Alberto Julián Pérez ©
En la novela Respiración artificial, 1980, Ricardo
Piglia, nos presenta una serie de historias fragmentadas y diaspóricas (De
Grandis 280).[1] La novela tiene dos partes
bien diferenciadas: la primera compuesta de cartas y la segunda de diálogos
entre personajes. La vida y personalidad del profesor Marcelo Maggi, el personaje
historiador, relaciona las historias individuales de los personajes entre sí e
influye en los acontecimientos y desencuentros que viven. Las historias buscan
un centro y su verdad, pero no lo encuentran. Se asocian a otras realidades de
manera discontinua y aparentemente casual. Vinculan épocas lejanas en el tiempo,
como la tiranía de Rosas con la década del setenta. Conforman una morfología
narrativa conceptual novedosa que crea una alegoría histórica transnacional.
El
narrador principal, Emilio Renzi, que enmarca los otros relatos, cuenta en 1979
hechos sucedidos a partir de abril de 1976, al mes siguiente del golpe militar
que cambió la historia de Argentina.[2]
La trama contemporánea de la novela se desarrolla en una sociedad dominada por
el terror de Estado, sometida a una “pacificación” brutal, que prohíbe todo
tipo de reunión y asociación política. Los personajes se mueven en un mundo
clandestino y subterráneo. Se escriben y
se visitan y narran historias de su pasado. Estos encuentros son privados y los
personajes están conscientes de la vigilancia del poder oficial. Tanto el
novelista como los personajes deben disimular: hablan de manera alusiva e
indirecta, dando claves y pistas, pero sin enunciar claramente sus razones. No
llegamos a saber por qué Marcelo Maggi se desprende de su archivo, ni qué secretos
contiene; qué papel tuvo él en la resistencia contra el régimen militar, y por
qué desaparece. Estos son enigmas que plantea la novela sin resolverlos, y que
sólo podrá dilucidar en un futuro su sobrino Emilio Renzi, que al final de la
novela se lleva el archivo. El lector sospecha que Maggi era un revolucionario
encubierto bajo una fachada respetable pequeño burguesa; él sabía que el
Ejército lo estaba buscando y quería entregar esos documentos en forma segura.
Piglia articuló un
triángulo narrativo alegórico, en el que participan Maggi, su sobrino el
novelista Emilio Renzi, y su amigo el filósofo polaco Volodia Tardewski. En ese
plano alegórico asumen el liderazgo narrativo sucesivamente el escritor Renzi, el
historiador Maggi y el filósofo Tardewski. Cada uno tiene historias que contar,
y las historias iniciales, siguiendo un modo narrativo voluntariamente
disgresivo, se multiplican en otras historias. Los personajes no operan en un
vacío crítico: son constantemente vigilados por el régimen, a través de un
censor y espía, Arocena, que interfiere su correspondencia, buscando pistas de
actividades subversivas.
El
ambiente sofocante refleja las ficciones de Kafka, pero dando a la narración
una perspectiva crítica joyceana (Sazbón 134). Kafka y Joyce son referencias
necesarias explícitas, dentro de un sistema de alusiones y citas literarias que
forman parte del marco concebido. El autor los hace aparecer como personajes en
las discusiones literarias, ya que Tardewski conoció a Joyce, e hizo un
importante descubrimiento literario sobre Kafka que cambió radicalmente su vida
(Broichlagen 189-203). Las historias se van entrelazando y reflejándose en
forma amplificada: la opresión del universo kafkiano refleja los delirios
genocidas de Hitler, que éste luego hizo realidad, y el mundo opresivo en que
vive Maggi durante la tiranía militar del Proceso es un reflejo del sistema
opresivo bajo el que vivió Enrique Ossorio, miembro de la Generación del 37,
durante la tiranía de Rosas. Ossorio y Maggi aparentan apoyar la dictadura, o ser civiles
inocuos; sin embargo, conspiran y espían para los revolucionarios y la
resistencia. Ossorio tiene que escapar a Montevideo para huir de Rosas, y luego
a Brasil y Chile, y Maggi, que vive apartado en Concordia, en una especie de exilio
interno, también escapa. Ossorio se suicida y pasa su archivo y su legado a
Alberdi, y Maggi, sintiéndose acosado, pasa su archivo y su legado a Renzi.
Alberdi y Renzi no son
hombres de acción. A diferencia de los miembros más decididos y militantes de
su Generación, como Sarmiento y Mitre, que regresaron a Argentina a la caída de
Rosas, Alberdi prefirió permanecer en el exilio y dejarle el campo político a
los otros (Demaría 81-115). Es un disidente que va a criticar a sus compañeros
de generación, pero vive en el extranjero. Renzi está demasiado preocupado por
las cuestiones estéticas y los asuntos familiares, como le dice su tío a su
amigo Volodia; Maggi cree que cuando supere estas cuestiones podrá entender un
poco mejor lo que pasa (142). Renzi no es el observador ideal: la literatura lo
obnubila. Tendrá que buscar el significado para restablecer la experiencia. Es un
hombre de letras, un esteta, para quien cualquier cuestión literaria tiene
precedente sobre otra realidad. Su tío lo elige como albacea seguramente porque
no está implicado en cuestiones políticas, y la tiranía no va a desconfiar de
él. Es la manera de Piglia de plantear el conflicto entre política y estética,
en el cual la literatura va en ayuda de la política.
Maggi, Renzi y Tardewski
entienden el mundo desde perspectivas
distintas: uno desde la historia, otro desde la literatura y el último desde la
filosofía. Cada personaje explica al otro las cosas según su punto de vista y sus
intereses. Todos ellos son intelectuales y ven la realidad desde los libros. Pero,
cree Piglia, lo que los intelectuales y artistas conciben y sueñan, puede
influir en el mundo. Los sueños racistas de superioridad y venganza de Hitler,
el artista resentido, cambiaron trágicamente la historia de la humanidad. Kafka
entendió esto: existe un vínculo explícito entre las utopías y la marcha de la
historia. Su literatura, en lugar de testimoniar la historia, la anticipa (Quintana
80-83).
