Alberto Julián Pérez ©
Como agua para
chocolate, 1989, de la escritora mexicana Laura
Esquivel, forma parte de lo que ya es en la actualidad un consistente corpus de
narrativa de mujeres latinoamericanas que se ha publicado en la última década,
con autoras tan difundidas como Isabel Allende, Angeles Mastretta y la misma
Laura Esquivel. Estas autoras, de gran éxito editorial, fueron precedidas en
México, a partir de los años cincuenta, por un notable grupo de escritoras:
Rosario Castellanos, que hizo interesantes aportes a la novela indigenista; la
genial Elena Poniatowska, creadora de una inolvidable literatura testimonial, y
la conflictiva y cuestionadora Elena Garro (Glantz 122). Habría que agregar a
estas figuras la influencia extraliteraria de la atormentada pintora Frida
Kahlo, que cobra relevancia año a año en el ideario de la mujer mexicana, como
artista inquisitiva, autobiográfica, trágica, intimista, contrapartida del
ciclo celebratorio, épico, de los grandes muralistas del México
post-revolucionario, especialmente su figura dominante, el marido de Frida,
Diego Rivera (Franco 106-12).
De
la misma manera que podemos contraponer la figura de Frida a la de Diego,
podemos contrastar la narrativa de mujeres contemporánea con la de los grandes
novelistas del Boom latinoamericano: Cortázar, García Márquez, Fuentes, Vargas
Llosa.1 Esta literatura de mujeres se inscribe
en esta sucesión histórico-literaria, y así conviene que lo haga nuestra
lectura. Encontramos detrás de esta narrativa contemporánea las grandes líneas
de la novela mexicana y latinoamericana del siglo: la novelística de la
Revolución, las novelas regionales o novelas de la tierra, la novela experimental
y vanguardista del Boom, la novela kitsch del post-Boom. Esta nueva novela de mujeres (creo que esta
designación es la que más conviene al mencionado fenómeno literario) nos
replantea una relectura de esa tradición desde una diferente perspectiva. Nos
obliga a rever la relación de los considerados géneros bajos de la literatura,
como la novela de amor por entregas y el melodrama, con los géneros
ennoblecidos y oficiales de la tradición novelística, como el relato
genealógico-histórico, o el fresco de la vida contemporánea de la clase media
urbana.
Ha
habido en el presente un cambio de interés del público lector, que se inclina
hoy hacia un tipo de narraciones más intimistas y personales, que exploran el
problema de la sensibilidad del sujeto frente a su entorno y vida cotidiana, en
lugar de las narraciones que apuntaban a una explicación global de los grandes
problemas de nuestras sociedades. En este cambio del gusto la mujer ha asumido
un papel central, ayudada en parte por la política cultural de concientización
de la problemática femenina que han venido llevando a cabo los movimientos
feministas, especialmente en las últimas dos décadas (Russotto 23 -42).
Las
consecuencias que los movimientos culturales han tenido para la historia de la
literatura son considerables, y este cambio de actitud no es una excepción. Me
refiero a los movimientos alimentados por una intención consciente de un grupo
nucleado alrededor de un programa de acción o un proyecto base que logran
influir en un estadio cultural con su propia propuesta, que procurar imponer en
la práctica. Así se presentaron en el pasado los grupos modernistas y
vanguardistas que fueron, a partir del fin de siglo diecinueve, protagonistas
de la cultura en Latinoamérica.2 Estos
proyectos literarios emanados de las nuevas generaciones literarias emergentes,
si bien se hicieron eco en un primer momento e imitaron propuestas estéticas
derivadas de los centros metropolitanos europeos, fueron sometidos a los
vaivenes de nuestras propias necesidades culturales hispanoamericanas. Sus
obras alcanzaron una originalidad y protagonismo único en la historia de
nuestra literatura (piénsese solamente en Darío, Neruda y Vallejo).
En
este fin de siglo heterogéneo, postmoderno, escéptico, consumista, sin embargo,
los grandes "acuerdos" literarios son muy difíciles de lograr. Nuestra
humanidad parece estar huérfana de utopías (aunque ansiosa, imagino, de
encontrar nuevas ideologías hegemónicas legitimadoras, sin las cuales es tan
duro vivir), el mercado impone cada vez más (sobre todo en los países
desarrollados, pero también, por reflejo, en los nuestros) las normas de
producción artística. Carecemos de los grandes motivadores estéticos que
tuvieron el Modernismo y las Vanguardias. En estas circunstancias es el
Feminismo uno de los pocos "movimientos" homogéneos que ha logrado
alcanzar rápidamente legitimidad y representatividad. El Feminismo, sin
embargo, a diferencia del Modernismo y las Vanguardias, no tiene un objetivo
literario sino de manera derivada: su fundamento es ético, reivindicatorio,
libertario, busca la reintegración de un derecho civil escamoteado a la mujer:
su igualdad social con el hombre. En este sentido, la situación de la
literatura y el arte feminista, o inspirado en la creciente popularidad de las propuestas
feministas, tiene más puntos en común con la literatura revolucionaria del
Realismo Socialista producida a partir de la década del treinta (que surgía de la propuesta política cultural del Partido
Comunista ruso, con un interés ético subordinado al artístico), que con la de
los movimientos modernistas y vanguardistas, que se manifestaron primariamente
como movimientos estéticos y literarios. El origen ético de la propuesta del
Realismo Socialista, sin embargo, no impidió la cristalización de una literatura
de gran nivel artístico fiel a sus consignas en Latinoamérica, donde el
pensamiento marxista-leninista alcanzó un buen predicamento cultural, dando
obras notables, como la poesía tardía de Vallejo, el Canto general de Neruda y, más recientemente, la poesía de Cardenal
y la de Roque Dalton.
