Alberto Julián
Pérez ©
Las Obras Completas de Juan Domingo Perón (1895-1974), recopiladas en
1997 por Eugenio Gómez de Mier, suman 25 tomos editados en 35 volúmenes. La
extensa lista de publicaciones, que reúne tomos de historia militar europea,
estudios de etimología araucana, informes militares, tratados políticos,
artículos periodísticos, documentos partidarios, discursos, ensayos, testimonian
la diversidad de intereses intelectuales de la multifacética personalidad del
General Juan Domingo Perón.
Perón desarrolló en su juventud una meritoria carrera docente en el
Ejército (Page 27-34). Sobresalió entre sus pares por su vocación al estudio, y
sus superiores lo nombraron instructor de la Escuela de Suboficiales y profesor
de la Escuela Superior de Guerra, la universidad de las Fuerzas Armadas, donde
enseñó Historia Militar y publicó tres libros: El frente oriental de la Guerra Mundial en 1914, 1931; Apuntes de Historia Militar, 1933; La Guerra Ruso-Japonesa, en dos
volúmenes, 1933-34.
Al
ingresar en la vida política perfeccionó sus dotes de orador. Sus discursos
ocupan diez tomos de sus obras completas. Luego del golpe de estado que lo
derribara de la presidencia en 1955, inició una nueva etapa en su vida política
e intelectual y dirigió el Movimiento Justicialista desde el exterior. Vivió en
Paraguay, Paraná, Venezuela y la República Dominicana, y se estableció en
Madrid en 1960. Residió allí hasta 1973, en que regresó a Argentina y fue
elegido Presidente por tercera vez.
Durante su exilio escribió libros de ensayo en los que enjuició a la
Revolución Libertadora que lo había derrocado, y a los gobiernos ilegítimos que
prohijó. Estos son: La fuerza es el
derecho de las bestias, 1956, Los
vendepatria, 1957, América Latina,
ahora o nunca, 1965 y La hora de los
pueblos, 1968. En ellos demostró su talento como estadista, como pensador
político e intérprete original de la sociedad de su tiempo.
Perón publicó La hora de los pueblos en un año crucial de la historia
latinoamericana, norteamericana y europea: 1968. Los jóvenes norteamericanos se
rebelaban contra las atrocidades de la guerra de Vietnam y emergía una vital
contracultura en el centro del imperio capitalista. Durante el Mayo francés,
los estudiantes de París se aliaron con los trabajadores, apoyaron su huelga y
se opusieron al gobierno. Esas olas de rebeldía se extendieron a las grandes
ciudades de Europa, de Estados Unidos y de Latinoamérica (Monsiváis 273). Los
trabajadores y los estudiantes argentinos iniciaron al año siguiente jornadas
de huelga en Rosario, Córdoba y Buenos Aires, contra el gobierno militar. El
Che Guevara había sido asesinado un año antes en Bolivia, cuando trataba de
llevar la revolución socialista a otros países de América Latina.
Este
libro tiene a los jóvenes como destinatarios principales de su mensaje. En ese
momento Perón era un hombre de 73 años. Su singular experiencia política como Presidente
de Argentina, durante nueve años, y los cambios radicales que trajo a la vida
del país, hacían de él un interlocutor de enorme complejidad para las nuevas
generaciones.[1]
Perón cambió la escena política al
introducir a las masas de trabajadores como partícipes directas en las decisiones
nacionales. La oligarquía y gran parte de la clase media argentina se sintieron
agredidas por su activismo, sus movilizaciones partidarias y su retórica
antiliberal.[2]
Ferviente nacionalista, aceptó para el Movimiento que dirigió el título de
“Justicialista”, un adjetivo feliz. Este nombre se justificaba, porque en
Argentina faltaba justicia social.[3] El Tercer Mundo, cuya idea
Perón promovió, estaba sediento de
libertad y de justicia. En La hora
de los pueblos Perón, el conductor, el líder de masas, se dirige al pueblo
argentino, su pueblo, al que le dice “la verdad”.
Perón creía en la Argentina criolla. Usaba en sus discursos un lenguaje
cargado de expresiones y giros costumbristas. Ridiculizaba a sus enemigos
políticos, llamándolos “cipayos”,
“vendepatrias”, “gorilas”. Su humor criollo y su personalidad carismática le
ganaron la adhesión y la simpatía de las masas
urbanas (Arzadun 31).
Perón y Evita mantuvieron una
relación simbiótica con su pueblo. El Peronismo, en conflicto con la alta
cultura de la burguesía, conformó una nueva cultura popular. Perón, el descamisado, representaba los intereses y la
sensibilidad del pueblo bajo. Su persona dramatizó la fragmentación política y
cultural de la sociedad argentina. Perón legitimó los derechos del pueblo
vituperado y marginado. La alta sociedad y la clase media le negaron
legitimidad política, y lo acusaron de demagogia y perversión. Julio Mafud, el
intuitivo ensayista, habló de la “virginidad” política del peronismo: era un
fenómeno nuevo e inédito, original (Sociología
del peronismo 43-8).
La
hora de los pueblos es un libro crítico e idealista (como lo fueron antes Ariel de Rodó, 1900 y El hombre mediocre de José Ingenieros,
1913). Perón deseaba denunciar injusticias políticas y estimular a los jóvenes
para que creyeran en sus ideas sociales. En su ensayo demuestra una gran
capacidad de análisis para entender e interpretar la situación nacional e
internacional en esos momentos, desde la perspectiva de sus propias ideas.
Perón en este libro no sólo es un gran estadista, sino también un original
pensador político. Este ensayo resulta indispensable para entender al Peronismo
y el papel que le tocó desempeñar en la historia argentina.
Perón
realiza desde el exilio una defensa incondicional del país contra el
imperialismo, denunciando sus propósitos de dominación y demostrando cómo
traicionan a su país la Junta Militar en el gobierno y los sectores políticos
cómplices. Siempre teniendo en cuenta las posibilidades futuras, Perón propone
salidas políticas concretas a la crisis latinoamericana. Dividió el libro, que
aspiraba a resumir el sentido de sus luchas y la razón de ser del Peronismo, en
siete capítulos: “El concepto justicialista”, “La penetración imperialista y la
tragedia del dólar”, “La penetración imperialista en Iberoamérica”, “La
integración latinoamericana”, “El mercado común latinoamericano y la Alianza
para el Progreso”, “El problema político argentino” y “Los deberes de la
juventud”.
Advierte en su “Prólogo”, fechado en agosto de 1968, que “ya soplan vientos
de fronda”, se avecina una nueva etapa para la humanidad, que caracteriza como
“la hora de los pueblos” (7). Ha llegado el momento histórico que pone en el
centro de la vida política a los trabajadores, sobre cuyas espaldas había
descansado siempre el esfuerzo material, que había permitido a la sociedad
capitalista evolucionar durante los últimos doscientos años.
