Alberto Julián Pérez ©
En el mes de octubre
de 1845 el periodista y educador argentino Domingo Faustino Sarmiento
(1811-1888), exiliado en Chile desde 1841, donde se desempeñaba como director
de la Escuela Normal de Preceptores de Santiago, y director y redactor del
diario El Progreso, emprendió, por
iniciativa de su amigo, el Ministro chileno de Instrucción Pública Manuel Montt,
un largo viaje oficial de dos años de duración, que lo llevó a visitar dos
capitales de Sudamérica, varios países de Europa, Argelia y los Estados Unidos.
Su misión era estudiar los sistemas de educación y los métodos de enseñanza utilizados
por las escuelas primarias en los países que recorría y preparar un informe sobre
éstos para presentar al gobierno de Chile. Al regreso de su viaje publicó un extenso y erudito estudio, De la educación popular, en 1849. [1]
Este viaje oficial como investigador de los sistemas de enseñanza dio a
Sarmiento la oportunidad de observar la vida política y cultural europea. Era
el primer viaje que hacía fuera de Chile. Visitó varios países y escribió crónicas
y ensayos interpretativos sobre los lugares que visitaba (Austin 105). Pudo analizar, desde otra perspectiva, los
conflictos entre la “civilización” y la “barbarie”. Después de emplear estos
conceptos para caracterizar la cultura y la vida política de su país,
Argentina, en el Facundo, aparecido
ese mismo año, trató de extender su utilidad al análisis de sociedades más
modernas y desarrolladas. En este ensayo me propongo mostrar el proceso de maduración
intelectual que experimentó el sanjuanino durante el viaje, al poder contrastar
sus ideas recibidas con sus observaciones directas del viejo continente y de
Norte América.
Hombre de formación autodidacta, que creía en la disciplina y el
aprendizaje, convivían en él el espíritu académico con el instinto del
periodista, que ansía comunicarse con el público amplio y utilizar la
influencia que le da la prensa periódica. Como joven intelectual
hispanoamericano, hijo de la revolución libertadora de clara orientación
iluminista, la base de su formación intelectual había sido la lectura de las
obras canónicas de la cultura europea. Había estudiado durante su adolescencia
los clásicos de la cultura griega y romana de la antigüedad, y hecho estudios
bíblicos junto a sus tíos sacerdotes. Estudió después los movimientos
literarios de su siglo, particularmente el romanticismo, y su producción
filosófica, histórica y política. Conocía parcialmente la producción literaria
reciente de las nuevas repúblicas hispanoamericanas y de Estados Unidos. Leía sobre
pedagogía, una de las materias en que se sentía más capacitado, y derecho
constitucional. Tenía conocimientos de retórica y gramática. [2]
Sarmiento escribía en
la prensa chilena con versatilidad sobre una variedad de temas. Publicaba notas
sobre política contemporánea, hacía crítica de teatro, comentarios de libros y crónicas
de costumbres de ciudades, tipos humanos y fiestas populares (Verdevoye, Domingo Faustino Sarmiento 107-25).
Presentaba en sus artículos argumentaciones originales y persuasivas,
comunicaba sus ideas a los lectores de manera convincente y amena, procurando
al mismo tiempo dejar alguna enseñanza útil. Esa escuela periodística sería para Sarmiento la
base sobre la que fue desarrollando su incisivo y polémico estilo ensayístico, y
se formó como “escritor público”, como lo llamara William Katra (Domingo Faustino Sarmiento: Public Writer),
y como “publicista” que “escribía opinando”, como lo definiera Paul Verdevoye (Domingo Faustino Sarmiento, educar y
escribir opinando 1839-1852).
Marcados por el exilio y la
experiencia de la dictadura de Rosas en la Argentina, Sarmiento y los jóvenes
intelectuales antirrosistas de su generación, Esteban Echeverría, Bartolomé
Mitre, Juan B. Alberdi, Vicente F. López, Juan María Gutiérrez, José Mármol, creyeron
en la necesidad de fomentar y desarrollar una cultura nacional propia, liberal,
progresista y moderna (Katra, “Sarmiento frente a la Generación de 1837” 536-8).
