Alberto Julián
Pérez ©
Megafón,
o la guerra fue la última novela escrita por Leopoldo Marechal, que murió
en el año de su publicación, 1970. Marechal la empezó a escribir en 1966, siendo
ya un anciano o casi anciano. Había nacido en 1900. Fue compañero de generación
de Borges y como él fue ultraísta y poeta, y participó en la revista Martín Fierro. La experiencia
martienfierrista marcó profundamente la literatura de Marechal, como lo ha
estudiado María Teresa Gramuglio en un excelente artículo (Gramuglio 771-806). Mientras
asimilaba las innovaciones de las vanguardias Marechal observaba con atención el
mundo de la literatura criollista. Tuvo, como Borges, dos etapas en su poesía:
escribió primero versos libres vanguardistas, ultraístas, en Días como flechas, de 1926; luego cambió
su poética y volvió a los modelos métricos, introduciendo motivos clásicos, en Odas para el hombre y la mujer, de 1929
(Romano 618-626). Marechal compartió con Borges su pasión por la metafísica,
mantuvo una actitud intelectual responsable y erudita, pero en la década del
treinta tomaron caminos distintos.
Borges dejó de publicar poesía
durante muchos años. Marechal continuó escribiendo y publicando poesía, e
inició un proyecto de novela que tardaría casi dos décadas en terminar: Adán Buenosayres apareció recién en
1948. Borges necesitó muchos años también para encontrar su propio modo
narrativo, e inventar lo que él llamó sus “cuentos”. Durante la década del
veinte Borges había sido criollista y vanguardista, se había interesado en la
literatura gauchesca y popular, escribió numerosos ensayos y estudios de
literatura argentina y militó con los jóvenes irigoyenistas (Sarlo, Borges… 51). En los años treinta la
experiencia con el grupo de Sur marcó
a Borges, su literatura cambió, se hizo más cosmopolita y su visión más
escéptica.
La evolución personal de Marechal
fue distinta. Entró en su vida el sentimiento religioso, la idea de Dios se
hizo central en su experiencia y eso transformó totalmente su literatura. En
1931 comenzó a tomar cursos de Cultura Católica, que se impartían en la Acción
Católica, organización que nucleaba al clero antiliberal, y colaboró con las
revistas Ortodoxia y Sol y luna, órganos del nacionalismo
católico de derecha. Siguió dos líneas de investigación y lecturas: una que iba
de Platón a San Agustín, y otra de Aristóteles a Santo Tomás de Aquino (Colla
570). Dada su manera de vivir la religión, ésta se transformó en una
experiencia vertebradora de su literatura. Tiene sentimientos místicos y
comienza a hacer una crítica de la cultura liberal, que había marginado a la
religión de la posición central que mantenía en el pasado. Integra la cuestión
religiosa con la cuestión estética, y desde entonces el problema de dios y la
belleza serán centrales en su obra.
Publica en 1937 uno de sus mejores
poemarios: Cinco poemas australes,
que incluye el conocido “A un domador de caballos”, y en 1939 un libro de
ensayos donde plantea la relación entre religión y estética: Descenso y ascenso del alma por la belleza.
En este último libro Marechal insiste en ver al ser humano como un ser
espiritualmente limitado y mutilado por la visión liberal de la historia. Esta
crítica al liberalismo aparece mejor articulada aún en un ensayo de 1966,
publicado en su Cuaderno de navegación:
“Autopsia de Creso” (49-89). Creso en ese ensayo es el burgués, que coloca la
cuestión económica en el centro de su vida.
Marechal interpreta la historia de
la modernidad, desde una perspectiva religiosa y espiritual, como una historia
negativa, de pérdida gradual de la espiritualidad. Según su interpretación el momento
cumbre de la vida espiritual europea habría tenido lugar durante el Medioevo. A
partir del Renacimiento el desarrollo de la ciencia y el materialismo creciente
habían llevado a una nueva visión de la vida que entró en conflicto con el
desarrollo espiritual de la humanidad. Luego del movimiento moderno
racionalista de la Ilustración Francesa en el siglo XVIII y el triunfo de la
Revolución, que él entiende como la victoria de Creso, el buen burgués se
impuso en nuestra sociedad, con su particular mentalidad economicista, que
transformó los bienes materiales en los objetivos más importantes para alcanzar.
