Alberto Julián
Pérez ©
Jorge Luis Borges
presentó en sus cuentos varias historias cuyas tramas se desarrollaban dentro
de un mundo dominado por un poder colonial. En estas las circunstancias de la
dominación resultaban determinantes en su desarrollo. Los personajes se
enfrentaban a problemas morales y espirituales derivados de los conflictos de
intereses y valores con el opresor. Los problemas éticos y religiosos
planteados, delimitados por la situación histórica, excedían el marco de lo personal.
La sociedad dominada luchaba por su sobrevivencia en una situación extrema de
crisis.
En estos cuentos Borges caracterizó
a la cultura dominada desde una perspectiva religiosa, antropológica y, sobre
todo, literaria. Nos introduce en su mundo espiritual y cultural, y muestra la
relación desigual de poder entre colonizador y colonizado. Revisa paralelamente
un tema crucial de la cultura argentina: el de la civilización y la barbarie. Borges
criticó el concepto argentino de civilización, derivado del concepto europeo
decimonónico. Durante sus aventuras colonizadoras en Asia y África, los
europeos afirmaban que se proponían llevar la civilización europea a países
atrasados y bárbaros (Ashcroft 22-35). Sarmiento empleó este concepto al
estudiar las guerras civiles argentinas y analizar la relación entre la cultura
urbana, la cultura gaucha y los pueblos indígenas en su conocido Facundo (Pérez, “El país del Facundo”… 19-29).
En los cuentos que voy a
comentar Borges simpatiza y se identifica con el oprimido. El dominador recurre
a la violencia para dominar y someter a los subalternos. Estos se defienden y
resisten, apoyándose en la vida espiritual de su comunidad. El dominado utiliza
su saber para tratar de hacerse justicia y restablecer el equilibrio social. Estos
personajes son individuos inseguros, limitados, sufrientes. Su fe y su sentido
de la moral los lleva hasta el último sacrificio para defender sus valores.
Borges mantuvo a lo largo
de su vida una relación cambiante y conflictiva con la política de su tiempo. Asumió
un compromiso ético como individuo, cuando lo creyó necesario, ante lo que
consideraba bueno o malo, defendiendo sus valores. Para él la política y la
ética estaban separadas. Se mostró escéptico frente a la política, a la que juzgaba
dominada por intereses temporales egoístas. Pasó de asumir una posición
nacionalista relativamente progresista en su juventud, cuando fue miembro de la
juventud Radical Irigoyenista, a una postura política opositora durante el
primer gobierno popular de Perón, y a una posición conservadora y
antidemocrática en su edad madura (Balderston, “Políticas de la vanguardia…”
37-40). Durante la Segunda Guerra Mundial simpatizó con la causa Aliada pro
Británica y denunció la política genocida antijudía nazi, tanto en artículos y
ensayos como en sus cuentos.
En los años que siguieron
al golpe de estado militar que derrocara al gobierno constitucional y
democrático del General Perón en 1955, Borges aceptó favores y prebendas de la
dictadura militar, junto a otros escritores e intelectuales antiperonistas, como
Ezequiel Martínez Estrada, José Luis Romero y Ernesto Sábato (Hernández Moreno
184). En momentos en que muchos profesores universitarios eran dejados cesantes
por el gobierno, Borges fue nombrado profesor de la Universidad de Buenos Aires
y Director de la Biblioteca Nacional (Woodall 254-6). No apoyó la Resistencia
Peronista ni le reconoció ninguna legitimidad. No denunció los crímenes de la
dictadura de Aramburu ni de los sucesivos gobiernos militares
anticonstitucionales. Consideró a los militares defensores de la nación y salvadores de la
patria. Excepto en su juventud, cuando apoyó al partido Radical, Borges no se
involucró directamente en actividades políticas partidarias y defendió la
autonomía de la profesión literaria frente a cualquier presión social. Durante
el primer gobierno de Perón sí participó en la vida política cultural. Fue presidente
de la Sociedad Argentina de Escritores de 1950 a 1953. La SADE era una
organización antiperonista y su programa de actividades era “más político que
literario” (Woodall 235-6).