La etapa postindustrial que se
avecinaba requería una nueva sociedad, en la que los imperialismos no pudieran
oprimir impunemente a los pueblos, que se liberarían de su yugo (7). La hora de
los pueblos es la hora de la liberación de los pueblos del imperialismo
opresor. El pensamiento anti-imperialista que recorre este libro ha vertebrado
la vida política de Juan D. Perón. Afirma que los imperialismos, a lo largo de
la historia, han fracasado, porque los pueblos necesitan ser libres (8). Aún el
imperio más poderoso de la historia, el Romano, decayó, y con mucha más razón
caerían los imperios contemporáneos que, para Perón, eran dos, claramente
identificados: el norteamericano y el soviético. Ambos oprimían a las naciones
que dependían políticamente de su influencia y de su ayuda.
El capitalismo yanqui ignoraba a los
pueblos y despreciaba al trabajador: su finalidad era la explotación del hombre
por el hombre. Perón, con su “Justicialismo cristiano”, como él denominaba a su
doctrina, quería implantar un régimen de justicia social, donde el hombre fuera
el objetivo moral de la política. El problema de su patria, creía, no era
meramente económico, era político, y la política era una disciplina
fundamentalmente ética. Perón cierra su “Prólogo” afirmando que no siente
ninguna animosidad hacia el pueblo norteamericano, a pesar que ese gobierno había
enjuiciado y condenado a su gobierno, y concluye con una frase apropiada del Martín Fierro, el clásico de la
literatura nacional argentina de denuncia política, diciendo que si canta de
este modo “...no es para mal de ninguno/ sino para bien de todos” (9). La
finalidad de su crítica y su denuncia es constructiva, guiada por sus ideales.
En la “Introducción” analiza la
crisis que sufre la sociedad contemporánea. Observa la situación desde una
perspectiva global y realista, mirando hacia un futuro que no esté signado por
la utopía. Ese futuro depende mayormente de la acción humana, son los seres
humanos a través de la política los que tienen que asegurar la felicidad de la
humanidad. Para Perón, la política es la disciplina madre, es el saber más importante,
porque de ella depende la viabilidad de la humanidad, que, sin una programación
política racional, puede marchar hacia su destrucción.[4]
Nos da su versión de la historia nacional. Argentina ha sido víctima de la
voracidad colonial y, a partir de su independencia de España, ha seguido
acumulando amos, que han coartado su libertad política: primero Inglaterra, y
luego Estados Unidos (La hora de los
pueblos 11-12). En lo interno, la oligarquía terrateniente se ha aliado con
los imperialismos, luchando contra su pueblo. La línea nacional debe luchar
contra los enemigos de la patria: el futuro depende de la acción nacionalista
de los que quieran salvarla de sus enemigos internos y externos. Ve a Argentina
como un caso que se repite en otras partes del mundo: en esos momentos, muchos
países luchan contra los imperialismos por su liberación. Esos países
constituyen de hecho un bloque, que debe tratar de integrarse para formar el
“Tercer Mundo”.
El nacionalismo, creía Perón, no
había perdido su vigencia, a pesar del desprestigio en que cayó, después de la derrota
que sufrieron Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial (13). En
lugar de intentar el cambio social mediante la agresión militar, como lo
hiciera Alemania, provocando una catástrofe europea, debía confiarse en la
evolución social pacífica. El conductor no debía ser líder militar de un estado
totalitario, sino líder político de una sociedad civil y democrática, de una
democracia social. Distingue entre el concepto demoliberal de “democracia”, que
considera históricamente perimido, como resultado de la evolución, y un nuevo
concepto de “democracia representativa”, al servicio de ese hombre que hace posible
la riqueza de los pueblos: el trabajador, finalidad de su política.
La mayor parte de la humanidad,
considera, buscaba la democracia fuera de los moldes del liberalismo (15).
Desde el siglo XIX, momento cumbre de los gobiernos liberales, el mundo había
cambiado, como resultado del desarrollo industrial y el crecimiento demográfico
(16). Un nuevo sujeto emergió en la sociedad del siglo XX: el hombre-masa. Ya
no era posible defender una actitud social enteramente individualista. Este
nuevo actor había hecho cambiar la sociedad contemporánea y envejecer el
liberalismo burgués. Los partidos políticos de la primera época del estado
burgués habían decaído, ya no representaban los intereses de la mayoría,
carecían de vitalidad. La nueva política requería organismos dinámicos, como su
Movimiento Justicialista, que era una organización política del presente y del futuro.
Su Movimiento privilegiaba el criterio de “comunidad”. A diferencia de los
partidos burgueses, ofrecía a las masas “una democracia directa y expeditiva”
(16). Sin embargo, la reacción trataba de destruirlo. Las fuerzas internas “cipayas”
y el imperialismo norteamericano lideraban las fuerzas de la reacción. El
imperialismo, valiéndose del “State Department” o del “Pentágono”, trataba de
sabotear la lucha de los pueblos que buscaban liberarse de su opresión. Estos
lo difamaban, acusándolo de demagogo y aún de nazifascista (17).
Perón describe el proceso de la
evolución política europea, de la época medieval a la Revolución Francesa. Las
corporaciones medievales pasaron su poder a varios agentes. La burguesía despojó
del poder político a las corporaciones y lo transfirió a las organizaciones
creadas por ella exprofeso: los partidos políticos, a través de los cuales pudo
impulsar las leyes para sostener su gobierno. Los sindicatos de trabajadores,
desprovistos de verdadero poder, han reemplazado a las corporaciones pre-burguesas,
y su lucha se centra en el crecimiento del salario y otros beneficios
laborales. Al haber retenido el poder de decisión política para sí,
expropiándolo de las corporaciones, la burguesía pudo explotar durante el siglo
XIX a las masas de trabajadores urbanos y rurales. Pero a fines de ese siglo
este proceso entró en crisis, imponiendo la necesidad de transformar el
sistema, ya sea por evolución o revolución (17-8).
El siglo XX se inició con “el signo
de las grandes luchas”, que impulsaron tanto la revolución científica, como,
por evolución social, “la hora de los pueblos” (19). Los distintos pueblos que
luchan y quieren evolucionar, tratan, a su modo, de destruir el liberalismo
demoburgués: así lo hicieron los países comunistas y los fascistas, buscando
diferentes arreglos y soluciones políticas. La burguesía liberal norteamericana
y la inglesa dividieron la política en dos grandes partidos contrincantes, los
dos de derecha casi siempre, manteniendo la simulación democrática (20). Dada
esta situación, el mundo se debate entre las democracias pseudo-liberales y los
regímenes comunistas. Los nacionalismos tienen un papel especial en la
evolución política: necesitan rescatar al mundo de esa lucha imperialista, “liberarlo”.
La nueva “democracia” tiene que conciliar la “planificación colectiva” con la
garantía de la libertad individual. Su gobierno procuró defender el poder
popular y luchar contra los imperialismos.
