Alberto Julián Pérez ©
I. El Che, escritor
En
el año 1963 Ernesto “Che” Guevara (Rosario 1928 – La Higuera 1967) publicó sus
memorias de la guerra popular revolucionaria de liberación de Cuba, a las que
tituló Pasajes de la guerra
revolucionaria. En su prólogo indica que en un principio había pensado,
junto con otros compañeros que participaron en la lucha, escribir una
“historia” de la revolución, pero dado que pasaba el tiempo y el proyecto no se
realizaba, decidió escribir una serie de “recuerdos personales” de la campaña
militar (Pasajes de la guerra
revolucionaria 1977:V).
Explica
al lector que estos recuerdos eran parciales, incompletos, ya que “al luchar en
algún punto exacto y delimitado del mapa de Cuba…” no podía estar
simultáneamente en los otros sitios donde se peleaba (Pasajes…1977: V). Por eso invitaba a otros participantes
sobrevivientes de la guerra a dejar también su testimonio, pidiendo que se
atuvieran estrictamente a lo cierto, a la verdad histórica, tal como lo había
hecho él. El Che no quería que se olvidaran episodios heroicos de la guerra que
pertenecían ya “a la historia de América”.
Pasajes…
no fue el primer libro escrito y publicado por el Che. En 1960 había publicado Guerra de guerrillas, un manual sobre la
guerra revolucionaria, en el que sintetizaba su experiencia como soldado y
comandante guerrillero, y teorizaba sobre la posibilidad de extender esa guerra
a otros países de América en la lucha por la liberación. Tanto Guerra de
guerrillas como Pasajes... son obras escritas con criterio
expositivo y pedagógico. El Che comunicaba sus experiencias para ayudar a la
causa revolucionaria. En esta etapa hacía numerosas participaciones en público,
pronunciaba discursos, y publicaba artículos políticos en revistas. Uno de los
nuevos desafíos que tenía en su vida era el de ser “político revolucionario” o
político del pueblo (Obras completas. “Sobre la construcción del
partido” 101-12). El Che se vuelve un destacado ensayista político, cuyo tema
fundamental era la lucha por la defensa de la revolución y la liberación de los
pueblos del mundo, oprimidos por el imperialismo.
Ernesto
comenzó a escribir diarios en su adolescencia. Le gustaba escribir: lectura y
escritura lo acompañaron siempre (Piglia 103-114). Era un soñador y concebía
ideas audaces, trataba de llevarlas a cabo y escribía sobre ellas. Su padre
publicó en 1989 parte de un diario incompleto que encontró en unas cajas sobre
el primer viaje extendido que hizo Ernesto por su patria en 1950, a los 21 años
(Guevara Lynch, Mi hijo el Che 257-72). Recorrió un periplo de cerca de
5.000 kilómetros, por varias provincias argentinas, en una bicicleta provista
de un pequeño motorcito de origen italiano, marca Cucciolo, que podía
impulsarla por tramos, uno de los inventos populares en aquella época de
postguerra. El diario mostraba una expresión cuidada en diversas entradas, en
que el narrador contaba sus aventuras durante el vagabundeo con evidente
deleite. Ernesto, el joven estudiante de medicina, continuaría escribiendo
notas y diarios a lo largo de su vida, describiendo sus experiencias,
rescribiendo y ampliando estas notas más tarde, transformándolas en crónicas
autobiográficas.
En 1952 Ernesto
salió de viaje por América Latina con su amigo Alberto Granado, recorriendo
buena parte del continente. Este viaje (que llevara al cine con notables
resultados el director brasileño Walter Salles en Diarios de motocicleta,
en 2004, con el actor mexicano Gael
García Bernal en el papel del Che) fue una etapa de intensa experiencia social,
en que tuvo contacto personal con las masas trabajadoras y con los pueblos
indígenas de América (Sorensen 50-53). Ernesto reelaboró sus notas un año
después, y escribió el que podemos considerar su primer libro, que se publicara
después de su muerte como Notas de viaje.
Como todo libro de viajes es un libro heterogéneo que muestra la evolución de
la conciencia del personaje durante las distintas etapas del trayecto. Luego de
un principio ligero y “picaresco”, durante el periplo argentino y chileno, el
viaje se vuelve dramático al ingresar los amigos a Perú, visitar las ruinas
incaicas, conocer las minas y relacionarse con la población indígena (Viaje
por Sudamérica 61-96). Van a Lima y trabajan en un leprosario en la selva
peruana, donde conviven con los enfermos. Ese es el punto culminante de la
narración, que concluye con los personajes saliendo del pueblo en balsa por el
río Amazonas, en camino hacia Venezuela.
Su amigo Alberto
se quedó en Caracas, y Ernesto regresó a Buenos Aires para completar en pocos
meses su carrera de medicina, y volver a salir por Hispanoamérica en 1953. Este
segundo viaje continental, que realizó con su amigo Calica, abre una nueva
etapa en la vida de Guevara, que ya no volvería a vivir en su patria. Durante
el viaje escribió un diario que quedó inconcluso. En ese viaje, que comenzó en
Bolivia y continuó en Perú, Ecuador y Centro América, Guevara fue testigo del
golpe militar en Guatemala en 1954, apoyado por Estados Unidos, contra el
Presidente populista Jacobo Arbenz. Ernesto cuenta cómo vivió este episodio, su
deseo de participar en la lucha, de tomar armas contra los golpistas. Nos
confiesa su sentimiento de impotencia al ver la pasividad de la gente, que no
fue capaz de defender la revolución de Arbenz, que estaba llevando a cabo una
importante reforma agraria en su país (Otra vez 43-58).
Durante ese viaje
conoció a la militante peruana del APRA Hilda Gadea, exiliada en Guatemala, que
influyó en su evolución política. Hilda viajó con él a México, donde se casaron
y tuvieron una hijita (Massari 81-90). En México Ernesto conoció en 1955 al
revolucionario cubano Fidel Castro, héroe y sobreviviente del asalto al cuartel
Moncada en 1953, con cuya rebeldía se identificó. Castro lo convenció de unirse
a su Movimiento 26 de Julio, con el que preparaba la invasión a Cuba para
iniciar una ofensiva guerrillera, arrojar del poder al dictador Batista y hacer
una revolución política radical en su patria (Anderson 174). El diario que
llevaba Ernesto sobre este segundo viaje por América quedó inconcluso porque el
personaje aventurero, el estudiante viajero, el pícaro y divertido argentino, aceptó
unirse al grupo de Castro y se transformó radicalmente. Ernesto se convierte en
el “Che”, el médico militante, que lee con fervor a Carlos Marx, estudia El Capital, recibe entrenamiento militar
y se prepara para ir en la expedición del Granma.
En 1955 termina la
vida del aventurero, en estado de disponibilidad, que planeaba quedarse en
México, o viajar a Europa y encontrarse en París con su madre (Guevara Lynch, Aquí
va un soldado de América 89-95). Desde el momento que conoce a Castro
aparece en su vida un nuevo objetivo: hacer la revolución. El Che acepta luchar
por un país que no es el suyo, posee conciencia política continental, y verá la
expedición a Cuba como el comienzo de una experiencia revolucionaria que
proyectaba continuar en otros países y circunstancias, de ser posible.
La invasión
comenzó con un desastre. El contingente llegó a Cuba en el viejo yate Granma y
fue sorprendido y casi totalmente aniquilado en Alegría del Pío por el Ejército
de Batista poco después de desembarcar. El Che asistió a los enfermos y
heridos, organizó y entrenó a un grupo combatiente, y asumió responsabilidades
militares cada vez más importantes en la lucha armada. Fidel, reconociendo su capacidad
y liderazgo, lo nombró Comandante de la segunda columna que se desprendió de su
propia columna, una vez que el grupo guerrillero hubo crecido lo suficiente e
incorporado nuevos reclutas.
Durante los dos
años que duró la guerra el Che llevó un diario donde apuntaba los hechos
sobresalientes, y que luego utilizó para escribir las crónicas y artículos
sobre la guerra que publicó como Pasajes
de la guerra revolucionaria
(Dieterich...11-2). Llevó también un diario durante su expedición al
Congo en 1965, con el que escribió un libro, publicado póstumamente, en 1999,
como Pasajes de la guerra revolucionaria:
Congo. Compuso un diario puntual y meticuloso durante la guerra en Bolivia,
cuya última anotación fue la del 7 de octubre de 1967, un día antes de que
fuera cercado, herido y apresado en la Quebrada del Yuro, para ser asesinado al
día siguiente en La Higuera, por orden de sus captores, el ejército boliviano,
apoyado y asesorado por la CIA.
Las memorias del
Congo son un análisis e informe de hechos y episodios militares difíciles de
contar, por cuanto el Che consideró su participación en esa guerra un fracaso,
y muestra su decepción y frustración al dar sus opiniones (Pasajes de la
guerra revolucionaria: Congo 31-33). En el diario de Bolivia, al contrario,
a pesar que la guerrilla terminó en una posición difícil, después de muchos
meses de lucha, sin apoyo político apreciable de las organizaciones políticas
bolivianas y sin recibir ayuda de los campesinos de la zona, cercada por el
ejército que finalmente la aniquila, el Che muestra un gran optimismo y en todo
momento mantiene su espíritu de combate y se niega a aceptar que el grupo
estaba siendo destruido. En su opinión las posibilidades de iniciar un foco
guerrillero permanente eran buenas, y era la táctica apropiada para continuar
la guerra revolucionaria de liberación en Sudamérica (Castro, “Introducción”
519-33).
