaba de piedad y compasión a los seres humanos. En sus escritos el Padre Castañeda argumenta sobre la superioridad del cristianismo frente a la nueva filosofía roussoniana.
Publicó un “Prospecto” , previo a la salida del periódico mismo, donde anunció su pronta aparición. En él presenta a su “editora” , que explica contra quién va a luchar y qué piensa hacer.
Aseguraba que quería incluir en su periódico algunas obras y “pensamientos ajenos” para desengañar a “los filósofos incrédulos”, que nos habían enfederado” en el año veinte (Castañeda 1). 3 Doña María Retazos aseguraba que eso de trasladar obras ajenas era algo muy viejo, y ya lo hacía Moisés, que era un “escribano o copista” que escribió “cinco periódicos” , conocidos
3 En la cita de las páginas sigo la numeración de la copia facsímil del periódico original, reproducido en Francisco
de Paula Castañeda, Doña María Retazos (Buenos Aires: Taurus, 2001).
como el “Pentateuco”. A Moisés, Dios mismo le dictaba sus textos. También plagiaba Salomón,
que era un “pregonero de la eterna sabiduría” (2). Cree que el único que podría haber sido original al escribir era Cristo, pero no escribió porque no le hizo falta, él era “la ley viva” (3).
Tampoco fueron originales los Apóstoles, porque el espíritu de Dios hablaba en ellos. Y los escritores profanos, de Homero a Voltaire, habían sido igualmente plagiarios, ya que la sabiduría era antiquísima y toda novedad era “ignorancia” (4).
Castañeda devalúa intencionalmente el nuevo concepto de autor que emergía de los estratos letrados. Estos idealizaban al escritor como artista dotado, que cultivaba una obra original y se sentía “propietario” de su talento. La nueva sociedad que emergía le daba un lugar especial a este tipo de artista. Representaba los ideales individualistas de la sociedad civil burguesa. Él personalmente no tenía ningún interés en convertirse en autor. Escribía con una finalidad proselitista, para defender a la Iglesia. Era un escritor público comprometido con una causa.
En los diez años que habían transcurrido desde que se había iniciado la revolución, dice, nos habíamos llenado de “escritores plagiarios” . Aún aquellos que se creían pensadores dotados
no hacían más que copiar mal a los “autores franceses, ingleses y norteamericanos” , aunque no lo reconocieran (5). Nacíamos como una sociedad clientelar, que se miraba en el espejo
imperial prestigioso de las potencias europeas y de Estados Unidos, y buscaba imitarlos. La
nación no estaba aún constituida y era un “totum revolutum” (8).
Este “Prospecto” anticipatorio marcó el tono que iba a tener el nuevo periódico, que combinaba la crítica política, con la ironía y el juego intelectual.
El primer número de Doña María Retazos apareció el 27 de marzo de 1821. Su “periodista” , Doña María, afirmaba que en el año veinte los habían “enfederado” . Ella iba a hacer
lo posible por desengañar a los filósofos incrédulos y mostrarles sus errores (9).
Castañeda, durante la vida del periódico, centró su atención en varios problemas que
aparecen y reaparecen en sus páginas, y se convierten en cuestiones nodales: el enfrentamiento de las provincias federales y el gobierno unitario de Buenos Aires, el conflicto entre liberalismo y cristianismo, la relación del ministro Rivadavia con la Iglesia, la conducta del gobierno con los pueblos indígenas.
El conflicto entre Buenos Aires y el interior había llevado a su provincia a una grave crisis. En febrero de 1820 las provincias del litoral habían derrotado a Buenos Aires en la batalla
de Cepeda, y cayó el gobierno nacional. Los caudillos de Entre Ríos y Santa Fe firmaron un
acuerdo con Buenos Aires. Se impuso el sistema federal. Las provincias virtualmente
recuperaron su autonomía. Ramírez y López quedaron dueños de la situación. Pronto estallaría la guerra entre ellos (Halperín Donghi 316-80).
En el número dos del periódico, Doña María Retazos, la editora, inicia su correspondencia con el caudillo de Entre Ríos, Pancho Ramírez. No es una relación epistolar “real”, “Ramírez” es un personaje de Castañeda. La “periodista” se jacta de conocerlo. Castañeda inicia un intercambio cómico, satírico, de cartas entre una Doña María “sabia” y un caudillo gaucho “ignorante” , que entiende las cosas mal y le pide ayuda. Castañeda atacaba al caudillismo y al federalismo.
El General Ramírez le escribió a Doña María diciéndole que necesitaba consultarla.
Tenía problemas, había perdido 160 hombres. El caudillo en su carta le abre su corazón. Le
cuenta sobre su vida, le habla de su origen humilde: había sido hasta hace pocos años un simple “peón de confianza” , que se ganaba su dinero acompañando a los carruajes en sus viajes (26).
Gracias a su participación en la guerra, había podido recuperar los derechos que le
correspondían, y trataba de despertar a los otros. Seguía las teorías del ginebrino Juan Santiago (Jean Jacques Rousseau), que afirmaba que los hombres no eran más que “avestruces” (escondían su cabeza). Y por allí había muchos avestruces.4 El pueblo soberano era un avestruz.
Sus hombres pensaban que eso era una dicha, pero el padre cura los criticaba, decía que
vegetaban. El cura que iba con ellos, asegura, los convenció de que dejaran la “edad primitiva” y entraran en la “segunda edad” (27). Le gustaba mucho el modo bonito en que hablaba el Sr.
cura. En esos momentos, después de haber entrado y salido dos veces de Buenos Aires, había logrado poner a todos en la “edad primitiva”. Había reducido las Provincias Unidas
a su “materia prima”: ya eran todos “gauchipolíticos y federimontoneros” (28).
Doña Retazos le responde en su carta que cualquier “toldería” tenía más ilustración que
ellos. La culpa era, sin dudas, de aquellos que los habían “enfederado” y “ensantiagado” (30). Él había hundido a todos en la “edad primitiva”. Pensaba que un gran desorden traería un gran
orden y estaba equivocado. Le pide que al menos un día por semana tenga juicio, sobre todo
en el séptimo día, el domingo, en que se renueva el sacrificio de Cristo, y el compromiso con
él. Le explica que el domingo es día de doctrina y hay que leer el catecismo en los púlpitos. Es
además día de oración, y no se debe derramar sangre (33).