En
las tres últimas décadas el Feminismo, fundamentalmente en EE.UU. y en varios países
europeos, ha iniciado una amplia relectura cultural tendiente a mostrar la
situación histórico-social de la mujer, dando especial importancia a la
revaloración y legitimación del arte producido por mujeres en el pasado y en la
actualidad (Gilbert and Gubar 144-166). Tomando como punto de partida el
trabajo pionero de Virginia Woolf, A Room
of Ones Own, de 1928, la crítica feminista ha ido extendiendo sus
horizontes. En opinión de Catharine Stimpson el libro de Woolf ya prefiguraba
varias de las cuestiones alrededor de las cuales iba a desarrollarse el
Feminismo: su interés en la mujer, en los problemas heterosexuales y en la dominación
del hombre (Stimpson 130). Stimpson señala además que en el Feminismo la
práctica emancipadora aparece indisolublemente ligada a la reflexión sobre los
problemas culturales y sociales de la mujer. En la opinión de Gilbert y Gubar,
parte del sentido revolucionario del pensamiento de Woolf deriva de su
propuesta de que las mujeres deben crear instituciones o centros de enseñanza
independientes de los centros de poder intelectual de los hombres (Gilbert y
Gubar 145).
Dentro del trabajo
revisionista al que se entregan las
críticas feministas ocupan un lugar especial los estudios sobre el
"deseo" en la mujer, lo que ha llevado a replantear nociones
psicoanalíticas freudianas consideradas "clásicas". Parte de esta
búsqueda, apoyándose en estudios de Kristeva, Irigaray y Cixous, se propone
desentrañar la noción de una escritura femenina que inscriba el cuerpo del
deseo de la mujer separado de la cultura patriarcal tradicional, eliminando sus
oposiciones binarias (Gilbert y Gubar 151). La crítica feminista de orientación
historicista y sociológica, por su parte, se ha ocupado de cuestionar nociones
como las de autor, género, canon, nacionalidad, tratando de determinar el peso
de lo ideológico en la formación de esos conceptos (Gilbert y Gubar 147; Miller
102-1.2). Este modelo crítico histórico-sociológico feminista, vinculado a la
explicación marxista de los procesos de alienación y reificación social en la
sociedad industrial moderna capitalista, ha tenido considerable impacto en
Hispanoamérica, dada la formación marxista de muchos de sus intelectuales a lo
largo de nuestro siglo.3
Por su
carácter activista y político, el Feminismo ha contribuido a crear rápidamente
canales de comunicación para hacer posible el establecimiento de los medios
necesarios para que circulen sus ideas y se discutan sus propuestas
(Radford-Hill 157-172). En el campo estrictamente literario notamos la
proliferación de publicaciones feministas, tanto revistas como libros de
investigación, y el protagonismo editorial que ha logrado la literatura escrita
por mujeres en la última década (Russotto 113-172). Dentro de Hispanoamérica
quizá sea México donde un grupo de escritoras ha alcanzado una posición más
sólida y representativa, hasta constituir un corpus de excelente literatura de mujeres,
y baste citar los nombres de Castellanos, Poniatowska, Garro, Boullosa,
Mastretta y Esquivel, a los que podríamos agregar los de Nellie Campobello,
Luisa J. Hernández, Inés Arredondo, Julieta Campos, Margo Glantz, María Luisa
Puga, María Luisa Mendoza, Bárbara Jacobs, etcétera. (Glantz 121-1.29)
Ese
"movimiento" feminista ha sido fundamental para revalorar el punto de
vista femenino, el imaginario que aparece en el corpus escrito por mujeres. Su
literatura ha alcanzado amplia aceptación y se ha convertido en fenómeno
editorial, especialmente las novelas de Allende, Mastretta y Laura Esquivel,
que han vendido en poco tiempo cientos de miles de ejemplares y fueron
traducidas a una gran cantidad de lenguas. El primer libro de Esquivel, llevado
al cine por su marido Alfonso Arau en 1992, con guión de la autora, se
convirtió en un éxito cinematográfico único en la historia del cine mexicano
(Halperín 6). Es fácil comprender cómo esto, que hace justicia a la mujer y
altera el papel secundario que se le había asignado en la producción del arte,
estimula a las noveles escritoras. Estas se encuentran con una situación mucho
más favorable a sus inquietudes, sin que esto signifique que deban plegarse a
las ideas concretas y militantes de un determinado grupo feminista para poder
destacarse. Definitivamente, al menos en lo literario, la situación de la mujer
ha cambiado en este fin de siglo (González Stephan 201).