A diferencia del Peronismo, que
impulsó la reforma y la evolución política de manera racional y en forma
incruenta, el imperialismo norteamericano durante varias décadas recurrió a la
violencia, alentando golpes de estado. El Tercer Mundo tiene que resistir, luchar
y recuperar su protagonismo en la historia. Durante los diez años de gobierno
justicialista, Argentina fue un país libre y soberano, pero la oligarquía,
aliada al Ejército “cipayo”, acabó por doblegar al pueblo e imponer gobiernos
títeres. La cuestión ideológica entre los imperialismos ha pasado a segundo
plano: de la misma manera que no hicieron cuestión de ideas al repartirse el
mundo al final de la Segunda Guerra Mundial, no hacen cuestión de ideas en ese
momento para dominar y explotar a los países más débiles (23).
El Peronismo ha demostrado que es una organización política superior a los
partidos demoliberales burgueses: es un gran Movimiento nacional y popular
moderno, “una idea transformada en doctrina y hecha ideología...” (24). El
pueblo lo ha asimilado y le ha comunicado su mística, y el pueblo es el único
“caudillo” que puede vencer al tiempo. Perón creía que el Peronismo era el
único Movimiento político contemporáneo capaz de responder a las necesidades
del pueblo (25). Su influencia había elevado la cultura política del país, y
los numerosos minipartidos que antes operaban habían perdido representatividad.
Después del Peronismo, sólo cabían dos tendencias: Peronismo y antiperonismo.
Estas dos tendencias monopolizaban la vida política argentina.
Explica cómo su Movimiento rescató
la economía de una profunda crisis durante su primera presidencia,
capitalizando al país. Nacionalizó los servicios financieros que estaban en
manos extranjeras y creó un control para impedir la evasión de capitales (27). La
capitalización se logró mediante el trabajo, que es la única fuente legítima de
riqueza para Perón. No tienen que permitir que los imperialismos los
“subdesarrollen”, llevándose el capital mediante servicios financieros
abusivos. La Argentina, afirma, tuvo bajo su presidencia una economía de
abundancia que, los que tomaron el poder después del 55, arruinaron (27-8).
Si él regresara al gobierno, sostiene Perón, volvería a empezar y
levantaría la economía popular, deteniendo la anarquía que han provocado los
gobiernos ilegítimos que lo sucedieron (29). La cuestión política incide tanto
en la vida social, que los trabajadores se negarán a colaborar con el gobierno
hasta que la situación institucional no se regularice “…porque entienden que
mientras subsista este estado de cosas, no trabajan para ellos ni para el país
sino para los explotadores foráneos y los especuladores vernáculos, y tienen
razón” (29). Este problema, insiste, no se soluciona con la fuerza, sino con la
razón y la habilidad del gobernante, del conductor. Los ministros y los técnicos
especializados son los administradores, pero el conductor es el que gobierna.
El gobierno no es una técnica, sino un arte que requiere del talento y la
genialidad del artista. El hombre de gobierno debe ser humanitario, tener
imaginación y sensibilidad. Un gobernante con estas condiciones se diferenciará
del político común, simulador e hipócrita.
Para vencer a los imperialismos
decadentes los países del Tercer Mundo tienen que unirse: el planeta se ha empequeñecido,
contrayendo todo en relación al tiempo y al espacio (32). Por eso se han creado
“las grandes internacionales”, entre las que se cuentan el comunismo y el
capitalismo, en que los países forman bloques de intereses, y lo mismo deben
hacer los países del Tercer Mundo. La rebelión nacionalista china de Mao contra
la URSS, imponiendo su versión nacionalista del comunismo, ha beneficiado, en
su concepto, a los países del Tercer Mundo, demostrando que se puede ser
nacionalista y socialista a la vez (33). Los europeos ven con disgusto cómo los
imperialismos se adueñan de sus ex-colonias de Africa y Asia, que les obligaron
a liberar. Se apoderaron de ellas con métodos neocoloniales, en nombre de la
“libertad” y la “democracia”. La Argentina, en lo internacional es, desde 1955,
un satélite del imperialismo yanqui; la encabeza en esos momentos, 1968, un
gobierno militar opresivo y cipayo, sin representatividad popular, y sus
Fuerzas Armadas se someten a la política del Pentágono. El pueblo, mientras
tanto, lucha por la liberación de su patria y, a la larga, habrá de vencer,
porque, considera Perón, el pueblo permanece, mientras las tiranías pasan (34).
La nueva generación justicialista,
capacitada en las escuelas peronistas de formación política, dirigirá la lucha
por la liberación, para traer a la Argentina la justicia social, defendiendo la
independencia económica y la soberanía nacional. Perón pasa el poder de su Movimiento
a esta juventud, que siempre fue una de las principales destinatarias de su
política. Transcribe un mensaje que en 1950 enterrara en una cápsula en Plaza
de Mayo, frente a la casa de gobierno, dirigido a los argentinos del año 2000,
y que habían destruido los que dieron el golpe militar que lo derrocó en 1955. Advierte
a la juventud argentina del futuro que los pueblos han hecho grandes avances
materiales, pero no morales, corroídos por el egoísmo y la falta de amor al
prójimo (38). El Justicialismo ha cumplido con su parte, dejando una doctrina
justa y un programa de acción. A pesar de los problemas morales del mundo, Perón
es un luchador optimista, su espíritu no decae. Por defender la libertad su
gobierno ha sufrido persecuciones, pero la juventud debe continuar la lucha,
puesto que se juega la suerte de todos los pueblos en esa resistencia del
Tercer Mundo contra los imperialismos. Dice: “Liberarse es la palabra de orden
en la lucha actual. Nosotros debemos liberarnos de las fuerzas de ocupación que
hacen posible la explotación y dominación imperialista. Unirnos al mundo
naciente que en cada uno de los países aspira a esa liberación, porque la
historia prueba que los grandes movimientos libertarios sólo pueden realizarse
por la unión y solidaridad de todos los pueblos que aspiran a ella. El devenir
histórico de los pueblos ha sido siempre de lucha por liberarse de los imperialismos...”
(41).
En la hora de peligro que vive la
patria, cree Perón, hay que darle prioridad al país por encima de las banderías
políticas, pacificar la nación, desgarrada por los conflictos, y buscar el bien
común (42). Espera también que la acción internacional de otros países ayude a
coordinar un Frente de Liberación del Tercer Mundo. La sobrevivencia de los
países del Tercer Mundo, particularmente los latinoamericanos, está en juego:
el imperio yanqui invierte fortunas en su política de ocupación y dominio, y
las oligarquías cipayas vendidas se entregan a sus designios. No es tan difícil
escapar a la máquina imperialista si el gobierno tiene voluntad y se opone a la
infamia: su gobierno, en 1946, encontró la solución, prescindiendo de los
empréstitos extranjeros y nacionalizando los servicios públicos y, por sobre
todo, respaldándose en el trabajo del pueblo, que es la fuente de la riqueza. En
1955, cuando cayó su gobierno, Argentina no tenía deuda externa, poseía una
balanza de pagos favorable y contaba con una economía de abundancia y plena
ocupación (47). Luego, la dictadura del General Aramburu descapitalizó al país
y lo endeudó, entregándolo al imperialismo. Dice Perón: “No somos como algunos
nos califican países subdesarrollados, somos países esquilmados desde afuera y
destrozados desde los centros vernáculos de la oligarquía...” (48). La que paga
el precio es la patria.
