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domingo, 9 de octubre de 2016

Marechal, Megafón y la Resistencia peronista

                                                                                 Alberto Julián Pérez ©


            Megafón, o la guerra fue la última novela escrita por Leopoldo Marechal, que murió en el año de su publicación, 1970. Marechal la empezó a escribir en 1966, siendo ya un anciano o casi anciano. Había nacido en 1900. Fue compañero de generación de Borges y como él fue ultraísta y poeta, y participó en la revista Martín Fierro. La experiencia martienfierrista marcó profundamente la literatura de Marechal, como lo ha estudiado María Teresa Gramuglio en un excelente artículo (Gramuglio 771-806). Mientras asimilaba las innovaciones de las vanguardias Marechal observaba con atención el mundo de la literatura criollista. Tuvo, como Borges, dos etapas en su poesía: escribió primero versos libres vanguardistas, ultraístas, en Días como flechas, de 1926; luego cambió su poética y volvió a los modelos métricos, introduciendo motivos clásicos, en Odas para el hombre y la mujer, de 1929 (Romano 618-626). Marechal compartió con Borges su pasión por la metafísica, mantuvo una actitud intelectual responsable y erudita, pero en la década del treinta tomaron caminos distintos.
            Borges dejó de publicar poesía durante muchos años. Marechal continuó escribiendo y publicando poesía, e inició un proyecto de novela que tardaría casi dos décadas en terminar: Adán Buenosayres apareció recién en 1948. Borges necesitó muchos años también para encontrar su propio modo narrativo, e inventar lo que él llamó sus “cuentos”. Durante la década del veinte Borges había sido criollista y vanguardista, se había interesado en la literatura gauchesca y popular, escribió numerosos ensayos y estudios de literatura argentina y militó con los jóvenes irigoyenistas (Sarlo, Borges… 51). En los años treinta la experiencia con el grupo de Sur marcó a Borges, su literatura cambió, se hizo más cosmopolita y su visión más escéptica.
            La evolución personal de Marechal fue distinta. Entró en su vida el sentimiento religioso, la idea de Dios se hizo central en su experiencia y eso transformó totalmente su literatura. En 1931 comenzó a tomar cursos de Cultura Católica, que se impartían en la Acción Católica, organización que nucleaba al clero antiliberal, y colaboró con las revistas Ortodoxia y Sol y luna, órganos del nacionalismo católico de derecha. Siguió dos líneas de investigación y lecturas: una que iba de Platón a San Agustín, y otra de Aristóteles a Santo Tomás de Aquino (Colla 570). Dada su manera de vivir la religión, ésta se transformó en una experiencia vertebradora de su literatura. Tiene sentimientos místicos y comienza a hacer una crítica de la cultura liberal, que había marginado a la religión de la posición central que mantenía en el pasado. Integra la cuestión religiosa con la cuestión estética, y desde entonces el problema de dios y la belleza serán centrales en su obra.
            Publica en 1937 uno de sus mejores poemarios: Cinco poemas australes, que incluye el conocido “A un domador de caballos”, y en 1939 un libro de ensayos donde plantea la relación entre religión y estética: Descenso y ascenso del alma por la belleza. En este último libro Marechal insiste en ver al ser humano como un ser espiritualmente limitado y mutilado por la visión liberal de la historia. Esta crítica al liberalismo aparece mejor articulada aún en un ensayo de 1966, publicado en su Cuaderno de navegación: “Autopsia de Creso” (49-89). Creso en ese ensayo es el burgués, que coloca la cuestión económica en el centro de su vida.
            Marechal interpreta la historia de la modernidad, desde una perspectiva religiosa y espiritual, como una historia negativa, de pérdida gradual de la espiritualidad. Según su interpretación el momento cumbre de la vida espiritual europea habría tenido lugar durante el Medioevo. A partir del Renacimiento el desarrollo de la ciencia y el materialismo creciente habían llevado a una nueva visión de la vida que entró en conflicto con el desarrollo espiritual de la humanidad. Luego del movimiento moderno racionalista de la Ilustración Francesa en el siglo XVIII y el triunfo de la Revolución, que él entiende como la victoria de Creso, el buen burgués se impuso en nuestra sociedad, con su particular mentalidad economicista, que transformó los bienes materiales en los objetivos más importantes para alcanzar. Por esto, Marechal considera que el ser humano contemporáneo es un ser mutilado: le falta desarrollo espiritual.