Los artículos que publicara el joven Sarmiento en El Progreso, en la sección de folletines, en mayo de ese año y que
luego recogería como libro en Facundo
Civilización y barbarie, hoy su obra más admirada, fueron su primera
contribución orgánica a ese proyecto. Introdujo allí temas sobre los que aún no
había una bibliografía coherente: los problemas políticos contemporáneos de
Argentina, el sentido de la nueva cultura nacional, la historia política a
partir de la independencia y las guerras civiles, el programa político de los
jóvenes intelectuales liberales, sector al que él pertenecía. Cuando llegó a
Montevideo, en la primera etapa de su viaje, estaba apareciendo en el periódico
El Nacional una selección del Facundo, y durante su visita a Francia
el libro recibió una reseña favorable en la Revue
de Deus Mondes, que se transformó en su carta de presentación intelectual y
le fue labrando un justo prestigio de escritor.[3]
Sarmiento organizó sus crónicas de
viajes, que luego publicaría en 1849 en dos volúmenes con el título Viajes en Europa, África y América, como una serie de cartas, dirigidas a amigos personales
de Chile y Argentina. Las escribía luego de visitar cada ciudad importante y
antes de salir para su próximo destino. Son crónicas en las que notamos
espontaneidad y apasionamiento. El informe de educación lo redactó al regresar
a Chile, y observamos en él posiciones más mesuradas, presentación de abundante
información y juicios más objetivos, que tratan de instruir al lector sobre el
tema. En las cartas de viaje Sarmiento nos da un punto de vista personal ante
lo que observa. No deja fuera sus opiniones, ni sus prejuicios, ni su
partidismo político liberal antirrosista. A pesar de las simpatías de Sarmiento por la cultura europea,
observará con agudeza los conflictos sociales y las contradicciones culturales,
y podrá más su espíritu crítico y su instinto periodístico que su admiración
por el viejo continente.
Analiza minuciosamente los lugares que recorre: la capital uruguaya
primero, luego la brasileña, después las ciudades que visita en Francia,
España, Argelia, Italia, Suiza, Alemania y los Estados Unidos. Pasa de la
descripción de los lugares a la interpretación personal de su cultura, y al
análisis de la situación política. Esta última tiene un interés predominante en
los sitios en que Sarmiento buscaba presentar un mensaje político afín a sus
intereses partidarios, como es el caso de Montevideo, París y Roma. (Es curioso
que no enviara carta sobre su visita a Londres y otras ciudades de Inglaterra,
ya que permanece en este país durante un mes y medio antes de salir a Estados
Unidos). En otros casos, como en su análisis de España, la descripción se
transforma en un juicio lapidario contra la decadencia social que observa.
Durante el recorrido por Estados Unidos, donde su visión es más completa y
panorámica, Sarmiento, inspirado por el ejemplo del libro de Tocqueville, La democracia en América, trata de
profundizar su comprensión de un experimento político único en el mundo: la
transformación de un país colonizado en una república independiente, pujante y
liberal, con enormes posibilidades de crecimiento económico y comercial. Era
una sociedad de vanguardia en esos momentos, en que los países europeos sufrían
bajo el yugo de las monarquías restauradas, y se avecinaba la crisis
revolucionaria de 1848. Las sociedades europeas parecían estar al borde del
agotamiento, mientras Estados Unidos era una sociedad nueva y, más importante,
un influyente modelo para las repúblicas hispanoamericanas, que sufrían bajo
las dictaduras militares y las guerras civiles, esperando la ocasión de restablecer
las leyes, para crear sociedades modernas y, confiaba Sarmiento, liberales.
En cada una de las cartas, Sarmiento expone a sus lectores (digo lectores
en plural, porque si bien tienen un destinatario concreto, poseen un segundo
destinatario virtual: el público lector de la prensa periódica donde las
publica) hechos salientes de la historia de cada sociedad sobre la que escribe.
Les da detalles de los principales rasgos físicos y geográficos de la región,
describe la vida urbana, analiza las obras de arte, critica e interpreta la
situación política del país, describe costumbres o modos de conducta que
considera representativos y sintomáticos, y trata de determinar el grado de
conciencia pública que existe, tanto en gobernantes como el gobernados. Ese es
su modo general de aproximarse a su materia, pero el contenido y la forma de
describir varían mucho entre carta y carta, según su reacción ante los eventos
que vive en cada país, y según el preconcepto que tenía de cada sociedad al
ingresar en el país. Su militancia política liberal guía sus observaciones: la
defensa de las libertades cívicas, el libre comercio, y los derechos de la
civilización que, considera, debe extender su influencia sobre los pueblos
bárbaros.