Los viajes y
desplazamientos por el mundo fueron una constante en la vida del Che. Como
Ministro de Industria en Cuba se transformó en embajador itinerante de la
Revolución y visitó numerosos países en Asia, Africa, Europa y América,
haciendo extensas giras, en las que conoció y trató a importantes políticos del
momento, como Mao Tse Tung, Ben Bella y Abdel Nasser (Taibo II 382-87). Durante
esta etapa el Che tuvo un papel político determinante, participó en foros
internacionales y escribió ensayos defendiendo sus ideas revolucionarias
marxistas, y proponiendo una lucha global para derrotar al imperialismo
norteamericano, creando “dos, tres…muchos Vietnam”, y extendiendo la revolución
socialista por todo el tercer mundo (“Crear dos, tres...muchos Vietnam es la
consigna”, Obras completas 341-54). Basado en su experiencia guerrillera
cubana esbozó su teoría foquista, sosteniendo que era posible hacer la
revolución en los países subdesarrollados, con numerosa población campesina, y avanzar
la causa del socialismo en el mundo (“Guerra de guerrillas: un método”, Obras
completas 355-70). Preveía una lucha larga y costosa, con grandes
sacrificios. Sabemos cómo sus ideas fueron escuchadas, y las ilusiones que
generaron entre los militantes revolucionarios durante las décadas siguientes,
ante la perspectiva de un cambio revolucionario en nuestra América. Las fuerzas
represivas de las oligarquías y el imperialismo, por su parte, ante los avances
revolucionarios, reprimieron sin compasión a los militantes populares: obreros,
campesinos y estudiantes.
El Che fue un revolucionario
inusual, al que en su momento sectores de la izquierda acusaron de aventurero y
de no tener convicciones políticas bien fundadas en una militancia partidaria
consistente (Almeyra 21-4)). La gran cantidad de biografías escritas sobre él testimonian
el interés con que los historiadores estudiaron e interpretaron su vida. Junto
a su amor por la aventura, por los viajes, destacan su interés por las
competencias deportivas y las pruebas físicas que demandaban gran energía
(Taibo II: 38-45). Su condición de asmático crónico lo postraba regularme, como
resultado de fuertes ataques. En su niñez, sus padres trasladaron a la familia
a vivir a Alta Gracia, en las sierras de Córdoba, una localidad turística
donde, por su altura y buen clima, convalecían enfermos respiratorios, para
protegerlo (Massari 13-20). Esta situación despertó en él gran rebeldía y
emprendía actividades físicas arriesgadas desafiando sus limitaciones. Durante
sus años estudiantiles practicó rugby. Los viajes que hizo por Argentina en
bicicleta, y por Sudamérica en una vieja motocicleta y a dedo, también fueron
una prueba física exigente. Pero el desafío mayor fue la expedición armada a
Cuba, donde tuvo que vivir en el clima muy húmedo de la sierra, a la
intemperie, por más de dos años, sometido a incontables padecimientos físicos y
ataques de asma.
Durante la campaña
de la Sierra Maestra el Che desplegó un gran temple y vocación militar, aptitud
que ya estaba en su carácter y mantuvo durante el resto de su vida. Lo llevaría
en 1965 a comandar la expedición militar cubana al Congo, y a morir en 1967
liderando la lucha guerrillera en Bolivia, después de casi un año de campaña.
Como revolucionario, el Che fue un líder militar comparable a los jefes
guerrilleros que lucharon por la libertad de América durante los últimos
doscientos años. Sus memorias de la guerra revolucionaria cubana lo muestran
como héroe abnegado, que lucha por la liberación del pueblo.
Si leemos todos
los diarios y crónicas conocidas del Che como una obra continua, desde el
diario de su viaje en bicicleta por Argentina en 1950, hasta su diario de
Bolivia, nos encontramos con una memoria biográfica de experiencias vitales
excepcionales (Piglia 111-2). Estas experiencias lo transformaron espiritual y
moralmente e hicieron de él “un soldado de América” (Guevara Lynch, Aquí va
un soldado de América 7). La conversión gradual que hizo que Ernesto, el
estudiante de medicina, se transforme en Che, el guerrillero, y Che, el
político revolucionario, es equiparable, por su tensión moral, a los procesos
sufridos por individuos ejemplares cuyas vidas han marcado moralmente a la
humanidad. Después de la muerte el Che ha sido cubierto de un aura de
“santidad”, ha sido mitificado y elevado a símbolo de la juventud combativa e
idealista, que trata de reivindicar a los oprimidos y a los pobres. Podemos
asociar la figura del revolucionario, que lucha por su pueblo, a la de algunos
religiosos que han participado en la vida pública de América y defendido a los
pobres y a los oprimidos. Un caso paradigmático fue el del cura guerrillero
Camilo Torres. El mensaje cristiano de sacrificio está presente en el Che
(Sorensen 24-9).
El Che, que desconfiaba
de las religiones organizadas, luchó por la libertad y la liberación, palabras
claves en su vida. Su figura es un símbolo del espíritu altruista juvenil, que
desea cambiar el futuro y salvar a la humanidad. Admiraba la interpretación
redentora de la historia del marxismo. Estudió a Marx y se unió al Movimiento
26 de Julio de Fidel Castro. La posibilidad de la guerrilla apareció en su vida
como un momento fundamental para demostrar su virilidad y su heroísmo, imbuido
como estaba de la necesidad de realizar grandes obras.
Guevara es un
héroe contemporáneo que se vio envuelto en aventuras extraordinarias y logró
pasar del mundo privado del estudiante viajero, al mundo público del
guerrillero revolucionario, que lucha por liberar un país de la tiranía.
Participó como actor principal de una de las revoluciones claves del mundo
americano durante el siglo veinte.
En sus diarios el
Che proyecta sobre sí mismo, por momentos, una mirada escéptica y burlona,
distanciada; observa el mundo con duda y desconfianza, aunque se muestra
compasivo. Se ve como un incorregible y un Quijote, e intuye que esas pasiones
que no sabe y no quiere controlar, porque son fuente de placer y de grandeza
personal, lo llevarán a la derrota, a la locura o a la ruina. Este tono
irónico, presente en sus diarios de viaje juveniles, y en las cartas privadas
dirigidas a sus familiares y amigos, particularmente a su madre, fue menos
frecuente en sus crónicas de guerra, dado su carácter ejemplar y combatiente, y
la responsabilidad pública de su misión revolucionaria (Guevara Lynch, Aquí
va un soldado de América 38-62).
II. Memorias de la guerra revolucionaria
El
Che comenzó a escribir los artículos que integran Pasajes de la guerra revolucionaria en 1959, y los publicó primero
en las revistas Verde Olivo y Revolución. Luego de publicado el libro
en 1963 escribió nuevos artículos sobre el tema de la guerra durante ese año y
1964. La edición póstuma, de 1977, intercala, con criterio cronológico, sus
otros artículos publicados sobre la guerra de liberación cubana. Una edición de
2006, del Centro de Estudios Che Guevara, con prólogo de Aleida Guevara, su
hija, separa los textos publicados en la edición de mayo de 1963, de los
artículos sobre la guerra publicados con posterioridad a la edición, en 1963 y
1964. Presenta por primera vez una serie de correcciones que hiciera el Che al
manuscrito de la edición de 1963, para el caso que el libro se volviera a
publicar (Pasajes…2006:1). Dado que
el Che concibió su obra como una memoria “abierta”, tomaré como base para mi
trabajo la edición de 1977, por considerar que el criterio cronológico deja
menos vacíos en la narración de los episodios y permite al lector seguir mejor
la evolución de los sucesos.
Pasajes de la guerra revolucionaria es un libro de memorias en el que Che quiere celebrar el triunfo de
la revolución y afirmar su legitimidad, estimulando la fe del pueblo cubano en
sus líderes. Describe el sacrificio de los dirigentes que participaron en la
guerra y su costo humano. Considera que esas memorias no deben perderse porque
son ejemplares y forman parte de la historia de Cuba y de América.
El Che es el
narrador y un actor principal en las historias que cuenta. Los episodios fueron
escritos a lo largo de varios años, y luego recopilados y varían en su
carácter: algunos son anecdóticos y otros informativos, analíticos y
típicamente políticos. Describe con bastantes detalles los primeros quince
meses de actividad guerrillera, mientras que los últimos meses de la guerra
aparecen resumidos. Da particular importancia a la etapa de formación y
consolidación del núcleo guerrillero, y a su relación con la población
campesina en la sierra en los comienzos, después del desastre de Alegría del
Pío. Entre los personajes, el jefe guerrillero que tiene más autoridad es Fidel
Castro, al que el Che describe como un líder carismático, sabio, altruista y
casi infalible. Poco a poco Castro asignará al Che más responsabilidades
militares, invistiéndolo gradualmente de poder. El Che pasará de médico de la
expedición armada a combatiente, luego lo nombra miembro del Estado Mayor y,
finalmente, Comandante de la segunda columna.
Fidel vio al Che
como a su segundo, lo puso por encima incluso de su propio hermano Raúl.
Posteriormente designó a Raúl, a Almeida y a Camilo Cienfuegos (este último era
Capitán en la columna que mandaba Guevara) comandantes de otras columnas. En la
campaña final en el llano el Che fue el principal líder militar. Triunfó en la
batalla de Santa Clara, la victoria militar más importante del ejército
guerrillero, y concluyó la guerra revolucionaria. El Che se ganó un sitial como
uno de los héroes y salvadores de la nación moderna cubana. En la historia de
América, su nombre se une al de aquellos soldados que, sin ser oriundos del
país por el que luchaban, dedicaron sus mejores esfuerzos a liberar esa nación,
entre ellos el General Máximo Gómez, en Cuba, de origen dominicano, y el
Almirante William Brown, el marino irlandés que comandó la flota argentina
durante las luchas independentistas. El guerrillero argentino además pagó una
deuda histórica que tenían con Cuba los hispanoamericanos del continente, que
toleraron que durante el siglo diecinueve la isla siguiese siendo colonia
española, sin hacer mucho en su defensa, mientras el continente estaba
liberado.
A lo largo de la
narración el Che describe el heroísmo de sus combatientes y el valor de sus capitanes,
entre los que sobresalen Camilo Cienfuegos, capaz y osado, y El Vaquerito,
líder del Escuadrón suicida, muerto en la última batalla de la guerra. Critica a
los oficiales y soldados del ejército de Batista, poco motivados para luchar
por la defensa de un régimen corrupto y totalitario, entregado al imperialismo.
