Alberto Julián Pérez ©
La novela Boquitas pintadas, 1969, de Manuel Puig (1932-1990), nos cuenta (o
muestra) la vida de un grupo de mujeres en un pueblo de la campaña bonaerense. Puig
describe el trasfondo competitivo y mezquino de ese medio social en apariencia tranquilo
y familiar. Los personajes quedan atrapados en un mundo cruel y egoísta, que no
se compadece de sus limitaciones. El autor presenta al lector las voces familiares
de las mujeres de su mundo adolescente, convenientemente desplazadas a
personajes de ficción.
En su primera novela, La traición de Rita Hayworth, 1968, Puig
recreó el mundo de su niñez. Aparecía un personaje infantil que era un alter
ego del autor. Puig creció en el pueblo de General Villegas, en la campaña
bonaerense. En la novela dio al pueblo un nombre ficticio, Coronel Vallejos (Corbatta
30-6). En ésta, su segunda novela, situó la trama en el mismo pueblo ficticio que
en su primera novela, y en el mismo período histórico, las décadas del treinta
y del cuarenta. Tomó más distancia con sus personajes y no encontramos ninguno que
podamos identificar directamente con el autor (Amícola 300). Se concentra en la
descripción de las relaciones sociales y afectivas entre las mujeres y nos da
una visión politizada del mundo rural. Puig entiende la vida privada como un
espacio que refleja las tensiones políticas de su tiempo y sus intereses y
conflictos de clase. En este ensayo discutiré cómo el autor presenta los personajes
femeninos protagonistas de Boquitas
pintadas, en el contexto de la sociedad y los valores de la época. Analizaré
la novela como una tragicomedia erótica de costumbres y una alegoría
político-social de la vida rural Argentina.
Puig escribe sobre lo que conoce mejor:
es testigo y cronista de una realidad humana que vivió y sufrió de pequeño. Criado
entre mujeres de pueblo, Puig fue sensible a esas voces familiares que lo
sustentaron, protegieron y limitaron. Fue un niño débil y marginado, que desarrolló
sentimientos homoeróticos y tuvo problemas con la autoridad paterna. En la
novela se identifica con esas mujeres a las que ama y teme (Levine 33-51).
Proyecta en los cuerpos, las voces y las historias de las mujeres, sus deseos y
resentimientos infantiles travestidos (Riobó 78-91).
El autor, en lugar de narrar, deja
que los personajes hablen por sí mismos. Empleando técnicas dramáticas (el
diálogo directo) hace del lector un “espectador” de las intrigas amorosas de
los personajes. El lector percibe de inmediato la autenticidad del
procedimiento (Giordano 61-6).
Boquitas
pintadas cuenta la historia de varias mujeres de Coronel Vallejos, que
están enamoradas, son amantes, o parte de la familia del galán del pueblo, Juan
Carlos Etchepare. Juan Carlos, un joven mujeriego, no es un verdadero Don Juan.
En la tradición hispánica el Don Juan es un hombre fuerte, dominador, que
desafía el orden patriarcal de la familia, seduce y abandona a las jóvenes y se
burla de los padres. Juan Carlos, por el contrario, es un hombre débil y solo puede
parecer un Don Juan cuando se vanagloria de sus aventuras eróticas y le da
consejos a su amigo Pancho. En la novela prevalece el punto de vista y la
psicología de las mujeres. Son ellas las que compiten y engañan para lograr lo
que quieren; las que hablan, convencen y son activas. Juan Carlos es el objeto
deseado elusivo. Ese objeto del deseo se desplaza, no pueden poseerlo y
dominarlo como quisieran, lo cual genera en ellas una sensación de inseguridad,
carencia y pérdida, que prevalece en la novela. En la competencia por Juan
Carlos las mujeres recurren a sus “armas” femeninas: el chisme, la delación, la
envidia, la traición, el odio a muerte.
La
novela despliega un mundo cruel y altamente competitivo en que las mujeres luchan
por el macho. Ven al ser deseado como alguien vulnerable y manipulable a quien
deben proteger. Refuerza esta impresión el hecho de que Juan Carlos está
enfermo de tuberculosis, una dolencia que lo somete a una “dulce espera”: la
muerte lenta se aproxima en medio de los goces que le permite el sexo. La
literatura romántica presentaba al tuberculoso como una figura patética y
heroica, un ser que amaba y deseaba y veía su sueño tronchado por la muerte. El
personaje del tuberculoso de Puig es distinto. Juan Carlos es un antihéroe
mezquino, egoísta y práctico, que busca su propio placer. Las verdaderas
heroínas (o antiheroínas) son las mujeres que lo quieren y luchan por su amor.
Juan Carlos es un hombre que saca provecho de cada relación. No tiene fuerza
para predominar, luchar e imponerse. Su padre ha muerto y ha dejado a la
familia en la pobreza. Pierde su trabajo por su enfermedad y se apoya en las
mujeres. “Vive” de ellas y acepta jugar el papel de objeto, de hombre seducido.
Es el muchacho que las deja hacer a cambio de un beneficio. Es una figura poco
masculina. Las mujeres se realizan en él, porque les permite mostrar su poder.
Juan Carlos se deja conseguir: se acuesta con Mabel, aunque sabe que ella,
ambiciosa, no lo quiere como novio, prefiere al “inglés” estanciero; vive con
la viuda, una mujer madura de 45 años, solo porque lo mantiene y acepta
arruinarse económicamente para pagar su tratamiento médico en el clima más
benéfico de Cosquín.
Las mujeres ven a Juan Carlos como
el ser en que pueden confirmar la fuerza de su feminidad: Juan Carlos es bello
y sexualmente potente (tiene un gran miembro sexual!); ellas proyectan en él su
propio narcisismo y se envanecen tratando de conseguirlo. Tener a Juan Carlos
es confirmar su propio valor. La relación que cada una mantiene con él las
define como personajes: Nené es la novia abnegada y pseudo virgen (no se
acuesta con Juan Carlos porque quiere casarse con él y, temiendo su rechazo,
finge su virginidad, ya que tuvo una relación con un hombre maduro, el Dr.