Aprovecha cada oportunidad que tiene durante su viaje para conocer argentinos
y extranjeros que puedan influir en el proceso político de su patria. En
Montevideo conoce a Florencio Varela, y en París visita al General San Martín.
Se entrevista con el ministro francés Guizot, que apoyaba al régimen rosista, y
procura, sin éxito, hacerle cambiar de opinión (Katra, “Rereading Viajes” 89). Inglaterra respaldaba a
Montevideo en su guerra contra las fuerzas rosistas que sitiaban la ciudad y,
aunque Francia en un primer momento había participado en la guerra, retiró
luego su apoyo. Sin embargo, muchos
soldados franceses permanecieron en Montevideo defendiendo la ciudad.
Su visita a Europa, en un sentido metafórico, comienza en Montevideo, ya
que la ve como el lugar donde los liberales experimentan sobre las
posibilidades de extender la cultura europea en América. Estos liberales son
argentinos, como el General Paz, uruguayos como Lamas y europeos, como
Garibaldi, que al frente de la legión italiana participa de la defensa de la
ciudad sitiada. Sarmiento asume una posición internacionalista, y desconfía de
aquellos que, como Rosas, invocan el americanismo para justificar una política
retrógrada, que ataca los principios de la civilización.
Llega a Montevideo luego de que la
nave que lo conducía desde Valparaíso se detuviera brevemente en la isla de Más
Afuera, en el Océano Pacífico. Allí pudo
conocer a varios hombres solitarios que, como Robinson Crusoe, vivían en la
isla, después de haber sobrevivido un naufragio. Sarmiento no había estado
nunca en Buenos Aires, era su primera visita al Río de la Plata, y narra con
admirable detalle lo que observa desde el barco al aproximarse a la península
donde está Montevideo. La ciudad estaba sitiada por las tropas de Rosas, al
mando del General uruguayo Oribe. Oribe había sido electo presidente de Uruguay
antes de la guerra, y depuesto del gobierno por la fuerza en 1836 por el General
Fructuoso Rivera, su rival político. Rosas apoyó a Oribe, que puso sitio a la
ciudad iniciando la Guerra Grande. El hecho de que Oribe hubiera sido electo
Presidente daba legitimidad a la guerra, al ser el Presidente derrocado el que
ponía sitio a la ciudad.
La intervención de Francia e Inglaterra en los conflictos de la zona (si
bien Francia, que bloquea el puerto de Buenos Aires en 1838, se retira del
conflicto en 1840), representaba una amenaza potencial para los países del Río
de la Plata.[4] Inglaterra afirmaba que no
tenía pretensiones territoriales en la región en caso de triunfar en sus
propósitos, pero era una potencia imperialista en pleno proceso de expansión. Había
ocupado en la zona las Islas Malvinas, que pertenecían a Argentina, y resultaba
amenazante y peligrosa su presencia para estos países recientemente
independizados y con fuerzas militares de defensa muy limitadas. Los liberales argentinos,
como Sarmiento y Florencio Varela, apoyaron la intervención de Inglaterra, ya
que creían que podía contribuir a la caída del dictador Rosas y querían sacarlo
del poder a cualquier costo. De Montevideo había salido en 1839 la expedición militar
del General Lavalle, que se proponía levantar en armas la campaña de Buenos
Aires y derrocar al tirano Rosas. La expedición fracasó, le costó la vida al
General Lavalle y llevó al recrudecimiento de la política represiva de Rosas
contra los opositores a su régimen.
Cuando llega Sarmiento a Montevideo en 1845, la defensa de la ciudad desde
el mar estaba en manos de un comandante británico, el Comodoro Purvis, a quien
Sarmiento presenta como un héroe altruista y un caballero (35-6). El comandante
de la legión argentina era el Manco Paz, el enemigo acérrimo de Rosas, que
había logrado escapar de la prisión que le impusiera éste en Buenos Aires y
había retomado sus servicios a la vieja causa unitaria. Sarmiento había hablado
muy favorablemente de Paz en el Facundo,
puesto que era el único General que había logrado derrotar en dos ocasiones a
Quiroga (217-19). Sarmiento lo consideraba un estratega, un hombre culto, que
había recibido una educación liberal, y depositaba en él su confianza para una
futura guerra que pudiera derrocar al tirano.