Descubre a los traidores que se infiltraron en el ejército guerrillero, como
Eutimio Guerra, que aceptó espiar para el régimen de Batista y se propuso
asesinar a Fidel Castro. El mismo Guevara se encargó de ejecutar a Eutimio,
después que éste fuera condenado a muerte por un tribunal guerrillero. La
justicia sumaria guerrillera fue criticada por los gobiernos burgueses y
liberales. Guevara y otros revolucionarios la consideraron necesaria para
mantener el orden y defender la revolución. Después del triunfo comenzaron en
1959 los juicios de La Cabaña, presididos por el Che, contra los criminales de
guerra, y se ejecutaron a varios cientos de condenados (Taibo II 360-63).[1]
Además de los
traidores, el comando guerrillero persiguió a los bandidos y ladrones de la
sierra, que, aprovechando la falta de autoridad policial, robaban y cometían
tropelías contra los campesinos. En “Lucha contra el bandidaje” Guevara cuenta
cómo capturan y ejecutan a varios bandidos peligrosos. En las descripciones de
héroes y de villanos, Guevara analiza el contexto social que rodeó la vida de
los personajes, haciendo notar el grado de responsabilidad individual. Tanto
héroes, como bandidos y traidores, son hombres libres que caen por sus
debilidades o triunfan por su amor al prójimo, su valor y su altruismo. A pesar
de la crueldad de la guerra, en que se busca matar al enemigo, Guevara hizo lo
posible por humanizar la lucha, no abandonaba a ningún compañero caído y
asistía a los heridos del enemigo. Liberó a todos los soldados prisioneros, no
se los maltrató ni se los torturó. Este trato difería totalmente del que los
guerrilleros recibieron de parte del Ejército de Batista, que torturaba y mataba
a los prisioneros, y a los campesinos que apoyaban a la guerrilla.
Presenta
en el relato a diversos personajes, comerciantes y campesinos, que ayudaban a
los guerrilleros y les daban provisiones. Clodomira y Lidia, dos mujeres
heroicas, espiaban para ellos y hacían de correo, poniendo en riesgo su vida. Analiza
la conducta y las motivaciones de los hombres que amenazaban la revolución.
Describe la conducta de los políticos que en Miami trataban de vender al
Movimiento, incluso antes que éste triunfara, y la de los guerrilleros de otros
grupos, como los del Segundo Frente del Escambray, que buscaban quitarle al 26
de Julio el liderazgo de la guerra, o impedirle operar en un determinado
territorio (Pasajes...178). Guevara se identifica con los fines y las
ideas del Movimiento 26 de Julio y de su líder Fidel. Considera al Movimiento
el auténtico representante de los intereses del pueblo. Cree necesario que las
otras tendencias y grupos políticos se subordinen a sus objetivos.
El Movimiento que
lideraba Castro fundaba su legitimidad, durante la guerra, en la necesidad de
luchar para restaurar la libertad a Cuba, que estaba en manos de un dictador.
Los impulsaba el amor a la patria, y ese amor había que demostrarlo arriesgando
todo por ella y ofrendando la propia vida si hacía falta. El ataque al cuartel
Moncada había sido un acto temerario que había costado muchas vidas. La defensa
de Castro ante sus jueces tomaba como ejemplo el sacrificio de los héroes y
mártires del pasado por la libertad de la isla, fundamentalmente a José Martí,
poeta y revolucionario (La historia me absolverá 53-127). Igualmente
temeraria y arriesgada fue la invasión a Cuba del grupo de Castro en el viejo
yate Granma. La planificación deficiente e improvisada llevó al desembarco
desastroso, que culminó en la sorpresa de Alegría del Pío, en que el grupo de
ochenta y dos combatientes fue diezmado y casi totalmente destruido, quedando
reducidos a un pequeño grupo de doce hombres.
La historia del
padecimiento de los guerrilleros comenzó antes del desembarco, durante la travesía,
desde Tuxpan, México, en que sufrieron hambre y mareos durante siete días.
Durante los tres primeros días en tierra tuvieron que ocultarse en ciénagas,
para no ser avistados por la aviación enemiga. El mismo individuo que los
guiaba en la marcha los traicionó y los llevó a una emboscada. Fueron
sorprendidos en Alegría del Pío y ametrallados sin compasión. Fue el bautismo
de fuego del Che, que tuvo que escoger entre llevar una mochila con
medicamentos o una caja de balas en la huída. Escogió las balas, sellando con
su elección su decisión de luchar por la causa con las armas en la mano,
aceptando su deber de “soldado revolucionario” (Pasajes...6). Una ráfaga
de metralla enemiga impactó en la caja de balas y una astilla saltó y le hirió
el cuello. Creyó que estaba gravemente herido y a punto de morir. Vio como
alrededor de él sus compañeros mal heridos expiraban. En ese momento recordó un
cuento de Jack London, en que un personaje esperaba en Alaska la muerte por
congelamiento (7). Quería morir con dignidad. Por suerte, la herida era
superficial y, a diferencia de la mayoría de sus compañeros del Granma, logró
salvar la vida.
El
Che recuerda la escena como algo grotesco. Ante el ataque, sus compañeros
bisoños no sabían qué hacer. Uno dijo que había que rendirse, y Camilo gritó que
allí no se rendía nadie (7). El grupo mantuvo su espíritu de lucha en medio del
desastre. El Che cree que allí se inició la verdadera “forja de lo que sería el
Ejército Rebelde” (7). El soldado tenía que hacerse en la guerra, y sólo la
prueba de fuego daba una idea de la dimensión heroica del guerrillero. El Che se
autocritica por su reacción ante el peligro: más que en la lucha futura, pensó
en su muerte y sintió que había sido derrotado. El temor y el pesimismo eran
inaceptables en un soldado revolucionario.
El próximo
episodio, “A la deriva”, narra el dificultoso escape y el reagrupamiento de los
sobrevivientes de la matanza de Alegría del Pío.[2]
El Che sabía que podían ser sorprendidos en cualquier momento y los matarían. Se
hacen una promesa, reafirmando la misión del grupo: luchar hasta la muerte (8).
Esos compañeros que iban con él eran cuatro, y todos sobrevivieron a la guerra
y pudieron ocupar puestos importantes en la revolución: Ramiro Valdés, Juan
Almeida, Chao y Benítez.
La travesía de los
días siguientes fue terrible. Sufrieron acosados por la sed. El Che trató de
resolver los problemas que enfrentaba recurriendo a lo aprendido en sus
lecturas. Recordó que había leído en una novela de aventuras que era posible
mezclar agua dulce con agua de mar; hizo la prueba y comprendió que era mejor
no confiar mucho en los novelistas: la mezcla era imbebible. Debilitados,
alimentándose del azúcar de las cañas que chupaban, continuaron la marcha y
encontraron a otro grupo pequeño en que estaba Camilo Cienfuegos. Caminaron por
la costa padeciendo hambre y sed durante dos días. Unos marinos enemigos
estuvieron a punto de sorprenderlos.
El grupo de
guerrilleros llegó a las proximidades de una casa en que se celebraba una
fiesta de “gente bien”, privilegiada: era una fiesta de oficiales del ejército
de Batista. Continúan la marcha y llegan a la choza de un campesino pobre, que
les ofrece su hospitalidad. Los campesinos se acercan a conocerlos, les traen
comida y les hacen regalos. En esa lucha los lados estaban tomados: los
revolucionarios y sus aliados del pueblo se enfrentaban a las fuerzas militares
de la opresión.
La alianza con los
campesinos será crucial para el desarrollo de la guerra, y condicionará la
política futura del Movimiento. El Che percibió el potencial revolucionario del
campesino, y reconoció la necesidad de atender sus reivindicaciones sociales,
modificando el régimen de propiedad de la tierra, haciendo una reforma agraria.
Los guajiros de la zona vivían en medio de una angustiante pobreza, mal
nutridos, sufriendo enfermedades crónicas, sin escuelas ni servicios sociales.
Estos campesinos les contaron que Fidel estaba vivo. Pocos días después se
encuentran con el resto de los sobrevivientes, incluidos Fidel y Raúl Castro,
Ciro Redondo y Faustino Pérez. Una vez logrado este reencuentro comienza la
nueva etapa de la guerrilla. El capítulo se cierra con Fidel recriminándoles la
pérdida de los armamentos: todo lo que el grupo del Che conservaba del equipo
militar con el que habían salido de México eran dos pistolas. Según Fidel, al
dejar las armas habían abandonado la “esperanza de sobrevivir” en caso de
toparse con soldados. El Che no olvidará la lección: el éxito de la lucha
depende en gran parte del armamento que se posee.
Una vez reunido el
grupo con su jefe natural: Fidel, necesitaban hacer algo para cambiar su
suerte. Debían atacar y vencer al enemigo, iniciar la lucha para buscar el
triunfo. Planifican el primer combate, el de La Plata, que tiene lugar el 16 de
enero. Guevara narra con delectación los pasos preliminares. Encuentran en el
camino al mayoral Chicho Osorio, hombre cruel y temido en la región, al
servicio de familias latifundistas (14). Chicho estaba borracho e improvisan
una escena de comedia: Fidel se hace pasar por un coronel del Ejército, para
sacarle información. Chicho cae en la trampa, se deja tomar prisionero y los
guía al cuartel de La Plata. Allí disponen el ataque, contaban con sólo
veintidós armas. Al comenzar la acción ejecutan a Chicho. Hieren y matan a
varios soldados y vencen pronto. Ellos no sufren ninguna baja. A los heridos
los curan, conducta militar ejemplar que los soldados de Batista no imitarían.
Capturan varias armas y municiones, objetivo esencial en la lucha, ya que no
contaban con proveedores de armamentos: tenían que apoderarse de las armas del
enemigo para poder aumentar el número de sus combatientes.
Dejan el área para
internarse en la sierra, y observan con dolor el éxodo de campesinos: los
mayorales los habían asustado, diciéndoles que el ejército bombardearía la
zona. Su verdadera intención era sacarlos de la tierra para robársela.
Entienden que el campesinado no estaba listo aún para incorporarse a la lucha,
y ellos tenían que crear esas condiciones si deseaban vencer. Concluye el
capítulo diciendo que ésa había sido la única ocasión en que el Ejército
Rebelde había tenido más armas que hombres. En el futuro eso cambiaría, al
incorporarse nuevos reclutas y formar un ejército guerrillero más numeroso y
mejor organizado (17).
