Alberto Julián Pérez ©
La emergencia del populismo
peronista, liderado por Juan Perón (1895-1974) y su esposa Eva Duarte de Perón
(1919-1952), la carismática y joven actriz, dividió, a partir de 1945, el campo
político y social en la Argentina.[1]
En
mi trabajo me propongo estudiar la “palabra viva” de Eva Perón, tal como ésta
emerge de sus discursos y sus libros.[2]
Estos, que fueron escritos total o parcialmente por colaboradores letrados, con
su consentimiento y cooperación, pueden ser considerados una especie de “guión”
al servicio del papel político del personaje histórico. Los libros y discursos
buscaban difundir las ideas peronistas y dar cuenta de la labor política de Eva
dentro del Movimiento. Presentaban una visión del Peronismo desde el campo
popular de la mujer. Primero, haré un breve resumen histórico e ideológico de
la trayectoria de Eva en el Peronismo, y luego comentaré algunas de sus ideas
más destacadas, para tratar de entender mejor su significado histórico y sus
aportes al Movimiento durante su breve y brillante carrera política.[3]
I. Eva Duarte era, a comienzos de la
década del cuarenta, una joven actriz de radioteatro con una modesta carrera
artística.[4]
Al poco tiempo de conocer a Perón, a principios de 1944, y de iniciar una
relación romántica con el Coronel, Eva, que era artista de Radio Belgrano,
emisora que apoyaba la política del régimen militar en el poder, trabajó en un
ciclo radial de programas pedagógicos difundiendo las ideas del GOU.
Como
recomendada de Perón, la carrera artística de Eva progresó rápidamente (Sarlo
60-74). Encabezaba su propia compañía de radioteatro y contaba con la
colaboración del joven libretista Muñoz Azpiri. Protagonizó un ciclo de famosas
mujeres de la historia, que habían influido en la gestión de gobierno de sus
esposos o ellas mismas habían tenido poder político, como Madame Lynch, esposa
del caudillo paraguayo Solano López, la emperatriz Carlota de México, la última
Zarina y la reina Isabel I de Inglaterra (Frazer y Navarro 31). Su hermano Juan
Duarte, colaborador y amigo de Eva, era el representante de la compañía.
Posteriormente, éste se convirtió en el secretario personal de Perón, posición
en la que se mantuvo por varios años, hasta el escándalo de corrupción que lo
implicó en graves estafas y lo llevó a cometer un cuestionado suicidio en 1953,
ya desaparecida Evita. Durante 1944 y 1945 Eva fue una actriz popular, mimada
de las revistas del espectáculo, y actuó en varias películas, entre ellas La cabalgata del circo, con Hugo del
Carril.
La singular relación amorosa entre
un militar miembro del gobierno, con creciente influencia (al puesto de
Secretario de Trabajo y Previsión, sumó luego el de Ministro de Guerra y
Vice-Presidente), y una actriz de radioteatro, en momentos en que la radio era
un medio de difusión y comunicación popular privilegiado, atrajo el interés de
los fotógrafos de la prensa. Perón aparecía en numerosas fotos junto a Eva y
miembros del gobierno, en particular con su amigo y colaborador el Coronel
Mercante. En esos años Perón apoyó a los trabajadores para que organizaran y
consolidaran sus sindicatos, y Eva se convirtió en Presidente de la
recientemente formada Asociación Radial Argentina (Fraser y Navarro 42).
Los hechos ocurridos el 17 de
octubre de 1945 introdujeron en la escena política a un nuevo actor protagónico:
el pueblo trabajador, los “descamisados”. Los críticos momentos, luego de la
detención de Perón, que llevaron a la espontánea poblada, demostraron el ascendiente
que había logrado entre los trabajadores. Las masas ocuparon pacíficamente la
plaza de Mayo frente a la casa de gobierno y pidieron por la liberación de su
líder. Una vez liberado Perón apareció en el balcón de la casa de gobierno,
habló a la multitud enfervorizada y anunció que habría elecciones próximas,
tras lo cual las masas se desmovilizaron y regresaron a sus hogares y puestos
de trabajo. Eva, en los momentos más difíciles de esas jornadas, temió por la
vida del Coronel (Frazer y Navarro 59). Perón pasó de ser un miembro líder del
gobierno de facto, a ser el líder de los “descamisados”. En abierto conflicto
con sus colegas militares, y gracias al apoyo del pueblo, forzó al presidente a
dar elecciones en unos pocos meses más: el 26 de febrero la ciudadanía votaría
en los comicios de todo el país.
Ese hecho histórico insólito dio
nacimiento a un nuevo movimiento de masas, liderado por Perón (el conductor,
como él gustaba llamarse), apoyado por Eva, su compañera leal. Se casaron pocos
días después y Eva se convirtió en la esposa del candidato a Presidente del
Partido Laborista. Durante la contienda partidaria Perón formuló un atrayente
programa social y económico. Si bien desconfiaba del sistema político
partidario y las contiendas entre partidos, participó en esa competencia
democrática y entró en el juego político de la sociedad civil. Su movimiento
nacional nucleaba al espectro más amplio posible de los votantes. Eva, que
había demostrado ser una mujer de iniciativa y no había aceptado quedarse al
margen de muchas de las reuniones políticas de su pareja, apoyó activamente a
su marido en su campaña, acompañándolo en sus discursos proselitistas y
viajando con él al interior del país en tren (Fraser y Navarro 72-4).
Perón desarrolló tempranamente una
relación de simpatía, siendo oficial del Ejército, con la gente sencilla del
pueblo trabajador, a la que aprendió a tratar y respetar, reconociendo el estado
de desprotección en que vivía. Esa experiencia tuvo que haber influido en el
desarrollo de su política social, y en su deseo de dar protagonismo a ese
pueblo en su política. Resulta singular su relación con Eva, la joven actriz, a
la que Perón, un importante funcionario del gobierno, no tomó a la ligera. Eva
era una joven de origen modesto, la hija menor de una relación ilegítima, entre
un hacendado casado y una mujer sin recursos de un poblado vecino. Criada en un
área rural de la provincia de Buenos Aires, recibió escasa educación (solo
había concluido la escuela primaria). Mujer de férrea voluntad, Eva halló en
Perón al mentor y al amante que le permitiría acercarse al mundo del poder y
conquistar su propio lugar en la historia argentina. Fue el encuentro de dos
personalidades afines y complementarias, en los que se unía gran sensibilidad y
amor por lo popular y por el pueblo, capacidad de trabajo y tesón, ambición de
poder y vocación de servicio social. Perón, al alcanzar el poder y triunfar en
la puja presidencial, arrastró a Eva a la posición de Primera Dama de la
República y esposa del Presidente.[5]
Evita,
al iniciar Perón su presidencia, en un régimen que prometía introducir grandes
cambios desde el poder (Perón había demostrado su voluntad reformista como
Secretario de Trabajo y Previsión del gobierno anterior), y contaba con un
amplio apoyo popular, evidenciado en el voto masivo que recibiera el Partido
Laborista en las elecciones, tuvo la posibilidad de seleccionar para sí
aquellas tareas que consideraba más trascendentes en relación a la política de
su esposo. Perón, por su parte, dejó a su mujer amplia libertad para elegir sus
ocupaciones y definir el que debería ser el papel de la mujer del Presidente
dentro de su gobierno.[6]
Durante
los años que siguieron a la inauguración presidencial en 1946 y hasta su muerte
en 1952, Evita cumplió tres papeles fundamentales en el gobierno de Perón:
primero, redefinió el sentido de la beneficencia y ayuda a los necesitados en
el gobierno populista, creando la Fundación Eva Perón y poniéndose al frente de
la misma; segundo, apoyó y promovió la aprobación de la ley a favor del voto de
la mujer, organizando después el Partido Peronista Femenino, y, tercero, actuó
como delegada de su esposo ante los sindicatos y comisiones obreras que se
acercaban al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde Perón le dio una oficina
para que trabajara diariamente. Fue en el ejercicio de estas tres tareas que
Eva, que había desarrollado su personalidad profesional en el ámbito mediático,
particularmente la radio, empezó a articular su discurso político, su palabra
viva para llegar al pueblo argentino, ya no como actriz sino como esposa del
Presidente, y representante ante Perón de los intereses y las demandas de los
trabajadores.
Eva definió su personalidad pública
en la política y articuló su palabra viva como representante privilegiada de
los intereses del pueblo, abogada y protectora de los trabajadores y los
humildes. Creó un personaje carismático y espectacular, mostrándose apasionada,
fanática defensora de los intereses del pueblo y de Perón. Hablaba de su marido
en sus discursos como de un líder único, inigualado, situado en las alturas. En
su propuesta dramática la masa oficiaba de coro político al pie del líder,
apoyándolo en su lucha revolucionaria por la liberación nacional. Eva era la
“primera voz” del coro del pueblo, y el puente entre el poder de Perón y las
virtudes de la masa peronista.[7]
Este papel de mediadora e intercesora, entre una personalidad carismática y el
pueblo, le permitió compartir el carisma de Perón y la fuerza mágica que lo
animaba en su relación con las masas. Se transformó en una figura tutelar, un
“hada buena”, de un pueblo que la adoraba y la mitificó después de su muerte.
