Alberto Julián Pérez ©
En
sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1928, José Carlos Mariátegui (1895-1930) analiza la cultura del Perú desde diversas
perspectivas. Si bien parte de un método interpretativo relativamente rígido -- materialista, economicista, historicista, lógico-dialéctico -- su obra tiene toda la amplitud
crítica y profundidad existencial que le da su posición privilegiada de observador y partícipe de los procesos
políticos y sociales de la vida peruana.
Mariátegui tiene la pasión y el interés
del cronista político,
testigo privilegiado de la vida contemporánea, y posee la entereza moral del militante
socialista, que ansía la liberación de su sociedad.
Consideraba que en la sociedad peruana,
la religión, el sistema de educación, la literatura, el problema de la tierra y del indio, debían ser vistos de una manera integrada, formando
parte de una totalidad, y el
analista no debía separar estos aspectos,
sino buscar sus interdependencias, para poder entender
la unidad de la vida. Puesto que de acuerdo
a su interpretación marxista,
las relaciones económicas determinaban los procesos sociales, trató de mantener un criterio integrado de análisis.
Intelectual independiente, autodidacto y muy intuitivo, volcó en Siete ensayos…sus extensas lecturas
y meditaciones sobre el destino
de su patria, en una obra que marca un hito en la literatura ensayística de nuestro continente. Mariátegui presenta
en su largo capítulo "El proceso
de la literatura" una visión original
de la literatura peruana. Aclara que su crítica no trata de ser "imparcial o agnóstica" (206). Dice: "Declaro sin escrúpulo, que traigo a
la exégesis literaria todas mis pasiones
e ideas políticas, aunque...debo agregar que la política en mí es filosofía y religión
(207)". Y agrega que esto no significa
"...que considere el fenómeno literario
o artístico desde puntos
de vista extraestéticos" sino que en la intimidad de su conciencia su concepción estética se aúna a sus concepciones morales, políticas y religiosas (207).
En
su interpretación de la historia
del Perú, Mariátegui observa que es un país dividido, fracturado, un país compuesto
de dos realidades que no habían podido conciliarse: el mundo blanco y mestizo de la costa, y su centro Lima,
y el mundo indígena de la sierra peruana. Esta separación, considera, es un elemento constitutivo de la conciencia nacional y del hombre
peruano. Para él, la nación peruana no había logrado
superar esa división
y unificarse, lo cual era un objetivo
que había que conseguir
en el futuro. Dice: "El Perú costeño,
heredero de España
y de la conquista, domina
desde Lima al Perú serrano: pero no es demográfica y espiritualmente asaz fuerte para absorberlo. La unidad peruana está por hacer...no hay aquí que resolver
una pluralidad de tradiciones locales
y regionales sino una dualidad
de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasión
y conquista del Perú autóctono
por una raza extranjera que no ha conseguido fusionarse con la raza indígena, ni eliminarla,
ni absorberla (185-6)".
Mariátegui se pregunta si
el Perú contemporáneo puede ser considerado una "nación", y su literatura una literatura nacional.
Advierte sobre el carácter político
de la concepción nacional, nacida
del anhelo de las naciones europeas
de obtener el reconocimiento de la individualidad de su cultura, lo cual acabó por romper la unidad de Europa.
Los nacionalismos americanos son resultado
de este proceso iniciado
en Europa durante
el Renacimiento (209).
Si bien Perú buscaba afirmar su carácter
de nación, Mariátegui encuentra
problemático y poco "concreto" el concepto de nación (210). Igualmente problemático es, a su juicio,
el concepto de literatura nacional. La insuficiencia del concepto se hace evidente
cuando se trata de aplicar al caso peruano, dado el dualismo de su cultura. "El dualismo quechua-español del Perú, no resuelto aún -dice - ,
hace de la literatura nacional un caso de excepción
que no es posible estudiar con el método válido para las literaturas orgánicamente nacionales, nacidas y crecidas sin la intervención de una conquista (211)". Debido a esto consideraba a la literatura del Perú una literatura "colonial", española. El carácter colonial
de esta literatura se había extendido más allá de la época históricamente
colonial, hasta el presente
republicano. Mariátegui habla del "colonialismo supérstite"; dice: "Nuestra literatura no cesa de ser española
en la fecha de la fundación de la República. Sigue siéndolo por muchos años...En
todo caso, si no española, hay que llamarla
por luengos años literatura colonial (213)".