El segundo combate
tuvo lugar el 22 de enero en Arroyo del Infierno. Fue un ataque dirigido contra
la vanguardia de la columna del Teniente Sánchez Mosquera. Sánchez Mosquera, en
opinión del Che, era uno de los jefes más capaces del Ejército de Batista, pero
también uno de los más sanguinarios, y no vacilaba en asesinar campesinos para
intimidar a la población e impedir que apoyara a los insurgentes.
El Che intercala
en su narración anécdotas personales. Cuenta con humor lo que sucedió cuando
usó un casco de guerra, tomado a uno de los soldados de Batista y sus compañeros
lo confundieron con un enemigo. Camilo disparó contra él, pero pronto se dio
cuenta del error, evitando un incidente más grave. En ese combate el Che mató a
su primer enemigo. Constata el hecho con cierta frialdad, como un mal
necesario. Los guerrilleros ya habían alcanzado cierta veteranía: el Che
controla sus emociones cuando le disparan, y mata como un deber de guerra, no
se ensaña con el enemigo.
Su moral
revolucionaria le dice que en esos momentos la guerra es inevitable. Su causa,
la liberación de Cuba, es, en su opinión, justa. No cuestiona su legitimidad. Fiel
a su espíritu analítico, el Che deriva lecciones de sus experiencias. Como buen
observador y maestro de sí mismo, aprenderá a combatir y a mandar. Durante los
dos años que dura la guerra revolucionaria se convierte en un excelente
soldado. Liderará la ofensiva militar final contra el régimen y triunfará en la
batalla de Santa Clara. Dominará los aspectos teóricos y técnicos de la guerra
de guerrillas, sobre los que escribirá un valioso manual.
En el combate de
Arroyo del Infierno el Che comprobó la importancia que tenía el “liquidar a las
vanguardias”, limitando la movilidad del enemigo, ya que “...sin vanguardia no
puede moverse un ejército” (20). Ese encuentro sirvió para levantar la moral de
los guerrilleros, que habían perdido fe en la posibilidad del triunfo, después
del desastre inicial de Alegría del Pío. En la lucha campeó la autoridad de
Fidel: fue quien calculó cómo actuaría el Ejército, decidió tenderle una
emboscada y disparó el primer tiro, dando comienzo a la acción. Fidel
representa la unidad de mando y la firmeza de la guerrilla. El Che aparece como
un ser falible, que comete torpezas, tiene ataques de asma que lo postran y
necesita de la ayuda de sus compañeros para seguir. Fidel no se equivoca. En
una ocasión el Che se opone a él y tiene que reconocer después que su jefe
estaba en lo cierto (56).
En el próximo episodio, “Ataque aéreo”, el Che
muestra el peligro interno que amenazaba a la guerrilla: los desertores, los
traidores y los soplones. Eran los individuos que vendían la revolución por
dinero o ventajas personales que, para la moral del Che, era el crimen mayor
que podía cometer un revolucionario.[3]
Introduce al villano más importante del libro, el traidor Eutimio Guerra.
Guerra espiaba para el enemigo y le habían ofrecido una suma de dinero para
asesinar a Castro mientras éste dormía, lo cual estuvo muy cerca de concretar.
Pasaba información al Ejército, que reprimía a los campesinos, quemaba sus
campos y viviendas, y torturaba y asesinaba a muchos, sembrando el terror en la
población civil.
El relato sobre
Eutimio Guerra continúa durante los dos episodios siguientes: “Sorpresa de
Altos de Espinosa” y “Fin de un traidor”. En “Sorpresa en Altos de Espinosa” el
Che describe los problemas que tenían con la moral de combate y las deserciones
que sufrían. La deserción era castigada con la pena de muerte, pero pocas veces
lograban atrapar a los que se escapaban, aunque mandaban a guerrilleros a
perseguirlos. El Che había iniciado una labor docente, dando “explicaciones de
tipo cultural o político a la tropa”, tratando de elevar su moral y su sentido
de la responsabilidad (26). Tomó como misión personal el enseñarle a leer a
algunos guerrilleros “guajiros”, entre ellos a Julio Zenón Acosta.
Durante su campaña
el Che convivió con el campesinado de la Sierra, que los apoyó con víveres y
los protegió del enemigo. Numerosos jóvenes campesinos se incorporaron a la
guerrilla como combatientes. Durante el año 1958, los líderes del Movimiento 26
de Julio pusieron en práctica en la zona liberada en la Sierra una reforma agraria
básica, que profundizaron cuando tomaron el poder en toda la isla. El Che
consideraba al campesino un aliado esencial de las luchas de liberación en el
Tercer Mundo.
El Che describe a
Julio Zenón Acosta, un guajiro analfabeto de 45 años, como un ser bueno, fiel,
honesto, dedicado a la revolución. Era “...el hombre incansable, conocedor de
la zona, el que siempre ayudaba al compañero en desgracia” (27). Su bondad
contrastaba con la maldad y el cinismo del espía traidor Eutimio Guerra,
infiltrado en la guerrilla. Eutimio se burlaba de ellos: les decía que los iban
a atacar aviones poco antes que los ametrallaran desde el aire, fingiendo que
predecía el futuro, cuando la realidad era que él había delatado la posición de
la guerrilla (28). Guevara hace responsable a Eutimio de la muerte de Julio
Zenón Acosta, cuando el Ejército ataca una posición de la que estaban
retirándose. Gracias a la astucia de Fidel se salvan casi todos, pero el
guajiro Julio muere. Guevara anota, como epitafio: “El guajiro inculto, el
guajiro analfabeto que había sabido comprender las tareas enormes que tendría
la Revolución después del triunfo y que se estaba preparando desde las primeras
letras para ello, no podría acabar su labor” (28).
Guevara junto con
otros combatientes marcha hacia el llano, y van a la finca de un militante del
Movimiento 26 de Julio, donde se lleva a cabo una reunión política entre los
que luchaban en la Sierra y los que militaban en el Llano. Allí conocerá a tres
importantes mujeres de la revolución, que tuvieron larga actuación política:
Vilma Espín, Haydée Santamaría y Celia Sánchez. Esta última se incorporó poco
después a la guerrilla en la Sierra. Fue la única oportunidad que tuvo el Che
de ver a quien consideraba uno de los militantes más heroicos de la revolución:
el dirigente de Santiago de Cuba Frank País. País, que luego fue apresado,
torturado y asesinado por el Ejército de Batista, era símbolo de aquellos
militantes que no pudieron ver el fin de la guerra, pero que de haber
sobrevivido hubieran tenido un importante papel en el gobierno revolucionario.
Los visita un periodista extranjero, Matthews, que los fotografía, dándoles la
oportunidad de presentar a los guerrilleros del Movimiento a la opinión pública
de otros países (31).
Poco después
encuentran en poder del traidor Eutimio Guerra diferentes pruebas que
demostraban que estaba colaborando con el Ejército enemigo, entre ellos un
salvoconducto firmado por el Coronel Casillas, y lo apresan. El Che describe el
momento dramático en que se lo condena a muerte. Eutimio muestra cierta
dignidad y antes de morir pide que la revolución ayude a sus hijos. Sabemos que
fue el mismo Che quien disparó el arma que lo ejecutó, aunque no lo dice
directamente en la narración (Taibo II: 174). El Che explica que la revolución
cumplió, y sus hijos iban en esos momentos a una buena escuela, y se les había
cambiado el nombre, para que no los asociaran con el traidor. La ejecución de
Eutimio quedó como un importante ejemplo de la justicia revolucionaria, y de cómo
el dinero y la vanidad podían corromper a un ser humano.
En
el próximo pasaje el Che nos confiesa que el mes de febrero de 1957 fue para él
“la etapa más penosa de la guerra” (33). Titula a este episodio “Días amargos”.
Su salud había desmejorado y sufrió un ataque de asma tan grave que no pudo
seguir avanzando con la columna. Tuvo que ocultarse en la sierra durante varios
días, ayudado por un compañero. Enviaron a un campesino a la ciudad a buscar
adrenalina, sin saber si regresaría (35). Finalmente éste volvió, lograron
evadir el cerco que les había tendido el enemigo y fueron a la casa de Epifanio
Díaz, donde se reencontraron con los otros.
Esperaban
que Frank País, el dirigente de Santiago, les enviara cincuenta nuevos
reclutas. Cuando estos llegaron, el Che notó la diferencia entre éstos,
inexpertos, y los veteranos, que se habían transformado, en pocos meses, en
avezados y agresivos luchadores. Los jefes del grupo venido de Santiago tienen
roces con los combatientes de la Sierra (39). Al informarle el Che del problema
a Fidel, éste lo criticó por no haber impuesto su autoridad. Castro organizó a
los nuevos, asignándoles capitanes que restablecieran la disciplina. Quería dar
a los bisoños su bautismo de fuego. Ese combate tuvo lugar el 27 de mayo en El
Ubero, y fue una de las acciones más sangrientas en que participó la guerrilla.
Dedicaron
marzo y abril a entrenar a los nuevos guerrilleros. Se les incorporan en esos
días tres jóvenes norteamericanos, que vivían en la Base Naval de Guantánamo
con sus padres, y se escaparon para incorporarse a la guerrilla. El hecho tuvo
repercusión internacional y concluyó cuando los jóvenes regresaron con el
periodista Bob Taber, que había ido a la sierra a entrevistar a los dirigentes
del 26 de Julio. Bob Taber llegó el día 23 de abril, acompañado de Celia
Sánchez y Haydée Santamaría y otros compañeros del llano. Subieron todos al
pico más alto de la Sierra, el Turquino. Durante la travesía Taber observó la
simpatía que manifestaban los campesinos hacia los guerrilleros.
Este capítulo, que
tituló “Adquiriendo el temple”, tiene también su momento risueño: comen carne
de caballo y se muestran compungidos y culposos, como si estuvieran cometiendo
“un acto de canibalismo”, mientras mastican “al viejo amigo del hombre” (43).
