Alberto
Julián Pérez©
El día 14 de julio
del 2016, al anochecer,
los vecinos de Buenos
Aires nos reunimos en el Obelisco,
testigo ocular de
nuestra historia,
grácil vigía y atalaya
de este Fuerte, la Patria,
para participar en el
Gran Cacerolazo Nacional.
No soy el único
cronista que informo de este evento,
pero uso el verso, y este
cacerolazo, por lo tanto,
se integra a la
historia de nuestra poesía,
para satisfacción de
sus héroes
y de sus heroínas,
las esforzadas mujeres argentinas.
Utilizo el lenguaje
expresivo que mi pueblo ama y entiende:
imágenes visuales
llamativas y decoradas metáforas cumbieras,
para sellar el nuevo
pacto con las multitudes argentinas
en la forma poética del
siglo veintiuno.
Podrá mi ojo público
viajar
por el espacio de las
realizaciones de mi gente,
testimoniar desde el
cielo su gran exquisitez,
y embriagarme, drone
menudo,
con las cosas
delicadas de su espíritu.
Hemos comenzado
nuestra jornada nacional de Resistencia
(palabra sagrada en
la lengua de mi tierra,
honrada por la
paciencia de luchadores innumerables
en las horas aciagas
del terror y la dictadura)
contra un gobierno
apátrida, oligarquía estéril y cipaya,
que hambrea a su
pueblo trabajador
y nos trata como a
salvajes o a bárbaros.
Impactante es la
riqueza verbal de mi gente,
los muchos hallazgos
de su expresión arisca y viva,
por eso mi
indignación choca con la policía del idioma.
Ya tuvimos,
felizmente, nuestros libertadores de la lengua
y de la poesía, y hoy
podemos elevar el lustre de nuestra voz
y dar lecciones de sensibilidad
a los vendepatria y a
los reaccionarios.
Somos una literatura
experimentada,
contamos con nuestros
santos y nuestros mártires,
y guay de quien se
digne ofender su memoria,
porque saldrán los
poetas, con las filosas espadas de sus plumas,
a despenar a los
asesinos de sus versos.
Para los ricos de mi
querida Argentina, sépanlo,
nunca hubo nada más
despreciable que su propio pueblo
y así lo demuestran,
crueles Nerones,
con sus actos y medidas
de gobierno.
Por eso nuestra gente
ha decidido,
como la Difuntita
Correa, digna y dulce,
luchar, heroica, por
sus derechos.
Odiamos los
privilegios de nuestros ilegítimos oligarcas,
sirvientes arrogantes
de amos extranjeros,
que luego de enlutar
al país durante cinco décadas
con sus desgobiernos
militares y sus Juntas de asesinos
en el pasado siglo, vienen
hoy
con sus vástagos
educados en universidades gringas
a promover más
hambre, más miseria, para nuestros hijos.
Jamás se cansan los
ricos de atormentar a los pobres,
así está escrito, y
si no, lean el Evangelio,
y visiten las villas
miserias que languidecen
junto a los barrios
boutiques de los poderosos,
y vean a los niños
descalzos mendigar por las calles
y recoger comida de
la basura. Por eso,
en este 14 de julio
fraterno, nos reunimos, libertarios,
para un Gran Cacelorazo
de resistencia popular.
El Obelisco está
engalanado de carteles
que vocean nuestra
rebelión,
en este día en que florecen,
junto a las cacerolas, los paraguas
porque hoy, como en
aquel 25 de mayo de 1810,
cuando el pueblo
argentino inició su Revolución contra el Imperio,
llueve en Buenos
Aires.
El cielo nos acompaña
y está llorando por sus hijos
en el espacio alegórico
de nuestra movilización popular.
Todo tiene sentido,
la ciudad habla,
cada ser y cada
objeto son testigos:
estamos en la 9 de
Julio, la Avenida más ancha del mundo,
hermanados, Catones
heroicos,
en la gran rotonda florida que abraza al Obelisco,
cantando estribillos y
gritando nuestras razones,
expresando nuestra
indignación y nuestro enojo,
batiendo, con ritmo
canyengue, nuestras cacerolas disonantes.