Aschero); Mabel, la joven ambiciosa que consigue lo que quiere a cualquier
precio y se burla de las convenciones morales del pueblo, manteniendo
relaciones sexuales secretas con Juan Carlos y Pancho; la viuda, más madura y
práctica, es la mujer independiente que pasa por encima de sus rivales y se
queda con el codiciado galán, como “enfermera” y amante. Junto a ellas están
los familiares y amigos, que también quieren a Juan Carlos: Celina, la hermana
celosa y posesiva; Doña Eleonor, la madre que se realiza protegiendo al hijo
enfermo; Pancho, el amigo obrero de Juan Carlos, amante de la Raba, la
sirvienta, contraparte “baja” y “cómica” de la pareja seria del drama.
Entre todas las mujeres, Raba es la
más libre y valiente. Hace lo que siente, mata al hombre que la traiciona,
escapa al castigo de la justicia, y se realiza como madre y amante. Es la única
que logra expresar la rabia y la violencia contenida y la encauza de una manera
productiva. Junto con el personaje de la madre de Juan Carlos, abnegada e
intachable, Raba es la mujer a la que Puig trata mejor en su cruel galería de
personajes populares. Es auténtica, fuerte, generosa. Y la más proletaria del
grupo: la sirvienta despreciada.
Puig tiene una manera inusual de
contar. Su imaginación es melodramática: educado esencialmente en el cine, más
que en la literatura, imagina sus novelas como escenas dialogadas. Prefiere no
introducir narradores. Formado como guionista, inició su carrera literaria de
manera desplazada. El desplazamiento, la metonimia, es una figura rectora en su
novelística: el autor traviste personajes y los desplaza, desplaza recursos
dramáticos del cine a la literatura, desplaza el poder de los hombres a las
mujeres, y de la clase media al proletariado.
Mostrando una sensibilidad afín con
el Peronismo, Puig simpatiza con los “cabecitas negras”, con los “grasitas”. Retrata
a la clase media como prejuiciosa, cruel, oportunista, revanchista, pero el
proletariado es capaz de pasar por encima de sus limitaciones y ser leal a lo
que ama. Pancho, el albañil que se aprovechó de la Raba y no quiso reconocer a
su hijo, lo visita a escondidas, le hace regalos y le muestra afecto; mantiene
una relación tierna y protectora con su propia madre y sus hermanos. El
asesinato de Pancho es el drama de celos de una mujer despechada: lo mata
cuando descubre que se acostaba con su patrona y mientras salía éste de su
dormitorio por la noche. Mabel exige a la Raba que mienta, y así la salva del
castigo de la justicia, pero no lo hace para ayudar a la sirvienta, a la que
desprecia, sino para proteger “su buen nombre” y lograr que nadie se entere que
se acostaba con el “negro” Pancho.
Puig muestra a sus personajes en sus
debilidades y miserias. Trata de desnudarlos, descubre su manera de hablar más
íntima y comprometida, introduce cartas, informes, descripciones de
fotografías. No encontramos en la novela un narrador, o una voz moralizante que
hable sobre los personajes y las situaciones, aleccionando al lector. Esta
manera casi periodística de desarrollar la historia hace sentir al lector que
se trata de una crónica de sucesos contemporáneos. Las fotos, los informes, las
cartas operan como evidencias y pruebas de la “verdad”. Nos enteramos en
detalle cómo es la vivienda de cada personaje, cómo viste, qué aspecto tiene, en
qué trabaja y qué hace, a qué hora se levanta. Puig escoge personajes de la
clase media y el proletariado: Nené es empleada de tienda e hija de un
jardinero; Mabel es maestra y su padre es un martillero público en buena
posición; la Sra. Di Carlo es viuda y luego pone una pensión; Juan Carlos es
empleado municipal y su hermana Celina es maestra; Pancho es albañil y luego
estudia para policía; la Raba es sirvienta.
El lector se entera con desagrado de
cómo viven los pobres Pancho y Raba. La pareja proletaria protagoniza una
tragedia cuando Raba, por celos, acuchilla a Pancho, que la ha rechazado. El
melodrama de Puig frustra las expectativas de aquellos lectores que desean el
triunfo del amor. Los personajes, que sueñan con superar sus limitaciones
económicas y barreras sociales, no muestran solidaridad de clase entre ellos. Aquellos
que tienen una situación económica y social más ventajosa procuran que los menos
poderosos acepten su lugar como inferiores; la esposa del Dr. Aschero, patrona
de la Raba, le dice que sólo salga con obreros o personas de su condición. Los
miembros de la clase media procuran casar bien a las hijas y el matrimonio es
la principal alianza para posibilitar el ascenso social.
Los personajes de clase media
observan con envidia el mundo poderoso de la oligarquía ganadera al que no
tienen acceso. Es un mundo al que aspiran, pero que está fuera de su alcance. Mabel
se pone de novio con un estanciero hijo de ingleses, al que engaña con Juan Carlos.
Cuando consulta su situación con la consejera de una revista sentimental, ésta
le dice que prefiera al inglés y su dinero, y se aleje del tuberculoso. Su
padre finalmente estafa a la familia de su novio, vendiéndole toros enfermos y
ésta no respeta el vínculo entre familias y le hace un juicio.
Juan Carlos decía que descendía de
una familia de estancieros. Su abuelo tenía campo, pero su tío había estafado a
su padre y se quedó con la fortuna de la familia. El padre de Juan Carlos, ya
fallecido, había sido Contador, recibido “en la universidad”, como destaca el
personaje a su novia, pero él sólo pudo terminar una escuela secundaria (107).
Para estudiar en la universidad había que ir a la ciudad y su familia,
empobrecida, no podía pagarlo. Un día, Juan Carlos, siendo un adolescente,
decide visitar la tierra que había sido de su familia, y se encuentra allí con
un niño de su edad, con quien conversa. La familia dueña del campo lo invita a
comer, porque se da cuenta que era un niño de su clase y no un “negro croto” (112).
