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viernes, 31 de mayo de 2024

Doña María Retazos y el Padre Castañeda

                                                                                Alberto Julián Pérez

El Padre Francisco de Paula Castañeda (1776 Buenos Aires – 1832 Paraná) publicó en

Buenos Aires, entre el 27 de marzo y el 16 de agosto de 1821, diez números del periódico Doña María Retazos. A fin de agosto el gobierno de Buenos Aires le prohibió continuar con su

actividad periodística. Lo expulsó de la ciudad, a una distante guardia fronteriza, en

Kaquelhuincul, al sur de la provincia.

Un año más tarde el Gobernador declaró una amnistía. El Padre pudo regresar a Buenos

Aires. Doña María Retazos reapareció el 26 de agosto de 1822. A partir de esa fecha publicó

cinco números, el último el 8 de septiembre de 1822. Castañeda volvió a salir de la ciudad y

sacó, casi un año más tarde, el primero de agosto de 1823, un número final desde Montevideo, con un “Manifiesto de la Editora”.

Antes de la aparición del primer número había publicado, el miércoles de Cuaresma

del año 21, un “Prospecto” , en que anunciaba su pronta publicación. Allí introdujo a su

“editora”, la sin igual Doña María Retazos.

El año anterior había comenzado una grave crisis en Buenos Aires. El Padre Castañeda

decía que en 1820 los habían “enfederado” (Doña María Retazos 9). En febrero, los caudillos de Santa Fe y Entre Ríos, los Generales Estanislao López y Francisco Ramírez, derrotaron al

ejército del Directorio en la batalla de Cepeda. Invadieron la provincia y llegaron hasta las

puertas de Buenos Aires. El Director Supremo, el General Rondeau, renunció. Los caudillos

firmaron un acuerdo con el gobernador provisorio Manuel de Sarratea, el Tratado del Pilar,

poniendo fin a las hostilidades. Caducó la autoridad nacional y las provincias recuperaron su

autonomía (Ternavasio 119-148).

En Buenos Aires el General Martín Rodríguez fue electo gobernador. Inició un

gobierno de tendencia unitaria y liberal. Su ministro de gobierno, el hombre fuerte del

momento, Bernardino Rivadavia, se propuso reformar la Iglesia y el Ejército. Esto generó un

escenario hostil a los intereses de la Iglesia. Ante esa situación crítica, el Padre Castañeda inició una campaña periodística contra Rivadavia y la prensa que lo respaldaba. Publicó

simultáneamente varios periódicos. En 1820 aparecieron El Despertador Teofilantrópico Místico-Político, el Suplemento al Despertador Teofilantrópico, el Paralipomenón y el Desengañador Gauchi-Político; en 1821 publicó La Matrona Comentadora de los Cuatro Periodistas, Eu ñao me meto con ninguen y Doña María Retazos (Forace 157).

Rivadavia quería quitarle a la Iglesia lo que él consideraba eran sus “privilegios”.

Buscaba eliminar los fueros religiosos, prohibir el diezmo, pasar su administración al gobierno

provincial, suprimir las órdenes regulares, expropiar los conventos y transferir los sacerdotes

del clero regular al clero secular bajo la supervisión del Estado (Herrero 1-5).

La administración virreinal, el siglo anterior, había perseguido a la orden jesuita. En

1767 la Corona Española los expulsó de todos sus Virreinatos y de la Península Ibérica.

Expropiaron sus bienes y sus miembros tuvieron que abandonar el territorio. En el Virreinato

del Río de la Plata (formaban parte de él Paraguay, Uruguay, Bolivia y Argentina) la expulsión

de los jesuitas resultó traumática (Lara Martínez 357-67). Las misiones del Paraguay y el noreste de Argentina habían sido muy importantes para la economía y la cultura de la zona. La

convivencia de los frailes con los indígenas, el aprendizaje y difusión de su lengua,

contribuyeron a la formación de una población estable bilingüe guaraní-castellano.

Los jesuitas habían fundado varios Colegios y centros universitarios: la Universidad de

Córdoba, la única en territorio argentino, 1613, y la Universidad de Chuquisaca, en Bolivia,

1624. Fueron los primeros educadores. Luego de su expulsión, la Corona pidió a la orden

franciscana que se hiciera cargo de sus colegios y de sus universidades.

Francisco de Paula Castañeda era un religioso regular de la orden franciscana. Estudió

en el Convento de la Recoleta y completó su formación religiosa en Córdoba, donde lo

ordenaron sacerdote en 1800. Ganó por oposición las cátedras de Filosofía y Teología en la

Universidad, y fue profesor de 1797 a 1803 (Baltar 200-4).

El Padre Castañeda veía su lucha a través del periodismo como un enfrentamiento de

ideas entre los católicos y los pensadores liberales, a los que llamaba los “jacobinos”. Este conflicto tenía lugar en un momento crítico en que la Iglesia luchaba por adaptarse a los

cambios que había traído a la sociedad la revolución independentista. El gobierno de Martín

Rodríguez buscaba reducir el poder de la Iglesia, quitarle prestigio y ponerla bajo su directa

supervisión. El padre Castañeda acusaba a los liberales de querer expropiar a los conventos para enriquecerse ellos con sus bienes.

La revolución de mayo había traído una transformación social profunda. Había reemplazado un tipo de organización política, la monarquía absolutista española, por un sistema representativo, con actores políticos diversos e intereses económicos particulares. Las

ideas de Rousseau en su Contrato Social inspiraban mucho de los cambios. El Padre Castañeda criticó repetidamente su filosofía en sus artículos.

Habían abolido los títulos de nobleza y los privilegios de sangre. Los sectores sociales

emergentes buscaban imponer sus intereses y conquistar sus derechos políticos. Deseaban

aumentar su influencia, su representatividad y su riqueza. Se habían liberado de la tiranía

monárquica y necesitaban leyes que los ayudaran a progresar en una sociedad representativa.

La situación institucional era inestable. La Iglesia, que había tenido un papel privilegiado durante la etapa colonial, quedó en una posición desventajosa. Muchos ciudadanos desconfiaban de los religiosos y pensaban que podían simpatizar con las antiguas ideas monárquicas. A pesar de que mostraron devoción por su país y amor a su suelo natal durante las invasiones inglesas y las luchas por la independencia, las autoridades políticas los observaban y vigilaban. Los políticos liberales los criticaban.

Dentro de la misma Iglesia las opiniones divergían. El Padre Castañeda tuvo que defender su

posición antiliberal ante sacerdotes que apoyaban al gobierno de Rivadavia y escribían para el

Argos, el principal periódico liberal, como el célebre Deán Funes (Calvo 583-7).

El orden nuevo social favorecía a las élites, constituidas por comerciantes, propietarios

rurales, y sectores profesionales, y postergaba las aspiraciones de los sectores populares pobres.

Dado que la nueva sociedad privilegiaba la fortuna y el dinero, la propiedad privada, los grupos no propietarios quedaron marginados de los cambios. Se separaban gradualmente los intereses de la nueva clase en formación, emergente, la burguesía mercantil y propietaria, de los intereses del pueblo llano. La Iglesia era un actor importante que confraternizaba con ese pueblo pobre e intercedía a su favor.

En la nueva sociedad que se inauguró con la Independencia de 1810 tenía gran importancia la situación patrimonial y el estatuto social. La sociedad virreinal había sido una sociedad estamental, donde las élites tenían privilegios asociados a su nacimiento, su riqueza y


1 Durante la monarquía habían existido numerosos enfrentamientos entre las órdenes regulares y los intereses

de la corona. Esto llevó a la traumática expulsión de la orden jesuita, que privó a los virreinatos de sus principales

educadores. Los jesuitas eran la orden que había logrado mejor interactuar con los grupos nativos,

particularmente en Paraguay y el noreste de Argentina, en la región de las Misiones. La política de España y

Portugal hacia los guaraníes terminó en un grave levantamiento indígena y guerra abierta entre los indígenas y

las coronas de España y Portugal, que debieron unirse para derrotarlos en 1750. Los indígenas que lucharon eran

los que vivían en las misiones. Los padres jesuitas salieron de sus territorios durante la guerra. Los indígenas

habían recibido instrucción militar, las misiones tenían armas para su autodefensa, y eran un enemigo temible.

