de Alberto
Julián Pérez ©
Doña Argentina Nery Olguín nació en Villa
Unión, en la provincia de La Rioja, el 25 de mayo de 1933. Era la décima hija
de su familia. Su papá trabajaba de peón en los olivares y viñedos de los alrededores.
Argentina aprendió a leer y escribir en la escuelita del pueblo. A los quince
años, en 1948, se casó con su novio Bernabé Gaitán. Ya estaba embarazada y
sabían que se pasarían toda la vida juntos y tendrían muchos hijos.
Bernabé Gaitán era aprendiz de
carpintero. Su papá tenía un terreno en el barrio de la Virgen de la Peña, y allí
Bernabé construyó una casa de adobe para su familia, con la ayuda de su suegro
y sus hermanos. Era una época de optimismo para la gente de Villa Unión. El
General Perón era generoso con las provincias necesitadas del Noroeste, y
muchos habían recibido préstamos del gobierno para plantar vid y olivos. Se estaba
fomentando el turismo. La zona era de una belleza paradisíaca. El pueblo estaba
rodeado de montañas que descendían hacia el valle, atravesado por quebradas de
greda rojiza. Hacia la altura iban los senderos que unían la tierra con el
cielo azul. Su aire era puro, y los zorzales y viuditas cantaban en los
chañares y las jojobas.
En 1950 recibieron una noticia que
los llenó de alegría. La primera dama de la República, Evita Perón, recorrería la
provincia en una caravana, acompañada de una comitiva, y se detendría en el
pueblo. Evita deseaba contemplar el paisaje de la zona y conversar con los
lugareños. Para ese entonces Argentina tenía ya dos hijos, un varón y una nena,
y quería que Evita los viera. La caravana llegó y se instaló en la casa del
intendente. La primera dama dio órdenes a sus guardaespaldas de que dejasen que
la gente se acercara a hablar con ella. Argentina fue cargando un niño en cada
brazo. La gente pobre del pueblo la rodeaba. Eran casi todas mujeres. Evita las
abrazaba y tomaba a los niños en sus brazos. A Argentina le llamó la atención su
sonrisa encantadora y su mirada. Sus ojos observaban con ternura a los que se
aproximaban. Ella le dio a su hijo para que lo tuviera alzado. Evita se puso a
hablar con la joven madre. Le preguntó su nombre. Ella le respondió con
orgullo: “Argentina”. Quiso saber cuándo era su cumpleaños. Le dijo que el 25
de mayo. “Vos sos la patria, Chinita”, le dijo Evita. “Cuando te nazca un chico
un 9 de julio, llámalo Angel. Ese los va a proteger, y yo, desde donde esté,
los voy a estar cuidando.” Argentina se la quedó mirando con incredulidad, pero
tratándose de Evita, tan joven, tan hermosa, todo era posible. Argentina era
muy creyente, iba siempre a misa y desde aquel día rezaba para que se cumpliera
el deseo de Evita.
Pasaron dos años, murió Evita y,
pocos años después, cayó Perón. Los gobiernos militares dictatoriales
castigaron a las provincias pobres del Noroeste, que habían apoyado a Perón, y
las condenaron al abandono. Bernabé y Argentina tenían un hijo cada año. La
familia se extendía. Bernabé agregó más cuartos a su casa de adobe y un taller.
Allí puso su propia carpintería. Era joven y trabajaba muy bien la madera. El
dinero alcanzaba poco y cuando ya los más pequeños fueron creciendo, Argentina
empezó a buscar trabajo de limpieza en las casas de la gente más pudiente: el
médico, el amacenero, el ferretero.
No había en Villa Unión un buen
dispensario médico. Los peronistas habían prometido abrir una clínica, pero
cuando cayó Perón el proyecto quedó en la nada. El único médico del pueblo,
Rafael Villagra, se encargaba de algunos partos y de curar a los enfermos
ambulatorios. Las comadres del pueblo asistían en los nacimientos. Argentina
había tenido a sus hijos en su mismo rancho de adobe. A principios de 1965 ya
le había nacido el hijo onceavo, pero cinco se le habían muerto de pequeños.