Le quedan a Juan Carlos nostalgias de ese pasado de su familia, y viste con
distinción, con una cara campera de cuero que identifica a los miembros de la
oligarquía ganadera. El padre de Nené lo llama con sorna “el estanciero”. Pero
en la realidad Juan Carlos es un empleado municipal que vive de un modesto
salario. La comuna lo dejará cesante de su trabajo al saber que está
tuberculoso.
Esta sociedad está regida por reglas
de conducta represivas y tabúes que todos aparentan respetar. Se espera la
virginidad en el matrimonio, y las mujeres aspiran a conseguir un esposo
solvente, que sea capaz de ponerles una buena casa. La pobreza les avergüenza, y
cada “amiga” trata de demostrar a la otra su superioridad social, haciéndola
sentir inferior en la medida de lo posible. La rivalidad de Celina y Nené
comienza cuando en la fiesta del día de la primavera en el Club Social preparan
unos números de baile y la eligen a Nené y no a ella para participar. Celina es
demasiado baja de estatura y queda descalificada. La superioridad física de
Nené, que es rubia y más alta, humilla a Celina, que a partir de ese momento hará
lo posible por destruir a Nené. Cuando Nené se transforma luego en la novia
oficial de su hermano, considerado el joven más guapo del pueblo, su odio
aumenta. Celina la culpa por la enfermedad de Juan Carlos y trata, años
después, ya fallecido éste, de destruir su matrimonio con Massa.
Para darle al lector un cuadro más
completo de esta sociedad, además de recurrir a la presentación directa, Puig
utiliza en momentos claves de la novela el monólogo interior superpuesto al
diálogo o por sí mismo, y nos muestra la manera de pensar y sentir de sus
personajes, casi siempre ruin e interesada. El retrato de la humanidad de
Coronel Vallejos es desoladora: la familia cristiana está muy lejos de ser
ejemplo de bondad. Los personajes no tienen valores altruistas, se dejan llevar
por sus intereses materiales. Las mujeres utilizan su femineidad y habilidad de
seducción como una máscara para encubrir y disfrazar sus impulsos instintivos y
satisfacer sus deseos egoístas. Se valen del espionaje, la mentira, la intriga
y la delación para luchar con sus rivales.
En Boquitas pintadas los hombres están en segundo plano: las
verdaderas protagonistas son las mujeres. Ellas son las emprendedoras, las
ambiciosas. Los hombres son manipulables y bastante tontos. La viuda define a
Juan Carlos como un “cabeza hueca”: es un joven voluble e ignorante,
irresponsable, que tira el dinero, bebe, fuma, juega a las cartas por dinero,
persigue a las mujeres (215). A pesar de su enfermedad, la tuberculosis, que lo
lleva a la muerte, ni sus familiares ni sus amantes logran cambiarlo, el
personaje permanece invariable en su comportamiento. Las mujeres evolucionan
constantemente, pero casi todas terminan mal. Solo la Raba se reivindica. Es la
única que no tiene valores de clase media. No es interesada. La guía el amor y
se deja llevar por sus impulsos. El proletariado es auténtico, lucha y se
impone. Al final de la novela la Raba es la gran ganadora. Se vengó y no fue
presa, se casó después con un viudo, cuenta con el amor y el respeto de sus
hijos e hijastros, y tiene un buen pasar, que logró con su trabajo.
Estas mujeres que compiten entre sí
crecieron juntas y fueron a la misma escuela. El trabajo más digno para ellas
es el de maestras. Celina y Mabel lo son, y también la esposa del Dr. Aschero.
Nené quería ser maestra, pero su madre no contó con recursos suficientes para
hacerla estudiar. Nené, empleada de tienda, asciende de posición al casarse. Va
a vivir a Buenos Aires y no trabaja, es ama de casa. Aspira a tener una
sirvienta que haga el desagradable trabajo de la limpieza. Cuando Raba va a
trabajar de obrera a Buenos Aires, luego que nace su hijo, Nené no la recibe en
su casa, la trata como a un ser inferior.
Las mujeres de clase media y las que
aspiran a pertenecer a la clase media muestran prejuicios insuperables contra
los proletarios. Celina, Mabel y Nené desprecian a Raba por ser pobre y tener
que ganarse la vida como sirvienta. Juan Carlos se hizo amigo de Pancho, de
condición inferior, un “negro”. El afecto prevalece entre los amigos, Pancho
admira a Juan Carlos, que es mujeriego, pero cuando matan a Pancho, Juan Carlos
parece no sentir mucha pena. En Boquitas
pintadas la muerte no nivela a las clases sociales, mantiene sus
diferencias, y aún las exagera. A Pancho lo enterrarán en una fosa común desagradable,
donde se amontonan los cuerpos de los pobres, se descomponen unos encima de
otros y nadie va a visitarlos; Juan Carlos, en cambio, será enterrado en una
bonita tumba, le colocarán inscripciones de afecto y reconocimiento y le llevarán
flores; Nené morirá rodeada del afecto de sus hijos y su marido, y recibirá el
entierro que corresponde a la madre de una familia pudiente. Puig no concluye
las historias en el momento de la muerte de los personajes, la relación entre
ellos continúa después de la desaparición física. Siguen aferrados a la memoria
de sus muertos. La novela se abre con la muerte del protagonista, Juan Carlos. Nené
decide abrir su corazón y escribirle a la madre de Juan Carlos. En ese momento
comienza la evocación de la vida pasada de los personajes que forman la trama
de la obra.
Los hombres en la novela son
espiritualmente vacíos. Juan Carlos en un momento trata de suplir su falta de
imaginación recurriendo a los servicios de una gitana, que le adivina su
futuro. Las mujeres son espirituales y su educación es limitada. El medio
social no promueve el desarrollo individual. Son religiosas y creen en el más
allá. Celina, Doña Leonor, Nené son católicas e imaginan un mundo en que dios
las va a compensar por sus dolores y sus sacrificios. Mabel, la pragmática, que
se burla de la moral social y es muy interesada y egoísta, decide confesarse
antes de su casamiento y contar lo que pasó con Pancho. El cura “no la
entiende” y le dice que cuente la verdad a la policía sobre el asesinato, que
ella encubrió. Por supuesto que ella no le hace ningún caso al sacerdote.