Fidel tiene un gesto paternal con el Che y le da una hamaca de lona, un bien
que para ellos era casi un lujo, para protegerlo de los ataques de asma. En
esos momentos se incorporó a la guerrilla uno de los combatientes más
destacados y valientes, el Vaquerito, por quien el Che sentía una simpatía
especial, y al que designó, una vez nombrado Comandante, Capitán del Pelotón
Suicida. El Che describe al Vaquerito como un personaje memorable: se trata de
un joven fantasioso, que luego exhibiría una “forma extraña y novelesca….de
afrontar el peligro” (46). El Vaquerito morirá en combate un día antes de la
caída de Santa Clara, después de haber luchado junto al Che durante casi toda
la guerra revolucionaria. Era osado y valiente, le gustaba hablar de su vida y
contar sus hazañas, exagerando y divirtiendo a sus oyentes con su humor y sus
mentiras. Era muy bajo y tenía unos pies tan pequeños que al llegar al
campamento no encontraron calzado para él. Celia Sánchez le regaló sus propias
botas mexicanas. Usaba un sombrero guajiro y lo bautizaron con sorna el
Vaquerito. Esta anécdota es un homenaje de reconocimiento al soldado
revolucionario y a su valor, y muestra la ternura del jefe Guevara hacia sus
combatientes. El Vaquerito era casi un niño-hombre, un David, que se enfrentaba
sin miedo a un enemigo superior, derrotándolo a fuerza de coraje.
Los
veteranos del Granma sometían a los reclutas a marchas agotadoras en las
sierras para endurecerlos, enseñarles a dominar el cansancio y el hambre, y
mantener la moral revolucionaria. Debían creer en su capacidad de vencer al
enemigo, a pesar de ser éste superior en número y calidad de armamentos. El
ejército guerrillero necesitaba tomar armas del enemigo y las acciones iban
dirigidas a sorprender a las vanguardias, ponerlas fuera de combate, quitarles
las armas y municiones, y escapar antes de que llegara el grueso de la columna.
Estas operaciones intimidaban al enemigo y tenían gran efecto sicológico,
contribuyendo a crear el mito del poder del ejército guerrillero y su
invencibilidad.
Los guerrilleros
empezaron a controlar mejor el territorio en que operaban. Tenían buenas relaciones
con la población local. El Che ayudaba a la gente humilde de la zona, les daba
asistencia médica, aunque no tenía muchos medicamentos a su alcance. Observa el
estado de abandono y desnutrición del campesinado, y comprende que es necesario
hacer una reforma al régimen de
propiedad en el campo. Dice el Che: “…las gentes de la Sierra brotan silvestres
y sin cuidado y se desgastan rápidamente, en un trajín sin recompensa. Allí, en
esos trabajos empezaba a hacerse carne en nosotros la conciencia de la necesidad
de un cambio definitivo en la vida del pueblo. La idea de la reforma agraria se
hizo nítida y la comunión con el pueblo dejó de ser teoría para convertirse en
parte definitiva de nuestro ser” (49). En un principio el núcleo de la
guerrilla había estado formado por jóvenes militantes urbanos, pero en esos
momentos el grueso del ejército guerrillero era de campesinos que se habían
incorporado a sus filas, como el caso del Vaquerito. Los guajiros demostraban
ser estupendos soldados, que lo daban todo a cambio de muy poco; perfectamente
adaptados a los trabajos y penurias de la vida en las sierras, su única
ambición era ser un día dueños de su tierra, y por eso el 26 de Julio se
propuso brindarles ese derecho.
El ejército
guerrillero tuvo que luchar durante varios meses más contra las delaciones y
las deserciones, porque aún no se había logrado formar una férrea moral
revolucionaria. Empiezan a recibir algunos armamentos de los grupos políticos
simpatizantes de las ciudades. Fidel manejó la situación con eclecticismo y
habilidad, aceptando la ayuda sin hacer promesas ni comprometerse. Entre los
nuevos compañeros que se incorporan hay dos que el Che destaca y valora:
Crucito, el poeta campesino, que componía décimas de memoria, alegrando la vida
del grupo en la sierra, y mantenía verdaderas “payadas” con uno de los hombres
de la ciudad; y un chico de quince años, Joel Iglesias, que entró como
mensajero y, por su inteligencia y coraje, el Che elevó después a combatiente y
lo hizo jefe de un pelotón en su columna, dirigiendo a hombres que eran mucho
mayores que él, pero lo respetaban por su liderazgo natural. Una vez terminada
la guerra revolucionaria Joel pasó a ser Comandante del Ejército Rebelde (54).
Fidel, en contra
del criterio del Che, que luego reconoció su equivocación, decidió atacar el
cuartel de El Uvero, mejor defendido, para escalar las operaciones militares en
la Sierra, demostrando el poder de fuego de la guerrilla. Fidel fue el
encargado de iniciar la acción con el primer disparo. La lucha, que creyeron
iba a durar pocos minutos, se transformó en un cruento combate, en que tuvieron
que pelear a pecho descubierto por más de dos horas. Ellos tuvieron 6 muertos y
varios heridos, y el enemigo 14 muertos y varios heridos; combatieron en total
más de 130 hombres. Para el Che fue “…la victoria que marcó la mayoría de edad
de nuestra guerrilla. A partir de ese combate, nuestra moral se acrecentó
enormemente…” (61). Habían demostrado al enemigo que podían tomar y reducir los
cuarteles, y éste tuvo que retirarse y dejar las sierras en manos de los
guerrilleros. Así pudieron dominar el territorio cómodamente, establecer
mejores comunicaciones, crear una base sedentaria de operaciones y regularizar
los abastecimientos de comida, medicinas y hasta armas, que empezaron a llegar
en mayor cantidad.
El Che volvió a
servir a sus compañeros como médico, atendiendo a los heridos y moribundos. En
el episodio “Cuidando heridos” describe el sacrificio que significó para él y
sus ayudantes cuidar de los heridos en las condiciones en que estaban. Se veían
obligados a ocultarlos de los enemigos mientras se restablecían,
transportándolos en hamacas por los difíciles y casi intransitables senderos de
las montañas. El Che destaca el heroísmo de sus ayudantes, extrayendo de este
ejemplo la siguiente conclusión moral: “De muchos esfuerzos sinceros de hombres
simples está hecho el edificio revolucionario, nuestra misión es desarrollar lo
bueno, lo noble de cada uno y convertir todo hombre en un revolucionario…Los
que hoy vemos sus realizaciones tenemos la obligación de pensar en los que
quedaron en el camino y trabajar para que en el futuro sean menos los
rezagados” (67-8). El trabajo esforzado del médico Guevara y sus combatientes
“enfermeros” es una contribución silenciosa que sienta las bases de la moral
revolucionaria, que llevará a la transformación de la sociedad y a la creación
del “hombre nuevo”.
Curar a los
heridos del ataque de El Uvero y esperar a que se restablezcan les tomó todo el
mes de junio del 57. Aunque el Che no desatendió la misión humanitaria que le
encomendó Fidel, aprovechó la oportunidad para demostrar su liderazgo y
capacidad de mando: simultáneamente con el cuidado de los heridos, comenzó a
adiestrar a un grupo de simpatizantes campesinos que se le acercaron, hasta
reunir un total de cerca de 40 personas, entre combatientes y nuevos reclutas.
Mientras los instruía militarmente, luchaba contra la indisciplina y las
deserciones, que amenazaban la cohesión del grupo. A medida que se reponían los
combatientes, iban asumiendo sus responsabilidades militares y daban más movilidad
al grupo. El Che mejoró las comunicaciones y mantuvo una red de informantes que
le dejaban saber de los peligros y protegían a su grupo. Fidel premió poco
después este buen desempeño, y al dividir en dos la columna guerrillera, que se
estaba haciendo demasiado numerosa, lo nombró su primer comandante.
Ya
para el mes de julio de 1957, Fidel Castro había logrado establecer una suerte
de “territorio libre” en la sierra, en el que el ejército procuraba no entrar.
Tenía tropas bastante disciplinadas, con buena moral de combate, más y mejores
armas y apoyo creciente de la población local. Esto hizo que varios políticos
se acercaran al Movimiento, tratando de influir en ellos, previendo la inexperiencia
política de los jóvenes guerrilleros. Guevara temía “una traición” y tituló al
episodio que describe lo que pasó: “Se gesta una traición”. Entre los políticos
que fueron a la sierra a parlamentar con Fidel estaban Raúl Chibás, del Partido
Ortodoxo, y Felipe Pazos, que había sido presidente del Banco Central bajo el
gobierno de Prío Socarrás, derrocado por Batista en 1952. El Che manifiesta su
desacuerdo con este tipo de arreglos, y considera a estos políticos
oportunistas peligrosos que tratan de medrar en la situación y sacar provecho
de la lucha guerrillera. Pazos aspiraba a ser Presidente del gobierno
provisional que se formara luego del triunfo definitivo de la guerrilla (77).
Castro trataba al
Che como a su hombre de confianza, y le explicó que si discutía con esos
políticos era para concertar un programa de puntos mínimos, que pusiera en
claro que el Movimiento no dejaría el poder en manos de ninguna junta militar
temporal. Deseaba además sentar las bases de una reforma agraria, acordar la liberación
de los presos políticos, demandar libertad de prensa y programar el proceso
acelerado de industrialización (76). Guevara cree que el Manifiesto resultante
firmado tenía aspectos positivos y acepta la política acuerdista de Fidel. Los
políticos burgueses viajaron luego a
Miami para tratar de ampliar el acuerdo. Guevara pensaba que habían ido más
bien a buscar su propio beneficio, y el acuerdo no prosperó. Fidel reaccionó
con indignación al conocer el Pacto de Miami, y afirmó su propia jefatura política
ante el oportunismo de los políticos burgueses. El Che consideró que lo que
había frenado la ofensiva burguesa y su intento de apoderarse de la dirección
política del Movimiento fue el temor que éstos sintieron al ver en la Sierra al
pueblo en armas; dice: “Lo que no calcularon es que los golpes políticos tienen
el alcance que permita el contrario, en este caso, las armas del pueblo. La
rápida acción de nuestro jefe, con la confianza puesta en el Ejército
Guerrillero, impidió que la traición prosperara y su encendida réplica de meses
después, cuando se conoció el resultado del pacto de Miami, paralizó al
enemigo” (78).