Por esto, Marechal considera que el ser humano contemporáneo es un ser
mutilado: le falta desarrollo espiritual.
Muchos escritores durante el siglo diecinueve
y el veinte coincidieron con este punto de vista y criticaron a la burguesía.
La consideraron una clase materialista, que no le daba un lugar al artista, y
no entendía la vida espiritual.[1]
El artista se veía sometido a las leyes del mercado y tenía que luchar para
vender sus servicios como escribiente, o escribir a gusto del patrón, ya sea en
la prensa, o en publicaciones hechas a medida del consumidor. La burguesía
consideraba al libro como un producto y no entendía el proceso de creatividad
del artista. Pero la interpretación de Marechal iba un poco más lejos que la de
otros escritores, porque no se limitaba a criticar el comercialismo burgués y
el consumismo, sino que además insistía en considerar que no se podía separar
el papel espiritual del artista, del papel que juega la religión en la vida de
un pueblo. Para él espiritualidad y religiosidad iban unidas.
Marechal se veía a sí mismo más como
un artista religioso que como un artista laico. En su explicación sobre la
evolución de la vida espiritual retrocedía hasta el Medioevo, cuando el arte
era profundamente religioso y no existía, en Europa al menos, el artista
independiente: su actividad aparecía asociada a la religión. La literatura, con
excepción de algunas obras cortesanas, era religiosa.
Marechal se siente prisionero en un
mundo que no comparte con él su visión teocéntrica ni vive la religión. Es una
sociedad materialista y laica, guiada por el espíritu capitalista de utilidad. La
literatura está dominada por un sentido realista y el individualismo del ser
humano. La narrativa es en buena parte, realista y psicológica. La
interpretación dialéctica, que ve la historia como una línea continua y
progresiva, que asciende, y va de un momento de oscuridad y opresión a otro de
gradual iluminación y libertad, domina no sólo la perspectiva de los
historiadores, sino también de una buena parte de los literatos. En la opinión
de Marechal esta visión de la historia carece de dos dimensiones. Para él
nuestra interpretación de la historia del hombre está incompleta si no pensamos
en su ontología y en su salvación. Por lo tanto, a la dimensión de lo que él
llama la vida en la tierra tenemos que agregar otras dos dimensiones: la del
mundo celestial y la del mundo infernal. Estas eran las dimensiones de la
experiencia del espíritu medieval que faltaban en la cultura burguesa. En su
narrativa Marechal hará que sus personajes asciendan o desciendan, además de vivir
la vida cotidiana en la tierra. Crea mundos infernales y divinos, como la
ciudad de Cacodelphia en Adán Buenosayres,
y el Caracol de Venus en Megafón, o la
guerra.
La problemática espiritual de
Marechal incide directamente en su obra, se transforma en tema de su
literatura, y condiciona su forma. Adán
Buenosayres es una novela que se gestó lentamente, le tomó dieciocho años
terminar su proceso de escritura. Durante esos años Marechal tuvo una gran transformación
espiritual, de la que dejó testimonio no sólo en su primera novela, sino
también en los varios libros de poesía y ensayo que escribió, y en una hagiografía:
Vida de Santa Rosa de Lima, que
publicó en 1943.
Su visión religiosa influyó en la
forma de concebir el espacio y en su manera de interpretar al hombre y a la
sociedad. Mientras el pensamiento historicista dialéctico entiende la historia
como un movimiento conflictivo de avances y retrocesos generado por una lucha
de clases, Marechal vio la historia como un proceso en que los seres humanos
buscan la unidad y el equilibrio. Dios crea al hombre y el hombre debe regresar
a dios. La sociedad se unifica alrededor de la idea de pueblo. Dada esta
posición cristiana y nacionalista Marechal simpatizó con el peronismo desde su
primera hora. Fue uno de los pocos escritores que lo apoyó. Lo cautivó también
la idea de justicia y reparación social que proponía Perón. Influyó igualmente
su experiencia laboral: Marechal se ganaba la vida como maestro de escuela
primaria, profesión proletaria que le ayudó a entender la situación social de
pobreza que sufría buena parte de la población durante la década del treinta.