Esta
nueva confianza de la mujer escritora se evidencia en el subtítulo sarcástico y
afirmativo que Laura Esquivel da a la obra, Como
agua para chocolate: Novela de entregas mensuales con recetas, amores y
remedios caseros, donde, explícitamente, busca que nos enfrentemos con
nuestras suposiciones (y prejuicios) sobre lo que es o debe ser una novela. La
autora declara que su obra, si bien es "novela", un género mayor de
nuestras letras, rebajado en este caso a "novela de entregas" (o sea,
novela de consumo popular, folletín, pasible del adjetivo de literatura
"pobre" o subliteratura que la literatura culta asigna al folletín),
contiene recetas, amores y remedios caseros, creando una mezcla y yuxtaposición
de elementos narrativos con la que muchos lectores pueden no estar de acuerdo.
El que contenga "amores" resulta central al desarrollo de la trama
novelesca, especialmente si le agregamos el adjetivo "exagerados":
amores exagerados son los amores de la novela rosa; pero los otros dos
elementos: recetas y remedios caseros, resultan ajenos, con algunas
excepciones, a la tradición narrativa de la novela.
La
escritora, en un reportaje, confiesa que el procedimiento de integrar recetas
de cocina a una obra literaria ya había sido utilizado por el español Vázquez
Montalbán "de otra forma" (Halperín 6-7). Ella, a diferencia de
Vázquez Montalbán, no lo emplea como un recurso más, sino que lo ubica en el
centro productivo de la narración, experiencia irradiante (la de cocinar) a
partir de la cual se desgranan las historias, que son historias de amor de
cocineras. Los remedios caseros, igualmente, tienen un papel ancilar en la
novela. Esquivel destaca la importancia de la mujer que, además de nutrir,
cura, un papel muy conectado con el cuerpo, con la salud y con la vida. La
autora, en ese reportaje, comenta sobre el mote despectivo que le pusieron a
ella y a otras escritoras mujeres de esa reciente promoción de novelistas, como
Isabel Allende, en su país, a las que llaman “Fodongas", que el periodista
argentino que hizo la entrevista, Jorge Halperín, define como escritoras
"grasas". De esto se queja Esquivel que acota con razón: "Justo
a nosotras, que ponemos hasta el cuerpo en la escritura" (Halperín 6).
Esta quedará entonces como escritura del
cuerpo, que quizá sea la designación que mejor la explica, a la que yo
agregaría, del cuerpo femenino.
En
el subtítulo de la novela, Novela de
entregas mensuales con recetas, amores y remedios caseros, podemos detectar
una búsqueda: la del espacio particular del mundo femenino, representado por la
casa, el sitio donde las mujeres hacen el amor, dan a luz, alimentan, curan y
mueren. En la casa se completa el ciclo de la vida. Dentro de ella, la mujer
cocinera es la sacerdotisa ejecutora de un rito ancestral: el de ofrecer el
alimento que nutre. La escritora, con respecto a su propia experiencia,
confiesa en la entrevista: "Casi no salgo de casa, y especialmente de la
cocina... Cuando me casé y tuve hijos, empecé a advertir que la cocina no es el
lugar de castigo, es el centro más sagrado que hay... a través del rito de la
comida, se construye una comunión con toda la gente. Incluso, hasta creo que se
invierten con el hombre los términos sexuales: ahora él es el ser pasivo y la
mujer el activo, que lo penetra por medio del alimento." (Halperín 6).
Esquivel le da a la cocinera en su novela un valor casi alegórico, arquetípico, sin que sea ésta una novela conceptual o de tesis. Dice que ve a la cocinera " ... como una alquimista o como una sacerdotisa", que aporta aquello que resulta más novedoso en su literatura femenina y en la de Mastretta: el culto a la sensualidad, la expresión del deseo propio como sensualidad metonímicamente extendida al entorno narcisista del que se rodea y con el que se protege el sujeto vulnerable, débil, ante un mundo amenazante y agresivo (Halperín 7). Cuando el periodista le pregunta qué relaciones encuentra entre la cocina y la literatura, Esquivel responde sin vacilar: la sensualidad, agregando que la idea del libro le vino mientras estaba cocinando, y llegó asociado a los olores de la cocina, no solamente a la de ella propia, sino también a la de su madre y su abuela.
Es éste en ese sentido un libro «auténtico". Esquivel confiesa no sentir afinidad con el denominado "Realismo Mágico", porque lo que ella cuenta, dice, le parece real y " ... Todo lo que parece desmesurado, en el fondo tiene que ver con la realidad. Yo no lo veo como algo mágico, creo que no invento nada porque hablo de mis vivencias." (Halperín 7). Claro que tenemos que entender esta afirmación en el contexto de la novela latinoamericana de esa época, donde era imposible romper los presupuestos narrativos de la poética de la verosimilitud realista sin aludir, consciente o inconscientemente, a la famosa "escuela" del Realismo Mágico, especialmente a García Márquez (la vitalidad del procedimiento de combinar realidad y fantasía la demuestra su supervivencia en la narrativa de Allende y Esquivel).
