Alberto Julián Pérez ©
Amalia es la gran novela argentina de la
primera parte del siglo XIX; publicada en su primera edición en 1851, y en una
segunda edición aumentada y corregida en 1855, Amalia inicia oficialmente el ciclo de lo que podemos llamar “la
novela nacional argentina”. Si bien hubo otros intentos novelísticos
anteriores, la crítica reconoce el valor fundacional de esta novela.[1]
El
mundo americano que emergía después de varios siglos de colonización europea no
podía permanecer ajeno al poder de seducción de la novela. El nacimiento a la
vida nacional independiente de los países de todo el hemisferio requería la
creación de una cultura propia y una literatura nacional; después de largos
siglos de colonialismo europeo la novela aparecía como un terreno literario aún
no conquistado por los escritores criollos, a pesar del temprano y brillante
desarrollo del género en España.
En
1851, como en 1840, época que describe Amalia,
aún estaban sin resolverse las cuestiones fundamentales que hacen a la creación
de una vida nacional independiente: los límites territoriales del Estado
nacional, el sistema de gobierno definitivo, su Constitución y leyes
fundamentales. La inminencia del futuro tiñe las ideas de todos los jóvenes
intelectuales y artistas de la época con un sentido utópico y de proyección
temporal, que da a sus escritos un sentido total de modernidad. Es la
generación que está por fundar el Estado nacional permanente, que pelea por ocupar
un lugar en esa nación por hacerse, que se rebela contra el gobierno de los
caudillos regionales, a los que considera impostores, que quiere liderar una
revolución cultural y política que impida la profundización de lo que
consideran la contrarrevolución rosista, y restablezca los valores originales
de la Revolución de 1810, simbolizados en lo que llaman los principios de Mayo
(Echeverría 57-97).
Ese
movimiento, ese desplazamiento temporal en Amalia,
entre el pasado reciente (que Mármol finge pasado más lejano, para quedar
dentro de las convenciones del subgénero novelístico, la novela histórica), y
el futuro inminente, que sobrevendría una vez que se realizara lo que ellos
trataban de facilitar: la caída del Dictador y el establecimiento de un régimen
republicano liberal, se refleja a su vez en un desplazamiento argumental y
espacial de la novela entre el mundo público y político y la vida privada de
los personajes. Amalia es una novela
a dos voces (como gran parte de la literatura de la época, que oscila entre lo
elevado y culto, y lo regional y costumbrista, cada una con su modulación
lingüística reconocible): las voces de los personajes públicos (del espía
unitario Daniel Bello y de los personajes políticos que éste encuentra,
incluido Rosas, su hija Manuelita, el ministro Arana y otros), y las voces
sentimentales del mundo privado del amor (la pareja de Eduardo Belgrano y de
Amalia).
Amalia
se mueve entre un mundo político y público, que reconoce filiaciones épicas
o neoépicas, y el mundo sentimental romántico, en que los personajes proyectan
su utopía de futuro: la patria libre, la felicidad de la vida familiar en paz.
Dentro del mundo romántico de la novela descubrimos el heroísmo y espíritu de
sacrificio de los amantes, su nobleza, su idealismo, su belleza, su elevación
social; en el mundo político, en cambio, priva el realismo, el interés
personal, es un mundo grotesco, desagradable, cruel, “bárbaro”. La barbarie, en
este caso, se identifica con lo feo, lo grosero, lo vulgar; tiene una connotación
estética además de moral. Este modo de entender la barbarie conlleva la
condenación de los valores rurales, de las costumbres del pueblo bajo, de la
relación política del caudillo popular con las masas. Implica la negación de la
sociedad abierta, multirracial, que había emergido al fin del período colonial,
y es una proyección del deseo de lograr una sociedad selecta, culta,
europeísta, de elegidos, una sociedad que representara el nuevo gusto urbano de
la pequeña burguesía, sus valores cosmopolitas modernos, su nueva concepción de
la economía política.