En su concepto la sociedad argentina
tenía graves carencias espirituales y el peronismo ponía al hombre por delante
de los intereses materiales, era una doctrina humanística. En una conferencia
de 1947, “Proyecciones culturales del momento argentino”, definió al peronismo
como “…una doctrina del Hombre, tendiente a lograr una adecuación del Estado a
los intereses del Hombre” (133). Dijo que el peronismo reconocía “en la
unidad-hombre un compositum de cuerpo y alma”. Para él la noción de “justicia
social” tendía a restituirle al hombre tanto la dignidad de su cuerpo, como “su
decoro de criatura espiritual, mediante la participación del hombre argentino
en la cultura y su acceso a las formas intelectuales que le faciliten la
comprensión de la Verdad, la Belleza y el Bien” (133). Aprobaba también la idea
de la tercera posición del peronismo, que asumía su propio espacio político
entre el capitalismo y el marxismo, equidistante de uno y de otro.
El gobierno surgido del golpe
militar de 1943 premió la adhesión de Marechal a su causa, y se transformó en
un funcionario. El Ministro de Educación, el nacionalista Martínez Suviría, o
Hugo Wast, que era amigo de él, lo nombró presidente del Consejo General de
Educación y Dirección General de Escuelas de la Provincia de Santa Fe, cargo
que mantuvo hasta 1945, en que pasó a desempeñarse como Director de Enseñanza
Superior y Artística en Buenos Aires. En 1948, siendo funcionario, publicó Adán Buenosayres, libro que tuvo muy
poca repercusión en el mundo literario de la época, y en 1951 estrenó en el teatro
Cervantes su obra Antígona Vélez,
dirigida por otro peronista, Enrique Santos Discépolo (Colla 574-6).
Es fácil prever cuál sería el
destino de Marechal después de la Revolución que derrocó a Perón y proscribió
el peronismo. Marechal renunció a sus cargos e inició sus trámites de
jubilación. La Revolución Libertadora, que recibiría amplio apoyo de nuestras
capas intelectuales liberales, que participaron activamente en el proceso
político que pretendía normalizar la sociedad y olvidar que había existido el
peronismo, condenó a Marechal al ostracismo (Fiorucci 176-80).
Incluyo todos estos datos porque la
literatura de Marechal es profundamente autobiográfica, y son importantes para
entender su literatura. Si en Adán
Buenosayres encontramos muchas de las experiencias culturales de Marechal
como escritor martifierrista, en Megafón,
o la guerra encontraremos el testimonio de sus experiencias políticas como
peronista.
Los acontecimientos del año 1955
comenzaron una etapa política única e inesperada en la historia argentina. Los
militares de la Libertadora y los sectores políticos que apoyaron lo que Marechal
consideraba una contra-revolución, incluidos una mayoría de intelectuales como
Martínez Estrada y Borges, y muchísimos otros que colaboraron con el nuevo
gobierno, pensaron que el golpe ponía fin a toda una época y que el peronismo
desaparecía de la historia. Pero no sucedió así. Los militares habían tratado
de terminar antes con la influencia política de Perón, apresándolo y
destituyéndolo de sus cargos, en 1945, y fracasaron por el apoyo del pueblo
trabajador en la jornada del 17 de octubre. El resultado fue el opuesto al
esperado. En 1955 el General Aramburu quiso terminar con la influencia del
peronismo y lo que hizo fue disparar un extraordinario proceso de resistencia y
luchas populares centrado alrededor de la militancia sindical, al que llamamos
precisamente la Resistencia. Numerosos libros han sido escritos sobre este
proceso de nuestra historia, pero creo que el documento más completo para
entenderlo es la película documental que marcó una época y es casi
contemporánea de la novela de Marechal que queremos comentar: La hora de los hornos, de Pino Solanas y
el Grupo Cine Liberación, de 1968.