La guerra se prolongó durante dos años. La corona consideró a los padres jesuitas parcialmente responsables de

la sublevación, y la persecución contra la orden se volvió abierta. En 1767 determinaron su expulsión y

expropiaron sus bienes (Lara Martínez 357-367).


su raza. La revolución los obligó a observar de otra manera la relación entre las razas. En los

sectores populares abundaban los mestizos. Los negros esclavos no fueron liberados por sus

amos. En el Virreinato habitaban grandes poblaciones indígenas. En la zona del litoral, en provincias como Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos, los sectores populares convivieron desde

los inicios de la colonización con los indígenas de etnia guaraní y su mestizaje era notorio.

En el sur del territorio nacional la situación era diferente. Casi todos los pueblos indígenas del sur se habían retirado hacia regiones que los blancos no ocupaban y se oponían a su avance. Blancos e indígenas se hacían la guerra. Los blancos buscaban la posesión de las tierras que los indígenas habían ocupado por generaciones. A la cuestión económica se sumaban los conflictos y prejuicios raciales. Estos prejuicios jugarían un papel importante en el enfrentamiento entre Buenos Aires y las provincias. Dentro de los ejércitos provinciales los

caudillos movilizaban contingentes integrados por gauchos mestizos e indios.

La cuestión racial era importante para las élites, particularmente para aquellos que habían formado parte privilegiada de la burocracia virreinal, y habían sido sus funcionarios y abogados. La Asamblea del año XIII hizo lo posible por responder a las injusticias que había

creado la situación racial y la esclavitud durante el Virreinato (Murcia 131-47). Los enfrentamientos entre Buenos Aires y el interior dieron una nueva dimensión a los conflictos

raciales.


2 La Monarquía ostentaba el Patronato de la religión, y ejercía control sobre la organización de la Iglesia y las

autoridades eclesiásticas. No obstante, las órdenes religiosas eran organizaciones internacionales y los gobiernos

locales solo podían ejercer una supervisión limitada. Muchos veían a los religiosos como enemigos peligrosos.

Eran el grupo mejor educado de la sociedad. Estaban a cargo del sistema escolar. Los sectores burocráticos que

emergieron en el Virreinato del Río de la Plata completaron en su mayoría su educación universitaria en las aulas

de la Universidad de Córdoba y la Universidad de Chuquisaca, las únicas que existían en el territorio del Virreinato. Estas, hasta 1767, dependían de los jesuitas y, luego de su expulsión, de la orden franciscana (Di Stefano

15-80).


Muchos porteños despreciaban a los gauchos. Castañeda se oponía a los caudillos, que

para él contribuían a la disolución del poder central. Creía que el sostenimiento de ese poder

era necesario e indispensable para mantener el orden jurídico.

El Padre Castañeda tenía una formación académica excelente y estaba capacitado para asumir el desafío que implicaba para él la defensa pública de la religión ante la política de Rivadavia (Auza 11-14). Era profesor universitario de Filosofía y Teología. Había estudiado con

atención a los filósofos de la Ilustración. Confesó haber leído en francés las obras completas de Voltaire y de Rousseau, a los que detestaba y consideraba charlatanes (143). Había estudiado la literatura clásica romana y la literatura griega. Era excelente latinista, lengua que hablaba y escribía. Había leído la literatura española en el Seminario, en particular la literatura del Siglo de Oro. Admiraba a Cervantes y su Quijote, obra que comenta y cita con frecuencia (Barcia 32- 46). La Biblia, las obras de San Agustín y Santo Tomás, y los libros de los escritores místicos, sobre todo Santa Teresa, formaban parte de la bibliografía religiosa a la que se refería habitualmente en sus columnas periodísticas.

Si bien el Padre era un intelectual, un erudito, era capaz con su discurso de llegar a los lectores menos instruidos (Romano 343-48). Su argumentación era clara y pedagógica. La base de su discurso no era el ensayo culto, sino el sermón popular: el Padre priorizó el interés del lector y su sicología. Hablaba para convencer. Volcaba en sus discursos todas sus pasiones, sabía llegar a su auditorio con argumentos que movilizaban a un tiempo emociones e ideas. A esto se debió seguramente la efectividad de su prédica: logró publicar ocho periódicos en forma simultánea, y todos se vendían (Baltar 200-4). Recuperaba al menos el costo para pagar su edición, en una época en que la impresión era artesanal, manual, cara. Sus columnas eran entretenidas e interesantes, incluía ensayos serios, textos cómicos, sátiras, comentarios humorísticos y burlescos, narraciones, poemas y dramas. Ocasionalmente transcribía textos que consideraba ejemplares, como capítulos del Quijote y cartas de Santa Teresa.

Los “periodistas” y “editores” de sus periódicos y los “lectores” que les enviaban cartas

con sus comentarios y críticas eran personajes de ficción. Todo ese mundo, animado por los

ocho periodistas (entre los que sobresalían el Despertador Teofilantrópico Místico-Político y Doña María Retazos), era parte de una gran “comedia” , un gran “teatro del mundo”. El Padre armó con ingenio y maestría ese espacio escritural serio-cómico, en el que participaban los diversos personajes que componían el espectro político de la época de Rivadavia (Román 5-25). Su gran “teatro crítico” llegó a conformar una enciclopedia periodística de varios miles de páginas. El Despertador Teofilantrópico, tan solo, alcanzó las 1300 páginas.

Creó a sus columnistas y editores. Eran personajes literarios. Los enfrentó a periodistas de periódicos “serios”, como los del Argos, vocero de los rivadavianos. En el Argos escribían columnistas de nota, como Juan Cruz Varela, el Deán Funes, Manuel Moreno, Esteban de Luca y Vicente López y Planes, autor del “Himno Nacional” (Lescano 136-46).

Doña María Retazos era, junto a la Matrona Comentadora, uno de los dos periódicos “editados” por mujeres. Doña María Retazos era a un tiempo un personaje “real”, verosímil, y

un personaje simbólico, “alegórico”. Si bien tenía un discurso propio reconocible, había momentos en que irrumpía en este la voz del Padre Castañeda. La periodista se presentaba ante su público como una “niña” muy patriota, que había nacido en 1810, con la Revolución. Era una “jovencita” seria y una “matrona” responsable que defendía sus derechos.

Podemos preguntarnos, ¿por qué el Padre incluyó, entre sus personajes periodistas, a dos mujeres? Era un momento histórico en que la mujer tenía poca presencia en el espacio público. Estaba relegada. La mujer, sin embargo, era y es un ser que está muy presente en el

imaginario católico. Pensemos en el papel que tiene la virgen, la madre de Dios, en la religión

cristiana. Los católicos llaman a la Iglesia la “Santa Madre Iglesia”, la ven como mujer. Ella tiene sus atributos: acoge a todos sus hijos y cuida de ellos. Castañeda admiraba profundamente a Santa Teresa de Jesús.

En la religión cristiana el culto a la madre y a la virgen tienen un papel fundamental. El sermón en la Iglesia se dirige especialmente a las mujeres. Es verdad que la ven como madre procreadora y no como a un ser humano integral. Para las religiones el mundo individual de cada uno queda relegado a un segundo plano: su objetivo es la sobrevivencia de la familia, del grupo, de la comunidad.