Esquivel le da a la cocinera en su novela un valor casi alegórico, arquetípico, sin que sea ésta una novela conceptual o de tesis. Dice que ve a la cocinera " ... como una alquimista o como una sacerdotisa", que aporta aquello que resulta más novedoso en su literatura femenina y en la de Mastretta: el culto a la sensualidad, la expresión del deseo propio como sensualidad metonímicamente extendida al entorno narcisista del que se rodea y con el que se protege el sujeto vulnerable, débil, ante un mundo amenazante y agresivo (Halperín 7). Cuando el periodista le pregunta qué relaciones encuentra entre la cocina y la literatura, Esquivel responde sin vacilar: la sensualidad, agregando que la idea del libro le vino mientras estaba cocinando, y llegó asociado a los olores de la cocina, no solamente a la de ella propia, sino también a la de su madre y su abuela.
Es éste en ese sentido un libro «auténtico". Esquivel confiesa no sentir afinidad con el denominado "Realismo Mágico", porque lo que ella cuenta, dice, le parece real y " ... Todo lo que parece desmesurado, en el fondo tiene que ver con la realidad. Yo no lo veo como algo mágico, creo que no invento nada porque hablo de mis vivencias." (Halperín 7). Claro que tenemos que entender esta afirmación en el contexto de la novela latinoamericana de esa época, donde era imposible romper los presupuestos narrativos de la poética de la verosimilitud realista sin aludir, consciente o inconscientemente, a la famosa "escuela" del Realismo Mágico, especialmente a García Márquez (la vitalidad del procedimiento de combinar realidad y fantasía la demuestra su supervivencia en la narrativa de Allende y Esquivel).
A
pesar de las innovaciones introducidas por la voz femenina independiente y
liberada en la narrativa contemporánea, no por eso las mujeres escritoras
pueden ponerse por encima del género, y el género a que me refiero no es el
biológico, sino el género de la novela. Esquivel tiene una relación ambigua con
el género, y busca satisfacer los deseos de su público lector, presumiblemente
femenino, al que creo que va dirigida en primer lugar la novela, y de afirmarse
ante la tradición del género. La ensayista Beatriz González considera que
Esquivel es una escritora «revolucionaria" porque " ... ataca todos
los códigos de la censura y principios binarios" (González Stephan 211).
Para González, la novela usa la parodia y el grotesco para desacralizar el alto
mundo literario, viéndolo como un ataque a los "discursos
autoritarios" que busca transgredir "el orden establecido".
El
entusiasmo de González me parece exagerado: sin duda el libro de Mastretta Arráncame la vida puede ser visto como
un libro básicamente transgresor y desacralizador de la cultura machista
revolucionaria mexicana, pero no Como
agua para chocolate... En este último la actitud de la autora hacia el
poder y hacia el género o los géneros es mucho más ambigua, corno lo reconoce
en su reportaje. Esquivel se enfrenta al género elaborando variantes y evitando
tendencias típicas del género. Si la consideramos en relación a la tradición
novelística mexicana, especialmente el ciclo de escritores de la Revolución,
padres fundadores de la literatura de la nación moderna mexicana, comprobamos
que la autora crea un argumento que transcurre durante la revolución mexicana,
pero en un espacio amurallado, aislado de la misma. Se nota en el procedimiento
un deseo de afiliación y no un deseo contestatario por parte de la autora: los
personajes vinculados a la Revolución, como Gertrudis, son personajes altamente
vitales, positivos, que la autora considera de una manera idealizada y
admirativa, y no crítica.
Su
ataque va dirigido contra la madre de Tita, Mamá Elena. Mamá Elena es la
madre-padre feudal, una figura matriarcal asociada al rancho: es el personaje
despótico típico del mundo del campo, popularizado en las novelas del ciclo de
la tierra, especialmente Doña Bárbara de
Gallegos. Aquí Esquivel vincula dos formas del género: las novelas de la
Revolución y las de la tierra: su novela transcurre durante la Revolución y en
un rancho del norte de México. Más que decidirse por una filiación, integra
vertientes. Su forma novelesca es asociativa, aditiva, heterogénea. Su género
novelesco tiene aspectos ambiguos y el género de los personajes también. A
pesar de la diferenciación sexual del ser humano, cualquier lector moderno de
Freud reconoce cómo en el sujeto se combinan aspectos masculinos y femeninos
(Freud 476-9). Si hay un campo en el que se han conjugado más los elementos y
desplazamientos de lo masculino y femenino, independientemente del sexo de los
sujetos que lo animan, es en el mundo del arte, mundo tantas veces
indiferenciado, pre-edípico y transexual. Quién no va a pensar al leer a
Esquivel, por ejemplo, en los personajes y los recursos novelescos del escritor
argentino Manuel Puig, y su extraña y exitosa alternancia de lo
masculino-femenino.
El
modelo autoritario, patriarcal, masculino en Como agua para chocolate, se desplaza a una mujer: Mamá Elena. La
relación entre madre e hijas, en particular con Tita, es la que desata el conflicto.