Nené sueña, después de la muerte de
Juan Carlos, y mientras regresaba con sus hijos en colectivo de Cosquín, donde
visitó a la viuda Di Carlo, una escena con Juan Carlos en el más allá (233). Es
el momento de la resurrección después del juicio final, que ella aguardaba con
vehemencia para poder recuperar el rostro de Juan Carlos, el sumun de la
belleza. Ese es su consuelo: quiere volver a verlo después de la muerte y estar
juntos toda la eternidad, tal como lo prometen las historias de los boleros que
admira (Kohan 313-9).
Para Nené, Juan Carlos fue el único
amor de su vida. La viuda le aseguró que pensaba casarse con ella. De no haber
sido por su enfermedad hubiera sido distinto su destino. Resignada a casarse
con quien le ofreciera matrimonio, Nené se había casado con un buen hombre al
que no amaba, y la convivencia se había vuelto una tortura para ella. Ni
siquiera pudo amar a los hijos del matrimonio, a los que veía feos y le irritaban.
Estas mujeres ven el mundo
espiritual como un modo de escapismo de su medio social opresivo. La religión
no las salva, las consuela. Su creencia es simple y popular, animista. Creen en
un sistema de favores y compensaciones. Creen en la familia y viven el amor
individual como un pecado y una culpa. Buscan ajustarse a la norma social y
consideran malas e inmorales a quienes intentan desviarse de ésta. El fruto de
este sacrificio es siempre el hijo. Sin embargo, la realidad frustra sus ideas
simples sobre la felicidad. Puig enfrenta sus esperanzas a la chata realidad
social.
La otra fuente de espiritualidad
para estas mujeres es el arte de consumo popular masivo: el folletín, el radioteatro,
el cine de Hollywood. Hollywood y sus estrellas representan para ellas el
pináculo del arte. Es un arte producido en serie, comercial, pero ellas ignoran
otro tipo de expresión artística. La gran literatura no forma parte de sus vidas.
Nené se siente transportada cuando en Buenos Aires visita el cine Astros y ve
su preciosa arquitectura y su techo que imita un cielo nocturno estrellado (141).
De todas ellas la que conoce más de cine y arte (según la opinión de Nené) es
Mabel. Tienen una educación convencional. Su mundo se desarrolla dentro de las
mediocres expectativas de la vida pueblerina. Son vulgares y muestran una sensibilidad
doméstica: consumen romances, radioteatros, cine de entretenimiento y leen
revistas del corazón. Buscan el amor, y no la autorrealización del arte. Sobre
todo el amor que lleva al buen matrimonio, que trae prestigio y posición
social. El amor romántico o erótico es un lujo y un exceso que pocas veces se
pueden permitir.
Lo sexual las abisma: el sexo fuera
del matrimonio es tabú y actúan en secreto, ocultando sus verdaderas
motivaciones. Juegan el juego que la sociedad pueblerina espera de ellas. Son
maestras del disimulo. Si tienen que elegir entre el amor y la conveniencia, el
amor y el estatus, eligen la conveniencia y el estatus. Mabel abandona a Juan
Carlos cuando sus padres lo critican por ser pobre y estar enfermo, y se pone
de novio con un promisorio estanciero. Nené deja a Juan Carlos cuando comprende
que no se recuperará de la tuberculosis y se pone de novia con un martillero
público, que le promete matrimonio. Mabel, después de vivir varias aventuras
secretas, en que no tiene en cuenta el origen social del amante sino el placer
erótico que le proporciona, se casa con un estudiante de economía y van a vivir
a Buenos Aires. Sólo la viuda, ya mayor, se permite gastar su dinero en un
amante joven.
Nené será la que logre mejor
posición económica: su esposo crea una empresa inmobiliaria y sus dos hijos son
profesionales, uno médico, otro ingeniero. Sin embargo, ninguna de ellas
consigue ser feliz. Se ven condenadas a vivir con quien no aman y sacrificar el
deseo de un gran amor, que no llega, por una posición social decente. Buscan
ser alguien en la sociedad. En una sociedad que les da un papel subalterno. Si
bien se lamentan de su destino no se rebelan contra él. Carecen de la
profundidad y la conciencia que puede darles la autocrítica. Son mujeres
alienadas, no comprenden su verdadera situación. Puig no las ve como heroínas
sino como anti-heroínas, parte de un sector social en el que creen y al que
someten su individualidad. Transmitirán luego ese mismo sentido del deber
social a sus hijos. Viven en una sociedad normalizada, en la que no hay lugar
para el gran amor ni para la pasión.
La muerte de Juan Carlos, un amor
“imposible”, tanto por su volubilidad amorosa como por su enfermedad terminal,
les señala el gran vacío al que están condenadas. Los hijos no son capaces de
compensarlas. Extrañan el amor romántico con que habían soñado y sólo en parte
consiguieron. Viven una profunda desilusión. Son seres comunes, mezquinos, poco
inteligentes. La más culta de todas, Mabel, es también la más oportunista y
pícara. La hermana de Juan Carlos, que se queda soltera, es diabólica. Solo
Raba, de quien nada esperábamos, lo da todo, y la vida la compensa: amor,
hijos. También le permite vengarse. Se hace justicia por su mano.
Esta es la experiencia de los
personajes en la vida pueblerina. Su ambición mayor es escapar de ese ambiente
opresivo, ir a la gran ciudad. Mabel y Nené encuentran una posición social
mejor en la ciudad moderna y cosmopolita, donde hay menos vigilancia y no las
persiguen las habladurías y los chismes. Raba es la única que se va a Buenos
Aires a trabajar y regresa desilusionada a vivir al campo. Es una auténtica
criolla y se siente mal lejos de su tierra.