Su agonía pareció un martirio, y el sepelio y el duelo popular forman parte de
la memoria sagrada del Peronismo. En Eva el pueblo encontró a la madre joven y
vehemente, a la mujer carismática y bella, cuya fe y fuerza religiosa prometían
a las masas la regeneración del poder político en beneficio de ellos.
Perón dio a Eva gran independencia,
y en lugar de colocarla, como consorte, en un espacio simbólico, a su lado, la
situó frente a él, como interlocutora, junto al pueblo. De esta manera la
transformó en una aliada que reflejaba su política desde las filas del
proletariado. Permitió que Eva ocupara la misma oficina que él había utilizado
en el edificio del Consejo Deliberante, donde funcionaba la Secretaría de
Trabajo y Previsión, transformada en Ministerio, vecina a la oficina del
Ministro, de extracción obrera, el compañero Freire.
Si seguimos la actuación pública de
Eva, notamos que sus primeros discursos registrados, luego que Perón asumiera
la presidencia en 1946, estaban dirigidos a asociaciones obreras, o vinculados
a actos de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, o fueron discursos
pronunciados por radio en celebración de fechas destacadas para la vida de la
nación, como el 17 de octubre o las
palabras de despedida del año. Muchos de estos discursos tomaban como
destinatarias a las mujeres. El discurso del 25 de julio de 1946, por ejemplo,
transmitido por radio en cadena por todo el país, fue parte de la campaña
gubernamental contra la especulación y el alto costo de la vida, y Eva solicitó
el apoyo de las amas de casa y les pidió que tuvieran una actitud consciente y
vigilante, y evitaran pagar precios excesivos, obligando a los comerciantes a
respetar el control de precios máximos determinados para los productos (Eva
Perón, Evita Mensajes y discursos
Tomo 1: 37-41).
En cada uno de esos discursos Eva
fue creándose un espacio de enunciación desde el cual hablaba a su público: al
principio lo hacía en nombre de Perón, o con el aval y la autorización de
Perón, en muchos casos enviada por él a un evento, al que no había podido
asistir porque tenía otros compromisos. Con el paso del tiempo notamos en sus
discursos una gradual evolución en la manera que hablaba de Perón y de sí. Eva
buscaba su lugar propio dentro del Peronismo. En el discurso del 27 de
noviembre de 1946, en el aniversario de la creación de la Secretaría de Trabajo
y Previsión, se definió como “…una descamisada más…que no cuenta con una gran
elocuencia pero sí con un corazón grande…” (Evita
T. I: 57). El día 30 de noviembre, en una concentración popular en Tucumán (Eva
viajaba con frecuencia al interior), se dirigió en nombre de Perón a los
trabajadores “descamisados”, les anunció que se había aprobado el aguinaldo, y
dijo que era “…una embajadora de la esperanza, el amor y la nueva conciencia” (Evita T 1: 59). Hablaba como “mujer del
pueblo”, ya que había salido “de sus filas” y se ponía al frente de las mujeres
argentinas “…como un soldado más, para defender el futuro, para que se nos
reconozcan nuestros derechos” (Evita T.
I: 60).
Los discursos de Eva, en general,
eran breves. Durante la primera época se los escribía quien fuera su libretista
como primera actriz de radioteatro: Francisco Muñoz Azpiri (Fraser y Navarro
31). Muñoz Azpiri, que era abogado e historiador, había escrito los guiones
teatrales del ciclo de mujeres de la historia que Eva había transmitido durante
1945 por Radio Belgrano. Había observado el potencial de Eva como actriz y no
le debía resultar difícil encontrar las palabras adecuadas para su nuevo papel,
en las situaciones concretas en que tenía que dirigir la palabra a su público.
Posteriormente, la acompañaría a su viaje a Europa.
Perón instruyó a Eva mediante
pacientes charlas, compartiendo con ella sus ideas políticas. La adoptó como
discípula y le hizo leer bajo su guía unos pocos libros (Evita T. IV: 57-60). Había sido profesor de la Escuela Superior de
Guerra durante diez años y mostraba una marcada actitud pedagógica en sus
escritos y discursos, especialmente aquellos dirigidos a correligionarios y
obreros. Supervisaba la línea política de los discursos de Eva, que eran, dadas
las circunstancias, cuestión de Estado, ya que la opinión pública los juzgaba
como parte de la estrategia política peronista.
Los discursos de Evita apoyaban la
línea peronista sin cuestionamientos críticos, e iban estableciendo su propio
lugar de enunciación y espacio político estratégico dentro del Movimiento. En
el discurso que pronunció durante la primera Navidad en que Perón estuvo en la
presidencia, transmitido por radio en cadena nacional, dirigido a las mujeres
del país, Eva aseguró a su audiencia que los peronistas habían pasado de las
promesas a las realizaciones, gracias a un Presidente que era como un
descamisado más y se quitaba el saco para estar con el pueblo. El Presidente le
había dado a ella misma la posibilidad
“de ayudar al que sufre”: en lugar de asumir un cómodo papel “oficial”
de esposa, había dejado de lado “la postura”, prefirió “el sentimiento” y se
sentía “…una descamisada más de sus masas heroicas y sinceras” (Evita T. I: 66).
En ese discurso de la navidad de
1946 empleó el “vosotros” y utilizó un lenguaje relativamente distante para
hablar a las masas. Eso habría de cambiar durante 1947, en que Eva trabajó
activamente en la campaña para lograr el reconocimiento de los derechos civiles
de las mujeres y el sufragio femenino. En esos discursos Eva pedía a las
mujeres que lucharan por sus derechos, mostrando capacidad de convocatoria y
poder persuasivo para dirigirse a las masas. En el discurso del 27 de enero de
ese año, transmitido en cadena por radio, su lenguaje fue más enfático para
definirse a sí misma, y ponerse como ejemplo ante las otras mujeres. Dijo:
“Conozco a mis compañeras, sí. Yo misma soy pueblo. Los latidos de esa masa que
sufre, trabaja y sueña, son los míos.” (Evita
T. I: 74). Cuenta cómo pasó por encima del protocolo para sumarse a la acción
social del Peronismo, y asegura que su labor en esa área se irá ensanchando.
Llama a las mujeres a unirse y movilizarse y, al hacerlo, colocarse “en un
plano social nuevo”, porque la mujer argentina “ha superado el período de las
tutorías civiles” y posee “madurez social y política” (Evita T. I: 76).
El voto femenino se convertiría en
el arma de las mujeres para demostrar que habían llegado a su mayoría de edad.
La campaña a favor del voto femenino, promovida desde el poder por el Peronismo,
le dio a Eva autoridad política frente a las masas. Esa independencia política
se acrecentó cuando en junio de ese mismo año inició un viaje oficial por
países de Europa durante varios meses sin su marido. La comitiva que la
acompañaba incluía a su hermano, a su confesor y amigo, el padre Benítez,
a su ex-libretista radial y encargado de
sus discursos, Muñoz Azpiri, a su amiga y colaboradora en el Ministerio de
Trabajo y Previsión, Lilian Guardo y al importante empresario peronista Alberto
Dodero, que financió el viaje (Fraser y Navarro 89).
Eva publicó una serie de notas en el
Diario Democracia, vocero peronista
(Perón lo había comprado y puesto a nombre de Eva), pidiendo apoyo al sufragio
femenino. En el discurso que dirigió a los obreros de la fábrica de Jabón
Federal, en su mismo sitio de trabajo, el 21 de febrero de 1947, exaltó a
Perón, que, como Presidente, había logrado humanizar el capital y el trabajo, y
luchaba por la felicidad de la masa trabajadora. Se colocó a sí misma junto a
los trabajadores, en las filas del pueblo, diciendo: “Nosotros, los que venimos
del pueblo…sabemos valorar en toda su magnitud la obra de dignificación de la
masa trabajadora” que, antes del Peronismo, “…era víctima de toda clase de
explotaciones” (Evita T. I: 97).
Aclaró que el General promovía el voto femenino, y ella era embajadora “de
confraternidad, de amor y de esperanza” y servía de puente entre los
trabajadores y Perón. Afirma su lealtad al Movimiento, insiste en su deseo de
sacrificarse por la causa, y les avisa que deben cuidarse de los detractores y
posibles “traidores” al Peronismo. También explica el compromiso del Peronismo
con el pueblo trabajador, a cuyo servicio está el movimiento, y pide a los
obreros que se sacrifiquen para aumentar la producción y la riqueza, en apoyo
del Plan Quinquenal que es “…el plan de los descamisados, y como tal, tienen
que defenderlo.” (Evita T. I: 98).
En su discurso radial del 12 de
marzo de 1947, dirigido a las mujeres, Eva dice que la revolución peronista
había permitido “…el triunfo de las nuevas formas de la justicia social, y del derecho victorioso del más débil, del
más olvidado en la escala de los seres humanos” y define al Peronismo como una
“…fuerza espontánea que ha renovado el panorama político de nuestra Patria” (Evita T. I: 109). Argumenta que la
legislación argentina se había olvidado de la mujer como sujeto político, y que
lo acontecido el 17 de octubre de 1945 demostraba la madurez política de la
mujer, que espontáneamente había participado en la movilización popular que
permitió la liberación de Perón y el posterior triunfo de su política
justicialista. Si bien está de acuerdo que es indispensable la guía formativa
de la mujer en el hogar, en su papel de madre y esposa, afirma que la mujer
“…no es solamente afección, o la sensibilidad. La mujer es la conducta, y la
dinámica. La mujer es la voluntad” (Evita
T. I: 110). Como militante y defensora de su lugar público y político, Eva es
un ejemplo de esta nueva posición de la mujer en la sociedad. Quiere lograr que
les reconozcan a las mujeres, entre otros derechos, dice, el de “…la expresión
de su voluntad cívica, la expresión de su voluntad política, la negación del
vasallaje tradicional al hombre…” (Evita
T. I: 111).
Interrumpió este ciclo de
participaciones públicas en defensa de los derechos civiles de la mujer durante
su viaje de tres meses a Europa; lo continuó a su regreso, intensificando su
militancia, hasta la sanción de la ley del voto femenino en septiembre de ese
año. En ese proceso Eva Perón se estableció como una importante figura política
nacional. En un régimen de gobierno que promovía la relación directa del
gobernante con el pueblo, demostró ser una gran comunicadora. Tenía juventud,
carisma, una fuerza de convicción contagiosa y sabía llegar a las masas.