El Padre Castañeda ve como una virtud de la Iglesia su capacidad para hablar de manera sencilla y comprensible a una comunidad amplia. Argumenta que el cristianismo, a diferencia

de los “bobines”, como llama a los Enciclopedistas, presenta ideas simples, básicas, que cualquiera puede entender, independientemente de su nivel intelectual. Son ideas que llegan

a través del corazón y las emociones. Rousseau, en cambio, utilizaba conceptos complejos,

como el de “pacto social” y “soberanía popular”, que eran de difícil comprensión para el pueblo

(Rousseau 44-49).

Dios se había hecho hombre. Cristo-dios había enseñado en persona su mensaje. El concepto de “gracia” llenaba de piedad y compasión a los seres humanos. En sus escritos el Padre Castañeda argumenta sobre la superioridad del cristianismo frente a la nueva filosofía roussoniana.

Publicó un “Prospecto” , previo a la salida del periódico mismo, donde anunció su pronta aparición. En él presenta a su “editora” , que explica contra quién va a luchar y qué piensa hacer.

Aseguraba que quería incluir en su periódico algunas obras y “pensamientos ajenos” para desengañar a “los filósofos incrédulos”, que nos habían enfederado” en el año veinte (Castañeda 1). Doña María Retazos aseguraba que eso de trasladar obras ajenas era algo muy viejo, y ya lo hacía Moisés, que era un “escribano o copista” que escribió “cinco periódicos” , conocidos


3 En la cita de las páginas sigo la numeración de la copia facsímil del periódico original, reproducido en Francisco

de Paula Castañeda, Doña María Retazos (Buenos Aires: Taurus, 2001).


como el “Pentateuco”. A Moisés, Dios mismo le dictaba sus textos. También plagiaba Salomón,

que era un “pregonero de la eterna sabiduría” (2). Cree que el único que podría haber sido original al escribir era Cristo, pero no escribió porque no le hizo falta, él era “la ley viva” (3).

Tampoco fueron originales los Apóstoles, porque el espíritu de Dios hablaba en ellos. Y los escritores profanos, de Homero a Voltaire, habían sido igualmente plagiarios, ya que la sabiduría era antiquísima y toda novedad era “ignorancia” (4).

Castañeda devalúa intencionalmente el nuevo concepto de autor que emergía de los estratos letrados. Estos idealizaban al escritor como artista dotado, que cultivaba una obra original y se sentía “propietario” de su talento. La nueva sociedad que emergía le daba un lugar especial a este tipo de artista. Representaba los ideales individualistas de la sociedad civil burguesa. Él personalmente no tenía ningún interés en convertirse en autor. Escribía con una finalidad proselitista, para defender a la Iglesia. Era un escritor público comprometido con una causa.

En los diez años que habían transcurrido desde que se había iniciado la revolución, dice, nos habíamos llenado de “escritores plagiarios” . Aún aquellos que se creían pensadores dotados

no hacían más que copiar mal a los “autores franceses, ingleses y norteamericanos” , aunque no lo reconocieran (5). Nacíamos como una sociedad clientelar, que se miraba en el espejo

imperial prestigioso de las potencias europeas y de Estados Unidos, y buscaba imitarlos. La

nación no estaba aún constituida y era un “totum revolutum” (8).

Este “Prospecto” anticipatorio marcó el tono que iba a tener el nuevo periódico, que combinaba la crítica política, con la ironía y el juego intelectual.

El primer número de Doña María Retazos apareció el 27 de marzo de 1821. Su “periodista” , Doña María, afirmaba que en el año veinte los habían “enfederado” . Ella iba a hacer

lo posible por desengañar a los filósofos incrédulos y mostrarles sus errores (9).

Castañeda, durante la vida del periódico, centró su atención en varios problemas que

aparecen y reaparecen en sus páginas, y se convierten en cuestiones nodales: el enfrentamiento de las provincias federales y el gobierno unitario de Buenos Aires, el conflicto entre liberalismo y cristianismo, la relación del ministro Rivadavia con la Iglesia, la conducta del gobierno con los pueblos indígenas.

El conflicto entre Buenos Aires y el interior había llevado a su provincia a una grave crisis. En febrero de 1820 las provincias del litoral habían derrotado a Buenos Aires en la batalla

de Cepeda, y cayó el gobierno nacional. Los caudillos de Entre Ríos y Santa Fe firmaron un

acuerdo con Buenos Aires. Se impuso el sistema federal. Las provincias virtualmente

recuperaron su autonomía. Ramírez y López quedaron dueños de la situación. Pronto estallaría la guerra entre ellos (Halperín Donghi 316-80).

En el número dos del periódico, Doña María Retazos, la editora, inicia su correspondencia con el caudillo de Entre Ríos, Pancho Ramírez. No es una relación epistolar “real”, “Ramírez” es un personaje de Castañeda. La “periodista” se jacta de conocerlo. Castañeda inicia un intercambio cómico, satírico, de cartas entre una Doña María “sabia” y un caudillo gaucho “ignorante” , que entiende las cosas mal y le pide ayuda. Castañeda atacaba al caudillismo y al federalismo.

El General Ramírez le escribió a Doña María diciéndole que necesitaba consultarla.

Tenía problemas, había perdido 160 hombres. El caudillo en su carta le abre su corazón. Le

cuenta sobre su vida, le habla de su origen humilde: había sido hasta hace pocos años un simple “peón de confianza” , que se ganaba su dinero acompañando a los carruajes en sus viajes (26).

Gracias a su participación en la guerra, había podido recuperar los derechos que le

correspondían, y trataba de despertar a los otros. Seguía las teorías del ginebrino Juan Santiago (Jean Jacques Rousseau), que afirmaba que los hombres no eran más que “avestruces” (escondían su cabeza). Y por allí había muchos avestruces.4 El pueblo soberano era un avestruz.

Sus hombres pensaban que eso era una dicha, pero el padre cura los criticaba, decía que

vegetaban. El cura que iba con ellos, asegura, los convenció de que dejaran la “edad primitiva” y entraran en la “segunda edad” (27). Le gustaba mucho el modo bonito en que hablaba el Sr.

cura. En esos momentos, después de haber entrado y salido dos veces de Buenos Aires, había logrado poner a todos en la “edad primitiva”. Había reducido las Provincias Unidas 

a su “materia prima”: ya eran todos “gauchipolíticos y federimontoneros” (28).

Doña Retazos le responde en su carta que cualquier “toldería” tenía más ilustración que

ellos. La culpa era, sin dudas, de aquellos que los habían “enfederado” y “ensantiagado” (30). Él había hundido a todos en la “edad primitiva”. Pensaba que un gran desorden traería un gran

orden y estaba equivocado. Le pide que al menos un día por semana tenga juicio, sobre todo

en el séptimo día, el domingo, en que se renueva el sacrificio de Cristo, y el compromiso con

él. Le explica que el domingo es día de doctrina y hay que leer el catecismo en los púlpitos. Es

además día de oración, y no se debe derramar sangre (33).

Ramírez le responde que le leyó su carta a “los de poncho” y estaban todos de acuerdo

con ella, pero que justo en ese momento llegaron el “Dr. Agrelo” , y el “sabio Sarratea”, y 

les aseguraron que eso de leer el catecismo era “fanatismo”. Ellos no conocían esa palabra, y le pidieron al Dr. Agrelo, un abogado que había sido asesor del gobierno de Martín Rodríguez,

que la explicara. Este empezó a hablar pestes contra los frailes, pero ninguno de ellos le hizo

caso. Sus gauchos le pidieron que le suplicara a ella que mandara curas y padres misioneros,

para que los ilustraran en la doctrina del cielo. De esa manera los aventureros no los

“engatusarían” más y podrían volver algún día al trabajo en los campos (35). Le pregunta qué


4 Castañeda traduce Jacques como Santiago, en lugar de Jacobo, tal como lo hacen los franceses.


pensaba ella que era mejor, si fundar la “república entrerriana” sobre el “fanatismo” de la

religión, o sobre el “barbarismo” de la carta magna.