La novela de la vida de estas
mujeres termina bastante mal: se adaptan a las expectativas de la mezquina
clase media. La clase media en la visión de Puig está condenada a la
mediocridad. Se guía por sus prejuicios y sus cálculos económicos. Las mujeres,
a pesar de sí mismas, parecen ser las guardianas de ese orden. Para mantener
ese equilibrio sacrifican el deseo individual. El amor cede a los intereses de
la familia. Aquellas que infringen ese orden son cruelmente censuradas y
condenadas por sus pares. Los celos y las envidias entre ellas están destinados
a corregir a las infractoras.
En la escena final de la novela, en
su lecho de muerte, Nené cambia su testamento. Había soñado reencontrarse con
Juan Carlos en el juicio final, cuando Dios resucitara los cuerpos. Había
solicitado al escribano que la enterrara con las cartas de amor de Juan Carlos
en su pecho (236). En lugar de eso le pide a su marido, a quien no amó, que queme
las cartas, le ceda su alianza de casamiento, y ponga objetos recordatorios de
sus hijos, a quienes despreció cuando eran niños, en su féretro. Ya adultos,
sus hijos son valiosos profesionales, y su marido se ha forjado una sólida
posición económica al frente de una empresa inmobiliaria. En la lucha entre el
amor y el dinero triunfa el dinero. La mujer debe someterse a los intereses del
grupo.[1]
Boquitas
pintadas presenta un mundo obsesionado con las apariencias y el qué dirán,
que el autor condena. En el medio pueblerino rural los pequeños intereses
familiares ahogan cualquier pasión significativa. Sólo escapan de esta
determinación los criollos, que tienen su mundo aparte, y se dejan guiar por su
pasión y su coraje. Los criollos han sido degradados y viven una existencia marginal. Se ha impuesto la mentalidad adquisitiva de
los inmigrantes. Raba realmente ama y cuando odia, mata. A los hijos los quiere
a todos por igual, a los propios y a los ajenos, que también la reconocen como
madre.
La clase media pueblerina emigrada a
la ciudad reproduce los patrones sociales bajo los que se crió. Puig no solo
condena a la clase media rural: la urbana no es muy diferente, aunque puede
escapar más fácilmente a sus condicionantes. En la gran urbe están rodeados de
los espectáculos del arte de masas, dirigidos precisamente a gente como ellos.
Hay grandes salas modernas de cine-teatro, en que ven a las divas de Hollywood
en la pantalla, y pueden admirar en vivo a las estrellas del espectáculo nacional.
El arte de masas les devuelve las ilusiones.
Puig justifica la inautenticidad del
arte de masas. El radioteatro y el cine de Hollywood permiten a las amas de
casa escapar por breves momentos del sometimiento de la vida cotidiana (Páez
28-31). Todas quieren encontrar el amor para formar la familia, pero terminan
sacrificando el amor por los hijos y viven frustradas. El arte de masas les
ayuda a sobrevivir: crea ilusiones donde hay desilusión. Es un arte catártico y
saludable, aunque sea escapista. Alivia el sufrimiento. La visión de Puig es popular
y antielitista, se lleva bien con el populismo y la sociedad de masas.
No sólo las mujeres necesitan los
espectáculos de la cultura de masas. También los hombres buscan escapar a su
vida de sacrificio y sometimiento a los intereses de la familia. El marido de
Nené iba siempre a ver los partidos de fútbol con sus hijos. La vida familiar
les resultaba limitante e insatisfactoria. Los espectáculos deportivos
canalizaban el espíritu competitivo de los hombres en juegos multitudinarios
bien regulados por los intereses comerciales.
La convivencia de la clase media
para Puig es sórdida, tanto para hombres como para mujeres. Los hombres de Boquitas pintadas son seres vulgares y vacíos,
convencionales. Las esposas quieren a sus maridos poco y mal. Ellas se dejan
llevar por sus conveniencias e intereses. Ellos son instintivos y demandantes:
buscan la satisfacción sexual y se sienten gratificados cuando conquistan. La
conquista exalta su masculinidad. Pero la masculinidad aparece devaluada en la
novela de Puig. Los seductores terminan mal. A Pancho lo acuchillan y Juan
Carlos muere lentamente enfermo de tuberculosis. No es más positiva la imagen
paterna. El padre de Nené muere de cáncer y a la hija no parece importarle
mucho. El padre de Juan Carlos es un hombre débil que deja a su familia
desprotegida al morir. La manera de seducir de las mujeres es diferente.
Compiten entre ellas para quedarse con el que todas quieren. Envidia y deseo se
asocian. Las mujeres se identifican con Juan Carlos: es lindo, vanidoso,
superficial, débil, interesado, dependiente. Como objeto sexual es proyección
de su ego.
La imagen literaria del mundo de la
pampa que nos da Puig es muy distinta a la que había propuesto anteriormente la
novela rural. Ricardo Güiraldes en Don
Segundo Sombra, 1926, idealizaba la vida de la pampa. En la novela el joven adolescente Fabio, que
vivía en el pueblo, bajo la tutoría de las tías, se escapa al campo para vivir
la vida del gaucho y “hacerse hombre”. La familia criolla aparece débil y
dispersa. Don Segundo era símbolo de la masculinidad del gaucho y el patronazgo
benévolo del caudillo rural “civilizado”. Con Don Segundo Sombra, el gaucho rebelde de la novela gauchesca, que había
iniciado con éxito Eduardo Gutiérrez, se vuelve hombre de trabajo. El mundo
rural salvaje está domesticado. Puig se centra en la vida del pueblo. La
inmigración lo ha cambiado y ha transformado sus valores. Sus hábitos de vida
imitan los de la ciudad. Han surgido nuevos intereses económicos. El espíritu
de la gente es más mezquino. Los dueños de estancia son los ricos del lugar que
desprecian a la población que los sirve. Los estancieros se identifican con los
ingleses y no con el espíritu del criollo. No se ven gauchos por ningún lado.