Durante los años de la Resistencia Marechal
vivió aislado, como un muerto civil, y así se designa en su novela Megafón, pero, literariamente hablando,
fueron años muy prolíficos para él (9). Concluidas sus tareas como funcionario
peronista, y ya jubilado, pudo dedicarse a escribir. Comenzó también un lento
proceso de revaloración de su obra, particularmente de Adán Buenosayres, que había tenido escasa repercusión en el momento
de su publicación. Fue el grupo de jóvenes profesores que se nucleó alrededor
de la revista Contorno el que empezó
a estudiarla, no siempre con opiniones positivas. Se destacan sobre todo los
artículos de Noé Jitrik, de 1955, y el de Adolfo Prieto, publicado en Rosario
en 1959, que polemiza con el de Jitrik. El mismo Marechal terminó escribiendo
poco después “Las claves de Adán
Buenosayres”, dialogando con Prieto.
Publicó en 1965 su novela El banquete de Severo Arcángelo, en 1966
sus libros de poemas Heptamerón y El poema del robot, y en ese mismo año
su importante libro de ensayos Cuaderno
de navegación. No fue el suyo un caso aislado: el proceso de la Resistencia
estimuló a toda una franja de intelectuales y periodistas a revisar la historia
política argentina, y el mismo Perón escribió numerosos libros de ensayo
durante esos años, incluido el bien conocido La hora de los pueblos, de 1968. Creció la personalidad intelectual
de militantes históricos del movimiento popular, como Arturo Jauretche, autor
de El plan Prebisch: retorno al coloniaje,
1956 y Los profetas del Odio y la Yapa,
1957, y de jóvenes escritores como Rodolfo Walsh, que con sus crónicas de
investigación periodística no sólo revolucionó el periodismo sino también la
literatura. Su libro más importante, Operación
Masacre, de 1957, analiza el mismo episodio histórico del que parte
Marechal en su novela Megafón: la
fallida insurrección peronista de junio de 1956 y la masacre de José León
Suárez.
La relativamente exitosa publicación
de El banquete de Severo Arcángelo,
en 1965, sacó a Marechal del aislamiento en que vivía. Las cosas habían
cambiado en el mundo cultural argentino durante los primeros años de la década
del sesenta, y el libro despertó de inmediato el interés de los lectores. Esto
llevó a su vez a la reedición de Adán
Buenosayres y a la aparición de estudios sobre su obra. Marechal menciona
esto en el “Introito” que introduce Megafón,
o la guerra (3). Entre estos estudios debemos mencionar la notable
investigación de la profesora Graciela Coulsón, Marechal. La pasión metafísica, aparecido en 1974.
La historia de la novela Megafón comienza precisamente en julio
de 1956, un mes después de la fallida revolución del General Valle. El autor
introduce a “Marechal”, personaje cronista, que será el testigo y partícipe
parcial de las acciones de la novela. El título de la novela, Megafón, o la guerra, puede hacer pensar
al lector que va a leer un relato sobre una guerra armada. Marechal, sin
embargo, creía en la guerra incruenta, pensaba en su sociedad como una sociedad
pacífica en que los ciudadanos podían entenderse sin recurrir a las armas. Su
arma verdaderamente es la argumentación. Su objetivo era aleccionar al lector,
darle una lección sobre qué es la patria y hacerle tomar conciencia de su
situación. Trata de convencerlo para que simpatice con su causa.
Todos los personajes de la novela
son cristianos y viven profundamente la religión. Marechal en 1960 se convirtió
al protestantismo y se bautizó como Evangelista (Colla 578). En esta época su
vivencia religiosa se centraba sobre todo alrededor de la figura de Cristo.