Dado este carácter excepcional de la literatura peruana, Mariátegui afirma que los esquemas
literarios entonces en boga en la crítica literaria no eran adecuados
para entender correctamente la literatura del Perú. Rechaza la posibilidad de organizar
la historia literaria
en movimientos literarios: clasicismo, romanticismo, modernismo; o según sus épocas,
en período medieval y moderno. También
rechaza la clasificación marxista de literatura feudal, burguesa y aristocrática (213). Propone, en cambio, distinguir en la literatura peruana tres períodos:
el colonial, el cosmopolita y el nacional.
"Durante el primer período -
dice - un pueblo...no es sino una colonia, una dependencia de otro. Durante el segundo
período, asimila
simultáneamente elementos de diversas
culturas extranjeras. En el tercero, alcanzan una expresión bien modulada su propia
personalidad y su propio
sentimiento (213)." Reconocer el primer período,
el colonial, dice Mariátegui, no ofrece ningún problema. Aclara, con perspicacia, que el vasallaje a España fue más allá de lo material, y se continúa en la "...subordinación a los residuos
espirituales y materiales de la Colonia
(214)."
Para Mariátegui, entonces, Perú no es capaz, durante el siglo XIX, ya instaurada la República, de crear una literatura nacional.
La literatura del Perú independiente sigue siendo, en esencia, colonial. Esta situación se mantendría hasta prácticamente el momento contemporáneo: será la generación "colónida", que se agrupó alrededor de la revista de ese nombre en 1916, la que logre cambiar
el rumbo de la literatura peruana. ¿Cómo lo hace?
Lo logra, cree él, releyendo la literatura de la República, y buscando en ésta un pensamiento nuevo, liberado
de españolismo. Encuentra este pensamiento liberado en las obras de Manuel González Prada y de Eguren, que se transforman en los maestros
de la nueva generación. González Prada, particularmente, es para Mariátegui el primero que reconoce
que el Perú no podrá ser una nación mientras
no estén representados en ella los indios de la sierra y su cultura (228). González
Prada había denunciado el colonialismo y abierto la literatura peruana
a otras influencias benéficas, particularmente la francesa.
Es un precursor “de la transición del período colonial
al período cosmopolita (227)”. Pudo también entender la relación
entre literatura y política, mostrando que la literatura no era "independiente" de las demás categorías de la historia (230.
Una de las más graves limitaciones de los escritores peruanos, dice Mariátegui, era su inhabilidad para “sentirse
vinculado al pueblo (216)”.
La literatura peruana era una literatura desarraigada, de emigrados, que no supieron vincularse al Perú indígena,
el pueblo peruano. Solamente unos pocos escritores excepcionales habían logrado acercarse
al espíritu de éste. Entre ellos, Melgar,
en sus "Yaravíes", pudo traducir el alma indígena, supo hablar en el lenguaje
del pueblo (238). Logró así trascender el centralismo de la literatura peruana, que se había presentado siempre
como un fenómeno limeño.
“Por culpa de esta hegemonía absoluta de Lima - dice Mariátegui - no ha podido nuestra literatura nutrirse de savia indígena.
Lima ha sido la capital española primero.
Ha sido la capital criolla después.
Y su literatura ha tenido esta marca
(238)”. El otro escritor, para él, que supo entender el espíritu popular
fue Ricardo Palma. Aquí mantiene Mariátegui una posición
polémica con Riva Agüero, apólogo de la Colonia, que se sentía
“...íntimamente descontento del espíritu irreverente y heterodoxo
de Palma (220)”.
No duda del sentido popular
de la literatura de Palma, que ridiculizó en sus Tradiciones al clero católico,
y supo interpretar al medio
pelo, derrumbando “el prestigio del virreinato y el de la aristocracia (221)”.
El humor satírico
de Palma traducía el descontento del “demos criollo”.
“Palma - dice Mariátegui - traduce el criollismo, el mestizaje, la mesocracia de Lima republicana que...es
igualmente la misma que, en nuestro
tiempo, revisa su propia
tradición, reniega
su abolengo colonial,
condena y critica
su centralismo, sostiene
las reivindicaciones del indio y tiende sus dos manos a los rebeldes
de provincia (226)”.