Raba se casa con un tambero. La familia de Pancho, mestiza, literalmente se
muere de hambre.
Las relaciones de clase en el pueblo
aparecen intensificadas por la rivalidad personal de sus actores. Se mueven en
un espacio más reducido, y en ese teatro son más aparentes las mezquindades del
ser humano. Las posibilidades épicas de la vida rural desaparecen. Pueblo
chico, infierno grande. El lugar de escape es la gran ciudad. Como dice Massa,
el marido de Nené, el pueblo no le dio nada, es un sitio mezquino (138).
Crecer, en la Argentina de la década del treinta y el cuarenta, significaba
modernizarse, y la modernidad se identifica con la vida urbana. El amor es otra
cosa: es la verdadera utopía inalcanzable de la modernidad.
En el pueblo las reglas de conducta
son estrictas e impiadosas.[2]
La sociedad pueblerina condena la ilegitimidad y las jóvenes de clase media
huyen con terror de esa amenaza. En la novela sólo Raba es capaz de enfrentar
la humillación que significa ser madre soltera. Raba es sólo una sirvienta,
despreciada de antemano hasta por sus propias compañeras de escuela. Pancho,
que también es pobre, pero está empeñado en ascender socialmente, y pasa de
albañil a policía del pueblo, teme que lo castiguen por haber tenido un hijo
ilegítimo. Mabel, la más inmoral y “viciosa” del grupo de mujeres, es incapaz
de enfrentar la censura de sus padres y renuncia al noviazgo con Juan Carlos,
pero no al sexo. Juan Carlos se pone de novio con Nené, su novia formal y
“pura”, decente, con quien pensaba casarse, y se acuesta por las noches con
Mabel, a escondida de sus padres. Esta situación sólo termina ante el temor de
Mabel de contagiarse la tuberculosis. Entonces Mabel lo reemplaza por Pancho,
el morocho albañil fuerte, y Juan Carlos la reemplaza por la generosa viuda Di
Carlo, que no se detiene ante nada para estar con él, aunque sabe que Juan
Carlos no la quiere.
Estas mujeres que fracasan en el
amor y temen enfrentar a su sociedad, y ser excluidas o condenadas, hacen lo
posible por alcanzar y mantener su independencia económica. Son trabajadoras y
empleadas responsables. Mantienen una conducta laboral encomiable. Las más
afortunadas son las maestras. La viuda se transforma en propietaria de pensión.
Raba, la sirvienta, es la que tiene una vida más dura. Puig describe el lugar
donde vive, el cuarto de despensa, entre los productos de limpieza, y su
trabajo en la casa. Su tía tiene un trabajo aún más pesado como lavandera, y
sufre de artritis. Lava la ropa a mano, con agua fría, durante horas cada día.
Las mujeres son las que llevan la
carga de la vida en el pueblo. Entre ellas hay muy poca solidaridad. Los únicos
vínculos que se respetan son los de madres a hijas. Las madres son
incondicionales de sus hijas. Fracasan en la vida amorosa pero se realizan como
madres. Son malas amantes y buenas madres. Aún la egoísta Mabel, al final de la
novela, ya jubilada como maestra en Buenos Aires, continúa trabajando para
ayudar a su nieto paralítico. Nené sacrifica el recuerdo de Juan Carlos, el
gran amor de su vida, con quien deseaba reencontrarse después de la muerte, y
reemplaza sus cartas, que hace quemar, por objetos de sus hijos cuando eran
pequeños. Esto asegura la continuidad de los lazos familiares, que prevalecen. La
familia acaba por someter a todos los rebeldes a sus propios intereses.[3]
Puig llevó el punto de vista del cine
a la novela y el melodrama a la literatura. Fertilizó un medio artístico de
pasado elitista, como es la literatura, con el arte de masas. Aportó una línea
literaria nueva a la literatura argentina, caracterizada por sus graves escritores
intelectuales e hipercultos, como Borges y Sábato, y sus escritores periodistas
más populares, como Arlt y Walsh. Puig profundizó una línea popular y populista
que no se deriva del periodismo, sino del arte de masas: la canción popular, la
novela serial melodramática y el cine de entretenimiento.[4]
En su literatura los distintos sectores sociales aparecen enfrentados. Puig describe
en detalle cómo viven: su modo de pensar y de sentir, su manera de vestir y de
comer, el lugar donde habitan; describe sus aspiraciones sociales y sus gustos
sexuales.
La clase protagonista es la clase
media, a la que Puig pertenece. Describe con comprensión su dudosa moral y el
fracaso de la vida de sus personajes. Para ellos el amor no es más que una
ilusión, que sacrifican ante las responsabilidades y el mandato de la vida
familiar. La clase media en esta etapa de la vida histórica nacional carece de heroísmo,
es incapaz de vivir a la altura del deseo. El amor pasional amenaza su
fundamento y los lleva a la destrucción y a la muerte. Porque conocen su
carácter fatal procuran adaptarse a las expectativas sociales, negocian el
mandato familiar, se adaptan, y viven sin pasión. La pasión es solo para los héroes
ejemplares. Y el goce es más un recuerdo de juventud que una realidad
cotidiana. Subliman sus frustraciones en el arte de masas de la época: la
canción popular (el tango y el bolero), el radioteatro y el cine de entretenimiento
liderado por Hollywood (Kohan 313-9).[5]
El mundo imaginario de Puig refleja
las preocupaciones sociales y los tabúes de su sociedad. Observador
excepcional, desde su posición de hombre marginal, despreciado por su
homosexualidad, se solidariza con esas mujeres a las que en el fondo compadece.
En La traición de Rita Hayworth y en Boquitas pintadas trae al mundo de la
ficción muchas de las experiencias de su infancia en el pueblo de General
Villegas, en la pampa bonaerense. Las novelas operan como una catarsis
individual en que el escritor busca exorcizar experiencias dolorosas de su
niñez y adolescencia. El mundo pueblerino es un ambiente represivo y castrador,
particularmente para los jóvenes.