Casi siempre de fiebre, de diarrea y de malnutrición. Ella decía que tenía seis
hijos vivos y cinco angelitos. Iba siempre a llevarles flores a sus tumbas en
el cementerio de Villa Unión.
1965 fue un año difícil. Había mucha
pobreza. Arturo Illia había llegado a la presidencia sin verdadero apoyo
popular. El pueblo no era Radical, era Peronista. Los militares ya estaban
preparando otro golpe. Querían destruir al peronismo definitivamente. Sería una
dictadura cruel, para intentar erradicar al Movimiento. Argentina volvió a
quedar embarazada. Esperaba el bebé a fines de junio o principios de julio de
1966. Rogó que naciera el 9 de julio, el día de la Independencia, para
dedicárselo a Evita. Se dijo que lo llamaría Angel y, si era nena, Angelita. La
crisis política se agravó y el 28 de junio de 1966 los militares derrocaron a
Illia. Al día siguiente, el 29 de junio, asumió el poder el General Onganía.
Dijo que ése era el gobierno de la “Revolución Argentina”. “Argentina no será”,
se dijo ella.
El día 1º de julio Argentina tuvo un sueño: vio a
Evita en su cocina, sentada en una de las sillas de algarrobo. Estaba vestida
de blanco, tenía el pelo rubio recogido. “¡Santa Evita!”, exclamó Argentina en
su sueño. Evita la miró con sus ojos oscuros llenos de tristeza, y no dijo
nada. Se levantó, abrió la puerta del rancho y se fue. Argentina entendió que
le había dado la señal. El 9 de julio, a las 10 de la mañana, en su casa de
adobe nació Angelito. Su padre le había hecho una cunita en su carpintería.
Entró al dormitorio donde yacía ella junto al bebé y se la entregó. “Es para el
Angel”, le dijo.
Era un niño hermoso y lleno de vida.
Bernabé dejaba a cada rato la carpintería para ir a verlo. El cura Zanabria los
felicitó, era su hijo doceavo. Argentina le dijo que lo iba a llamar Angel. El
cura les sugirió que le pusieran de primer nombre Miguel, como el Arcángel.
Miguel Angel los protegería de los demonios. Les pareció muy buena idea. El
cura los quería mucho y siempre trataba de ayudarlos, y llevarles comida y
ropita para los niños. Una navidad les había traído un chivito para que
festejaran.
Al mes hicieron la fiesta del
bautismo. Cocinaron locro y empanadas y sirvieron vino patero para todos. Vino
un cantor de Chilecito, que era conocido del cura. Los deleitó con zambas y
cuecas. Disfrutaron mucho.
Las cosas, sin embargo, no iban muy bien para la
familia. La pobreza los perseguía. Don Bernabé tenía dos hijos que lo ayudaban
en la carpintería, pero no ganaban lo suficiente. Eran muchas bocas para
alimentar. Argentina, que trabajaba sin descanso en su casa, atendiendo a sus
hijos, iba por las tardes a ayudar en la casa del doctor Villagra, para ganarse
unos pesos. Cuando salía, Bernabé llevaba a Angelito a su taller y lo ponía en
su cuna. Parecía que le alegraba escuchar el canto de las garlopas. Le gustaba
oler los perfumes de la madera fresca.
El 24 de diciembre de ese año, Argentina
y Bernabé se prepararon para recibir la navidad. Apenas anocheció acostaron a los
niños en su cuarto, menos a Angelito, que dormía en su cuna junto a ellos. Lo
besaron y fueron a la cama. Al día siguiente todos se levantarían temprano.
