Twitter: @Ajulianperez1

ttu.academia.edu/AlbertoJulianPerez



jueves, 4 de enero de 2018

Sarmiento y la democracia norteamericana


                                                               Alberto Julián Pérez ©
                                                                                            
            En 1847 el periodista y educador Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) recorrió durante dos meses y medio Estados Unidos y Canadá. Venía de realizar un largo periplo, por países de Latinoamérica, Europa y África. Había visitado Montevideo y Río de Janeiro; varias ciudades europeas: Ruan, París, Madrid, Roma, Florencia, Venecia, Milán, Zurich, Munich, Berlín, La Haya, Bruselas, Londres, y la ciudad de Argel, en la costa africana.
Sarmiento había publicado Facundo Civilización y barbarie en 1845, y era una figura polémica en Chile. El gobierno chileno lo comisionó para este viaje para que estudiara los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos e hiciera un informe. Partió en octubre de 1845. Durante los dos años que duró el mismo observó y analizó los planes y métodos de educación en distintos países, y publicó a su regreso el estudio titulado De la educación popular, 1849. Paralelamente a su labor de investigación pedagógica, continuó con su trabajo periodístico y escribió crónicas político-sociales sobre los países que visitaba. Aparecían en la prensa periódica como cartas-ensayos. Las dirigía a amigos argentinos y chilenos, como Vicente F. López, Miguel Piñero, Victorino Lastarria, Manuel Montt y Juan M. Gutiérrez. Las recogió luego como libro en dos tomos, que aparecieron en 1849, 1851, con el título Viajes en Europa, África y América.
            Sus crónicas sobre Estados Unidos y Canadá nos muestran a un profesional experimentado en el arte de observar una sociedad y explicar su cultura. Prestaba especial atención al funcionamiento de las instituciones. Enfocó sus descripciones y sus análisis en el sistema de educación, la vida política y social, las prácticas religiosas, el desarrollo económico y comercial, el carácter y las costumbres de su gente, los hechos históricos más destacados. Era un periodista bien preparado. Si bien no tuvo estudios superiores, conocía la obra de los grandes intelectuales de la época. Había leído a partir de 1838 a Schlegel, Guizot, Tocqueville, Cousin, Leroux y otros autores en la biblioteca de su amigo Quiroga Rosas en San Juan (Recuerdos de provincia 285).
William Katra indica que Sarmiento pasó durante su viaje muchos meses en Francia, cuya lengua leía y comprendía bien, pero solo estuvo poco más de dos meses en Estados Unidos y Canadá, que abarcan un territorio mayor, y cuya lengua, el inglés, no dominaba (Katra 854-5). Ese fue un obstáculo grave para el orgulloso sanjuanino. Compensó esta limitación leyendo la obra de varios autores que estudiaban la política y la historia de Estados Unidos. Katra cita, entre estas lecturas, los libros De la démocratie en Amérique, 1835 y 1840, de Alexis de Tocqueville; Notions of the Americans, 1828, de su admirado novelista norteamericano James Fenimore Cooper, y History of the United States, de George Bancroft, 1834 (Katra 854-5). Recogió además diversos documentos sobre la vida política y la educación en los estados que visitaba. En Massachusetts conoció al gran educador Horace Mann, e inició con él una sincera amistad.
            Sarmiento se sentía identificado con sus dos papeles: el de periodista y el de educador. Se consideraba defensor legítimo de los intereses nacionales y buscaba convencer al público lector de lo acertado de sus ideas liberales. Logró crearse un espacio propio en la prensa de su tiempo, en un momento en que el periodismo era un órgano importante de poder en la vida política de esas sociedades emergentes de la lucha anticolonial. Su estilo incisivo y polémico se formó en la lucha contra la tiranía rosista en Argentina. Con sus artículos y crónicas inspiró a una generación de jóvenes liberales que tenían aspiraciones políticas. En los capítulos que componen el Facundo, publicados originalmente en el diario chileno El Progreso en 1845, Sarmiento explicó el rosismo desde una perspectiva de análisis múltiple: sociológica, política y económica, y estudió el caudillismo como un fenómeno político peculiar de su patria. Cuando lo publicó como libro le sumó dos capítulos nuevos, donde analizó la situación política contemporánea y el proyecto de los jóvenes liberales de su generación, que se identificaban con el ideario político de la Asociación de Mayo.
Otros periodistas que atacaban a Rosas desde el exilio en Chile y Montevideo, eran, además de Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez y Florencio Varela. Este último era el jefe de la oposición argentina en Montevideo, y dirigía el influyente periódico antirosista El Comercio del Plata. El tirano procuró acallar el periodismo disidente tanto en Montevideo como en Santiago y Valparaíso, y envió en 1845 a su ministro Baldomero García a Chile para protestar contra el asilo dado a Sarmiento (Yahni 24). El sanjuanino se había dado a conocer como periodista hábil, era director del diario El Progreso y agudo polemista (se había trabado en polémica en 1842 con Don Andrés Bello, el erudito prócer venezolano que dirigía en Chile la Universidad Nacional) (Verdevoye 307-20). La decisión del gobierno chileno de enviarlo a Europa y Estados Unidos fue también una manera de alejarlo del país por un tiempo, para protegerlo de la ira del tirano. En 1848 caería asesinado en Montevideo Florencio Varela, el director de El Comercio del Plata.