La
novela vincula el mundo público de la política rosista de 1840 (en momentos en
que el General Lavalle se aprestaba a invadir la provincia de Buenos Aires y en
que la sociedad paramilitar de la Mazorca, que reunía a los rosistas “celosos”,
incrementaba su presencia represiva en defensa del régimen), y el mundo privado
de los ciudadanos de Buenos Aires (la historia sentimental de dos jóvenes que
encuentran el amor pasional, desinteresado, romántico). En medio de las
peripecias de la resistencia política y militar a Rosas, encuentra José Mármol
para cada mundo su lugar, y para cada historia su final adecuado: para la
historia política, el fracaso de la insurrección pero el triunfo de los héroes,
que sobreviven milagrosamente, manteniéndose el espíritu de insurrección y
resistencia vivo para el futuro; para la historia sentimental, el fin
romántico: la muerte del amante, Eduardo Belgrano, y el abatimiento total de
Amalia, víctima del sino fatal que la lleva a perder el amor poco después de
haberlo encontrado por primera vez en su vida.
Ambas
historias se entretejen, como se entreteje el destino nacional de la patria en
la vida histórica real de la época, entre el sacrificio personal, la
frustración de las ambiciones de los jóvenes proscriptos argentinos, obligados
a vivir en un medio social ajeno enrarecido (en la ciudad de Montevideo en pie
de guerra, sitiada, repleta de soldados de distintas nacionalidades, agitada
por el periodismo partidario y la oposición a Rosas [Sarmiento, Viajes 19-58]), donde la vida pública,
reprimida y deformada por las circunstancias, los lleva a convertirse en
conspiradores en el exilio. Si el autor trata de manejar en su narración esa
materia narrativa indócil, que se le escapa de los modelos genéricos aceptados,
hasta confundir la novela de intriga política con la trama romántica
sentimental, también lucha por imponer un orden al caos social que caracteriza
a la época: así divide a los personajes en buenos y malos, en civilizados y
bárbaros, y dentro de cada bando, en serios y cómicos. La narración aspira a un
orden, a un orden que puede parecerle demasiado rígido al lector contemporáneo,
pero que tenía sentido en el Río de la Plata de 1851, dominado por las luchas
civiles, la intolerancia política y la tiranía. En esas circunstancias, desde
el punto de vista de las elites liberales, sólo se podía ser militante y
defender la legitimidad de un partido: el liberal, el partido sucesor de los
antiguos unitarios, pero purgado de sus errores (como lo pretendían los jóvenes
de la Generación del 37), el partido que luchaba contra la tiranía, contra la
“barbarie”. En el mundo dicotómico de la novela, los personajes y el narrador
eligen un bando. Es una novela partidaria de lucha política, de feroz
resistencia contra la tiranía.
Para
organizar el mundo social Mármol tiene que crear su sociedad selecta ideal,
pequeño-burguesa, culta, de la que queda excluida, como antes en “El matadero”
de Echeverría, todo el sector inculto, marginal, proletario: los gauchos
rosistas y los negros y negras que apoyan incondicionalmente al régimen, los
indios de los que se vale Rosas en su política práctica y sin principios. Y
dentro de las clases pudientes excluye a los propietarios rurales y ganaderos
comprometidos con el rosismo (su principal base político-económica de poder), y
a los sectores urbanos porteños de pequeños comerciantes que son cómplices de
Rosas, voluntaria o involuntariamente. Esta sociedad está en un estado de
crisis, por la guerra de invasión del ejército del General Lavalle, y priva la
violencia y el terror. La sociedad educada parece estar acosada en el Buenos
Aires de entonces, y a los disidentes lo único que les queda es emigrar, para
luchar desde el extranjero, o luchar allí en la clandestinidad, con gran riesgo
para la propia vida. A diferencia de lo que hicieron los jóvenes de la
Generación del 37, Sarmiento, Echeverría, Mármol, Alberdi, López, Gutiérrez,
que eligieron el exilio, los personajes de Mármol eligen quedarse y luchar,
trayendo al texto quizá las aspiraciones frustradas del autor, o una especie de
justicia poética, por la cual los personajes son lo que esos jóvenes hubieran
deseado ser y no fueron: luchadores heroicos que se juegan la vida (y la
pierden) luchando contra Rosas en Buenos Aires, liderando la resistencia,
actuando como una vanguardia, espiando contra el régimen, saboteándolo.