En sus cuentos los individuos
manipulan la política y la historia según sus intereses. Ninguno de ellos puede
escapar, sin embargo, a sus responsabilidades éticas. La cuestión ética es la
última prueba para el ser humano. Sus personajes se enfrentan con su conciencia
y con su dios. Son seres representativos de la vida y la experiencia espiritual
de su comunidad. En “El hombre en el umbral” Borges presenta dos puntos de
vista en conflicto: el del colonizador y el del colonizado. El personaje clave en
la narración es un anciano de turbante, vestido con harapos, sentado en el
umbral de una casa, a quien “los años lo habían reducido y pulido como las
aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia” (O. C. 613). Ese umbral separa dos
espacios y va a separar dos tiempos: el pasado de la historia y el presente de
la narración. Al final del cuento descubrimos que el viejo controla el tiempo:
su narración de otra época le sirve para detener y confundir al investigador
privado que buscaba a Glencairn, el “hombre fuerte” a quien el gobierno
imperial inglés había enviado a India para reprimir la rebelión contra la
autoridad colonial. Mientras él lo entretiene con su historia en el umbral de
la casa, dentro el pueblo juzga a Glencairn por sus crímenes, lo condena a
muerte y lo ejecuta.
En este cuento, Glencairn
es un personaje que simboliza la política represiva del colonialismo inglés en
India: es el funcionario cruel y odiado por la gente (Rosemberg 243-4). Después
que lo secuestran, interrogan a los que pudieron haberlo visto, pero todos guardan
silencio. El pueblo de India es multiétnico. Conviven individuos de diferentes
religiones: musulmanes, sikhs, indúes, judíos. El colonialismo, demuestra
Borges, es un sistema brutal y opresivo. El autor simpatiza con la India y su
cultura milenaria. El viejo impide que Dewey, el investigador y narrador, salve
de la muerte a Glencairn.
El magistral relato del
anciano, la historia del antiguo funcionario y juez juzgado por un loco, le
interesa tanto al investigador enviado por el gobierno inglés, que no puede
moverse del umbral, tiene que escuchar la historia hasta el final. Quien
hablaba por la boca del loco, indica el viejo, era dios. La literatura aquí es
aliada de la justicia. El cuento, tal como se anuncia en el principio de la
narración, teje una relación intertextual con Las mil y una noches. En ese libro el rey se propone matar a
Scherazade, pero sus historias lo seducen y salvan su vida. La narración del
viejo en “El hombre en el umbral” atrapa al investigador y les da tiempo a los
conjurados para juzgar a Glencairn y ejecutar la sentencia. El pueblo se venga
de los crímenes cometidos por la administración colonial.
Borges construye las dos
historias “en abismo”. El viejo dice que los hechos que cuenta habían ocurrido
hacía muchos años, cuando él era un niño, pero son un espejo de lo que está
pasando en esos momentos en el interior de la casa. Borges describe el mundo dominado
por los intereses económicos y políticos coloniales como un mundo terrible. El
colonizador no se compadece del colonizado, que se mantiene fiel a sus mayores,
a su dios o dioses, y a sí mismo. [1]
En
“El informe de Brodie”, cuenta una historia que nos lleva al Africa negra durante
el siglo XIX, cuando ingleses, holandeses, belgas y franceses se disputaban la
conquista y colonización del continente. Se trata de un relato enmarcado con
dos narradores. El primer narrador, “Borges”, encuentra casualmente el informe
del misionero escocés presbiteriano Brodie dentro de un ejemplar de Las mil y una noches editado en
Inglaterra en 1840. Dice que el libro, que había pertenecido al misionero, tenía
anotaciones manuscritas en los márgenes, y a él le parecía que Brodie se había
interesado más en el mundo del Islam que en los cuentos de Scherazade. En el
informe, el misionero escocés habla sobre un grupo de nativos muy primitivos, los
Mlch, con los que había convivido. Los denomina “Yahoos”, para “que sus
lectores no olviden su naturaleza bestial” (O.C.