            Durante su viaje, Sarmiento se alejó del teatro del diarismo chileno por más de dos años, y sus cartas-crónicas comentando la cultura y la política de los países que visitaba, dirigidas a distintos amigos, que componen sus Viajes, le permitieron mantener una presencia periódica en la prensa y de seguir gravitando como intelectual. Sarmiento consideraba al periodismo un auténtico cuarto poder. Formado durante los años críticos de lucha contra la tiranía rosista su prosa alcanzó una fuerza persuasiva única.
Sarmiento argumentaba en sus escritos que el tirano mantenía a su país en el atraso y la barbarie. Les negaba a los jóvenes liberales el derecho de vivir en un país democrático, abierto a las ideas políticas nuevas. Consideraba que su militancia periodística, educativa y política, formaban una unidad indisoluble. Estas tres facetas de su personalidad se forjaron al calor de la lucha política.
Rosas había dejado los poderes republicanos reducidos a un papel formal, al servicio de sus propios intereses, personales y partidarios. Sarmiento quería que su país se organizara de acuerdo a los principios liberales. Buscaba ser portavoz de los intereses de su grupo. Esperaba poder ocupar funciones públicas en el gobierno cuando cayera la tiranía.
Su viaje tuvo un valor formativo. Trataba de explicarse y de explicar lo que veía, procuraba entender el carácter de las instituciones de los países que visitaba y el por qué de su fracaso o su éxito. Ya había logrado, previamente, un gran hito con el Facundo. En él, desde el exilio chileno, dirigió su mirada a la historia de su propio país. Durante su viaje a Europa y Estados Unidos extendió su análisis a otras sociedades y países. Interpretó su política y su cultura desde una perspectiva independiente e hispanoamericana, revolucionaria. La historia del continente americano representaba una nueva etapa de la cultura mundial. América tenía un destino propio, separado del mundo europeo, donde las viejas instituciones monárquicas restauradas y la cultura aristocrática ejercían un peso deformante, que amenazaba las transformaciones sociales progresistas logradas como resultado de sus luchas políticas. El espíritu revolucionario había retrocedido en Francia durante la monarquía de Luis Felipe, pero, en Norteamérica, sintió Sarmiento, se estaba desarrollando una democracia original y vigorosa (Botana 285-93). Era una experiencia distinta, que tomaba en cuenta la naturaleza y las necesidades específicas del territorio y, por lo tanto, profundamente nacional.
En su carta-ensayo Sarmiento le confiesa a Valentín Alsina, su destinatario (con él compartiría años después una importante etapa de su vida política), el sentimiento de admiración y sorpresa que lo acompañaba al dejar Estados Unidos. Siente, viajero romántico, una emoción sublime: había presenciado algo sin precedentes en la historia del mundo. Dice Sarmiento: “Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior, una especie de disparate que choca a la primera vista, y frustra la expectación pugnando contra las ideas recibidas, y no obstante este disparate inconcebible es grande y noble, sublime a veces, regular siempre...No es aquel cuerpo social un ser deforme, monstruo de las especies conocidas, sino como un animal nuevo producido por la creación política... (443-4).”
            Para describir esa “cosa sin modelo anterior”, procederá de manera semejante a como hiciera en el Facundo para explicar a Argentina: primero estudiará el territorio, luego su gente y su manera de asociarse. Sarmiento está viendo la materialización de una república posible con la que siempre había soñado (para su país) y que no había encontrado en Europa, sumida en una profunda crisis, que estallaría en la revolución de 1848. La crónica se va transformando en una indagación (no declarada) y en una lección sobre la democracia representativa. El viajero quiere comunicar a sus lectores cuáles son las condiciones necesarias para crear una república como la norteamericana.
Estados Unidos había liderado la rebelión anticolonial y era un ejemplo democrático, constitucional, republicano estimulante. En esos momentos Argentina no tenía una constitución nacional que garantizara la unión política de todos sus habitantes. El tirano, con mano de hierro, regulaba el ejercicio de la libertad e impedía la secesión o desintegración nacional. Rosas se presentaba a sí mismo como el árbitro de la unión y la única opción frente a la anarquía (Facundo 372).
            En Estados Unidos vio que existía compatibilidad entre la naturaleza de su suelo y el tipo de gobierno federal implementado. En el caso argentino, como lo había señalado en su Facundo, la naturaleza pródiga del territorio hacía difícil implementar un régimen federal de asociación. Sus llanuras, sus ríos, confluían en el estuario del Río de la Plata, donde estaba Buenos Aires (Facundo 60). La ciudad-puerto tenía un poder excepcional. Sarmiento previó, profética y correctamente, que, independientemente del régimen político que adoptara Argentina, el país siempre sería unitario y Buenos Aires controlaría la economía y la política nacional. También absorbería la cultura.