             Muchos escritores durante el siglo diecinueve y el veinte coincidieron con este punto de vista y criticaron a la burguesía. La consideraron una clase materialista, que no le daba un lugar al artista, y no entendía la vida espiritual.[1] El artista se veía sometido a las leyes del mercado y tenía que luchar para vender sus servicios como escribiente, o escribir a gusto del patrón, ya sea en la prensa, o en publicaciones hechas a medida del consumidor. La burguesía consideraba al libro como un producto y no entendía el proceso de creatividad del artista. Pero la interpretación de Marechal iba un poco más lejos que la de otros escritores, porque no se limitaba a criticar el comercialismo burgués y el consumismo, sino que además insistía en considerar que no se podía separar el papel espiritual del artista, del papel que juega la religión en la vida de un pueblo. Para él espiritualidad y religiosidad iban unidas.
            Marechal se veía a sí mismo más como un artista religioso que como un artista laico. En su explicación sobre la evolución de la vida espiritual retrocedía hasta el Medioevo, cuando el arte era profundamente religioso y no existía, en Europa al menos, el artista independiente: su actividad aparecía asociada a la religión. La literatura, con excepción de algunas obras cortesanas, era religiosa.
            Marechal se siente prisionero en un mundo que no comparte con él su visión teocéntrica ni vive la religión. Es una sociedad materialista y laica, guiada por el espíritu capitalista de utilidad. La literatura está dominada por un sentido realista y el individualismo del ser humano. La narrativa es en buena parte, realista y psicológica. La interpretación dialéctica, que ve la historia como una línea continua y progresiva, que asciende, y va de un momento de oscuridad y opresión a otro de gradual iluminación y libertad, domina no sólo la perspectiva de los historiadores, sino también de una buena parte de los literatos. En la opinión de Marechal esta visión de la historia carece de dos dimensiones. Para él nuestra interpretación de la historia del hombre está incompleta si no pensamos en su ontología y en su salvación. Por lo tanto, a la dimensión de lo que él llama la vida en la tierra tenemos que agregar otras dos dimensiones: la del mundo celestial y la del mundo infernal. Estas eran las dimensiones de la experiencia del espíritu medieval que faltaban en la cultura burguesa. En su narrativa Marechal hará que sus personajes asciendan o desciendan, además de vivir la vida cotidiana en la tierra. Crea mundos infernales y divinos, como la ciudad de Cacodelphia en Adán Buenosayres, y el Caracol de Venus en Megafón, o la guerra.
            La problemática espiritual de Marechal incide directamente en su obra, se transforma en tema de su literatura, y condiciona su forma. Adán Buenosayres es una novela que se gestó lentamente, le tomó dieciocho años terminar su proceso de escritura. Durante esos años Marechal tuvo una gran transformación espiritual, de la que dejó testimonio no sólo en su primera novela, sino también en los varios libros de poesía y ensayo que escribió, y en una hagiografía: Vida de Santa Rosa de Lima, que publicó en 1943.
            Su visión religiosa influyó en la forma de concebir el espacio y en su manera de interpretar al hombre y a la sociedad. Mientras el pensamiento historicista dialéctico entiende la historia como un movimiento conflictivo de avances y retrocesos generado por una lucha de clases, Marechal vio la historia como un proceso en que los seres humanos buscan la unidad y el equilibrio. Dios crea al hombre y el hombre debe regresar a dios. La sociedad se unifica alrededor de la idea de pueblo. Dada esta posición cristiana y nacionalista Marechal simpatizó con el peronismo desde su primera hora. Fue uno de los pocos escritores que lo apoyó. Lo cautivó también la idea de justicia y reparación social que proponía Perón. Influyó igualmente su experiencia laboral: Marechal se ganaba la vida como maestro de escuela primaria, profesión proletaria que le ayudó a entender la situación social de pobreza que sufría buena parte de la población durante la década del treinta.