Doña Retazos le responde que el fanatismo era mucho mejor que el “filosofismo”, que

dejaba con su lógica al hombre en el vacío. El fanatismo, en cambio, enseñaba al hombre a

adorar a Dios. Le asegura que “el ateísmo es incompatible con toda sociedad, los pueblos se

dirigen a Dios, aunque lo adoren fanáticamente” (37). E insiste: “Dios no quiere que exista sociedad alguna sin Dios” (38). Y el que no acepte esto es un “gauchipolítico”, un “federimontonero” que los quiere “avestruzar”.

El caudillo Ramírez le agradece por sus retazos y promete consultarla para todo. Quiere

preguntarle ahora sobre la “carta magna”, que según le dicen, él obtuvo gracias a su victoria en la batalla de Cepeda. Desea que les reconozcan el mérito a los entrerrianos y los llamen

“magnos”.

Doña retazos le responde que la carta magna no era lo que él se imaginaba. Lo insulta,

le dice que él desciende de Caín, traicionó a Artigas (había sido su lugarteniente) y los quería

“enfederar” a todos (39).

En el periódico No. 3, del 26 de mayo, Ramírez vuelve a escribirle. Deseaba volver a

entrar en Buenos Aires, como lo había hecho en el pasado, pero el General La Madrid y el

caudillo de Santa Fe, Estanislao López, no se lo permitían. Estos lo atacaban. No respetaban el tratado del Pilar. Doña Retazos le contesta que Buenos Aires era una provincia generosa y lo iba a perdonar. La cosa no estaba tan desesperada como él creía. En el No. 4 del 4 de junio le dice que se convenza de una vez por todas que él no había sido más que un “biombo”, al que habían usado para encubrir los intereses de otros. Le aconseja que se vuelva a ganar la vida como “peón de confianza” y que se cuide (62).

Doña Retazos se pone cada vez más agresiva con Ramírez. En el No. 5 del 16 de junio,

Ramírez le escribe diciéndole que había perdido todo su ejército y que él se había salvado junto con el padre Monterroso. 

Ella le responde que el padre Monterroso había vendido a Artigas, y lo iba a vender a él. Acusa a Ramírez de fusilar y degollar a sus enemigos, y lo manda al demonio. La correspondencia con Ramírez se interrumpe. Ramírez lucha contra el caudillo de

Santa Fe, Estanislao López, y muere en el combate de Chañar Viejo, el 10 de julio de 1821.

El Padre introduce al caudillo López, con quien tuvo una relación más franca que con

Ramírez, y resultó crucial en su vida. 5 López se había vuelto contra Ramírez, luchó contra él y lo derrotó. Procuró mantener una relación pacífica con Buenos Aires.

Doña Retazos inicia su correspondencia con López. El 23 de junio, en el número 6, incluye una carta que le había escrito el Sr. Gálvez, ayudante de López, en su nombre (99). Le

dice que este la ve a ella y a los seis periódicos que promueven el orden como una gran

esperanza. Sostiene que los hombres deben ser todos hermanos y dejar de pelear.

Castañeda comprende la importancia que tienen los caudillos. Eran los líderes naturales

de las fuerzas populares de sus provincias. Mantenían una relación personal con su pueblo. Las élites liberales, en cambio, no se relacionaban de igual a igual con los sectores populares. No los consideraban sus interlocutores. Pertenecían a los sectores letrados. Muchos de ellos eran abogados, que habían estudiado en Córdoba o Chuquisaca. Habían colaborado con la antigua burocracia virreinal. Eran personas privilegiadas. El Padre creía que eran filósofos de gabinete.

La Iglesia, por el contrario, siempre había mantenido un vínculo directo, filial, con el pueblo

pobre. No se entendía con los liberales. Eran sus enemigos.

El deber de la Iglesia era cuidar de los más necesitados. Esa era su misión, su razón de ser. Estaban al servicio de la población. Se habían hecho cargo de la educación. Para la Iglesia


5 Rivadavia atacó al padre Castañeda y le prohibió publicar, en 1822, luego de haberlo exiliado en Kaquelhuincul

en 1821, durante nueve meses. En 1822, el gobernador Rodríguez dio una amnistía y Castañeda regresó a Buenos

Aires. Varios meses después volvieron a prohibirlo. López ayudó al padre. Bajo su protección, se fue a vivir a Santa

Fe (Auza 36-9).


todos los sectores sociales debían integrarse a la nación cristiana, independientemente de su

origen y su grupo étnico. Los nuevos poderosos debían convivir con los más desfavorecidos.

El gobierno rivadaviano tenía una concepción de la política y la relación de clases que chocaba con las ideas de la Iglesia. Representaba los intereses de un sector social propietario.

Desconfiaba de los sectores populares. El país estaba en formación.

La nueva clase mercantil en desarrollo, la burguesía, quería expandir la base de su

fortuna. Los propietarios rurales ambicionan ocupar los territorios que estaban en manos de

los indígenas al sur de Buenos Aires. Su política expansiva no era pacifista. No querían negociar

con los indígenas. Buscaban quitarles sus tierras por la fuerza sin darles nada a cambio.

Las nuevas élites descendían de las antiguas élites criollas constituidas durante el

virreinato. Eran comerciantes, estancieros, profesionales, funcionarios. Había regido hasta hace

muy poco la legislación española de la limpieza de sangre. Habían sido parte de una sociedad

colonial estamental, exclusivista y racista. Sólo habían pasado diez años desde el comienzo de

la revolución. Si bien la Asamblea del año XIII había hecho grandes avances, y decretado la

libertad de vientres, la esclavitud subsistía (Murcia 115-30).

Las élites ilustradas habían asimilado un liberalismo libresco y carecían de un espíritu

crítico maduro. Los impulsaba la ambición de poder. El padre Castañeda pensaba que el ataque

del gobierno rivadaviano a las órdenes regulares, a las que quería prohibir y expropiar, tenía

tanto motivos ideológicos como económicos. La nueva clase liberal buscaba ascender

socialmente, concentrar el poder y desembarazarse de competidores y enemigos. Acusaban a

los sacerdotes de acumular riquezas. Eran acusaciones falsas. Los sacerdotes renunciaban a sus

bienes personales al ingresar a una orden. Castañeda era franciscano. Los franciscanos hacían

voto de pobreza. Los bienes que poseía cada orden, insiste, estaban al servicio de su trabajo

religioso (215).

Castañeda era consciente de la ambición de riqueza de los sectores encumbrados y

observaba con preocupación la política del gobierno liberal para con los pueblos indígenas. El

gobierno estaba en pie de guerra contra ellos. Castañeda sabía que el proyecto liberal era

expulsarlos de sus tierras o exterminarlos. La Iglesia se oponía a esto.

En el No. 2 del periódico Castañeda se refiere directamente a este problema. Dice que

el gobierno de Buenos Aires no debe hacerles la guerra, ni perseguir a los indios a muerte,

como lo hacían los Norteamericanos. “Doña María” tiene una propuesta para las autoridades

que puede cambiar la situación en beneficio de todos: les pide que la nombren “madre” de

todos los indios y, en tres años, logrará que estos no hagan más daño. Hará que se ocupen de la

labranza y otros trabajos del campo, en beneficio de todos. Lo primero que piensa hacer es

quitarles el caballo, “dejarlos a pie” . Los va a reducir con “suave” violencia (43). Según sus

estimaciones, a los hispanoamericanos les iba a llevar “unos trescientos años” constituirse en

verdaderas repúblicas; a ella, en cambio, solo le tomaría tres años crear su república de indios.

Promete que les enseñará a hilar y a sembrar. Pondrá a los frailes franciscanos, dominicos,

mercedarios y otros a administrarlos (44).

En el No. 3 del periódico continúa con su proyecto utópico en beneficio de los indios

pampas. Dice que con solo 2000 personas, sin distinción de sexo ni nacionalidad, puede lograr

lo que se propone. Necesita 40 frailes de las órdenes regulares. Buenos Aires debe poner a su

disposición 100 carretas de bueyes y 200 cargas de mula. A cada hacendado que costee una

carreta, se le ofrecerá una compensación. En el futuro podrán ser señores o encomenderos de

las tolderías. Se formarían reducciones de indios, a las que no podrían acercarse los blancos.