Sarmiento venía de visitar los grandes centros “civilizados” europeos. La cultura europea había sido producto de los ricos acontecimientos de su historia a lo largo de cientos de años. Estados Unidos había comenzado su vida independiente hacía muy poco tiempo. A medida que iba recorriendo Estados Unidos comprobó que los revolucionarios estaban aplicando nuevas teorías políticas, y transformando rápidamente la vida social y económica. El país estaba en pleno crecimiento. ¿Cómo lo habían logrado? Las ideas y teorías republicanas estaban operando allí un milagro, que él esperaba se repitiera en su patria.
            Sarmiento observaba el modelo de Estados Unidos con optimismo. Se sentía espiritualmente afín a ese pueblo rudo, independiente, osado y mal comprendido aún por los europeos. La Argentina también era un país nuevo. Su generación se sentía heredera de los valores de la revolución de Mayo (Viajes 472; Facundo 63-74). El pueblo norteamericano había forjado su carácter luchando e imponiéndose a la naturaleza. Ese  proceso era semejante al que había experimentado el pueblo argentino.
            Sarmiento advierte a Valentín Alsina en el principio de su carta que su descripción de los Estados Unidos no sería ordenada. Le propone un juego: le pregunta (y se pregunta) cómo tendría que ser el territorio de un país ideal para que fuera posible establecer en él una gran democracia moderna. Debería tener, responde, un gran territorio, con ríos navegables, con reservas carboníferas para construir una gran industria, poseer un excelente sistema de comunicaciones y “caminos de hierro”, como en ese entonces se llamaba a los ferrocarriles. Además, agrega con malicia, estar bordeado de vecinos débiles, para expandirse y conquistar territorios (recordemos que en esos momentos Estados Unidos estaba en guerra con México – guerra que culminaría con el desmembramiento del territorio mexicano – ). Estados Unidos, creía, era ese país ideal. Describe su prodigioso sistema de ríos y lagos: el río Mississippi y el cordón lacustre del norte, todo vertebrado por medio de canales. Este sistema de comunicaciones, ayudado por la mano del hombre, hacía de la nueva república una promesa realizada. Sarmiento despliega ante el lector su territorio como un milagro de la naturaleza y de la industria humana. Una república titánica, ciclópea. Un organismo vivo que crece y se desarrolla. En esta, su alegoría de la república perfecta, ve a la naturaleza como aliada de la historia. El resultado era un país único, con un potencial desconocido.
El destino impulsaba a Estados Unidos a un desarrollo rápido. Observa con optimismo el empuje empresarial de la burguesía norteamericana y cree que esta energía expansiva es irreprimible. La conduciría al imperialismo que, aunque moralmente censurable, lo consideraba parte ineludible de las leyes del desarrollo económico. La expansión imperial de Estados Unidos, temible para las repúblicas hispanoamericanas, extendería, paradójicamente, su democracia mercantil y las libertades que esta generaba al resto del continente.[1] Dice Sarmiento: “Yo no quiero hacer cómplice a la Providencia de todas las usurpaciones norteamericanas, ni de su mal ejemplo, que en un período más o menos remoto puede atraerle, unirle políticamente o anexarle, como ellos llaman, el Canadá, Méjico, etc. Entonces, la unión de hombres libres principiará en el Polo Norte, para venir a terminar por falta de tierra en el istmo de Panamá (Viajes 449).”
            Sarmiento describe cómo los inmigrantes que llegan a Estados Unidos se diseminan por todo el territorio y forman una Babel de lenguas venidas de todo el mundo; de esta manera, dice “...reuniéndose, mezclándose entre sí esas avenidas de fragmentos de sociedades antiguas, se forma la nueva, la más joven y osada república del mundo (450).” Ese elemento humano contribuía a la riqueza pública. Luego de concluir la descripción de lo que llama “el aspecto general del país”, inicia el estudio de los aspectos “nucleares” de su sociedad más significativos y germinales. En el Facundo había indicado que las ciudades argentinas eran casi aldeas e incidían poco en la vida social rural: el núcleo efectivo de la socialización de la campaña estaba en sus pulperías, donde iban los gauchos a enterarse de las noticias de la zona y del país, y los pobladores forjaban lazos solidarios. La pulpería era el germen de la vida social y de la educación política (deformada y bárbara) de la Argentina gaucha (Facundo 95-105). En Estados Unidos encontró una realidad distinta. La aldea rural era el núcleo sano y generativo de expansión de su sociedad.