1073). Borges intencionalmente crea una relación intertextual con el nombre de
los personajes primitivos que describe el escritor escocés Jonathan Swift en su
relato Gullivers´Travels. La
investigadora Annette Leddy comparó a ambos escritores, y los juzgó con bastante
dureza. Para Leddy tanto Swift como Borges eran misántropos, creían que el ser
humano era incapaz de libertad y de justicia, y no se compadecían de los
sectores sociales más vulnerables. Dice que ambos autores tenían su propia “política
cultural” (Leddy 113). Señala el paralelo entre el personaje de Borges y el
misionero escocés Livingston, que realizó viajes al África en la segunda mitad
del siglo XIX. Para ella, Brodie defiende la misión de la civilización europea
y apoya la dominación colonial. Yo personalmente no estoy de acuerdo con esa
afirmación. Para mí Borges nos muestra al personaje desde una perspectiva
irónica. [2]
En la primera parte de su
informe Brodie describe a los Yahoos como un pueblo primitivo, “bárbaro”: hacían
el amor en público y se ocultaban para comer, vivían en la oscuridad y en el
lodo, se alimentaban de cosas fétidas, no tenían memoria del pasado, podían
predecir el futuro, se divertían viendo peleas de gatos y presenciando
ejecuciones, equiparaban a sus poetas a dioses y trataban de matarlos, veneraban
al dios Estiércol. Al final del cuento, sin embargo, el personaje hace un
paralelo entre el carácter de las instituciones bárbaras de los Yahoos y las
instituciones civilizadas inglesas, y contradice su propio argumento. Demuestra
al Rey de Inglaterra, destinatario del informe, que ese mundo primitivo era en
realidad análogo al mundo civilizado. Sus hábitos eran un reflejo deformado y a
veces contrapuesto de los nuestros. Sus instituciones eran semejantes a las
europeas. Tenían un sistema de gobierno monárquico, un lenguaje basado en
conceptos genéricos, creían en la raíz divina de la poesía, pensaban que el
alma sobrevivía a la muerte del cuerpo, creían en los castigos y recompensas, y,
por lo tanto, representaban “la cultura”. Le pide al Rey que los “salve”, que los
proteja, ya que son seres humanos tan valiosos como los europeos y semejantes a
ellos.
En
este cuento Borges critica al imperialismo inglés y defiende la humanidad del subalterno.
Su crítica es moral y cultural. En “El hombre en el umbral” se había puesto de
parte del viejo cuentista y de la cultura india, mostrando la capacidad de
resistencia de los nativos, que se unían contra el poder colonial, pasando por
encima de sus diferencias religiosas y étnicas; en “El informe de Brodie” convence
al lector de que las categorías de “civilización” y “barbarie” son relativas: el
que se cree civilizado observa a los otros pueblos según sus valores, a los que
considera universales, mientras ve los del pueblo observado como primitivos y
bárbaros, restándoles legitimidad. Si compara, sin embargo, los valores e
instituciones del otro pueblo con las propias, de inmediato descubre las
semejanzas. La civilización colonial es intolerante, excluye el punto de vista
del dominado y esa intolerancia los ha llevado a la destrucción de otras
culturas y al genocidio. [3]
Otros
dos cuentos en que Borges defiende la idea de la humanidad del subalterno y del
oprimido son “La escritura del Dios” y “El etnógrafo”. En “La escritura del
Dios” muestra la violencia de la colonización española en América. El sacerdote
del dios Qaholom, Tzinacán, narrador de la historia, cuenta que su pueblo fue
brutalmente atacado por los españoles. El conquistador que lo atacó, Pedro de
Alvarado, había sido uno de los líderes más crueles de la guerra de conquista
(Balderston, Out of Context 72-4).
Alvarado fue quien sometió a Guatemala. Tzinacán cuenta las torturas que sufrió
de parte de los invasores para que revelara donde tenían escondidos los
tesoros. El sacerdote resistió la tortura y guardó el secreto. Alvarado lo condenó
de por vida a una cárcel de piedra. El conquistador no respetó al pueblo
vencido, ni a su religión. Sólo le interesaba el oro.