En su discurso del Día de las Américas,
el 14 de abril de 1947, en que abogó por la paz y la justicia social, pidió que
ya no hubiera más discriminación en el mundo basada en la raza, la
nacionalidad, el sexo, las ideas, la religión y el poder económico, e insistió
en que los trabajadores del continente debían gozar del derecho a una
retribución salarial justa, seguridad social, protección familiar y la
posibilidad de mejoramiento económico (Evita
T. I: 127-8).
Antes de viajar a Europa, Eva
inauguró el 3 de junio el primer albergue temporal para mujeres en Buenos
Aires. Desde septiembre del año anterior trabajaba en el Ministerio de Trabajo
y Previsión, recibiendo a los necesitados y promoviendo obras que beneficiaban
a la población más desprotegida. Durante su gira por Europa, varias veces habló
en lugares públicos a los trabajadores. En su discurso del 14 de junio, ante
Franco, en una plaza pública, dijo a los trabajadores españoles que estaba allí
para traerles “…un mensaje de amor de todos los trabajadores argentinos” (Evita T. I: 150).
El Peronismo practicó un populismo
nacional sindicalista, que buscaba el reconocimiento de los derechos de los
trabajadores y dio poder a actores sociales marginados, como las mujeres. El
discurso de despedida de Eva de Madrid, que se transmitió por radio, fue
dirigido especialmente a las “mujeres de España” (Evita T. I: 152). Sus discursos en Italia también mencionaban a las
mujeres con frecuencia, e incitaban a los trabajadores a hacer suyo el futuro (Evita T. I: 160). Al regresar a
Argentina, a fines de agosto, anunció que volvía a ocupar su puesto en su
oficina del Ministerio de Trabajo y Previsión. Eva hablaba de sí como
trabajadora, hacía referencia a las jornadas agotadoras de trabajo de su
marido, y se sometía ella misma a días laborales de 14 y 15 horas, dejando
debidamente documentado, a visitantes locales y a extraños, su culto al trabajo
y al bienestar social, al que diferenciaba cuidadosamente de la beneficencia,
que había sido la piedra de toque de la sociedad patricia y elitista, en que
las damas ricas daban regalos a los carenciados (Fraser y Navarro 122-8).
Evita dedicó un artículo a este
tema, publicado en el diario Democracia,
el 28 de julio de 1948, titulado “Ayuda Social, sí; limosna, no”, en el que afirmó
que la ayuda social del Peronismo, que ella misma organizaba desde su Fundación
de Ayuda Social, nada tenía en común con la de antes, a la que caracterizó de
“limosna” accidental y esporádica, dedicada a tranquilizar las conciencias de
los ricos y poderosos. Ella daba ayuda
social a aquellos que carecían de la protección social necesaria, a los
“…que por razones de edad, por causas de enfermedad o por incapacidad física,
no son aptos para el trabajo. Es la habitación, el vestido, el alimento, la
medicina para el enfermo que no está capacitado para el trabajo y que no pudo
adquirirla. No es limosna. Es, simplemente, solidaridad humana” (Evita T. I: 449). El gobierno peronista
organizaba la ayuda social tratando de reparar injusticias y satisfacer las
necesidades sociales de los sujetos más desprotegidos y marginales. Era su
manera de expresar su amor al necesitado y reconocer su valer.
Una diferencia importante, para Eva,
entre la ayuda social y la limosna, era que a esta última la daba el rico, al
que le sobraba, al pobre, que no tenía, y era casi una burla de los
explotadores hacia los explotados; la ayuda social, en cambio, en palabras de
Eva, “…es la exteriorización del deber
colectivo de los que trabajan, de cualquier procedencia o clase social, con
respecto a los que no pueden trabajar” (Evita
T. I: 450). La ayuda social era más digna porque la brindaba un trabajador a
otro trabajador desvalido. Eva solicitaba preferentemente apoyo económico de
los trabajadores para llevar a cabo su notable obra en la Fundación de Ayuda
Social. Construyó hogares para mujeres, para ancianos, para niños, hospitales,
policlínicos, urbanizaciones obreras. Mediante su habilidosa intercesión y
capacidad de convocatoria, logró que los sindicatos destinaran parte de los
aportes que recibían de sus miembros a la Fundación. Gracias a estos fondos
pudo reunir importantes capitales, que se transformaron en inmediatas obras
sociales de asistencia a sectores carenciados de la sociedad.
El trabajo con la Fundación la puso
en contacto directo con las necesidades de la población. Ella asumió su labor
como un deber casi religioso, ganándose el afecto del pueblo. Su obra de
asistencia social contribuyó muchísimo a modelar su imagen pública como
abanderada de los humildes, defensora de los pobres y mujer providencial.
A través de la Fundación, Eva
practicó un tipo de asistencia social que, afirmaba ella, no hacía distinción
de sexo, raza, religión, origen y bandería política. La política social del Peronismo
había nacido cuando Perón ocupaba la Secretaría de Trabajo y Previsión, y Evita
continuó su obra desde ese mismo espacio durante su presidencia. Perón, como
Presidente, no podía gobernar sólo para un sector, tenía que gobernar para
todos, aun cuando centrara su base política en el movimiento obrero organizado,
que constituía la columna vertebral del Peronismo, y sería el sector más
combativo durante los años de la Resistencia, luego de su caída.
Eva ayudó a Perón a mantener
relaciones fluidas con el movimiento obrero, poniéndose en contacto con las
agrupaciones gremiales, y transformándose en intermediaria entre los gremios y
Perón, operando en funciones casi ministeriales. Si el trabajo en la Fundación
le dio prestigio y visibilidad, su labor sindical fue fundamental para el Movimiento.
Gracias a su simpatía y su carisma, y a su personalidad enérgica, Eva logró
comunicarse con los líderes sindicales y fue respetada y valorada por ellos.
Eva y Perón fueron cambiando sus
funciones en el plano político. Perón, que había iniciado su carrera en la
Secretaría de Trabajo y Previsión, pasó a ser el líder máximo y Presidente.
Clausuró el Partido Laborista con el que había llegado a la presidencia, y creó
su propio partido. Decía que él no era un político profesional y tradicional
burgués, y no creía en el sistema partidario demoliberal, que, en su concepto,
operaba como una competencia política entre las elites en el poder, de espalda
a los intereses del pueblo; él era un líder, cuyo mandato venía directamente
del pueblo, que lo había habilitado políticamente al pedir por su liberación a
las autoridades militares en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 (Pavón
Pereyra 230-1). Este mandato popular hacía de Perón un líder elegido y
plebiscitado por su pueblo.
Eva se situó en el ala izquierda del
Movimiento, organizando el trabajo social que el Peronismo reivindicaba como la
base de su política de masas. Era el nexo y representante de Perón ante los
sindicatos, la directora de la Asistencia Social y la líder del movimiento
femenino. Esta última función resultó crucial para el Peronismo: logró que la
legislatura aprobara el voto femenino y reconociera los derechos civiles de la
mujer, y luego creó el Partido Peronista Femenino, separado del Partido
Peronista Masculino, y sobre el cual ostentó un liderazgo indiscutido, como su
fundadora y Presidente. El Partido Femenino recibió más del sesenta por ciento
del voto de las mujeres en las elecciones presidenciales de 1952, contribuyendo
a la segunda presidencia de Perón. Eva favoreció la participación de la mujer
en la vida política argentina, alentando su conciencia cívica (Fraser y Navarro
107-9).
La militancia de Eva hizo más por la
mujer argentina que las prédicas de los grupos feministas elitistas de esa
época, que se movían en una esfera alejada de la realidad social y las
necesidades de las mujeres del pueblo. Toda esta actividad política de Eva,
acompañada por sus constantes intervenciones públicas (tenía abiertas a su
disposición las puertas de los medios de comunicación y contaba con múltiples
espacios públicos: la radio y el cine, las plazas, los teatros y sindicatos),
dio a su gestión un extraordinario dinamismo durante el tiempo relativamente
breve en que participó en la política peronista. Sus años claves fueron de 1946
a 1950, cuando, en la cima de su habilidad y energía organizativa, presentó sus
principales batallas políticas e hizo sus aportes mayores al Movimiento. 1951
fue el año de su renunciamiento político a la Vice Presidencia del país. La
Confederación General del Trabajo la había propuesto como futura vicepresidente,
y en un evento popular de caracteres dramáticos, en un mitin multitudinario,
Eva aceptó el nombramiento, para luego, ante el conflicto político que generó
el ofrecimiento en el Ejército, renunciar al mismo (Fraser y Navarro 143-7).