Bernabé les había hecho juguetes a los niños en la carpintería y esperaban la
fiesta con alegría. La madre de Argentina había matado un pavo e irían a comer
a casa de ella. Se acostaron e hicieron el amor. Poco después Argentina se
durmió. A la madrugada tuvo una pesadilla y se despertó boqueando. En su sueño
se le había aparecido Evita. Su cuerpo pequeño y su cabello rubio eran el de
siempre, pero su rostro estaba descarnado y sus ojos vacíos. Temió lo peor. Se
levantó y fue a abrazar a su hijo pequeño. Pensó que era un mal presagio. Su
esposo trató de tranquilizarla. Le dijo que confiara en Dios, él los cuidaría.
Nada malo le ocurrió a la familia. Tuvieron un
fin de año normal. La situación política de la provincia continuó siendo
delicada. Se corrían rumores. Gendarmería vigilaba la zona. Decían que podía
haber guerrilleros ocultos en las montañas, alguna columna desprendida de las tropas
del Che, que estaba en Bolivia. Creían que podía haber un levantamiento popular
en Tucumán y extenderse a todo el Noroeste.
Ese año el invierno prometía ser
crudo. La temperatura bajó en abril. En mayo hizo frío y viento. A fines de ese
mes Angelito se empezó a sentir mal. Argentina se alarmó. Ya había cumplido 33
años y no quería perder más hijos. Le costaba parirlos y criarlos. Cada uno era
carne de su carne. Lo llevó al Dr. Villagra, que lo revisó. No era nada grave.
Trabajaba en la casa del doctor, hacía la limpieza y el doctor le atendía a sus
hijos sin cobrarle.
En junio Angelito estaba inapetente.
Reía mucho, como siempre, con una sonrisa grande. Sus ojos eran oscuros, negros,
como los de su madre. Argentina le daba el pecho, tenía muy buena leche, y no
sabía bien qué le pasaba. El 23 de junio se despertó con fiebre. Su madre le
dio una aspirina y lo arropó bien. Por la noche empezó a llorar. Cuando Argentina
lo levantó de la cunita vio que tenía su cuello rígido, no podía moverlo. Alarmada,
se vistió y corrió a lo del Dr.Villagra. Su esposo la siguió. El doctor se
levantó para atender al niño. Lo revisó y le dijo a la madre que su hijo estaba
muy mal, tenía meningitis. Argentina le pidió que lo salvara. Su hijo era un
angelito inocente. El doctor le dijo que estaba en manos de Dios. Su esposo le
rogó que no lo dejara así, le pidió que lo llevara a una clínica, él le
pagaría. El Dr. Villagra llamó a una ambulancia y se dispusieron a trasladarlo
a Chilecito. A la una de la mañana del 24 llegó la ambulancia con una
enfermera. Argentina tomó a su hijo en brazos y se metió en la ambulancia,
junto con su esposo. Era una noche fría, de luna. El paisaje de la montaña se
tornó espectral. Llegaron a El Cachiyuyal y Angelito respiraba con dificultad.
Al subir la cuesta de Miranda, la madre se sintió mal. Detuvieron la ambulancia
a un costado del camino. Cuando la enfermera fue a ver al niño comprobó que
estaba muerto. Argentina rompió en un llanto desconsolado. Su esposo la abrazó.
Lo velaron en su casa de adobe en el barrio de la Virgen de la Peña. Los vecinos de la pequeña ciudad de Villa Unión llegaron para ver al angelito. Su madre puso una silla sobre la mesa de la cocina y allí colocó a su hijo vestidito. Apoyó sobre la silla una pequeña escalera. Era la escalera que lo conduciría al cielo. Había muerto inocente. Tenía garantizada la eternidad. Puso sobre la mesa crisantemos. Les pedía a sus familiares y vecinos que se acercaran para ver al angelito. Todos le decían que era muy hermoso, y que ya tenía otro ángel de la guarda que la protegiera. El 25 lo enterraron en un pequeño féretro que le hizo su padre, en el cementerio de Villa Unión, cerca de sus otros hermanitos muertos. Colocaron una cruz con la inscripción: “Miguel Angel Gaitán, q.e.p.d. 9.7.1966 – 24.6.1967”.