Tzinacán,
en la cárcel, no pierde fe en su dios. Busca su mensaje, quiere hallar la frase
mágica, que Qaholom escribió para su pueblo, sabiendo que se avecinaban momentos
trágicos. Piensa que puede estar escrita en la piel del jaguar que está frente
a su celda. Ese animal era uno de los atributos del dios. La frase mágica podía
salvar a su nación. Era una fórmula de catorce palabras. El sacerdote tiene una
visión. Ve una rueda que contiene el universo. Observa infinitos procesos y
puede comprender la frase escrita en la piel del jaguar. Se siente
todopoderoso, sabe que puede cambiar el curso de la historia, pero se niega a
hacerlo. Dice que para quien “ha entrevisto el universo” la vida de un
individuo no puede ser importante, “aunque ese hombre sea él” (O.C. 599). El sacerdote ahora “es
nadie”. Borges dice que usó en este cuento argumentos cabalísticos (O.C. 629). Le había impactado la idea de
la cábala de que la palabra de dios podía estar cifrada en un texto, y un
individuo podía descifrarla. [4]
En
el cuento “El etnógrafo” Borges lleva a su lector al mundo del oeste
norteamericano. El personaje principal es un estudiante universitario de etnografía,
que tiene que hacer una investigación y escribir una tesis para completar su
doctorado. Se pone de acuerdo con su profesor y va a vivir con una tribu de
indígenas en el sudoeste de los Estados Unidos. Se propone descubrir el
“secreto” de su religión y escribir sobre él. El estudiante convive durante dos
años con los nativos, aprende su lengua y logra que su “brujo” le confíe el secreto
de sus creencias. Ahora debe contar el secreto a su comité de tesis. Esto le
crea un dilema moral al personaje: si escribe sobre el secreto de la tribu,
destruye una condición necesaria de su religión. Solo los iniciados pueden
conocer la doctrina secreta. Al regresar a la universidad se entrevista con su
profesor y le comunica su decisión: no va a revelar el secreto de la tribu, a
pesar que lo conoce. Esto significa que no podrá recibir su doctorado ni
terminar su carrera. No va a ser en un futuro profesor universitario ni investigará
para una universidad. Cuándo su profesor le pregunta por qué, este le explica
que lo más importante no es el contenido del secreto, sino la experiencia de
llegar a él. En sus propias palabras: “El secreto…no vale lo que valen los
caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.” Lo que aprendió
con los nativos tiene un valor universal; dice: “Lo que me enseñaron sus
hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.” (O.C. 990).
La posición del personaje
obliga a los lectores a reconsiderar sus ideas sobre el mundo de las culturas
indígenas del sudoeste norteamericano. Borges reafirma el valor de las
creencias del subalterno. El estudiante blanco aprendió el secreto de su
religión, pero además creó un vínculo de solidaridad y pertenencia con la
tribu. Ese vínculo se mantiene aunque él ya no viva con ellos. El desarrollo
espiritual que tuvo gracias a su convivencia con los indígenas es algo que lo
acompañará siempre, adondequiera que vaya. Borges condena la actitud etnocéntrica
de las culturas dominantes frente a las culturas nativas, y afirma la sabiduría
espiritual de estas últimas. La historia de “El etnógrafo” concluye de una
manera ejemplar: Fred Murdock, su personaje, que ha renunciado a la vida
académica, trabaja como bibliotecario en la Universidad de Yale. Se convierte
en protector y guardián del saber universal.[5]
El
hombre debe elegir entre el bien y el mal. Cada individuo tiene una responsabilidad
para consigo mismo y para con sus iguales. [6] Los seres
humanos de cada cultura se relacionan con su realidad y se abrazan a su fe.[7] Las
ideas son hechos capitales en la vida de los seres humanos. Gradualmente se
hacen parte de ellos y conforman su identidad. Este hecho, muchas veces, ha
tenido consecuencias trágicas y ha decidido el destino de un individuo y de una
nación. [8]
Borges,
el metafísico, el escéptico que no creía en la idoneidad de los hombres para
manejar el poder y ser justos, que desconfiaba de la política, de la que se
sentía víctima, y de los sistemas políticos con los que estuvo en conflicto,
era sin embargo un escritor de profundas convicciones morales (Bosteels 251-2).