El rancho del gaucho argentino estaba aislado en la campaña; en el campo no había escuelas ni iglesias (la educación del gaucho se reducía al aprendizaje del trato bárbaro con los animales y la naturaleza); la pequeña aldea norteamericana, en cambio, era la base de su civilización: poseía escuelas, iglesia, una población industriosa y trabajadora, vestida según las exigencias de la vida urbana, que cuidaba de su casa, de sus utensilios de trabajo, y que se envanecía de las comodidades que disfrutaban todos sus habitantes. Estaba conectada con el mundo, tenía un servicio regular de correo, uno o más periódicos y sus habitantes ejercían con celo sus derechos políticos de participación en el gobierno local y nacional. Se sometía a la ley racional y juiciosa, sus autoridades no eran arbitrarias y sus habitantes poseían una capacidad enorme de trabajo y amor por la riqueza, que los llevaba a intentar grandes empresas comerciales e industriales. La religión contribuía a la buena convivencia, y establecía las reglas pluralistas de tolerancia mutua de credos religiosos e ideas políticas. La aldea era el modelo de la civilización norteamericana, según Sarmiento, y sus habitantes aprendían en ella a tratarse como iguales (Viajes 452-4).
            Luego de describir la vida en las aldeas, pasa a discutir una característica esencial de esa sociedad: la libertad de movimiento. Sus habitantes viajaban y se desplazaban constantemente, utilizando los medios de transporte más modernos disponibles, como el tren y el barco a vapor. Estos cubrían largos itinerarios a precios reducidos y eran extraordinariamente confortables y rápidos para la época. La democracia había transformado las costumbres, y la mujer disfrutaba de una libertad excepcional en la sociedad norteamericana. Las jóvenes solteras podían viajar y salir solas con sus novios, y sus familias lo aceptaban. Una vez que se casaban hacían una vida estricta y se dedicaban a su hogar. Esta “manía” de viajar y la igualdad establecida habían formado un estilo uniforme de vida, que se notaba tanto en el campo como en las ciudades. No había un contraste tan marcado entre campo y ciudad como el que había notado en Argentina, donde el campo era el espacio de la “barbarie” y las ciudades el germen de la “civilización”.
En Estados Unidos la “civilización” llegaba a todo su territorio. Los cambios de hábitos habían creado nuevos símbolos sociales: el hotel, por ejemplo, era un espacio público monumental, tan significativo o más que las iglesias. La práctica tolerante del protestantismo había atraído al país un elevado número de religiones y sectas, que levantaban en general templos discretos, modestos, si se los comparaba con las fastuosas iglesias católicas. El culto al progreso, el amor a los viajes de placer y negocios, posibilitó la construcción de grandes hoteles, con una arquitectura lujosa, sólo igualada en Europa por los palacios y los edificios públicos. El hotel era el templo simbólico al progreso y a la nueva vida republicana.
Sarmiento describe el Hotel San Carlos, en los alrededores de Nueva Orleans, cuya arquitectura le trae a su memoria la cúpula de San Pedro en Roma. Exclama Sarmiento: “He aquí el pueblo rey que se construye palacios para reposar la cabeza una noche bajo sus bóvedas; he aquí el culto tributado al hombre, en cuanto hombre, y los prodigios del arte empleados, prodigados para glorificar a las masas populares (463).” Los bancos erigen también edificios impresionantes. La estatuaria pública honra a los héroes de la patria. Este pueblo tiene vida, disfruta, goza y ríe, porque siente que la civilización está a su servicio. Es un pueblo práctico, libre, y demuestra una originalidad que muchos le han reprochado.
El norteamericano, según Sarmiento, usa el tiempo con morosidad, porque en un país dedicado a crear riquezas, el tiempo vale mucho. El hombre común disfruta de beneficios económicos que en Europa son el privilegio de las elites ricas. Reconoce cierto mal gusto en las costumbres de la población. Es un resultado indirecto de la democratización. Les gustaba poner los pies en la silla y encima de la mesa, en cualquier lugar en que se encontraran, aún en un hotel lujoso, y lo consideraban algo normal. Afirma Sarmiento: “En los Estados Unidos la civilización se ejerce sobre una masa tan grande, que la depuración se hace lentamente, reaccionando la influencia de la masa grosera sobre el individuo, y forzándole a adoptar los hábitos de la mayoría, y creando al fin una especie de gusto nacional que se convierte en orgullo y en preocupación. Los europeos se burlan de estos hábitos de rudeza, más aparente que real, y los yanquis, por espíritu de contradicción, se obstinan en ellos, y pretenden ponerlos bajo la égida de la libertad y el espíritu americano (470).” No defiende estas conductas pero cree que el pueblo norteamericano es en esos momentos “...el único pueblo culto que existe en la tierra, el último resultado obtenido de la civilización moderna (470).”
Publicaban una gran cantidad de periódicos y empleaban un presupuesto abundante en la educación. Esto marcaba un gran contraste con Europa, donde predominaban los intereses y los hábitos aristocráticos de vida, y se hacía caso omiso a las necesidades públicas. Dice Sarmiento: “En los Estados Unidos todo hombre, por cuanto es hombre, está habilitado para tener juicio y voluntad en los negocios políticos, y los tiene, en efecto. En cambio, la Francia tiene un rey, cuatrocientos mil soldados, fortificaciones de París que han costado dos mil millones de francos, y un pueblo que se muere de hambre (471).” Muchos de los vicios de carácter que atribuían a los “yanquis” eran para él resultado de la tolerancia y el respeto, indispensables y necesarios para vivir en democracia. Había que darle a cada uno la oportunidad de expresarse según sus deseos y necesidades. El mérito mayor norteamericano era haber extendido el bienestar a todas las capas de la sociedad, algo que Europa no había hecho.     