La
Generación argentina del 37 fue la generación utopista que pudo implementar su proyecto
político: varios de sus integrantes ocuparon importantes cargos en el gobierno
después de la caída de Rosas. Mitre y Sarmiento llegaron a la presidencia, y
fueron instrumentales en los cambios políticos de la época post-rosista, y en
el proceso de transformación y modernización del país. Dentro del grupo hubo
disidentes. Alberdi, después de apoyar al gobierno de Urquiza, criticó a sus
compañeros de generación. El personaje de la novela que vive en esta época se
identifica con Alberdi, a quien nombra su albacea, y no con Mitre y Sarmiento,
cuya política centralista de modernización dejó postergados a sectores rurales
y populares que había protegido el rosismo (Demaría 107). Piglia resucita la
polémica y el debate entre Alberdi, Mitre y Sarmiento, y toma partido por
Alberdi.
Historias cruzadas
La
primera parte de la novela está dominada por la relación epistolar entre Emilio
Renzi, que vive en Buenos Aires, y su tío Marcelo Maggi, que vive en Concordia,
Entre Ríos. La única acción en esta parte es la visita de Emilio al senador
inválido Luciano Ossorio. Sin bien Emilio no conoce a su tío en persona, ya que
éste sólo lo visitó cuando era un niño de meses y no lo vio más, Emilio había
investigado sobre su vida para escribir la novela La prolijidad de lo real. El tío simbólicamente encarna el peso de
lo real, de la historia, en Respiración
artificial.
Renzi
refiere que en su familia su tío era una especie de héroe. Tuvo una vida
extraña y exótica. Se casó con una mujer de la oligarquía, Esperancita, y a los
seis meses la dejó para huir con una bailarina de cabaret, la Coca. Le robó
todo el dinero a su mujer, ésta lo denunció, lo apresaron y pasó tres años en
la cárcel. Una tarde la Coca visitó a su mujer y luego le empezó a enviar el
dinero que se le debía. Esperancita solía visitar a su familia. Años más tarde se
murió y su tío no lo supo. Esperancita dejó una carta donde dijo que lo del
robo había sido una mentira. Es sobre esta historia que Renzi escribe su
novela. Lo atrajo su “aire faulkneriano” (15).
Poco
después de aparecida la novela en abril de 1976, Renzi recibió correspondencia
de su tío, que la había leído. Comienza allí la historia que Emilio, como
narrador, cuenta a los lectores de Respiración
artificial. Si bien el tío vivía en Concordia y, ni el lector ni Renzi
llegarán a “verlo”, el lector logra conocer por medio de las cartas importantes
aspectos de su mundo personal y su manera de pensar. Este retrato se completa
con los testimonios de aquellos que lo trataron, como el senador Ossorio y el
filósofo Tardewski. En la segunda parte Emilio va a la ciudad de Concordia a
visitar a su tío, pero éste no está en su casa. Mientras aguarda su regreso, Emilio
conversa con Tardewski, que le refiere su vida. Tardewski le cuenta cosas de su
tío que él no conoce. Le describe la importante charla que mantuvieron cuando Maggi
fue a verlo y le pidió pasar la noche en su casa, antes de irse. La visión que
tenemos de Maggi es siempre indirecta, mediada por la escritura, o por el
informe o la versión de otra persona que habla de él. Maggi, el historiador, se
transforma en un sujeto historiado, y su sobrino trata de reunir todos los
testimonios que puede sobre él.
En
sus cartas Maggi le cuenta a Emilio su verdadera historia y rectifica los
errores de su novela. Las cartas son confesionales y escritas desde la
perspectiva de un hombre mayor a alguien mucho más joven. Maggi era un hombre
de más de sesenta años mientras su sobrino pasaba los treinta. Puesto que
Piglia nace en 1940, la edad de Renzi coincide con la del autor. Los lectores entendemos
que es su alter ego. La biografía del personaje tiene puntos en común con la de
éste. Renzi, igual que Piglia, estudió en La Plata. Piglia observa y
parcialmente censura al personaje, que, como él, es novelista. El tío afirma
que, limitado por su visión esteticista, Renzi tiene dificultades para entender
la historia. Piglia, que estudió historia y fue profesor de Historia Argentina
en la Universidad de La Plata, considera ésta una falta grave en un escritor.
Respiración artificial es una novela de ideas, o novela filosófica.[3]
El escritor juega con los géneros. Los personajes se relacionan por carta, pero
cuestionan el valor de la novela epistolar. La novela crea varios niveles de
significación, que el lector tiene que analizar e interpretar. Valiéndose de un
procedimiento hermenéutico, debe penetrar las distintas capas textuales (Mattalia
122). Piglia trata de cifrar en su obra su visión de la literatura.[4]
Crea personajes verosímiles y, como Borges, inserta biografías en sus tramas. Es
un procedimiento descriptivo sintético. Evita la expresión farragosa,
amplificada o innecesaria. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
En la novela Maggi discute cuál es el valor y
el sentido de la historia, Tardewski se preocupa por la filosofía, y Renzi explica
sus ideas sobre literatura. Las tres disciplinas entran en diálogo, interactúan
y se cuestionan mutuamente. Los sucesos de la novela en un principio parecen
ocurrir en un espacio intelectual aislado de las necesidades de la vida
inmediata, pero esta calma es aparente, todo el organismo social está amenazado.