Su ética tenía más en común con la moral protestante individualista que con la
católica. El individuo debía enfrentarse con su conciencia y con su dios. El
escritor, demostró Borges, es siempre un incomprendido. La comunidad suele
considerarlo un ser mágico, un genio o un prodigio, capaz de comunicarse con
los “espíritus”, y hace su catarsis a través de él.
Borges
veía al hombre como un ser dividido. Esta escisión es constitutiva del sujeto
borgeano, que nace en el pliegue entre el yo y el otro. En ese espacio
especular conflictivo, en el que el sujeto está en lucha consigo mismo, radica la
literatura. Allí el hombre accede al mundo del lenguaje y se contempla a sí
mismo. A partir de ese momento, como lo demuestra en “Borges y yo”, surge la
conciencia ética (O.C. 808). En sus historias
sus personajes se debaten entre el bien y el mal, la civilización y la barbarie,
el heroísmo y la infamia. El ser humano que habita en ese interregno tiene dos
caras, como Jano. Es a un tiempo ángel y demonio. Es un ser agónico.
Bibliografía citada
Ashcroft, Bill. On Post-Colonial
Futures. Transformation of Colonial Cultures. London:
Continuum, 2001.
Balderston, Daniel. Out of Context
Historical References and the Representation of
Reality
in Borges. Durham: Duke
University Press, 1993.
---. “Políticas
de la vanguardia: Borges en la década del veinte”. J. P. Dabove, Ed.
Jorge
Luis Borges: Políticas de la literatura. Pittsburgh: Instituto
Internacional
de Literatura Iberoamericana, 2008. 31-42.
Bosteels, Bruno. “Manual de conjuradores:
Jorge Luis Borges o la colectividad
imposible.”
J. P. Dabove, Ed. Jorge Luis Borges:
Políticas de la literatura…
251-270.
Borges, Jorge Luis. Obras completas 1923-1972. Buenos Aires: Emecé, 1974.
--- con Norman Thomas di Giovanni. Autobiografía
1899-1970. Buenos Aires: El
Ateneo,
1999. Trad. De Marcial Souto y N. T. di Giovanni.
--- con Margarita Guerrero. Manual de zoología fantástica. México:
Fondo de Cultura
Económica, 1957.
Castany Prado, Bernet. “El escepticismo en
la obra de Jorge Luis Borges”.
Konvergencias, Filosofía y Culturas en
Diálogo No. 10 (Octubre 2005).
www.konvergencias.net
Hernández Moreno, Alberto. “Borges y la
libertad”. Cuadernos de Pensamiento
Político No. 32 (Oct/Dice 2011): 173-192.
Leddy, Annette. “Borges and Swift: Dystopian Reflections”. Comparative Literature
Studies, Vol 27, No. 2 (1990): 113-123.
Lona, Horacio.
“Borges, la Gnosis y los Gnósticos. Una aproximación a “Tlön, Uqbar,
Orbis Tertius””. Variaciones Borges 15 (2003): 125-50.
Pérez,
Alberto Julián. “El país del Facundo”.
Imaginación literaria y pensamiento
propio. Buenos Aires: Corregidor, 2006. 19-29.
--- “Darío:
su lírica de la vida y la esperanza”. Revolución
poética y modernidad
periférica. Buenos Aires: Corregidor, 2009. 139-152.
Rosemberg,
Fernando. “El juicio de la historia”. J. P. Dabove, Ed. Jorge Luis Borges:
Políticas de la literatura…229-249.
Sarlo, Beatriz. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Seix Barral,
2007.
Woodall, James. La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro.
Barcelona: Editorial
Gedisa, 1999. Trad. de Alberto Bixio.
[1] Borges creía que el escritor tenía el deber de consagrarse a su arte. No
estaba obligado a expresar sus opiniones políticas si no sentía deseos de
hacerlo. Pensaba, como los Modernistas de fin del siglo diecinueve, que el
escritor debía ser “sincero” (Pérez, “Darío: su lírica de la vida y la
esperanza”… 139-52). Su obra era lo más importante para él. En “El milagro
secreto”, Borges cuenta la historia del escritor judío Jaromir Hladík,
condenado a muerte, víctima de la política genocida nazi, en los momentos
finales de su vida, cuando éste se sabe sólo frente a su dios y su literatura.