            En su concepto la sociedad argentina tenía graves carencias espirituales y el peronismo ponía al hombre por delante de los intereses materiales, era una doctrina humanística. En una conferencia de 1947, “Proyecciones culturales del momento argentino”, definió al peronismo como “…una doctrina del Hombre, tendiente a lograr una adecuación del Estado a los intereses del Hombre” (133). Dijo que el peronismo reconocía “en la unidad-hombre un compositum de cuerpo y alma”. Para él la noción de “justicia social” tendía a restituirle al hombre tanto la dignidad de su cuerpo, como “su decoro de criatura espiritual, mediante la participación del hombre argentino en la cultura y su acceso a las formas intelectuales que le faciliten la comprensión de la Verdad, la Belleza y el Bien” (133). Aprobaba también la idea de la tercera posición del peronismo, que asumía su propio espacio político entre el capitalismo y el marxismo, equidistante de uno y de otro.  
            El gobierno surgido del golpe militar de 1943 premió la adhesión de Marechal a su causa, y se transformó en un funcionario. El Ministro de Educación, el nacionalista Martínez Suviría, o Hugo Wast, que era amigo de él, lo nombró presidente del Consejo General de Educación y Dirección General de Escuelas de la Provincia de Santa Fe, cargo que mantuvo hasta 1945, en que pasó a desempeñarse como Director de Enseñanza Superior y Artística en Buenos Aires. En 1948, siendo funcionario, publicó Adán Buenosayres, libro que tuvo muy poca repercusión en el mundo literario de la época, y en 1951 estrenó en el teatro Cervantes su obra Antígona Vélez, dirigida por otro peronista, Enrique Santos Discépolo (Colla 574-6).
            Es fácil prever cuál sería el destino de Marechal después de la Revolución que derrocó a Perón y proscribió el peronismo. Marechal renunció a sus cargos e inició sus trámites de jubilación. La Revolución Libertadora, que recibiría amplio apoyo de nuestras capas intelectuales liberales, que participaron activamente en el proceso político que pretendía normalizar la sociedad y olvidar que había existido el peronismo, condenó a Marechal al ostracismo (Fiorucci 176-80).
            Incluyo todos estos datos porque la literatura de Marechal es profundamente autobiográfica, y son importantes para entender su literatura. Si en Adán Buenosayres encontramos muchas de las experiencias culturales de Marechal como escritor martifierrista, en Megafón, o la guerra encontraremos el testimonio de sus experiencias políticas como peronista.     
            Los acontecimientos del año 1955 comenzaron una etapa política única e inesperada en la historia argentina. Los militares de la Libertadora y los sectores políticos que apoyaron lo que Marechal consideraba una contra-revolución, incluidos una mayoría de intelectuales como Martínez Estrada y Borges, y muchísimos otros que colaboraron con el nuevo gobierno, pensaron que el golpe ponía fin a toda una época y que el peronismo desaparecía de la historia. Pero no sucedió así. Los militares habían tratado de terminar antes con la influencia política de Perón, apresándolo y destituyéndolo de sus cargos, en 1945, y fracasaron por el apoyo del pueblo trabajador en la jornada del 17 de octubre. El resultado fue el opuesto al esperado. En 1955 el General Aramburu quiso terminar con la influencia del peronismo y lo que hizo fue disparar un extraordinario proceso de resistencia y luchas populares centrado alrededor de la militancia sindical, al que llamamos precisamente la Resistencia. Numerosos libros han sido escritos sobre este proceso de nuestra historia, pero creo que el documento más completo para entenderlo es la película documental que marcó una época y es casi contemporánea de la novela de Marechal que queremos comentar: La hora de los hornos, de Pino Solanas y el Grupo Cine Liberación, de 1968.
            Durante los años de la Resistencia Marechal vivió aislado, como un muerto civil, y así se designa en su novela Megafón, pero, literariamente hablando, fueron años muy prolíficos para él (9). Concluidas sus tareas como funcionario peronista, y ya jubilado, pudo dedicarse a escribir. Comenzó también un lento proceso de revaloración de su obra, particularmente de Adán Buenosayres, que había tenido escasa repercusión en el momento de su publicación. Fue el grupo de jóvenes profesores que se nucleó alrededor de la revista Contorno el que empezó a estudiarla, no siempre con opiniones positivas. Se destacan sobre todo los artículos de Noé Jitrik, de 1955, y el de Adolfo Prieto, publicado en Rosario en 1959, que polemiza con el de Jitrik. El mismo Marechal terminó escribiendo poco después “Las claves de Adán Buenosayres”, dialogando con Prieto.
