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viernes, 7 de octubre de 2016

Perón ensayista: La hora de los pueblos


                                                                   Alberto Julián Pérez ©
                                                        

            Las Obras Completas de Juan Domingo Perón (1895-1974), recopiladas en 1997 por Eugenio Gómez de Mier, suman 25 tomos editados en 35 volúmenes. La extensa lista de publicaciones, que reúne tomos de historia militar europea, estudios de etimología araucana, informes militares, tratados políticos, artículos periodísticos, documentos partidarios, discursos, ensayos, testimonian la diversidad de intereses intelectuales de la multifacética personalidad del General Juan Domingo Perón.
Perón desarrolló en su juventud una meritoria carrera docente en el Ejército (Page 27-34). Sobresalió entre sus pares por su vocación al estudio, y sus superiores lo nombraron instructor de la Escuela de Suboficiales y profesor de la Escuela Superior de Guerra, la universidad de las Fuerzas Armadas, donde enseñó Historia Militar y publicó tres libros: El frente oriental de la Guerra Mundial en 1914, 1931; Apuntes de Historia Militar, 1933; La Guerra Ruso-Japonesa, en dos volúmenes, 1933-34.
            Al ingresar en la vida política perfeccionó sus dotes de orador. Sus discursos ocupan diez tomos de sus obras completas. Luego del golpe de estado que lo derribara de la presidencia en 1955, inició una nueva etapa en su vida política e intelectual y dirigió el Movimiento Justicialista desde el exterior. Vivió en Paraguay, Paraná, Venezuela y la República Dominicana, y se estableció en Madrid en 1960. Residió allí hasta 1973, en que regresó a Argentina y fue elegido Presidente por tercera vez.
Durante su exilio escribió libros de ensayo en los que enjuició a la Revolución Libertadora que lo había derrocado, y a los gobiernos ilegítimos que prohijó. Estos son: La fuerza es el derecho de las bestias, 1956, Los vendepatria, 1957, América Latina, ahora o nunca, 1965 y La hora de los pueblos, 1968. En ellos demostró su talento como estadista, como pensador político e intérprete original de la sociedad de su tiempo.
            Perón publicó La hora de los pueblos en un año crucial de la historia latinoamericana, norteamericana y europea: 1968. Los jóvenes norteamericanos se rebelaban contra las atrocidades de la guerra de Vietnam y emergía una vital contracultura en el centro del imperio capitalista. Durante el Mayo francés, los estudiantes de París se aliaron con los trabajadores, apoyaron su huelga y se opusieron al gobierno. Esas olas de rebeldía se extendieron a las grandes ciudades de Europa, de Estados Unidos y de Latinoamérica (Monsiváis 273). Los trabajadores y los estudiantes argentinos iniciaron al año siguiente jornadas de huelga en Rosario, Córdoba y Buenos Aires, contra el gobierno militar. El Che Guevara había sido asesinado un año antes en Bolivia, cuando trataba de llevar la revolución socialista a otros países de América Latina.
            Este libro tiene a los jóvenes como destinatarios principales de su mensaje. En ese momento Perón era un hombre de 73 años. Su singular experiencia política como Presidente de Argentina, durante nueve años, y los cambios radicales que trajo a la vida del país, hacían de él un interlocutor de enorme complejidad para las nuevas generaciones.[1]
 Perón cambió la escena política al introducir a las masas de trabajadores como partícipes directas en las decisiones nacionales. La oligarquía y gran parte de la clase media argentina se sintieron agredidas por su activismo, sus movilizaciones partidarias y su retórica antiliberal.[2] Ferviente nacionalista, aceptó para el Movimiento que dirigió el título de “Justicialista”, un adjetivo feliz. Este nombre se justificaba, porque en Argentina faltaba justicia social.[3] El Tercer Mundo, cuya idea Perón promovió, estaba sediento de  libertad y de justicia. En La hora de los pueblos Perón, el conductor, el líder de masas, se dirige al pueblo argentino, su pueblo, al que le dice “la verdad”.
Perón creía en la Argentina criolla. Usaba en sus discursos un lenguaje cargado de expresiones y giros costumbristas. Ridiculizaba a sus enemigos políticos, llamándolos  “cipayos”, “vendepatrias”, “gorilas”. Su humor criollo y su personalidad carismática le ganaron la adhesión y la simpatía de las masas  urbanas (Arzadun 31).
            Perón y Evita mantuvieron una relación simbiótica con su pueblo. El Peronismo, en conflicto con la alta cultura de la burguesía, conformó una nueva cultura popular. Perón, el  descamisado, representaba los intereses y la sensibilidad del pueblo bajo. Su persona dramatizó la fragmentación política y cultural de la sociedad argentina. Perón legitimó los derechos del pueblo vituperado y marginado. La alta sociedad y la clase media le negaron legitimidad política, y lo acusaron de demagogia y perversión. Julio Mafud, el intuitivo ensayista, habló de la “virginidad” política del peronismo: era un fenómeno nuevo e inédito, original (Sociología del peronismo 43-8).
            La hora de los pueblos es un libro crítico e idealista (como lo fueron antes Ariel de Rodó, 1900 y El hombre mediocre de José Ingenieros, 1913). Perón deseaba denunciar injusticias políticas y estimular a los jóvenes para que creyeran en sus ideas sociales. En su ensayo demuestra una gran capacidad de análisis para entender e interpretar la situación nacional e internacional en esos momentos, desde la perspectiva de sus propias ideas. Perón en este libro no sólo es un gran estadista, sino también un original pensador político. Este ensayo resulta indispensable para entender al Peronismo y el papel que le tocó desempeñar en la historia argentina.
            Perón realiza desde el exilio una defensa incondicional del país contra el imperialismo, denunciando sus propósitos de dominación y demostrando cómo traicionan a su país la Junta Militar en el gobierno y los sectores políticos cómplices. Siempre teniendo en cuenta las posibilidades futuras, Perón propone salidas políticas concretas a la crisis latinoamericana. Dividió el libro, que aspiraba a resumir el sentido de sus luchas y la razón de ser del Peronismo, en siete capítulos: “El concepto justicialista”, “La penetración imperialista y la tragedia del dólar”, “La penetración imperialista en Iberoamérica”, “La integración latinoamericana”, “El mercado común latinoamericano y la Alianza para el Progreso”, “El problema político argentino” y “Los deberes de la juventud”.
Advierte en su “Prólogo”, fechado en agosto de 1968, que “ya soplan vientos de fronda”, se avecina una nueva etapa para la humanidad, que caracteriza como “la hora de los pueblos” (7). Ha llegado el momento histórico que pone en el centro de la vida política a los trabajadores, sobre cuyas espaldas había descansado siempre el esfuerzo material, que había permitido a la sociedad capitalista evolucionar durante los últimos doscientos años.