Dada la situación histórica de emergencia, los personajes viven en un estado
virtual de reclusión y sólo se comunican por cartas y visitas ocasionales. Son
personajes que están solos, sienten un gran vacío y permanecen aislados,
reflexionando sobre su pasado. Han sido todos ellos víctimas de la Historia: Maggi,
Tardewski, el Senador Luciano Ossorio. Una situación similar vivió Enrique Ossorio,
miembro de la Generación del 37, en la historia paralela de tiranía y
persecución que cuenta la novela. Todos resisten a su modo. Tardewski es el escéptico
que parece más pesimista, y el Senador Ossorio, inválido y postrado, es quien, a
pesar de las circunstancias terribles, lucha más y jamás se entrega a su
suerte.
Renzi hace literatura a
partir de la historia familiar. El historiador Maggi dedica todo su esfuerzo
intelectual a escribir la biografía de Enrique Ossorio como autobiografía. Maggi
finge que Ossorio cuenta su propia vida, y mediante este recurso el historiador
noveliza la biografía de otro. Lo mismo, comprendemos, hace Renzi en su relato
cuando nos habla de Maggi, y Piglia con su novela cuando nos presenta a estos
personajes para mostrarnos, simbólicamente, la situación del intelectual y del
artista durante los años del terrorismo de estado. Al leer Respiración artificial entendemos que el artista estaba condenado a
ser casi un recluso, sin verdadera libertad de movimiento, sometido al
espionaje y la censura, amordazado.
Enrique Ossorio, el
miembro de la Generación del 37, que escribía, fue un hombre perseguido, y dejó
sus escritos a su mujer. Estos escritos forman parte del archivo, en poder del
Senador, que pasa a manos de Maggi y finalmente a manos de Renzi. Maggi agrega
al archivo sus propios escritos y en ese archivo su sobrino deberá encontrar la
verdad de todo. En esos escritos la identidad de Ossorio y la de Maggi se
confunden, ya que Maggi escribe su biografía en primera persona.
Las
ideas y las discusiones intelectuales, en esta atmósfera, toman verdadero
protagonismo. En la novela los personajes no pueden hacer mucho, están
limitados en sus movimientos. Renzi visita al Senador, que anda en silla de
ruedas, en Buenos Aires, y luego va a Concordia a ver a su tío, que ha escapado.
El resto son las historias que cuentan y las ideas que refieren. Ahí es donde
la novela como género incorpora la crítica y el ensayo.
Piglia
habla constantemente en la novela sobre las influencias de Borges y de Arlt en
nuestra literatura. Hay, sin embargo, un autor mayor del que Piglia no habla y que,
yo entiendo, es una referencia necesaria, si queremos entender esta novela en
el contexto de la literatura nacional: Ernesto Sábato. La literatura en
Argentina ha sido y es una práctica partidaria, en la que se defienden ciertos nombres
e influencias y se ocultan otros. El escritor, más que buscar la verdad, trata
de persuadir al lector de sus ideas, y de crear genealogías literarias
excluyendo de éstas a sus enemigos o a los escritores que él y su partido
consideran indeseables o equivocados.[5]
Sábato, en Sobre héroes y tumbas, 1961, introdujo también
extensas discusiones sobre Borges y Arlt, y asoció el presente a la historia
del rosismo (Pérez 97-9). Eligió a Lavalle como personaje, en lugar de imaginar
a un miembro intelectual de la generación del 37. Lavalle fue el General unitario
que luchó contra el rosismo y fue derrotado. En la novela de Piglia, Ossorio
pasa a ser secretario de Rosas, pero espía para los unitarios, le envía
información secreta a Félix Frías en Montevideo, y colabora en la conspiración
de Maza, que es descubierta y reprimida, obligándolo a escapar y esconderse.
La visión de Sábato es
liberal y sarmientina. Piglia mantiene una posición alberdiana, contra
Sarmiento y Mitre. La novela de Sábato es una novela de personajes y su
personaje central, Alejandra, representa a la nación. Sus personajes viven
intensamente su pasión existencial durante el primer gobierno peronista. La
novela de Piglia es una novela de ideas, los personajes están al servicio de
éstas y discuten el problema de la nación y la historia en el contexto de la
dictadura militar que tomó el poder en 1976. En ambas novelas las ideas tienen
gran protagonismo, y los autores se deslizan hacia la crítica literaria y el
ensayo, y hacia la historia intelectual.
Piglia asocia la
historia de la Generación del 37 y su política antitotalitaria, con el problema
nacional principal en el momento que escribe la novela: la represión de la
junta militar contra la población civil. Hace un paralelo con lo ocurrido en
Europa durante el nazismo. La cuestión nacional sobrepasa los límites
territoriales nacionales: la representan exiliados y emigrados de distintos
países y diferentes ideologías. Por eso prefiero llamarla novela transnacional
o postnacional.
En la novela ni Enrique
Ossorio ni el polaco Tardewski buscan regresar a su país. Tardewski y Maggi
comparten sus charlas con otros dos amigos exiliados: el ruso tzarista Tokray,
que sueña con la caída del comunismo y la restauración del imperio, y el nazi
Maier, que se lamenta de la caída del nazismo. Maggi vive un exilio interno y
cree en la verdad y la justicia. Es miembro del Partido Radical, y simpatizante
del dirigente irigoyenista Amadeo Sabattini. El lector sospecha que Maggi probablemente
estuviera vinculado en secreto a una organización revolucionaria.
En su primera carta
Maggi le habla a su sobrino de cómo era el partido Radical durante su juventud,
una época “heroica” en que, dice, “defendíamos a tiros el honor nacional y nos
hacíamos matar por la Causa” (17). Esta época concluyó en el 43, con el golpe
de Rawson y los oficiales del GOU, en que el papel del Radicalismo cambió.