            Publicó en 1965 su novela El banquete de Severo Arcángelo, en 1966 sus libros de poemas Heptamerón y El poema del robot, y en ese mismo año su importante libro de ensayos Cuaderno de navegación. No fue el suyo un caso aislado: el proceso de la Resistencia estimuló a toda una franja de intelectuales y periodistas a revisar la historia política argentina, y el mismo Perón escribió numerosos libros de ensayo durante esos años, incluido el bien conocido La hora de los pueblos, de 1968. Creció la personalidad intelectual de militantes históricos del movimiento popular, como Arturo Jauretche, autor de El plan Prebisch: retorno al coloniaje, 1956 y Los profetas del Odio y la Yapa, 1957, y de jóvenes escritores como Rodolfo Walsh, que con sus crónicas de investigación periodística no sólo revolucionó el periodismo sino también la literatura. Su libro más importante, Operación Masacre, de 1957, analiza el mismo episodio histórico del que parte Marechal en su novela Megafón: la fallida insurrección peronista de junio de 1956 y la masacre de José León Suárez.
            La relativamente exitosa publicación de El banquete de Severo Arcángelo, en 1965, sacó a Marechal del aislamiento en que vivía. Las cosas habían cambiado en el mundo cultural argentino durante los primeros años de la década del sesenta, y el libro despertó de inmediato el interés de los lectores. Esto llevó a su vez a la reedición de Adán Buenosayres y a la aparición de estudios sobre su obra. Marechal menciona esto en el “Introito” que introduce Megafón, o la guerra (3). Entre estos estudios debemos mencionar la notable investigación de la profesora Graciela Coulsón, Marechal. La pasión metafísica, aparecido en 1974.
            La historia de la novela Megafón comienza precisamente en julio de 1956, un mes después de la fallida revolución del General Valle. El autor introduce a “Marechal”, personaje cronista, que será el testigo y partícipe parcial de las acciones de la novela. El título de la novela, Megafón, o la guerra, puede hacer pensar al lector que va a leer un relato sobre una guerra armada. Marechal, sin embargo, creía en la guerra incruenta, pensaba en su sociedad como una sociedad pacífica en que los ciudadanos podían entenderse sin recurrir a las armas. Su arma verdaderamente es la argumentación. Su objetivo era aleccionar al lector, darle una lección sobre qué es la patria y hacerle tomar conciencia de su situación. Trata de convencerlo para que simpatice con su causa.
            Todos los personajes de la novela son cristianos y viven profundamente la religión. Marechal en 1960 se convirtió al protestantismo y se bautizó como Evangelista (Colla 578). En esta época su vivencia religiosa se centraba sobre todo alrededor de la figura de Cristo. Marechal creía en el Cristo vivo. La figura de Cristo aparece numerosas veces en la novela. Presenta al personaje denominado “El Vendedor de Biblias”, un boxeador al que una vez se le apareció Cristo ensangrentado en las calles y le dijo que le venía a cobrar una deuda, la deuda era toda su sangre, y que dejara el boxeo y se pusiera a predicar y a vender Biblias (86). Otro personaje, el Obispo Frazada, vive profundamente la relación con Cristo, y es ésta la causa principal por la que se pone contra el Cardenal, que apoyó en 1955 la procesión anti-peronista que se organizó para el Corpus Christi y lo critica, provocando su reacción y persecución (275-84). El Cardenal lo destituye de su puesto, pero Frazada sigue junto a los pobres y los trabajadores, marchando al frente de las columnas de obreros que enfrentan la represión policial. Cita a Cristo como a un gran rebelde, que se puso del lado de los pobres.
            Debemos mencionar que en la década del sesenta, ante el creciente proceso de radicalización de la juventud y la revolución cubana, Marechal, sin dejar su cristianismo, mostró crecientes simpatías hacia una interpretación de izquierda de la religión y el peronismo. Aunque rechazaba el marxismo como doctrina materialista y atea, valoró la Revolución Cubana y en 1966 fue invitado a Cuba como jurado del premio Casa de las Américas, invitación que aceptó.