            La etapa postindustrial que se avecinaba requería una nueva sociedad, en la que los imperialismos no pudieran oprimir impunemente a los pueblos, que se liberarían de su yugo (7). La hora de los pueblos es la hora de la liberación de los pueblos del imperialismo opresor. El pensamiento anti-imperialista que recorre este libro ha vertebrado la vida política de Juan D. Perón. Afirma que los imperialismos, a lo largo de la historia, han fracasado, porque los pueblos necesitan ser libres (8). Aún el imperio más poderoso de la historia, el Romano, decayó, y con mucha más razón caerían los imperios contemporáneos que, para Perón, eran dos, claramente identificados: el norteamericano y el soviético. Ambos oprimían a las naciones que dependían políticamente de su influencia y de su ayuda.
            El capitalismo yanqui ignoraba a los pueblos y despreciaba al trabajador: su finalidad era la explotación del hombre por el hombre. Perón, con su “Justicialismo cristiano”, como él denominaba a su doctrina, quería implantar un régimen de justicia social, donde el hombre fuera el objetivo moral de la política. El problema de su patria, creía, no era meramente económico, era político, y la política era una disciplina fundamentalmente ética. Perón cierra su “Prólogo” afirmando que no siente ninguna animosidad hacia el pueblo norteamericano, a pesar que ese gobierno había enjuiciado y condenado a su gobierno, y concluye con una frase apropiada del Martín Fierro, el clásico de la literatura nacional argentina de denuncia política, diciendo que si canta de este modo “...no es para mal de ninguno/ sino para bien de todos” (9). La finalidad de su crítica y su denuncia es constructiva, guiada por sus ideales.
            En la “Introducción” analiza la crisis que sufre la sociedad contemporánea. Observa la situación desde una perspectiva global y realista, mirando hacia un futuro que no esté signado por la utopía. Ese futuro depende mayormente de la acción humana, son los seres humanos a través de la política los que tienen que asegurar la felicidad de la humanidad. Para Perón, la política es la disciplina madre, es el saber más importante, porque de ella depende la viabilidad de la humanidad, que, sin una programación política racional, puede marchar hacia su destrucción.[4]      
Nos da su versión de la historia nacional. Argentina ha sido víctima de la voracidad colonial y, a partir de su independencia de España, ha seguido acumulando amos, que han coartado su libertad política: primero Inglaterra, y luego Estados Unidos (La hora de los pueblos 11-12). En lo interno, la oligarquía terrateniente se ha aliado con los imperialismos, luchando contra su pueblo. La línea nacional debe luchar contra los enemigos de la patria: el futuro depende de la acción nacionalista de los que quieran salvarla de sus enemigos internos y externos. Ve a Argentina como un caso que se repite en otras partes del mundo: en esos momentos, muchos países luchan contra los imperialismos por su liberación. Esos países constituyen de hecho un bloque, que debe tratar de integrarse para formar el “Tercer Mundo”.
            El nacionalismo, creía Perón, no había perdido su vigencia, a pesar del desprestigio en que cayó, después de la derrota que sufrieron Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial (13). En lugar de intentar el cambio social mediante la agresión militar, como lo hiciera Alemania, provocando una catástrofe europea, debía confiarse en la evolución social pacífica. El conductor no debía ser líder militar de un estado totalitario, sino líder político de una sociedad civil y democrática, de una democracia social. Distingue entre el concepto demoliberal de “democracia”, que considera históricamente perimido, como resultado de la evolución, y un nuevo concepto de “democracia representativa”, al servicio de ese hombre que hace posible la riqueza de los pueblos: el trabajador, finalidad de su política.
            La mayor parte de la humanidad, considera, buscaba la democracia fuera de los moldes del liberalismo (15). Desde el siglo XIX, momento cumbre de los gobiernos liberales, el mundo había cambiado, como resultado del desarrollo industrial y el crecimiento demográfico (16). Un nuevo sujeto emergió en la sociedad del siglo XX: el hombre-masa. Ya no era posible defender una actitud social enteramente individualista. Este nuevo actor había hecho cambiar la sociedad contemporánea y envejecer el liberalismo burgués. Los partidos políticos de la primera época del estado burgués habían decaído, ya no representaban los intereses de la mayoría, carecían de vitalidad. La nueva política requería organismos dinámicos, como su Movimiento Justicialista, que era una organización política del presente y del futuro. Su Movimiento privilegiaba el criterio de “comunidad”. A diferencia de los partidos burgueses, ofrecía a las masas “una democracia directa y expeditiva” (16). Sin embargo, la reacción trataba de destruirlo. Las fuerzas internas “cipayas” y el imperialismo norteamericano lideraban las fuerzas de la reacción. El imperialismo, valiéndose del “State Department” o del “Pentágono”, trataba de sabotear la lucha de los pueblos que buscaban liberarse de su opresión. Estos lo difamaban, acusándolo de demagogo y aún de nazifascista (17).
            Perón describe el proceso de la evolución política europea, de la época medieval a la Revolución Francesa. Las corporaciones medievales pasaron su poder a varios agentes. La burguesía despojó del poder político a las corporaciones y lo transfirió a las organizaciones creadas por ella exprofeso: los partidos políticos, a través de los cuales pudo impulsar las leyes para sostener su gobierno. Los sindicatos de trabajadores, desprovistos de verdadero poder, han reemplazado a las corporaciones pre-burguesas, y su lucha se centra en el crecimiento del salario y otros beneficios laborales. Al haber retenido el poder de decisión política para sí, expropiándolo de las corporaciones, la burguesía pudo explotar durante el siglo XIX a las masas de trabajadores urbanos y rurales. Pero a fines de ese siglo este proceso entró en crisis, imponiendo la necesidad de transformar el sistema, ya sea por evolución o revolución (17-8).
            El siglo XX se inició con “el signo de las grandes luchas”, que impulsaron tanto la revolución científica, como, por evolución social, “la hora de los pueblos” (19). Los distintos pueblos que luchan y quieren evolucionar, tratan, a su modo, de destruir el liberalismo demoburgués: así lo hicieron los países comunistas y los fascistas, buscando diferentes arreglos y soluciones políticas. La burguesía liberal norteamericana y la inglesa dividieron la política en dos grandes partidos contrincantes, los dos de derecha casi siempre, manteniendo la simulación democrática (20). Dada esta situación, el mundo se debate entre las democracias pseudo-liberales y los regímenes comunistas. Los nacionalismos tienen un papel especial en la evolución política: necesitan rescatar al mundo de esa lucha imperialista, “liberarlo”. La nueva “democracia” tiene que conciliar la “planificación colectiva” con la garantía de la libertad individual. Su gobierno procuró defender el poder popular y luchar contra los imperialismos.