Esos momentos la mostraron en la cumbre de su popularidad, dueña de un estilo
propio para dialogar con las masas. Contaba con sus propios seguidores y
seguidoras, que la veían como una apasionada defensora de los intereses de los
trabajadores, y aspiraban a llevarla al gobierno.
El
agravamiento de su dolencia fue limitando gradualmente su actividad, hasta
dejarla recluida en su residencia durante sus últimos meses de vida. En 1951
aparecieron sus libros Historia del
peronismo y La razón de mi vida.
En 1952, ante la inminencia de su muerte, minada su salud por el cáncer, el
pueblo peronista inició un doloroso proceso de duelo. El 26 de julio murió Eva
y durante días los hombres y mujeres del pueblo desfilaron frente a su féretro
(Page 24-36).
Eva había demostrado que era una líder
carismática, voluntariosa, dueña de una energía extraordinaria para su trabajo,
organizadora natural que escuchaba y comprendía a las mujeres y a toda la gente
del pueblo, comunicadora persuasiva habituada a tratar a los hombres que
estaban en el poder, ya fuese el mismo Perón u otros militares y funcionarios
políticos. Era capaz, como su marido, de tener un diálogo enriquecedor con los
sectores sindicales y ejercer su liderazgo con firmeza.
Durante sus años de militancia
política su relación con el pueblo trabajador se volvió apasionada. Eva
exaltaba siempre sus valores y virtudes en sus discursos y en sus escritos. En
el diario Democracia publicó el 4 de
agosto de 1948 un artículo en que definía el sentido social que el
“descamisado” tenía para el Peronismo. Dice que el descamisado apareció en el
escenario político como antes había aparecido el gaucho, reclamando justicia
frente a los enemigos de la nacionalidad (Evita
T. I: 452). El descamisado era “…un factor de progreso, de unidad nacional, de
bienestar colectivo” (Evita T. I:
453). Había cambiado la política, porque actuaba en defensa de los intereses
del pueblo, que era el depositario de las virtudes de la nacionalidad y creaba
la riqueza. La política de privilegio, creía, había terminado y cobraban valor
el trabajo y la producción. La asistencia social era un acto de solidaridad del
pueblo con el pueblo mismo. El Peronismo luchaba por dignificar al pueblo,
mejorando su situación económica y laboral. Esa era la base de la prédica de la
política justicialista (Evita T. I:
454).
En su biografía, La razón de mi vida, explica por qué
prefiere el apelativo cariñoso de “Evita”, en lugar del de Sra. de Perón. Los
descamisados sólo la conocían por el nombre de Evita, mientras los funcionarios
de la presidencia o personalidades políticas la llamaban Señora. Cuenta que así
se les presentó a los humildes de su tierra, diciéndoles “…que prefería ser
Evita a ser la esposa del presidente, si ese Evita servía para mitigar un dolor
o enjugar una lágrima” (Evita T. IV:
72). Eva confiesa que prefiere “su nombre de pueblo”: “Reconozco – dice -
…que…lo que me gusta es estar con el pueblo, mezclada en sus formas más puras:
los obreros, los humildes, la mujer…Hablo y siento como ellos, con sencillez y
con franqueza llana y a veces dura, pero siempre leal. Nunca dejamos de
entendernos. En cambio, a veces, “Eva Perón” no suele entenderse con la gente
que asiste a las funciones que debe representar” (Evita T. IV: 74). Ve en sí a dos mujeres: una actúa un personaje
oficial como Primera dama, y otra, la auténtica, es sencilla, llana, parte de
su pueblo.
Su relación lírica e idealizada con
el pueblo fue en constante progreso hasta sus últimos días. En su testamento,
que leyera Perón el 17 de octubre de 1952 desde los balcones de la Casa Rosada (formaba
parte de un manuscrito más extenso, nunca publicado por Perón, y dado a la luz
finalmente como Mi mensaje en 1986),
Eva aseguró poéticamente que dejaba su corazón a sus descamisados, sus mujeres,
sus obreros, sus ancianos, sus niños; su corazón se quedaba con ellos para
“ayudarlos a vivir” con el cariño de su amor, para “ayudarlos a luchar” con el
fuego de su fanatismo, y “para ayudarlos a sufrir” con sus propios dolores (Mi mensaje 77). Perón, desde “su
privilegio militar”, se había encontrado con el pueblo, “…supo subir hasta su
pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta”, pero ella había nacido en el
pueblo y sufrido con el pueblo, tenía carne y alma y sangre de pueblo (Mi mensaje 78). Eva, en ese texto, que
es el más personal de todos sus escritos, y que parece tener menos
interferencia de correctores ideológicos, designaba como sus herederos a Perón
y al pueblo. Sus palabras finales fueron palabras de amor, confesando: “Quiero
vivir eternamente con Perón y con mi pueblo. Dios me perdonará que yo prefiera
quedarme con ellos porque él también está con los humildes y yo siempre he
visto en cada descamisado un poco de Dios que me pedía un poco de amor que
nunca le negué” (Mi mensaje 80-1).
II. Eva idealizaba la personalidad de Perón. En
sus primeros discursos, en 1946, se presentaba a su auditorio como “la mujer”
de Perón, persuadiéndolo del amor que éste, “abanderado de la justicia social”,
sentía por su pueblo (Evita T. I: 57). Al año siguiente, en un discurso
pronunciado en Trabajo y Previsión a una delegación de estudiantes, cambia su
tono y en lugar de presentarse simplemente como su esposa habla como
“descamisada”. Eva exalta al General por su idealismo; dice Eva: “Ustedes los
estudiantes…deben ver en el general Perón un idealista tratando de hacer esta
Patria más justa, más soberana y más poderosa. Mientras el timón de la Patria
esté en manos del general Perón, yo, como una descamisada más, les puedo
asegurar que la Patria va segura y firme hacia un destino más brillante aún”
(Evita T. I: 137). En otros
discursos dice ser “modesta colaboradora” de Perón y actúa como abanderada del
pueblo.
En
los discursos de los años siguientes Evita deja en claro que Perón es un
Presidente sin rivales, un conductor extraordinario, y se define como
“peronista fanática”. Sostiene un culto de idealización pública de Perón e
indica la línea política a seguir: no debe haber ni segundas figuras ni
caudillos que interfieran en la relación entre Perón y el pueblo. Los caudillos
son, en la interpretación del Peronismo, causantes de problemas en los
organismos políticos: llevan a la división, y en el Peronismo la consigna es la
unidad (Evita T. IV: 35).
En las conferencias que leyera en la
inauguración de la Escuela Superior Peronista en 1951, publicadas como Historia del Peronismo, analiza el papel
político que debe ocupar el líder. Explica qué significa ser un líder, qué es
el pueblo y como son los pueblos, y muestra el momento histórico en que el
pueblo se encuentra con su líder. Evita aclara que en esa escuela se enseña a
querer, a amar a Perón y si es necesario a dar la vida por él. Los pueblos no
avanzan sin un conductor, éstos son sujetos providenciales en la vida de los
pueblos. Se denomina “mujer sencilla, de pueblo” y dice que describir a Perón
es como tratar de “describir al sol”: es alguien extraordinario, ilumina y,
para conocerlo, hay que verlo (Evita
T. III: 29). El líder es un “genio”, que aparece excepcionalmente, mientras los
caudillos son individuos más limitados y egoístas, sirven intereses
particulares y hacen daño al movimiento político (Evita T. III: 28). Evita se pone junto al pueblo y a buena
distancia de Perón, para no ser un obstáculo, como los caudillos. El Peronismo
no es un partido político demoliberal, sino un Movimiento, y su líder mantiene
un contacto directo con las masas. Ella es una privilegiada, que puede
compartir el carisma de Perón, y eventualmente desarrollar el suyo propio.
Evita en sus discursos presenta la ideología
del Peronismo desde la perspectiva del pueblo. No repite mecánicamente lo que
dice Perón. Abanderada del Movimiento, da una imagen apasionada del militante
peronista. Evita es joven, fanática, y está dispuesta a dar la vida por la
causa, a sacrificarse, como siempre afirma en sus discursos. Sacrificio que
adquiere trágica concreción con su enfermedad, su agonía y su muerte. El duelo
por su desaparición tuvo una enorme fuerza catártica. Era como despedir al
pueblo mismo en la persona de su abanderada, la que va adelante en la lucha,
llevando la bandera del Movimiento, sus ideales, y que como tal cae.
Evita exaltó la relación fraternal y
de mutua adoración que existía entre Perón y las masas. Perón había triunfado fácilmente
en las elecciones presidenciales de 1946 porque, a pesar de estar al frente de
un partido político improvisado, había sabido darle espacio al trabajador, y
logró quitarles los votos a los partidos políticos tradicionales. Todos aquellos
que se oponían a su política estaban para Perón al servicio de la oligarquía. Los
peronistas demonizaban a los partidos de la oposición y los consideraban
traidores. La oposición no respetaba la voluntad popular. La virtud que
caracterizaba al peronista era la lealtad, demostrada en la pueblada del 17 de
octubre de 1945 para rescatar a su líder encarcelado. Perón luego transformó la
celebración del aniversario del 17 de octubre en la gran fiesta popular de su
Movimiento: el día de la lealtad del pueblo hacia su líder.