Cada pueblo se dividiría en tres partes: en una vivirían los indios casados con sus hijos

pequeños, en la otra los indiecitos de 5 a 12 años, a los que les enseñarían a leer, escribir, contar

y la doctrina cristiana, y en la tercera parte vivirán las niñas, a las que se educará de la misma

manera. De los 12 a los 20 años irán a vivir a los conventos y usarán hábito religioso (64). Si

siguiesen sus ideas, muy pronto comprobarían los “filosofones y politicones de América” el

poder del ministerio apostólico (65). Necesitaban seguir el Evangelio, eso era todo.

Su proyecto de evangelización, si bien era autoritario, y forzaba a los indígenas a aceptar

la religión cristiana, respetaba la vida y resultaba más humano que la “solución final” , que el

gobierno parecía buscar con su guerra constante a los nativos.

Los caudillos del interior habían incorporado a grupos de indígenas a sus ejércitos. Esto

acrecentaba el odio de los hacendados y otros sectores poderosos de Buenos Aires hacia los

pueblos indios. Para los sectores letrados, los caudillos y sus seguidores eran “bárbaros”

peligrosos. Demonizaban a los nativos.

Doña María Retazos discute en varias de sus “cartas” el conflicto entre cristianismo y

liberalismo, desde una perspectiva doctrinal y filosófica. Para Castañeda, como sacerdote, esta

cuestión resultaba de vital importancia. Rivadavia atacaba a las órdenes religiosas: su objetivo

era clausurarlas, eliminarlas y expropiar sus bienes. Buscaba que todos los sacerdotes formaran

parte del clero secular, y se subordinaran a la autoridad del gobierno. Esto significaba el fin de

la orden franciscana, de la que formaba parte, en su provincia. La reforma rivadaviana hasta ese

momento solo amenazaba a Buenos Aires. Después de 1820 se había instaurado un régimen

federal dentro del territorio nacional y las provincias decidían sus propias políticas

independientemente de Buenos Aires.

En el No. 3 la “editora” cuenta que le ha escrito un “lector” pidiéndole su opinión sobre

el Argos, el periódico liberal que apoyaba a Rivadavia (Myers 41-50). Doña Retazos le explica

que su periódico es independiente, y que ella no combate la verdadera filosofía, pero cuando

la usurpa un falso filósofo, que quiere destruir la religión y las costumbres, lucha contra él (57).

Muchos abusaban de la filosofía para dar ornato a las mentiras. Ella no, porque representaba a

la verdadera filosofía, que es la religión católica. Para enseñar esta filosofía, Dios había mandado

a la tierra a su propio hijo, que habló con nosotros directamente. Su palabra era la sabiduría

misma. Piensa que la filosofía cristiana es superior a las otras. Los sectores populares no

comprendían las complejas ideas de las otras filosofías. El cristianismo, en cambio, “admite a

todos”, porque es obra de Dios y sus verdades son accesibles (59). La filosofía santa es

inseparable del conocimiento de Cristo.

El cristianismo, asegura, perfecciona la razón humana. Hay que creerle a Dios “cuando

habla de sí mismo” (75). El filósofo verdadero aprende de Dios los misterios de la naturaleza.

El hombre, además de un cuerpo visible, tiene un alma invisible, capaz de conocer y de amar

a la divinidad. El hombre es “el más inconcebible de todos los misterios” (75).

La discusión sobre la relación entre cristianismo y filosofía continúa en el No. 9 del

periódico, publicado el 7 de agosto de 1821. Dice que el “Teofilantrópico”, otro de los personajes

periodistas creado por el padre Castañeda, la desafió, en el número 63 del Despertador

Teofilantrópico Místico-Político, a hablar de asuntos místicos y de uniones afectivas. Ella aceptaba

que la Divinidad se había unido, hipostáticamente, con Cristo, persona divina, y que las almas,

a través de la fe, podían llegar a la unión mística.

Confiesa que había leído todas las obras de Voltaire, Rousseau y otros “filósofos impíos” .

Estos ridiculizaban a los frailes, pero no eran capaces de discutir la “teología mística” (144). No

conocían la bibliografía religiosa. Si el espíritu del hombre podía hacerse uno con el espíritu

de Dios en esta vida, también las almas podían unirse entre ellas. Esto, cree, es lo que nos quiso

comunicar Cristo cuando, después de comulgar con los apóstoles, le dijo a Dios: “…yo la

claridad que recibí de ti, se la he comunicado a ellos, para que sean una cosa, así como nosotros

somos una misma cosa; yo estoy en ellos, y vos estás en mí, para que la unión sea consumada”

(145).

En los vínculos sobrenaturales, nos explica, puede haber mayor o menor intensidad,

igual que en los naturales y afectivos. San Pablo estaba tan unido a los fieles, que sufría por

ellos. Dice que la alianza con Dios ha impulsado a los creyentes a lanzarse a mil peligros y, si

llegaba el caso, morir “con magnánimo corazón” (146). Algunos se lanzan a lo imposible, y toda

su vida está acompañada de milagros… “porque ellos están en Dios, y Dios en ellos” (146). En

los momentos políticos presentes, creía, solo la religión era capaz de lograr una unión

verdadera, muy superior a esa libertad, igualdad e independencia de que hablaban los

“libertinos” (147).

Los libertinos se unían para robar a los demás y después terminan robándose entre ellos.

Dejaban al pueblo desnudo, y se burlaban de él. Su alianza era efímera. La unión religiosa, en

cambio, permanece, porque prescinde de las circunstancias y “está fundada en Dios, para quien

todas las cosas tienen vida” (147). Dice que la filosofía de ningún libro de “pasta dorada” (así se

refiere a las obras impresas de los filósofos enciclopedistas) nos había dado lo que nos dio el

Salvador, que hizo suyo los delitos de su pueblo, y se expuso a la pena que este merecía para

salvarlo y redimirlo. Piensa que en las lecciones del Evangelio y el Antiguo Testamento están

el verdadero patriotismo y la verdadera filantropía. Sus lecciones eran superiores a las que nos

ofrecían los “libros fantásticos” de los filósofos ilustrados (148).

Para el padre Castañeda era fundamental plantear en su periodismo los problemas de

la religión y la fe. La filosofía de Rousseau combatía al cristianismo, y los revolucionarios

modernos, liberales, como Rivadavia, que la seguían, se habían vuelto enemigos de la religión.

Rivadavia había atacado a los franciscanos, cerrado el convento de la Recoleta, donde el padre

Castañeda había estudiado y vivido, y quería suprimir las órdenes religiosas. Desde la

perspectiva de Castañeda, la enemiga de la nación no era la religión sino la filosofía francesa,

que los llevaba por un camino equivocado. Para él, eran esos libros, en particular el Contrato

Social, los culpables de la crisis de la sociedad actual. Sus ideas habían empujado a la nación a

la guerra civil.

Había algo que a Castañeda le costaba aceptar: la idea misma de revolución. La nación

estaba transitando un proceso revolucionario, que implicaba un cambio radical, por momentos

violento, en relación al antiguo régimen colonial. Nuevos actores sociales habían entrado en

escena. Rousseau, en su obra, les hablaba de pacto social, soberanía del pueblo, poder soberano

(Contrato social 45-58). Había puesto en el centro al hombre.

Era necesario reconocer los derechos del ciudadano, aceptar la división de poderes

dentro del gobierno, elegir a los legisladores, crear una ley nueva. Esta noción de democracia,

que enfrentaba a la monarquía, era, en 1821, una idea revolucionaria. El padre Castañeda no

podía concebir un estado que no pusiera en el centro a Dios y la religión; para él, todo emanaba

de la divinidad, fuente absoluta del poder y la vida.