            A diferencia del Peronismo, que impulsó la reforma y la evolución política de manera racional y en forma incruenta, el imperialismo norteamericano durante varias décadas recurrió a la violencia, alentando golpes de estado. El Tercer Mundo tiene que resistir, luchar y recuperar su protagonismo en la historia. Durante los diez años de gobierno justicialista, Argentina fue un país libre y soberano, pero la oligarquía, aliada al Ejército “cipayo”, acabó por doblegar al pueblo e imponer gobiernos títeres. La cuestión ideológica entre los imperialismos ha pasado a segundo plano: de la misma manera que no hicieron cuestión de ideas al repartirse el mundo al final de la Segunda Guerra Mundial, no hacen cuestión de ideas en ese momento para dominar y explotar a los países más débiles (23).
El Peronismo ha demostrado que es una organización política superior a los partidos demoliberales burgueses: es un gran Movimiento nacional y popular moderno, “una idea transformada en doctrina y hecha ideología...” (24). El pueblo lo ha asimilado y le ha comunicado su mística, y el pueblo es el único “caudillo” que puede vencer al tiempo. Perón creía que el Peronismo era el único Movimiento político contemporáneo capaz de responder a las necesidades del pueblo (25). Su influencia había elevado la cultura política del país, y los numerosos minipartidos que antes operaban habían perdido representatividad. Después del Peronismo, sólo cabían dos tendencias: Peronismo y antiperonismo. Estas dos tendencias monopolizaban la vida política argentina.
            Explica cómo su Movimiento rescató la economía de una profunda crisis durante su primera presidencia, capitalizando al país. Nacionalizó los servicios financieros que estaban en manos extranjeras y creó un control para impedir la evasión de capitales (27). La capitalización se logró mediante el trabajo, que es la única fuente legítima de riqueza para Perón. No tienen que permitir que los imperialismos los “subdesarrollen”, llevándose el capital mediante servicios financieros abusivos. La Argentina, afirma, tuvo bajo su presidencia una economía de abundancia que, los que tomaron el poder después del 55, arruinaron (27-8).
Si él regresara al gobierno, sostiene Perón, volvería a empezar y levantaría la economía popular, deteniendo la anarquía que han provocado los gobiernos ilegítimos que lo sucedieron (29). La cuestión política incide tanto en la vida social, que los trabajadores se negarán a colaborar con el gobierno hasta que la situación institucional no se regularice “…porque entienden que mientras subsista este estado de cosas, no trabajan para ellos ni para el país sino para los explotadores foráneos y los especuladores vernáculos, y tienen razón” (29). Este problema, insiste, no se soluciona con la fuerza, sino con la razón y la habilidad del gobernante, del conductor. Los ministros y los técnicos especializados son los administradores, pero el conductor es el que gobierna. El gobierno no es una técnica, sino un arte que requiere del talento y la genialidad del artista. El hombre de gobierno debe ser humanitario, tener imaginación y sensibilidad. Un gobernante con estas condiciones se diferenciará del político común, simulador e hipócrita.
            Para vencer a los imperialismos decadentes los países del Tercer Mundo tienen que  unirse: el planeta se ha empequeñecido, contrayendo todo en relación al tiempo y al espacio (32). Por eso se han creado “las grandes internacionales”, entre las que se cuentan el comunismo y el capitalismo, en que los países forman bloques de intereses, y lo mismo deben hacer los países del Tercer Mundo. La rebelión nacionalista china de Mao contra la URSS, imponiendo su versión nacionalista del comunismo, ha beneficiado, en su concepto, a los países del Tercer Mundo, demostrando que se puede ser nacionalista y socialista a la vez (33). Los europeos ven con disgusto cómo los imperialismos se adueñan de sus ex-colonias de Africa y Asia, que les obligaron a liberar. Se apoderaron de ellas con métodos neocoloniales, en nombre de la “libertad” y la “democracia”. La Argentina, en lo internacional es, desde 1955, un satélite del imperialismo yanqui; la encabeza en esos momentos, 1968, un gobierno militar opresivo y cipayo, sin representatividad popular, y sus Fuerzas Armadas se someten a la política del Pentágono. El pueblo, mientras tanto, lucha por la liberación de su patria y, a la larga, habrá de vencer, porque, considera Perón, el pueblo permanece, mientras las tiranías pasan (34).
            La nueva generación justicialista, capacitada en las escuelas peronistas de formación política, dirigirá la lucha por la liberación, para traer a la Argentina la justicia social, defendiendo la independencia económica y la soberanía nacional. Perón pasa el poder de su Movimiento a esta juventud, que siempre fue una de las principales destinatarias de su política. Transcribe un mensaje que en 1950 enterrara en una cápsula en Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno, dirigido a los argentinos del año 2000, y que habían destruido los que dieron el golpe militar que lo derrocó en 1955. Advierte a la juventud argentina del futuro que los pueblos han hecho grandes avances materiales, pero no morales, corroídos por el egoísmo y la falta de amor al prójimo (38). El Justicialismo ha cumplido con su parte, dejando una doctrina justa y un programa de acción. A pesar de los problemas morales del mundo, Perón es un luchador optimista, su espíritu no decae. Por defender la libertad su gobierno ha sufrido persecuciones, pero la juventud debe continuar la lucha, puesto que se juega la suerte de todos los pueblos en esa resistencia del Tercer Mundo contra los imperialismos. Dice: “Liberarse es la palabra de orden en la lucha actual. Nosotros debemos liberarnos de las fuerzas de ocupación que hacen posible la explotación y dominación imperialista. Unirnos al mundo naciente que en cada uno de los países aspira a esa liberación, porque la historia prueba que los grandes movimientos libertarios sólo pueden realizarse por la unión y solidaridad de todos los pueblos que aspiran a ella. El devenir histórico de los pueblos ha sido siempre de lucha por liberarse de los imperialismos...” (41).
            En la hora de peligro que vive la patria, cree Perón, hay que darle prioridad al país por encima de las banderías políticas, pacificar la nación, desgarrada por los conflictos, y buscar el bien común (42). Espera también que la acción internacional de otros países ayude a coordinar un Frente de Liberación del Tercer Mundo. La sobrevivencia de los países del Tercer Mundo, particularmente los latinoamericanos, está en juego: el imperio yanqui invierte fortunas en su política de ocupación y dominio, y las oligarquías cipayas vendidas se entregan a sus designios. No es tan difícil escapar a la máquina imperialista si el gobierno tiene voluntad y se opone a la infamia: su gobierno, en 1946, encontró la solución, prescindiendo de los empréstitos extranjeros y nacionalizando los servicios públicos y, por sobre todo, respaldándose en el trabajo del pueblo, que es la fuente de la riqueza. En 1955, cuando cayó su gobierno, Argentina no tenía deuda externa, poseía una balanza de pagos favorable y contaba con una economía de abundancia y plena ocupación (47). Luego, la dictadura del General Aramburu descapitalizó al país y lo endeudó, entregándolo al imperialismo. Dice Perón: “No somos como algunos nos califican países subdesarrollados, somos países esquilmados desde afuera y destrozados desde los centros vernáculos de la oligarquía...” (48). La que paga el precio es la patria.
            Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, en que emerge vencedor, crea el instrumento económico para sostener su dominio, apoyándose en su moneda: el Fondo Monetario Internacional, al que se opuso el gobierno peronista (49). Pero no sólo la Argentina es víctima del imperialismo, también Europa, como lo dijo el Presidente de Francia, el General de Gaulle, denunciando las falsas inversiones norteamericanas, cuyo objetivo era descapitalizar a los países, radicando industrias yanquis y enviando las enormes ganancias a Estados Unidos, impidiendo el desarrollo de industrias autónomas europeas de avanzada (55). Estados Unidos se apoya, para lograr el desarrollo de su tecnología, en la superioridad de su sistema de educación universitaria, más democrático y masivo que el europeo. La investigación avanza en todos los campos, generando como resultado una gran fuga de cerebros de todo el mundo hacia Estados Unidos.
Los países de Europa han reaccionado inteligentemente a este desafío, organizándose en una unión entre naciones: la Comunidad Económica Europea, que si bien es sólo una alianza comercial en un principio, tiene por objetivo solidificar la unión política y crear los Estados Unidos de Europa. En respuesta a esto, el Presidente de Estados Unidos procedió a castigar a Europa, dada la negativa de Francia a colaborar con los norteamericanos en Vietnam, cerrando el ciclo expansionista del dólar y retirando sus fuerzas militares, lo cual a la larga beneficiará a los otros países (56). Para los países latinoamericanos, este relativo distanciamiento entre el imperialismo yanqui y los países de Europa crea una amenaza anexa: libres las manos de algunos compromisos europeos, ahora el imperialismo puede concentrarse mejor en su dominio latinoamericano, donde no necesita hacer grandes gastos militares, puesto que las Fuerzas Armadas de estos países, en lugar de actuar como ejércitos de defensa de los intereses nacionales, actúan como fuerza de ocupación de sus propios pueblos (57).
            Los territorios latinoamericanos representan una de las mayores reservas de materias primas de la humanidad, y los pueblos tienen el deber de defender estas riquezas. En un mundo superpoblado y superindustrializado, las carencias de materias primas llevarán a muchas luchas en el futuro. El imperialismo, desde 1955, ha tratado de destruir la incipiente industria argentina, para reducir el país a un pueblo de agricultores y pastores y así poder dominarlo mejor, argumenta Perón (58). Esto ha llevado a que se definan los bandos enfrentados en Argentina: los que ayudan al imperialismo a cumplir su objetivo son unos traidores a la patria. Esta es la verdadera guerra de ese momento: la lucha contra el imperialismo y los gobiernos entreguistas, para poder liberar a los países del Tercer Mundo de su yugo neocolonial. Ese Tercer Mundo no es más que la materialización de la Tercera Posición que el Peronismo ya había anunciado en la década del cuarenta (59).
            El deseo de desindustrializar al país tiene como objetivo el poder venderle los productos industrializados importados con un valor agregado y llevarse las materias primas a un precio mínimo. Si Argentina no desarrolla su industria no habrá empleo y el pueblo se volverá un parásito del campo, con la consiguiente desmoralización de la clase trabajadora (60). El desarrollo demográfico exige la industrialización. Los países industrializados marchan hacia la era posindustrial, y la Argentina no ha logrado aún cumplir su etapa de industrialización. Perón cita un estudio del “Hudson Institute” sobre cómo será en treinta años, o sea para el año 2000, la sociedad industrial, y demuestra la necesidad de asumir una modernización forzada de la sociedad nacional. En el año 2000, dice el informe (tal como lo hemos comprobado), la brecha del ingreso que separa a las sociedades posindustriales de las otras será mayor; la actividad económica más intensa habrá pasado del sector productor agropecuario e industrial al de servicios; las leyes del mercado se verán moderadas por la actividad del sector público; la cibernética planificará la totalidad de la actividad industrial; el progreso dependerá de la educación técnica y la investigación; el factor tiempo y espacio habrá perdido relevancia para las comunicaciones (61-2). Dada esta situación, dice Perón, la modernización no es sólo una cuestión económica, es por sobre todo una cuestión moral, porque el destino de la patria depende de ella. Todos los dirigentes deben luchar por modernizar el país, porque... “nadie ha de realizarse en una Argentina que no se realice” (63).
            El imperialismo, afirma Perón, no se conforma con el poder logrado frente a los países más débiles: tiene un verdadero plan de dominación (64). Latinoamérica ha sido víctima, a lo largo de su historia, del proceso de expansión territorial y económica norteamericana. Sus países sufren un grado extremo de dependencia y entregan sus riquezas al imperialismo. Ese plan imperial busca y consigue “copar” los gobiernos, las fuerzas armadas, la economía, las organizaciones sindicales y la opinión pública, dejando a las sociedades prácticamente inermes para defenderse.
            A los gobiernos los van copando al aliarse a las oligarquías vernáculas, prometiéndoles estabilidad a cambio de la entrega; aquellos que se han rebelado lo han pagado caro, porque el imperialismo en ese caso abandona la persuasión y recurre a la violencia, como sucedió con Sandino en Nicaragua y con el Che Guevara en Bolivia (67). A los que defienden su patria los tildan de comunistas, difamándolos; a los jefes los van comprando, y a los que no se dejan comprar los derrocan por medio de conspiraciones fraguadas en el Pentágono, y de golpes de estado, como ocurrió con Getulio Vargas en el Brasil y con su gobierno en Argentina. Si aún así no tienen el éxito deseado recurren al asesinato, como hicieron con el General Valle en Argentina y trataron de hacer con él, al que sometieron a diversos atentados (70). Para copar el Ejército recurren a “cursos”, a “misiones militares” que se instalan en el país, donde lavan el cerebro de los soldados probos y compran a los corruptos. Dominar los sectores económicos no les resulta difícil, porque “el embajador de EE. UU. es más bien una suerte de Virrey” en Argentina (72). La presión económica es el medio más efectivo que posee el imperialismo para dominar a los países colonizados y castigar a los rebeldes, como lo hicieron con Cuba.
            Para copar a las organizaciones sindicales recurren a la creación de asociaciones sindicales “internacionales”, manejadas desde el centro imperial y sobornan a los dirigentes venales; no pueden, sin embargo, contra la masa adoctrinada de los trabajadores, porque el imperialismo, cree Perón, no podrá copar jamás al pueblo (74). El imperialismo es “el antipueblo”, que trata de lograr sus objetivos espurios utilizando a los partidos políticos demoliberales. Pero al Justicialismo no han logrado vencerlo, porque nadie puede gobernar sin tener al pueblo de su lado, y el pueblo argentino es justicialista.