En contraste con la
novela de Sábato, en que Alejandra, la mujer autodestructiva pero seductora y
genial, es, según el narrador, la Argentina irresistible y bella, en la novela
de Piglia el personaje que clama ser la Argentina es el Senador Ossorio, un
miembro de la Unión Conservadora, oligarca, paralítico, morfinómano (21). Maggi
reconoce que el país que él encontró en el 46, cuando salió de la cárcel
después de tres años, era muy distinto al que había conocido antes, y todo estaba
tan cambiado que “yo parecía…una especie de dandy de la generación del ´80”
(25). Ese fue el momento cuando triunfó el populismo peronista, y el Radicalismo
quedó definitivamente desplazado de la arena política como partido progresista
o revolucionario.
A fines de esa década
Maggi se va a vivir a Concordia, solo, y conoce a los expatriados europeos. El
autor no dice por qué el gobierno militar podía perseguir a un abogado radical
y profesor secundario de Historia Argentina en Concordia. Dado que Enrique Ossorio,
que aparentaba no oponerse al gobierno de Rosas, era espía y conspirador, y un “traidor”,
como él declaraba, Pigilia nos induce a pensar que Maggi estaba en una
situación similar, y a pesar de su papel aparentemente marginal tenía vinculaciones
con los grupos revolucionarios.
El censor Arocena, empleado
de Investigaciones, descubre un mensaje cifrado sobre una tal Raquel que llega
al país. Supuestamente la información contenida en ese mensaje le da al
gobierno militar la pista que lo conduce a Maggi y lleva a su desaparición (100).
Maggi no puede hablar abiertamente con su sobrino sobre su militancia, porque
sabe que Investigaciones lee sus cartas. Probablemente Renzi encontrará la
verdad sobre esto al leer el archivo que su tío le deja y el lector no
conocerá.
La
novela introduce pocos personajes femeninos: Esperancita, la mujer abandonada y
vengativa, hija del Senador Ossorio, que envía con una mentira a Maggi a la
cárcel, y Coca, la cabaretera de Rosario de la que se enamora Maggi y que, cuando
ella se va a vivir a Salto, en Uruguay, la sigue, se establece en Concordia, y
la visita cada tanto, aunque ella no parece quererlo. En la novela florecen las
pasiones intelectuales, pero falta el amor. Son muy importantes los
sentimientos de amistad entre los hombres. Sobresalen la amistad que une a
Maggi con su suegro, el Senador, a quien conoció antes que a su hija; la amistad
de Maggi con Tardewski, y la de éstos con Maier y Tokray; la amistad de
Tardewski con Wittgenstein; la amistad epistolar de Maggi con Renzi, a quien
éste lega su tesoro más preciado como herencia: el archivo de Enrique Ossorio y
su biografía (que es también su autobiografía).
Los
hombres se expresan sentimientos de admiración. Muchos de ellos se consideran
discípulos de los otros, y son de edad desigual. Son amistades paternalistas y
protectoras. Tras ellos, amenazantes, están los enemigos y opositores: Marconi,
el enemigo intelectual de Renzi, y Arocena, el espía y censor que los acosa,
lee sus cartas y los persigue. Piglia presenta una sociedad estructurada y
jerarquizada, donde los hombres establecen entre ellos relaciones de poder.
La
historia de los Ossorio recorre la trama. El autor asocia los ideologemas de la
historia nacional, caracterizada por las oposiciones de civilización y
barbarie, liberalismo y nacionalismo, con los de la historia europea, tejidos
alrededor de los enfrentamientos entre liberalismo, nazismo y comunismo. En el
centro de esa trama está el artista burgués, que busca expresarse en un
ambiente de libertad, y es coartado por el totalitarismo opresor. Ante los
sucesos de la Historia el escritor no puede hacer mucho. Está cercado por un
poder castrador que amenaza su identidad. Los literatos se apoyan en los
historiadores y teóricos de la política, más militantes: Ossorio se alía a
Alberdi y Renzi idealiza a Maggi. Maggi y Alberdi sufren la represión del
sistema. Alberdi es un miembro disidente de su generación. Es un símbolo del
intelectual honesto y sacrificado que no silencia su crítica ante nada, y se opone a la política de sus compañeros que
llegan al poder máximo del Estado: Mitre y Sarmiento.
La
historia de los Ossorio representa la evolución de la clase política hegemónica
en la Argentina en sus distintas etapas: Enrique Ossorio es el representante de
la Generación liberal del 37, que se opone a la dictadura nacionalista de Rosas,
aliada a los intereses de los propietarios rurales; su hijo representa a la
Generación del 80 y el Roquismo; y su padre, el Senador, es miembro de la
oligarquía conservadora y terrateniente del Centenario. Son sujetos
problemáticos, que no defienden bien sus intereses de clase; son autocríticos y
tienen mala conciencia. Enrique Ossorio se siente un traidor. El Senador se
alía a los radicales, y se hace amigo de un radical sabattinista: Marcelo Maggi,
a quien le da su hija en matrimonio y su archivo de familia. Maggi confía ese
legado político a su sobrino Emilio, que dice ser apolítico, y cuyo principal
interés son los problemas de la literatura. El novelista resulta ser el último
depositario de la historia política de los Ossorio.
El
Estado totalitario es violento y represivo y los personajes se oponen a él. Enrique
Ossorio se rebela contra el rosismo y los emigrados luchan contra la dictadura del
Proceso. Los desterrados europeos que viven en Concordia: Tokray, Maier y
Tardewski, escapaban también de la represión estatal. Son de muy distinto signo
político: Tokray es un aristócrata ruso anticomunista; Maier es nazi y
bibliófilo y cree en la ciencia racista; y Tardewski, el personaje que adquiere
más protagonismo entre ellos, es un filósofo emigrado de Polonia. Tardewski
elabora una compleja interpretación sobre la relación entre la literatura, el
arte y la política. Cree que Kafka entendió correctamente cómo el pensamiento
utópico podía influir en la política y el imaginario social, ya que previó que
de un artista delirante y frustrado como Hitler podía emerger un líder político
totalitario y genocida (205). En su concepción el artista anticipa el futuro. Dice:
“Las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, las
chispas de los incendios futuros” (201).