Ramírez le responde que le leyó su carta a “los de poncho” y estaban todos de acuerdo
con ella, pero que justo en ese momento llegaron el “Dr. Agrelo” , y el “sabio Sarratea”, y
les aseguraron que eso de leer el catecismo era “fanatismo”. Ellos no conocían esa palabra, y le pidieron al Dr. Agrelo, un abogado que había sido asesor del gobierno de Martín Rodríguez,
que la explicara. Este empezó a hablar pestes contra los frailes, pero ninguno de ellos le hizo
caso. Sus gauchos le pidieron que le suplicara a ella que mandara curas y padres misioneros,
para que los ilustraran en la doctrina del cielo. De esa manera los aventureros no los
“engatusarían” más y podrían volver algún día al trabajo en los campos (35). Le pregunta qué
4 Castañeda traduce Jacques como Santiago, en lugar de Jacobo, tal como lo hacen los franceses.
pensaba ella que era mejor, si fundar la “república entrerriana” sobre el “fanatismo” de la
religión, o sobre el “barbarismo” de la carta magna.
Doña Retazos le responde que el fanatismo era mucho mejor que el “filosofismo”, que
dejaba con su lógica al hombre en el vacío. El fanatismo, en cambio, enseñaba al hombre a
adorar a Dios. Le asegura que “el ateísmo es incompatible con toda sociedad, los pueblos se
dirigen a Dios, aunque lo adoren fanáticamente” (37). E insiste: “Dios no quiere que exista sociedad alguna sin Dios” (38). Y el que no acepte esto es un “gauchipolítico”, un “federimontonero” que los quiere “avestruzar”.
El caudillo Ramírez le agradece por sus retazos y promete consultarla para todo. Quiere
preguntarle ahora sobre la “carta magna”, que según le dicen, él obtuvo gracias a su victoria en la batalla de Cepeda. Desea que les reconozcan el mérito a los entrerrianos y los llamen
“magnos”.
Doña retazos le responde que la carta magna no era lo que él se imaginaba. Lo insulta,
le dice que él desciende de Caín, traicionó a Artigas (había sido su lugarteniente) y los quería
“enfederar” a todos (39).
En el periódico No. 3, del 26 de mayo, Ramírez vuelve a escribirle. Deseaba volver a
entrar en Buenos Aires, como lo había hecho en el pasado, pero el General La Madrid y el
caudillo de Santa Fe, Estanislao López, no se lo permitían. Estos lo atacaban. No respetaban el tratado del Pilar. Doña Retazos le contesta que Buenos Aires era una provincia generosa y lo iba a perdonar. La cosa no estaba tan desesperada como él creía. En el No. 4 del 4 de junio le dice que se convenza de una vez por todas que él no había sido más que un “biombo”, al que habían usado para encubrir los intereses de otros. Le aconseja que se vuelva a ganar la vida como “peón de confianza” y que se cuide (62).
Doña Retazos se pone cada vez más agresiva con Ramírez. En el No. 5 del 16 de junio,
Ramírez le escribe diciéndole que había perdido todo su ejército y que él se había salvado junto con el padre Monterroso.
Ella le responde que el padre Monterroso había vendido a Artigas, y lo iba a vender a él. Acusa a Ramírez de fusilar y degollar a sus enemigos, y lo manda al demonio. La correspondencia con Ramírez se interrumpe. Ramírez lucha contra el caudillo de
Santa Fe, Estanislao López, y muere en el combate de Chañar Viejo, el 10 de julio de 1821.
El Padre introduce al caudillo López, con quien tuvo una relación más franca que con
Ramírez, y resultó crucial en su vida. 5 López se había vuelto contra Ramírez, luchó contra él y lo derrotó. Procuró mantener una relación pacífica con Buenos Aires.
Doña Retazos inicia su correspondencia con López. El 23 de junio, en el número 6, incluye una carta que le había escrito el Sr. Gálvez, ayudante de López, en su nombre (99). Le
dice que este la ve a ella y a los seis periódicos que promueven el orden como una gran
esperanza. Sostiene que los hombres deben ser todos hermanos y dejar de pelear.
Castañeda comprende la importancia que tienen los caudillos. Eran los líderes naturales
de las fuerzas populares de sus provincias. Mantenían una relación personal con su pueblo. Las élites liberales, en cambio, no se relacionaban de igual a igual con los sectores populares. No los consideraban sus interlocutores. Pertenecían a los sectores letrados. Muchos de ellos eran abogados, que habían estudiado en Córdoba o Chuquisaca. Habían colaborado con la antigua burocracia virreinal. Eran personas privilegiadas. El Padre creía que eran filósofos de gabinete.
La Iglesia, por el contrario, siempre había mantenido un vínculo directo, filial, con el pueblo
pobre. No se entendía con los liberales. Eran sus enemigos.
El deber de la Iglesia era cuidar de los más necesitados. Esa era su misión, su razón de ser. Estaban al servicio de la población. Se habían hecho cargo de la educación. Para la Iglesia
5 Rivadavia atacó al padre Castañeda y le prohibió publicar, en 1822, luego de haberlo exiliado en Kaquelhuincul
en 1821, durante nueve meses. En 1822, el gobernador Rodríguez dio una amnistía y Castañeda regresó a Buenos
Aires. Varios meses después volvieron a prohibirlo. López ayudó al padre. Bajo su protección, se fue a vivir a Santa
Fe (Auza 36-9).
todos los sectores sociales debían integrarse a la nación cristiana, independientemente de su
origen y su grupo étnico. Los nuevos poderosos debían convivir con los más desfavorecidos.
El gobierno rivadaviano tenía una concepción de la política y la relación de clases que chocaba con las ideas de la Iglesia. Representaba los intereses de un sector social propietario.
Desconfiaba de los sectores populares. El país estaba en formación.