Su novela es un espejo que muestra
las desilusiones de las mujeres de pueblo, que soñaban con los romances de los
radioteatros y las películas de amor. Opone al mundo de sus ilusiones, el de la
chata realidad pueblerina. Es un retrato desde afuera, que sólo un hombre puede
hacer. Como niño criado entre “las faldas” de las mujeres, Puig las conoció
íntimamente, y en su retrato se mezclan la admiración y el resentimiento. Se
identifica parcialmente con ellas y al mismo tiempo se siente distinto. Su
poética se basa en este sentido de desplazamiento. Como hombre que no está
seguro de su identidad Puig no se identifica con un papel definitivo, y pasará
su vida buscándose a sí mismo. Los personajes de Boquitas pintadas se mueven en esa incertidumbre. No saben
realmente quienes son. Viven en un mundo en que poco a poco van perdiendo lo
que aman y necesitan: el amor, la salud, el dinero, el reconocimiento social. Mueren,
y la muerte es impiadosa con ellos, y confirma su desvalorización. Sólo el
cadáver de Juan Carlos recibe reconocimiento y muestras de afecto. El galán que
no amaba a nadie, como le dijo la gitana, es el único idealizado y amado por
los demás. Es el símbolo de un deseo imposible, no consumado, que se ha instalado
en la vida de cada una de las protagonistas, como la gran carencia. Ante la
imposibilidad de consumar el deseo están condenadas a vivir sin pasión. Ese
vacío es el castigo que reciben los que han fracasado en el amor.
Bibliografía citada
Amícola, José. “Manuel Puig y la
narración infinita”. Noé Jitrik, director. Historia
crítica de la Literatura Argentina Vol. 11. Buenos Aires: Emecé, 2000. 295-319.
Corbatta, Jorgelina. Manuel Puig. Mito personal y mitos
colectivos. Las novelas de
Manuel Puig. Madrid:
Orígenes, 1988.
Dujovne Ortiz, Alicia. Eva Perón. La biografía. Buenos Aires:
Punto de Lectura, 2008.
Giordano, Alberto. La
experiencia narrativa. Rosario: Beatriz Viterbo, 1992.
Güiraldes, Ricardo. Don Segundo Sombra. Madrid: Editorial
Castalia, 1993. Edición
de Angela Dellepiane.
Kerr,
Lucille. Suspended Fictions. Reading
Novels by Manuel Puig. Urbana:
University of Illinois
Press, 1987.
Kohan, Martín. “Los amores difíciles”.
José Amícola/Graciela Speranza, compiladores.
Encuentro internacional Manuel Puig.
Rosario: Beatriz Viterbo, 1998. 313-9.
Levine, Susanne Jill. Manuel Puig y la mujer araña. Buenos
Aires: Seix Barral, 2002.
Traducción
de Elvio Gandolfo.
Navarro, Marysa. Evita. Buenos Aires: Editorial Planeta,
1994. Edición corregida
y aumentada.
Nállim, Jorge. “Del antifascismo al
antiperonismo: Argentina Libre…Antinazi
y
el surgimiento del
antiperonismo político e intelectual.” Marcela García
Sebastiani, ed. Fascismo y antifascismo.
Peronismo y antiperonismo.
Conflictos políticos e ideológicos en la Argentina (1930-1955). Frankfurt
am
Main: Verbuert/Iberoamericana, 2006.
77-105.
Paez, Roxana. Manuel Puig. Del pop a la
extrañeza. Buenos Aires: Almagesto, 1995.
Puig, Manuel. Boquitas pintadas. Folletín.
Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1974. 13th. Edición.
---. La traición de Rita Hayworth. Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1970.
2da. Edición.
---. El beso de la mujer araña. Barcelona: Editorial Seix Barral, 1976.
Riobó,
Carlos. Sub-versions of the Archive.
Manuel Puig’s and Severo Sarduy’s
Alternative Identities. Lewisburg: Bucknell University
Press, 2011.
Sarlo, Beatriz. La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu.
Buenos Aires: Siglo
XXI, 2003.
El
lector argentino asocia las vidas de estas mujeres, tan bien presentadas por
Puig, con el destino de tantas jóvenes provincianas que van a vivir a Buenos
Aires para buscar un futuro mejor. Logra entender cómo es ese mundo del que
tratan de escapar, tan poco idílico, que les provoca frustración y
resentimiento.
Eva
Perón salió de un medio pueblerino semejante al que describe Puig (Dujovne
Ortiz 43). Criada en el pueblo de Los Toldos, la familia pasó después a Junín,
en esa época una pequeña ciudad pampeana, y a los quince años, deseando
forjarse un destino como actriz, se fue sola a Buenos Aires. Llevaba consigo su
vocación y su ambición de triunfo. Su educación formal era escasa. Como hija
menor de una unión irregular, entre una mujer mantenida como querida y un
hombre de recursos, que tenía prestigio en el mundo rural y era ya casado,
Evita sufrió las humillaciones y el desprecio de la mayoría de los pueblerinos
que condenaban moralmente a su familia y reprochaban a Eva su orgullo y su
personalidad diferente. Dujovne Ortiz, en su biografía, cuenta sobre la difícil
infancia de la niña y cómo esa experiencia pueblerina la marcó para siempre
(42-3). Muerto su padre cuando ella tenía siete años, su madre se ganó la vida
como modista y luego puso una pensión. Evita se hizo sola y, después de
trabajar con varias compañías de teatro como actriz principiante, se transformó
en una estrella del radioteatro.