Estados Unidos, después de la
Segunda Guerra Mundial, en que emerge vencedor, crea el instrumento económico
para sostener su dominio, apoyándose en su moneda: el Fondo Monetario
Internacional, al que se opuso el gobierno peronista (49). Pero no sólo la
Argentina es víctima del imperialismo, también Europa, como lo dijo el Presidente
de Francia, el General de Gaulle, denunciando las falsas inversiones norteamericanas,
cuyo objetivo era descapitalizar a los países, radicando industrias yanquis y
enviando las enormes ganancias a Estados Unidos, impidiendo el desarrollo de
industrias autónomas europeas de avanzada (55). Estados Unidos se apoya, para
lograr el desarrollo de su tecnología, en la superioridad de su sistema de
educación universitaria, más democrático y masivo que el europeo. La investigación
avanza en todos los campos, generando como resultado una gran fuga de cerebros
de todo el mundo hacia Estados Unidos.
Los países de Europa han reaccionado inteligentemente a este desafío,
organizándose en una unión entre naciones: la Comunidad Económica Europea, que
si bien es sólo una alianza comercial en un principio, tiene por objetivo
solidificar la unión política y crear los Estados Unidos de Europa. En
respuesta a esto, el Presidente de Estados Unidos procedió a castigar a Europa,
dada la negativa de Francia a colaborar con los norteamericanos en Vietnam,
cerrando el ciclo expansionista del dólar y retirando sus fuerzas militares, lo
cual a la larga beneficiará a los otros países (56). Para los países
latinoamericanos, este relativo distanciamiento entre el imperialismo yanqui y
los países de Europa crea una amenaza anexa: libres las manos de algunos
compromisos europeos, ahora el imperialismo puede concentrarse mejor en su
dominio latinoamericano, donde no necesita hacer grandes gastos militares,
puesto que las Fuerzas Armadas de estos países, en lugar de actuar como
ejércitos de defensa de los intereses nacionales, actúan como fuerza de
ocupación de sus propios pueblos (57).
Los territorios latinoamericanos
representan una de las mayores reservas de materias primas de la humanidad, y
los pueblos tienen el deber de defender estas riquezas. En un mundo
superpoblado y superindustrializado, las carencias de materias primas llevarán
a muchas luchas en el futuro. El imperialismo, desde 1955, ha tratado de
destruir la incipiente industria argentina, para reducir el país a un pueblo de
agricultores y pastores y así poder dominarlo mejor, argumenta Perón (58). Esto
ha llevado a que se definan los bandos enfrentados en Argentina: los que ayudan
al imperialismo a cumplir su objetivo son unos traidores a la patria. Esta es
la verdadera guerra de ese momento: la lucha contra el imperialismo y los
gobiernos entreguistas, para poder liberar a los países del Tercer Mundo de su
yugo neocolonial. Ese Tercer Mundo no es más que la materialización de la
Tercera Posición que el Peronismo ya había anunciado en la década del cuarenta
(59).
El deseo de desindustrializar al
país tiene como objetivo el poder venderle los productos industrializados
importados con un valor agregado y llevarse las materias primas a un precio
mínimo. Si Argentina no desarrolla su industria no habrá empleo y el pueblo se
volverá un parásito del campo, con la consiguiente desmoralización de la clase
trabajadora (60). El desarrollo demográfico exige la industrialización. Los países
industrializados marchan hacia la era posindustrial, y la Argentina no ha
logrado aún cumplir su etapa de industrialización. Perón cita un estudio del
“Hudson Institute” sobre cómo será en treinta años, o sea para el año 2000, la
sociedad industrial, y demuestra la necesidad de asumir una modernización forzada
de la sociedad nacional. En el año 2000, dice el informe (tal como lo hemos
comprobado), la brecha del ingreso que separa a las sociedades posindustriales
de las otras será mayor; la actividad económica más intensa habrá pasado del
sector productor agropecuario e industrial al de servicios; las leyes del
mercado se verán moderadas por la actividad del sector público; la cibernética
planificará la totalidad de la actividad industrial; el progreso dependerá de
la educación técnica y la investigación; el factor tiempo y espacio habrá
perdido relevancia para las comunicaciones (61-2). Dada esta situación, dice
Perón, la modernización no es sólo una cuestión económica, es por sobre todo
una cuestión moral, porque el destino de la patria depende de ella. Todos los
dirigentes deben luchar por modernizar el país, porque... “nadie ha de
realizarse en una Argentina que no se realice” (63).
El imperialismo, afirma Perón, no se
conforma con el poder logrado frente a los países más débiles: tiene un verdadero
plan de dominación (64). Latinoamérica ha sido víctima, a lo largo de su
historia, del proceso de expansión territorial y económica norteamericana. Sus países
sufren un grado extremo de dependencia y entregan sus riquezas al imperialismo.
Ese plan imperial busca y consigue “copar” los gobiernos, las fuerzas armadas,
la economía, las organizaciones sindicales y la opinión pública, dejando a las
sociedades prácticamente inermes para defenderse.
A los gobiernos los van copando al
aliarse a las oligarquías vernáculas, prometiéndoles estabilidad a cambio de la
entrega; aquellos que se han rebelado lo han pagado caro, porque el
imperialismo en ese caso abandona la persuasión y recurre a la violencia, como
sucedió con Sandino en Nicaragua y con el Che Guevara en Bolivia (67). A los
que defienden su patria los tildan de comunistas, difamándolos; a los jefes los
van comprando, y a los que no se dejan comprar los derrocan por medio de
conspiraciones fraguadas en el Pentágono, y de golpes de estado, como ocurrió
con Getulio Vargas en el Brasil y con su gobierno en Argentina. Si aún así no
tienen el éxito deseado recurren al asesinato, como hicieron con el General
Valle en Argentina y trataron de hacer con él, al que sometieron a diversos
atentados (70). Para copar el Ejército recurren a “cursos”, a “misiones
militares” que se instalan en el país, donde lavan el cerebro de los soldados
probos y compran a los corruptos. Dominar los sectores económicos no les
resulta difícil, porque “el embajador de EE. UU. es más bien una suerte de
Virrey” en Argentina (72). La presión económica es el medio más efectivo que
posee el imperialismo para dominar a los países colonizados y castigar a los
rebeldes, como lo hicieron con Cuba.
Para copar a las organizaciones
sindicales recurren a la creación de asociaciones sindicales “internacionales”,
manejadas desde el centro imperial y sobornan a los dirigentes venales; no
pueden, sin embargo, contra la masa adoctrinada de los trabajadores, porque el
imperialismo, cree Perón, no podrá copar jamás al pueblo (74). El imperialismo
es “el antipueblo”, que trata de lograr sus objetivos espurios utilizando a los
partidos políticos demoliberales. Pero al Justicialismo no han logrado
vencerlo, porque nadie puede gobernar sin tener al pueblo de su lado, y el pueblo
argentino es justicialista.