            La única manera de combatir al imperialismo es a través de la unión y de la integración de los países de Latinoamérica, algo en lo que se considera pionero, y para demostrarlo transcribe un discurso del año 1953, en que esbozó su política exterior latinoamericanista, buscando un acercamiento con Brasil y Chile. Perón explica en ese discurso que, desde 1810, los países de Latinoamérica han hecho distintos intentos para integrarse, casi siempre frustrados por los gobiernos centralistas que ambicionaban monopolizar el poder, como hizo Buenos Aires e, insiste, “...el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados...” (83). Dice que esa integración tiene que comenzar por los países, luego abarcar el continente, y luego todo el mundo (85). En aquel momento la unión no se concretó, pero Perón es optimista de que se logrará en el futuro, pasando por encima de la Alianza para el Progreso, digitada por Estados Unidos en beneficio propio. Estados Unidos busca formar un bloque continental para imponer su dominación política y económica, fingiendo una confraternidad inexistente. Cuando da “ayuda económica”, presta a altos intereses sus capitales sobrantes, mientras los países pobres quedan cada vez más hipotecados.
            Perón hace una revisión de las alianzas entre Estados Unidos y Latinoamérica, desde la reunión del Primer Congreso Panamericano en 1889, hasta la conferencia de la OEA de 1967, y demuestra que todas estas alianzas persiguieron el mismo fin: establecer la dominación yanqui, impidiendo el desarrollo de asociaciones lideradas por Latinoamérica en beneficio de la liberación y desarrollo autónomo de sus pueblos (94-6). Las Fuerzas Armadas latinoamericanas han estado entre los mejores aliados con los que ha contado el Imperio. Estados Unidos ha dejado en pie la posibilidad de una intervención armada cuando lo considere necesario, ignorando el derecho de los países a mantener su soberanía (100). Dada esta situación, el Justicialismo siempre vio como una prioridad alcanzar la integración de Latinoamérica, liderada por latinoamericanos, y buscó avanzar hacia nuevas estructuras de integración continental, a partir de su ideología socialista nacional y cristiana, privilegiando primero la patria, después el continente y por último el mundo.
            Perón reconoce que la idea de una comunidad hispanoamericana nace con los movimientos de independencia en Hispanoamérica, por inspiración de Bolívar. Esta comunidad debemos lograrla algún día, para mejorar el nivel de vida de los pueblos, evitar divisiones, ayudar al progreso técnico y económico y crear las bases de los Estados Unidos de Sudamérica (103-6). Norteamérica, al ver este deseo de integración continental autónoma, creó, con la intención de abortar esa posibilidad, su propia Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), supuestamente con el fin de promover el comercio sin barreras aduaneras entre los países del área latinoamericana. Perón considera necesaria la creación del Mercado Común Latinoamericano (106). Los países involucrados deben empezar por formar comisiones para resolver todas las diferencias económicas regionales.
            La lucha por la libertad e independencia económica es necesaria para no ser víctimas de la explotación, porque... “los pueblos que no quieren luchar por su libertad, merecen la esclavitud” (111). Los empréstitos norteamericanos no han hecho más que arruinar a los pueblos que los han recibido, por eso su gobierno no tomó ningún empréstito. El gran problema de estos países es lo elevado de su deuda externa, que los descapitaliza y los somete. Los condena a un ciclo nocivo, que tiene que pagar el pueblo. Este ve el descenso constante de su nivel de vida, mientras el esfuerzo de su trabajo va a incrementar las arcas de los bancos norteamericanos. Cuando Estados Unidos comprobó el bienestar que su gobierno justicialista estaba trayendo al pueblo, al construir gran cantidad de obras públicas y aumentar su nivel de vida, comenzaron a tildarlo de “dictador” y a conspirar contra él, a pesar que las elecciones que lo llevaron al poder fueron de las más limpias de la historia del país y siempre respetó la Constitución Nacional (114). Es que Estados Unidos no acepta nada que no sea la entrega del patrimonio nacional y la sumisión incondicional de los gobiernos a sus propios fines.
            El problema político argentino no es meramente interno, porque en el mundo actual la política interna ya casi no existe, dado el empequeñecimiento del planeta, gracias al desarrollo de las comunicaciones y a la labor de los imperialismos que, con sus bloques, han internacionalizado la política (116). También se ha internacionalizado la resistencia contra los imperialismos, al formarse el bloque de países del Tercer Mundo que busca su liberación. El pueblo argentino lucha “contra las fuerzas reaccionarias interiores apoyadas por los imperialismos foráneos” (117). Después del 55 los gobiernos sólo han tomado medidas para defender intereses sectoriales, alterando la paz social. Dice que en el país falta “paz, confianza y trabajo”, sin lo cual resulta imposible gobernar (118). El pueblo sabe en esos momentos, 1968, que el gobierno militar es incapaz de resolver sus problemas y encontrar una solución política justa. Los argentinos sufren una gran crisis moral, provocada desde el poder. Perón insiste, con idealismo, de que sólo la clase trabajadora puede salvar a la comunidad argentina de esa crisis, que afecta el alma nacional y amenaza la nacionalidad (120). Pide patriotismo a los trabajadores. Los gobiernos que siguieron al suyo han dañado las fuentes de riqueza y atacado la economía popular, afectando el consumo. En el pueblo argentino está la clave para superar esa situación. Dice Perón: “Si el pueblo está en paz y trabaja con empeño y retribución justa, no puede existir problema económico en la Argentina, donde la riqueza está brotando sola de la tierra” (122).
            La evolución política de las sociedades contemporáneas, considera, impulsa al mundo a vivir en comunidad; el individualismo del capitalismo liberal burgués es un lujo que el mundo no puede pagar; las nuevas formas políticas emergentes conducen al socialismo nacional, con el apoyo de grandes movimientos nacionales, como se ha podido observar en la década del sesenta en diversas partes del mundo, en Asia, Africa y Europa (123). El subdesarrollo latinoamericano, dice, no sólo nos afecta en lo económico, sino en el plano moral: “somos subdesarrollados mental y espiritualmente” (123). La solución está en la política: hacen falta grandes políticos altruistas que conozcan el arte de gobernar a los pueblos. Los dirigentes tienen que poseer grandeza y desprendimiento para ser buenos dirigentes. La masa, que necesita ser encuadrada, prueba a sus dirigentes, y sus mecanismos de defensa le permiten resistir a los malos. Perón compara la masa popular a un organismo vivo, en el que los traidores crean los anticuerpos necesarios para fortalecer el organismo y ayudarlo a sobrevivir (126). Siempre la organización corre un riesgo de descomposición o disociación, y los miembros tienen que defenderla. Una organización disociada tiende a dividirse, amenazando al conjunto. El proceso de trasvasamiento generacional permitirá que la juventud llegue al poder y la organización sobreviva al tiempo. A grandes crisis hacen falta grandes cambios. La masa debe salvar a la organización, siguiendo a los dirigentes buenos que hayan quedado (127).