Hladík no quiere morir sin haber terminado de escribir su drama “Los enemigos”,
que, siente, lo justificará ante dios y, ya frente al pelotón de fusilamiento,
le pide un milagro: un año de tiempo para poder concluir su obra. Dios se lo
concede segundos antes que las balas asesinas nazis cumplan su objetivo. Se
detiene el tiempo físico y Hladík puede terminar en su memoria su drama. Dios
es su único testigo. Cuando la concluye, las balas asesinas completan su
trayectoria y lo matan, exactamente a la hora esperada por los nazis, según sus
cálculos burocráticos.
[2] Más adecuada me parece la lectura de Sarlo, que dice que Borges coloca
sus cuentos “en un campo histórico de fuerzas donde se enfrentan ideologías
políticas” (157). En su opinión Borges en el “El informe de Brodie” plantea un
tema moral y político (174).
[3] En “Historia del guerrero y de la cautiva” Borges enfrenta los conceptos
de civilización y barbarie en dos historias contrapuestas, donde ambos se
relativizan y se anulan. Borges equipara la conducta de Drocfult, el guerrero
bárbaro lombardo que cambió de bando en la lucha y murió defendiendo Ravena, la
ciudad que había ido a atacar, seducido por la superioridad de la cultura
romana, a la de la inglesa cautiva en la pampa argentina, que su abuela había
conocido en Junín, cuando su abuelo Francisco Borges era jefe de la frontera
con el indígena. La inglesa rehusó el ofrecimiento de la abuela de Borges, que
trató de convencerla de que abandonara su tribu y volviera a vivir con los
blancos, diciendo que era “feliz” en el desierto. Al final de la historia
Borges compara los episodios, argumentando que las dos historias eran
similares, porque a ambos individuos los había arrastrado una fuerza a la que
siguieron y que no era la razón (O.C.
557-60).
[4] A Borges le interesaron también las interpretaciones religiosas de los
gnósticos cristianos. Los gnósticos concebían el mundo como una serie de
anillos y círculos que se reflejaban. Habían sido considerados herejes por la
iglesia católica (Lona 126-30).
[5] Borges, en su vida, pasó por las dos experiencias: fue bibliotecario y
profesor universitario. No tenía título académico, ya que no cursó la
Universidad. La Universidad de Buenos Aires pasó, excepcionalmente, por encima
de ese requisito y lo nombró profesor. El gobierno que impulsó ese
nombramiento, merecido por su capacidad, era, desgraciadamente, un gobierno
militar anticonstitucional (Woodall 254-9).
[6] Borges estudió con devoción las religiones y se interesó en sus
problemáticas, pero se mostró escéptico frente a sus doctrinas. Para él el
escéptico no era el que negaba la verdad de las creencias, sino el que afirmaba
el valor potencial de cada una de ellas y nuestras limitaciones para conocer
(Castany Prado).
[7] Esas creencias tenían casi siempre aspectos
inverosímiles, como lo demuestra en su Manual
de zoología fantástica. Las religiones comparten con las literaturas su
pasión por los seres imaginarios.
[8] En el cuento “Deutsches Requiem” Borges presenta como personaje a un
joven idealista alemán, lector de Schopenhauer, admirador de Shakespeare,
lector de Nietzsche, que siente que tiene el deber de abrazar el nazismo y,
durante la Segunda Guerra Mundial, dirige un campo de concentración y se
transforma en un torturador, que asesina al poeta que más amaba. En ese caso,
el personaje reconoce que lo que buscaba él y todos los nazis no era salvar el
mundo sino destruirlo, y destruirse ellos para instaurar su fe en la violencia
extrema. Consideraban, con criterio religioso y fanático, que la violencia
regeneraba la vida y era necesaria para purificarla.
Publicado en Revista Destiempos No. 45 (Junio 2015): 49-58.