Sus
biógrafos coinciden en adjudicar su fuerza de carácter a las experiencias de
infancia, que la obligaron a sobreponerse a un medio pueblerino hostil y
mezquino (Navarro 24-6). Luchó sin claudicaciones para conseguir lo que quería,
y se identificó con los despreciados y los humildes. Ella representó a toda una
clase de mujeres y hombres provincianos que llegaban a Buenos Aires a buscar
trabajo y forjarse un futuro mejor. Perón, que quería darle alas a esa
Argentina en ciernes, vio en Evita una personalidad simbólica y le confió durante
su gobierno un rol asistencial representativo. Perón dio a los humildes y al
proletariado un papel protagónico: organizó a los trabajadores en grandes
sindicatos, que a su vez se transformaron en su base política. Canalizó las
frustraciones de los trabajadores en una política nacional antioligárquica que
ofendió a la clase media, que lo acusó de tirano (Nállim 92-100).
La
historia de Evita fue distinta a la de esas mujeres de Coronel Vallejos que
imaginó Puig. Evita no se rindió a las habladurías ni a los desprecios de sus
compañeras y luchó por concretar sus sueños y sus deseos. Luego de vivir sola
en Buenos Aires y transformarse en una actriz exitosa de radioteatro, conoció a
los veinticinco años al Coronel Perón, que la doblaba en edad, y mantuvo una
relación sentimental con él. Era una relación escandalosa y tabú, tanto para
ella, por ser una joven actriz que vivía con un hombre mucho mayor que ella,
prominente en la política, como para él, que, siendo ministro del gobierno,
tenía una joven amante actriz, a la que exhibía en público como su mujer. Para
la clase “decente” argentina y para sus compañeros de armas una actriz era
sinónimo de mujer fácil y sin sólidos principios morales, pero Perón era un
militar diferente, que no se sometía a los prejuicios de casta del Ejército.
Eva y Perón eran dos individuos atípicos, que se enfrentaron con el sistema y
se rebelaron contra él. Tenían espíritu revolucionario. Representaban, por su
situación familiar y de clase, el sentimiento local, criollo, argentino. Su
historia personal se reflejaba en sus aspiraciones sociales.
La
oligarquía consideró a Eva una resentida. Podrá pensar el lector: mejor
resentida que sometida. Si prestamos atención al mundo que describe Puig ese
resentimiento está justificado. En la novela de Puig los personajes terminan en
la frustración y el desencanto. La vida de Eva Perón es el triunfo de la pasión
y el amor, tanto en el aspecto individual como en el social. Eva es quien logró
llevar adelante su deseo de ser diferente. Sarlo la ha calificado con justicia
de apasionada y excepcional (22-38). Los personajes de Puig, en cambio, son
comunes y calculadores. En esas condiciones el amor no puede triunfar, porque
fracasa ante los pequeños intereses de grupo y el egoísmo individual.
[2] Ser hija de una pasión amorosa, como lo fue Eva Perón,
cuya madre aceptó convivir con un hombre casado pudiente que tenía otra
familia, y tener hijos con él, era un pecado severamente castigado por la
sociedad pueblerina. Eva y sus hermanos fueron condenados a la exclusión
social. Dujovne Ortiz cuenta en su biografía como los niños de la escuela se
apartaban de Eva y no querían jugar con ella, ni la invitaban a la casa porque
era hija de un amor ilegítimo (42).
[3]
Eva Perón, como personaje mítico de nuestra historia nacional,
representa para los peronistas la pasión y el amor. Pasión política y amor por
el pueblo. Las mujeres de Puig son seres convencionales que no han podido
hacerse un lugar digno para sí. Se consuelan escuchando los radioteatros. Eva
era actriz de radioteatro y uno de sus mejores papeles fue el ciclo de mujeres
prominentes e ilustres de la historia que protagonizó en Radio Belgrano desde
1943, poco antes de conocer a Perón (Sarlo 66-8). Esas mujeres ejemplares eran
fuertes y heroicas y Eva quería ser una de ellas. Su buena fortuna se lo
permitió. La fuerza de su carácter y su coraje hicieron posible que se
condujera bien en su vida pública, como líder y esposa de Perón. Su muerte
temprana, en la cúspide de su prestigio social, la transformó en una heroína
nacional, en una figura mítica arraigada en el imaginario argentino. En ese
panteón olímpico la acompañan solo aquellos que han sabido ganarse el corazón
del pueblo: el cantante y actor Carlos Gardel y el revolucionario Che Guevara.
Todos muertos prematuramente en la cima de su fama. Entre éstos es Che Guevara
quien simboliza, como Eva, un importante ideal social.
[4] Amícola, siguiendo la propuesta de Piglia, considera
que Puig, Saer y Walsh conforman tres líneas narrativas distintas en nuestra
literatura. Para Amícola la diferencia entre Puig y Saer se basa en su actitud
frente a los géneros bajos. También ve en Puig un cuestionamiento al canon de
Borges.
Yo veo a Borges como protagonista de
una de las líneas (la más reconocida y destacada) de nuestra literatura. En mi
interpretación tengo en cuenta particularmente la formación literaria de los
escritores y el enunciado de sus discursos. Analizo a quién le hablan y en qué
lenguaje. Saer (y Borges, y Sábato) le habla a un público intelectual bien
formado estéticamente; Walsh (y Arlt), periodista y cronista, al gran público
de la prensa; Puig a un público nuevo, que no frecuentaba la literatura seria:
las mujeres que leen folletines o novelas populares sin aspiraciones
literarias, el público del cine de entretenimiento, el de los radioteatros,
ahora teleteatros (Amícola 295-8). Es importante reconocer que la literatura
aspira a la universalidad, pero es nacional y local y responde a un criterio de
clase. Los valores literarios que defiende la burguesía, su exclusivismo, su
esteticismo, su conflicto con la literatura de masas, son parte de una lucha
contemporánea de intereses e ideologías que nada tienen de universal ni de
permanente.
[5] Debemos
notar que esta novela es de 1969, pocos años antes de que comenzara en
Argentina la gran insurgencia revolucionaria en que la clase media tendría un
papel prominente. Allí se puso a la altura de sus circunstancias, y asumió un
papel heroico que no tenía desde la época de las luchas entre federales y unitarios,
en el siglo XIX. Puig se haría eco de este cambio en sus novelas siguientes,
particularmente en El beso de la mujer
araña.
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