Castañeda, si bien criticaba el federalismo, apoyaba y reconocía al pueblo del interior

de la nación. La Iglesia basaba su legitimidad y razón de ser en el trabajo con la comunidad.

Cuando Doña María conversa con Ramírez, trata de aleccionarlo, y se dirige a él como a un

hijo extraviado, equivocado, al que hay que aconsejar. Castañeda argumenta que ciertos

políticos de Buenos Aires, como Sarratea y Agrelo, se habían “infiltrado” en los ejércitos

federales. En su representación de Ramírez, muestra que a este lo cansa todo lo que escucha

sobre “Juan Santiago”.

El Padre creía que los liberales le estaban deformando la mente al pueblo y que ellos

eran los culpables de los males de la Argentina. El pueblo era creyente, era católico. Los liberales

atacaban la religión y buscaban suprimir a las órdenes religiosas.

El clero regular no sobreviviría a la política de Rivadavia, que consiguió que le aprobaran su 

Reforma religiosa en diciembre de 1822, y la implementó.

Castañeda acusaba a los liberales de ser esquemáticos. Interpretaban la política nacional

de manera libresca. No la entendían. Tenían una idea mecánica de la realidad. Pensaba que no

conocían el alma del pueblo, como, ciertamente, la conocían los sacerdotes, que eran capaces

de hablarle al corazón, y tenían una relación de afecto profundo mutuo con las masas

populares. Los liberales no sentían ningún respeto por las clases bajas, aunque hablaran de los

derechos de los ciudadanos. Habían sido parte de la antigua burocracia virreinal, eran sus

economistas y abogados, devenidos políticos y hasta militares. Formaban parte de una clase

nueva, una pequeña burguesía en desarrollo, que buscaba ocupar un lugar de privilegio en el

espacio social.

La furia de la hora era apremiante, y arrasaba con todo. Castañeda veía cómo unos

políticos ambiciosos e inmaduros, oportunistas, se estaban llevando por delante todo el trabajo

que las órdenes religiosas habían hecho durante la larga etapa colonial junto a su pueblo.

Los Ilustrados no entendían la religión. Las élites liberales arrastraban consigo sus

prejuicios de superioridad social, su elitismo, su desprecio a las razas que consideraban

inferiores. Era una clase dependiente y clientelar, acomodaticia, que cambiaba de bando según

su conveniencia.

La Iglesia había sido capaz de superar las barreras sociales, bajar al pueblo y tratar de

una misma manera a blancos, negros e indios. Comprendía el problema del mestizaje y los

prejuicios raciales. Los liberales no. La antigua política de limpieza de sangre se los impedía.

Algo de la vieja sociedad discriminadora y racista había quedado en ellos. Las luchas por el

poder los cegaban. Su ambición era enorme, había mucho en juego. Se sentían justos y creían

que el derecho les daba la razón, pero no se veían a sí mismos, carecían de distancia crítica.

Ni los liberales, ni tampoco la Iglesia (aunque tenía mejores instrumentos y experiencia

para entender la realidad social que las élites ilustradas), lograban interpretar acabadamente

las implicaciones y la trascendencia de la lucha revolucionaria. Era un fenómeno nuevo de una

sociedad viva, cambiante.

La furia periodística del padre Castañeda fue su respuesta ante la agresión del estado

liberal rivadaviano contra las órdenes regulares. Hizo lo que él creía debía hacer un religioso

para cumplir con la misión que la Iglesia le había dado junto a su pueblo. Los liberales no

entendían a los sacerdotes y los despreciaban, no valoraban su esfuerzo ni comprendían qué

era la vida espiritual de una comunidad.

Poco después Rivadavia lo expulsó de Buenos Aires (Auza 29). Le prohibió publicar más

y lo exilió en un pueblo de frontera al sur de la provincia, Kaquelhuincul. Allí el padre

Castañeda pudo convivir con los indios y conocerlos mejor. Aprendió a querer la soledad de la

pampa infinita. Como hombre abnegado y de servicio que era, prometió vivir en ella el resto

de su vida. Regresó a Buenos Aires después de 9 meses, en 1822, beneficiado por una amnistía.

Allí siguió publicando sus periódicos. Doña María Retazos vio cinco números más.

El padre Castañeda no se proponía destacarse como escritor: buscaba servir a su

religión. El periodismo fue en esos momentos el mejor instrumento que encontró para

cumplir con su tarea. Respondía a la urgencia de la hora. Sus páginas escritas, sin embargo,

muestran sus condiciones excepcionales como hombre de letras. Emerge en ellas su amplia

formación humanística y literaria, además de filosófica. Era un ensayista consumado. Hablaba

directamente a su interlocutor y buscaba mover sus pasiones. Conocía bien la sensibilidad del

pueblo, con el que siempre estuvo en contacto. Creía en la literatura política y pedagógica, en

la literatura de ideas.

En varias partes de Doña María Retazos introdujo fábulas y poemas. En el No. 4, del 4

de junio de 1821, publicó un poema gauchesco escrito en décimas octosílabas para celebrar la

victoria de los unitarios sobre los federales. En él, alaba al caudillo santafesino Estanislao López,

que se había vuelto contra su antiguo aliado Ramírez. Usa un lenguaje burlesco, con giros

coloquiales.

En el poema hace hablar a un gaucho. Comienza: “Los de la pierna quebrada/ a este

pueblo alborotaron,/ y una derrota anunciaron/ en Areco dilatada;/ mas los de esta bufonada,/ y

los del cuento del coche/ andan ahora al troche moche,/ porque son las burlas veras;/ Ramírez cayó,

y Carreras/ caerá de día, o de noche” (68). El autor resalta en negrita muchas de las expresiones

coloquiales típicas de los paisanos. El gaucho dice que los unitarios van a imponerse, y sus

generales La Madrid y Arévalo, están triunfando contra los federales. Para él, Martín Rodríguez,

el gobernador, va a vencer “la infame anarquía” (69).

Es un poema gauchesco “unitario”. Castañeda se apropia de la voz del gaucho para tratar

de convencer a sus lectores de que no apoyen a los sectores federales. Al mismo tiempo, buscaba

defender la religión de los ataques de los liberales unitarios. El gaucho que habla es católico,

unitario y anti-rivadaviano. Termina el poema diciendo: “Que la Iglesia por delante,/ camine con

su pendón,/ y que nuestra Religión/ sea siempre la triunfante/ es la máxima constante/ del sistema

americano;/ el filosofismo insano/ que ya nos ha enfederado/ desde hoy sea condenado/ por el

pueblo soberano” (69). Pide a los lectores que condenen lo que él llamaba “el filosofismo insano”,

que había difundido la filosofía ilustrada. Debían combatir también al federalismo, porque era

una doctrina política equivocada que llevaba a la anarquía.

En el No. 6, publicó el poema “Lamentos del supremo conquistador Ramírez”. Nos

presenta al caudillo entrerriano en un momento crítico de su lucha. Castañeda escribió el

poema en cuartetos octosílabos y utilizó un vocabulario popular y coloquial. Es un poema

político “gauchesco” y en él habla el General Ramírez. Cuenta que va apurado a buscar a su

aliado Carrera, quiere hablar con él sobre los problemas de su gobierno. Buenos Aires y Santa

Fe se habían puesto en su contra. Le dice a este: “Ya Santa Fe, y Buenos Aires/ me han hecho

tragar el hijo/ que de supremo al nacer/ venía ya a punto fijo. ¡Cuánto mejor me vería/ en mi

provincia sembrando/ buenos zapallos y maíz/ que no verme disparando!” (101). Le pide que

no siga su ejemplo, o va a terminar como él. Acusa a Agrelo y a Sarratea de haberle dado malos

consejos. Eran dos “bribones” y deberían cambiar sus calzones por polleras. Había que castigar

a todos esos infames. Piensa que a él sus enemigos le van a perdonar la vida, porque había sido

un buen “peón de confianza”. Quería que lo dejaran seguir viviendo (101). Castañeda muestra

sus sentimientos anti-federales y acusa a los caudillos del interior de ser oportunistas y ladrones.