Describe la vida cotidiana en la plaza sitiada, las operaciones de defensa,
y las crueldades de la lucha. Cuenta cómo los sitiadores, cuando tomaban
prisioneros, los traían por la tarde frente a las murallas para degollarlos,
mientras se burlaban de ellos y tocaban “La Resbalosa”. Estudia la composición
social de los grupos que viven en Montevideo, transformada en laboratorio de la
política progresista liberal. La mitad de sus habitantes son europeos,
particularmente franceses e ingleses inmigrantes, y son los responsables del
progreso material de la ciudad, que está en pleno auge a pesar del sitio
impuesto. La inmigración europea, considera con optimismo, contribuye al
inmediato desarrollo de la civilización urbana, el comercio, el periodismo, la
educación. Registra el crecimiento de los comercios, la construcción de
viviendas, las obras públicas, proyectos todos monopolizados por los
inmigrantes, que poseen el capital y saben qué hacer con él (25-8). En
oposición, a los montevideanos y gauchos uruguayos los presenta como gente
indolente, vagos que pierden el tiempo y son incapaces de producir nada (29).
Sarmiento observa el progreso social de acuerdo a su tesis, que separa a la
sociedad en civilizados y bárbaros.
Conoce a los integrantes de la
influyente colonia de intelectuales argentinos antirrosistas exiliados allí:
Echeverría, Florencio Varela, Ascasubi, Mitre, Alsina, Cané, Vélez, varios de
los cuales tendrían una destacada actuación en la vida política y cultural de
su patria a la caída del dictador. Comenta con admiración la obra gauchesca de
Ascasubi, y la poesía de Echeverría, al que llama el poeta de la “desesperación”
(55). En su siguiente destino, Río de Janeiro, tendrá oportunidad de conocer al
General uruguayo Fructuoso Rivera, el rival de Oribe y de Rosas, al que
describe como un caudillo pedante y bruto, sorprendiéndole que un personaje tan
tosco pueda tener poder político, y ve al joven poeta José Mármol, que ya era
el autor de El peregrino, y pocos
años después escribiría la gran novela histórica de la época rosista, Amalia (76-8).
Sarmiento zarpa finalmente para
Francia. Su barco llegará a Le Havre a principios de mayo de 1846. En la carta
que escribe a Carlos Tejedor manifiesta la alegría que sintió al aproximarse al
suelo francés. Se expandía su espíritu, la cultura francesa le era familiar. Se
había formado leyendo libros franceses, estudiando a sus pensadores (81-2). Pero
Sarmiento no es un contemplador pasivo, y todo lo analiza con sentido crítico. Su
primera impresión del puerto de Le Havre es pobre, y expresa su desencanto. Dice que Europa le parece una “triste mezcla
de grandeza y de abyección, de saber y de embrutecimiento”, porque combina lo
que al hombre lo eleva y lo degrada (94). Es la Europa de la Restauración
monárquica la que visita, y pronto tendrá sus primeros choques con la política
francesa.
Hace el trayecto de Le Havre a Ruán en barco, navegando por el río Sena.
Describe las villas y monumentos que observa en las costas, evocando leyendas y
sucesos históricos del país. Al llegar a Ruán visita su catedral, y siente al
caminar por sus calles y ver sus monumentos el legado vivo de la Edad Media. Su
viaje le trae a la memoria escenas leídas en obras de la literatura romántica
francesa, tan admirada en Hispanoamérica (104). Recuerda al lector el cambio
que trajeron al pensamiento moderno los filósofos de la Ilustración, que
reemplazaron la religión por la Razón (105). Después del triunfo de la
Revolución, Napoleón organizó su Imperio, y a su caída los países vencedores
reestablecieron la monarquía. El Rey Luis Felipe, que gobernaba Francia en esos
momentos, buscaba, considera Sarmiento, como Rosas en Argentina, restaurar el
pasado (106).