La oligarquía era caracterizada como
traidora, “vendepatria”. Oligarcas eran todos aquellos que explotaban y
esclavizaban al pueblo. “El espíritu oligarca – dice Eva en Historia del peronismo - se opone al
espíritu del pueblo”; muestra “afán de privilegio”, ambición ilimitada,
soberbia y vanidad (Evita T. III:
77). Aún dentro del Peronismo podía desarrollarse ese espíritu oligarca como
una deformación, en funcionarios y dirigentes, si ponían su interés personal
por delante del interés del Movimiento. Invita a los militantes a velar por su
pureza, y luchar contra los traidores y los “vendepatrias” (Evita T. III: 89).
Eva explica en Historia del peronismo, siguiendo las ideas de Perón, que el Peronismo
es distinto al capitalismo, y distinto al comunismo, pero tiene elementos de
los dos: es un capitalismo humanizado, donde el estado tiene un papel mediador
“justiciero”. Recuerda a los trabajadores que asisten al curso de la Escuela
cómo la oposición a Perón se alió con el imperialismo norteamericano enemigo,
representado por Braden, su embajador, contra el Peronismo en 1945 (Evita T. III: 99). Esto demostraba que
tanto los partidos burgueses, como los comunistas y socialistas, habían
preferido unirse al imperialismo que aliarse al Peronismo. Evita criticaba a la
oligarquía en sus discursos, mientras idealizaba y alababa tanto a Perón como
al pueblo. Perón y el pueblo eran la fuente de toda virtud, y la oligarquía, el
imperialismo y los “vendepatria” representaban el mal. La oligarquía era la
enemiga de la revolución peronista y los peronistas tenían que vigilar para
evitar que la oligarquía y sus fuerzas destruyeran al Peronismo.
Diversos sectores de la población se
oponían al Peronismo: una buena parte de la clase media, que apoyaba al Radicalismo;
estudiantes e intelectuales, que preferían el marxismo comunista o socialista, y
los profesionales, que desconfiaban de la política de movilización de masas que
practicaba Perón, y resentían el papel que se daba a los obreros, que habían
pasado de ser los más marginados y despreciados, a ser convocados e idealizados
por Perón y Evita. Los profesionales sentían que el trabajo intelectual y profesional
pequeño burgués había perdido parte de su prestigio al valorizarse el trabajo
manual del obrero, durante la etapa peronista. La pequeña burguesía derivaba su
sentimiento de superioridad social, en gran medida, de su educación
privilegiada, y el cambio irritaba a la clase media profesional.
El Peronismo alienó a los que habían
sido hasta ese momento participantes privilegiados de la política criolla: era
un movimiento nacional y popular con actores nuevos (Mafud 49-55). Perón
promovió la organización de gremios y sindicatos, creando una base activa para
institucionalizar su política. Sus consignas eran simples: defensa de la
economía, de la soberanía nacional y de la justicia social. Basó la efectividad
de su Movimiento en la conducción y la estrategia (Conducción política, O. C.: XIII: 15-17). Los partidos políticos
democráticos liberales y los comunistas privilegiaban la discusión crítica y el
análisis racional de las ideas; el Peronismo favoreció la aplicación práctica
de sus principios de justicia social por encima de las luchas ideológicas,
evitando enfrentamientos políticos divisivos que lo debilitaran.
El modelo institucional peronista era
centralizado y burocrático. La formación militar de Perón tiene que haber
influido en ese modelo. El Ejército, como institución, limita la crítica y
rechaza el disenso, desarrolla gran capacidad operativa y tiene poder e
influencia social. Perón creó un Movimiento nacional combativo, unido, que
respondía a sus órdenes, y tenía relativa autonomía para operar en conjunto en
todo el país. Este Movimiento, respaldado por las organizaciones gremiales, se
transformó en el gran actor de la política argentina. Después de 1955 el Peronismo
sobrevivió, a pesar de la ausencia y proscripción de su líder. Los partidos
políticos de oposición no pudieron ampliar demasiado su influencia hasta
después de la muerte de Perón en 1974.
III. En un discurso del 1 de junio
de 1949, pronunciado ante un congreso de obreros ferroviarios, Eva les dice que
están tratando de limpiar la nación de “…vendepatrias y entreguistas,
adentrándole el espíritu criollo en lugar de lo foráneo” y los incita a
defender la revolución contra los “disfrazados de obreristas, agitadores, de
afuera” (Evita T. II: 60). Explica a
los trabajadores que hay que dar “la vida por Perón” y que ella misma en su
lucha “va dejando jirones de su corazón y de su alma” y no tiene miedo de morir
por la causa (Evita T. II: 62). En Mi mensaje, su último texto, ruega a los
descamisados que no se entreguen jamás ni al imperialismo ni a la oligarquía.
“La oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo – dice – tratará de
vencernos”, la solución es “…convertir a todos los oligarcas del mundo:
hacerlos pueblo” (Mi mensaje 83).
Los intelectuales liberales, los de
izquierda y diversos sectores de la clase media conspiraron contra Perón y
Evita durante los años de la primera y la segunda presidencia, demonizando la
política peronista, y haciendo imposible un diálogo constructivo (Rosano 91-123).
La política peronista, practicada desde el poder por Perón y Evita, con apoyo
de los sindicatos, las organizaciones peronistas y las masas movilizadas,
resultó desestabilizante y amenazadora para esa clase media acostumbrada a la
política elitista de los partidos políticos liberales: dividió el campo
político y cultural en peronismo y antiperonismo, alienando a grandes sectores
del liberalismo y las izquierdas, y distanciándolos del proletariado y la clase
trabajadora. J. L. Borges, que en su juventud había sido irigoyenista y
desarrolló una línea literaria de tendencia popular, fue ferviente
antiperonista y se hizo cada vez más conservador, al sentir el desprecio de los
peronistas hacia su figura y la falta de comprensión y tolerancia por su obra
(Naipaul 113-7). Los críticos nacionalistas y los forjistas, que lideraron la
lucha antibritánica y antiimperialista, bajo la guía intelectual de Scalabrini
Ortiz y Jauretche, transformaron a Borges posteriormente en un ejemplo del
escritor extranjerizante y ajeno a lo nacional, olvidando su obra de juventud
(Jauretche, Los profetas del odio
71-80).
A la caída de Perón, los
historiadores revisionistas profundizaron esta visión de una argentina dividida
entre un campo popular, liderado por los grandes caudillos históricos: Rosas,
Irigoyen y Perón, y un campo antinacional, dominado por los intereses de los
sectores liberales, aliados al capitalismo internacional (Jauretche, Política nacional y Revisionismo Histórico
52-60). Las figuras del liberalismo más criticadas fueron Rivadavia y
Sarmiento. La pequeña burguesía liberal mostró el resentimiento que había
acumulado durante los años de gobierno popular. Se publicaron los libros que
los intelectuales liberales y socialistas, como Martínez Estrada, Sábato y
Ghioldi, venían escribiendo durante la última etapa de la segunda presidencia,
en que atacaban con vehemencia al régimen peronista y denunciaban las
humillaciones que habían sufrido (Svampa 257-68).
Resultó difícil para la cultura
pequeño burguesa liberal y marxista asimilar el Peronismo. Fue recién en la
década del 60, durante los años de la Resistencia peronista, que intelectuales
como Puiggrós y Hernández Arregui llegaron a una síntesis más progresista para
interpretarlo, desde una perspectiva que integraba marxismo y nacionalismo
(Hernández Arregui 346-381; Svampa 274-81). Pocos escritores y artistas
pudieron trasladar lo que había pasado en esos años al imaginario globalizante
burgués elitista del mundo de la literatura y el arte, formado en lenguajes
literarios “internacionales” de origen europeo (Plotnik 29-69). Aquellos que
captaron mejor el fenómeno populista del Peronismo fueron los periodistas, como
Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez y Horacio Verbitsky, y los cineastas, como
Fernando Solanas, Octavio Getino y Jorge Cedrón. Poetas y narradores siguieron,
en su mayor parte, hasta 1974, reflejando la problemática de la pequeña
burguesía liberal y los sueños utopistas de los sectores socialistas (Borello
18-32). Tal como había ocurrido antes con el irigoyenismo y el rosismo, la
pequeña burguesía liberal reaccionó contra el Peronismo y lo acusó de ser un
movimiento demagógico, totalitario y tiránico (Neyret 3). Jauretche afirmaba
que la inteligencia argentina se había divorciado de los intereses populares, y
que cuando ésta iba en una dirección, el pueblo iba en la dirección contraria (Los profetas del odio y la yapa 71).
La cultura literaria, en los países
dependientes neocoloniales o tercermundistas, es, en su mayor parte, una
cultura de grupos exclusivos, elitistas, bastantes cerrados, de gusto
sofisticado. Estos círculos letrados han creado grandes obras de arte admiradas
por los lectores de los centros neocoloniales y los países desarrollados, que
son escasamente comprendidas en sus propios países, particularmente porque no
reflejan ni traducen los intereses de las mayorías populares. Los grandes
escritores argentinos de su momento dejaron limitado testimonio en su obra de
ficción de los diez años del primer gobierno peronista.[8]
No encontraron un modo adecuado de expresarlo, ni de comunicarse con los
sectores populares.[9]
El populismo tiene sus propios
espectáculos: mítines políticos, fiestas populares, conciertos de música, competencias
deportivas.[10] El Peronismo
organizó un programa educativo para los trabajadores, independientemente de la
estructura profesional burguesa y de clase media, creando escuelas para oficios
(Plotkin 85-103). Buscó organizar a las masas, darles personalidad e
independencia. Movilizó a las mujeres y a los sindicatos, siguiendo sus propios
intereses. El Peronismo mostró el abismo que separaba a la clase media culta de
los sectores proletarios.