La única manera de combatir al
imperialismo es a través de la unión y de la integración de los países de
Latinoamérica, algo en lo que se considera pionero, y para demostrarlo
transcribe un discurso del año 1953, en que esbozó su política exterior
latinoamericanista, buscando un acercamiento con Brasil y Chile. Perón explica
en ese discurso que, desde 1810, los países de Latinoamérica han hecho
distintos intentos para integrarse, casi siempre frustrados por los gobiernos
centralistas que ambicionaban monopolizar el poder, como hizo Buenos Aires e,
insiste, “...el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados...” (83).
Dice que esa integración tiene que comenzar por los países, luego abarcar el
continente, y luego todo el mundo (85). En aquel momento la unión no se
concretó, pero Perón es optimista de que se logrará en el futuro, pasando por
encima de la Alianza para el Progreso, digitada por Estados Unidos en beneficio
propio. Estados Unidos busca formar un bloque continental para imponer su
dominación política y económica, fingiendo una confraternidad inexistente.
Cuando da “ayuda económica”, presta a altos intereses sus capitales sobrantes,
mientras los países pobres quedan cada vez más hipotecados.
Perón hace una revisión de las
alianzas entre Estados Unidos y Latinoamérica, desde la reunión del Primer
Congreso Panamericano en 1889, hasta la conferencia de la OEA de 1967, y
demuestra que todas estas alianzas persiguieron el mismo fin: establecer la
dominación yanqui, impidiendo el desarrollo de asociaciones lideradas por
Latinoamérica en beneficio de la liberación y desarrollo autónomo de sus
pueblos (94-6). Las Fuerzas Armadas latinoamericanas han estado entre los
mejores aliados con los que ha contado el Imperio. Estados Unidos ha dejado en
pie la posibilidad de una intervención armada cuando lo considere necesario,
ignorando el derecho de los países a mantener su soberanía (100). Dada esta
situación, el Justicialismo siempre vio como una prioridad alcanzar la integración
de Latinoamérica, liderada por latinoamericanos, y buscó avanzar hacia nuevas
estructuras de integración continental, a partir de su ideología socialista
nacional y cristiana, privilegiando primero la patria, después el continente y
por último el mundo.
Perón reconoce que la idea de una
comunidad hispanoamericana nace con los movimientos de independencia en
Hispanoamérica, por inspiración de Bolívar. Esta comunidad debemos lograrla
algún día, para mejorar el nivel de vida de los pueblos, evitar divisiones,
ayudar al progreso técnico y económico y crear las bases de los Estados Unidos
de Sudamérica (103-6). Norteamérica, al ver este deseo de integración
continental autónoma, creó, con la intención de abortar esa posibilidad, su
propia Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), supuestamente con
el fin de promover el comercio sin barreras aduaneras entre los países del área
latinoamericana. Perón considera necesaria la creación del Mercado Común
Latinoamericano (106). Los países involucrados deben empezar por formar
comisiones para resolver todas las diferencias económicas regionales.
La lucha por la libertad e
independencia económica es necesaria para no ser víctimas de la explotación,
porque... “los pueblos que no quieren luchar por su libertad, merecen la
esclavitud” (111). Los empréstitos norteamericanos no han hecho más que
arruinar a los pueblos que los han recibido, por eso su gobierno no tomó ningún
empréstito. El gran problema de estos países es lo elevado de su deuda externa,
que los descapitaliza y los somete. Los condena a un ciclo nocivo, que tiene
que pagar el pueblo. Este ve el descenso constante de su nivel de vida,
mientras el esfuerzo de su trabajo va a incrementar las arcas de los bancos
norteamericanos. Cuando Estados Unidos comprobó el bienestar que su gobierno
justicialista estaba trayendo al pueblo, al construir gran cantidad de obras
públicas y aumentar su nivel de vida, comenzaron a tildarlo de “dictador” y a
conspirar contra él, a pesar que las elecciones que lo llevaron al poder fueron
de las más limpias de la historia del país y siempre respetó la Constitución
Nacional (114). Es que Estados Unidos no acepta nada que no sea la entrega del
patrimonio nacional y la sumisión incondicional de los gobiernos a sus propios
fines.
El problema político argentino no es
meramente interno, porque en el mundo actual la política interna ya casi no
existe, dado el empequeñecimiento del planeta, gracias al desarrollo de las
comunicaciones y a la labor de los imperialismos que, con sus bloques, han
internacionalizado la política (116). También se ha internacionalizado la
resistencia contra los imperialismos, al formarse el bloque de países del Tercer
Mundo que busca su liberación. El pueblo argentino lucha “contra las fuerzas
reaccionarias interiores apoyadas por los imperialismos foráneos” (117).
Después del 55 los gobiernos sólo han tomado medidas para defender intereses
sectoriales, alterando la paz social. Dice que en el país falta “paz, confianza
y trabajo”, sin lo cual resulta imposible gobernar (118). El pueblo sabe en
esos momentos, 1968, que el gobierno militar es incapaz de resolver sus
problemas y encontrar una solución política justa. Los argentinos sufren una
gran crisis moral, provocada desde el poder. Perón insiste, con idealismo, de
que sólo la clase trabajadora puede salvar a la comunidad argentina de esa
crisis, que afecta el alma nacional y amenaza la nacionalidad (120). Pide patriotismo
a los trabajadores. Los gobiernos que siguieron al suyo han dañado las fuentes
de riqueza y atacado la economía popular, afectando el consumo. En el pueblo
argentino está la clave para superar esa situación. Dice Perón: “Si el pueblo
está en paz y trabaja con empeño y retribución justa, no puede existir problema
económico en la Argentina, donde la riqueza está brotando sola de la tierra”
(122).
La evolución política de las
sociedades contemporáneas, considera, impulsa al mundo a vivir en comunidad; el
individualismo del capitalismo liberal burgués es un lujo que el mundo no puede
pagar; las nuevas formas políticas emergentes conducen al socialismo nacional,
con el apoyo de grandes movimientos nacionales, como se ha podido observar en
la década del sesenta en diversas partes del mundo, en Asia, Africa y Europa
(123). El subdesarrollo latinoamericano, dice, no sólo nos afecta en lo
económico, sino en el plano moral: “somos subdesarrollados mental y
espiritualmente” (123). La solución está en la política: hacen falta grandes
políticos altruistas que conozcan el arte de gobernar a los pueblos. Los
dirigentes tienen que poseer grandeza y desprendimiento para ser buenos
dirigentes. La masa, que necesita ser encuadrada, prueba a sus dirigentes, y
sus mecanismos de defensa le permiten resistir a los malos. Perón compara la
masa popular a un organismo vivo, en el que los traidores crean los anticuerpos
necesarios para fortalecer el organismo y ayudarlo a sobrevivir (126). Siempre
la organización corre un riesgo de descomposición o disociación, y los miembros
tienen que defenderla. Una organización disociada tiende a dividirse,
amenazando al conjunto. El proceso de trasvasamiento generacional permitirá que
la juventud llegue al poder y la organización sobreviva al tiempo. A grandes
crisis hacen falta grandes cambios. La masa debe salvar a la organización,
siguiendo a los dirigentes buenos que hayan quedado (127).