Marechal creía en el Cristo vivo. La figura de Cristo aparece numerosas veces
en la novela. Presenta al personaje denominado “El Vendedor de Biblias”, un
boxeador al que una vez se le apareció Cristo ensangrentado en las calles y le
dijo que le venía a cobrar una deuda, la deuda era toda su sangre, y que dejara
el boxeo y se pusiera a predicar y a vender Biblias (86). Otro personaje, el
Obispo Frazada, vive profundamente la relación con Cristo, y es ésta la causa
principal por la que se pone contra el Cardenal, que apoyó en 1955 la procesión
anti-peronista que se organizó para el Corpus Christi y lo critica, provocando
su reacción y persecución (275-84). El Cardenal lo destituye de su puesto, pero
Frazada sigue junto a los pobres y los trabajadores, marchando al frente de las
columnas de obreros que enfrentan la represión policial. Cita a Cristo como a
un gran rebelde, que se puso del lado de los pobres.
Debemos mencionar que en la década
del sesenta, ante el creciente proceso de radicalización de la juventud y la
revolución cubana, Marechal, sin dejar su cristianismo, mostró crecientes
simpatías hacia una interpretación de izquierda de la religión y el peronismo. Aunque
rechazaba el marxismo como doctrina materialista y atea, valoró la Revolución
Cubana y en 1966 fue invitado a Cuba como jurado del premio Casa de las
Américas, invitación que aceptó.
En su novela Marechal presenta una
serie de combates y, como él las llama, operaciones comandos. Estos combates no
están integrados en una trama realista, ni sus personajes provistos de una
psicología verosímil. Marechal los presenta, tal como en sus novelas
anteriores, en una serie de episodios alegóricos, de contenido simbólico. Esto
crea un decidido distanciamiento con el lector, que no puede identificarse psicológicamente
con los personajes ni referir las experiencias a su vida cotidiana. La lectura
es exigente y demanda un lector iniciado y paciente: difícilmente las masas
peronistas pudieran interesarse en la lectura de este libro. El autor, podemos
pensar, queda preso en su pasado vanguardista. Marechal valora la
experimentación y la búsqueda de un nuevo lenguaje y rehúsa simplificar los
aspectos formales de la novela. Cree en el sentido estético de la literatura,
en la belleza, y piensa que es el lector, independientemente de su formación y
educación, el que tiene que acercarse a la obra de arte, y no la obra de arte
empobrecer su lenguaje para hacerlo accesible
al lector. Su populismo es un populismo ilustrado y elitista.
Los episodios alegóricos, tal como
lo demostró Susana Cella, son de carácter emblemático. Nos presenta situaciones
no realistas, simbólicas (Cella 44-6). Plantea la novela en un tono de comedia, y más aún de
sátira. Si tuviéramos que buscarle una filiación en la literatura argentina
diríamos que los episodios tragicómicos de su trama conforman una serie de
sainetes grotescos. Sus personajes son seres exagerados, deformados, y el autor
los asocia a conceptos determinados (Viñas 11-18). El diálogo entre los
personajes es intelectual, crítico y por momentos filosófico. Megafón es una novela alegórica
cristiana y peronista que se propone moralizar al lector. Su objetivo principal
es hacerle entender bien el sentido y el valor de la patria.
Marechal describe a la patria como
una víbora, un vertebrado de cuerpo largo que se desliza en la historia y tiene
bajo su piel otra piel en crecimiento que eventualmente va a reemplazar su piel
actual. El personaje Megafón dirá en sus discursos que la piel de la víbora es en
esos momentos, en 1956, una piel reaccionaria, conservadora: es la piel de la
vieja oligarquía que ha vuelto a irrumpir en la historia argentina con la
contrarrevolución que derrocó a Perón (10-15). La piel que está abajo en
gestación es la piel del pueblo. Hacía falta provocar el cambio de piel, para
que el pueblo pudiera aparecer en toda su vitalidad y belleza. Marechal tratará
de ayudar a que eso ocurra haciendo una crítica destructiva a cómo se manejaban
las instituciones durante los años de la Revolución Libertadora. Para
desprestigiarlas presenta una serie de sainetes
satíricos y burlescos que describen el asalto del grupo de Megafón a cada una
de esas instituciones. Megafón selecciona a un grupo regular de “soldados”, los
cuales forman parte de los comandos según los operativos. Los comandos se
enfrentan a distintos personajes alegóricos en cada una de las aventuras que
emprenden. La novela introduce una serie de episodios tragicómicos aleccionadores.