Si Palma y González
Prada marcan un nuevo camino a la literatura peruana, están aquellos que tratan
de desviarla hacia una posición
colonial y conservadora. Además de Riva Agüero,
que para Mariátegui se caracteriza por “un conservatismo positivista, por un tradicionalismo oportunista”, también José Santos Chocano pertenece al periodo colonial, porque su literatura, considera nuestro crítico,
tenía sus orígenes
en España, y no supo entender lo indígena (251).
Su poesía era grandilocuente y el arte indígena
era sobrio. Dice Mariátegui:
“El arte indio es la antítesis, la contradicción del arte de Chocano.
El indio esquematiza, estiliza
las cosas con un sintetismo y un primitivismo hieráticos (243)”. Considera
que el “egoísmo romántico” de Chocano es el mismo que el de Díaz Mirón “de quien tiene también el acento
arrogante y soberbio (244)”.
Chocano es individualista, ama las jerarquías y la fuerza,
desdeña la libertad.
Finalmente se acerca Mariátegui a su presente, y al grupo de escritores capaz de reivindicar
a la literatura peruana
de su conservatismo. El movimiento “Colónida”, liderado por Valdelomar, presenta la insurrección “...contra el academicismo y sus oligarquías, su énfasis retórico,
su gusto conservador, su pedantería dieciochesca y su melancolía mediocre y ojerosa (253)”.
Los colónidas “sacudieron la literatura nacional”, denunciándola “como una vulgar rapsodia
de la más mediocre literatura
española (254)”.
Proponen nuevos rumbos. Tuvieron sin embargo una limitación
muy importante para Mariátegui: negar e ignorar
la política. Esto cambió más tarde, bajo la influencia de Unamuno y
de otros escritores de la revista España. Pasada la época de la revista Colónida, estos escritores se reagruparon
en Nuestra
época. En esta revista se encontrarían como colaboradores Valdelomar, César Vallejo y el mismo
Mariátegui (256).
Valdelomar había aportado a la literatura peruana, enferma de colonialismo, la influencia europea. Introduce en la literatura peruana
"elementos de cosmopolitismo" y se siente
atraído también por el criollismo y el incaísmo. Busca sus temas en lo cotidiano y lo humilde.
Si bien Mariátegui no ve a Valdelomar como el poeta esperado para introducir la literatura en su
época nacional, debido a su
"decadentismo", es un representante digno del periodo cosmopolita y moderno y preanuncia la literatura nacional, que va a inaugurar Vallejo.
También el grupo de la revista
Contemporáneos y particularmente José María Eguren forman
parte de este momento
cosmopolita de la literatura del Perú (263). Eguren representa en la historia
de la poesía “la poesía
pura”, liberada de carga retórica. Introduce en la poesía lo
maravilloso y el exotismo, aunque no comprende ni conoce al pueblo, e ignora
al indio. “Es demasiado occidental
y extranjero espiritualmente para asimilar el orientalismo indígena”, dice Mariátegui (274). Quedan así abiertas
las puertas para que llegue a la literatura peruana
un poeta que supere
las limitaciones del cosmopolitismo de Euguren,
un poeta que sepa interpretar lo indio, el espíritu indígena. Ese papel,
para Mariátegui, lo ocupará
Cesar Vallejo. Vallejo,
nacido y criado
en la sierra
peruana, es el primer poeta capaz de representar a la nación con sus dos mundos:
el mundo indio y el mundo mestizo. Dice Mariátegui,
refiriéndose a Los heraldos
negros:
“Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra,
por primera vez en nuestra
literatura, sentimiento indígena virginalmente
expresado (280)”.
Lo compara a Melgar, el autor de los yaravíes, explicando que Vallejo, a diferencia de aquél, “logra en su poesía
un estilo nuevo”,
con una técnica y un lenguaje nuevos. En Vallejo el sentimiento indígena “es empresa
metafísica”,
y dice que con él “principia acaso la poesía peruana”,
peruana en el sentido
de indígena. Los heraldos negros era considerado un libro simbolista, y este simbolismo había permitido acercar
la poesía a la interpretación del espíritu indígena, ya que “...el indio,
por animista y por bucólico, tiende
a expresarse en símbolos e imágenes
antropomórficas o campesinas
(281)”. Lo que caracteriza al indigenismo de Vallejo es su autenticidad. Mariátegui comprende que Vallejo
trasciende
el
localismo,
se siente
americano.