Para recomponer la nación se
necesita trabajo, en la Argentina gobernar es crear trabajo (128). Durante su
gobierno él capacitó a los trabajadores: fundó universidades obreras y escuelas
de orientación profesional, todas de ingreso libre y gratuito. Los obreros
están dispuestos al sacrificio, pero no lo harán con un gobierno que no sea
legítimo. La desocupación que sufre el país, y la cantidad de argentinos que
emigran, demuestran, en 1968, la incapacidad del gobierno militar para
gobernar. El había resuelto estos problemas durante su gobierno con
planificación, haciendo planes quinquenales, que aumentaron enormemente el
consumo popular, a diferencia de los gobiernos posteriores, que basaron su
política económica en los planes de austeridad, que hambrean al pueblo y
destruyen la economía popular (129-30). Dice que tanto la explosión demográfica
del mundo, como la integración territorial y humana que se está llevando a
cabo, exigen “mayores y más perfectas
formas orgánicas en lo económico, en lo social y en lo político” (131). Las
nacionalidades tienen que consolidarse como “comunidades organizadas”.
Los gobiernos argentinos posteriores
al 55 atacaron a la comunidad organizada argentina, llevando al país al borde
de la disolución y la guerra civil, y provocando un “caos orgánico-funcional”
en el movimiento sindical de los trabajadores (132). En lo político
proscribieron a la mayoría del pueblo argentino, que es peronista, impidiéndole
votar por su partido, y anarquizaron políticamente al país, dividiendo el
espectro político en muchos partidos pequeños. Se debe llegar a la paz social
impulsando la tolerancia política. La intolerancia del imperialismo crea una
situación de guerra constante, llevando a enfrentamientos doctrinarios e
ideológicos, tratando de forzar a los pueblos a aceptar su versión de la
democracia liberal, manteniéndolos en el subdesarrollo permanente. Con el
cuento del Comunismo, y del peligro comunista, han tiranizado a los pueblos de
Latinoamérica; el Comunismo es una doctrina a la que no se puede destruir con
la fuerza, hay que atacarla con otra doctrina (135). Los pueblos tienen derecho
a usar la fuerza sólo cuando se atacan sus derechos.
Los gobiernos militares que han usurpado
el poder han logrado corromper a muchos dirigentes, pero el pueblo se ha
mantenido puro, cree Perón (136). La “democracia gorila” no puede burlar la
voluntad popular. Los agentes del gobierno han terminado amparando el delito.
Han atentado contra el poder sindical creando una nueva Confederación del
Trabajo, demostrando que todos los hombres tienen precio. El tiene fe en que la
masa de trabajadores sabrá defenderse de esa infamia.
La división “tripartita” del poder
en el mundo (en los dos grandes imperialismos y los países que resisten) se
originó en el año 1938. Muestra su simpatía por los nacionalismos europeos que
lucharon contra los “imperialismos” norteamericano y soviético (138). El
fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán se enfrentaron trágicamente a
los imperialismos y perdieron. Cree que de esa manera los imperialismos
destruyeron al “tercero en discordia” (139). Para Perón hay buenos y malos
nacionalismos, y el caso alemán, que resultó catastrófico, y terminó en los
peores excesos racistas y en el genocidio de los judíos, no es causa suficiente
para descalificar la ideología del nacionalsocialismo, de la misma manera que
las purgas stalinistas no descalifican al comunismo. Los bloques políticos en
esos momentos luchan por su sobrevivencia, buscan mantener su poder, y las
ideologías pasan a segundo plano. Los imperialismos desean dominar, y los
países dominados liberarse. La división tripartita es en realidad bipartita:
los pueblos que luchan por su liberación contra los imperialismos.
Para Perón ambos imperialismos son
negativos, pero el norteamericano es el más nocivo para Argentina, ya que está
bajo su poder. La lucha por la liberación en Argentina es la lucha contra el
imperialismo yanqui y sus aliados internos: los miembros de la oligarquía
“gorila”, “cipaya” y reaccionaria. Perón encuentra los epítetos más adecuados
para expresar su indignación y denunciar a sus enemigos, que son para él los
enemigos del país, pues cree que el Justicialismo, que él lidera, es la única
ideología capaz de defender a la patria y de representar el sentir de las masas
(140). Advierte del peligro de una guerra civil latente, debido a los errores y
abusos de los gobiernos militares en el poder.
Considera que tener una ideología es
fundamental para cualquier gobierno. Dice: “...no concibo una revolución sin
una ideología que le dé sustento filosófico. La ideología, origen de todas las
transformaciones humanas, es imprescindible cuando...se intenta saber lo que se
quiere” (141). Aclara que para él “ideología” significa un conjunto de ideas
propias. El término toma así un sentido positivo y antirretórico. Explica que
el Justicialismo fijó su ideología en el Primer Congreso de Filosofía de
Mendoza en 1949, cuando él leyó su discurso titulado “Una comunidad organizada”,
que quedó como síntesis ideológica del Justicialismo, y que, junto al libro Conducción política, 1951, constituye la
base de su pensamiento y de su saber como estadista (141).
Perón sostiene que la política no es
sólo idea, sino también saber hacer, es decir conducción. La conducción es el
aspecto aparentemente técnico (en realidad es artístico, puesto que considera a
la conducción un arte) necesario para imponer las ideas de acuerdo a las
circunstancias históricas. Para conducir hace falta alcanzar un alto grado de
“coordinación” y “desenvolvimiento armónico” (141). Perón había desarrollado
gran sentido práctico durante su educación y experiencia militar. Comprendió el
valor de la conducción para la vida política nacional. Creyó que era necesario formar
líderes carismáticos.[5] Ve el adoctrinamiento como
un paso positivo en la formación política popular: adoctrinar, para él, es
crear conciencia política, y probablemente éste sea el único tipo de formación
al alcance de las masas. Asocia al concepto de conducción el de “centralización
del mando”. Este concepto presenta dos aspectos, que hay que considerar por
separado: la concepción de la estrategia a seguir, que tiene que ser
centralizada, y la ejecución, que necesita ser descentralizada (142). El líder
deriva poder en los subalternos, particularmente en los estratos
político-administrativos. La conducción general queda a cargo de los políticos,
particularmente del presidente, el conductor que lleva toda la responsabilidad
y concentra el poder de decisión.
En el mundo moderno cada vez
adquiere más importancia la vida de relación. Se está dando un proceso de
definición de nuevas articulaciones geopolíticas, que alcanza no sólo a Europa
sino también a Medio Oriente y a Asia. En Latinoamérica, por descomposición de
los sistemas institucionales, todo parece decidirse en luchas parciales,
influidas por el imperialismo soviético. El mundo moderno está enfrentando,
dice Perón, a una “sinarquía internacional”, que es la suma de esos intereses
internacionales que manejan el mundo (146). Para resistir a esta sinarquía, se
está generando un proceso de integración entre los pueblos, de sentido inverso
al de las sinarquías imperialistas, en que se forman bloques de oposición. Está
integración, como en el caso de Europa, es en un primer momento económica, pero
aspira a ser política. Los imperialismos tratan de impedir esta integración,
para poder “dividir y reinar” (147).