La nueva clase mercantil en desarrollo, la burguesía, quería expandir la base de su
fortuna. Los propietarios rurales ambicionan ocupar los territorios que estaban en manos de
los indígenas al sur de Buenos Aires. Su política expansiva no era pacifista. No querían negociar
con los indígenas. Buscaban quitarles sus tierras por la fuerza sin darles nada a cambio.
Las nuevas élites descendían de las antiguas élites criollas constituidas durante el
virreinato. Eran comerciantes, estancieros, profesionales, funcionarios. Había regido hasta hace
muy poco la legislación española de la limpieza de sangre. Habían sido parte de una sociedad
colonial estamental, exclusivista y racista. Sólo habían pasado diez años desde el comienzo de
la revolución. Si bien la Asamblea del año XIII había hecho grandes avances, y decretado la
libertad de vientres, la esclavitud subsistía (Murcia 115-30).
Las élites ilustradas habían asimilado un liberalismo libresco y carecían de un espíritu
crítico maduro. Los impulsaba la ambición de poder. El padre Castañeda pensaba que el ataque
del gobierno rivadaviano a las órdenes regulares, a las que quería prohibir y expropiar, tenía
tanto motivos ideológicos como económicos. La nueva clase liberal buscaba ascender
socialmente, concentrar el poder y desembarazarse de competidores y enemigos. Acusaban a
los sacerdotes de acumular riquezas. Eran acusaciones falsas. Los sacerdotes renunciaban a sus
bienes personales al ingresar a una orden. Castañeda era franciscano. Los franciscanos hacían
voto de pobreza. Los bienes que poseía cada orden, insiste, estaban al servicio de su trabajo
religioso (215).
Castañeda era consciente de la ambición de riqueza de los sectores encumbrados y
observaba con preocupación la política del gobierno liberal para con los pueblos indígenas. El
gobierno estaba en pie de guerra contra ellos. Castañeda sabía que el proyecto liberal era
expulsarlos de sus tierras o exterminarlos. La Iglesia se oponía a esto.
En el No. 2 del periódico Castañeda se refiere directamente a este problema. Dice que
el gobierno de Buenos Aires no debe hacerles la guerra, ni perseguir a los indios a muerte,
como lo hacían los Norteamericanos. “Doña María” tiene una propuesta para las autoridades
que puede cambiar la situación en beneficio de todos: les pide que la nombren “madre” de
todos los indios y, en tres años, logrará que estos no hagan más daño. Hará que se ocupen de la
labranza y otros trabajos del campo, en beneficio de todos. Lo primero que piensa hacer es
quitarles el caballo, “dejarlos a pie” . Los va a reducir con “suave” violencia (43). Según sus
estimaciones, a los hispanoamericanos les iba a llevar “unos trescientos años” constituirse en
verdaderas repúblicas; a ella, en cambio, solo le tomaría tres años crear su república de indios.
Promete que les enseñará a hilar y a sembrar. Pondrá a los frailes franciscanos, dominicos,
mercedarios y otros a administrarlos (44).
En el No. 3 del periódico continúa con su proyecto utópico en beneficio de los indios
pampas. Dice que con solo 2000 personas, sin distinción de sexo ni nacionalidad, puede lograr
lo que se propone. Necesita 40 frailes de las órdenes regulares. Buenos Aires debe poner a su
disposición 100 carretas de bueyes y 200 cargas de mula. A cada hacendado que costee una
carreta, se le ofrecerá una compensación. En el futuro podrán ser señores o encomenderos de
las tolderías. Se formarían reducciones de indios, a las que no podrían acercarse los blancos.
Cada pueblo se dividiría en tres partes: en una vivirían los indios casados con sus hijos
pequeños, en la otra los indiecitos de 5 a 12 años, a los que les enseñarían a leer, escribir, contar
y la doctrina cristiana, y en la tercera parte vivirán las niñas, a las que se educará de la misma
manera. De los 12 a los 20 años irán a vivir a los conventos y usarán hábito religioso (64). Si
siguiesen sus ideas, muy pronto comprobarían los “filosofones y politicones de América” el
poder del ministerio apostólico (65). Necesitaban seguir el Evangelio, eso era todo.
Su proyecto de evangelización, si bien era autoritario, y forzaba a los indígenas a aceptar
la religión cristiana, respetaba la vida y resultaba más humano que la “solución final” , que el
gobierno parecía buscar con su guerra constante a los nativos.
Los caudillos del interior habían incorporado a grupos de indígenas a sus ejércitos. Esto
acrecentaba el odio de los hacendados y otros sectores poderosos de Buenos Aires hacia los
pueblos indios. Para los sectores letrados, los caudillos y sus seguidores eran “bárbaros”
peligrosos. Demonizaban a los nativos.
Doña María Retazos discute en varias de sus “cartas” el conflicto entre cristianismo y
liberalismo, desde una perspectiva doctrinal y filosófica. Para Castañeda, como sacerdote, esta
cuestión resultaba de vital importancia. Rivadavia atacaba a las órdenes religiosas: su objetivo
era clausurarlas, eliminarlas y expropiar sus bienes. Buscaba que todos los sacerdotes formaran
parte del clero secular, y se subordinaran a la autoridad del gobierno. Esto significaba el fin de
la orden franciscana, de la que formaba parte, en su provincia. La reforma rivadaviana hasta ese
momento solo amenazaba a Buenos Aires. Después de 1820 se había instaurado un régimen
federal dentro del territorio nacional y las provincias decidían sus propias políticas
independientemente de Buenos Aires.
En el No. 3 la “editora” cuenta que le ha escrito un “lector” pidiéndole su opinión sobre
el Argos, el periódico liberal que apoyaba a Rivadavia (Myers 41-50). Doña Retazos le explica
que su periódico es independiente, y que ella no combate la verdadera filosofía, pero cuando
la usurpa un falso filósofo, que quiere destruir la religión y las costumbres, lucha contra él (57).