El Che salió fortalecido
de esta situación. Era consciente de su talento como líder militar, y Fidel lo
nombró Comandante de la segunda columna guerrillera. El Che considera este
momento el más importante de su vida. Durante el año y medio que duraría aún la
guerra, se convertirá en su Comandante más destacado, y el jefe militar que
finalmente derrotará al ejército de Batista en la batalla de Santa Clara,
signando así la caída y huída del dictador de Cuba y el triunfo definitivo de
la ofensiva guerrillera. Dice el Che: “La dosis de vanidad que todos tenemos
dentro, hizo que me sintiera el hombre más orgulloso de la tierra ese día. El
símbolo de mi nombramiento, una pequeña estrella, me fue dado por Celia junto
con uno de los relojes de pulsera que habían encargado a Manzanillo” (79). Esa
estrella en su boina vasca sería el símbolo que identificaría al Che en el
futuro en muchos de sus retratos. Fidel le dio entonces libertad para iniciar
sus propias acciones militares y le encomendó una difícil y arriesgada misión,
como todas las que asignaría a Guevara: tender un cerco a Sánchez Mosquera, el
oficial enemigo más peligroso, y sorprenderlo. Ante ese desafío el Che empezó a
elucubrar hazañas.
En el episodio “El
ataque a Bueycito” nos encontramos ante una nueva realidad: el Che transformado
en Comandante. De ahí en adelante decidirá según su propio criterio. Trata de
inculcar una fuerte moral de combate en su columna. Un guerrillero mata a otro
que le había propuesto desertar, y el Che aprovecha la situación para darles
una lección. Hace desfilar a todo el grupo frente al cadáver del desertor,
aleccionándolo sobre las responsabilidades del guerrillero, que nunca debe
abandonar su puesto de combate.
En el ataque a
Bueycito se le trabó el fusil ametralladora y casi pierde la vida ante un
enemigo. Confiesa que tuvo que correr, sin ningún honor, para salvarse (83). Se
muestra como un ser falible, que no teme admitir sus debilidades y
constantemente se esfuerza por mejorar. Tomaron el cuartel de Bueycito con
éxito y procedieron a repartir entre los combatientes el botín de armas que
capturaron. El Che hizo varios ascensos después del combate y licenció a
aquellos hombres cuya moral revolucionaria no estuvo a la altura de las
circunstancias. Poco después se enteraron de la muerte del gran líder político
del Llano Frank País, asesinado por la dictadura. Al conocer el asesinato el
pueblo de Santiago se lanzó a las calles en una huelga espontánea. El Che
comenta con lucidez: “Con Frank País perdimos uno de los más valiosos
luchadores, pero la reacción ante su asesinato demostró que nuevas fuerzas se
incorporaban a la lucha y que crecía el espíritu combativo del pueblo” (85).
El ataque
siguiente que llevó a cabo la columna del Che fue el de El Hombrito. Allí lograron
detener a una columna mandada por Merob Sosa, impidiéndole su acceso a la
sierra. El Che disparó sobre la vanguardia del pelotón enemigo. En cada combate,
señala el Che, el grupo iba aprendiendo. Concluye: “Este combate nos señalaba
lo fácil que era, en determinadas circunstancias, atacar columnas enemigas en
marcha y, además, nacía en nosotros la certidumbre de la bondad táctica de
tirar siempre sobre la cabeza de la tropa en marcha para tratar de matar el
primero…logrando así que todos buscaran no ir adelante y se llegara a
inmovilizar la fuerza enemiga” (89). Con el tiempo esta táctica dio buenos
resultados, el enemigo terminó por dejarles bajo su control el territorio de la
Sierra y ya no se atrevían a entrar en ella.
En el próximo
episodio, “Pino del Agua”, el Che se acusa de otra falta: fue demasiado
“blando” con un soldado enemigo capturado, y éste les causó un gran daño. Debía
ser en el futuro más estricto en su trato al enemigo, para defender la
revolución. El Che le había pedido al soldado Baró, capturado, que denunciara
al régimen de Batista en una embajada extranjera, en la que pediría asilo, a
cambio de ayudarlo a visitar a su madre que, según el soldado, estaba enferma
(91). Baró lo engañó y el Ejército asesinó a los cuatro guerrilleros que lo
acompañaban. Colaboró con Sánchez Mosquera, denunciando a los campesinos que
ayudaban a la guerrilla. Aquél desató el terror contra la población local. El
Che se autoacusa de debilidad, o sentimentalismo, explicando cómo debe comportarse un
guerrillero para defender a sus compañeros, sin poner en riesgo la vida de los
demás y el triunfo de los objetivos de la revolución.
En el combate de
Pino del Agua la columna del Che emboscó unos camiones del enemigo que venían
por la sierra. Ante un incidente ocurrido en el ataque, hace reflexiones sobre
la conducta del combatiente durante la guerra. Uno de los guerrilleros remató a
un soldado enemigo herido, y el Che se lo recriminó, insistiendo que los
guerrilleros jamás debían matar a un enemigo herido (94). Al oír esto otro
soldado oculto se entregó, y le decía a los guerrilleros que no lo mataran,
porque “el Che, dice que no se matan los prisioneros” (95). El Che demuestra su
carácter compasivo, y su adherencia a normas humanitarias de lucha. Al final
del episodio, como era su costumbre, hace un autoanálisis crítico, observando
que su columna guerrillera se había retirado con bastante desorden. Concluye: “Todo
esto indicaba la necesidad imperiosa de mejorar la preparación combativa y la
disciplina de nuestra tropa…” (96).
Los próximos
episodios, hasta llegar al combate de Mar Verde contra Sánchez Mosquera, a
fines de noviembre de 1957, describen la campaña de moralización que lleva a
cabo el Che en su propia columna, y la lucha contra el bandidaje de la sierra.
El Che las considera fundamentales para mantener la moral revolucionaria, y
mostrar la diferencia entre la actitud del ejército revolucionario del pueblo,
y la de los bandidos locales, que trataban de robar a los campesinos,
aprovechando la falta de policía y la anarquía que reinaba en la sierra.
El Che formó una
Comisión de Disciplina que juzgaba y ajusticiaba a desertores, y a “chivatos”
que delataban a los guerrilleros. Se
produjo un incidente grave cuando uno de los miembros de este Comité de
Disciplina, en su rigor, mató por accidente a un guerrillero, al que iba a
golpear en la cabeza con su pistola. Ante la ira del grupo, el Che procedió a
juzgar al culpable, un excelente combatiente, el Capitán Lalo Sardiñas. Comenzó
un extenso debate y, si bien no pudo impedir el castigo, Guevara logró, después
de una votación, que se le conmutara la pena de muerte por la pena de
degradación.
Fidel, después del
incidente, le dio en reemplazo a quien sería el mejor capitán del Che, luego
elevado a Comandante: Camilo Cienfuegos. Camilo había sido parte del grupo
original que llegara con el Granma, y se transformó en gran amigo personal del
Che. Terminará con él la campaña de Las Villas, para morir luego del triunfo de
la revolución, en un accidente aéreo nunca aclarado definitivamente. El Che le
dedicará a su amigo póstumamente su libro Guerra
de guerrillas, diciendo que lo que mató a Camilo fue su propio valor, su
espíritu temerario (como el del mismo Che). Dice el Che en la dedicatoria:
“Todas estas líneas y las que siguen pueden considerarse como un homenaje del
Ejército Rebelde a su gran Capitán, al más grande jefe de guerrillas que dio
esta revolución, al revolucionario sin tacha y al amigo fraterno” (Guerra de guerrillas 7). Con Camilo el
Che pudo reforzar y darle movilidad a su columna y hacerla prácticamente
invencible para el Ejército de Batista. Si bien la cooperación entre los dos
demostraba la flexibilidad y el liderazgo en combate del Che, fue resultado
directo de la sagacidad táctica y política de Fidel, que sabía rodearse de los
hombres necesarios para la lucha, y darles libertad y confianza para llevar a
cabo su cometido. Podemos decir que Camilo fue para el Che lo que el Che era
para Fidel: su hombre clave y su mejor combatiente.
El Che fomentaba
la disciplina y organizó actividades típicas de una etapa más sedentaria de la
guerrilla. Estableció una presencia “policial” en la zona y reprimió al bandidaje.
Juzgaron y ajusticiaron a un combatiente con poca conciencia revolucionaria,
que amenazaba con denunciarlos al enemigo, Arístidio. Guevara explica que quizá
el campesino no había cometido una falta que justificara la pena máxima, pero
que la justicia revolucionaria era tal, que debía ser un ejemplo para los demás
y marcar una conducta a seguir para todos (103). Luego persiguen a una banda de
salteadores que asolaba la región, la del Chino Chang. Che mandó a Camilo a
apresar a varios de los ladrones. Sólo condenan a muerte al Chino Chang y a un
violador, y hacen un simulacro de fusilamiento con otros tres. Estos luego son
incorporados al ejército guerrillero como combatientes, y actuaron con valor
durante la campaña (104).
El Che dice que no
podían aplicar otras penas: “Podrá parecer ahora un sistema bárbaro este
empleado por primera vez en la Sierra, sólo que no había ninguna sanción
posible para aquellos hombres a los que se les podía salvar la vida, pero que
tenían una serie de faltas bastante graves en su haber” (104). El momento
exigía “poner mano dura y dar un castigo ejemplar para frenar todo intento de
indisciplina y liquidar los elementos de anarquía…” (105). El Che admite que algunos de estos hombres eran
probablemente rescatables, no del todo malos, y que se habían dejado llevar a
esa situación de bandidaje por indisciplina e individualismo, por egoísmo, y
varios murieron vivando la revolución. El objetivo de estos castigos, para el
Che, era que “…se comprendiera la necesidad de hacer de nuestra Revolución un
hecho puro y no contaminarlo con los bandidajes a que nos tenían acostumbrados
los hombres de Batista” (105). A fines de octubre regresaron a El Hombrito, una
zona bien defendida por ellos, donde empezaron a publicar un periódico que tuvo
varios números, El Cubano Libre, redactado por dos estudiantes que
habían llegado de La Habana.