            Para recomponer la nación se necesita trabajo, en la Argentina gobernar es crear trabajo (128). Durante su gobierno él capacitó a los trabajadores: fundó universidades obreras y escuelas de orientación profesional, todas de ingreso libre y gratuito. Los obreros están dispuestos al sacrificio, pero no lo harán con un gobierno que no sea legítimo. La desocupación que sufre el país, y la cantidad de argentinos que emigran, demuestran, en 1968, la incapacidad del gobierno militar para gobernar. El había resuelto estos problemas durante su gobierno con planificación, haciendo planes quinquenales, que aumentaron enormemente el consumo popular, a diferencia de los gobiernos posteriores, que basaron su política económica en los planes de austeridad, que hambrean al pueblo y destruyen la economía popular (129-30). Dice que tanto la explosión demográfica del mundo, como la integración territorial y humana que se está llevando a cabo, exigen “mayores  y más perfectas formas orgánicas en lo económico, en lo social y en lo político” (131). Las nacionalidades tienen que consolidarse como “comunidades organizadas”.
            Los gobiernos argentinos posteriores al 55 atacaron a la comunidad organizada argentina, llevando al país al borde de la disolución y la guerra civil, y provocando un “caos orgánico-funcional” en el movimiento sindical de los trabajadores (132). En lo político proscribieron a la mayoría del pueblo argentino, que es peronista, impidiéndole votar por su partido, y anarquizaron políticamente al país, dividiendo el espectro político en muchos partidos pequeños. Se debe llegar a la paz social impulsando la tolerancia política. La intolerancia del imperialismo crea una situación de guerra constante, llevando a enfrentamientos doctrinarios e ideológicos, tratando de forzar a los pueblos a aceptar su versión de la democracia liberal, manteniéndolos en el subdesarrollo permanente. Con el cuento del Comunismo, y del peligro comunista, han tiranizado a los pueblos de Latinoamérica; el Comunismo es una doctrina a la que no se puede destruir con la fuerza, hay que atacarla con otra doctrina (135). Los pueblos tienen derecho a usar la fuerza sólo cuando se atacan sus derechos.
            Los gobiernos militares que han usurpado el poder han logrado corromper a muchos dirigentes, pero el pueblo se ha mantenido puro, cree Perón (136). La “democracia gorila” no puede burlar la voluntad popular. Los agentes del gobierno han terminado amparando el delito. Han atentado contra el poder sindical creando una nueva Confederación del Trabajo, demostrando que todos los hombres tienen precio. El tiene fe en que la masa de trabajadores sabrá defenderse de esa infamia.
            La división “tripartita” del poder en el mundo (en los dos grandes imperialismos y los países que resisten) se originó en el año 1938. Muestra su simpatía por los nacionalismos europeos que lucharon contra los “imperialismos” norteamericano y soviético (138). El fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán se enfrentaron trágicamente a los imperialismos y perdieron. Cree que de esa manera los imperialismos destruyeron al “tercero en discordia” (139). Para Perón hay buenos y malos nacionalismos, y el caso alemán, que resultó catastrófico, y terminó en los peores excesos racistas y en el genocidio de los judíos, no es causa suficiente para descalificar la ideología del nacionalsocialismo, de la misma manera que las purgas stalinistas no descalifican al comunismo. Los bloques políticos en esos momentos luchan por su sobrevivencia, buscan mantener su poder, y las ideologías pasan a segundo plano. Los imperialismos desean dominar, y los países dominados liberarse. La división tripartita es en realidad bipartita: los pueblos que luchan por su liberación contra los imperialismos.
            Para Perón ambos imperialismos son negativos, pero el norteamericano es el más nocivo para Argentina, ya que está bajo su poder. La lucha por la liberación en Argentina es la lucha contra el imperialismo yanqui y sus aliados internos: los miembros de la oligarquía “gorila”, “cipaya” y reaccionaria. Perón encuentra los epítetos más adecuados para expresar su indignación y denunciar a sus enemigos, que son para él los enemigos del país, pues cree que el Justicialismo, que él lidera, es la única ideología capaz de defender a la patria y de representar el sentir de las masas (140). Advierte del peligro de una guerra civil latente, debido a los errores y abusos de los gobiernos militares en el poder.
            Considera que tener una ideología es fundamental para cualquier gobierno. Dice: “...no concibo una revolución sin una ideología que le dé sustento filosófico. La ideología, origen de todas las transformaciones humanas, es imprescindible cuando...se intenta saber lo que se quiere” (141). Aclara que para él “ideología” significa un conjunto de ideas propias. El término toma así un sentido positivo y antirretórico. Explica que el Justicialismo fijó su ideología en el Primer Congreso de Filosofía de Mendoza en 1949, cuando él leyó su discurso titulado “Una comunidad organizada”, que quedó como síntesis ideológica del Justicialismo, y que, junto al libro Conducción política, 1951, constituye la base de su pensamiento y de su saber como estadista (141).
            Perón sostiene que la política no es sólo idea, sino también saber hacer, es decir conducción. La conducción es el aspecto aparentemente técnico (en realidad es artístico, puesto que considera a la conducción un arte) necesario para imponer las ideas de acuerdo a las circunstancias históricas. Para conducir hace falta alcanzar un alto grado de “coordinación” y “desenvolvimiento armónico” (141). Perón había desarrollado gran sentido práctico durante su educación y experiencia militar. Comprendió el valor de la conducción para la vida política nacional. Creyó que era necesario formar líderes carismáticos.[5] Ve el adoctrinamiento como un paso positivo en la formación política popular: adoctrinar, para él, es crear conciencia política, y probablemente éste sea el único tipo de formación al alcance de las masas. Asocia al concepto de conducción el de “centralización del mando”. Este concepto presenta dos aspectos, que hay que considerar por separado: la concepción de la estrategia a seguir, que tiene que ser centralizada, y la ejecución, que necesita ser descentralizada (142). El líder deriva poder en los subalternos, particularmente en los estratos político-administrativos. La conducción general queda a cargo de los políticos, particularmente del presidente, el conductor que lleva toda la responsabilidad y concentra el poder de decisión.
            En el mundo moderno cada vez adquiere más importancia la vida de relación. Se está dando un proceso de definición de nuevas articulaciones geopolíticas, que alcanza no sólo a Europa sino también a Medio Oriente y a Asia. En Latinoamérica, por descomposición de los sistemas institucionales, todo parece decidirse en luchas parciales, influidas por el imperialismo soviético. El mundo moderno está enfrentando, dice Perón, a una “sinarquía internacional”, que es la suma de esos intereses internacionales que manejan el mundo (146). Para resistir a esta sinarquía, se está generando un proceso de integración entre los pueblos, de sentido inverso al de las sinarquías imperialistas, en que se forman bloques de oposición. Está integración, como en el caso de Europa, es en un primer momento económica, pero aspira a ser política. Los imperialismos tratan de impedir esta integración, para poder “dividir y reinar” (147).