Megafón y sus amigos sacan importantes lecciones de estas situaciones.
Marechal aspiraba a un arte integral
e integrado, que asociara todos los recursos expresivos posibles: la palabra,
la imagen, la música. Las aventuras tragicómicas de Megafón y su grupo son
descriptas como escenas animadas y teatrales (Cavallari 144). Dado el tipo de
personajes el lector tiene que imaginarlas como sainetes grotescos. Crea esta
sensación grotesca la deformación y exageración en la caracterización de los
personajes y el espacio donde ocurren las acciones. Tanto los personajes como
los espacios son simbólicos. Megafón, por ejemplo, representa al trabajador
total. Es un individuo que ha tenido todos los oficios y recorrió el país
trabajando en diversas provincias y luego, embarcado, viajó por otros países,
para tener una idea mejor desde afuera de cómo era nuestro continente. Megafón
es un trabajador sabio y autodidacto. Procura aprender siempre y lee
compulsivamente. Lo llaman el Autodidacto y el Oscuro de Flores.
Megafón no es su verdadero nombre,
que el cronista dice desconocer (4). Es el apodo que le dan, porque usaba un
megáfono grande para dirigir las peleas cuando trabajaba de árbitro de boxeo. Marechal
lo describe como un lector bárbaro, salvaje, que lee de todo y tiene una
voracidad de aprender incalculable (5). Megafón es capaz además de conducir a
sus soldados al combate. Es un héroe, un individuo que sabe lo que busca. No
sólo un hombre de acción sino también un líder intelectual. Los lidera en su
búsqueda política y espiritual. Megafón habla de dos batallas: la terrestre y
la celeste. El objetivo final sólo se alcanza en la batalla celeste: encontrar
a Lucía Febrero. Lucía es una divinidad que simboliza la belleza y la libertad.
Cuando la encuentra, en el final de la novela, Megafón cae en éxtasis.
Mientras está contemplando a la
divinidad sus enemigos lo rodean y lo matan. El héroe es sacrificado.
Tifoneades, su enemigo, el dueño del Caracol de Venus, el edificio circular al
que habían entrado Megafón y sus amigos para enfrentar una serie de pruebas,
decide desmembrarlo y repartir los pedazos de su cadáver por toda la ciudad de
Buenos Aires. Será misión de su esposa Patricia el recomponer la unidad
perdida, juntar los pedazos. Le faltará sin embargo el falo. En el final de la
novela Marechal sugiere que en Buenos Aires aún están buscando el falo
simbólico del héroe.
Si Megafón es el héroe del pueblo,
el hombre político, el papel religioso por excelencia corresponde al filósofo
loco Samuel Tesler, personaje que ya había aparecido en Adán Buenosayres, y al que tienen que rescatar del manicomio para
poder integrarlo al grupo. Megafón lo aprecia porque cree que con Samuel, que
es judío, se integran los dos testamentos bíblicos. Samuel, además, es un
místico, que se apoda Jonás II, y que dice a sus compañeros de la calle Vieytes
que vendrá a rescatarlos del vientre de la ballena (41).
Los otros soldados del grupo son
personajes cómicos: los hermanos Domenicone, dos matones fanfarrones que obedecen
en todo y piensan poco; Capristo, el “fauno” afilador; y el dúo Barrantes-Barroso. En
Barrantes-Barroso Marechal vuelca toda su visión grotesca: se trata de dos ex-periodistas,
padre e hijo, que fracasaron en su profesión por su imaginación excesiva que
los llevaba a distorsionar la verdad. Son dos personajes delirantes, sobre los
que descansa en gran medida el efecto cómico: hacen reír constantemente al
lector con sus salidas absurdas.