En
el comienzo de la novela el narrador presenta a un grupo de personajes que
intentan emigrar y quieren ir a la Banda Oriental del Uruguay, a unirse al
ejército de Lavalle. Pone en primer plano la elección posible de esos hombres:
resistir en Buenos Aires o emigrar (Amalia
4). El grupo es descubierto y fracasa en su intento, pagando su osadía con
sangre. Sólo se salva Eduardo Belgrano, el héroe sentimental de la novela,
gracias a la oportuna participación de su amigo Daniel Bello, el héroe
político, el avezado espía que se mueve entre dos mundos (como Mármol mueve su
novela dentro de los mundos pertinentes de géneros diversos). ¿Cómo es que se había
enterado la policía rosista que un grupo de unitarios emigraba? Gracias a una
delación, gracias a la intriga del espía Merlo. ¿Y cómo se frustran los planes
de la Mazorca? Gracias a la participación providencial del espía Daniel Bello.
Los espías, los conspiradores, mueven secretamente la trama del mundo político
de la novela. Es un mundo político moderno dominado por la actividad incesante
de los ideólogos: Daniel Bello, Florencio Varela, Juan Manuel de Rosas, Doña
María Josefa Ezcurra.
La
novela presenta una cantidad numerosa de ensayos históricos intercalados: el
saber ocupa un lugar, tanto para el lector (para él son los persuasivos ensayos
históricos partidarios) como para los personajes. En el mundo laberíntico en el
que intrigan y en el espacio público en el que actúan, los personajes son
dueños de un saber. De ese saber depende su supervivencia. Tratan, como en todo
juego político, de establecer la virtualidad de un tiempo y una historia
futura, aún por hacerse, y a la que apuestan desde la perspectiva de la visión
y los intereses de su partido. No es una visión objetiva ni desinteresada.
Porque cada partido busca el ejercicio del poder. Si bien la novela trata de
ser una novela histórica, y es una novela de hechos históricos confirmados (el gobierno
de Rosas, la invasión frustrada de Lavalle), tenemos que verla como una novela
política partidaria: los hechos que narra son casi contemporáneos del autor
(que escribe diez años después de ocurridos los acontecimientos históricos),
quien se pone voluntariamente de parte de uno de los bandos en conflicto para
contar su historia: su simpatía está con los liberales unitarios (después de
haberlos criticado constructivamente), o con los jóvenes liberales que
continúan la defensa de los ideales liberales de sus mayores, y está en contra
de los federales, en particular del tirano Rosas y de su entorno de personajes
corruptos, que incluye miembros del clero, la alta burguesía y el ejército, y
de las clases serviciales de la ciudad, en particular sirvientes negros y
pequeños comerciantes.
Las
situaciones que narra Mármol tienen toda la viveza de la crónica, son sucesos
que el autor cuenta azorado, llevado por la urgencia de su situación: él es un
liberal antirrosista, un joven avergonzado del fracaso político de sus padres
unitarios, y que tiene que pagar un alto precio por sus errores, por la
inconsistencia y por las claudicaciones de sus mayores frente al régimen
rosista (Rivadavia había renunciado a la Presidencia y el General Lavalle
abandonaría el ataque a la ciudad de Buenos Aires, que en la opinión del
ensayista-narrador, lo hubiera llevado a la victoria, volviendo sobre sus pasos
y acabando derrotado). Podemos preguntarnos por qué Mármol imita la
presentación genérica de la novela histórica, si sólo nos está dando una
crónica contemporánea vista desde la perspectiva parcial e interesada de su
grupo político: en parte, creo, porque había en esa época una urgencia evidente
en registrar la historia nacional que aún no había sido escrita (varias décadas
después la escribirían Bartolomé Mitre y Vicente F. López), a la que Mármol
aporta sus propios ensayos interpretativos, y porque el autor tiene en esta
novela el propósito ambicioso de fundar la novela nacional con un criterio
político, romántico e histórico (Shumway 188-213).
Amalia
es la resultante de las ideas y las luchas políticas de la Generación del 37 y
Mármol se presenta en su novela como un vocero de las aspiraciones de su grupo.
No se identifica con el pueblo como tal (que era rosista), sino con las elites
cultas que participaban en las actividades políticas. Es entonces el vocero de
una élite política, con militancia partidaria, a la que también pertenecían
Echeverría, Sarmiento, Alberdi y Mitre. Notamos en la novela cómo Mármol hace
depender la resolución de los conflictos del saber de los personajes y de la
conciencia que éstos tienen de sí y de la situación en la que viven. Sus
personajes procuran controlar su subjetividad, su conciencia (y la de los
otros, actividad del ideólogo y del espía) y el mundo objetivo, el mundo
material. Pero puesto que no tienen el suficiente poder para controlar el mundo
que desean controlar, los personajes viven en situación de inestabilidad.