La madre despótica ha condenado a la hija a ser su sirvienta hasta el día de su
muerte; no tiene derecho a casarse ni puede educarse: su lugar es la cocina. Es
justamente de este lugar de exclusión y violenta condena patriarcal, del que el
personaje logrará liberarse: su debilidad se transforma en su mejor arma. Ante este
padre-madre que controla la economía de la familia (el padre de Tita muere dos
días después de nacer ésta) y el orden totalitario de la casa, las hijas tienen
que someterse y aceptar sus mandatos. No tienen derecho a su vida privada ni a
tomar decisiones (como el casamiento) personales, sino que su madre decide por
ellas.
Se
crea entre las hermanas, Gertrudis, Rosaura y Tita, un sistema de alianzas (y
divisiones). Rosaura, siendo la más beneficiada por la madre, se identifica con
ella y, al morir ésta, pretende asumir su autoridad. Tita, la víctima, se alía
a Gertrudis, la hija ilegítima de Mamá Elena (quien, pese a la moralidad
victoriana que pretende imponer en su rancho, concibió a Gertrudis con un
amante mulato). Gertrudis representa el fuego, la sensualidad, la sexualidad
desbordada, el espíritu de mando, y logra saltar de la historia privada (la de
la casa) a la Historia (la de la Revolución mexicana) y hacerse soldado y líder
en la Revolución, ejerciendo antes el primer trabajo femenino, como un paso
previo hacia su liberación: el de la prostitución.
En este
sistema de alianzas y oposiciones: madre-Rosaura vs. Gertrudis-Tita, priva la
envidia, la desconfianza, el egoísmo, la crueldad, la negación del otro. Se
enfrentan el amor y el deseo, a la violencia y el poder. Mamá Elena prohíbe a
Tita casarse con quien ama y la ama, Pedro, y casa a éste con su hija preferida
y heredera de su poder: Rosaura. Pedro acepta para estar cerca de Tita. Se
sacrifica y desplaza su deseo sexual: vive con quien no quiere, para estar
cerca de quien quiere. Este desplazamiento del deseo nos recuerda la situación
afectiva de muchos matrimonios en que no hay verdadero amor entre los cónyuges
y la mujer “se sacrifica” para poder formar su familia y criar a sus hijos.
Negación de sí por el otro. Estrategia femenina. Pero la emplean los dos: el
hombre y la mujer: Pedro y Tita. La autora homogeniza la sicología, indistingue
los géneros: hombres y mujeres intercambian sus funciones. Y quien sale
beneficiada y se queda con el premio: el hijo, es Rosaura, la mujer sustituta,
la madre "mala".
En
esto, Pedro, el hombre, como todos los otros hombres de la novela (el padre de
Tita, que muere al comienzo de la obra; el revolucionario enamorado dominado
por Gertrudis, con el que luego se enfrenta Mamá Elena; John Brown, el pasivo
doctor que acepta siempre los deseos de Tita con altruismo, como una madre
buena), tiene en la historia un papel secundario y ancilar, no protagónico: los
papeles protagónicos de poder y autoridad, o de sinceridad, amor y entrega,
siempre lo desarrollan mujeres: ellas son las heroínas. Los hombres actúan como
ayudantes, colaboradores de los que ellas se valen para alcanzar su deseo. El
personaje femenino, en este sentido, es omnipotente. En la casa está el centro
de su poder. El personaje masculino queda marginado en la casa: no le
corresponde honor, ni autoridad. Es débil, manejable, dependiente, subalterno.
Podemos
pensar que la exclusión de los personajes masculinos de situaciones de poder en
esta novela responde a un modo de representación social y familiar que se
desprende de las necesidades del imaginario de la mujer. Si la fantasía
masculina ha preferido tradicionalmente representar a la heroína femenina como
madre buena y pura, u opuestamente como mujer erótica y peligrosa (la virgen y
la prostituta) o, con criterio sicológico más realista, mediante una
combinación de ambos atributos (la mujer con cuerpo de diosa de la fecundidad
-grandes pechos y caderas- que es al mismo tiempo seductora irresistible), la
fantasía femenina - al menos en esta etapa actual de liberación de su
imaginario, en que la mujer se siente autorizada a hablar con su propia voz, en
lugar de darle a su expresión una posición subalterna, como proyección del
deseo masculino – nos presenta un mundo autocontenido, en que la mujer se
apropia de los atributos masculinos (tal como lo hacen Mamá Elena y Gertrudis)
y desplaza al hombre, quitándole su poder.
Junto
a la familia "oficial", la narradora (la novela está narrada por la
sobrina de Tita) presenta a otros dos personajes femeninos que viven dentro del
círculo familiar: Nacha, la cocinera, y Chencha, la sirvienta. Nacha se
transformará en la madre adoptiva, la madre en el cariño de Tita, supliendo el
amor que Mamá Elena no fue capaz de dar a su propia hija. La autora muestra dos
aspectos posibles opuestos de la maternidad: uno perverso y abusivo, y otro
benéfico, generoso, dador de vida. Nacha, la cocinera, representa el aspecto
bueno, germinativo. Después de muerta, se transforma en el ángel tutelar de Tita.