Un país no puede existir aislado, y la situación de Sudamérica es más difícil que la europea, porque no tiene la importancia económica y cultural del viejo mundo: es un continente debilitado por el colonialismo, el subdesarrollo y la entrega de su economía. El mundo está evolucionando hacia nuevas formas, y su impulso se nota tanto en lo científico, como en lo cultural y filosófico. La juventud se tiene que enfrentar a esta situación. El inició en su momento la Revolución Justicialista para buscar una solución a todos estos problemas y cambiar la fisonomía colonial que presentaba su patria; el Justicialismo buscaba “la transformación indispensable dentro de las formas incruentas hacia un socialismo nacional y humanista” (149). El Justicialismo había renunciado a la violencia, pero el Comunismo no, y la opción del futuro era, para él, Justicialismo o Comunismo. El Socialismo, dice, es sectario, mientras el Justicialismo es una doctrina nacional argentina (150). Los militares en el poder no lo han entendido, proscriben al Peronismo y lo persiguen, defendiendo el sistema liberal capitalista. 
Esta crisis ha afectado al nivel directivo del Peronismo, por eso el Comando Superior Peronista propugna el trasvasamiento generacional. Desgraciadamente, la juventud está dividida en pequeños grupos, haciendo difícil el logro de la unidad buscada. Hay que juntar el entusiasmo y la energía de la juventud con la sabiduría y la prudencia de los viejos. Los jóvenes tienen que exhibir sus condiciones como dirigentes, demostrando sus aptitudes en la práctica (157). La juventud debe proceder a pacificar a los distintos sectores para lograr una unidad y solidaridad efectivas.
            Para ser revolucionario hay que poseer los valores y la mística para luchar por sus ideales, cree Perón (158). Hacía veinticinco años que había iniciado su vida política, liderando el golpe de los Coroneles en 1943. Organizaron el golpe luego de analizar la crítica situación internacional europea durante la Guerra Mundial. Llegaron a la conclusión que el socialismo nacional ya no podía existir, el capitalismo liberal y el comunismo habían triunfado, pero podían surgir otros socialismos nacionales. Muchos estados republicanos de Europa prefirieron la evolución pacífica, logrando una simbiosis política entre democracia cristiana y marxismo. La revolución justicialista buscó los mismos fines: transformar la sociedad argentina “liberal, capitalista y burguesa” en un “socialismo nacional cristiano” (160).
            Formaron el Consejo Nacional de Posguerra para estudiar las condiciones existentes al finalizar la Segunda Guerra y planificar la Revolución Justicialista. Querían impedir que los países triunfadores de la contienda forzaran a la Argentina a aceptar convenios contra sus intereses.  Lograron llegar a un acuerdo político con conservadores, radicales y socialistas y se creó un “cuerpo de concepción” de la Revolución que trabajó durante tres años. La Revolución fue el resultado de una larga planificación y trabajo de concepción grupal (161). El joven Movimiento pudo superar la crisis del 17 de octubre de 1945, donde se vio el desarrollo que había alcanzado la tendencia popular que él lideraba. Su fracción pidió elecciones para tomar las riendas del poder dentro de los límites impuestos por la Constitución Nacional. Con el triunfo en las elecciones de 1946, el Movimiento recibió el mandato popular para introducir e institucionalizar los cambios que se habían propuesto.
            La sinarquía internacional, aliada a la oligarquía demoliberal argentina, derrocó su gobierno, y en esa contrarrevolución se alinearon los grupos nacionalistas clericales, junto a los gorilas, la pequeña burguesía industrial, los agroexportadores, los monopolios foráneos, formando un grupo heterogéneo, que contó con el aval del Fondo Monetario Internacional (162). La juventud argentina tiene que luchar contra este grupo, unirse y formar un gran Movimiento nacional para “restituir al pueblo su soberanía perdida desde 1955” (165). Deben buscar la integración histórica con los otros países que tratan de liberarse del imperialismo y sus agentes vernáculos.
La Argentina debe unirse al Tercer Mundo que lucha por su liberación. Sólo la Comunidad Económica Latinoamericana y el Mercado Común Latinoamericano pueden superar las crisis que agobian a nuestros países. La integración tiene que ser obra propia, sin intervenciones extrañas de ninguna clase, para crear “las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la expansión económica”, evitando divisiones artificiosas entre los países y sentando las bases para los futuros Estados Unidos Latinoamericanos (166). Los argentinos necesitan conformar un gran movimiento nacional para enfrentar a la dictadura militar. La conducción será la garantía del éxito, seguida por una masa bien encuadrada. Hace falta planificar la lucha, prepararla, para salvar a la patria (168).
            Perón escribe este libro en un momento clave de la resistencia peronista, y cuando la situación política internacional favorecía las luchas revolucionarias de la juventud. A partir de 1968 el gobierno militar entra en crisis. Años más tarde tiene que dar elecciones. En esas elecciones se verán forzados a levantar la proscripción del Peronismo, permitiendo que participe en la campaña electoral, primero “sin Perón” y, cuando el Justicialismo gana las elecciones en marzo de1973 con casi el cincuenta por ciento de los votos, el electo presidente Cámpora llama a una segunda elección, esta vez con Perón, quien triunfa por amplia mayoría con el sesenta y uno por ciento de los votos. El anciano líder ocupa por tercera vez la Presidencia de la nación en 1973, y muere pocos meses después, en julio de 1974, en el ejercicio del poder (Sidicaro 112-3). Perón triunfó contra la oposición que le había arrebatado la Presidencia inconstitucionalmente dieciocho años antes. Sin haber derramado sangre argentina en una guerra civil, logró,  desde el exilio, gracias a sus extraordinarias cualidades políticas, hacer triunfar su Movimiento, liderando la vida política nacional.[6]     
A través de su argumentación ágil, Perón busca en su libro embanderar a los militantes tras sus ideas, demostrando su vigencia intelectual como líder, a pesar de su edad avanzada.[7] Hombre de acción y político, Perón escribe para “hacer”: es el epítome del hombre que aspira a transformar el mundo.[8] El libro nos permite comprender los aspectos fundamentales de su doctrina:
- su profundo mensaje de unión: el Justicialismo no es un partido político tradicional, que busca competir con otros partidos; es un Movimiento nacional de unión de todas las tendencias políticas en un solo organismo. La unión empieza en la nación, pero aspira a extenderse al continente primero, y al mundo después.
- la base política del Justicialismo son los trabajadores: el trabajo es el núcleo espiritual de la nación.
- la justicia social: su ideal es vivir en una comunidad socialmente justa, evitando la competencia destructiva y fomentando la solidaridad.
- la distribución de la riqueza: la nación debe distribuir su riqueza (por medio del gobierno) de manera justa y equitativa para todos.
- el Justicialismo es una doctrina cristiana: el dinero, la riqueza debe estar al servicio del espíritu.
- la pacificación: el Justicialismo debe alcanzar su objetivo político de modo pacífico, por evolución.