Toma en Ruán el tren que lo lleva a París. Las primeras páginas de la carta sobre París las
dedica a describir la ciudad y su cultura (Sorensen 113). Nota el hábito de los
franceses de pasearse y disfrutar de su ciudad, que llama “flanear”, creando un
neologismo con la palabra francesa, ya que, explica, es realmente intraducible,
no hay un concepto similar en la lengua castellana (111). Habla de la
curiosidad infinita de los franceses, de su amor por la cultura y la literatura
(114). Pronto llega al tema contemporáneo que más lo apasiona: la política. Criticará
al Rey conservador y a su ministro de Relaciones Exteriores, el historiador
Guizot (118). Guizot, con el que se entrevistará, considera a Rosas un gobernante
“moderado” (119). Sarmiento expresa su frustración ante la imposibilidad de
convencer al gran historiador que, en su opinión, no comprende la política del
Río de la Plata. En cambio, apoya a Thiers, liberal opositor que tiene un
debate en el senado con Guizot, que Sarmiento presencia y comenta en su carta.
A Thiers, a quien también entrevista, lo describe como un héroe liberal. En el
debate triunfa Guizot, que cuenta con el respaldo político de la mayoría.
Sarmiento acusa a Guizot de ser un político reaccionario, que intenta
detener el progreso social. Censura la corrupción del sistema político,
dominado por intereses mezquinos (131). Las minorías liberales eran las
víctimas de un gobierno monárquico “vergonzoso”. La vida francesa resultaba
contradictoria: una gran cultura, gobernada por un rey que no velaba por el
bienestar de su pueblo. La democracia no había logrado penetrar en su suelo, se
mantenían los viejos privilegios. Observa el abismo que separa a la sociedad
privilegiada de elites del pueblo pobre.
La gran Revolución Francesa no había dado los frutos que se esperaban. Había,
para él, un paralelo evidente entre el proceso político de Francia, donde
gobernaba una monarquía conservadora, y el proceso argentino, en que Rosas defendía
una política “colonial” y antiliberal. Sarmiento condena tanto a Rosas como al
gobierno del Rey Luis Felipe. Se despide de París describiendo con optimismo sus
espectáculos populares: el hipódromo y los bailes, donde confraternizan
individuos de diferentes extractos sociales. Observa también cómo en las calles
de la gran ciudad se relacionan y conviven las clases altas y las clases bajas
(141)
Sarmiento muestra admiración, durante
su recorrido, por las obras de arte europeas, sus escritores e intelectuales,
lo que él considera la “civilización” que se ha extendido por el mundo, pero
critica la política contemporánea, y juzga con dureza la incapacidad de los
gobiernos para llevar a la práctica una política democrática que consiga elevar
el nivel de vida de las masas pobres. Ve privilegios y miseria en Francia y los
otros países europeos. Este contraste lo entristece, se da cuenta que no son
sociedades justas. Hay una gran distancia entre el brillo de su cultura y las
realidades de la vida cotidiana del pueblo. Estos países aún no han alcanzado
un estado óptimo de desarrollo. El proceso revolucionario iniciado a fines del
siglo XVIII y continuado a principios del siglo XIX se interrumpió al
restablecerse las monarquías en Europa, después de la caída de Napoleón. Sólo
en América podrá observar una sociedad que él considera está a la vanguardia
del progreso: Estados Unidos. Esta había logrado implementar todos los cambios
sociales que prometía la revolución republicana burguesa: libertad de comercio,
de asociación, de prensa, de trabajo, de circulación, de religión. La práctica
de esa política había llevado a Estados Unidos a una transformación real, mientras
en Europa los efectos de la revolución social eran parciales e incompletos:
Europa se resistía a dejar de lado los privilegios de su etapa monárquica.
Sarmiento encuentra pocos signos de política liberal: Europa está dominada
por gobiernos contra-revolucionarios (Botana 106). Cuando visita el Estado del
Vaticano, se alegra y celebra la elección del nuevo Papa, que había vivido de
joven dos años en Chile, conocía la política hispanoamericana, y había iniciado
su gestión papal declarando una amplia amnistía de presos políticos. Dado que
Italia era una serie de reinos aún no unificados, la política conciliadora del
Papa prometía un acercamiento a una posición más liberal, que podría favorecer
la unificación de la península (298-308). Sarmiento critica severamente la
represión política y persecución de los opositores llevada a cabo en el Estado
del Vaticano bajo el Papa anterior. Describe con admiración los tesoros artísticos
que visita en Roma, Venecia y Florencia, mostrando los estudios que había
realizado sobre el arte renacentista y religioso. Al mismo tiempo, lamenta la
miseria y la indolencia del pueblo italiano, al que describe como un pueblo de
mendigos.