            Los Estados Unidos eran un pueblo síntesis. El ciudadano americano estaba libre de la necesidad y la pobreza que amenazaba a los individuos en otros países. Era el hombre “...con hogar, o con la certidumbre de tenerlo; el hombre fuera del alcance de la garra del hambre y la desesperación...el hombre en fin dueño de sí mismo, y elevado su espíritu por la educación y el sentimiento de dignidad (473).” No había que extrañarse si en otros países no los comprendían, representaban una nueva etapa de la humanidad en su búsqueda de perfeccionamiento y libertad.
No cree que la raza jugara un papel especial en el progreso norteamericano. Su éxito se debía a la energía y al espíritu de empresa que mostraban los individuos. Eran más liberales que los europeos, no arrastraban prejuicios aristocráticos, y desarrollaban su sociedad dentro de modos muchos más libres que los de Europa. El uso del ferrocarril era un buen ejemplo; en Europa solo servía a un reducido grupo de la población, los pasajes eran caros y separaban a los pasajeros en categorías según el costo del boleto; en Estados Unidos, en cambio, los ferrocarriles, un novísimo medio de transporte en esos momentos, servían a una población más amplia, eran útiles al desarrollo del país y tenían un precio módico. En su manera de organizar el transporte los norteamericanos mostraban su intrepidez y su arrojo, ya que “...usan de su libertad y de su derecho a moverse (476)”. Este espíritu plebeyo iba haciendo de Estados Unidos una gran nación, un país del futuro. Eran extraordinariamente inventivos, y aún perfeccionaban los inventos europeos.
            El país había adoptado un régimen de propiedad de la tierra que estimulaba a los pioneros y ayudaba a que se abrieran nuevas fronteras. El estado facilitaba la compra de inmuebles. Sarmiento censura a los antiguos administradores de la Corona española: no habían sido capaces, en la época colonial, de crear un sistema equitativo de repartición de tierras en Hispanoamérica. Se las entregaron a los principales conquistadores, y los subordinados tuvieron que conformarse y trabajar a su servicio. Los hispanoamericanos carecieron del estímulo que da la propiedad privada. Gracias a la buena organización económica el yanqui compraba propiedades y esto contribuía al desarrollo nacional. Ocupaba la tierra “...en nombre del rey del mundo, que es el trabajo y la voluntad (481).” Sarmiento consideraba que la voluntad y el trabajo eran las grandes virtudes del nuevo orden burgués.
Al norteamericano le gustaba fundar ciudades, y cada ciudad nueva se transformaba en una Babel de muchas culturas y lenguas. Sarmiento se lamenta de que hubiera desaparecido entre los argentinos de su época el espíritu pionero, sin el cual era imposible colonizar el país desierto. Describe cómo habían hecho los norteamericanos para poblar el recientemente abierto territorio de Oregón. Su descripción nos recuerda el capítulo primero del Facundo, donde narraba la travesía de las carretas por la pampa argentina. Presenta la marcha a Oregón como un viaje heroico a campo abierto, en el que los pioneros ponían a prueba su fortaleza. Entre ellos iba el trampero Mr. Meek, baqueano y “piloto” de la tropa de carretas. En el camino encontraron indios que les robaron ganado y, lejos de intimidarse, los atacaron hasta que éstos se vieron obligados “a pedirles la paz”. Les hicieron comprender que los blancos no representaban una amenaza para ellos, puesto que eran agricultores. Durante el viaje celebraron elecciones y respetaron todas las libertades democráticas. Finalmente llegaron a destino, después de haber cruzado casi dos mil millas de territorio. ¿Por qué hacían todos esos sacrificios los pioneros? Lo hacían por el “interés nacional”. Conformaban un nuevo tipo de ser humano que, a diferencia de los hombres arrojados del pasado, no tenía fines egoístas; eran altruistas, estaban pensando en el futuro de su nación.
El yanqui sabía que él mismo probablemente no vería los frutos de su sacrificio, pero lo verían los hijos. Al llegar al lugar deseado se daban sus leyes, que aseguraban la libertad de prensa, la propiedad de la tierra, el derecho a la educación pública, el derecho a portar armas, la división de poderes, la ley de tierras para limitar la propiedad y combatir el latifundio. Todos los principios del liberalismo que no habían podido sostenerse en Argentina se daban con “naturalidad” en esa gente ruda e inculta, que llevaba en germen “...ciertos principios constitutivos de la asociación (492)”. De ese germen de sociedad saldría el estado, que luego se asociaría a la nación, ya que estos pioneros iban a ocupar territorios que aún no habían sido declarados estados. ¿Qué era lo que impulsaba al Yanqui a hacer todo esto? Según Sarmiento, era su condición moral excepcional. Los norteños, los yanquis, habían desarrollado un “sentimiento político” especial (a diferencia de los sureños, que aún mantenían la práctica de la esclavitud en su territorio). Durante su viaje a Europa había visto ignorancia, pobreza, degradación; los yanquis, en cambio, poseían un sistema democrático de educación, amaban la riqueza y creían en las virtudes ciudadanas. Sólo podían ser comparados por su originalidad con los romanos antiguos (496).