            La doctrina tiene un mensaje político inusual que ha calado hondo en el corazón de una mayoría del pueblo argentino. El Justicialismo quiere tener una nación unida, en que exista solidaridad entre pobres y ricos, en paz, con justicia social, donde el trabajo sea la fuente de la riqueza. Busca que la solidaridad se extienda al continente, para poder lograr la libertad política deseada.
            El mensaje tiene un sentido ético original. El Justicialismo defiende la independencia del pensamiento nacional. El General exigía a los militantes lealtad, y la defensa del Movimiento contra los enemigos internos y externos. En su concepción, la idea de patria es tan central como la idea de dios. El trabajador es el hijo de la patria. Introduce dos sujetos: la patria y el trabajador argentino. Junto con Eva, que en un sentido simbólico era la madre-novia de la patria, la esposa-hija de Perón, conformaban la “familia peronista”. Perón era el padre dinámico y fuerte: el líder, el conductor. Quería que los identificaran como la “familia nacional”, la única familia posible, la “familia argentina”. Su nacionalismo cristiano rezuma amor a la patria, un sentimiento quizá no demasiado apreciado en los tratados de política, pero ante el cual ningún político y ningún pueblo pueden ser indiferentes (Anderson 1-7).
            La doctrina de Perón muestra una visión pragmática del objetivo del estado moderno y sus escritos pueden alentar a aquellos que buscan conocer la ciencia del buen gobierno. Interpretó el hecho político como un fenómeno dinámico, que depende de una relación humana frágil: la relación entre el gobernante y los gobernados, entre el líder y el pueblo. Político hábil, maestro en el “arte” de la conducción, Perón logró transformar a su patria, dándole al ciudadano común, a las masas, un lugar en el espacio de la nación, transformándolos en interlocutores de una política nacional que hasta ese momento los había eludido. El Peronismo actúa como una fuerza modernizadora de la política argentina. Este libro de ensayos de Perón enriquece nuestro patrimonio intelectual y debe ser reconocido como una obra clave en la definición de nuestra identidad como nación.


                                               

                                                Obras citadas

Anderson, Benedict. Imagined Communities Reflections on the Origin and Spread of
            Nationalism. New York: Verso, 1991. Revised edition.
Arzadun, Daniel. Perón: ¿proyecto nacional o pragmatismo puro? Análisis cualitativo
            de los contenidos doctrinarios del justicialismo temprano. Buenos Aires: Ensayos
            AGEBE, 2004. 
Mafud, Julio. Sociología del peronismo. Buenos Aires: Editorial Américalee, 1972.
Monsiváis, Carlos. Días de guardar. México: Ediciones Era, 1970.
Page, Joseph. Perón A Biography. New York: Random House, 1983.
Pavón Pereyra, Enrique. Yo Perón. Buenos Aires, Editorial MILSA, 1993. Segunda
            edición.
----------. Perón Preparación de una vida para el mando (1895-1942). Buenos Aires:
            Ediciones Espino, 1953. 
Perón, Juan Domingo. El modelo argentino. Proyecto Nacional. Rosario: Ediciones
            Pueblos del Sur, 2002.
----------. Doctrina revolucionaria. Filosófica-Política-Social. Buenos Aires: Editorial
            Freeland, 1973. Prólogo del Tte. Coronel Plácido J. Vilas López.
----------. La comunidad organizada. Buenos Aires: Ediciones realidad política, 1983.
----------. La hora de los pueblos. Buenos Aires: Editora Volver, 1987. 1era. edición,
            1968.
----------. Conducción política. Buenos Aires: C.S. Ediciones, 1998.
----------. Obras completas. Buenos Aires: Editorial Docencia, 1999. Compilación de
            Eugenio Gómez de Mier. 25 tomos.
Sidicaro, Ricardo. Los tres peronismos Estado y poder económico 1946-55/1973-
            76/1989-99. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2002.
                                 

[1]  Perón consideraba que la estrategia y la conducción eran disciplinas fundamentales para la política y la vida. La conducción no era una técnica, sino un arte (Conducción política 17). Había que nacer destinado a la conducción, y él había demostrado en su momento que era el hombre del destino.
[2]  Su política tuvo el efecto de marginar a influyentes sectores conservadores y de la oligarquía del espacio político, de dividir a la clase media y de incluir a sectores laborales que habían sido mayorías silenciosas y sin identidad en el pasado.
[3]  Eso explica por qué el Facundo de Sarmiento y el Martín Fierro de Hernández, que denuncian, el primero el abuso de poder de los caudillos durante la anarquía y la dictadura rosista, y el segundo la inhabilidad de los gobiernos liberales de Sarmiento y Avellaneda para crear una política de desarrollo en las campañas, capaz de reconocer y respetar los derechos de los paisanos, son obras tan representativas en nuestra literatura; por la misma razón Operación masacre, la investigación de Rodolfo Walsh sobre el fusilamiento de supuestos militantes peronistas organizada por el gobierno dictatorial del General Aramburu, se transformaría en un clásico contemporáneo de la literatura nacional.
[4]  Sobre esto nos advertirá en el ensayo considerado su testamento político, unos pocos años después, al referirse al peligro ecológico que amenaza a la humanidad, insistiendo en la necesidad de racionalizar el uso de los recursos naturales (El Modelo Argentino 61-67).
[5]  Argentina tuvo una tradición de gobiernos militares fuertes prácticamente desde el inicio mismo de sus luchas por su independencia de España. La alianza entre la clase militar y la oligarquía terrateniente recorre la historia argentina. Perón consideró que la oligarquía era enemiga de los intereses populares y estaba alejada del espíritu del pueblo. Sólo las masas de trabajadores pobres poseían en esos momentos un sentido patriótico, el pueblo pobre era el heredero de los valores más altos de la nacionalidad. 
[6]  A partir del 68 las rebeliones juveniles dieron lugar a la formación de diversos focos guerrilleros, aún dentro del peronismo mismo, agregando un matiz trágico a las luchas políticas argentinas (Page 414-8).
[7]  La hora de los pueblos es el último libro de ensayo publicado por Perón antes de su importante testamento político, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, dado a conocer póstumamente, pero anticipado en su discurso al Congreso del 1º de mayo de 1974, poco antes de su muerte (22).
[8]  La hora de los pueblos, 1968, forma parte de esa serie de obras políticas, escritas por periodistas, políticos, profesores, militares, desde el momento de la emancipación hasta nuestros días, que denominamos “ensayo de interpretación nacional”, entre las que se destacan los discursos de Bolívar, el Facundo de Sarmiento, “Nuestra América” de Martí, Ariel de Rodó, La nación latinoamericana de Ugarte y Las venas abiertas de América Latina de Galeano.



Publicado en Alberto Julián Pérez. Literatura, peronismo y liberación nacional. Buenos Aires: Corregidor, 2014: 23-47.

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