En
Amalia asistimos a una verdadera
puesta en escena del complejo mundo social y político de la época. Amalia es una novela de estructura
“dramática”. Su acción progresa a través de numerosas escenas y los personajes
desarrollan sus intrigas, literarias y políticas, mediante extensos diálogos.
Están dramatizando el mundo social del rosismo, pero también las aspiraciones y
los deseos de los intelectuales pequeño-burgueses antirrosistas.
El
mundo de los románticos personajes antirrosistas: Amalia y Eduardo, Daniel y
Florencia, es bello, sofisticado, juvenil, idealista, rico. El autor va
preparando a sus héroes para el sacrificio del amor romántico: los amantes, al
final de la novela, sólo concretarán su amor en un tálamo nupcial que es
también el sitio mortuorio. Su amor está hecho para el sufrimiento, y no para
el goce físico. Es un amor patético, sublime. Se consuela en la contemplación
del ser amado.
Mientras
la pareja sentimental de Amalia y Eduardo vive su relación amorosa romántica,
en un mundo extraño y ajeno al ambiente local, que es grosero e inculto, Daniel
se entrega al mundo realista y cruel de la política: el engaño y el
ocultamiento, el cálculo y el riesgo hacen a su labor de espía. Si Eduardo es
por sobre todo un héroe sentimental (aunque lo sentimental y lo privado no
puede quedar totalmente escindido de los conflictos políticos de la hora),
Daniel es un héroe político, un hombre que piensa en el destino de su nación
primero, y en su vida y seguridad personal después. Es el típico héroe altruista,
capaz de salvar a su comunidad. Su objetivo final es la emancipación de su
patria de la tiranía y la liberación de sus amigos. Daniel es un fiel exponente
del grupo de jóvenes intelectuales, y defiende sus principios de justicia y
verdad, denuncia la corrupción y desafía con éxito a la autoridad opresiva.
Este
mundo de Buenos Aires durante la dictadura, tal como lo presenta Mármol, es un
mundo dominado por el cinismo, las apariencias y el miedo. Puesto que no se
admite la disidencia política legal, todo opositor debe vivir encubierto y
actuar de manera encubierta. Esto crea una situación de desconfianza, por
cuanto los opositores viven tratando de ocultar su identidad, operando en las
sombras para escapar a la persecución. Esa Buenos Aires bajo el rosismo no es
una ciudad en la que puedan vivir los liberales, aunque no por eso deje de ser
una ciudad moderna. El excesivo control policial, el espionaje y la Mazorca, la
falta de prensa libre, el bloqueo francés del puerto de Buenos Aires desde
marzo de1838 a octubre de 1840, crean un ambiente político de tensión. Es una
ciudad dominada por el enfrentamiento político entre unitarios y federales,
fragmentada por la lucha ideológica. Una ciudad en que una clase social, la
alta burguesía ganadera e industrial, que organiza el negocio de los saladeros
y la venta de cueros, dirigida por Rosas, mantiene un claro liderazgo político.
Sus aliados naturales son los sectores populares y proletarios urbanos y
rurales: los sirvientes y empleados urbanos, los gauchos y peones rurales, y
los obreros de los saladeros y la industria del cuero.
El
Buenos Aires de Amalia es una ciudad
relativamente moderna, con movilidad social, en que impera el “mal gusto” de
los nuevos grupos sociales en ascenso. Racialmente integrada, los peones
rurales y los sirvientes negros parecen tener asegurado un papel político
activo como partidarios del régimen. Rosas moviliza a las masas con habilidad,
como queda demostrado en “las parroquiales”, cuando sus partidarios organizan
demostraciones, llevando el retrato de Rosas por las calles en un carro, al que
muchas veces, luego de desenganchar los caballos, arrastran ellos mismos,
demostrando su devoción al dictador, y exhibiendo el retrato de éste en las
parroquias, para que sea adorado por el pueblo (249-53).