            Sarmiento critica repetidamente a las monarquías europeas, que había observado de cerca durante la primera parte de su viaje, en la época conflictiva que precedió a la crisis de 1848. Las consideraba monarquías retrógradas; dice: “...en las monarquías europeas se han reunido la decrepitud, las revoluciones, la pobreza, la ignorancia, la barbarie y la degradación del mayor número (498)”. A diferencia de lo que pasaba en esas sociedades degradadas, en Estados Unidos vivía  “...un pueblo avezado a las prácticas de la libertad, del trabajo y de la asociación (499).” Eran éstos los valores que habían permitido que progresara Estados Unidos, mientras Europa decaía. Sarmiento defiende el sistema republicano y ataca a las monarquías, que le parecen una verdadera aberración.
            Si alguna vez Estados Unidos cometía un error o exceso, argumenta, no se debía acusar al Estado en general, sino a ciertos individuos. En Estados Unidos ocurría algo curioso: el Estado era virtuoso, pero a algunos hombres los vencía el vicio. Muchos norteamericanos eran avaros y esto, considera, era consecuencia de la igualdad. Sarmiento explica esta paradoja: “La avaricia es hija legítima de la igualdad, como el fraude viene ¡cosa extraña al parecer! de la libertad misma. Es la especie humana que se muestra allí, sin disfraz ninguno, tal como ella es, en el período de civilización que ha alcanzado, y tal como se mostrará aún durante algunos siglos más, mientras no se termine la profunda revolución que se está obrando en los destinos humanos, cuya delantera llevan los Estados Unidos (500).” Las nuevas formas de producción, cree, iban a cambiar rápidamente la vida de trabajo y la vida social en todo el mundo; Estados Unidos estaba liderando esa transformación. Era la primera vez en la historia de la humanidad que las masas podían acceder al bienestar y a la riqueza; todas las sociedades precedentes habían sido sociedades de elites, en que el rico daba limosna al pobre. El capital estaba transformando la sociedad norteamericana, y las masas se habían lanzado a acumularlo, para lograr el bienestar. Sarmiento muestra gran fe en las virtudes del nuevo orden capitalista que representa Estados Unidos: es un capitalismo americano, distinto al europeo, más justo según su criterio. La sociedad da máximo valor al individuo, al punto que el crédito monetario no descansa sobre la garantía mobiliaria sino sobre “la existencia del individuo”, sobre su habilidad para trabajar y ganar dinero (502).
            Las costumbres habían contribuido en Estados Unidos a crear un pueblo único, argumenta Sarmiento. Ese pueblo poseía su propia “geografía moral”. Cree, siguiendo a de Tocqueville, que la pasión religiosa de los peregrinos que colonizaron el nuevo mundo había tenido un hondo impacto en la sociedad norteamericana (Katra 870-77). Era una sociedad profundamente religiosa, donde los ciudadanos leían regularmente la Biblia y mostraban sus sentimientos piadosos. Habían aparecido nuevas religiones y sectas, entre ellas la recientemente fundada iglesia mormona, que proponía la idea de un santo norteamericano como guía. En ese ambiente de libertad, algo caótico, las distintas religiones prosperaban. Estas iglesias, en ese medio democrático igualitario, beneficiaban a la comunidad y contribuían a la socialización de los individuos. Actuaban como instituciones intermediarias que ayudaban a las familias a resolver sus problemas económicos y laborales. Si bien muchas mantenían una actitud sectaria, se toleraban entre sí. Además impulsaban la filantropía, profundamente arraigada en el pueblo norteamericano. El norteamericano consideraba el dinero un medio para satisfacer sus necesidades espirituales, contribuyendo al bienestar de otros; el afán de riquezas no entraba en conflicto con el sentimiento de caridad cristiana. Los estudios bíblicos protestantes, además, ayudaban a extender el hábito de la lectura en la población.
            Sarmiento entiende que las religiones que primero arribaron a Norteamérica ayudaron más que las otras a crear un sustrato moral en su población. Tuvieron un gran peso en la formación de la personalidad adquisitiva de los ciudadanos de la costa Este, muchos de los cuales emigraron luego a otras partes del territorio. Dice Sarmiento: “Estos emigrantes del Norte disciplinan las poblaciones nuevas, les inyectan su espíritu en los meetings que presiden y provocan...Las grandes empresas de colonización y ferrocarriles, los bancos y las sociedades, ellos las inician y las llevan a cabo. Así es que la barbarie producida por el aislamiento de los bosques, y la relajación de las prácticas republicanas, introducidas por los emigrantes, encuentran en los descendientes de los puritanos y peregrinos un dique y un astringente (512)”.