Estas mujeres del pueblo bajo que habitan en el rancho feudal con la familia
son indias. Aquí Esquivel reivindica una corriente muy particular de la
literatura indigenista, la de su compatriota Rosario Castellanos: la mujer
blanca se “transcultura” y aprende de la mujer india (Glantz 126). Y éste no es
el único ejemplo de transculturación: también se transcultura otro personaje
que representa igualmente la feminidad buena en la novela (a pesar de ser
hombre): el Dr. Brown. Este se quiere casar con Tita y aprende a curar gracias
a la medicina mágica de su abuela india. Esquivel representa dos aspectos
fundamentales del ciclo de la vida: la alimentación y el cuidado la salud, en
la trama novelesca. Los personajes blancos aprenden del mundo ancestral de los
padres indios de América: de ellos emana la sabiduría. La cocina mexicana es
una cocina india, y la medicina del Dr. Brown es una medicina India.
Es
en lo autóctono, en el uso de las especias autóctonas y en su particular forma
de empleo y preparación, donde reside el secreto de la cocina mexicana. En la
cocina mexicana Tita aprende a amar la vida: la sensualidad, los olores, los
sabores. Es un mundo secreto que se transmite de generación en generación, de
madres, a hijas, a nietas. Mundo artesanal y también artístico, con mucho de
los poderes del ritual y la magia, que permite, mediante el alimento, controlar
la voluntad de los demás. Así lo hace Tita, cuyas lágrimas, vertidas sobre el
pastel de bodas de su hermana, ocasionan una descontrolada descompostura en los
invitados y la novia misma y que, cuando prepara las codornices con pétalos de
rosa, provoca una reacción tan erótica en Gertrudis, que, abrasada en deseo, se
lanza en una cabalgata sexual con el capitán.
En
el último capítulo de la novela se invierte el sentido de la acción de los
personajes. Rosaura, la hermana mala, la heredera pretendida de los poderes
matriarcales de Mamá Elena, muere ridículamente, antihéroe grotesco, entre
ventosidades pestilentes. Tita, nos enteramos, rechazó el casamiento con el Dr.
Brown y se transformó, finalmente, en amante de Pedro, mientras Rosaura había
aceptado, por un lapso de veinte años, compartir a su hija Esperanza con ella,
a condición de que no tuviera un hijo con Pedro. Siempre el sacrificio y la
compensación, la felicidad nunca es completa. Alex, el hijo del Dr. Brown, se
casa con Esperanza. Durante la boda, Pedro muere mientras hace el amor con
Tita, y ambos cuerpos, el suyo y el de Tita, desaparecen en un incendio, que se transforma en fantástica pirotecnia. Sobre
sus cenizas fértiles se apresta la vida a continuar su inacabable ceremonia de
amor.
El
ingenioso argumento no es suficiente para explicar la extraordinaria recepción
que tuvo esta novela. La modalidad narrativa de Esquivel no es nueva. La combinación
de la narración realista de una historia con salidas irracionales, fantásticas,
como si ambas fueran perfectamente aceptables y no rompieran el contrato de
verosimilitud, satisfizo plenamente las expectativas de los lectores de
Hispanoamérica y del extranjero durante la época del Boom, y está hoy
establecido como uno de los modos narrativos modernos más populares. La visión
nostálgica de un mundo anacrónico, descripto en su carácter típico, colorista,
con la visión irónica del narrador culto y entendido, es uno de los recursos
estilísticos que mejor identifican la prosa de García Márquez. Son
procedimientos que se han ido desarrollando lentamente en Latinoamérica a
partir de nuestra narrativa costumbrista post-romántica del pasado siglo. Manuel
Puig, por su parte, naturalizó a partir de la década del sesenta, en sus tramas
novelescas, las exageraciones caricaturescas melodramáticas típicas del arte
Pop y del Kitsch, del que hizo uso ingenioso, presentando en sus historias
lacrimógenas personajes femeninos de sensibilidad tierna, vulnerable: seres
apasionados de fondo maternal. Muy interesante e innovadora para el lector
contemporáneo resulta la perspectiva que introduce Esquivel en la novela, cuando
nos muestra, desde el punto de vista femenino, un mundo que gira exclusivamente
alrededor de sus intereses y motivaciones.
Tita
es la mujer que no pudo ser madre (condenada por su propia madre) ni pudo amar sino en secreto, bajo la vigilancia de su
hermana.[4] Tita fue
víctima de la maldad de aquellos que la envidian y la odian. La vida, tal como en
los cuentos para niños, se ve amenazada en su inocencia. Esquivel nos da una
visión novedosa de lo cursi contemporáneo, deformando las situaciones con humor
y con gracia, y moviendo al lector. El empleo de estos múltiples procedimientos
señalados, y la habilidad de combinarlos sin destruir el equilibrio narrativo,
permite una comunicación fluida con su público, mérito del estilo narrativo de
Laura Esquivel. Es el suyo un arte ecléctico, aleatorio, buscadamente superficial,
porque, como el arte modernista de fin del siglo pasado, apunta a los sentidos.
Uno podía leer en los relatos de García Márquez alegoría histórica o política,
dado el sabio manejo conceptual de la historia que hace el colombiano; en
Esquivel uno lee un tramado sensual, que busca impactar sentidos vitales: es el
mundo presentado, más que a través de una síntesis ideológica, en sus marcas y
rastros sensoriales: los sabores, los olores, el tacto.