En
el desenlace final de la novela el grupo de jóvenes liberales estaba contra
todos y todos estaban contra ellos. Dispuestos todos a escapar, menos Daniel, y
ante la resistencia de Amalia que no quiere abandonar su país, aunque al final
acepta hacerlo, para poder vivir su romance con Eduardo en Montevideo, la tragedia
se cierne sobre ellos. Finalmente tienen que entregarse a su sino romántico
aquellos que viven en un mundo sentimental patético: Eduardo y Amalia. Van a
casarse en el momento de máximo peligro, sellando su amor ante la muerte,
desafiando al mundo con su amor auténtico. Eduardo y Amalia eligen
cuidadosamente las ropas de casamiento, en medio de trágicos presagios que les
anuncian un fin desdichado. Luego de desposarse y casarse tienen que enfrentar
el fin inevitable. La policía entra en la casa y allí la pareja, secundada por
sus amigos, da su lucha final. En la lucha Eduardo cae muerto y Amalia se
desmaya a sus pies y, cuando ya Daniel, el héroe político, estaba por morir a
manos de la partida policial, aparece de pronto su padre para salvarle la vida.
Recordemos que la novela había empezado con una situación de peligro en que
Daniel salvaba la vida a su amigo Eduardo; en el final, el padre de Daniel,
partidario del régimen rosista, aparece para salvar a su hijo. La defensa del
mundo político continua: Daniel ha sobrevivido. Daniel el traidor, Daniel el
espía, a quien todos tienen por agente de la Mazorca, y que es en realidad un
agente unitario opositor a Rosas. Daniel, el conspirador liberal que habrá de
continuar la lucha sin cuartel para defender a su patria de la tiranía. El lema
dice: libertad o muerte. La lucha era a muerte y había que continuarla hasta el
fin. Concluye la trama trágica romántica con la muerte de Eduardo Belgrano y se
interrumpe la trama abierta política cuando el padre salva a Daniel. Los
jóvenes liberales, a través de él, y gracias a su habilidad intelectual y a su
astucia, seguirán luchando. Son patriotas incorruptibles. Luchan por sus
valores, por lo tanto nadie puede detener su lucha. No parecen tener intereses
materiales. La pequeña burguesía lucha por valores políticos liberales: la
libertad, la democracia, la asociación.
Ha
terminado la novela y empezado la Novela. Puesto que Mármol se había propuesto
fundar la gran novela nacional de su grupo social. Liberal, idealista. Defendiendo
esos valores que no podían entender las masas: la educación, el progreso, la
libertad individual, la libertad de comercio, la libertad de prensa. La
superioridad intelectual y cultural de la pequeña burguesía frente a las masas.
La superioridad de la vida urbana cosmopolita frente a los valores del mundo
rural, dominado por la superstición y la ignorancia. Amalia complementa la visión de la barbarie que había dado
Sarmiento pocos años atrás en Facundo:
Mármol exhibía el mundo íntimo del dictador, su casa, sus satélites y
colaboradores, les hacía hablar, mostrar su cobardía, su insidia, su crueldad,
su falta de proyectos políticos. Había también, como el sanjuanino, explayado
su pluma en ensayos políticos, interpretando, desde su perspectiva liberal, la
barbarie y la dictadura rosista, el papel de la religión, la relación entre las
masas y el tirano. Pero la fascinación de Mármol no se había limitado a mostrar
el mundo monstruoso de la barbarie del caudillismo: había llevado a sus
personajes, bellos y jóvenes, al espacio progresista de la novela europea, el
género más prestigioso y representativo de la nueva clase en el poder: la
burguesía urbana.
Urbanos,
eurocéntricos, hipercultos, intelectuales, progresistas, luchadores, estos
jóvenes inquietos de la Generación del 37 crean modelos originales para todo:
el periodismo, el ensayo, la literatura. Pero la novela era un género especial:
era capaz de describir lo que no podía describir ni el ensayo ni la poesía,
géneros que habían alcanzado un buen desarrollo independiente desde la
Revolución de 1810. La novela podía describir, sin grandilocuencia ni examen
excesivo, las aspiraciones de su clase, y representarlas,
en un espacio urbano, que el rosismo trataba de escamotearles, con su escasa
sensibilidad cultural. Con el indiscutible logro de esta novela, ya en el marco
del fin de la dictadura (que cae en 1852, un año después de la primera edición
de Amalia), la literatura argentina
se afianza en la modernidad cultural marcada por la pauta literaria europea culta.