Si los personajes son disparatados,
también lo son las situaciones: el asalto al manicomio para liberar al filósofo
Tesler, que dice que lo llevaron allí para dirigir un grupo de altos estudios; la
visita a la casa de baños turcos donde tienen preso al chancho burgués, el rico
del Evangelio, y lo hacen transpirar para que purgue sus faltas, a ver si puede
pasar por el ojo de una aguja y entrar en el reino de los cielos; la operación
comando de invasión a la casa del Gran Oligarca, durante la cual se animan
todos los retratos de sus antepasados en la sala donde están para hacer un gran
juicio histórico a la oligarquía nacional, a la que acusan de traición a la
patria; el psicoanálisis del General, en que irrumpen en la vivienda del
General González Cabezón, símbolo del poder militar representado en esa época
por la cúpula liderada por el General Aramburu, y lo enjuician por la masacre
de trabajadores en José León Suárez y el fusilamiento del General Valle; la Biopsia
del Estúpido Creso, cuando visitan la caverna de Creso, y parodian una
ceremonia religiosa en que intervienen el Espectro Marxista y el Pobre
Absoluto, se adora el número y la riqueza y termina con el castigo del rico
Creso, estaqueado, a la manera gaucha; y la Payada con el embajador de Estados
Unidos, Mr. Hunter, donde Megafón denuncia al imperialismo del Tío Sam y le
pregunta cómo es que el niñito Sam se hizo Tío antes de ser sobrino, cómo
creció tan rápido. Todos estos episodios responden a las batallas terrestres de
Megafón, mientras que la invasión al Chateau de Fleurs, titulada la Operación
Caracol, en que penetran en el Caracol de Venus, forma parte de la última
batalla del héroe, la batalla celeste, cuando encuentra a Lucía Febrero, que
era el objetivo final de la búsqueda.
Esta es la novela más política de
las que escribió Marechal, donde propone, como vimos, una visión de la patria,
donde busca concientizar al lector de la situación de opresión que sufre bajo
el gobierno dictatorial militar, donde critica a la oligarquía, a la Iglesia
que se alía al Ejército golpista, al empresariado explotador de la clase
obrera, al imperialismo que no respeta la soberanía nacional. Elige, como
personaje principal, un héroe de la clase obrera que, en las historias
alegóricas que componen la novela, representa al trabajador y al militante
peronista. Marechal integra a la cuestión política la problemática cristiana,
como tema de la novela, ya que varios de los personajes viven profundamente la
cuestión religiosa, de la que hablan constantemente. Megafón, el héroe, cuando
comienza su día, reza junto a su mujer Patricia. Tanto Megafón como Samuel
Tesler regularmente invocan a dios y pronuncian sermones y discursos
religiosos.
Marechal recrea con sentido poético
el mundo de los barrios de trabajadores y clase media de Buenos Aires: Villa
Crespo, Saavedra, Flores, La Boca. Los personajes sólo se desplazan al centro y
a las zonas pudientes, como San Isidro o Barrio Norte, para sus operativos, ya
que allí viven algunos de los personajes que atacan. El culto al mundo de los
barrios se expresa también en las descripciones de las escenas, que son
compuestas como verdaderas escenografías teatrales con color local, y los
personajes animados como actores de comedia. Durante el viaje a Saavedra los
personajes van a ver si aún estaba allí la entrada al Infierno de Buenos Aires,
que había descripto Marechal en Adán
Buenosayres, y encuentran que encima
del sitio han construido un monobloc, a pesar de lo cual las fuerzas del
infierno, los demonios, siguen actuando. Terminan visitando el almacén “La
Esquina” en el que se aparecen los espectros de malevos del pasado y Megafón
pregunta si no ha andado por allí George, aludiendo a Borges y su gusto por las
mitologías del suburbio. Megafón tiene entonces un ensueño inspirado, dice, en
el recuerdo de Macedonio Fernández: ve una calesita en un baldío, rodeada de
una luz fosfórica, manejada por dos demonios, que discuten sobre el futuro del
tango con el Bandoneonista Gordo, el Bandoneonista Enclenque y el Bandoneonista
Sanguíneo. Aparecen después en esta escena los fantasmas de Garufa, la Chorra,
la Rubia Mireya, la pobre Viejecita, y otros personajes creados en las letras
de tangos, y el mismo Discepolín, que llega para dar su famosa definición sobre
el tango, que para él es “una posibilidad infinita”.