Las dos
mujeres ancianas (indias): Nacha y "Luz del Amanecer”, la abuela del Dr.
Brown, figuras tradicionales respetables e idealizadas, ostentan el saber y el
poder espiritual en la novela. Su visión es animista y naturalista, distante
del mundo logocéntrico y racional que predomina en gran parte del imaginario de
los hombres. El argumento de la novela no se centra tampoco en la acción de
héroes incansables en su lucha por acercarse a la verdad (Gertrudis, heroína
masculina de la novela, es la excepción); expone en su lugar la frustración de
todos los anhelos de esos personajes dominados por la envidia y la competencia
por el hijo, incapaces de llegar al amor auténtico, y su lucha interna para
tratar de alumbrar el "buen" amor o, por el contrario, el esfuerzo
para negarlo a cualquier precio. Sus mujeres se castigan y provocan dolor,
conviviendo en una situación de sometimiento y dependencia, alimentada por
sentimientos cambiantes de amor y de odio.
Esta
representación – alegorizada - del mundo de los deseos de la mujer tiene que
ser del interés del público lector femenino de Esquivel, que se siente aludido
no indirectamente - mediante el imaginario masculino de la mujer típico de la
novela escrita por hombres - sino íntimamente, por la voz narrativa creada por
una escritora con la que pueden compartir sus mismas congojas y angustias
síquicas y, por qué no, procesos semejantes de sublimación y desplazamiento.
Quizá lo que sorprenda al lector hombre, en el cuadro de la sociedad que
plantea la escritora, es su carácter
punitivo y cruel, destructivo. Uno (y yo como lector hombre) puede sentirse
intranquilo ante la manera en que se distribuye el dolor y el placer, el bien y
el mal. La madre allí no es buena y abnegada, sino tiránica y masculina; la
mujer sensual, seductora y peligrosa, es también mujer libre, creativa,
revolucionaria.
Felizmente
para nosotros, Esquivel ha escrito una historia que no es excesivamente
sicologista, sino que tiene mucho de fábula (aprovechando los recursos del
novelísticamente legitimado Realismo Mágico), y hace triunfar al final el amor
y el bien (Tita y Pedro se aman y son prácticamente transformados en ángeles,
el espíritu de las abuelas buenas ayuda a los personajes desafortunados,
Esperanza y Alex concretan el amor y el matrimonio que Tita y Pedro no pudieron
disfrutar, víctimas de frustraciones y represiones) mientras el mundo del mal
sufre su castigo (Mamá Elena muere envenenada a causa de su propia
desconfianza; Rosaura, su heredera, madre de los hijos que cría Tita, muere
ridícula y cómicamente inflada de gases). En Como agua para chocolate el mal tiene una causa específica - la
imposición de una ley injusta por una madre egoísta que establece una relación
de dominación y servilismo hacia su hija, y las consecuencias que se derivan de
esto - y una vez eliminados los obstáculos triunfa el bien y el amor, concluye
la crisis, se reestablece el orden y el mundo - nuestro mundo - recobra su
equilibrio.
A
diferencia de escritoras del pasado, que podían sentirse inclinadas a presentar
un sujeto narrador impersonal, genérico o masculinizado, Esquivel prefiere
hablar de sus "vivencias" como mujer, de experiencias de base autobiográfica,
según confiesa en su entrevista. Cuenta que pasó su niñez " ... en la
cocina, junto a mi madre y a mi abuela, oyendo miles de historias de
mujeres" (Halperín 6). La mujer que narra en la novela es una sobrina de
Tita. Su narración es historia de familia, e historia del linaje familiar y
esta familia, porque está presidida por una mujer, es una familia matriarcal.
Sus personajes son mujeres, que pueden gratificar a los lectores del mismo sexo
con un mundo femenino cerrado pero autónomo, independiente, que se nutre a sí
mismo, que da vida y entierra a sus muertos, que completa el ciclo dentro de
sí. Es la imaginación femenina que no se disfraza ni se avergüenza de su
condición y se reafirma en su experiencia, rescatando lo que ésta tuvo de
creativa: el arte de la cocina, el arte de curar, la maternidad.
Quizá
lo único que habría que reprocharle a Esquivel es un cierto pesimismo o
autocomplacencia al haber construido un universo femenino tan aislado y
autosuficientc, casi hermético a los vientos de la historia y al mundo público:
es como si sus mujeres no se interesaran por formar parte de la gran sociedad. Esto, la separación extrema entre
lo privado y lo público, es el aspecto más conformista de la historia
construida. La escritora, no obstante, procura hablar desde su propia
experiencia y subjetividad: en este sentido, Esquivel es auténtica. La obra
podrá parecer a algunos algo superficial (su mundo social es convencional, su
caracterización sicológica poco descriptiva y profunda) pero hay que reconocer
que la literatura escrita por mujeres maneja un sentido diferente, que resulta
nuevo, de la superficie: es un mundo primario y vital de sensaciones
encontradas, animado por colores y sabores que estimulan al lector. Un mundo
lúdico ingenioso e imprevisible. No es ésta una narrativa revolucionaria pero
tampoco es conservadora: su experimentación es limitada, su capacidad
combinatoria es mesurada y ecléctica también: es una literatura femenina que se
presenta sin pudor y reclama un nuevo espacio literario para mostrar su
condición. Es, en este sentido, una petición de derechos, de un espacio
largamente negado (y autonegado) a las mujeres.