Un país no puede existir aislado, y la situación de Sudamérica es más
difícil que la europea, porque no tiene la importancia económica y cultural del
viejo mundo: es un continente debilitado por el colonialismo, el subdesarrollo
y la entrega de su economía. El mundo está evolucionando hacia nuevas formas, y
su impulso se nota tanto en lo científico, como en lo cultural y filosófico. La
juventud se tiene que enfrentar a esta situación. El inició en su momento la
Revolución Justicialista para buscar una solución a todos estos problemas y
cambiar la fisonomía colonial que presentaba su patria; el Justicialismo
buscaba “la transformación indispensable dentro de las formas incruentas hacia
un socialismo nacional y humanista” (149). El Justicialismo había renunciado a
la violencia, pero el Comunismo no, y la opción del futuro era, para él,
Justicialismo o Comunismo. El Socialismo, dice, es sectario, mientras el
Justicialismo es una doctrina nacional argentina (150). Los militares en el
poder no lo han entendido, proscriben al Peronismo y lo persiguen, defendiendo
el sistema liberal capitalista.
Esta crisis ha afectado al nivel directivo del Peronismo, por eso el
Comando Superior Peronista propugna el trasvasamiento generacional.
Desgraciadamente, la juventud está dividida en pequeños grupos, haciendo difícil
el logro de la unidad buscada. Hay que juntar el entusiasmo y la energía de la
juventud con la sabiduría y la prudencia de los viejos. Los jóvenes tienen que
exhibir sus condiciones como dirigentes, demostrando sus aptitudes en la
práctica (157). La juventud debe proceder a pacificar a los distintos sectores
para lograr una unidad y solidaridad efectivas.
Para ser revolucionario hay que
poseer los valores y la mística para luchar por sus ideales, cree Perón (158).
Hacía veinticinco años que había iniciado su vida política, liderando el golpe
de los Coroneles en 1943. Organizaron el golpe luego de analizar la crítica situación
internacional europea durante la Guerra Mundial. Llegaron a la conclusión que
el socialismo nacional ya no podía existir, el capitalismo liberal y el
comunismo habían triunfado, pero podían surgir otros socialismos nacionales.
Muchos estados republicanos de Europa prefirieron la evolución pacífica,
logrando una simbiosis política entre democracia cristiana y marxismo. La
revolución justicialista buscó los mismos fines: transformar la sociedad
argentina “liberal, capitalista y burguesa” en un “socialismo nacional
cristiano” (160).
Formaron el Consejo Nacional de
Posguerra para estudiar las condiciones existentes al finalizar la Segunda
Guerra y planificar la Revolución Justicialista. Querían impedir que los países
triunfadores de la contienda forzaran a la Argentina a aceptar convenios contra
sus intereses. Lograron llegar a un
acuerdo político con conservadores, radicales y socialistas y se creó un
“cuerpo de concepción” de la Revolución que trabajó durante tres años. La Revolución
fue el resultado de una larga planificación y trabajo de concepción grupal
(161). El joven Movimiento pudo superar la crisis del 17 de octubre de 1945, donde
se vio el desarrollo que había alcanzado la tendencia popular que él lideraba.
Su fracción pidió elecciones para tomar las riendas del poder dentro de los
límites impuestos por la Constitución Nacional. Con el triunfo en las
elecciones de 1946, el Movimiento recibió el mandato popular para introducir e
institucionalizar los cambios que se habían propuesto.
La sinarquía internacional, aliada a
la oligarquía demoliberal argentina, derrocó su gobierno, y en esa
contrarrevolución se alinearon los grupos nacionalistas clericales, junto a los
gorilas, la pequeña burguesía industrial, los agroexportadores, los monopolios
foráneos, formando un grupo heterogéneo, que contó con el aval del Fondo
Monetario Internacional (162). La juventud argentina tiene que luchar contra
este grupo, unirse y formar un gran Movimiento nacional para “restituir al
pueblo su soberanía perdida desde 1955” (165). Deben buscar la integración
histórica con los otros países que tratan de liberarse del imperialismo y sus
agentes vernáculos.
La Argentina debe unirse al Tercer Mundo que lucha por su liberación. Sólo
la Comunidad Económica Latinoamericana y el Mercado Común Latinoamericano
pueden superar las crisis que agobian a nuestros países. La integración tiene
que ser obra propia, sin intervenciones extrañas de ninguna clase, para crear
“las condiciones más favorables para la utilización del progreso técnico y la
expansión económica”, evitando divisiones artificiosas entre los países y
sentando las bases para los futuros Estados Unidos Latinoamericanos (166). Los argentinos
necesitan conformar un gran movimiento nacional para enfrentar a la dictadura
militar. La conducción será la garantía del éxito, seguida por una masa bien
encuadrada. Hace falta planificar la lucha, prepararla, para salvar a la patria
(168).
Perón escribe este libro en un
momento clave de la resistencia peronista, y cuando la situación política
internacional favorecía las luchas revolucionarias de la juventud. A partir de
1968 el gobierno militar entra en crisis. Años más tarde tiene que dar
elecciones. En esas elecciones se verán forzados a levantar la proscripción del
Peronismo, permitiendo que participe en la campaña electoral, primero “sin
Perón” y, cuando el Justicialismo gana las elecciones en marzo de1973 con casi
el cincuenta por ciento de los votos, el electo presidente Cámpora llama a una
segunda elección, esta vez con Perón, quien triunfa por amplia mayoría con el
sesenta y uno por ciento de los votos. El anciano líder ocupa por tercera vez
la Presidencia de la nación en 1973, y muere pocos meses después, en julio de
1974, en el ejercicio del poder (Sidicaro 112-3). Perón triunfó contra la
oposición que le había arrebatado la Presidencia inconstitucionalmente
dieciocho años antes. Sin haber derramado sangre argentina en una guerra civil,
logró, desde el exilio, gracias a sus
extraordinarias cualidades políticas, hacer triunfar su Movimiento, liderando
la vida política nacional.[6]
A través de su argumentación ágil, Perón busca en su libro embanderar a los
militantes tras sus ideas, demostrando su vigencia intelectual como líder, a
pesar de su edad avanzada.[7] Hombre de acción y
político, Perón escribe para “hacer”: es el epítome del hombre que aspira a
transformar el mundo.[8] El libro nos permite comprender
los aspectos fundamentales de su doctrina:
- su profundo
mensaje de unión: el Justicialismo no es un partido político tradicional, que
busca competir con otros partidos; es un Movimiento nacional de unión de todas
las tendencias políticas en un solo organismo. La unión empieza en la nación,
pero aspira a extenderse al continente primero, y al mundo después.
- la base política
del Justicialismo son los trabajadores: el trabajo es el núcleo espiritual de
la nación.
- la justicia
social: su ideal es vivir en una comunidad socialmente justa, evitando la
competencia destructiva y fomentando la solidaridad.
- la distribución
de la riqueza: la nación debe distribuir su riqueza (por medio del gobierno) de
manera justa y equitativa para todos.
- el
Justicialismo es una doctrina cristiana: el dinero, la riqueza debe estar al
servicio del espíritu.