Las ideas y el lugar del saber
Las
ideas son centrales en el desarrollo de la novela, y el registro ensayístico
termina siendo tan o más importante que el ficcional. Piglia procede de manera
distinta a Sábato, que integraba el ensayo a la novela de personajes. En las novelas
de Sábato las relaciones afectivas entre los personajes y sus vínculos
emocionales con el mundo prevalecen sobre las ideas. Piglia, en cambio, limita el
papel del personaje mimético, siguiendo en esto las lecciones de Borges, y
asigna un papel protagónico a las ideas y las luchas de ideas. Sábato trató de
crear en Sobre héroes y tumbas una
novela abarcadora y total, mientras Piglia no tiene esta intención en su
novela. Prefiere formas más breves y conceptuales. Las dos novelas son experimentales
y están pensadas con un criterio estructural, pero difieren en el uso de la mímesis.
Sábato se acerca más al realismo psicológico, que Piglia rechaza.
Piglia
enfrenta unas ideas con otras. Esto posibilita una interpretación alegórica. Cada
personaje de la novela de Piglia representa un determinado saber: la historia,
la filosofía y la literatura, en relación a un oyente o a un contrincante, como
ocurre en la polémica entre Renzi y Marconi. La idea más importante de Maggi,
el historiador, es su concepto de “mirada histórica”, que consiste en entender
los hechos del presente como si éstos ya hubieran pasado, reconociendo que el
presente no es permanente, y los hechos fluyen en el tiempo, que los relativiza
y los transforma (18). La mirada de Piglia sobre la historia es esperanzadora,
ya que hace prever un futuro mejor. Tardewski defiende una posición similar a
la de Maggi en relación a la filosofía: sólo tiene sentido “lo que se modifica
y se transforma” (23). Tardewski presenta a Wittgenstein como a un filósofo del
cambio que, primero, agota el ciclo del positivismo filosófico y, luego,
concibe otra filosofía que reabre la posibilidad de filosofar. Piglia cree en
la necesidad de una renovación constante. Esta idea guía su literatura: es un
autor reflexivo que trabaja lentamente en su obra, tratando de no repetir sus
temas ni procedimientos narrativos y genéricos (Sinno 103-12).
Tardewski analiza la
naturaleza del arte y de la literatura y las compara a la política. El arte
genera sus utopías y esas utopías impulsan el cambio histórico. Maggi parece
guiarse por estas ideas cuando interpreta el papel de los miembros de la
Generación del 37 en la historia argentina. El personaje Tardewski cree que los
delirios del joven artista frustrado Hitler determinaron trágicamente la
historia de Alemania y Austria. Las utopías son potencialmente peligrosas y sus
consecuencias últimas son poco previsibles: los miembros de la Generación del
37 lograron crear un gobierno liberal modernizador y eurocéntrico en la
Argentina, mientras que Hitler condujo a Alemania a la guerra total, el
genocidio y la destrucción.
Los
personajes expresan ideas literarias originales. El Profesor Maggi cree que los
intelectuales europeos emigrados han tenido en la cultura argentina un papel
fundamental. Estos intelectuales se consideraban representantes del “saber
universal”. Maggi interpreta que integran pares juntos a escritores locales, en
una relación simbólica, a un tiempo complementaria y polémica: De
Angelis-Echeverría; Groussac-Miguel Cané; Soussens-Lugones; Hudson-Güiraldes;
Gombrowicz-Borges (Blanco Calderón 27-43). Termina la serie con dos personajes
de la novela: Maier y Arregui, su discípulo argentino (116-7). Según Maggi,
esos intelectuales europeos eran individuos mediocres, “copias fraguadas” de
modelos prestigiosos, cuya misión fue autenticar la fe en el europeísmo de nuestra
cultura (124). Para él, el más importante de estos intelectuales había sido el
francés Groussac, que cumplió un papel “de árbitro, de juez y de verdadero
dictador cultural”. En Groussac confluían, dice Tardewski que sostenía Maggi,
“los valores de toda una cultura dominada por la superstición europeísta”
(124).
Renzi atribuía un papel
central a Borges y Arlt en nuestra literatura nacional (Bracamonte 456-68). Para
él Borges “es un escritor del siglo XIX” que se propuso “cerrar e integrar las
dos líneas básicas que definen la escritura literaria”: el europeísmo y el
nacionalismo populista (129). Según Renzi, Borges parodia en su obra la
erudición europea, mostrando una erudición “ostentosa y fraudulenta” e integra,
junto a la corriente europea, la otra corriente, la nacional y populista, que
viene del Martín Fierro, escribiendo
su final y clausurándola. De esa manera la obra de Borges “está partida en dos”.
Sus cuentos, “Hombre de la esquina rosada” y “Pierre Menard, autor del Quijote”,
representan esas dos líneas, y su obra se desarrolla por caminos separados. Sólo
logra unirlos en “El Sur”, que Borges considera su mejor cuento, en que
confluyen las dos líneas (130).
Renzi sostiene que Arlt “escribía
mal”: la suya era una “escritura perversa” (131). Arlt tenía “un estilo criminal”
y hacía lo que no se debe: escribía contra la idea de estilo literario y contra
el “escribir bien”. Según Renzi, la idea de estilo la impuso en Argentina el
modernista Lugones, con la intención de purificar el uso de la lengua, ante la
amenaza de corrupción que representaba la inmigración, y Arlt trajo a la lengua
nacional la mezcla de lenguajes. “Para Arlt – dice – la lengua nacional es el
lugar donde conviven y se enfrentan distintos lenguajes, con sus registros y
sus tonos” (134). Arlt, cree, es un gran escritor “a pesar de su estilo” (135).