El mundo que presenta el imaginario
femenino no es necesariamente un mundo rosa como lo imaginó el imaginario
masculino. Es un mundo herido, lastimado, de envidia, de celos, de odios, de
venganzas. Es quizá la sicología del melodrama que pide su lugar en la
literatura mayor. Hasta hace poco se había tildado toda literatura que
expresara una sensibilidad femenina de cursi o extravagante. Pero el género
menor está creciendo, y con un contenido político. No necesariamente una
política partidaria, ideológica. Crece con política libertaria: se rescata un
espacio humano, sicológicamente realista, comprensivo, para el mundo de la
mujer, sus necesidades y deseos. Es casi la búsqueda de una libertad civil y
humana largamente prometida y demorada.
Obras
citadas
Esquivel,
Laura. Como agua para chocolate Novela de
entregas mensuales con recetas, amores y remedios caseros. México: Planeta,
1989.
Franco,
Jean. Plotting Women Gender &
Rcpresentation in Mexico. New York: Columbia University Press, 1989.
Freud,
Sigmund. "Libido Theory and Narcissism". Introductory Lectures on Psychoanalysis. London: Pelican Books,
1973. Trad. de James Strachey. 461-481.
Gilbert,
Sandra; Gubar, Susan. "The Mirror and the Vamp: Reflections on Feminist
Criticism". Ralph Cohen Editor. The
Future of Literary Theory. New York: Routledge, 1989. 144-166.
Glantz,
Margo. "Las hijas de la Malinche". Karl Kohut, ed. Literatura mexicana hoy Del 68 al ocaso de
la revolución. Frankfurt am Main: Vervuert Verlag, 1991. 121-129.
González
Stephan, Beatriz. "Para comerte mejor: cultura calibanesca y formas
literarias alternativas". Nuevo
Texto Crítico Nos. 9/10, 1992. 201-215.
Halperín,
Jorge. "Como se cocina un éxito". Clarín
Cultura y Nación. 22-7-93. 67.
Radford-Hill,
Sheila. "Considering Feminism as a Model for Social Change". Teresa
de Lauretis, Editor. Feminist Studies
Critical Studies. Bloomington: Indiana University Press, 1986. 157-172.
Reuista Iberoamericana Nos.
132-133. Julio-Diciembre 1985. Número especial dedicado a las escritoras de la
América Hispánica. Dirigido por Rose Minc.
Russotto,
Márgara. Tópicos de retórica femenina
Memoria y pasión del género. Caracas: Monte Avila Latinoamericana, 1990.
Stimpson,
Catharine. "Our Project: The Building of Feminist Criticism". Ralph
Cohen Editor. The Future of Literary
Theory. New York: Routledge, 1989. 129-143.
1 Sorprende la gran aceptación que hoy tiene esta nueva literatura de
mujeres, comparada al protagonismo literario más limitado de las autoras que
publicaron en la década del sesenta durante el apogeo del Boom, como
Castellanos, Poniatowska, Garro. El gran nivel novelístico de escritores como
García Márquez, Fuentes y Cortázar, puede sólo en parte explicar esta
situación.
2 La actitud "movimentista", a través de la
cual se han implantado modelos culturales, como lo fueron el modernismo hispano
americano, liderado por Darío, y las vanguardias que pulularon en todo el mundo
de habla hispana en la primera mitad del siglo, permitió una rápida difusión de
esas propuestas literarias y la consolidación de un público lector. Atrajo
interés y respaldo editorial como para crear un modesto "mercado"
alrededor de esa literatura, de consecuencias perdurables y constructivas para
el mundo hispanohablante. Frente a estas situaciones de éxito colectivo siempre
quedan relegados sectores del mundo cultural, aquellos que no pueden
encuadrarse dentro de la nueva propuesta; un ejemplo paradigmático de
injusticia literaria lo fue el reconocimiento tardío de José María Arguedas,
comparado al éxito y difusión inmediata de los escritores del Boom.
3 Consultar los ensayos de Revista Iberoamericana Nos. 132-133, Julio-Diciembre 1985, número
especial dedicado al estudio de las escritoras de la América Hispánica.
Debernos destacar también los estudios de la crítica inglesa
latinoamericanista, muy leída en Hispanoamérica, Jean Franco, quien asocia el
método marxista con la crítica feminista en Plotting
Women Gender and Representation in Mexico (New York: Columbia University
Press, 1989).
[4]
Tita, la mujer
buena, es virgen cuando amamanta a su sobrino, actuando como madre sustituta
“fértil” frente a una madre real “seca”. Allí el lector se enfrenta a una
situación claramente asociada al mito de la maternidad virginal milagrosa.
Publicado en
Alberto
Julián Pérez.
Modernismo Vanguardias Posmodernidad.
Buenos Aires, Corregidor:
1995. 281- 295.
No hay comentarios:
Publicar un comentario