            En su novela Marechal presenta una serie de combates y, como él las llama, operaciones comandos. Estos combates no están integrados en una trama realista, ni sus personajes provistos de una psicología verosímil. Marechal los presenta, tal como en sus novelas anteriores, en una serie de episodios alegóricos, de contenido simbólico. Esto crea un decidido distanciamiento con el lector, que no puede identificarse psicológicamente con los personajes ni referir las experiencias a su vida cotidiana. La lectura es exigente y demanda un lector iniciado y paciente: difícilmente las masas peronistas pudieran interesarse en la lectura de este libro. El autor, podemos pensar, queda preso en su pasado vanguardista. Marechal valora la experimentación y la búsqueda de un nuevo lenguaje y rehúsa simplificar los aspectos formales de la novela. Cree en el sentido estético de la literatura, en la belleza, y piensa que es el lector, independientemente de su formación y educación, el que tiene que acercarse a la obra de arte, y no la obra de arte empobrecer  su lenguaje para hacerlo accesible al lector. Su populismo es un populismo ilustrado y elitista.
            Los episodios alegóricos, tal como lo demostró Susana Cella, son de carácter emblemático. Nos presenta situaciones no realistas, simbólicas (Cella 44-6). Plantea la  novela en un tono de comedia, y más aún de sátira. Si tuviéramos que buscarle una filiación en la literatura argentina diríamos que los episodios tragicómicos de su trama conforman una serie de sainetes grotescos. Sus personajes son seres exagerados, deformados, y el autor los asocia a conceptos determinados (Viñas 11-18). El diálogo entre los personajes es intelectual, crítico y por momentos filosófico. Megafón es una novela alegórica cristiana y peronista que se propone moralizar al lector. Su objetivo principal es hacerle entender bien el sentido y el valor de la patria.
            Marechal describe a la patria como una víbora, un vertebrado de cuerpo largo que se desliza en la historia y tiene bajo su piel otra piel en crecimiento que eventualmente va a reemplazar su piel actual. El personaje Megafón dirá en sus discursos que la piel de la víbora es en esos momentos, en 1956, una piel reaccionaria, conservadora: es la piel de la vieja oligarquía que ha vuelto a irrumpir en la historia argentina con la contrarrevolución que derrocó a Perón (10-15). La piel que está abajo en gestación es la piel del pueblo. Hacía falta provocar el cambio de piel, para que el pueblo pudiera aparecer en toda su vitalidad y belleza. Marechal tratará de ayudar a que eso ocurra haciendo una crítica destructiva a cómo se manejaban las instituciones durante los años de la Revolución Libertadora. Para desprestigiarlas presenta una serie de sainetes satíricos y burlescos que describen el asalto del grupo de Megafón a cada una de esas instituciones. Megafón selecciona a un grupo regular de “soldados”, los cuales forman parte de los comandos según los operativos. Los comandos se enfrentan a distintos personajes alegóricos en cada una de las aventuras que emprenden. La novela introduce una serie de episodios tragicómicos aleccionadores. Megafón y sus amigos sacan importantes lecciones de estas situaciones.
            Marechal aspiraba a un arte integral e integrado, que asociara todos los recursos expresivos posibles: la palabra, la imagen, la música. Las aventuras tragicómicas de Megafón y su grupo son descriptas como escenas animadas y teatrales (Cavallari 144). Dado el tipo de personajes el lector tiene que imaginarlas como sainetes grotescos. Crea esta sensación grotesca la deformación y exageración en la caracterización de los personajes y el espacio donde ocurren las acciones. Tanto los personajes como los espacios son simbólicos. Megafón, por ejemplo, representa al trabajador total. Es un individuo que ha tenido todos los oficios y recorrió el país trabajando en diversas provincias y luego, embarcado, viajó por otros países, para tener una idea mejor desde afuera de cómo era nuestro continente. Megafón es un trabajador sabio y autodidacto. Procura aprender siempre y lee compulsivamente. Lo llaman el Autodidacto y el Oscuro de Flores.