En su viaje por España no ve nada que
considere progresista, su prejuicio contra ese país es visceral (Benítez 725-8).
Reconoce, en la carta en que lo describe, dirigida a su amigo Victorino
Lastarria, joven y destacado intelectual chileno, su poca objetividad, su
antagonismo contra el antiguo amo colonial de su patria. Dice que fue a hacerle
un “proceso verbal”, para fundar una “acusación” como “fiscal reconocido”
(184). Sarmiento rechaza las costumbres de su gente, considera bárbaros sus
hábitos de vida. Los españoles muestran su naturaleza ruda en la manera como
tratan a los animales, sean éstos caballos de tiro o toros de lidia. El pueblo
goza de la crueldad y de los espectáculos sangrientos. En su concepto, no ha habido
evolución en el país desde el Renacimiento, y la España de ese momento es la
misma que era en la época de la “Inquisición y Felipe II” (185). Igualmente
agreste y brutal es el paisaje, seco y rocoso. Critica a los viajeros franceses
que ven a España como un país colorido y romántico, y celebran lo primitivo y bárbaro.
La narración llega a su clímax durante la celebración de las bodas reales. Es
un momento de despilfarro, en que se codea la abundancia de la aristocracia con
la miseria del pueblo. Las fiestas culminan con una corrida de toros en
homenaje a las bodas, que describe como una celebración popular brutal y
macabra, aunque no desprovista de colorido y belleza estética.
Sarmiento no solo censura el carácter del pueblo español, sino que critica
su incapacidad creativa. Considera que su cultura contemporánea es derivada,
reflejo de la cultura francesa, sin originalidad, producto de la imitación. En
su concepto no hay en España en esos momentos escritores de valía en ninguno de
los géneros literarios. Cree que “el pensamiento está muerto” (214). Prueba de
esto es que lo que se publica allí sobre la cultura española son obras
traducidas de autores extranjeros en su mayor parte. Encuentra deprimente su
visita al Escorial, un palacio al que considera bárbaro y producto del espíritu
escolástico de Felipe II. Hace reflexiones morales condenando la decadencia
española y sus costumbres. El espíritu cruel e inquisitorial del pueblo reaparecerá
en las guerras civiles de Hispanoamérica (208).
Sarmiento se muestra más benévolo en
su visita a Suiza. Allí, cree, el gobierno ha sabido ennoblecer al hombre. Al
entrar a Suiza, desde Italia, lo acompañaba el recuerdo de los pueblos
miserables y atrasados que había visitado, poseedores, paradójicamente, de las
grandes obras de arte que había creado la imaginación en épocas pasadas. En
Suiza observa un pueblo trabajador, industrioso, digno. La asociación política
de los cantones le parece poco coherente, una “olla podrida”, pero admira su
gran bienestar (364). Y explica qué entiende él por civilización; dice: “…la
civilización de un pueblo solo puede caracterizarla la más extensa apropiación
de todos los productos de la tierra, el uso de todos los poderes inteligentes y
de todas las fuerzas materiales, a la comodidad, placer y elevación moral del
mayor número de individuos” (363). Es un concepto pragmático, asociado a las
ideas de productividad y trabajo. Describe luego brevemente su travesía por
Alemania. Recorre Munich y Berlín. Allí puede meditar sobre el tema de la emigración,
al ver que muchos alemanes emigraban a Estados Unidos. Su sueño era atraer esa
emigración hacia Sudamérica.