La versión de Pasajes… de 1977, inserta en esta parte
un episodio que no aparecía en la primera edición de la obra de 1963. Se trata
de una anécdota significativa que ilustra el carácter tierno y sentimental del
Che, así como la moral de hierro que lo guiaba en sus conductas, haciéndolo
aceptar cualquier sacrificio en defensa de la revolución. El Che tenía gran
afición por los perros, y habían adoptado un cachorrito como mascota de la
columna; Sánchez Mosquera entró con sus hombres hasta cerca de la posición que
ocupaban ellos para atacarlos, y mientras escapaban del cerco que les habían
tendido, el perrito empezó a llorar. Temiendo que los descubrieran el Che ordenó
a un guerrillero que lo ahorcara, ante la consternación del grupo, que sentía
un hondo afecto hacia la mascota. Esa noche, al regresar al campamento, los
duros guerrilleros se enternecieron cuando vino el perro de la casa vecina de
un campesino a buscar un hueso. En los ojos del perro vieron la mirada del
cachorro asesinado y se sintieron culpables. Aquel perrito que habían tenido
que matar para no poner en riesgo la vida de los soldados era un símbolo de
toda la inocencia sacrificada que quedaba en el camino de la revolución.
Sánchez Mosquera
era el oficial del Ejército enemigo más hábil con el que tenía que enfrentarse
la columna del Che en los combates de la Sierra Maestra. El sueño del Che era
cercarlo y vencerlo, cosa que nunca logró hacer en la medida de su deseo. Temía
que Sánchez Mosquera los sorprendiera y los atacara en el campamento de El
Hombrito, su base de operaciones, sin darles la oportunidad de defenderse y
escapar. Sánchez Mosquera era una especie de zorro cruel, que aterrorizaba a los
campesinos y se metía en el territorio que tenía que defender el Che.
Combatieron contra él en Mar Verde y en Altos de Conrado. En esas acciones el
Che perdió valiosos soldados de su columna. En Mar Verde puso un cerco a
Sánchez Mosquera, con la ayuda de Camilo Cienfuegos. El Teniente Joel Iglesias,
un valiente adolescente protegido por el Che, fue herido en el combate, y el
Capitán Ciro Redondo, uno de los más importantes combatientes que había llegado
en el Granma, perdió la vida. Después de este fracaso el Che regresó al
campamento de El Hombrito para atender a los heridos. Tuvieron que replegarse
ante la agresividad de Sánchez Mosquera, que subía a la Sierra para atacarlos.
Al Che le dieron un balazo en el pie durante el combate. Sánchez Mosquera logró
finalmente entrar en el campamento de El Hombrito y lo destruyó, pero los
guerrilleros escaparon.
Para ese entonces
ya se había cumplido un año de lucha armada en la Sierra. El balance era
extremadamente positivo para los guerrilleros. A fin de año las tropas enemigas
empezaron a retirarse de la Sierra. Se habían formado dos nuevas columnas, una al
mando de Raúl Castro, hermano menor de Fidel, y la otra comandada por Almeida. A pesar de los camaradas perdidos en
los combates, de la represión de Batista en las ciudades, y de la muerte de
Frank País, la combatividad había aumentado durante el primer año de lucha.
Recibían cada vez más apoyo. En mayo salió una expedición desde Miami en el
yate Corinthia para reforzar al grupo de la sierra. El Ejército la atacó y mató
a su jefe, Calixto Sánchez. Otro grupo político, el Directorio Estudiantil,
comenzó a combatir en la Sierra del Escambray. En septiembre de 1957 la Base
Naval de Cienfuegos se alzó contra Batista, pero fueron reprimidos.
Dice el Che: “Al
finalizar este primer año de lucha, el panorama era de un alzamiento general en
todo el territorio nacional. Se sucedían los sabotajes…Nuestra situación
militar se consolidaba y era amplio el territorio que ocupábamos” (122-3).
Habían logrado incorporar una buena cantidad de reclutas, contaban con más
armas, tenían comunicaciones aceptables, provisiones adecuadas de comida y
medicamentos, varios médicos se habían unido a la guerrilla para atender a los
heridos, habían creado talleres para el abastecimiento y la reparación de
armamentos, y tenían una planta transmisora de radio, con un alcance cada vez
mayor.
Varios grupos
políticos, en los que se habían infiltrado agentes de Batista, se acercaron a
Fidel. Este manejaba esas relaciones con sentido práctico. El Movimiento 26 de
Julio albergaba en su seno dos tendencias, que competían por el liderazgo, la
de la Sierra y la del Llano (127). Fidel
mantuvo la unidad del Movimiento y formó un frente amplio de lucha. El
14 de diciembre envió una carta a todas las organizaciones revolucionarias, que
el Che transcribe, llamándolas a la unión. Argumenta contra cualquier corriente
que pudiera tener la intención de poner provisoriamente el gobierno en manos de
una junta militar interina cuando llegara el triunfo. Sostiene que se
regirán por la Constitución de 1940 y
disolverán el Tribunal Supremo de Justicia, que estaba al servicio de la
dictadura. Propone como Presidente del
futuro Gobierno Provisional al Magistrado de la Audiencia de Oriente, Dr.
Urrutia, por su honestidad. Fidel reitera su compromiso con su pueblo, y su
intención de luchar hasta la victoria o la muerte.
En
febrero de 1958 Fidel decidió atacar al enemigo para demostrar la capacidad
combativa de sus fuerzas. Elige asaltar otra vez Pino del Agua, que estaba ocupado
por el Ejército. Se propuso cercar a la compañía allí estacionada y liquidar
sus postas. El armamento guerrillero era ya más sofisticado, y tenían minas y
bombas caseras. Provocaron un buen número de bajas al enemigo, a pesar que
luchaban bajo el ataque de la aviación. Ante el éxito de la ofensiva general,
Fidel pidió al Che que no luchara más en primera línea, que no se arriesgara
tanto. Los oficiales del ejército rebelde le escribieron una carta a Fidel
solicitándole que en el futuro derivara sus responsabilidades de combate en
ellos (147). Estaban conscientes de que poco a poco iban ganando la guerra
insurreccional, y señalaban a los hombres que veían con más condiciones para
ocupar puestos políticos importantes luego del triunfo revolucionario. Les
piden que se arriesguen menos en los combates, con el fin de preservar un
núcleo político dirigente.
A partir de este
momento los análisis del Che abarcan períodos más extensos de tiempo. La
edición original que publicó en 1963 llegaba solamente hasta el combate de El
Hombrito, el 29 de agosto de 1957; los otros episodios fueron incorporados a la
edición siguiente del libro, luego de su muerte. La descripción de la guerra
revolucionaria durante el año 1958 no se concentra tanto en anécdotas
individuales. Narra a grandes rasgos, resumiendo, los combates, particularmente
la campaña del Llano, la marcha a Las Villas y la toma de Santa Clara. Se
detiene en el análisis del proceso político, cada vez más intenso, que se va
desatando, como resultado del éxito de la lucha armada, entre las
organizaciones políticas que aspiran a ocupar un espacio de poder cuando caiga
la dictadura.
En la isla se fue
desarrollando un proceso de insurrección popular cada vez más intenso. Los
guerrilleros decidieron llamar a una huelga general en las ciudades en abril de
1958, pero la mayoría de los trabajadores no la acató. Ante ese fracaso Batista
procuró sacar ventaja de la situación. Decidió hacer una gran ofensiva militar
para derrotar a los guerrilleros en la Sierra Maestra. Esta ofensiva se inició
el 25 de mayo con más de diez mil hombres del Ejército, apoyados por tanques y
la aviación, y duró dos meses y medio.
En abril tuvo el
Che un enfrentamiento militar comprometido con su enemigo Sánchez Mosquera.
Este logró aislarlo de su columna y sus hombres le empezaron a tirar mientras
subían la loma hacia donde él se encontraba. Sufrió un ataque de asma y tuvo
que ocultarse. Ese día sintió vergüenza de sí mismo, se sintió cobarde (152).
Poco después, en preparación de la ofensiva a Oriente, Fidel le encomendó al
Che que se hiciera cargo de la Escuela de Reclutas, y lo retiró del comando de
la columna temporalmente.
Poco antes de la ofensiva del
Ejército de Batista a fines de mayo, tuvo lugar una importante reunión política
en la Sierra, en la que participaron representantes de los dos principales
sectores del Movimiento 26 de Julio. El objetivo de esa reunión era unir al
Movimiento bajo una sola dirección. Los dirigentes de la Sierra censuraron a
los del Llano y los culparon del fracaso de la huelga general. Fidel salió
fortalecido de la disputa, y quedó como dirigente máximo del Movimiento y como
Comandante en Jefe, tanto de la Sierra como del Llano. La dirección política
del Movimiento 26 de julio pasó a la Sierra. Los dirigentes de la ciudad fueron
integrados a la guerrilla de la Sierra como combatientes. Fidel fue designado
Secretario General del Movimiento. Coordinaba su política en todo el territorio
y era el encargado de las relaciones con la comunidad cubana exiliada en Estados
Unidos y en Venezuela.
El
Ejército de Batista fracasó en su ofensiva militar, a pesar de su superioridad
numérica y de armamento. Enfrentado a una guerrilla políticamente unificada,
con buena moral de combate, no logró sacarla de su territorio. Todos los
intentos de penetrar en la sierra chocaron con la resistencia de una guerrilla
veterana, que sabía cómo emboscar a las columnas, destruir las vanguardias,
quitarles el armamento y huir. La continua pérdida de combatientes minó la
moral del Ejército y tuvo que retirarse de la Sierra, después de haber perdido
gran cantidad de hombres, sin alcanzar su objetivo.