Muchos abusaban de la filosofía para dar ornato a las mentiras. Ella no, porque representaba a
la verdadera filosofía, que es la religión católica. Para enseñar esta filosofía, Dios había mandado
a la tierra a su propio hijo, que habló con nosotros directamente. Su palabra era la sabiduría
misma. Piensa que la filosofía cristiana es superior a las otras. Los sectores populares no
comprendían las complejas ideas de las otras filosofías. El cristianismo, en cambio, “admite a
todos”, porque es obra de Dios y sus verdades son accesibles (59). La filosofía santa es
inseparable del conocimiento de Cristo.
El cristianismo, asegura, perfecciona la razón humana. Hay que creerle a Dios “cuando
habla de sí mismo” (75). El filósofo verdadero aprende de Dios los misterios de la naturaleza.
El hombre, además de un cuerpo visible, tiene un alma invisible, capaz de conocer y de amar
a la divinidad. El hombre es “el más inconcebible de todos los misterios” (75).
La discusión sobre la relación entre cristianismo y filosofía continúa en el No. 9 del
periódico, publicado el 7 de agosto de 1821. Dice que el “Teofilantrópico”, otro de los personajes
periodistas creado por el padre Castañeda, la desafió, en el número 63 del Despertador
Teofilantrópico Místico-Político, a hablar de asuntos místicos y de uniones afectivas. Ella aceptaba
que la Divinidad se había unido, hipostáticamente, con Cristo, persona divina, y que las almas,
a través de la fe, podían llegar a la unión mística.
Confiesa que había leído todas las obras de Voltaire, Rousseau y otros “filósofos impíos” .
Estos ridiculizaban a los frailes, pero no eran capaces de discutir la “teología mística” (144). No
conocían la bibliografía religiosa. Si el espíritu del hombre podía hacerse uno con el espíritu
de Dios en esta vida, también las almas podían unirse entre ellas. Esto, cree, es lo que nos quiso
comunicar Cristo cuando, después de comulgar con los apóstoles, le dijo a Dios: “…yo la
claridad que recibí de ti, se la he comunicado a ellos, para que sean una cosa, así como nosotros
somos una misma cosa; yo estoy en ellos, y vos estás en mí, para que la unión sea consumada”
(145).
En los vínculos sobrenaturales, nos explica, puede haber mayor o menor intensidad,
igual que en los naturales y afectivos. San Pablo estaba tan unido a los fieles, que sufría por
ellos. Dice que la alianza con Dios ha impulsado a los creyentes a lanzarse a mil peligros y, si
llegaba el caso, morir “con magnánimo corazón” (146). Algunos se lanzan a lo imposible, y toda
su vida está acompañada de milagros… “porque ellos están en Dios, y Dios en ellos” (146). En
los momentos políticos presentes, creía, solo la religión era capaz de lograr una unión
verdadera, muy superior a esa libertad, igualdad e independencia de que hablaban los
“libertinos” (147).
Los libertinos se unían para robar a los demás y después terminan robándose entre ellos.
Dejaban al pueblo desnudo, y se burlaban de él. Su alianza era efímera. La unión religiosa, en
cambio, permanece, porque prescinde de las circunstancias y “está fundada en Dios, para quien
todas las cosas tienen vida” (147). Dice que la filosofía de ningún libro de “pasta dorada” (así se
refiere a las obras impresas de los filósofos enciclopedistas) nos había dado lo que nos dio el
Salvador, que hizo suyo los delitos de su pueblo, y se expuso a la pena que este merecía para
salvarlo y redimirlo. Piensa que en las lecciones del Evangelio y el Antiguo Testamento están
el verdadero patriotismo y la verdadera filantropía. Sus lecciones eran superiores a las que nos
ofrecían los “libros fantásticos” de los filósofos ilustrados (148).
Para el padre Castañeda era fundamental plantear en su periodismo los problemas de
la religión y la fe. La filosofía de Rousseau combatía al cristianismo, y los revolucionarios
modernos, liberales, como Rivadavia, que la seguían, se habían vuelto enemigos de la religión.
Rivadavia había atacado a los franciscanos, cerrado el convento de la Recoleta, donde el padre
Castañeda había estudiado y vivido, y quería suprimir las órdenes religiosas. Desde la
perspectiva de Castañeda, la enemiga de la nación no era la religión sino la filosofía francesa,
que los llevaba por un camino equivocado. Para él, eran esos libros, en particular el Contrato
Social, los culpables de la crisis de la sociedad actual. Sus ideas habían empujado a la nación a
la guerra civil.
Había algo que a Castañeda le costaba aceptar: la idea misma de revolución. La nación
estaba transitando un proceso revolucionario, que implicaba un cambio radical, por momentos
violento, en relación al antiguo régimen colonial. Nuevos actores sociales habían entrado en
escena. Rousseau, en su obra, les hablaba de pacto social, soberanía del pueblo, poder soberano
(Contrato social 45-58). Había puesto en el centro al hombre.
Era necesario reconocer los derechos del ciudadano, aceptar la división de poderes
dentro del gobierno, elegir a los legisladores, crear una ley nueva. Esta noción de democracia,
que enfrentaba a la monarquía, era, en 1821, una idea revolucionaria. El padre Castañeda no
podía concebir un estado que no pusiera en el centro a Dios y la religión; para él, todo emanaba
de la divinidad, fuente absoluta del poder y la vida.
Castañeda, si bien criticaba el federalismo, apoyaba y reconocía al pueblo del interior
de la nación. La Iglesia basaba su legitimidad y razón de ser en el trabajo con la comunidad.
Cuando Doña María conversa con Ramírez, trata de aleccionarlo, y se dirige a él como a un
hijo extraviado, equivocado, al que hay que aconsejar. Castañeda argumenta que ciertos
políticos de Buenos Aires, como Sarratea y Agrelo, se habían “infiltrado” en los ejércitos
federales. En su representación de Ramírez, muestra que a este lo cansa todo lo que escucha
sobre “Juan Santiago”.
El Padre creía que los liberales le estaban deformando la mente al pueblo y que ellos
eran los culpables de los males de la Argentina. El pueblo era creyente, era católico. Los liberales
atacaban la religión y buscaban suprimir a las órdenes religiosas.
El clero regular no sobreviviría a la política de Rivadavia, que consiguió que le aprobaran su
Reforma religiosa en diciembre de 1822, y la implementó.