            Megafón no es su verdadero nombre, que el cronista dice desconocer (4). Es el apodo que le dan, porque usaba un megáfono grande para dirigir las peleas cuando trabajaba de árbitro de boxeo. Marechal lo describe como un lector bárbaro, salvaje, que lee de todo y tiene una voracidad de aprender incalculable (5). Megafón es capaz además de conducir a sus soldados al combate. Es un héroe, un individuo que sabe lo que busca. No sólo un hombre de acción sino también un líder intelectual. Los lidera en su búsqueda política y espiritual. Megafón habla de dos batallas: la terrestre y la celeste. El objetivo final sólo se alcanza en la batalla celeste: encontrar a Lucía Febrero. Lucía es una divinidad que simboliza la belleza y la libertad. Cuando la encuentra, en el final de la novela, Megafón cae en éxtasis.
            Mientras está contemplando a la divinidad sus enemigos lo rodean y lo matan. El héroe es sacrificado. Tifoneades, su enemigo, el dueño del Caracol de Venus, el edificio circular al que habían entrado Megafón y sus amigos para enfrentar una serie de pruebas, decide desmembrarlo y repartir los pedazos de su cadáver por toda la ciudad de Buenos Aires. Será misión de su esposa Patricia el recomponer la unidad perdida, juntar los pedazos. Le faltará sin embargo el falo. En el final de la novela Marechal sugiere que en Buenos Aires aún están buscando el falo simbólico del héroe.      
            Si Megafón es el héroe del pueblo, el hombre político, el papel religioso por excelencia corresponde al filósofo loco Samuel Tesler, personaje que ya había aparecido en Adán Buenosayres, y al que tienen que rescatar del manicomio para poder integrarlo al grupo. Megafón lo aprecia porque cree que con Samuel, que es judío, se integran los dos testamentos bíblicos. Samuel, además, es un místico, que se apoda Jonás II, y que dice a sus compañeros de la calle Vieytes que vendrá a rescatarlos del vientre de la ballena (41).
            Los otros soldados del grupo son personajes cómicos: los hermanos Domenicone, dos matones fanfarrones que obedecen en todo y piensan poco; Capristo, el “fauno” afilador;  y el dúo Barrantes-Barroso. En Barrantes-Barroso Marechal vuelca toda su visión grotesca: se trata de dos ex-periodistas, padre e hijo, que fracasaron en su profesión por su imaginación excesiva que los llevaba a distorsionar la verdad. Son dos personajes delirantes, sobre los que descansa en gran medida el efecto cómico: hacen reír constantemente al lector con sus salidas absurdas.
            Si los personajes son disparatados, también lo son las situaciones: el asalto al manicomio para liberar al filósofo Tesler, que dice que lo llevaron allí para dirigir un grupo de altos estudios; la visita a la casa de baños turcos donde tienen preso al chancho burgués, el rico del Evangelio, y lo hacen transpirar para que purgue sus faltas, a ver si puede pasar por el ojo de una aguja y entrar en el reino de los cielos; la operación comando de invasión a la casa del Gran Oligarca, durante la cual se animan todos los retratos de sus antepasados en la sala donde están para hacer un gran juicio histórico a la oligarquía nacional, a la que acusan de traición a la patria; el psicoanálisis del General, en que irrumpen en la vivienda del General González Cabezón, símbolo del poder militar representado en esa época por la cúpula liderada por el General Aramburu, y lo enjuician por la masacre de trabajadores en José León Suárez y el fusilamiento del General Valle; la Biopsia del Estúpido Creso, cuando visitan la caverna de Creso, y parodian una ceremonia religiosa en que intervienen el Espectro Marxista y el Pobre Absoluto, se adora el número y la riqueza y termina con el castigo del rico Creso, estaqueado, a la manera gaucha; y la Payada con el embajador de Estados Unidos, Mr. Hunter, donde Megafón denuncia al imperialismo del Tío Sam y le pregunta cómo es que el niñito Sam se hizo Tío antes de ser sobrino, cómo creció tan rápido. Todos estos episodios responden a las batallas terrestres de Megafón, mientras que la invasión al Chateau de Fleurs, titulada la Operación Caracol, en que penetran en el Caracol de Venus, forma parte de la última batalla del héroe, la batalla celeste, cuando encuentra a Lucía Febrero, que era el objetivo final de la búsqueda.