IV. Con su dedicación al bienestar
social y su prédica de unión, paz y amor al pueblo, Eva dio al Justicialismo un sentido
providencial espiritual y cristiano. Concluyó numerosas obras durante el año
1949. El 14 de julio de ese año inauguró la Ciudad Infantil. En el discurso
inaugural explicó que su política de ayuda social respondía a las ideas y a la
iniciativa de Perón. Habían ya finalizado hogares-escuelas, hogares de
tránsito, el hogar de la empleada, hogares de ancianos (Evita T. II: 72). Unos días antes, en un acto del Sindicato de
Docentes Particulares, Eva definió el sentido y carácter de la ayuda social
peronista; aclaró que el General Perón “…no habla, realiza…no promete, da…no es
un teórico, es un práctico” (Evita T.
II: 66). Perón buscaba la Patria grande, se había cansado “…de ver cómo en
nuestro país se practicaba una democracia mal entendida aplicada siempre en
perjuicio de las clases humildes” y estaba tratando de llevar a cabo el sueño
de San Martín. Los críticos que tenía el Peronismo, “…que hoy se levantan como
apóstoles de la democracia y de la soberanía nacional” – dice Eva - no hicieron
absolutamente nada positivo cuando estaban en el gobierno, por el contrario
vendieron todo al extranjero: ferrocarriles, puertos, seguros, reaseguros y
teléfonos, y dejaron a los argentinos un único derecho: el de “morirse de
hambre” (Evita T. II: 68). El General
Perón, en cambio, había nacionalizado esos servicios y promovido la institución
de ayuda social que ella dirigía, honrando al movimiento peronista.[11]
Ese año Eva pronunció varios
discursos doctrinarios, entre los que se destacaron el del acto inaugural de la
Primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista Femenino, el 26 de julio, y
el discurso pronunciado en el encuentro organizado por la Comisión Auxiliar
Femenina de la Confederación General del Trabajo en el Teatro Colón, el 16 de
diciembre de 1949. Para ese entonces había logrado una representatividad
considerable dentro del movimiento nacional peronista, y era la líder
indiscutida de la rama femenina del Partido. Había organizado la campaña
dirigida a afiliar a las mujeres al Partido Peronista Femenino en todo el país,
y había creado Unidades Básicas adecuadas a sus necesidades. La Unidad Básica
peronista aspiraba a ser mucho más que el comité partidario de los partidos
liberales burgueses: era un club político de asistencia social, educación
partidaria y enseñanza de oficios, que buscaba educar a los trabajadores y
ayudarlos a satisfacer sus necesidades más apremiantes. Los comités partidarios
de los partidos liberales, en cambio, se concentraban en discusiones
partidarias y políticas: buscaban satisfacer intereses sectoriales egoístas,
para acumular poder en beneficio propio, y no se preocupaban por la necesidad
social del pueblo.
En esos discurso Eva Perón pasaba
revista a los logros del Peronismo, incluidos los propios, indicando que, como
partido en el poder, el Peronismo podía dar cuenta de una gran obra realizada,
y afirmar que había llevado a cabo una verdadera revolución. Se enorgullecía en
anunciar que había llegado “la hora de los pueblos”, y que los autores de esa
revolución eran las masas de trabajadores, los “descamisados” despreciados por
la oligarquía, guiados por el General Perón, que era quien, al frente de éstos,
logró cambiar la vida política del país. En el discurso del 16 de diciembre, dirigido
a las mujeres, Eva dijo que deseaba ser considerada la “dama de la esperanza” y
las instigaba a ocupar su papel dentro del Movimiento; confesaba ser una
luchadora “fanática” que todo lo sacrificaba, y creía que “el fanatismo es la
sabiduría del espíritu”, y que son los mártires y los héroes los que han
cambiado la historia (Evita T. II:
192-3).
El 26 de julio de 1949, en el acto
inaugural de la Primera Asamblea Nacional del Movimiento Peronista Femenino,
pronunció su discurso doctrinario más extenso y completo, haciendo especial hincapié
en el sentido moral del Movimiento, que aspiraba a traer justicia a la
sociedad, y en el valor de la Tercera Posición, que podía combinar
armónicamente las fuerzas del Estado, del capital y del trabajo, y que
reconocía “el carácter moral y el carácter social del trabajo” (Evita T. II: 90-1). En ese discurso
incitó a la mujer a aliarse al hombre, y comentó los diez derechos básicos del
trabajador, que incluían: el derecho a trabajar, el derecho a una retribución
justa, a la capacitación, a tener condiciones dignas de trabajo, al bienestar y
a la seguridad social, entre otros, aclarando que eran una extraordinaria
conquista del Peronismo para todos los hombres y mujeres. Otro importante logro
fue la sanción de los Derechos de la Ancianidad, reconociendo a los ancianos el
derecho a la seguridad y a la protección del estado.
La incesante obra de Eva en
beneficio de los niños, los ancianos, las mujeres y los trabajadores
necesitados, demuestra sus profundos sentimientos humanitarios. El Peronismo se
define como un movimiento social y político de raíz cristiana, que busca una
redistribución inmediata de la riqueza, haciendo menos ricos a los ricos y
menos pobres a los pobres. En La razón de
mi vida Eva dice que el ideal social del cristianismo aún no se ha logrado,
y el Peronismo busca realizar su doctrina en el mundo del presente y traer
justicia y paz en la tierra (Evita T.
IV: 77). Perón afirmaba que su Movimiento era expresión de la filosofía del
cristianismo que, a diferencia del capitalismo y el comunismo, no tenía una
forma política concreta; él había creado un movimiento político de acuerdo a
los fines de la filosofía cristiana, con la cual se identificaba plenamente (Obras completas 22: 438-9).
En Mi mensaje Eva previno a Perón y a los trabajadores, a sus
descamisados, del peligro que representaban para el Justicialismo algunos
sectores del Ejército y la Iglesia. Con un lenguaje poético inspirado y
apocalíptico, Eva fustigó tanto a la jerarquía de la Iglesia, insensible muchas
veces ante las necesidades de los pobres, como a los oficiales oportunistas del
Ejército, celosos de los logros obtenidos por el Peronismo. Eva afirma en esas
confesiones que está defendiendo a su pueblo, al que pertenece, porque nunca lo
traicionó, ni se dejó marear “por las alturas del poder y de la gloria” (Mi mensaje 40). Dice que se rebela
contra todo privilegio, y reconoce la importancia histórica de la religión y
del ejército, pero que, desgraciadamente, las Fuerzas Armadas, en lugar de
servir al pueblo “…son casi siempre carne de oligarquía”, ya sea… “porque ésta copó
los altos círculos de la oficialidad o porque los oficiales que el pueblo dio a
sus fuerzas armadas se entregaron…olvidándose del pueblo, de sus dolores…” (Mi mensaje 47). Eva denuncia también a
las jerarquías eclesiásticas; dice:
Yo no he visto sino por excepción
entre los altos dignatarios del clero
generosidad y amor…En ellos
simplemente he visto mezquinos
y egoístas intereses y una sórdida
ambición de privilegio…No
les reprocho haberlo combatido
sordamente a Perón, desde sus
conciliábulos con la oligarquía…Les
reprocho haber abandonado a los
pobres; a los humildes, a los
descamisados…a los enfermos…y haber
preferido en cambio la gloria y los
honores de la oligarquía. Les
reprocho haber traicionado a Cristo
que tuvo misericordia de las turbas…
Yo soy y me siento cristiana…porque
soy católica…pero no comprendo
que la religión de Cristo sea
compatible con la oligarquía y el privilegio…
El clero de los nuevos tiempos…tiene
que convertirse al cristianismo…
viviendo con el pueblo, sufriendo
con el pueblo…sintiendo con el pueblo.
Mi mensaje 55-6
Eva afirma que la religión no debe
aconsejar la resignación, tiene que ser “bandera de rebeldía”, y predicar el
amor como el único camino para salvar al hombre (Mi mensaje 58).
La muerte de Eva dejó al Peronismo
sin uno de sus pilares. Había logrado organizar de una manera eficiente y
espectacular la ayuda social, adquiriendo gran visibilidad en el Movimiento, en
el que se la consideraba la Dama de la esperanza, y constituía un eslabón
importantísimo en la relación entre Perón y los gremios. Al frente de la
Fundación, demostró su eficiencia como administradora y recaudadora de fondos,
recibiendo para sus obras grandes sumas de dinero, no sólo de su esposo y del
gobierno, sino también y fundamentalmente de los sindicatos de trabajadores,
que aceptaron derivar parte de sus fondos a la ayuda social, y de empresarios
que hicieron donaciones considerables. Igualmente demostró su capacidad y
liderazgo político en la organización de la
rama femenina del partido, permitiendo el ingreso de las mujeres en la
política. Su muerte provocó un inmenso y sentido duelo. Desaparecida a una edad
muy joven, después de luchar contra el cáncer, el pueblo elevó su figura a un
nivel religioso y mítico. Eva se transformó en el hada buena, en la protectora
de los humildes, para las clases proletarias (Taylor 72-85).