Las fuerzas
policiales, armadas con rifles de asalto, escudos
y bastones, uniformados
enemigos y apocalípticos,
acordonaron el
perímetro de la manifestación,
y amenazan nuestra
seguridad,
mostrando el poco
valor que tiene en Buenos Aires la vida.
A nuestra oligarquía,
estancieros obesos
e industriales
raquíticos, siempre le ha gustado
reprimir con su
policía a la gente pacífica,
y mandar, llegado el
caso, al asalto,
al mismísimo Ejército
Nacional, mercenario del país de los potentados,
para contener el
avance de los disconformes,
incitándolo, si hace
falta, a disparar contra su pueblo.
Mientras tanto, yo,
el poeta, y más que el poeta, el maestro,
el viejo maestro que
soy y he sido, y cronista y periodista ocasional
en que me transformo,
cuando la urgente situación lo exige,
testimonio, en esta ocasión,
para Radio FM La Boca,
y sus radios
afiliadas y amigas : FM La Colifata, FM Caterva,
Radio La Milagrosa,
Radio Bemba y FM Riachuelo,
el enojo de las masas
contra el gobierno
por el aumento
indiscriminado de las tarifas
de los servicios del
gas y de la luz en un 700 % (increíble no?).
Así sacan las cuentas
en mi patria los ricos,
que liquidan con
rabia cruel y arrogante
el sudor cautivo del
trabajador mal alimentado.
Hay en la protesta
mayor cantidad de mujeres que de hombres.
Las cacerolas son el
símbolo de la labor continua y esforzada
de las madres en sus
hogares, y las combativas y valientes mujeres
quieren hacerse
escuchar. Raudas recorren las filas,
amazonas guerreras en
la batalla contra la Hidra
de crueles egos de la
oligarquía carnicera.
Arrecian los cánticos
contra los responsables de la miseria;
tantos crímenes han
cometido a lo largo de nuestra historia
que llenan con sus
hechos
páginas oscuras de
sufrimiento y de oprobio.
Primeras en la fila,
se destacan las Madres de Plaza de Mayo,
ancianas esforzadas, armadas,
bajo la lluvia, de coraje,
con sus característicos
pañuelos blancos;
los miembros de la
Tupac Amaru, rostros de bronce, perfiles de hacha,
piden, en sus
carteles, por la libertad de la militante indígena
Milagro Sala,
prisionera política del gobierno;
varias organizaciones
piqueteras agitan
las acosadas banderas
de sus consignas;
el Partido Obrero
hace flamear su estandarte rojo,
insignia de la guerra
de clases;
Barrios de Pie forma
ante el muro policial,
barrera sin
misericordia, una procesión de conciencias.
Reconozco de pronto,
en la muchedumbre, algunos caras:
son los jóvenes estudiantes
del colegio de mis desvelos
que se han hecho
presentes en esta hora.
Rostros osados, ojos
luminosos, sonrisas fáciles,
me siento orgulloso
de esos jóvenes centinelas idealistas.
Me gritan : « ¡Profesor ! ».
Los saludo agitando mis dos brazos.
« Mire si nos
viera Martín Fierro », dice uno. Levanto el pulgar,
aprobando su ingenio.
Están en mi nuevo curso
de Literatura
Argentina en la « Escuela de la Ribera »,
donde estudiamos y
discutimos muchos grandes libros nuestros.
Juntos leímos el Martín Fierro y Operación masacre.
Son muy inteligentes.
Me alegra que hayan venido
a esta inolvidable
protesta popular. Me enorgullece
la profunda conciencia
social de estos muchachos,
hijos de los
trabajadores de mi barrio, La Boca,
antigua casa de inmigrantes
y refugio de humillados,
cuna ilustre de luchadores
anarquistas
y de socialistas
admiradores de Almafuerte y de Carriego.
Sé que mis prédicas morales
arrecian en mis clases
(« No te des por
vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo,
ni aún esclavo;
trémulo de pavor,
piénsate bravo,
y acomete feroz, ya
mal herido. »),
pero no fueron ellas
las que los persuadieron a venir,
sino las ideas
emancipadoras de José Hernández y Rodolfo Walsh.
Todos al unísono
batimos las cacerolas,
los argentinos somos
músicos de corazón.
No hay mejor ritmo
que el que nace de la indignación.
En este país pasan
muchas cosas.
Protestan las madres
de familia, las organizaciones barriales,
el Partido Obrero, los
Peronistas, los estudiantes.