Lo velaron en su casa de adobe en el barrio de la Virgen de la Peña. Los vecinos de la pequeña ciudad de Villa Unión llegaron para ver al angelito. Su madre puso una silla sobre la mesa de la cocina y allí colocó a su hijo vestidito. Apoyó sobre la silla una pequeña escalera. Era la escalera que lo conduciría al cielo. Había muerto inocente. Tenía garantizada la eternidad. Puso sobre la mesa crisantemos. Les pedía a sus familiares y vecinos que se acercaran para ver al angelito. Todos le decían que era muy hermoso, y que ya tenía otro ángel de la guarda que la protegiera. El 25 lo enterraron en un pequeño féretro que le hizo su padre, en el cementerio de Villa Unión, cerca de sus otros hermanitos muertos. Colocaron una cruz con la inscripción: “Miguel Angel Gaitán, q.e.p.d. 9.7.1966 – 24.6.1967”.
La vida siguió su curso. Poco tiempo
después asesinaron al Che en Bolivia. La Gendarmería se tranquilizó y dejaron
de patrullar la zona. En las ciudades la Resistencia popular se hacía sentir. En
1969 los trabajadores de Rosario y Córdoba se rebelaron. Doña Argentina se
enteraba de lo que pasaba por la televisión, que veía a veces en la casa del
médico.
En 1970 Doña Argentina hizo celebrar
una misa en Villa Unión en recuerdo de sus hijos muertos. Ya le habían nacido
dos más. En 1971 se le murió una niña y volvió a quedar embarazada. En 1972
tuvo a su hijo número quince. Le pidió a Dios que no le llevara más hijos.
Tenía nueve niños vivos, y no quería que ninguno más se muriera. Le rezó a su
hijo Angel. Siempre había sido especial para ella. Fue con el único que se le
apareció Evita. No olvidaba sus palabras. Ahora su hijo estaba junto a la
santa. Argentina escuchó que le habían restituido el cadáver de Evita a Perón.
Había sufrido un largo exilio. Su cuerpo embalsamado estaba intacto. Doña
Argentina se dijo que sería lindo ver a su hijo Angel otra vez. Recordaba las
palabras de Evita: Angel la iba a proteger y ella misma la estaría cuidando desde
el cielo.
Se hablaba de que Perón volvería al
país. Argentina pensó que le gustaría ir a Buenos Aires a ver al General alguna
vez si regresaba. Le contaría lo que Evita le había dicho en Villa Unión, y le
diría que se le aparecía en sueños por las noches. Pero estaba tan lejos de
Buenos Aires…sería difícil ir y era probable que no pudiera recibirla… Finalmente
anunciaron que Perón regresaría el 20 de junio de 1973.
En el mes de febrero hubo varios días de tormenta en
el pueblo. Era la temporada del viento Zonda. Llovía mucho, el cielo se cubría
de relámpagos. Doña Argentina tuvo una premonición. Esa noche no pudo dormir.
Sintió miedo. Algo especial iba a ocurrir. Finalmente, a la mañana siguiente salió
el sol. Hacía calor. Cerca del mediodía se apareció en la casa Don Silverio.
Era el encargado del cementerio. Dijo que se había inundado una parte del
cementerio y el cajoncito de uno de sus hijos había aparecido a flor de tierra.
Doña Argentina pensó que tenía que ser el cajón de Angelito. Corrieron con su
marido a verlo. Bernabé levantó la tapa del cajón. Era Miguel Angel. El bebé
estaba intacto. Parecía que el tiempo no hubiera pasado. Doña Argentina lo
levantó y lo tomó en sus brazos. Era como un muñeco. Lo besó. Pensó que también
Evita sería una muñeca. Le pidió a Don Silverio Vega que por favor le
construyera una bóveda de ladrillo, para que su angelito descansara en paz. Don
Silverio hizo la bóveda y todo volvió a la normalidad.