La verdad histórica sobre Eva emerge
de sus logros y actividades políticas. Sus discursos y sus escritos nos
permiten ver su evolución en su momento histórico. Su concepción de lo que debe
ser la asistencia social al pueblo, la manera en que ella la llevó a cabo y el
ejemplo de su figura carismática en contacto directo con las masas en los actos
públicos del Peronismo, dejó un legado imborrable, particularmente para la
mujer argentina, contribuyendo a su emancipación política. El diálogo que
inició Perón con el trabajador conoce una modulación nueva en el discurso de
Evita, al dirigirse al pueblo desde el pueblo, como embajadora de Perón, pero
también como intercesora y peticionante ante él en nombre del pueblo. Su clara
ubicación en el campo popular dio al pueblo una figura emblemática y
carismática poderosa en que podía verse reflejado, con un cuerpo que se
entregaba en la lucha cotidiana, primero joven, brillante y adornado de joyas;
luego adusto, fanático y militante; y por último agónico y sufriente,
satisfaciendo simbólicamente su deseo de participar en la política de la
nación. Esa experiencia histórica fue fundamental para el desarrollo de la
conciencia política de las masas en Argentina, que vieron materializarse sus
aspiraciones de reconocimiento, representatividad y justicia social.
La experiencia populista del pueblo
argentino con Juan Perón y Evita fue, desde esta perspectiva, iluminadora y
trascendente. Demuestra cómo, en los países del tercer mundo neocolonizados, el
populismo nacionalista adquiere un sentido especial, en muchos aspectos
benéfico, tanto por la conciencia política que crea en los trabajadores, como
por los cambios culturales que esa política trae para las masas y para las
elites intelectuales y artísticas, que se ven obligadas a participar en un
fenómeno social nuevo que resulta crucial para los pueblos en su lucha por la
justicia y la liberación (Taggart 115-118).
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Taylor, Julie M. Eva Perón. The Myths
of a Woman. Chicago: The University of Chicago
Press,
1979.
[1] Perón favoreció con sus decisiones a aquellos que
habían sido más marginados de la vida política hasta ese momento: los
trabajadores. Los hombres y mujeres del proletariado ingresaron en la lucha
política, nucleados en organizaciones sindicales, protegidos por las leyes
laborales del Peronismo. La elección de Perón a la presidencia en 1946 dio a
las masas trabajadoras una representatividad inesperada en la vida de la
nación. Diversos sectores sociales resistieron y se opusieron al populismo
peronista: grupos conservadores, partidos de clase media y de izquierda, y
muchos intelectuales y artistas, que creaban y producían cultura para las
elites.
A la caída del
General Perón, en 1955, los sectores educados de la población y los partidos liberales
y de izquierda, prestaron amplio apoyo a los militares golpistas, y su
autoproclamada “Revolución libertadora”. El pueblo peronista, liderado por las
organizaciones sindicales clandestinas, resistió con heroísmo la usurpación del
poder popular. Muchos intelectuales, historiadores y artistas se replantearan
el significado histórico del Peronismo (Neyret 3-6). Se destacaron en ese
proceso los ensayistas “revisionistas” Fermín Chávez, José María Rosa y Arturo
Jauretche; los intelectuales de izquierda Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo
Puiggrós y J. Hernández Arregui; el político peronista socialista John William Cooke;
el periodista y militante Rodolfo Walsh (Operación
masacre); el sociólogo y filósofo Juan José Sebrelli (Eva Perón, aventurera o militante?), y los directores de cine
documental Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino (La hora de los hornos).
[2] La historiografía sobre Eva Perón refleja los vaivenes
de las luchas partidarias. En 1980 los historiadores Marysa Navarro y Nicholas
Fraser publicaron una biografía basada en investigaciones cuidadosas y un
meticuloso trabajo de campo. El estudio histórico del personaje cambió la
imagen que se tenía de Eva Perón. En un artículo del año 2002 Marysa Navarro
pasó revista a la polémica y rica historiografía del Peronismo, demostrando
hasta qué punto los intereses sectoriales habían llevado a distorsionar la
figura de Eva y su sentido histórico en la cultura argentina (“La mujer
maravilla ha sido siempre argentina y su verdadero nombre es Evita” 11- 442).
[3] Eva Perón expresó en su testamento político que
deseaba ser recordada como una mujer que había hecho todo por su pueblo, y
quería quedar en su memoria, “vivir eternamente” con su pueblo y con Perón (Mi mensaje 77). Juan Domingo Perón vio
la historia de su patria como un drama en el que él tenía un importante papel
que realizar, aleccionando a su pueblo y movilizándolo, para conducirlo a un
nuevo destino. El objetivo era lograr la liberación nacional, luchando contra
el colonialismo interno y el externo, representados por la oligarquía
explotadora y el imperialismo internacional. El Peronismo procuró unir a las
masas y apoyó las organizaciones sindicales (Doz 8-16). Sus lemas eran simples:
soberanía política, independencia económica y justicia social. Trató a los
trabajadores como protagonistas, cuando antes habían sido participantes
marginados del juego de los intereses de los partidos políticos en pugna.
A partir de 1930
los sectores militares de la Argentina se habían manifestado contra el sistema
político democrático y se transformaron en árbitros de la política nacional,
apelando tanto a golpes de estado como a la organización de elecciones
condicionadas, respondiendo a intereses sectoriales. Perón surgió a la política
como el líder de un grupo de oficiales del Ejército, el GOU, que planificó el
golpe que derrocó en 1943 al gobierno de un presidente constitucional
desprestigiado, Ramón Castillo. En esos momentos los conservadores preparaban
un fraude y planeaban manipular los votos populares en las próximas elecciones
(Page, Perón 41-53). El grupo de
Coroneles reaccionó contra la política de los conservadores y buscó
imponer su propio proyecto.
Perón, desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión, dio prioridad a la organización sindical y a
la implementación de programas de asistencia social. Se definió a sí mismo como
un líder y conductor, no se consideraba un político “profesional”: había
entrado a la política para salvar al país de los abusos de los malos políticos
(Martínez, “Las memorias de Puerta de Hierro” 51). Tuvo que participar y
competir en el sistema democrático para darle permanencia a sus reformas
sociales y laborales. Como Secretario
movilizó y unió a la clase trabajadora. La Confederación de trabajadores fue la
columna vertebral de su Movimiento político. No se apoyó en los partidos
políticos tradicionales. Después de la crisis militar de octubre de 1945 y de
los acontecimientos del 17 de octubre, que demostraron su creciente influencia
sobre el pueblo y pusieron en evidencia el efecto que su política social,
organizada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión a partir de 1943, había
tenido en las masas trabajadoras, Perón logró que se llamara a elecciones
presidenciales y se presentó a las mismas en 1946 con un partido formado al
efecto, el Partido Laborista. El partido (disuelto poco tiempo después),
compitió por el poder con los partidos opuestos a su política, que formaron una
amplia coalición, que incluía a conservadores, radicales y comunistas. Estos
fracasaron en las elecciones, que le dieron el mandato popular a Perón por
amplia mayoría (Page, Perón 138-51).
Desde el poder Perón organizó a sus seguidores en un Movimiento, que pasó a
llamarse a partir de 1949 Justicialista, e incluía a tres sectores: el
sindicalismo, el Partido Peronista Masculino, y el Partido Peronista Femenino,
dirigido este último por Eva Perón.
[4] Perón lideró en la Argentina un Movimiento que
aspiraba a crear una democracia directa, dando amplia participación a las masas
populares. En su concepción la asistencia social tomaba prioridad sobre la
política partidaria. Los partidos políticos tradicionales perdieron poder y
representatividad durante el decenio que estuvo Perón en el gobierno,
resistieron su política populista y lo consideraron un Presidente autoritario.
Tuvo amplia mayoría en el Congreso y promovió la reforma de la Constitución
Nacional en 1949, incorporando en ella los derechos de los trabajadores y
minorías, y haciendo posible la reelección presidencial, gracias a lo cual pudo
llegar a ocupar la presidencia por segunda vez.[4]
Perón, aprovechando
su apoyo popular, trató de hacer una revolución desde el poder, iniciando
vigorosas reformas sociales y económicas, guiado por su lema de defensa de la
justicia social, la soberanía nacional y la igualdad económica (Martínez, “Las
memorias de Puerta de Hierro” 44-9). Siguiendo este ideal igualitario, que él
definía como de inspiración cristiana, Perón buscó nivelar las clases sociales.
Luego de organizar al proletariado, para darle un papel protagónico en la vida
política nacional, Perón le quitó al rico para darle al pobre, sentando a
capitalistas y empresarios en mesas paritarias frente a los líderes de los
trabajadores, para negociar condiciones más justas de trabajo e ingresos.
Apoyado en sus planes quinquenales, Perón quiso alcanzar una transformación
económica duradera y permanente del país. El golpe militar reaccionario de 1955
interrumpió este proceso.
Dentro de esta
nueva modalidad y era política que inauguró Perón en la Argentina adquirió
protagonismo la nueva clase trabajadora urbana, formada por los campesinos
pobres desplazados a las ciudades, y por los inmigrantes e hijos de inmigrantes
llegados al país en los últimos 50 años. Perón agrupó y dio identidad a este
sector que respondió activamente a sus consignas políticas, lo apoyó durante
toda su gestión y se organizó contra el régimen militar que lo derrocó en 1955,
participando en el movimiento de resistencia popular que acabó trayendo otra
vez a Perón al poder en 1973, como Presidente de la República por tercera vez.