- la pacificación:
el Justicialismo debe alcanzar su objetivo político de modo pacífico, por
evolución.
La doctrina tiene un mensaje
político inusual que ha calado hondo en el corazón de una mayoría del pueblo
argentino. El Justicialismo quiere tener una nación unida, en que exista
solidaridad entre pobres y ricos, en paz, con justicia social, donde el trabajo
sea la fuente de la riqueza. Busca que la solidaridad se extienda al continente,
para poder lograr la libertad política deseada.
El mensaje tiene un sentido ético
original. El Justicialismo defiende la independencia del pensamiento nacional.
El General exigía a los militantes lealtad, y la defensa del Movimiento contra
los enemigos internos y externos. En su concepción, la idea de patria es tan
central como la idea de dios. El trabajador es el hijo de la patria. Introduce
dos sujetos: la patria y el trabajador argentino. Junto con Eva, que en un
sentido simbólico era la madre-novia de la patria, la esposa-hija de Perón, conformaban
la “familia peronista”. Perón era el padre dinámico y fuerte: el líder, el
conductor. Quería que los identificaran como la “familia nacional”, la única
familia posible, la “familia argentina”. Su nacionalismo cristiano rezuma amor
a la patria, un sentimiento quizá no demasiado apreciado en los tratados de
política, pero ante el cual ningún político y ningún pueblo pueden ser
indiferentes (Anderson 1-7).
La doctrina de Perón muestra una
visión pragmática del objetivo del estado moderno y sus escritos pueden alentar
a aquellos que buscan conocer la ciencia del buen gobierno. Interpretó el hecho
político como un fenómeno dinámico, que depende de una relación humana frágil:
la relación entre el gobernante y los gobernados, entre el líder y el pueblo. Político
hábil, maestro en el “arte” de la conducción, Perón logró transformar a su
patria, dándole al ciudadano común, a las masas, un lugar en el espacio de la
nación, transformándolos en interlocutores de una política nacional que hasta
ese momento los había eludido. El Peronismo actúa como una fuerza modernizadora
de la política argentina. Este libro de ensayos de Perón enriquece nuestro
patrimonio intelectual y debe ser reconocido como una obra clave en la
definición de nuestra identidad como nación.
Obras
citadas
Anderson, Benedict. Imagined
Communities Reflections on the Origin and Spread of
Nationalism. New York: Verso,
1991. Revised edition.
Arzadun, Daniel. Perón: ¿proyecto nacional o pragmatismo
puro? Análisis cualitativo
de
los contenidos doctrinarios del justicialismo temprano. Buenos Aires: Ensayos
AGEBE,
2004.
Mafud, Julio. Sociología del peronismo. Buenos Aires:
Editorial Américalee, 1972.
Monsiváis,
Carlos. Días de guardar. México:
Ediciones Era, 1970.
Page, Joseph. Perón A Biography. New York: Random
House, 1983.
Pavón Pereyra,
Enrique. Yo Perón. Buenos Aires,
Editorial MILSA, 1993. Segunda
edición.
----------. Perón Preparación de una vida para el mando
(1895-1942). Buenos Aires:
Ediciones Espino, 1953.
Perón, Juan
Domingo. El modelo argentino. Proyecto
Nacional. Rosario: Ediciones
Pueblos del Sur, 2002.
----------. Doctrina revolucionaria.
Filosófica-Política-Social. Buenos Aires: Editorial
Freeland, 1973. Prólogo del Tte.
Coronel Plácido J. Vilas López.
----------. La comunidad organizada. Buenos Aires:
Ediciones realidad política, 1983.
----------. La hora de los pueblos. Buenos Aires:
Editora Volver, 1987. 1era. edición,
1968.
----------. Conducción política. Buenos Aires: C.S.
Ediciones, 1998.
----------. Obras completas. Buenos Aires: Editorial
Docencia, 1999. Compilación de
Eugenio
Gómez de Mier. 25 tomos.
Sidicaro,
Ricardo. Los tres peronismos Estado y
poder económico 1946-55/1973-
76/1989-99.
Buenos Aires: Siglo XXI
Editores, 2002.
[1] Perón consideraba que la estrategia y la
conducción eran disciplinas fundamentales para la política y la vida. La
conducción no era una técnica, sino un arte (Conducción política 17). Había que nacer destinado a la conducción,
y él había demostrado en su momento que era el hombre del destino.
[2] Su política tuvo el efecto de marginar a influyentes
sectores conservadores y de la oligarquía del espacio político, de dividir a la
clase media y de incluir a sectores laborales que habían sido mayorías
silenciosas y sin identidad en el pasado.
[3] Eso explica por qué el Facundo de Sarmiento y el Martín
Fierro de Hernández, que denuncian, el primero el abuso de poder de los
caudillos durante la anarquía y la dictadura rosista, y el segundo la
inhabilidad de los gobiernos liberales de Sarmiento y Avellaneda para crear una
política de desarrollo en las campañas, capaz de reconocer y respetar los
derechos de los paisanos, son obras tan representativas en nuestra literatura;
por la misma razón Operación masacre,
la investigación de Rodolfo Walsh sobre el fusilamiento de supuestos militantes
peronistas organizada por el gobierno dictatorial del General Aramburu, se
transformaría en un clásico contemporáneo de la literatura nacional.
[4] Sobre esto nos advertirá en el ensayo
considerado su testamento político, unos pocos años después, al referirse al
peligro ecológico que amenaza a la humanidad, insistiendo en la necesidad de
racionalizar el uso de los recursos naturales (El Modelo Argentino 61-67).
[5] Argentina tuvo una tradición de gobiernos
militares fuertes prácticamente desde el inicio mismo de sus luchas por su independencia
de España. La alianza entre la clase militar y la oligarquía terrateniente
recorre la historia argentina. Perón consideró que la oligarquía era enemiga de
los intereses populares y estaba alejada del espíritu del pueblo. Sólo las masas
de trabajadores pobres poseían en esos momentos un sentido patriótico, el
pueblo pobre era el heredero de los valores más altos de la nacionalidad.
[6] A partir
del 68 las rebeliones juveniles dieron lugar a la formación de diversos focos
guerrilleros, aún dentro del peronismo mismo, agregando un matiz trágico a las
luchas políticas argentinas (Page 414-8).
[7]
La hora de los pueblos es el último libro de ensayo publicado por Perón
antes de su importante testamento político, Modelo
Argentino para el Proyecto Nacional, dado a conocer póstumamente, pero anticipado
en su discurso al Congreso del 1º de mayo de 1974, poco antes de su muerte
(22).
[8] La hora
de los pueblos, 1968, forma parte de esa serie de obras políticas,
escritas por periodistas, políticos, profesores, militares, desde el momento de
la emancipación hasta nuestros días, que denominamos “ensayo de interpretación
nacional”, entre las que se destacan los discursos de Bolívar, el Facundo de Sarmiento, “Nuestra América”
de Martí, Ariel de Rodó, La nación latinoamericana de Ugarte y Las venas abiertas de América Latina de
Galeano.
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