            Esta es la novela más política de las que escribió Marechal, donde propone, como vimos, una visión de la patria, donde busca concientizar al lector de la situación de opresión que sufre bajo el gobierno dictatorial militar, donde critica a la oligarquía, a la Iglesia que se alía al Ejército golpista, al empresariado explotador de la clase obrera, al imperialismo que no respeta la soberanía nacional. Elige, como personaje principal, un héroe de la clase obrera que, en las historias alegóricas que componen la novela, representa al trabajador y al militante peronista. Marechal integra a la cuestión política la problemática cristiana, como tema de la novela, ya que varios de los personajes viven profundamente la cuestión religiosa, de la que hablan constantemente. Megafón, el héroe, cuando comienza su día, reza junto a su mujer Patricia. Tanto Megafón como Samuel Tesler regularmente invocan a dios y pronuncian sermones y discursos religiosos.
            Marechal recrea con sentido poético el mundo de los barrios de trabajadores y clase media de Buenos Aires: Villa Crespo, Saavedra, Flores, La Boca. Los personajes sólo se desplazan al centro y a las zonas pudientes, como San Isidro o Barrio Norte, para sus operativos, ya que allí viven algunos de los personajes que atacan. El culto al mundo de los barrios se expresa también en las descripciones de las escenas, que son compuestas como verdaderas escenografías teatrales con color local, y los personajes animados como actores de comedia. Durante el viaje a Saavedra los personajes van a ver si aún estaba allí la entrada al Infierno de Buenos Aires, que había descripto Marechal en Adán Buenosayres, y  encuentran que encima del sitio han construido un monobloc, a pesar de lo cual las fuerzas del infierno, los demonios, siguen actuando. Terminan visitando el almacén “La Esquina” en el que se aparecen los espectros de malevos del pasado y Megafón pregunta si no ha andado por allí George, aludiendo a Borges y su gusto por las mitologías del suburbio. Megafón tiene entonces un ensueño inspirado, dice, en el recuerdo de Macedonio Fernández: ve una calesita en un baldío, rodeada de una luz fosfórica, manejada por dos demonios, que discuten sobre el futuro del tango con el Bandoneonista Gordo, el Bandoneonista Enclenque y el Bandoneonista Sanguíneo. Aparecen después en esta escena los fantasmas de Garufa, la Chorra, la Rubia Mireya, la pobre Viejecita, y otros personajes creados en las letras de tangos, y el mismo Discepolín, que llega para dar su famosa definición sobre el tango, que para él es “una posibilidad infinita”.   
            En estas escenas coreografiadas Marechal vuelca su imaginación compositiva y poética: la poesía ha sido el modo expresivo alrededor del cual construyó su obra. Los personajes aparecen bajo una luz difusa, hablando un lenguaje coloquial y simbólico a un tiempo, que mezcla la lengua cotidiana con la frase filosófica. La búsqueda estética y literaria va a la par de su búsqueda religiosa y política. Las escenas más impactantes, desde un punto de vista plástico y compositivo, ocurren en el Chateau de Fleurs, en el delta del Tigre, donde el narrador va describiendo los personajes y situaciones de cada uno de los círculos. En uno de éstos, aparecen mujeres gordas desnudas yaciendo en el suelo sobre su vientre, con una vela entre las nalgas: son las mujeres candelabros. Más allá, sobre unas grandes valvas abiertas, aparecen jóvenes efebos. Se escucha una música ululante. Entran unos robots con sus penes mecánicos erectos que se ponen a perseguir a los efebos. Megafón compara lo que está viendo con escenas tomadas de un cuadro de Brueghel.
            La manera de escribir de Marechal, su uso de personajes alegóricos y las situaciones simbólicas de la novela, crean un mundo novelesco inusual. Marechal es el poeta que se ha hecho narrador lentamente, con mucho trabajo y con cierta dificultad. Aún cuando ésta es la novela más política de Marechal, es una novela extremadamente artística, en que el escritor está en búsqueda constante de nuevos modos y formas expresivas, y difícilmente pudiera llegar a un lector no literario. Requiere un lector culto y paciente, capaz de seguir al autor en sus juegos alegóricos y en sus discusiones paródicas y burlas intelectuales.