En el No. 7, del 21 de julio, explica a sus lectores que durante varias semanas el periódico

no apareció porque “el veinticinco de junio bambolearon todas nuestras imprentas” y le

impidieron publicar (109). Habían cuestionado su “libertad de escribir” . Doña Retazos tuvo

que “estar encerrada” en su casa hasta el 10 de julio (109). Aprovechó ese tiempo para componer

varias “comedias patrióticas” en verso.

Castañeda tenía su propia propuesta de teatro comprometido. Quería hacer comedias

nuevas purificadas de la manía europea por lo exótico. Dice que sus comedias americanas no

contenían “ficciones poéticas ni indecencias”, solo hechos históricos, abrillantados con una

poesía cristiana (109). Cree que sería bueno escribir espectáculos que fuesen “escuelas públicas

de heroísmo cristiano y nacional” (110). Le ofrece a su público tres comedias, o el borrador de

tres comedias (Baltar 208-9). Sólo ha escrito el primer acto de estas obras, y les sugiere a los

lectores que las continúen ellos y les hagan cambios a gusto. El título de cada una resulta

explicativo: “El frenesí político del siglo diecinueve, refutado por los siete periodistas…Progresos de

Juan Santiago en Sud América…Los solteros corregidos por Exma., e Illma, comentadora, y por su

escudera Doña María Retazos” (110). Dice que, aunque parezcan exagerados, estos títulos se

justifican, porque el “frenesí político filosófico…en diez años ha dado en tierra con nosotros”

(110).

Sus comedias incluyen partes musicales. En el primer acto de El frenesí político del siglo

diecinueve, refutado por los siete periodistas participan como personajes el Teofilantrópico, vestido

de abate, y el Gauchipolítico, de gaucho. Ambos personajes están de acuerdo en que el pacto

social es contrario a la religión, y que el clero debe hacerle la guerra, aliándose con las matronas.

Los filósofos ilustrados están corrompiendo la sociedad y ellos deben combatirlos, aun

exponiendo la vida. La gente corre hacia el mal. Sus ideas “se cifran en los vanos pensamientos/

de un sabio ginebrino delincuente/ que del orbe ha turbado los cimientos” (113). Se refiere al

filósofo Jean Jacques Rousseau, al que Doña María llama Juan Santiago. El Gauchipolítico

resume su pensamiento. Dice: “ …al principio los míseros humanos/ avestruces han sido

desunidos/ …se unieron después…/con igualdad total, y como hermanos; / …del pacto social

los soberanos/ derivan sus derechos: …perdidos/ estos por un motín, ser elegidos/ deben en su

lugar otros tiranos; / esta es la gran teoría de ese sabio…” (114). Propone que se junten todos

los “amantes del orden” para combatirlo.

Castañeda sugiere que en el segundo acto, aún por escribirse, se podrían introducir

“siete filósofos disputando con los siete periodistas ante el tribunal de la recta razón” y en el

tercero se podría ahorcar a todos los filósofos, incluyendo a Voltaire, Diderot y Rousseau (116).

En la segunda comedia, que titula Progresos de Juan Santiago en Sud América, presenta a

Rousseau como personaje central. Frente a este aparece el pueblo, caracterizado como “una

multitud de rotosos” , y grupos de militares y de sacerdotes. Dice Rousseau: “Yo soy el ginebrino,

Platón nuevo, / fundador de repúblicas flamantes/ que con tronos, y cetros, triunfo, y juego, /yo

favorezco a todos los tunantes/ con el pacto social…/ que todos los mandones se retiren/ al

caos de la igualdad, es mi sistema, /…que es soberano el pueblo es ya mi tema; / que los súbditos

son grandes señores/ es también mi alarmante teorema…” (118). Agrega que él se burla del

populacho que, sin embargo, lo sigue enfervorizado. Ya les dio la carta magna y ahora todos

deben entregarle sus bienes a él.

Entra Artigas, vestido con poncho y chiripá. Sus seguidores lo aclaman. Les dice que ya

son todos iguales. Él sigue fielmente el librito “empastado” de Juan Jacobo.

Los caudillos discuten entre ellos. Ramírez se levanta, grita que Artigas ha gobernado

mucho tiempo, y le quita el bastón. Le pide al pueblo que lo reconozca a él como conquistador

supremo.

Aparece el cura “apóstata Monterroso”, el franciscano que había servido a Artigas y luego

lo había dejado para seguir a Ramírez. Predice el fin del entrerriano. Dice que él quiere volver

a ser fraile limosnero.

Ramírez teme por su futuro. Dice que todos los problemas han sido culpa del “pacto

social”. Este justifica “el santo robo, / que los pobres hacemos a los ricos/ cuando hacemos

añicos/ las leyes, y costumbres racionales…” (122). Al fin del acto Ramírez y Carrera, derrotados,

se lamentan de su suerte y del engaño que sufrieron, renuncian al pacto social y confiesan sus

errores.

En la tercera comedia, Los solteros corregidos por Exma., e Illma, comentadora, y por su

escudera Doña María Retazos, Castañeda ataca el carácter permisivo y disoluto que iba

adquiriendo la sociedad urbana desde el comienzo de la revolución. Los jóvenes solteros no

respetaban las antiguas costumbres. Se habían debilitado los lazos sociales familiares y el

vínculo de los individuos con la Iglesia.

Durante la época virreinal los individuos aceptaban la autoridad y actuaban de acuerdo

con los intereses colectivos. Contraían matrimonio con la mujer prometida y se disponían a

formar familia. Después de la revolución de 1810 habían cambiado su comportamiento:

abundaban los solteros, que no querían casarse en lo inmediato, y se dedicaban a flirtear y

seducir a las mujeres jóvenes. Esto, desde la perspectiva del padre Castañeda, era algo

intolerable, que dañaba a la sociedad. Pensaba que el nuevo régimen llevaba a una inevitable

decadencia social y ponía en peligro el futuro de la comunidad.

El Padre se refería a la conducta de los sectores sociales más pudientes: los hijos de las

familias de comerciantes, estancieros y profesionales. Los sectores populares actuaban de otro

modo. Era una sociedad claramente dividida por los intereses propietarios. Los que nada tenían

no eran tenidos en cuenta. En los sectores pobres las uniones se realizaban de manera

consensual y práctica, al margen de las instituciones establecidas por la clase propietaria

influyente.

En esta comedia moralista, sus personajes, Doña María Retazos y la Comentadora,

quieren persuadir a las chicas jóvenes a que respeten el vínculo sagrado del matrimonio. Las

muchachas están de acuerdo con ellas y critican a los solteros. Dice una: “Aqueste sexo viril/

por falta de policía/ vive ya sin cortesía/ y se ha vuelto femenil;/ un gobierno varonil/ debe

hacernos bien casadas…” (132). Defiende su virtud. Ellas quieren ser felices.

Los jóvenes a la moda les aseguran que han leído a Juan Jacobo y las niñas les responden

que ese autor es un “bobo” (134). Ellos se la pasan todo el día en el café. Sus padres son ricos,

así que pueden hacer lo que quieran. Las muchachas, en cambio, defienden el trabajo. Dice

una: “El trabajo es virtud, y estar ocioso/ es indigno de un viejo, y más de un mozo…” (134).

Los jóvenes atacan la religión, que las niñas defienden. Dice uno: “…eso de religión es un

invento/ del fatal fanatismo;/ no reconozco a Dios, sino a mí mismo” (135). Le propone a una

muchacha que gocen del amor en libertad. La niña habla con la Comentarista y con Doña

María, y les asegura que para ella esos jóvenes son unos “mentecatos”, porque desprecian “la

doctrina santa” (135). Entre todas los echan a empujones.