La discusión se centra en estos dos escritores, que para Piglia parecen definir
el carácter de la Literatura Argentina.
Renzi es quien enuncia
también la idea sobre el valor de la parodia en la vida moderna. Para él en el
mundo moderno ya no es posible tener aventuras y experiencias originales. Repetimos
el pasado de manera distorsionada. Renzi es un esteta que entiende la vida y la
política desde la perspectiva de la literatura, y cree que la parodia ha
substituido a la historia (110).
Tardewski, discípulo de
Wittgenstein, el filósofo que imaginó haber terminado con la filosofía y luego
volvió a encontrar motivos para filosofar, explica cuál era la situación de la filosofía
en el país al llegar él en 1938. El personaje se burla de los filósofos
españoles preferidos por los argentinos en esa época: Ortega y Gasset, al que
llama el Asno Español I, y García Morente, el Asno Español II. Denigra a
Keyserling, admirado por los intelectuales locales, a quien llama el “Deutsche
Asno”, mientras exalta al filósofo italiano Mondolfo, y al argentino, discípulo
de Heidegger, Carlos Astrada (166-8). Tardewski consideraba el ambiente
filosófico de Buenos Aires en esa época totalmente despreciable.
Tardewski tenía sus
propias ideas sobre el nazismo. No coincidía con pensadores como Lukacs, que
creía que el nazismo era la culminación del irracionalismo y había comenzado en
la filosofía alemana moderna con el pensamiento de Schopenhauer y Nietzsche;
para él el nazismo era la culminación del racionalismo europeo, porque Hitler
en su argumentación era racionalista y construyó un sistema férreo de ideas; en
su sistema no entraba la duda, era la inversión del sistema cartesiano (Pacheco
141-8). No le extrañaba que Heidegger hubiera visto en el führer “la concreción
misma de la razón alemana” (Respiración
artificial 188).
Kafka fue el artista que
supo escuchar y entender a Hitler, e interpretar sus delirios; era un escritor
que escribía en medio de los más grandes obstáculos, y se enfrentó a “la
imposibilidad casi absoluta de escribir” (209). Joyce, en cambio, era el esteta
vanguardista, el estilista genial. Según Tardewski, que lo encontró una vez, a
Joyce “le importaba un carajo del mundo y de sus alrededores (144). También
Renzi, al principio de la novela, le había confesado a su tío que no le
interesaba la historia (19). Maggi le decía a Tardewski que a su sobrino lo
único que le importaba era la literatura, pero que alguna vez se le iba a pasar
(142).
Piglia defiende el valor
de la cita en el discurso propio. Fue Borges quien legitimó este recurso en
nuestra literatura y atacó la idea de la originalidad autoral, basando sus ficciones
en otros textos, a los que ponía en el centro productivo de sus historias, como
en “Pierre Menard, autor del Quijote” y en “El Inmortal” (Rodríguez y Becerra
232-4). Piglia enmarca su novela en los escritos de la Generación del 37, la
obra de Joyce, la de Kafka, la de Borges, la de Arlt y propone, a través de
Tardewski, su propia teoría sobre el valor de la cita. Tardewski es el
personaje que consideraba que la cita había reemplazado a la creación. El
sentía que era un individuo hecho de citas (210).
La
novela se desarrolla dentro de una atmósfera de indagación intelectual y los
personajes comunican una sensación de fracaso vital. Estos personajes, con la
excepción de Emilio, son viejos. El Senador tiene noventa años, Maggi y sus
amigos más de sesenta. Emilio se aproxima a los cuarenta. Son solitarios, viven
sin amor. Este ambiente de pesimismo y fracaso identifica a gran parte de la
literatura argentina, tanto la popular como la culta. Lo encontramos en el
tango, en el sainete criollo y en la novela. En Sobre héroes y tumbas aparecen numerosos héroes fracasados y
autodestructivos. En Respiración
artificial sus héroes o antihéroes se enfrentan a la imposibilidad de
hacer. Esta marginación es sintomática del papel que tuvo que asumir la clase
media durante el Proceso, coartada en el ejercicio de sus derechos civiles.
Fueron años de terror de Estado. En la novela encontramos muy poca referencia
al Peronismo (aparece el tema en una carta de un padre a su hijo en el
extranjero, mencionando la situación del campo en esos momentos y cuánto mejor
estaba durante el gobierno de Perón) (84-5). La discusión política se centra
mayormente sobre la dictadura de Rosas y el gobierno radical de los años
treinta.
Tardewski
es el personaje que mejor elabora una teoría sobre el fracaso. Según él, el
fracaso contribuyó a formar su personalidad y constituye un tipo de filosofía
de la vida (164-6). El personaje estuvo muchas veces a punto de triunfar. Fue estudiante
doctoral de Wittgenstein y, en Buenos Aires, como joven filósofo, tuvo la
oportunidad de acceder a un trabajo como profesor en la Universidad. Tardewski
se siente bien en el fracaso y en la pobreza, los necesita como una forma de
autorrealización. Está instalado en la conciencia que tiene de sí mismo y en su
relación con la vida y la realidad. Filosofa a partir de este sentimiento de
minusvalía.
Los personajes viven en
una realidad urbana en la que poco pueden hacer. El régimen político persigue
todo tipo de resistencia. Son constantemente vigilados por el censor y espía
Arocena. Los personajes buscan salvarse y resisten como pueden frente al
régimen totalitario y opresivo. Todos son testigos conscientes y víctimas de situaciones
históricas que los superan: Enrique Osorio, el Senador, Tardewski, el Profesor
Maggi. Renzi, preocupado por las cuestiones literarias, parece en un principio ajeno
a lo que pasa, pero va cambiando durante la obra y, con él, el lector, que
comparte su punto de vista. Al final resulta el depositario de la verdad de la
historia de su tío.