Dice:
“...lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo
no recurre al folklore. La palabra quechua, el giro vernáculo
no se injertan artificialmente en su lenguaje;
son en él producto
espontáneo, célula
propia,
elemento orgánico...Su autoctonismo no
es deliberado...El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni lo quiera
(281-2)”.
¿Cuáles serían las características de este sentimiento indígena, ni costumbrista ni colorista, en su poesía?
Primero, la nostalgia.
Dice Mariátegui
que Vallejo
“tiene la ternura de la evocación (282)”.
Esta evocación es siempre
subjetiva. “Su nostalgia - dice - es una protesta
sentimental o una protesta metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia (282)”. A esto se agregaría
el pesimismo. Este pesimismo
“no es un concepto sino un sentimiento”. Se presenta
lleno de ternura
y caridad. Dice que “su pena no es personal”, es la tristeza de todos los hombres y la tristeza de Dios. Y
cita el poema “Dios”, en que Vallejo
describe a un Dios enamorado de su creación y doblegado
por la pena: “Siento a Dios que camina/ tan en mí, con la tarde y con el mar./ Con él nos vamos juntos.
Anochece./ Con él anochecemos. Orfandad.... (Vallejo 79)”. El poeta y Dios sufren la orfandad del mundo (Dios ya no es padre de la humanidad). Dios es un refugio, un consuelo, un amigo personal que acompaña al poeta,
un hermano.
Si ese Dios no puede consolar como padre, se “redime” por su amor a la creación
y porque sufre con sus criaturas. Dice Vallejo:
“Yo te consagro
Dios, porque amas tanto;/ porque jamás sonríes; porque siempre/ debe dolerte mucho el corazón”. Mariátegui siente la presencia del espíritu indígena en la poesía metafísica de Vallejo. El poeta es capaz de interpretar la humanidad. Con Vallejo, considera
Mariátegui, nace una nueva sensibilidad, un arte rebelde
(287). Destaca la austeridad de su forma, de su sencillez poética.
Vallejo es un místico
de la pobreza, lleva este sentimiento de abandono, de orfandad, de miseria a una nueva altura lírica.
Además de llamar
la atención sobre la poesía
de Vallejo, Mariátegui
comenta la obra de la poeta
Magda Portal. El gran pensador
peruano cree que la humanidad marcha en busca de una liberación progresiva. La poesía de Vallejo incorporaba el sentimiento indígena en la literatura nacional; la de Magda Portal le da un papel a la mujer en las letras.
Mariátegui, quien nada dice en Siete ensayos... sobre el papel de Clorinda Matto de Turner en las letras peruanas y en la literatura indigenista, concede
a Magda Portal un lugar destacado en sus letras. Considera que con ella “le ha nacido al Perú su primera poetisa (294)”. Y hace un inteligentísimo comentario sobre el lugar de la mujer en la poesía.
Dice: “La poetisa es hasta cierto punto, en la historia
de la civilización occidental, un fenómeno de nuestra
época. Las épocas anteriores produjeron sólo poesía
masculina. La de las mujeres también
lo era, pues se contentaba con ser una variación de sus temas líricos o de sus motivos filosóficos. La poesía que no tenía el signo del varón, no tenía tampoco el de la mujer - virgen, hembra, madre -. Era una poesía asexual.
En nuestra época, las mujeres ponen al fin en su poesía su propia
carne y su propio espíritu. La poetisa es ahora aquella
que crea una poesía
femenina. Y desde que la poesía de la mujer se ha emancipado y diferenciado espiritualmente de la del hombre,
las poetisas tienen una alta categoría
en el elenco de todas las literaturas (294)”. Menciona entre las participantes de este movimiento poético femenino a Gabriela
Mistral, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini. De Magda Portal dice que “su piedad se emparienta...con la piedad de Vallejo (295)”.
¿Por qué son importantes la obra de Portal y la obra de Vallejo? Según Mariátegui, cumplen
un requisito indispensable del arte: su verdad. Superan la crisis contemporánea por su
contenido confesional y testimonial.