Estas comedias nos muestran los conflictos políticos y sociales que vivía la sociedad

rioplatense desde el comienzo de la revolución y la posición que asumía la Iglesia frente a ellos.

En las dos primeras discute la relación de los caudillos federales con Buenos Aires. Castañeda

se oponía al sistema federal de gobierno que, creía él, desunía a la nación. Denuncia a la

filosofía roussoniana, que corrompía al pueblo cristiano, y lo llevaba por un falso camino. La

tercera comedia habla de las costumbres de la vida familiar y cómo los cambios políticos y la

revolución habían influido en la moral cristiana de la población.

El último número de Doña María Retazos, el No. 16, salió un año después del anterior,

el 1º de agosto de 1823, y no en Buenos Aires, sino en Montevideo. El Padre había partido

definitivamente de Buenos Aires.

Su editora publica un “Manifiesto” final para informarnos sobre lo sucedido. Cuenta a

los lectores que ella salió de la ciudad siguiendo al Padre. Le dijeron que estaba en Santa Fe.

Prefiere cederle a él la palabra, para que explique su situación. Va a transcribir una carta que el

Padre escribió a la Junta de Representantes de Santa Fe. Les dice que el gobierno lo perseguía

como escritor público, por no querer prostituirse a las máximas jacobinas del ministro porteño

Rivadavia. Lo proscribieron y calumniaron. En esos momentos era un refugiado político. El

gobernador López le brindaba su hospitalidad. Comprende que si lo recibía era por honrar su

alto ministerio de carácter sagrado. Había sido desterrado a perpetuidad.

Se siente un representante de Cristo, que era como él, un pobre. Quiere defender las

órdenes religiosas en su provincia, si se lo permiten. Trae consigo una imprenta, que pone a

disposición del gobierno de Santa Fe (No. 16: 6).

El ministro Rivadavia había extinguido los institutos religiosos, pero él, llevado por la

caridad y el amor, seguía defendiendo a Buenos Aires, porque la responsabilidad de este hecho

no era de toda la provincia, sino de un grupo de hombres que, usando como pretexto la

revolución, había dado un golpe de mano a la religión, llevados por su egoísmo y vanidad. Él

los consideraba unos sacrílegos. Buenos Aires había sido la madre de la religión y estaba en

esos momentos cautiva de esos monstruos. Les habían quitado a los eclesiásticos todos los

bienes. Las provincias se indignaron por esto.

Exclaustraron a todos los religiosos de las órdenes. El clero secular, reconoce, fue en

parte cómplice del gobierno. Muchos de ellos, como el cura de la Catedral metropolitana y el

Deán Funes, se habían vendido. Les pidieron a los religiosos que se quitaran los hábitos. El

hábito es accidental al hombre, asegura Castañeda. Los religiosos habían estado felices en los

claustros de los conventos y deseaban volver a ellos.

Rivadavia no quería que los franciscanos siguieran enseñando a las generaciones

venideras. Tenía el “pus filosófico-jacobino” (No. 16:12). El Padre confiaba en Santa Fe. Allí

resistiría, como el gobierno de la provincia resistió cuando trataron de despojar al colegio de

misioneros de San Lorenzo, en momentos en que la iglesia estaba sujeta a Buenos Aires.

Muchos religiosos habían encontrado asilo en Santa Fe. Su gobernador, el General López, era

el baluarte de la fe. Espera que un día el ministro jacobino sea castigado por su apostasía.

Incisivo, político, pasional, el Padre concluye su carta. “Doña María”, con este “retazo”,

pone punto final al periódico.

Durante el lapso de vida de Doña María Retazos el país había tenido cambios

importantes. Tal como lo explica Castañeda, en diciembre de 1822 el gobierno de Buenos Aires

promulgó la Reforma Religiosa (Goldman y Souto 37-48). Confiscó los bienes de las órdenes

y expropió sus conventos. Ordenó que los sacerdotes del clero regular pasaran al clero secular.

Suprimió el diezmo, y la provincia dispuso de un presupuesto para la religión.

La Iglesia quedó bajo la tutela directa del gobierno civil, perdió su autonomía. Era un

cambio sustancial, que los sacerdotes ciertamente resintieron. Su filosofía cristiana los obligó

a aceptar la decisión política del gobierno.

Estos cambios no modificaron el vínculo espiritual que la Iglesia mantenía con el

pueblo cristiano. Los políticos liberales, por su parte, no renunciaron a la fe religiosa. Las élites

que quedaron a cargo de la revolución eran católicas.

Una parte de la historia de la relación entre la Iglesia y el estado llegaba a su fin. El

nuevo estado republicano, con su división de poderes, y su noción de soberanía popular había

llegado para quedarse.

La corona española los había sometido a un régimen de subordinación incondicional

durante el virreinato. Eso había terminado. Con la revolución había nacido un nuevo sujeto

político: el ciudadano. El ciudadano tenía derechos. El padre Castañeda, como todos los

hombres que vivieron esa época histórica, vieron la transición de un régimen a otro. Habían

sido formados durante la época virreinal. Fueron protagonistas y testigos del cambio, y no

todos pensaban lo mismo ni defendían los mismos derechos.29

Había surgido un nuevo grupo de poder, una nueva élite, con intereses económicos y

de clase definidos. El gobierno en Buenos Aires había quedado en manos de un sector

centralista, unitario. No deseaban compartir el poder con las provincias. El país nuevo estaba

muy lejos de nacer unificado (Ferraro 263-4).

La confrontación entre unitarios y federales era intensa. Quedaba por delante una larga

guerra civil por luchar. Los actores iban y venían y se renovaban constantemente (Halperín

Donghi 248-315).

El Ministro Rivadavia atacó, intolerante, a los opositores a las reformas religiosas. El

Padre Castañeda, con su capacidad de trabajo, era un enemigo formidable. En Buenos Aires la

libertad de imprenta no existía para quien criticara al gobierno. A fines de 1822 le prohibieron

seguir publicando.

Castañeda optó por abandonar Buenos Aires. Primero fue a Montevideo y de ahí pasó

al interior. En Santa Fe, su caudillo, Estanislao López, aceptó protegerlo. El Padre rehízo allí su

actividad como sacerdote (Auza 37). Se estableció en una zona rural, como lo había prometido.

Se sentía mucho más cómodo con el pueblo de la campaña, con el gauchaje, que con las élites

urbanas, constantemente defendiendo sus privilegios y tejiendo sus redes de poder (Furlong

699-713). Era un sacerdote sincero, tenía una gran vocación de servicio. Era un franciscano de

corazón, y había hecho votos de pobreza. Si se había transformado en “escritor” , había sido para

defender a la Iglesia, a la que amaba, su Madre Iglesia.

Entre Santa Fe y Paraná pasaría sus últimos años de vida, dedicado a la docencia, a sus

actividades pastorales y ocasionalmente al periodismo.

El Padre Castañeda fue testigo de una importante etapa de la revolución. Nos dejó su

testimonio sobre la conflictiva relación de la Iglesia con el Estado liberal. Criticó, desde su

perspectiva, la filosofía de la Ilustración. Denunció los intereses económicos egoístas que se

ocultaban tras las Reformas religiosas rivadavianas. Criticó las limitaciones de las nuevas élites,

su dogmatismo, su falta de visión, sus prejuicios sociales y raciales.

La Argentina que nacía era un país visiblemente desintegrado y tenía importantes

problemas que resolver. El más grave era la relación entre la ciudad puerto, Buenos Aires, y las

provincias del interior. Qué sistema político debía adoptarse, el unitario o el federal. Durante

los años siguientes, los actores políticos de un bando y otro lucharían cruelmente en defensa

de sus intereses. La solución solo podía llegar con un acuerdo definitivo entre las partes. El país

necesitaba contar con una constitución definitiva.


Bibliografía citada


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Publicado en Revista Renacentista, mayo 2024