Durante su visita a los Estados
Unidos Sarmiento reconoce que se trata de un país dedicado a crear la felicidad
práctica para la mayor parte del pueblo. Se estaba llevando a cabo allí un
modelo de desarrollo ideal para una nueva república democrática, y era el que
mejor podía adaptarse a una república hispanoamericana. El mundo político europeo
era ajeno en esos momentos a la realidad del Nuevo Mundo, no podía ser un
ejemplo para Argentina. Europa aún no había resuelto el problema político de su
propia unidad. Italia era un mosaico de reinos. Las monarquías restauradas
habían vuelto atrás el reloj de la revolución republicana. Poco tiempo después
estallarían los movimientos revolucionarios de 1848, que pondrían en crisis a
las monarquías europeas. Estados Unidos, en cambio, había creado una república
federal que se mantenía unida, y expandía su territorio. Mantenía la unidad
dentro de la pluralidad. Había libertad y tolerancia. Libertad política,
libertad religiosa, libertad económica. Modernización industrial. Tenía
libertad de imprenta y una vigorosa política de educación popular. Además, los
norteamericanos eran un pueblo original, habían desarrollado sus propias
costumbres y formas de sociabilidad. Incorporaban la cultura europea, pero no
de manera servil, sino reinterpretándola. Era obvio para él que, en unas pocas
décadas, Estados Unidos sobrepasaría con su pujanza industrial el desarrollo
económico europeo. Eran grandes empresarios e inventores, estaban desarrollando
un sistema de comunicación ferroviaria superior al europeo, y tenían una excelente
flota marítima y fluvial (Pérez 30-51).
A pesar de las contradicciones que
había observado en las culturas europeas, y de las diferencias entre éstas,
entiende que tanto los países europeos como Estados Unidos son capaces de
extender su civilización más allá de sus fronteras (Matsushita 168). Cuando
recorre Estados Unidos aprueba la expansión de los pioneros del Este y el Medio
Oeste hacia Oregón y otros territorios sobre la costa pacífica, y no critica la
guerra de intención imperial que peleaba con México en esos momentos (que
culminaría con la derrota de México y la pérdida de la mitad de sus
territorios, que pasarían a manos de Estados Unidos luego del tratado de
Guadalupe Hidalgo, en 1848).
Durante su visita a África también había defendido la expansión colonial
francesa en Argelia. Portando cartas de recomendación para su gobernador militar,
Sarmiento visitó ese país, que había sido colonizado a principios del treinta
por el gobierno francés. Consideraba a la cultura árabe expresión de la
barbarie, tanto por su religión como por sus costumbres y forma de vida, y
creyó que la colonización francesa traería la civilización al país (241-4).
Describe con admiración los adelantos que los colonos introducían en Argelia, y
critica la cruenta guerra de defensa que les hacían las tribus árabes. En su
opinión era derecho de la cultura más avanzada imponerse sobre la más débil. La
tierra debía ser de quien la trabajara, y sería positivo, para él, que Francia
afianzara su dominación en tierra musulmana (252). El argelino, creía, era un
pueblo bárbaro, primitivo, tribal, resistía el progreso y odiaba a los
europeos. Sarmiento compara el Sahara con lo que él imaginaba era la Pampa, que
aún no había visitado. Allí medita sobre la despoblación, que afectaba a la
Argentina, y la necesidad de tener una política inmigratoria para poblar el
país. Dada la situación de pobreza de las masas europeas era perfectamente
posible atraerlas al suelo americano, como ya estaba ocurriendo en Estados
Unidos, donde los inmigrantes europeos llegaban por cientos de miles (273).
Durante su visita a Europa, África y
América, Sarmiento interpreta las sociedades que recorre valiéndose de su
teoría, presentada en Facundo, sobre
la lucha entre la civilización y la barbarie. Empleando esos conceptos juzga el
progreso o el atraso de los pueblos que visita, y comprueba que el desarrollo
europeo es desigual y heterogéneo. Su recorrido le permite observar
directamente el resultado de la política monárquica restauradora en Europa y,
si bien mantiene su admiración hacia la cultura artística e intelectual
europea, se da cuenta que ésta no necesariamente va de la mano con la cultura
política y, peor aún, con la educación popular. Los gobiernos de España, Italia
y aún Francia han dejado abandonado al
pueblo, que carece de educación y de trabajo. Avasallan sus derechos políticos
y los excluyen del banquete del progreso. El pueblo árabe está aún en peores
condiciones. Sarmiento compara a los árabes con los gauchos de la pampa: los
considera indolentes, ignorantes, agresivos, e irrecuperables para las tareas
de la civilización.