En el pueblo estaban todos pendientes del regreso de
Perón. Ya no estaba prohibido ser peronista. Ya no golpeaban ni encarcelaban a
nadie por gritar “¡Perón, Perón!”, o cantar la Marcha Peronista. Hasta se podía
tener un retrato de Perón y Evita en la casa. Se acercaba el 20 de junio, el
día del anunciado retorno. Doña Argentina estaba contenta. La noche del 19 tuvo
un sueño. Se presentó una figura amiga, conocida. Vio a Evita sentada al borde
de la tumba de su hijo. Estaba sonriente y abría la bóveda. Saltaban los
ladrillos y aparecía el cajoncito de Angelito. Evita levantaba la tapa y tomaba
al niño en sus brazos.
A mediodía apareció en su casa Don Silverio. Había pasado
algo raro. Durante la noche se había caído la pared de la bóveda de Angel. El
cajón estaba abierto, tenía la tapa a un costado. El cuerpo del niño no había
sufrido daño. Le dijo que iba a avisar a la policía que en el pueblo había
vándalos. Doña Argentina le pidió que no dijera nada, que todo estaba bien.
Corrió al cementerio a ver a su hijo, lo tomó en sus brazos, lo acunó, le cantó
una canción que le había enseñado su madre. Desparramados en el suelo estaban
los ladrillos de la bóveda, como si alguien los hubiera arrancado con la mano.
Esa noche escucharon que habían ocurrido graves
disturbios en el aeropuerto de Ezeiza poco antes de la llegada de Perón. Fueron
a la casa del cura para que les dejara ver el noticiero. Se habían agarrado a
tiros los Montoneros con la Guardia de Hierro. Apareció Perón en la pantalla agitando
los brazos y todos se sonrieron tranquilos. El General había regresado al fin.
Don Silverio reconstruyó la bóveda dos veces más y se
volvió a repetir la escena. El cajoncito amanecía fuera de la bóveda, sin su
tapa, el cuerpecito expuesto a la luz y al aire. Doña Argentina pensó que era
la voluntad de su hijo, que quería ver la luz. Con su familia se pusieron de
acuerdo en construir un cuarto, que se pareciera a la sala de una casa, en el
cementerio y poner el cajón de Angel allí descubierto. El cuerpo estaba
perfecto, como si hubiera muerto ayer. “No está muerto”, dijo la madre, “él
vive”.
Levantaron la casita para Angelito. Y así llegó 1974.
Al fines de junio se enfermó el hijo más pequeño. Tenía fiebre. Al día
siguiente amaneció con el cuerpecito rígido. Doña Argentina recordó con horror
lo que le había pasado a Angelito. Corrió a lo del Dr. Villagra. El doctor lo
revisó y le dijo que poco se podía hacer, que se preparara para lo peor. Tenía
meningitis, como había tenido Angelito. Doña Argentina tomó al niño y se fue al
cementerio. Puso al niño frente al cuerpo intacto del Angelito. Le dijo: “Hijo
mío, te pido por la vida de tu hermanito, sálvalo, no dejes que se muera. Te lo
pido por mí y por Santa Evita”. El rostro de Angel estaba iluminado, como si
estuviera vivo. “Te pido un milagro”, repitió su madre.
Con su hijo enfermo en brazos, se dirigió hacia la
puerta de la rústica cripta de adobe. Salió del cementerio y se fue a su casa.
Acostó a su hijo, que no se movía, en la cunita que había sido de Angel. Se
durmió en su cama a su lado.
Tiempo después se despertó. Se dirigió, con miedo, a
la cuna de su hijo, temiendo su muerte. Al levantar el cuerpecito un llanto la
sorprendió. El niño estaba llorando. Lo besó, lo abrazó. Tenía hambre.
Comprendió que estaba curado. Le dio el pecho. El Angelito había hecho el
milagro. Le comunicó la buena nueva a su esposo, que no salía de la admiración.