Los centro cultos de la costa Este y de Nueva Inglaterra lideraron moralmente la colonización del interior, según Sarmiento, e infundieron su espíritu libertario y tolerante en el resto del país. Gracias a esto, el interior no había sucumbido a la barbarie. Los inmigrantes europeos pobres, llegados recientemente, eran una amenaza; dice: “La inmigración europea es allí un elemento de barbarie, ¡quién lo creyera! El europeo, irlandés y alemán, francés o español...sale de las clases menesterosas de Europa, ignorante de ordinario, y siempre no avezado a las prácticas republicanas de la tierra. ¿Cómo hacer que el inmigrante comprenda de un golpe aquel complicado mecanismo de instituciones municipales, provinciales y nacionales...(506)?” Este campesino europeo, criado bajo las prácticas políticas distorsionadas de las monarquías restauradas que Sarmiento había observado y analizado, no estaba en condiciones de entender la vida política norteamericana. En su concepto, la rica vida política norteamericana debía en gran parte su éxito a la práctica del voto: tenían vigente un sistema de elecciones dinámico y moderno, que aseguraba la continuidad política, sin interrupciones autoritarias. El país estaba dividido en dos partidos principales y los ciudadanos mostraban gran pasión por participar en todo tipo de elecciones de representantes, de nivel municipal, estatal y nacional.
Sarmiento, durante su viaje, observa con atención el sistema electoral y la política de colonización de los territorios. En su concepto, muchos de los problemas políticos de Sudamérica, durante la etapa independiente, eran consecuencia de la mala política de colonización que había llevado a cabo España en la época colonial. Dado que no había elecciones en Estados Unidos en esos momentos, transcribe las opiniones de un viajero inglés, Combe, que había ido allá a estudiar el sistema electoral unos años antes que él. Según Combe, el sistema electoral funcionaba a la perfección, los habitantes participaban activamente y, a pesar de la agresividad de las campañas electorales, el voto era secreto y se votaba en paz. Respetaban la opinión de todos, el país era auténticamente pluralista.
Las masas imprimían su sensibilidad a la sociedad norteamericana; los individuos se sometían a su presión y trataban de adaptarse a sus intereses. El resultado era el bienestar general, la prosperidad extendida y el goce de todas las libertades de la democracia liberal. Esto, a su vez, modificaba sustancialmente la sicología y la moral del pueblo, y la daba una energía creativa única. Los europeos, considera Sarmiento, y también los sudamericanos, no habían entendido el espíritu de esta democracia popular porque se rendían a la sensibilidad de las elites y las culturas aristocráticas europeas, y despreciaban al pueblo. En Estados Unidos la cultura, la educación, la prensa, estaban al servicio de la democracia de masas, que buscaba extender a la máxima cantidad posible de personas los beneficios de la libertad capitalista. El resultado era una república igualitaria, que gozaba de una libertad como ninguna otra antes. Era una sociedad que amaba el trabajo y la riqueza, y toda esa abundancia de bienes sólo podía tenerse en un país que respetara esos ideales.
            Sarmiento creía, como también Alberdi, otro de los inminentes liberales de su generación, que la constitución de una república debía estimular la formación de riqueza (Bases 128). Admiraba el espíritu de empresa de la sociedad norteamericana. Menciona escasamente sus “pecados” y excesos, como la esclavitud, y su peligrosa política expansionista. Creía en el derecho “natural” de los países fuertes y modernos a extender sus fronteras. La República Argentina tenía una cuestión pendiente con los territorios ocupados por las tribus indígenas en el Sur del país, y los liberales como Sarmiento querían llevar las fronteras de la “civilización” a la Patagonia y terminar con las invasiones de indios que atacaban poblados y estancias. Sarmiento había criticado a Rosas en Facundo por haber usado éste la cuestión de la frontera indígena para su propia autopromoción política. Su Expedición al Desierto, argumentaba Sarmiento, no había tenido como objetivo último expulsar a los indígenas definitivamente de sus territorios (Facundo 286-88).
            El sanjuanino logra en esta carta-artículo observar e interpretar de manera convincente el modo de ser americano. Descubre una identidad continental, critica el antagonismo de muchos escritores hacia Estados Unidos, y censura la idealización incondicional y acrítica de lo europeo. Sarmiento ve pobreza, barbarie y opresión en Europa, y ve libertad y civilización en Estados Unidos. Sabía que su posición era polémica y que muchos escritores e intelectuales argentinos, que mostraban una simpatía incondicional hacia Europa, particularmente Francia, no aceptarían su crítica.[2]    
Luego de la caída del tirano Rosas, la generación de los emigrados y proscritos, a la que Sarmiento pertenecía, logró ocupar importantes cargos. El pensamiento liberal se volvió hegemónico durante los gobiernos de Mitre, Sarmiento y Avellaneda. Su política no benefició a toda la población. Los sectores populares se sintieron victimizados por el régimen de propiedad establecido y por las medidas que tomaban para favorecer el “progreso”. El General Roca dirigió en 1879 su campaña de conquista al “Desierto”, como llamaban a los territorios en poder de los indígenas. Su éxito lo catapultó a la Presidencia de la Nación en 1880. Durante su primera presidencia (1880-86) dio gran poder a la oligarquía terrateniente. La rápida expansión económica desplazó a los criollos (gauchos) de sus tierras y formó una nueva base urbana constituida por grupos de inmigrantes proletarios y peones rurales, que enfrentaron duras condiciones de vida (Zimmermann 41-60).    