En esta novela Piglia
plantea de manera dramática y angustiosa la situación que tuvo que soportar el
escritor durante la represión que siguió al golpe de estado de 1976. Los
personajes crean un paralelo entre la dictadura rosista y la situación de
emergencia que vivió el intelectual durante el Proceso. Piglia revisa la
historia nacional desde una perspectiva crítica. Los personajes extranjeros,
los argentinos que salieron del país, los exiliados internos, forman una
diáspora enriquecedora de múltiples voces. El coro polifónico de personajes se
enfrenta a los gobiernos totalitarios represivos que destruyen las libertades y
amenazan la vida. La independencia y la vida del escritor están en peligro. Los
intelectuales están listos para sacrificarse. La trama se desarrolla en un
mundo de ocultamientos, donde todo debe decirse con un lenguaje indirecto.
Con esta novela se cierra
una época para el género en Argentina, y otra se abre. En 1983 cae el gobierno
de la junta militar, y comienza la etapa de la novela en democracia.[6]
En esta nueva época la novela denunciará abiertamente los crímenes de Estado
cometidos por la dictadura y renovará sus lazos con otras literaturas dentro y
fuera de su lengua. La visión de la nación también cambiará. Habrá libertad de
expresión para publicar lo que se desee y comenzará la revisión del pasado.[7]
Se reanimarán las luchas políticas en la nación: ¿peronismo o anti-peronismo;
liberalismo o populismo; conservadurismo o modernización? La nueva producción
artística va a dar testimonio de esas búsquedas.
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[1] Respiración artificial,
1980, de Ricardo Piglia ha tenido una notable recepción crítica. La crítica
universitaria la ha elegido como una de las novelas favoritas de esa década y
los estudios sobre la obra aumentan continuamente. Entre éstos, hay dos
trabajos pioneros que merecen especial atención y son los más referidos por la
crítica: la reseña-artículo que el filósofo José Sazbón publicara en la revista
Punto de vista en 1981, y el artículo
de la profesora Marta Morello-Frosch de 1985. El trabajo de Sazbón es
riquísimo, y hasta este momento, uno de los mejores artículos escritos sobre la
obra. Sazbón argumenta que la apuesta de Piglia es “mostrar que la morfología
de la historia es no siempre visible” (Sazbón 119). Indica que su “metáfora
fundacional” es el archivo de la historia (121). Señala también Sazbón el
empleo de procedimientos de duplicación en la narración de la historia, que
asocia al procedimiento constructivo de Onetti, que tiene “en los dos lados y
en los desplazamientos de uno al otro, su principio estructural” (129). Señala
también el homenaje admirativo de Piglia a Borges, Joyce y Arlt (130).
Marta Morello-Frosch titula a su
artículo “Significación e historia en Respiración
artificial de Ricardo Piglia”. Señala que los mensajes en la novela tienen
más presencia que los cuerpos, y habla del “espacio privado” en que operan las
prácticas culturales (151). Según ella el eje de la novela gira “en torno al
problema de cómo narrar o…de cómo crear significaciones a partir de dos tipos
de experiencia: la actuación histórica y la experiencia literaria a través de
la lectura” (152). Dice que en la segunda parte Piglia crea un sistema de
lecturas cruzadas que “asocian textos que no estamos por lo general
acostumbrados a leer juntos”, lo cual resulta novedoso y relativiza la seriedad
de los mismos, creando un estilo “casi paródico” (161). Para Morello-Frosch,
Piglia enriquece con sus formas narrativas las posibilidades de la lectura y
plantea de una forma original las relaciones entre literatura e historia.
En 1997 Nicolás Bratosevich publicó
el libro Ricardo Piglia. Una cultura de
la contravención, y desde ese momento se sucedieron los libros dedicados
enteramente a su obra. En 1999 aparece el excelente libro de Laura Demaría, Argentina-S. Ricardo Piglia dialoga con la
Generación del 37 en la discontinuidad, 1999. En el año 2000 Jorge Fornet,
uno de los mayores especialistas en su obra, reúne en un libro, Ricardo Piglia, los artículos más
destacados publicados hasta ese momento sobre el autor, incluyendo los dos
citados y artículos de Rita de Grandis, José Emilio Pacheco, Daniel Balderston
y Kathleen Newman, entre otros. En 2004 aparece el volumen compilado por
Adriana Rodríguez Pérsico, Ricardo Piglia:
una poética sin límites, con colaboraciones de Francine Masiello, Cristina
Iglesia, Julio Premat, Isabel Quintana y Graciela Speranza. En 2007 se publica
el estudio monográfico de Jorge Fornet, El
escritor y la tradición. Ricardo Piglia y la literatura argentina. En 2008
Jorge Carrión edita El lugar de Piglia.
Crítica sin ficción, y en 2012 aparece Homenaje
a Ricardo Piglia, editado por Teresa Orecchia Havas, que compila los
artículos del coloquio internacional celebrado en la Universidad de la Sorbona
en 2008. Nos encontramos ante un autor que ha recibido una atención crítica
extraordinaria. La crítica ha dialogado sin cesar con su obra, enriqueciendo su
lectura.