            Marechal era un individuo altamente crítico de su tiempo, desencantado con su sociedad. No solamente criticaba el materialismo y la marginación del artista y el escritor, sino que iba más allá y censuraba el proyecto liberal y libertario de la modernidad. Para él la modernidad había destruido la vida espiritual teísta de los siglos anteriores y era la culpable de lo que él consideraba la decadencia moderna. En la sociedad reinaba el egoísmo individualista y la injusticia. Se victimizaba al artista, se victimizaba al pobre. Pensó que el peronismo proponía un regreso a una vida espiritual cristiana más justa. Los peronistas debían resistir contra los abusos de poder y luchar contra las injusticias.  
            Sus novelas alegóricas, simbólicas y poéticas analizan y censuran la sociedad moderna para aleccionarla. Esta sociedad, desde su punto de vista, necesitaba de una crítica y un correctivo. En el personaje de Lucía Febrero, Megafón encontró al final una vía de salvación. Al final de la novela Megafón logra llegar al centro del Chateau de Fleurs y ver a Lucía Febrero. Lucía Febrero representa la belleza trascendente, la verdad y la libertad, que para Marechal son los tres valores capaces de salvar a nuestra sociedad.



                                                            Bibliografía citada

Cavallari, Héctor Mario. Leopoldo Marechal. El espacio de los signos. Xalapa: Universidad          Veracruzana, 1981.
Cella, Susana. “La redención en Buenos Aires”. Revista de Literaturas Modernas No. 33 (2003): 41-52.
Colla, Fernando. “Cronología”. Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres…565-80.
Coulsón, Graciela. Marechal. La pasión metafísica. Buenos Aires: García Cambeiro, 1974.
Fiorucci, Flavia. Intelectuales y Peronismo 1945-1955. Buenos Aires: Editorial Biblos, 2011.
Gramuglio, María Teresa. “Retrato de escritor como martinfierrista muerto”. Leopoldo      Marechal, Adán Buenosayres…771-806.
Jitrik, Noé. “Adán Buenosayres, la novela de Leopoldo Marechal”. Contorno No. 5-6 (Sept.         1955): 38-55.
Marechal, Leopoldo. Megafón, o la guerra. Buenos Aires: Planeta, 1994.
---. Adán Buenosayres. Madrid: ALLCA/Colección Archivos, 1997. Edición crítica de Jorge          Lafforgue y Fernando Colla.
---. Descenso y ascenso del alma por la belleza. Buenos Aires: Ediciones Ceterea, 1965.
---. Cuaderno de navegación. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1966.
---. “Proyecciones culturales del momento argentino”. Leopoldo Marechal, Obras completas.        Buenos Aires: Perfil, 1998. Tomo V: 131-141. Compilación de Pedro Luis Barcia.
---. “Las claves de Adán Buenosayres”. Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres…863-70.
Pérez, Alberto Julián. La poética de Rubén Darío. Crisis Post-Romántica y Modelos literarios      modernistas. Buenos Aires: Corregidor, 2011. Segunda edición.
Prieto, Adolfo. “Los dos mundos de Adán Buenosayres”. Boletín de Literaturas Hispánicas No.   1 (1959): 57-74.
Romano, Eduardo. “La poesía de Leopoldo Marechal y lo poético en Adán Buenosayres”.             Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres…618-653.
Sarlo, Beatriz. Borges, un escritor de las orillas. Buenos Aires: Emecé Editores/Seix Barral,           2007.
Viñas, David. Grotesco, inmigración y fracaso: Armando Discépolo. Buenos Aires: Corregidor,    1997.




Publicado en  Revista Destiempos No. 42 (Diciembre 2014): 87-104.


[1]  Este malestar se empezó a notar en el Romanticismo, pero se volvió una obsesión para los artistas parnasianos y simbolistas, como Baudelaire, Verlaine y, en el mundo latinoamericano, para los modernistas, como Julián del Casal y Darío (Pérez 15-18)

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