Castañeda acusaba a los liberales de ser esquemáticos. Interpretaban la política nacional
de manera libresca. No la entendían. Tenían una idea mecánica de la realidad. Pensaba que no
conocían el alma del pueblo, como, ciertamente, la conocían los sacerdotes, que eran capaces
de hablarle al corazón, y tenían una relación de afecto profundo mutuo con las masas
populares. Los liberales no sentían ningún respeto por las clases bajas, aunque hablaran de los
derechos de los ciudadanos. Habían sido parte de la antigua burocracia virreinal, eran sus
economistas y abogados, devenidos políticos y hasta militares. Formaban parte de una clase
nueva, una pequeña burguesía en desarrollo, que buscaba ocupar un lugar de privilegio en el
espacio social.
La furia de la hora era apremiante, y arrasaba con todo. Castañeda veía cómo unos
políticos ambiciosos e inmaduros, oportunistas, se estaban llevando por delante todo el trabajo
que las órdenes religiosas habían hecho durante la larga etapa colonial junto a su pueblo.
Los Ilustrados no entendían la religión. Las élites liberales arrastraban consigo sus
prejuicios de superioridad social, su elitismo, su desprecio a las razas que consideraban
inferiores. Era una clase dependiente y clientelar, acomodaticia, que cambiaba de bando según
su conveniencia.
La Iglesia había sido capaz de superar las barreras sociales, bajar al pueblo y tratar de
una misma manera a blancos, negros e indios. Comprendía el problema del mestizaje y los
prejuicios raciales. Los liberales no. La antigua política de limpieza de sangre se los impedía.
Algo de la vieja sociedad discriminadora y racista había quedado en ellos. Las luchas por el
poder los cegaban. Su ambición era enorme, había mucho en juego. Se sentían justos y creían
que el derecho les daba la razón, pero no se veían a sí mismos, carecían de distancia crítica.
Ni los liberales, ni tampoco la Iglesia (aunque tenía mejores instrumentos y experiencia
para entender la realidad social que las élites ilustradas), lograban interpretar acabadamente
las implicaciones y la trascendencia de la lucha revolucionaria. Era un fenómeno nuevo de una
sociedad viva, cambiante.
La furia periodística del padre Castañeda fue su respuesta ante la agresión del estado
liberal rivadaviano contra las órdenes regulares. Hizo lo que él creía debía hacer un religioso
para cumplir con la misión que la Iglesia le había dado junto a su pueblo. Los liberales no
entendían a los sacerdotes y los despreciaban, no valoraban su esfuerzo ni comprendían qué
era la vida espiritual de una comunidad.
Poco después Rivadavia lo expulsó de Buenos Aires (Auza 29). Le prohibió publicar más
y lo exilió en un pueblo de frontera al sur de la provincia, Kaquelhuincul. Allí el padre
Castañeda pudo convivir con los indios y conocerlos mejor. Aprendió a querer la soledad de la
pampa infinita. Como hombre abnegado y de servicio que era, prometió vivir en ella el resto
de su vida. Regresó a Buenos Aires después de 9 meses, en 1822, beneficiado por una amnistía.
Allí siguió publicando sus periódicos. Doña María Retazos vio cinco números más.
El padre Castañeda no se proponía destacarse como escritor: buscaba servir a su
religión. El periodismo fue en esos momentos el mejor instrumento que encontró para
cumplir con su tarea. Respondía a la urgencia de la hora. Sus páginas escritas, sin embargo,
muestran sus condiciones excepcionales como hombre de letras. Emerge en ellas su amplia
formación humanística y literaria, además de filosófica. Era un ensayista consumado. Hablaba
directamente a su interlocutor y buscaba mover sus pasiones. Conocía bien la sensibilidad del
pueblo, con el que siempre estuvo en contacto. Creía en la literatura política y pedagógica, en
la literatura de ideas.
En varias partes de Doña María Retazos introdujo fábulas y poemas. En el No. 4, del 4
de junio de 1821, publicó un poema gauchesco escrito en décimas octosílabas para celebrar la
victoria de los unitarios sobre los federales. En él, alaba al caudillo santafesino Estanislao López,
que se había vuelto contra su antiguo aliado Ramírez. Usa un lenguaje burlesco, con giros
coloquiales.
En el poema hace hablar a un gaucho. Comienza: “Los de la pierna quebrada/ a este
pueblo alborotaron,/ y una derrota anunciaron/ en Areco dilatada;/ mas los de esta bufonada,/ y
los del cuento del coche/ andan ahora al troche moche,/ porque son las burlas veras;/ Ramírez cayó,
y Carreras/ caerá de día, o de noche” (68). El autor resalta en negrita muchas de las expresiones
coloquiales típicas de los paisanos. El gaucho dice que los unitarios van a imponerse, y sus
generales La Madrid y Arévalo, están triunfando contra los federales. Para él, Martín Rodríguez,
el gobernador, va a vencer “la infame anarquía” (69).
Es un poema gauchesco “unitario”. Castañeda se apropia de la voz del gaucho para tratar
de convencer a sus lectores de que no apoyen a los sectores federales. Al mismo tiempo, buscaba
defender la religión de los ataques de los liberales unitarios. El gaucho que habla es católico,
unitario y anti-rivadaviano. Termina el poema diciendo: “Que la Iglesia por delante,/ camine con
su pendón,/ y que nuestra Religión/ sea siempre la triunfante/ es la máxima constante/ del sistema
americano;/ el filosofismo insano/ que ya nos ha enfederado/ desde hoy sea condenado/ por el
pueblo soberano” (69). Pide a los lectores que condenen lo que él llamaba “el filosofismo insano”,
que había difundido la filosofía ilustrada. Debían combatir también al federalismo, porque era
una doctrina política equivocada que llevaba a la anarquía.