Durante la primera
y segunda presidencia apoyaron a Perón los sindicatos de trabajadores, un
sector del empresariado, grupos moderados nacionalistas de clase media e
intelectuales disidentes, como los militantes de FORJA: Scalabrini Ortiz,
Jauretche y Manzi, sectores importantes de la Iglesia, una gran parte del
Ejército, y una mayoría de las mujeres que Evita organizó políticamente y
aportaron un sesenta por ciento del voto femenino en las elecciones de 1952.
El espectro
político antiperonista era amplio: los conservadores, el Partido Radical, los
socialistas y comunistas, los democristianos. La clase alta, la clase media,
los profesionales e intelectuales liberales, los artistas, los estudiantes
universitarios, en su mayor parte se opusieron al Peronismo, al que vieron como
un movimiento dictatorial, demagógico, autoritario, de tendencia fascista
(Buchrucker 3-16). Esto cambió luego del derrocamiento de Perón, en que se
realinearon los campos sociales, después del fracaso de la política golpista,
que proscribió al Peronismo, sus ideas y sus líderes. Los sectores de izquierda
y el Radicalismo modificaron paulatinamente su posición sobre el sentido y el
carácter del Peronismo, y su papel histórico. Fue dentro de este rico contexto
histórico que surgió y actuó Evita.
[5] Perón demostró ser un individuo independiente y osado.
No era un militar al que le resultara fácil someterse a la voluntad de los
demás. Su elección de Eva, a la que doblaba en edad y sobre la que pesaba el
estigma social con que la alta sociedad mira a las actrices, fue un acto de
desafío a la clase política nacional y al Ejército. También fue provocativa su
política populista y su relación pública simbiótica con las masas populares, en
fiestas cívicas que irritaban a los partidos políticos nacionales, y les
recordaban los grandes actos públicos que habían tenido lugar hacía pocos años
en Europa, bajo los regímenes autoritarios de Mussolini y Hitler. La oposición
democrática que se enfrentó a Perón en la campaña presidencial aprovechó el
fantasma del totalitarismo, vivo en el recuerdo local ante los eventos
ocurridos en Europa, para acusarlo de filofascista (Page, Perón 139-42).
[6]
Dijo Perón a T. E. Martínez en 1970: “La acción de Eva fue ante todo
social: ésa es la misión de la mujer. En lo político, se redujo a organizar la
rama femenina del Partido Peronista. Dentro del movimiento, yo tuve la
conducción del conjunto; ella, la de los sectores femenino y social. Le dejé
absoluta libertad en ese terreno: era mi conducta con todos los dirigentes”
(“Las memorias de Puerta de Hierro” 52).
[7]
Dice Perón: “Un conductor debe imitar a la naturaleza, o a Dios…Dios
actúa a través de la Providencia. Ese fue el papel de Eva: el de la
Providencia. Primero, el conductor se hace ver: es la base para que lo
conozcan; luego se hace conocer: es la base para que lo obedezcan; finalmente
se hace obedecer: es la base para que llegue a ser hasta infalible” (Martínez,
“Las memorias de Puerta de Hierro” 51).
[8] La
recopilación de Sergio Olguín, Perón
Vuelve. Cuentos sobre el peronismo, es un testimonio involuntario de la
pobreza del corpus, que selecciona obras menores de los autores, como el cuento
paródico “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy Casares, y obras que emplean
un lenguaje indirecto y alusivo para hablar del presente, como el cuento
fantástico “Casa tomada” de Cortázar, cuya relación con el mundo político
peronista es discutible. En todo caso “Casa tomada” de Cortázar y “Cabecita
negra” de Rosenmacher, pudieran ser ejemplos de los temores y ansiedades que el
populismo provocó en la clase media. El único cuento destacado de la colección
que para mí logra reflejar de forma rica y compleja el efecto que el personaje
de Eva Perón tuvo en el Ejército que derrocó a Perón, desatando consecuencias
imprevisibles, es “Esa mujer” de Rodolfo Walsh.
[9] La literatura culta ha estado
siempre en manos de un sector social determinado. En el caso argentino, desde
el comienzo de nuestra vida independiente, la burguesía urbana monopolizó la
producción cultural, y los escritores en su mayor parte provinieron de sectores
sociales identificados con las ideas liberales. La ideología de la burguesía liberal
ha sido universalizante e imperialista: sus intelectuales crearon conceptos
como los de civilización y barbarie para justificar su derecho a invadir,
someter y explotar el trabajo y las riquezas de otros pueblos. El Peronismo,
siendo un movimiento político popular y obrero, fue rechazado por la burguesía
liberal. Fue marginado por el sector letrado y quedó sin una representación
cultural capaz de crear obras que pudieran competir por sus logros y calidad
artística con las grandes obras de la cultura liberal burguesa.
La
literatura hispanoamericana ha defendido a lo largo de su historia sus
intereses de clase y ha tenido sus géneros europeos predilectos. Fueron los
colonizadores los que trajeron la literatura a América, que se afincó más en
los centros urbanos blancos y mestizos, y menos en los sectores rurales
indígenas. Los colonos poco se interesaron en el arte indígena, y no procuraron
incorporar sus expresiones artísticas al arte colonial. La iglesia procedió de
otro modo, y fue una institución esencial en la integración del indígena y el
criollo a América. La iglesia llegó a todos los sectores sociales, y el
indígena y el campesino pudieron entrar en la sociedad colonial a través de la
religión. La iglesia tuvo un papel político y cultural importante desde la
colonia, lo cual explica el fervor religioso en los países y regiones con gran
población indígena, como México y Perú, Bolivia, el Noroeste argentino,
religiosidad que el pensamiento liberal erróneamente interpretó como barbarie.
La
literatura liberal burguesa no reflejó en sus obras el punto de vista del
populismo de Rosas, ni el de Yrigoyen, ni el de Perón. Escribieron obras contra
los caudillos populistas, atacándolos, demonizándolos, y en ellas la burguesía
liberal mostró su odio y su desprecio hacia las clases consideradas inferiores.
En
América fue necesario modificar los géneros literarios europeos más
prestigiosos– la poesía, la novela - para abarcar la experiencia americana. Su
literatura acogió géneros extraliterarios – el ensayo interpretativo y la
crónica histórica - que son considerados parte de su literatura, y registraron
todo: la conquista, los genocidios, las luchas coloniales, la gesta de la
independencia. Estos géneros extraliterarios se integraron a los géneros
literarios europeos importados a los enclaves coloniales americanos, y nuestras
grandes obras literarias de ficción insertaron el ensayo y la crónica para
generar la novela-crónica, la novela-ensayo, la poesía-crónica, y otros géneros
derivados de ese proceso de fusión. También los historiadores, pensadores y
periodistas, fascinados por la ficción, se desplazaron hacia la literatura para
crear la crónica novelada, el cine documental, la historia novelada y la
biografía. De este movimiento salieron obras como las de Sarmiento, Mansilla,
José Hernández y Rodolfo Walsh, y las obras de Sábato, Borges y Piglia. Este ha
sido el aporte más importante de América a la literatura heredada de los amos
imperialistas. En América ha madurado y sigue madurando una literatura que
transforma la literatura europea heredada.
Hay
disciplinas de la cultura europea, como la filosofía académica, que no se
desarrollaron bien ni arraigaron en América, pero otras tienen una dinámica
nueva. En Argentina son tres: la literatura, la historia y la política. Estas
tres disciplinas forman la matriz de nuestra cultura. En el siglo veinte
debemos agregar a estas tres la psicología y la sociología. Son la base de
nuestra cultura nacional que seguirá evolucionando con el tiempo, y a partir de
esta matriz los escritores y artistas crearán grandes obras.
[10] La literatura culta ha estado en
manos de un sector social y han quedado fuera de la literatura otros sectores,
particularmente los sectores no letrados. Esos sectores se han expresado de
otro modo: mediante las artes populares, la danza, el canto. También con el
juego. El pueblo no lee novelas burguesas, pero juega y asiste a los juegos y
espectáculos deportivos, sobre todo al fútbol, pasión popular. En el siglo XIX
amaba las carreras de caballos, y en el XX parte de esa pasión pasó al
automovilismo, el amor a los “fierros”.
[11] Eva se refería a sus logros con la Fundación en casi
todos sus discursos, aclarando que la ayuda social era ayuda del pueblo al
pueblo, que se ayudaba a sí mismo, liberándose, y ella solo era el puente que
transmitía esa ayuda. Esa Fundación era parte integral de la concepción de
justicia social sobre la que se basaba el Peronismo. Era una ayuda distinta a
la beneficencia que practicaban los ricos en el pasado: no era ayuda de una
clase explotadora a otra explotada, sino de asistencia que les daban los que
trabajan a los que no trabajaban, o estaban en un estado calamitoso de
necesidad (Evita T. II: 176-83). Ella
no era más que la intermediaria legítima en ese proceso entre Perón y los
“descamisados”, por ser ella misma pueblo y, por lo tanto, estar autorizada a
ayudar a sus iguales.
Publicado en Hofstra Hispanic Review 8-9 (2008): 66-92.
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