Se escuchan cánticos :
« Macri,/ basura,/ vos sos la dictadura ».
El Jefe de la Policía
da la orden a su escuadrón
de avanzar.
Infiltrados de Inteligencia nos provocan.
Escuchamos los
insultos: « negros grasas, cabecitas,
muertos de hambre,
viejas de mierda,» gritan.
Son las mismas
expresiones resentidas y racistas
de desprecio que
utilizan
las señoras en Barrio
Norte y Recoleta, el enclave de los ricos,
para referirse a sus
sirvientes en sus conversaciones.
Para estos agentes y
espías del gobierno
los trabajadores no tienen
valor humano alguno.
Mientras, en nuestro
grupo, por encima del estruendo
de las cacerolas, se
escucha, al unísono, nuestro clamor:
« ¡queremos
trabajo ! »,« ¡tenemos hambre ! »,
« ¡no podemos
pagar las facturas ! », « ¡no al tarifazo ! ».
Es la luz de la voz
multitudinaria iluminando
la oscuridad de la
barbarie macrista.
Los argentinos
hacemos cosas esenciales con nuestro lenguaje,
la palabra para nosotros
es un arma cargada de belleza,
bandera de identidad
para develar la verdad propia a los hermanos.
Periodistas y
maestros nos reconocemos en su dignidad redentora.
La clase popular se
bate contra la oligarquía entreguista.
Estela de Carlotto,
la viejecita ilustre, Abuela de los desaparecidos,
está allí, y viene a
saludarme; la abrazo, me dice « poeta »,
y envía por mi
intermedio su saludo
a los jóvenes
rebeldes de FM Riachuelo. Yo le prometo
escribir una crónica;
aquí cumplo;
poesía e historia
siempre se dan la mano.
Es importante dejar
testimonio del presente.
Estamos en tiempos difíciles.
La Historia, la
Literatura y la Política son los faros
que han iluminado las
luchas de los pueblos en Hispanoamérica.
Mañana, seguramente,
la prensa oficial infame,
la de los plumíferos
serviles, cómplices del poder vandálico
y del capital corrosivo,
sembrará sus mentiras.
Explicará que éramos
minúsculos y nos había mandado
el Peronismo, y aún
el Comunismo,
promoviendo el odio
en las falanges macristas.
No es cierto y les
explicaré todo, en esta, mi crónica urgente:
la gente salió a la
calle porque la calle es nuestra,
y esta élite de
vendepatrias, de cipayos al servicio
del capital
sangriento que dice que nos gobierna,
no va a meternos
miedo. Los conocemos desde hace tiempo.
Estos Gerentes son
los hijos y los sobrinos de los Generales,
que asesinaron a los
familiares de numerosos jóvenes
que nos acompañan en
esta protesta.
Entre ellos hay
muchos hijos de desaparecidos.
Recuerdo bien esa
época infame, porque yo estuve en la patriada
de los que luchaban
por la libertad,
y supe del poder de
fuego de sus armas de exterminio,
gemas sangrientas,
obsequio del Pentágono.
La resistencia de los
pueblos
contra los amos
imperialistas que nos explotan
es tan antigua como
el continente Americano.
Producto somos de ese
abuso incesante
y brutal del capital
sobre el trabajo, esclavo o libre,
más esclavo que libre
finalmente. El capital paga
el sudor del obrero
con balas y con hambre.
En nuestra lucha,
nosotros nos civilizamos
y aprendemos a ser
libres,
mientras los
patrones, esclavos de su inhumanidad,
buscan hundir al
mundo en el terror y la barbarie.
Este poema aspira a
ser esa escuela
donde los hijos aprendan
un día de las luchas de sus padres.
Mis crónicas son
barrocas y melodramáticas,
excesivas y desbordantes como nuestra gente.
Sus comparaciones y metáforas
dan ejemplos
de nuestro valor, de
nuestra fe y coraje.
Llega la hora de
terminar la patriada. Vamos plegando
con amor nuestras
banderas.
Nos despedimos de esa
viril torre marmórea
y catedral porteña,
el Obelisco,
blanquísimo contra el
fondo oscuro del cielo nocturno.
Testigo es del
espíritu de lucha de sus hijos.