Vemos que para Mariátegui el indigenismo va más allá de ser un movimiento o tendencia literaria. La cuestión
indígena está indisolublemente unida a la cuestión de la nacionalidad peruana.
En su artículo “El problema del indio” decía:
“La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso
del Perú será ficticio o por lo menos no será peruano, mientras
no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas
partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente
revaloración de las formas y los asuntos autóctonos...Los propios indios empiezan a dar señales de una nueva conciencia...La corriente indigenista presiona ya la acción oficial
(44)”. Aclara luego que el problema indígena no se presenta sólo en la literatura, sino también
en la política, la economía
y la sociología. En la literatura de su época reconoce
que aún no se ha producido una obra maestra
indigenista. En el Perú, explica, el criollismo había fracasado. A diferencia
de otros países, como Argentina, en que la literatura gauchesca criolla se había transformado en emblema de la nacionalidad, en Perú no había prosperado, porque
“el Criollo no representa todavía
la nacionalidad (301)”.
Para Mariátegui el Perú era aún una nacionalidad en
formación, en que los elementos
raciales ni siquiera habían alcanzado un grado elemental de fusión.
El indigenismo en Perú tiene el sentido
de “reivindicación de lo autóctono”. Explica, con gran
perspicacia, que el indigenismo no es “naturalista o costumbrista”, sino lírico.
La literatura peruana había superado
para él su período
colonialista, y estaba en su período
cosmopolita. Para llegar al período
nacional pleno hacía falta una incorporación mayor del indio a la literatura. Vallejo constituye el primer paso significativo de la poesía indigenista. “La obra maestra
- dice - no florece
sino en un terreno
largamente abonado
por una anónima u oscura multitud de obras mediocres.
El artista genial no es ordinariamente un principio sino una conclusión (300)”.
Podríamos pensar que Mariátegui, de haber vivido, hubiera
saludado a José María Arguedas
como el gran autor indigenista. Los ríos
profundos, 1954, es una novela lírica,
en que Arguedas traduce
para el mundo de la costa limeña la sensibilidad de la sierra peruana.
Vemos en ese libro, en
el mundo quechua
hablante de la sierra, cómo el indio y el mestizo
viven consustanciados con la naturaleza y el paisaje,
que quedan plasmados en su música y en su poesía.
Arguedas además va un paso más allá: traduce
poesía quechua y escribe
poesía en quechua. O sea, efectúa él mismo el tránsito
de la literatura indigenista a la literatura
indígena. Como mestizo inmerso
en el mundo indígena,
se expresa mejor en quechua,
la lengua que él abrazara como materna. Mariátegui había advertido
sobre el carácter mestizo de la literatura indigenista; dijo: “La literatura indigenista no puede darnos una versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia
ánima. Es todavía una literatura de mestizos.
Por eso se llama
indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo.
Cuando los propios indios estén en grado
de producirla (306)”.
Arguedas idealiza al indígena y estiliza
el mundo quechua
de la sierra; recordemos sus maravillosas descripciones del muro inca de Cuzco y sus explicaciones sobre el valor poético y cultural del Zumbayllu
(Los ríos profundos 143-4 y 235-41).
En la chichería de doña Felipa
el personaje protagónico escucha
huaynos de la sierra y goza de la música y la poesía quechua (373-92). La trayectoria vital (y agonía existencial) de Arguedas,
parece tener líneas
de dirección contrarias a las de Vallejo. Arguedas es el mestizo
que se sumerge
cada vez más en el mundo indio, asimila su sensibilidad, su pensamiento. Si bien deja la sierra de joven y se va a Lima, dedica su vida y su literatura, como antropólogo, a investigar el mundo quechua.
Vallejo había salido también
de su mundo serrano para ir a Trujillo y de allí a Lima. Su literatura se modernizó con su trayectoria: abandonó el simbolismo de Los heraldos negros, para lanzarse a la aventura experimental y vanguardista de Trilce. De los dos libros que había publicado Vallejo cuando Mariátegui escribe sus Siete ensayos..., el que más ampliamente comenta el ensayista es Los heraldos negros. Trilce debió
haber tenido para Mariátegui dificultades de lectura.
La osada imagen vanguardista obstaculizaba la comprensión del referente poético.