En el No. 6, publicó el poema “Lamentos del supremo conquistador Ramírez”. Nos
presenta al caudillo entrerriano en un momento crítico de su lucha. Castañeda escribió el
poema en cuartetos octosílabos y utilizó un vocabulario popular y coloquial. Es un poema
político “gauchesco” y en él habla el General Ramírez. Cuenta que va apurado a buscar a su
aliado Carrera, quiere hablar con él sobre los problemas de su gobierno. Buenos Aires y Santa
Fe se habían puesto en su contra. Le dice a este: “Ya Santa Fe, y Buenos Aires/ me han hecho
tragar el hijo/ que de supremo al nacer/ venía ya a punto fijo. ¡Cuánto mejor me vería/ en mi
provincia sembrando/ buenos zapallos y maíz/ que no verme disparando!” (101). Le pide que
no siga su ejemplo, o va a terminar como él. Acusa a Agrelo y a Sarratea de haberle dado malos
consejos. Eran dos “bribones” y deberían cambiar sus calzones por polleras. Había que castigar
a todos esos infames. Piensa que a él sus enemigos le van a perdonar la vida, porque había sido
un buen “peón de confianza”. Quería que lo dejaran seguir viviendo (101). Castañeda muestra
sus sentimientos anti-federales y acusa a los caudillos del interior de ser oportunistas y ladrones.
En el No. 7, del 21 de julio, explica a sus lectores que durante varias semanas el periódico
no apareció porque “el veinticinco de junio bambolearon todas nuestras imprentas” y le
impidieron publicar (109). Habían cuestionado su “libertad de escribir” . Doña Retazos tuvo
que “estar encerrada” en su casa hasta el 10 de julio (109). Aprovechó ese tiempo para componer
varias “comedias patrióticas” en verso.
Castañeda tenía su propia propuesta de teatro comprometido. Quería hacer comedias
nuevas purificadas de la manía europea por lo exótico. Dice que sus comedias americanas no
contenían “ficciones poéticas ni indecencias”, solo hechos históricos, abrillantados con una
poesía cristiana (109). Cree que sería bueno escribir espectáculos que fuesen “escuelas públicas
de heroísmo cristiano y nacional” (110). Le ofrece a su público tres comedias, o el borrador de
tres comedias (Baltar 208-9). Sólo ha escrito el primer acto de estas obras, y les sugiere a los
lectores que las continúen ellos y les hagan cambios a gusto. El título de cada una resulta
explicativo: “El frenesí político del siglo diecinueve, refutado por los siete periodistas…Progresos de
Juan Santiago en Sud América…Los solteros corregidos por Exma., e Illma, comentadora, y por su
escudera Doña María Retazos” (110). Dice que, aunque parezcan exagerados, estos títulos se
justifican, porque el “frenesí político filosófico…en diez años ha dado en tierra con nosotros”
(110).
Sus comedias incluyen partes musicales. En el primer acto de El frenesí político del siglo
diecinueve, refutado por los siete periodistas participan como personajes el Teofilantrópico, vestido
de abate, y el Gauchipolítico, de gaucho. Ambos personajes están de acuerdo en que el pacto
social es contrario a la religión, y que el clero debe hacerle la guerra, aliándose con las matronas.
Los filósofos ilustrados están corrompiendo la sociedad y ellos deben combatirlos, aun
exponiendo la vida. La gente corre hacia el mal. Sus ideas “se cifran en los vanos pensamientos/
de un sabio ginebrino delincuente/ que del orbe ha turbado los cimientos” (113). Se refiere al
filósofo Jean Jacques Rousseau, al que Doña María llama Juan Santiago. El Gauchipolítico
resume su pensamiento. Dice: “ …al principio los míseros humanos/ avestruces han sido
desunidos/ …se unieron después…/con igualdad total, y como hermanos; / …del pacto social
los soberanos/ derivan sus derechos: …perdidos/ estos por un motín, ser elegidos/ deben en su
lugar otros tiranos; / esta es la gran teoría de ese sabio…” (114). Propone que se junten todos
los “amantes del orden” para combatirlo.
Castañeda sugiere que en el segundo acto, aún por escribirse, se podrían introducir
“siete filósofos disputando con los siete periodistas ante el tribunal de la recta razón” y en el
tercero se podría ahorcar a todos los filósofos, incluyendo a Voltaire, Diderot y Rousseau (116).
En la segunda comedia, que titula Progresos de Juan Santiago en Sud América, presenta a
Rousseau como personaje central. Frente a este aparece el pueblo, caracterizado como “una
multitud de rotosos” , y grupos de militares y de sacerdotes. Dice Rousseau: “Yo soy el ginebrino,
Platón nuevo, / fundador de repúblicas flamantes/ que con tronos, y cetros, triunfo, y juego, /yo
favorezco a todos los tunantes/ con el pacto social…/ que todos los mandones se retiren/ al
caos de la igualdad, es mi sistema, /…que es soberano el pueblo es ya mi tema; / que los súbditos
son grandes señores/ es también mi alarmante teorema…” (118). Agrega que él se burla del
populacho que, sin embargo, lo sigue enfervorizado. Ya les dio la carta magna y ahora todos
deben entregarle sus bienes a él.
Entra Artigas, vestido con poncho y chiripá. Sus seguidores lo aclaman. Les dice que ya
son todos iguales. Él sigue fielmente el librito “empastado” de Juan Jacobo.
Los caudillos discuten entre ellos. Ramírez se levanta, grita que Artigas ha gobernado
mucho tiempo, y le quita el bastón. Le pide al pueblo que lo reconozca a él como conquistador
supremo.
Aparece el cura “apóstata Monterroso”, el franciscano que había servido a Artigas y luego
lo había dejado para seguir a Ramírez. Predice el fin del entrerriano. Dice que él quiere volver
a ser fraile limosnero.
Ramírez teme por su futuro. Dice que todos los problemas han sido culpa del “pacto
social”. Este justifica “el santo robo, / que los pobres hacemos a los ricos/ cuando hacemos
añicos/ las leyes, y costumbres racionales…” (122). Al fin del acto Ramírez y Carrera, derrotados,
se lamentan de su suerte y del engaño que sufrieron, renuncian al pacto social y confiesan sus
errores.
En la tercera comedia, Los solteros corregidos por Exma., e Illma, comentadora, y por su
escudera Doña María Retazos, Castañeda ataca el carácter permisivo y disoluto que iba
adquiriendo la sociedad urbana desde el comienzo de la revolución. Los jóvenes solteros no
respetaban las antiguas costumbres. Se habían debilitado los lazos sociales familiares y el
vínculo de los individuos con la Iglesia.