Empezamos poco a poco
a desconcentrarnos
sobre la gran
explanada de la 9 de Julio, y la Avenida Corrientes,
nerviosa de
marquesinas luminosas y teatros acogedores.
Al fondo de la Gran
Avenida de nuestra independencia,
en el edificio del
Ministerio de Obras Públicas,
se ve el mural azul y
blanco, titilante de luces,
con el retrato gigante
de la inmortal Evita, custodio de los humildes.
Hormigas sigilosas, gritando
a voz de cuello nuestras consignas,
prometemos volver, horadar
con nuestro trabajo
las leyes injustas
con que nos aplastan
y nos anulan los
crueles dueños del capital,
y ocupar las calles
que son nuestras,
trazar nuevos caminos
a la esperanza.
Pedimos justicia.
Somos la caridad y la fe.
Nos vamos en silencio
a nuestros hogares empobrecidos,
a comer el pan amargo
de la desdicha.
Pueda, amigos de la radio, La Boca del
Riachuelo,
nuestra antigua República de
chapas, colorida y costumbrista,
a la que fiel regreso, pronto levantarse
de su postración de barrio marginado
de su postración de barrio marginado
(marginado, que no
desheredado, porque es heredero
de los murales alegóricos
de Quinquela Martín,
los tangos
sentimentales de Juan de Dios Filiberto,
los textos morrudos
de Washington Cucurto
y los poemas argentinos
de Alberto Julián Pérez),
víctima y testigo del
abuso y el desprecio
que sufren las
sacrificadas masas populares,
y con todos los otros
barrios, sumarse al Gran Cacerolazo
de la insurrección, para
fundar una República en libertad.
En Argentina necesitamos
una nueva revolución:
la de los pobres contra
los ricos,
la de los hijos
contra los padres,
la de las mujeres
contra los maridos tiránicos,
la de los débiles
contra los fuertes opresores,
la de los poetas
contra los malos políticos.
Qué nos queda a
nosotros, los desvalidos, los ignorados,
jóvenes Adanes, sino
alimentar esa esperanza,
y desear que, esta
vez, las balas de la oligarquía
dirigidas al pueblo,
erren el blanco.
Que reconozcan
nuestra humanidad queremos.
Por nuestra parte prometemos,
que haremos que comprendan
y sientan lo que es la Patria.
La llevamos aquí en
nuestros corazones, tesoro espiritual,
precioso tatuaje sin
precio. Parece una vieja verdad
o una superstición, pero,
aquellos que la han sentido, saben
lo cerca de dios y de
la vida que está la antigua casa del Padre,
nuestra Patria. ¿Cuándo
empezó todo esto ?
¿Cuándo los héroes se
volvieron villanos ?
¿Cuándo los
libertadores se hicieron opresores?
¡Oligarcas,
vendepatrias, asesinos ! ¡Arrepiéntanse de sus crímenes!
Están a tiempo. Generales
de Latinoamérica, que han olvidado
quién es el enemigo,
y han apuntado las armas contra sus ciudadanos;
oficiales criminales
de la Armada que lanzaron a las madres
y a sus hijos al
vacío desde los aviones militares;
crueles torturadores
de jóvenes estudiantes;
abogados vueltos
policías, que persiguen al débil,
en lugar de
protegerlo;
jueces de las cortes
mediáticas de Justicia,
que montan el show a
pedido de sus amos,
y crean cortinas de
humo cómplice para ocultar sus latrocinios;
explotadores racistas
que pagan con nuestra sangre
intereses a sus patrones
extranjeros;
nuevos gerentes de
los capitales de sus padres genocidas;
terratenientes,
nietos de ladrones de tierras y asesinos de indios;
sepan que esta es
también su Patria.
Somos el Pueblo, y aceptamos
compartir con Uds. nuestro país,
aunque no lo merecen.
Bárbaros, cipayos, apátridas…
« Arrepiéntanse,
únanse a la civilización de los justos »,
clama la voz en el
desierto. Los pobres todo lo perdonamos,
porque somos nosotros,
por voluntad de Dios, la Verdad y la Vida,
y les haremos un
lugarcito, aquí, en este fogón abierto,
junto al rescoldo
tibio de nuestros corazones.
Publicado
en G.E.P.A.N., 16 de agosto, 2016. Web.
Bien compañero!!!
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