Esta novela de tema nacional romántico y político, de base histórica, sabe
representar para sus lectores el drama de la patria: la dictadura de Rosas. Su
forma literaria “madura” ha logrado introducir a sus tipos locales y entendido
y explicado la dinámica política de su sociedad, con sus propios personajes. Amalia funda la gran novela (grande
tanto por su mérito como por su extensión) nacional argentina, con su ciudad,
Buenos Aires, como centro de la vida cultural y política del país, con sus
jóvenes intelectuales como líderes de la nación, con su vilipendiado pueblo,
incomprendido aún, para quien, según ellos, no había llegado aún la hora, ni
podía llegar mientras no se educaran y se transformaran en una clase media
culta y responsable. Novela de una nación, literatura de una nación, proyecto
político de una clase revolucionaria que no podía ir más allá de su visión de
mundo, marcada por sus intereses, sus valores y su utopía de futuro, en la que
habían asignado a su grupo: los jóvenes intelectuales eurocéntricos, un papel
rector en la dirección del nuevo estado nacional.
[1] Elvira B. de Meyer
considera a Amalia nuestra “primera
novela” y cita diversos experimentos novelísticos contemporáneos a la misma,
entre ellos El capitán de patricios,
escrita en 1843 pero publicada en 1874, de Juan María Gutiérrez; Tobías o la cárcel a la vela, 1844,
narración de Juan Bautista Alberdi; La
quena, 1845, novela corta de Juana Manuela Gorriti; Los misterios del Plata, escrita en 1846 y publicada en 1899, de Juana
Manso de Noronha; Soledad, 1847, de
Bartolomé Mitre; La huérfana de Pago
Largo, 1856, de Francisco López Torres; El
prisionero de Santos Lugares, 1857, de Federico Barbará; La novia del hereje, 1851, de Vicente
Fidel López; Esther, 1851, de Miguel
Cané padre. Meyer considera a todas estas novelas como intentos experimentales
que buscan crear la gran novela nacional; cree que Mármol es quien logra esto
con Amalia. También cita a Sarmiento
en Facundo, 1845, que si bien es un
trabajo histórico, sociológico, y periodístico, y no una novela, muestra a su
autor como un hábil narrador de los temas nacionales (Meyer 220-4). Doris
Sommer también está de acuerdo en considerar a Amalia la primera gran novela nacional; dice Sommer: “Amalia is a startling esthetic departure
that finally gave form to the passions of Argentina’s early Romantics. That
form was the novel, in the most flexible, hybrid, and “non-generic” use of the
term.” (110)
Bibliografía Utilizada
Bakhtin, M. M. The Dialogic Imagination Four Essays. Austin: University of Texas
Press, 1981. Edited by Michael Holquist. Translated by Caryl Emerson and
Michel Holquist.
Echeverría, Esteban. Obras completas. Buenos Aires: Ediciones Antonio Zamora, 1951.
Compilación y biografía por Juan María Gutiérrez.
Gnutzmann, Rita. La novela naturalista en Argentina (1880-1900). Amsterdam: Rodopi,
1998.
Mármol, José. Amalia. México: Editorial Porrúa, 1971. Prólogo de Juan Carlos Ghiano.
----------. Cantos del peregrino. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires,
1965. Edición crítica de Elvira B. de Meyer.
Meyer, Elvira B. de. “El nacimiento de la novela: José Mármol”. Adolfo Prieto, Director.
Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires: Centro Editor de América
Latina, 1968. 3 tomos. Tomo 1: 217-240.
Prieto, Adolfo, ed. Proyección del Rosismo en la Literatura Argentina. Rosario:
Universidad Nacional del Litoral, 1959.
Rojas, Ricardo. Historia de la Literatura Argentina. Ensayo filosófico sobre la evolución
de la cultura en el Plata. Buenos Aires: Editorial Kraft, 1960. Tomo 6.
Said, Edward W. Representations of the Intellectual. New York: Vintage Books, 1996.
Sampay, Arturo Enrique. Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires:
Juárez Editor, 1972.
----------. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Ediciones Cátedra, 1990. Edición
de Roberto Yahni.
Shumway, Nicolás. The Invention of Argentina. Berkeley: University of California Press,
1991.
Sommer, Doris. Foundational Fictions. The National Romances of Latin America.
Berkeley: University of California Press, 1991.
Viñas, David. Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: Centro Editor de
América Latina, 1962.
Publicado en Alberto Julián Pérez.
Los dilemas políticos de la cultura letrada.
Buenos Aires: Corregidor, 2002: 151-178.
No hay comentarios:
Publicar un comentario