En Estados Unidos, Sarmiento descubrió un país trabajador y dinámico. Entendió que en esa nueva República estaba ocurriendo algo único, que buscó de comunicar a sus lectores. Estados Unidos era una gran democracia, la colonización avanzaba rápidamente, los inmigrantes llegaban de Europa a montones, introducían nuevos adelantos técnicos en la comunicación y los viajes, trabajaban mucho, eran tolerantes, ricos, “civilizados”. Integraban una joven cultura a través de la cual la humanidad llegaba a una altura nueva. Su sueño era importar ese progreso a su propia patria.[3]
Sarmiento soñaba con un país vital, práctico, rico, que nunca se materializaría plenamente. Compartía esas aspiraciones y deseos con un amplio sector liberal, que llegó al poder luego de la caída del tirano. El país “moderno” que emergió de ese largo proceso trajo al plano de la política nuevas situaciones sociales, y dio su propia dinámica e identidad a la vida nacional.



Bibliografía citada


Alberdi, Juan Bautista. Bases y puntos de partida para la organización política de la
            República Argentina. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1991.
Botana, Natalio. La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su
tiempo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1997. Segunda edición revisada 
actualizada.
Katra, William. “Sarmiento en los Estados Unidos”. D. F. Sarmiento, Viajes por Europa,
Africa y América 1845-1847 y Diario de gastos, Buenos Aires: Colección
Archivos, 1993. Edición crítica de Javier Fernández. 853-911.
Pellicer, Jaime. “Los Estados Unidos en Sarmiento”. ”. D. F. Sarmiento, Viajes por
Europa, África y América 1845-1847 y Diario de gastos, Buenos Aires:
Colección Archivos, 1993. Edición crítica de Javier Fernández. 853-911.
Rodó, José E. Ariel Liberalismo y Jacobinismo. México: Editorial Porrúa, 1979. 5ta.
            Edición. Estudio preliminar de Raimundo Lazo.
Sarmiento, Domingo F. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Ediciones Cátedra,
1990. Edición de Roberto Yahni.
----------. Recuerdos de provincia. Madrid: Anaya y Mario Muchnik, 1992. Edición de
            María Caballero Wanguermert.
----------. Viajes. Buenos Aires: Editorial de Belgrano, 1981. Las citas textuales en mi
            ensayo están tomadas de esta edición, que sigue la primera edición de 1849, y
            actualiza la grafía.
Verdevoye, Paul. Literatura argentina e idiosincrasia. Buenos Aires: Ediciones
Corregidor, 2002.
Zimmermann, Eduardo. Los liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina
1890-1916. Buenos Aires: Editorial Sudamericana/ Universidad de San Andrés,
1995.
  



[1] Era la misma argumentación que usaban Francia y otros países imperialistas para invadir y ocupar Algeria y otros territorios, supuestamente para expandir la “civilización” europea. Consideraban que los países dominados eran “bárbaros”. Creían que la civilización europea era superior a la de ellos. Supuestamente los ocupaban para extender la “civilización”. Sarmiento suscribe esta tesis.
[2] Estados Unidos, en las décadas siguientes a la publicación de Viajes, se transformó en un poder económico y militar cada vez más amenazante. Su política intervencionista perjudicó a Hispanoamérica y distorsionó el desarrollo político del área. Hacia fines del siglo XIX, luego de la guerra Española-Norteamericana, Rodó y otros intelectuales arielistas criticaron a Estados Unidos y señalaron sus carencias “espirituales” y su excesivo materialismo (Rodó 1-59). Estados Unidos, en la opinión de muchos intelectuales latinoamericanos, se había transformado en una potencia “neo-imperial” que sometía a toda el área latinoamericana a sus propios intereses e influencias.
[3] Los estudios de educación que realizó en esta época lo llevaron a reconocer la originalidad del sistema educativo norteamericano, y el empuje que le había dado a la educación Horace Mann en Massachusetts (Pellicer 944-50). Una vez en la política pudo cumplir con su sueño: trajo al país a maestras y a científicos norteamericanos para implantar la “civilización” en la Argentina.




Publicación: Alberto Julián Pérez,
“Sarmiento y la democracia norteamericana”
Historia 97(Marzo 2005): 4-34.

No hay comentarios:

Publicar un comentario