En estas escenas coreografiadas
Marechal vuelca su imaginación compositiva y poética: la poesía ha sido el modo
expresivo alrededor del cual construyó su obra. Los personajes aparecen bajo una
luz difusa, hablando un lenguaje coloquial y simbólico a un tiempo, que mezcla
la lengua cotidiana con la frase filosófica. La búsqueda estética y literaria
va a la par de su búsqueda religiosa y política. Las escenas más impactantes, desde
un punto de vista plástico y compositivo, ocurren en el Chateau de Fleurs, en
el delta del Tigre, donde el narrador va describiendo los personajes y
situaciones de cada uno de los círculos. En uno de éstos, aparecen mujeres
gordas desnudas yaciendo en el suelo sobre su vientre, con una vela entre las
nalgas: son las mujeres candelabros. Más allá, sobre unas grandes valvas abiertas,
aparecen jóvenes efebos. Se escucha una música ululante. Entran unos robots con
sus penes mecánicos erectos que se ponen a perseguir a los efebos. Megafón
compara lo que está viendo con escenas tomadas de un cuadro de Brueghel.
La manera de escribir de Marechal,
su uso de personajes alegóricos y las situaciones simbólicas de la novela, crean
un mundo novelesco inusual. Marechal es el poeta que se ha hecho narrador
lentamente, con mucho trabajo y con cierta dificultad. Aún cuando ésta es la
novela más política de Marechal, es una novela extremadamente artística, en que
el escritor está en búsqueda constante de nuevos modos y formas expresivas, y
difícilmente pudiera llegar a un lector no literario. Requiere un lector culto
y paciente, capaz de seguir al autor en sus juegos alegóricos y en sus
discusiones paródicas y burlas intelectuales.
Marechal era un individuo altamente
crítico de su tiempo, desencantado con su sociedad. No solamente criticaba el
materialismo y la marginación del artista y el escritor, sino que iba más allá
y censuraba el proyecto liberal y libertario de la modernidad. Para él la
modernidad había destruido la vida espiritual teísta de los siglos anteriores y
era la culpable de lo que él consideraba la decadencia moderna. En la sociedad
reinaba el egoísmo individualista y la injusticia. Se victimizaba al artista,
se victimizaba al pobre. Pensó que el peronismo proponía un regreso a una vida
espiritual cristiana más justa. Los peronistas debían resistir contra los
abusos de poder y luchar contra las injusticias.
Sus novelas alegóricas, simbólicas y
poéticas analizan y censuran la sociedad moderna para aleccionarla. Esta
sociedad, desde su punto de vista, necesitaba de una crítica y un correctivo. En
el personaje de Lucía Febrero, Megafón encontró al final una vía de salvación. Al
final de la novela Megafón logra llegar al centro del Chateau de Fleurs y ver a
Lucía Febrero. Lucía Febrero representa la belleza trascendente, la verdad y la
libertad, que para Marechal son los tres valores capaces de salvar a nuestra
sociedad.
Bibliografía
citada
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Publicado en Revista Destiempos No. 42 (Diciembre 2014): 87-104.
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[1]
Este malestar se empezó a notar en el Romanticismo, pero se volvió una
obsesión para los artistas parnasianos y simbolistas, como Baudelaire, Verlaine
y, en el mundo latinoamericano, para los modernistas, como Julián del Casal y
Darío (Pérez 15-18)