Durante la época virreinal los individuos aceptaban la autoridad y actuaban de acuerdo
con los intereses colectivos. Contraían matrimonio con la mujer prometida y se disponían a
formar familia. Después de la revolución de 1810 habían cambiado su comportamiento:
abundaban los solteros, que no querían casarse en lo inmediato, y se dedicaban a flirtear y
seducir a las mujeres jóvenes. Esto, desde la perspectiva del padre Castañeda, era algo
intolerable, que dañaba a la sociedad. Pensaba que el nuevo régimen llevaba a una inevitable
decadencia social y ponía en peligro el futuro de la comunidad.
El Padre se refería a la conducta de los sectores sociales más pudientes: los hijos de las
familias de comerciantes, estancieros y profesionales. Los sectores populares actuaban de otro
modo. Era una sociedad claramente dividida por los intereses propietarios. Los que nada tenían
no eran tenidos en cuenta. En los sectores pobres las uniones se realizaban de manera
consensual y práctica, al margen de las instituciones establecidas por la clase propietaria
influyente.
En esta comedia moralista, sus personajes, Doña María Retazos y la Comentadora,
quieren persuadir a las chicas jóvenes a que respeten el vínculo sagrado del matrimonio. Las
muchachas están de acuerdo con ellas y critican a los solteros. Dice una: “Aqueste sexo viril/
por falta de policía/ vive ya sin cortesía/ y se ha vuelto femenil;/ un gobierno varonil/ debe
hacernos bien casadas…” (132). Defiende su virtud. Ellas quieren ser felices.
Los jóvenes a la moda les aseguran que han leído a Juan Jacobo y las niñas les responden
que ese autor es un “bobo” (134). Ellos se la pasan todo el día en el café. Sus padres son ricos,
así que pueden hacer lo que quieran. Las muchachas, en cambio, defienden el trabajo. Dice
una: “El trabajo es virtud, y estar ocioso/ es indigno de un viejo, y más de un mozo…” (134).
Los jóvenes atacan la religión, que las niñas defienden. Dice uno: “…eso de religión es un
invento/ del fatal fanatismo;/ no reconozco a Dios, sino a mí mismo” (135). Le propone a una
muchacha que gocen del amor en libertad. La niña habla con la Comentarista y con Doña
María, y les asegura que para ella esos jóvenes son unos “mentecatos”, porque desprecian “la
doctrina santa” (135). Entre todas los echan a empujones.
Estas comedias nos muestran los conflictos políticos y sociales que vivía la sociedad
rioplatense desde el comienzo de la revolución y la posición que asumía la Iglesia frente a ellos.
En las dos primeras discute la relación de los caudillos federales con Buenos Aires. Castañeda
se oponía al sistema federal de gobierno que, creía él, desunía a la nación. Denuncia a la
filosofía roussoniana, que corrompía al pueblo cristiano, y lo llevaba por un falso camino. La
tercera comedia habla de las costumbres de la vida familiar y cómo los cambios políticos y la
revolución habían influido en la moral cristiana de la población.
El último número de Doña María Retazos, el No. 16, salió un año después del anterior,
el 1º de agosto de 1823, y no en Buenos Aires, sino en Montevideo. El Padre había partido
definitivamente de Buenos Aires.
Su editora publica un “Manifiesto” final para informarnos sobre lo sucedido. Cuenta a
los lectores que ella salió de la ciudad siguiendo al Padre. Le dijeron que estaba en Santa Fe.
Prefiere cederle a él la palabra, para que explique su situación. Va a transcribir una carta que el
Padre escribió a la Junta de Representantes de Santa Fe. Les dice que el gobierno lo perseguía
como escritor público, por no querer prostituirse a las máximas jacobinas del ministro porteño
Rivadavia. Lo proscribieron y calumniaron. En esos momentos era un refugiado político. El
gobernador López le brindaba su hospitalidad. Comprende que si lo recibía era por honrar su
alto ministerio de carácter sagrado. Había sido desterrado a perpetuidad.
Se siente un representante de Cristo, que era como él, un pobre. Quiere defender las
órdenes religiosas en su provincia, si se lo permiten. Trae consigo una imprenta, que pone a
disposición del gobierno de Santa Fe (No. 16: 6).
El ministro Rivadavia había extinguido los institutos religiosos, pero él, llevado por la
caridad y el amor, seguía defendiendo a Buenos Aires, porque la responsabilidad de este hecho
no era de toda la provincia, sino de un grupo de hombres que, usando como pretexto la
revolución, había dado un golpe de mano a la religión, llevados por su egoísmo y vanidad. Él
los consideraba unos sacrílegos. Buenos Aires había sido la madre de la religión y estaba en
esos momentos cautiva de esos monstruos. Les habían quitado a los eclesiásticos todos los
bienes. Las provincias se indignaron por esto.
Exclaustraron a todos los religiosos de las órdenes. El clero secular, reconoce, fue en
parte cómplice del gobierno. Muchos de ellos, como el cura de la Catedral metropolitana y el
Deán Funes, se habían vendido. Les pidieron a los religiosos que se quitaran los hábitos. El
hábito es accidental al hombre, asegura Castañeda. Los religiosos habían estado felices en los
claustros de los conventos y deseaban volver a ellos.
Rivadavia no quería que los franciscanos siguieran enseñando a las generaciones
venideras. Tenía el “pus filosófico-jacobino” (No. 16:12). El Padre confiaba en Santa Fe. Allí
resistiría, como el gobierno de la provincia resistió cuando trataron de despojar al colegio de
misioneros de San Lorenzo, en momentos en que la iglesia estaba sujeta a Buenos Aires.
Muchos religiosos habían encontrado asilo en Santa Fe. Su gobernador, el General López, era
el baluarte de la fe. Espera que un día el ministro jacobino sea castigado por su apostasía.
Incisivo, político, pasional, el Padre concluye su carta. “Doña María”, con este “retazo”,
pone punto final al periódico.