[2] Ese
golpe militar concluyó un capítulo de cincuenta años de intervenciones
militares en la sociedad civil, que había comenzado en 1930, con el golpe del
General Uriburu. Distintos sectores políticos promovieron y apoyaron los golpes
militares: el golpe de 1930 fue un golpe conservador, en que el Ejército se
alió a la oligarquía argentina reaccionaria, para derrocar al gobierno popular
de Irigoyen; el golpe del GOU de 1943 fue un golpe realizado por los sectores progresistas
del Ejército, liderados por Perón, contra los conservadores; el golpe de 1955
fue un golpe pseudo liberal contra el gobierno peronista, con amplio apoyo de
la Iglesia y la clase media, en que el Ejército atacó a los sectores populares
y el sindicalismo organizado, y el último golpe de 1976, fue un golpe militar
reaccionario contra la clase obrera y la izquierda revolucionaria, con apoyo de
la Iglesia, parte de la clase media y los sectores más conservadores de la
oligarquía, con la intención de implementar una “solución final” genocida
contra la población, para extirpar cualquier posibilidad revolucionaria o
rebelión organizada en la sociedad argentina.
[3] Esta es una novela sobre la historia
y su relación con la literatura y la filosofía. Piglia ha separado sus puntos
de vista en tres personajes. Sazbón consideró que estos desdoblamientos
mostraban en el novelista una intención paródica (Sazbón 128). Yo realmente no
veo esa intención. Piglia utiliza la ironía, pero no la parodia. Los personajes
dicen una cosa y dan a entender otra, le hacen guiños al lector, buscando su
complicidad. La parodia es un procedimiento genérico. A nivel de género veo un
tratamiento conceptual de los personajes, no mimético, y esto acerca la novela
más a la alegoría que a la parodia.
[4] Esto, pienso, lo aprende de Borges,
que ha sido el gran maestro contemporáneo del arte de la alusión y la cita.
[5] Piglia
mantuvo buena relación con el medio académico argentino, particularmente con
los intelectuales y profesores de Contorno.
Podemos pensar que ha sido uno de los
pocos escritores aceptados y favorecidos por los miembros de ese grupo. Los
contornistas han ejercido gran influencia en la vida intelectual argentina, a
partir de sus modestos comienzos en la década del cincuenta, alrededor de la
revista que fundaron durante el Peronismo en 1953 y se mantuvo luego de su
caída hasta 1959. La revista mantuvo una posición de apoyo crítico parcial al Peronismo,
una posición izquierdista abierta, no partidaria, y una actitud polémica y agresiva,
parricida, hacia su entorno literario. El grupo siguió asociado como generación
intelectual joven y tuvo una prolongada participación e influencia en la vida
académica durante la década del sesenta y el setenta. Esta influencia continuó
luego en el ochenta, al volver el país a la democracia, cuando varios miembros
del grupo y sus allegados y discípulos ocuparon puestos académicos y
proyectaron su influencia dentro de aparato burocrático cultural. Dirigieron
importantes publicaciones de gran gravitación en la educación literaria
nacional. Esta influencia se mantuvo hasta bien entrado el siglo veintiuno.
Ha sido uno de los grupos culturales
que ha logrado proyectar un poder cultural de manera más eficiente en la vida
argentina, sobre todo en el área de Buenos Aires y el litoral. Sus miembros,
particularmente Noé Jitrik y David Viñas, fueron autores de ficción y de
crítica de moderado reconocimiento, pero mantuvieron gran prestigio
intelectual. Conformaron una especie de partido político cultural y académico y
defendieron ideas conflictivas y polémicas, tratando de revisar el canon
literario, incluyendo y excluyendo escritores (Katra 48-67). En un primer
momento Borges estuvo entre los excluidos, cuando Adolfo Prieto publicó su
estudio declarándolo un escritor prescindible y ajeno a los intereses nacionales;
luego fue atacado Sábato. Elevaron el papel de Arlt, como representante y símbolo
de una literatura de origen proletario y popular; fue uno de los pocos
escritores proletarios que tuvo esta fortuna ya que en general la literatura en
Argentina ha sido una práctica de la clase media letrada erudita, que ha
subestimado y rechazado la literatura y el arte nacido del campo popular. La
actitud del grupo hacia Borges cambió, pero no la posición ante Sábato, pese a
haber sido éste un escritor comprometido, que pasó por el comunismo y el
existencialismo, y con el retorno de la democracia participó en la comisión de
investigación de las desapariciones de personas y redactó el informe Nunca más (Fiorucci 184-6).
[6] El
fin del gobierno de la junta militar significó la conclusión de un proceso
político dictatorial centrado en las oposiciones comunismo/anticomunismo, y
conservadurismo/ liberalismo/ peronismo. Su desarrollo tomó muchas décadas y el
país que emergió durante de la década del ochenta, luego de la tiranía militar,
fue sensiblemente otro. Terminó el ciclo de intervenciones militares
autoritarias en el gobierno de la sociedad civil, y los grupos políticos
revolucionarios abandonaron la rebelión armada en lo inmediato. Comenzó una
etapa de desarrollo institucional ininterrumpido que tuvo grandes efectos, a
pesar de los vaivenes políticos, en la educación, el gobierno, la justicia y,
por supuesto, la cultura. En esa etapa emergieron nuevos actores y el peronismo
popular y nacional demostró una vitalidad extraordinaria que lo transformó en
un movimiento político hegemónico.
[7] Surge un nuevo fantasma para la literatura: el comercialismo La compra
de las editoriales locales por compañías transnacionales supone una gran
presión para los autores. La importación de estándares extraños al medio limita
la libertad del artista. Si el capitalismo internacional ha ganado e impone sus
intereses, y no hay otras opciones políticas, como la había durante la época de
enfrentamientos entre capitalismo y comunismo, el arte se empobrece: falta la
dialéctica, la lucha, las utopías enfrentadas. El consenso ideológico es
peligroso para el arte.
Publicación: Alberto Julián Pérez,
“Respiración artificial y el terrorismo
de estado”.
Latinoamérica. Revista de
Estudios Latinoamericanos
No. 56/1
(2013): 219-43.
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