Ante
el fracaso del enemigo, el comando guerrillero se planteó la posibilidad
inmediata de un contraataque. Planeó una ofensiva general para derrotar a
Batista y derrocarlo. Esto lo narra el Che en el episodio incluido en la
edición de 1977, que era la segunda parte de un artículo publicado
originalmente en la revista O Cruceiro, en julio de 1959, bajo el título
“Una revolución que comienza”. Este texto cubría la laguna temporal que dejaba
la primera edición. El último artículo que escribió el Che sobre la guerra
revolucionaria cubana, “Una reunión decisiva”, apareció en la revista Verde Olivo, el 22 de noviembre de 1964.
En 1965, marchó a su misión militar en el Congo y ya no continuó escribiendo
sobre el tema.
Luego
de rechazar la ofensiva del Ejército Nacional de Batista, Fidel se trazó nuevos
objetivos. Dice el Che: “La lucha debía continuar. Se estableció entonces la
estrategia final, atacando por tres puntos: Santiago de Cuba, sometido a un
cerco elástico; Las Villas, adonde debía marchar yo, y Pinar del Río, en el
otro extremo de la Isla, adonde debía marchar Camilo Cienfuegos…” (160).
Santiago, donde operarían Fidel y su hermano Raúl, era provincia vecina a la
Sierra Maestra. Al Che y a Camilo les correspondía marchar hacia el oeste,
cortar las comunicaciones entre el oriente y el occidente de la isla, y atacar
puntos estratégicos. Fueron los que tuvieron más responsabilidad militar en la
ofensiva final. El gobierno de Batista cae cuando el Che toma la ciudad de
Santa Clara. Camilo no llega a luchar en Pinar del Río, sino que acompaña la
ofensiva del Che en la provincia de Las Villas. Fidel había pedido al Che que
en su marcha contactara a los otros grupos políticos revolucionarios para
asegurarse su apoyo. Quería que esos grupos se subordinaran al 26 de Julio, y
ordenó al Che que actuara en esa zona como un verdadero gobernador militar.
La
marcha del Che a Las Villas, al frente de una columna de menos de 150 hombres,
para emprender una guerra abierta contra el Ejército Nacional, marca el momento
épico más heroico de la guerra, dado el riesgo que implicaba el atacar en la
llanura a un enemigo mejor armado y más numeroso. El Che no pudo disponer de
vehículos para transportar a sus hombres varios cientos de kilómetros por la
isla, tuvieron que marchar por las noches durante varias semanas por áreas
pantanosas, para no ser blanco de los ataques de los aviones, que los
bombardeaban y ametrallaban continuamente, y para evitar que la infantería
lograra cercarlos. El padecimiento físico del ejército guerrillero en esas
circunstancias fue enorme; dice el Che: “Caminábamos por difíciles terrenos
anegados, sufriendo el ataque de plagas de mosquitos que hacían insoportables
las horas de descanso; comiendo poco y mal, bebiendo agua de ríos pantanosos o
simplemente de pantanos. Nuestras jornadas empezaron a dilatarse y a hacerse
verdaderamente horribles” (161). Muchos de los hombres iban descalzos. Durante
la marcha recibieron apoyo de los campesinos.
Al divisar el
macizo montañoso de Las Villas los guerrilleros se sintieron llenos de
optimismo, ya que estaban acostumbrados a combatir en la montaña, era su
territorio familiar. Debían atacar los poblados de la Sierra del Escambray,
para paralizar la farsa electoral que estaba organizando el gobierno de Batista
en contra de los insurgentes. En el Escambray el Che trató de mantener unidos a
los grupos políticos que operaban allí: el Segundo Frente Nacional del Escambray,
el Directorio Revolucionario, la Organización Auténtica y el Partido Socialista
Popular. Durante los meses de noviembre y diciembre de 1958 sus hombres bloquearon
las carreteras, dividiendo a la isla en dos y, a finales de diciembre, el Che
atacó la ciudad de Santa Clara.
Las
tropas de la dictadura estaban totalmente desmoralizadas. El Che inició junto
con Camilo la ofensiva final en la provincia de Las Villas el 21 de diciembre.
Tomaron varios poblados. Camilo avanzaba por el norte, mientras el Che marchaba
por el centro hacia Santa Clara, la ciudad principal de la provincia, de
150.000 habitantes, situada en el centro geográfico de la isla. La lucha para
tomar Santa Clara comenzó el 29 de diciembre. El momento culminante de la
batalla fue el ataque rebelde al tren blindado, repleto de armamentos y tropas,
que Batista había enviado como refuerzo, y los guerrilleros hicieron
descarrilar, para luego asediarlo con bombas molotov, hasta lograr que se
rindieran todos sus ocupantes. Tomaron la estación de Policía y el cuartel 31
y, cuando estaba por rendirse el cuartel Leoncio Vidal, Batista huyó de la
isla, abandonando a sus seguidores a su suerte, y se desmoronó la jefatura del
Ejército. Fidel les ordenó marchar sobre La Habana. En pocos días los rebeldes
controlaron toda la isla y Fidel fue nombrado Primer Ministro del gobierno
provisional.
Este
es el momento en que termina la guerra. Iban a iniciarse los cambios
revolucionarios. Los guerrilleros entraron
en La Habana vitoreados por el pueblo de Cuba. Fidel nombró al Che Comandante de
la Fortaleza de la Cabaña, donde presidió los tribunales revolucionarios, que
llevaron a cabo los juicios sumarios de los esbirros de Batista que habían
cometido asesinatos y masacres contra el pueblo (Anderson 369-374). Allí
demostrará una vez más su celo revolucionario. Fidel sancionó una ley especial
nombrando al Che Cubano de nacimiento, dándole ciudadanía cubana en
reconocimiento a su extraordinario servicio a la Revolución. Lo designa
Presidente del Banco de Cuba y, poco después, Ministro de Industria. Comienza
otra etapa en su vida. Va a participar en la creación de un estado
revolucionario y de una sociedad nueva, de acuerdo a principios políticos
socialistas. Declara el Che: “…constituimos en este momento la esperanza de la
América irredenta. Todos los ojos – los de los grandes opresores y los de los
esperanzados – están fijos en nosotros” (167). En este artículo, que cierra la
edición del libro de 1977, escrito en 1959, cuando era Presidente del Banco
Central, el Che explica cómo será la batalla que tendrá que librar Cuba para
diversificar su economía, y escapar de la dependencia del monocultivo de la
caña de azúcar. El primer desafío será implementar la Reforma Agraria, después
desarrollar la incipiente industria y satisfacer las necesidades del mercado
interno y, finalmente, crear una flota mercante para poder exportar. Durante
los próximos años, desde el Ministerio de Industria, el Che trabajó
incansablemente para alcanzar esos objetivos.
Concluye
el artículo que cierra estos Pasajes... recordándonos su vocación
continental latinoamericanista, y afirmando su determinación de luchar para
defender la revolución. Dice: “Pueden tener seguridad nuestros amigos del
Continente insumiso que, si es necesario, lucharemos hasta la última
consecuencia económica de nuestros actos y si se lleva más lejos aún la pelea,
lucharemos hasta la última gota de nuestra sangre rebelde, para hacer de esta
tierra una república soberana, con los verdaderos atributos de una nación
feliz, democrática y fraternal de sus hermanos de América” (168).
Durante
esos años Cuba tendrá que defenderse de las agresiones del Imperialismo
Norteamericano. El imperialismo se valió de cuanto estuvo a su alcance para
tratar de destruir la revolución cubana, e impedir el desarrollo de movimientos
revolucionarios en Latinoamérica y otras partes del tercer mundo: golpes de
estado, invasiones armadas, sanciones económicas, bloqueo, alianzas políticas
con los países dóciles. El Che se pone al servicio de esa lucha contra el
imperialismo, y se transforma en un enérgico e inteligente crítico de la
situación política cubana e internacional. Sus discursos y artículos irán
interpretando la compleja realidad de su tiempo. Embajador itinerante,
participará en diferentes foros internacionales defendiendo la Revolución,
incluidos el de la Organización de Estados Americanos, la Asamblea General de
las Naciones Unidas y la reunión de Países Socialistas. Los ensayos escritos
durante estos años demuestran la claridad de su visión y el sentido de su
misión revolucionaria.
Las
memorias militares del Che en Pasajes de
la guerra revolucionaria son una autobiografía moral y política del
personaje histórico y testimonian su conducta en la revolución. Su versión
busca ajustarse a la verdad, criterio rector en su vida. Su ejemplo y su
sacrificio dieron valor y sentido a las luchas de liberación en América Latina
y en el mundo todo, transformándose en símbolo de una importante etapa de
nuestra historia.
Bibliografía
citada
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del Che”. Guillermo Almeryra/Enzo
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Nueva edición ampliada y revisada por el autor. Traducción de
José María Pérez
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Sorensen, Diana. A
Turbulent Decade Remembered. Scenes from the Latin American
Sixties. Stanford:
Stanford University Press, 2007.
Taibo II, Paco Ignacio. Ernesto Guevara,
también conocido como el Che. Barcelona:
Editorial Planeta, 1996. Nueva
edición definitiva, corregida y actualizada.
[1] Dijo el Che en su discurso
ante las Naciones Unidas en diciembre de 1964, defendiendo a Cuba de las
acusaciones que se le hacían: “…fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilaremos
y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a
muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida…En esas
condiciones vivimos nosotros por la imposición del imperialismo norteamericano.
Pero eso sí: asesinatos no cometemos…” (Obras
completas 320).
[2] El episodio tiene el título
de un cuento de un escritor muy admirado en Argentina: el uruguayo Horacio
Quiroga. “A la deriva”, de Quiroga, narra la muerte por envenenamiento de un
hombre que ha sido picado por una víbora, y que va a la deriva por el río,
buscando una población donde puedan salvarlo. En el cuento el hombre muere
antes de llegar al poblado.
[3] A lo largo de su actuación
revolucionaria el Che privilegió el estímulo moral, el buen ejemplo, por encima
del estímulo material (Obras completas 140-54).
Publicado en Alberto Julián Pérez. Literatura, peronismo y liberación nacional. Buenos Aires: Corregidor, 2014: 143-178.
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