Cuando Mariátegui escribió sus Siete ensayos... Vallejo ya vivía en París. La trayectoria espiritual de Vallejo fue una trayectoria cosmopolita: de la sierra a la costa,
y de Lima a París. Claro que a Mariátegui le hubiera gustado leer la poesía póstuma de Vallejo, recogida en Poemas humanos. Allí Vallejo recuperó
el referente poético
figurativo y su entorno social,
en aquellos poemas que trataban
de acomodarse a los objetivos políticos
del realismo socialista. Su vocación humanística se compadecía del que sufría:
del obrero, del pobre, del soldado que luchaba en la guerra civil española.
Si la trayectoria de Vallejo fue cosmopolita e internacional, la de Arguedas en cambio fue nacional. Se había
instaurado la etapa nacional
de la literatura peruana que presagiaba Mariátegui.
La literatura peruana
se hizo nacional
a medida que sus escritores se acercaron
al indio, a medida que el indio,
la parte negada de la nacionalidad peruana, se integró
espiritualmente a la nación. Tanto Mariátegui, como Vallejo y Arguedas,
terminaron compartiendo, en su idealización de los oprimidos, la fe socialista. Creyeron sinceramente que el socialismo era capaz de redimir al hombre. Arguedas curiosamente empezó a escribir narrativa indigenista luego de haber
leído, con admiración, El tungsteno, 1931, de Vallejo,
novela socialista de temática indigenista (González Vigil 61-4). También
lo impactó la propuesta
socialista de Mariátegui y su opinión de que la poesía de Vallejo
expresaba la sensibilidad del hombre andino.
Podemos pensar
que Arguedas lleva a una conclusión literaria feliz la propuesta filosófica
de Mariátegui, y la propuesta artística
de Vallejo, al tratar de rehacer
la narrativa occidental desde la perspectiva de sus raíces andinas. De alguna manera es el hijo espiritual de ambos.
Arguedas, sin embargo, se suicidó en 1967. Podemos
pensar si en su trayectoria vital no encontramos la confesión de una imposibilidad o un fracaso. ¿Hasta qué punto
la visión lírica del mundo indígena andino
de Arguedas muestra
a Perú como una nación?
¿No es más vale la confesión
de un trauma histórico, social, y económico,
aún por resolver?
El
pensamiento de Mariátegui nos ayuda a entender el carácter de la literatura peruana desde una perspectiva distinta: como socialista y actor
del proceso de cambio y lucha de su sociedad, fue un testigo privilegiado de su época. Ver la literatura peruana
desde el aporte de sus pensadores enriquece
nuestra comprensión del fenómeno. El pensamiento de Mariátegui
fue poco formal,
pero rico en intuiciones y observaciones, pensamiento propio, pensamiento nuestro, que aún espera
su oportunidad de tener
un papel activo en la interpretación de nuestra
cultura. Integremos los aportes de los ensayistas latinoamericanos a la comprensión de nuestros
procesos culturales y sociales.
Esta tarea, aún por concretarse, enriquecerá nuestra comprensión eurocéntrica histórica del fenómeno
americano con el aporte intelectual indispensable de los pensadores de América.
Bibliografia citada
Arguedas, José María. Los ríos profundos. Madrid: Ediciones Cátedra, 2000. Edición de Ricardo González Vigil.
González
Vigil, Ricardo. “Introducción”. Los ríos profundos...9-133.
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana. México: Ediciones Era, 1979.
Vallejo, César. Obra poética completa. Bogotá:
Editorial La Oveja Negra,
1980.
Alberto Julián Pérez, “Mariátegui, Vallejo y la literatura peruana”.
Miguel A. Zapata, Ed, Transatlantic Steamer/Vapor Trasatlántico.
Nuevos acercamientos a la poesía hispana y norteamericana contemporáneas.
Lima: Hofstra University/Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
Fondo de Cultura Económica, 2008. Coedición bilingüe. 73-84.
Alberto Julián Pérez, “Mariátegui, Vallejo y la literatura peruana”.
Miguel A. Zapata, Ed, Transatlantic Steamer/Vapor Trasatlántico.
Nuevos acercamientos a la poesía hispana y norteamericana contemporáneas.
Lima: Hofstra University/Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
Fondo de Cultura Económica, 2008. Coedición bilingüe. 73-84.
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