Durante el lapso de vida de Doña María Retazos el país había tenido cambios
importantes. Tal como lo explica Castañeda, en diciembre de 1822 el gobierno de Buenos Aires
promulgó la Reforma Religiosa (Goldman y Souto 37-48). Confiscó los bienes de las órdenes
y expropió sus conventos. Ordenó que los sacerdotes del clero regular pasaran al clero secular.
Suprimió el diezmo, y la provincia dispuso de un presupuesto para la religión.
La Iglesia quedó bajo la tutela directa del gobierno civil, perdió su autonomía. Era un
cambio sustancial, que los sacerdotes ciertamente resintieron. Su filosofía cristiana los obligó
a aceptar la decisión política del gobierno.
Estos cambios no modificaron el vínculo espiritual que la Iglesia mantenía con el
pueblo cristiano. Los políticos liberales, por su parte, no renunciaron a la fe religiosa. Las élites
que quedaron a cargo de la revolución eran católicas.
Una parte de la historia de la relación entre la Iglesia y el estado llegaba a su fin. El
nuevo estado republicano, con su división de poderes, y su noción de soberanía popular había
llegado para quedarse.
La corona española los había sometido a un régimen de subordinación incondicional
durante el virreinato. Eso había terminado. Con la revolución había nacido un nuevo sujeto
político: el ciudadano. El ciudadano tenía derechos. El padre Castañeda, como todos los
hombres que vivieron esa época histórica, vieron la transición de un régimen a otro. Habían
sido formados durante la época virreinal. Fueron protagonistas y testigos del cambio, y no
todos pensaban lo mismo ni defendían los mismos derechos.29
Había surgido un nuevo grupo de poder, una nueva élite, con intereses económicos y
de clase definidos. El gobierno en Buenos Aires había quedado en manos de un sector
centralista, unitario. No deseaban compartir el poder con las provincias. El país nuevo estaba
muy lejos de nacer unificado (Ferraro 263-4).
La confrontación entre unitarios y federales era intensa. Quedaba por delante una larga
guerra civil por luchar. Los actores iban y venían y se renovaban constantemente (Halperín
Donghi 248-315).
El Ministro Rivadavia atacó, intolerante, a los opositores a las reformas religiosas. El
Padre Castañeda, con su capacidad de trabajo, era un enemigo formidable. En Buenos Aires la
libertad de imprenta no existía para quien criticara al gobierno. A fines de 1822 le prohibieron
seguir publicando.
Castañeda optó por abandonar Buenos Aires. Primero fue a Montevideo y de ahí pasó
al interior. En Santa Fe, su caudillo, Estanislao López, aceptó protegerlo. El Padre rehízo allí su
actividad como sacerdote (Auza 37). Se estableció en una zona rural, como lo había prometido.
Se sentía mucho más cómodo con el pueblo de la campaña, con el gauchaje, que con las élites
urbanas, constantemente defendiendo sus privilegios y tejiendo sus redes de poder (Furlong
699-713). Era un sacerdote sincero, tenía una gran vocación de servicio. Era un franciscano de
corazón, y había hecho votos de pobreza. Si se había transformado en “escritor” , había sido para
defender a la Iglesia, a la que amaba, su Madre Iglesia.
Entre Santa Fe y Paraná pasaría sus últimos años de vida, dedicado a la docencia, a sus
actividades pastorales y ocasionalmente al periodismo.
El Padre Castañeda fue testigo de una importante etapa de la revolución. Nos dejó su
testimonio sobre la conflictiva relación de la Iglesia con el Estado liberal. Criticó, desde su
perspectiva, la filosofía de la Ilustración. Denunció los intereses económicos egoístas que se
ocultaban tras las Reformas religiosas rivadavianas. Criticó las limitaciones de las nuevas élites,
su dogmatismo, su falta de visión, sus prejuicios sociales y raciales.
La Argentina que nacía era un país visiblemente desintegrado y tenía importantes
problemas que resolver. El más grave era la relación entre la ciudad puerto, Buenos Aires, y las
provincias del interior. Qué sistema político debía adoptarse, el unitario o el federal. Durante
los años siguientes, los actores políticos de un bando y otro lucharían cruelmente en defensa
de sus intereses. La solución solo podía llegar con un acuerdo definitivo entre las partes. El país
necesitaba contar con una constitución definitiva.
Bibliografía citada
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Aires: Taurus, 2001: 9-39.
Baltar, Rosalía. “Francisco de Paula Castañeda, amanuense y autor”. Cuadernos de Ilustración y
Romanticismo Revista Digital del Grupo de Estudios del Siglo XVIII No. 20 (2014):199-224.
Barcia, Pedro Luis. “Fray Francisco de Paula Castañeda y El Quijote”. BAAL No. LXX (2005):
31-46.
Calvo, Nancy. “Voces en pugna. Prensa política y religión en los orígenes de la república
argentina”. Hispania Sacra No. XL, 122 (2008): 575-596.
Castañeda, Francisco de Paula. Doña María Retazos. Buenos Aires: Taurus, 2001. Edición
facsimilar.
---
. La Matrona Comentadora de los Cuatro Periodistas. Buenos Aires: Imprenta de la
Independencia, 1821.31
---
. El Despertador Teofilantrópico Místico Político. Buenos Aires: Imprenta de Álvarez y de la
Independencia, 1820.
Di Stefano, Roberto. El púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la
república rosista. Buenos Aires: Siglo XXI, 2004.
Ferraro, Liliana. “Políticas articuladas. Correspondencia San Martín-Pueyrredón”. Revista de
Historia Americana y Argentina 50, 1(2015): 251-68.
Forace, Virginia. “El público diversificado en Doña María Retazos (1821-1823) de Francisco de
Paula Castañeda”
. VIII Jornadas Internacionales de Filología y Lingüística y II de Crítica
Genética. La Plata, 2017: 156-64.
Web: http://jornadasfilologiaylinguistica.fahce.unlp.edu.ar
Furlong, Guillermo. Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente patria argentina
1810-1830. Buenos Aires: Castañeda, 1994.
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Publicado en Revista Renacentista, mayo 2024