En Estados Unidos descubre un modelo
de país nuevo, que, confiaba, podría ser imitado por Argentina que, al igual
que ellos, necesitaba tener instituciones estables, una constitución liberal,
libertad de comercio y de prensa, libertad de cultos, libre navegación de los
ríos y buenas comunicaciones viales, un sistema de educación popular, y pujanza
económica (Pérez 34-5). Argentina debía ampliar las fronteras, asimilando los
territorios ocupados por los indígenas, y atraer inmigrantes europeos. Llevar a
cabo un proceso de transculturación inteligente, en que se adaptara la cultura
europea a las necesidades, a la naturaleza y a la nueva idiosincrasia del
pueblo sudamericano.
Después de su viaje Sarmiento es
menos eurocéntrico que antes. Se ha vuelto pro-norteamericano. Entiende que América
vive una realidad diferente a la de Europa y tiene que ser capaz de producir su
propio modelo social. Su afán utopista lo lleva a dudar de la capacidad del
pueblo argentino para realizar esta empresa. Para alcanzar los grandes fines de
la modernidad propuesta por las ideas liberales de su época cree necesario
poblar las pampas con inmigrantes europeos y, si es posible, también
norteamericanos.
Para él la civilización estaba empeñada en una lucha a muerte contra las
fuerzas retardatarias de la barbarie. El objetivo del intelectual moderno era
ayudar a que triunfaran en la historia las fuerzas del progreso a escala continental
e internacional. Los países republicanos debían extender su revolución porque
sus principios tenían valor universal. El concepto de civilización era
intercontinental. En esos términos Sarmiento entendió la historia de su época y
actuó en el periodismo, la educación y la política de una forma consecuente con
sus ideas.
[1] En éste
Sarmiento discute el sentido de la instrucción pública, la importancia de las
mujeres en la educación, la organización económica del sistema escolar, la
preparación de maestros para las escuelas normales, los métodos de enseñanza, y
la reforma del sistema ortográfico según su novedoso modo de escritura que
prestaba especial atención a la fonética de la lengua.
[2] Autodidacto, sus lecturas eran diversas: en Recuerdos de provincia cita el papel
providencial que había tenido en su formación intelectual la biblioteca de su
amigo Quiroga Rosas, gracias a la cual había podido leer obras de Villemain,
Schlegel, Jouffroi, Lherminier, Guizot, Cousin, Tocqueville, Leroux y Didier
(285). En sus crónicas periodísticas tempranas publicadas en Chile en El Mercurio y El Progreso, cita a
destacados autores que leía su
generación, entre ellos Larra, Voltaire, Cervantes, Victor Hugo, Fray Luis de
León, Milton, Boileau, Shakespeare, Esopo e Iriarte. También leía a sus
compañeros de generación: Alberdi, López, Mitre, Echeverría, Ascasubi, Mármol.
Tenía una formación cultural amplia y heterogénea, que iba de la filosofía y la
gramática, a la historia y la literatura.
[3] A pesar que escribió su obra en el lapso de
unas pocas semanas, Sarmiento investigó sus temas con buen criterio, dentro de
la bibliografía que disponía en su época. El asunto era original y muy poco
había sido escrito sobre el mismo. Interpreta los eventos contemporáneos y da
argumentos sólidos. Maneja con maestría el análisis político y cultural, y
propone interpretaciones sociológicas impactantes. Observa los sucesos
políticos con gran sentido crítico, desde una perspectiva liberal y
progresista, y propone su propia utopía de redención social para su pueblo.
Sarmiento mantiene en sus opiniones un criterio independiente y procura no ser
un mero imitador de los grandes pensadores contemporáneos. Considera necesario
hablar a partir de su espacio y de su tiempo, y ese sentido del lugar y del desarrollo
histórico impregna las páginas más logradas de su obra.
[4] En 1845 una armada de
fuerzas inglesas y francesas trató de forzar al gobierno de Rosas a abrir la
navegación de los ríos interiores en Argentina. En noviembre de ese año se
entabló una batalla en la Vuelta de Obligado, sobre el Río Paraná, donde
triunfó la flota anglofrancesa.
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Publicación: Alberto Julián Pérez
“El país del Facundo”
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