Esa noche, en su sueño, volvió a aparecer Evita. Esta
vez estaba sonriente. Parecía la Madona. Tenía en su regazo a un niño. Cuando
lo miró vio que era su hijo Angel. “Te dije, Argentina, que te iba a dar un
Angel de la Guarda que los cuidara: aquí está el Angel”, le dijo. “Anuncia la
nueva al pueblo. Quiero que hasta el fin de tus días cuides su tumba y te
encargues de atenderlo. Muchos vendrán a verlo y hará milagros”.
Al día siguiente salió con su hijo más pequeño en
brazos. Se lo mostró a los vecinos. Les dijo que el Angelito había hecho el
milagro. Lo había salvado. Era un angelito milagroso. Se corrió la voz en el
pueblo. Esa tarde, cuando fue a visitar a Angel, encontró que junto a su tumba había
juguetes. Alguien de Villa Unión había estado allí y se los había dejado. Al
rato llegó una señora con su hijo de tres años, Pedrito. “Vengo a pedirle por
mi hijo al angelito”, le dijo a Doña Argentina. “Pídale”, dijo ella, y se fue.
La señora se quedó arrodillada frente al angelito, con su hijo tomado de la
mano.
Pocos días después una vecina vino a buscar a Doña
Argentina. Su hija de nueve años estaba enferma. Le había dado un ataque raro y
no podía caminar. Tenía fiebre. El médico le preguntó si la habían vacunado. No
tenía sensibilidad en las piernas. Podía ser poliomielitis. Fueron las dos a la
casa de la vecina y alzaron a la niña. La llevaron al cementerio a la cripta de
adobe del Angelito. Doña Argentina tomó a su hijo en sus brazos y se lo acercó
a la niña, que lo tocó con sus manitos.
“Angelito, Angelito milagroso”, dijo su madre, “te
pido por mi hija Evangelina. Déjala que camine, ayúdala, sálvala”. Doña
Argentina le dijo: “Pídaselo por Santa Evita”. “Angelito”, repitió la señora,
“te lo pido por Santa Evita”.
Le dijo a la niña que besara al angelito y se regresó
a su casa con su hija en brazos. A la mañana siguiente volvió a visitar a Doña
Argentina. Traía a su hija a su lado, caminando. La abrazó a Doña Argentina.
“¡Señora, señora, se hizo el milagro!”, le dijo. Se fueron las tres al
cementerio. Angelito estaba allí, con los ojos casi abiertos, parecía que las
estaba mirando. Doña Argentina le dijo a la niña que lo levantara y lo tuviera
en sus brazos.
El próximo día, 1º de julio de 1974,
murió Perón. Doña Argentina fue con su esposo a la Iglesia de Villa Unión a
rezar. “Señor”, dijo, “ahora están juntos. Pido por sus almas, que no se
separen más. Tanto que los han torturado en vida al General y a Evita, dales
paz en la muerte.”
El día 2 volvió a visitar al
angelito. Llevaba ropa de bebé. Le había prometido a Evita que iba a cuidarlo.
Al llegar vio que varias personas de la pequeña ciudad la aguardaban frente a
la cripta. Traían a sus niños. Dijeron que venían a visitar al angelito y a pedirle
por sus hijos. Una niña depositó frente al féretro abierto una muñeca. Un niño
le puso un autito de juguete. Doña Argentina les pidió que la ayudaran a
cambiarlo. Una señora lo sostuvo mientras ella le quitaba la ropa. Tenía su
piel intacta, su cuerpecito fresco. “Es un milagro”, dijo la señora.
Doña Argentina le puso la ropita nueva, limpia. Su
hijo quedó precioso. Los visitantes se pusieron de rodillas ante el angelito
milagroso. La madre salió sin decir nada y los dejó rezando.
“El angelito milagroso”.
Revista La Quimera No. 91. Mayo 2015.
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