Cometierra : duelo y sanación
de Alberto Julián Pérez
En 2019 apareció la novela de Dolores Reyes, Cometierra. El libro agotó rápidamente varias ediciones y se transformó en un importante acontecimiento literario. Su autora era una mujer de 41 años, nacida en la provincia Buenos Aires, de profesión maestra de grado. Era su primer libro.
Su perfil como escritora resulta inusual. Dolores no tuvo ni la oportunidad ni el tiempo libre para recibir una formación literaria comparable a la de otros escritores y escritoras argentinas contemporáneos suyos, entre ellos Julián López y Selva Almada, sus maestros y mentores. Dolores fue madre adolescente, tuvo su primer hijo a los diecisiete años, mientras cursaba la escuela secundaria. Cuando la pudo terminar, estudió un profesorado para ser maestra. Comenzó a trabajar poco después como docente de primero y cuarto grado, en la Escuela 41 de Pablo Podestá, en la zona oeste del Gran Buenos Aires. Tuvo siete hijos. Mujer dinámica e hiperactiva, mantuvo su trabajo de maestra de grado durante más de veinte años,
Nació en una familia de clase media pobre. Su casa contaba con una biblioteca y fue lectora apasionada de niña. Las circunstancias de su vida limitaron su formación. Comenzó la carrera de Letras, pero no pudo completarla. Imposible criar siete hijos en el Gran Buenos Aires, enseñar en una escuela primaria y disfrutar del tiempo necesario para estudiar una carrera universitaria con un programa intensivo de lectura. Debió postergar su formación.
A partir de 2013, Dolores Reyes empezó a tomar clases de escritura en el taller literario de Selva Almada. Tenía ya 35 años. Hasta ese entonces su prioridad habían sido sus hijos y su labor docente. Comenzó a escribir su novela. Para poder trabajar en el manuscrito, durante esos años, se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana, tres horas antes de despertar a sus chicos para que fueran a la escuela y salir ella misma a su trabajo.
Su experiencia humana fue esencial para ella al momento de escribir su obra. Vivía en un medio social pobre, en el Gran Buenos Aires (Venturini 277). Los niños de la zona no contaban con una protección efectiva de los adultos. La calle era impiadosa, violenta. Se familiarizó con estos problemas y tuvo que luchar
diariamente para sostener a los suyos, en un contexto de carencia. Las dificultades de la vida cotidiana contribuyeron a sensibilizarla ante el dolor de los demás. Su escritura proletaria, maternal, su defensa de los niños y los débiles, y de las mujeres abusadas y maltratadas, asesinadas, la ponen en un lugar especial en el cuadro de la literatura argentina contemporánea. No es una escritora intelectual, pequeño-burguesa, hiperculta, como gran parte de sus colegas de generación. Nos encontramos con una autora popular y sensible, que se alimenta de las experiencias del grupo social con el que convive, y acerca el hecho literario a la
sensibilidad de las masas desplazadas y negadas de los suburbios. En la cultura argentina actual, dominada por los intereses de la burguesía individualista, en una sociedad cada vez más competitiva, elitista y racista, su libro resulta un fenómeno renovador y original.
En la novela, Cometierra es el personaje principal y la narradora. Es una chica adolescente, y nos muestra, cuando nos cuenta, todas sus inseguridades y sus dudas. Ve lo que los demás no pueden observar ni saber. La tierra ha hecho un pacto con ella. Ingiere un puñado, entra en un trance y puede “leer” en las imágenes que se le presentan lo sucedido. La tierra le comunica sus secretos.
La tierra es madre. Es fuente de vida. Cometierra es su aliada. Esa alianza es inquebrantable y en ningún momento la traiciona. Su misión no es fácil, la hace sufrir. El ver lo que ve es como un parto doloroso. Su visión la carga con una historia, con una verdad, que es terrible (Cabral 86-87). Ve mujeres asesinadas, raptadas, violadas, crímenes de niños. Su objetivo es restañar heridas, ayudar a las otras mujeres en su duelo, cuando perdieron a un ser querido, dar esperanza y encontrar a los hijos secuestrados. La novela tiene dos registros narrativos: el realista, que cuenta lo que va pasando, y el onírico, que describe sus visiones. Estas últimas le muestran lo sucedido en un “teatro” fantástico, que la autora describe con gran talento artístico. Las revelaciones y los sueños orientan la realidad, le indican lo que debe hacer (Ventura 136). Tienen poder sobre ella. Tal como en los antiguos relatos mitológicos griegos, que la autora conoce y aprecia, una fuerza superior guía a los seres humanos (Zinni 1-7). Múltiples dioses y fuerzas naturales se disputan la protección y el control de los seres. Cometierra cuenta con la ayuda de una madre simbólica extraordinaria que vela por ella desde el más allá: su maestra Ana. Ella la protege y la guía. Si bien está muerta, la Seño siempre se le aparece y le habla, le da consejos. Le enseña, la ampara, la cuida. Es su ángel de la guarda. Viene en su ayuda cada vez que la necesita.
En el mundo real, en su vida familiar, es su hermano mayor, Walter, quien la protege y se preocupa por ella. Los dos chicos mantienen un vínculo de devoción mutua. Se quieren, se ayudan. Son incondicionales el uno con el otro. Al comienzo del relato, ella y su hermano quedan huérfanos. Su madre es una de las mujeres asesinadas, la primera, que abre el libro. Este se inicia con su velorio. La pérdida de la madre abre para ella un difícil proceso de duelo. Su deseo de descubrir al culpable la impulsa a comer tierra. Inicia su camino como vidente y mediadora entre las potencias de la vida y la muerte. Siente un dolor enorme dentro suyo. Ve algo tremendo, que no se anima a develar: el asesino ha sido su propio padre. Lo sabe, lo comprende, pero no logra decirlo. El padre desaparece, se va de la casa. Esa relación filial es un tabú que no debe traspasar. Existe lo sagrado y ella no puede ir
más allá.
En ese velatorio inicial del libro la autora presenta al lector el escenario donde se va a desarrollar buena parte de la novela: la casa pobre, con paredes de madera y techo de chapa, de la familia, en Podestá, una barriada del suburbio del oeste bonaerense. Luego introduce a sus personajes protagonistas jóvenes,
adolescentes. Muestra a Cometierra en todo su carácter, trágica, llorando, aferrada al cadáver de su madre, al que no quiere dejar ir. Van al cementerio, llevando el cuerpo de la madre envuelto en tela, incapaces de pagar un féretro. Dice el personaje: “Van a dejarte acá, mamá, todos, aunque no quiera…Creo que puedo poco, solo tragar tierra de este lugar…Ella se queda acá y yo me llevo algo de esta tierra en mí, para saber, a oscuras, mis sueños” (Cometierra 13).
Ubicados en un medio carenciado, cruel, los adolescentes van a enfrentarse con su destino. En un principio su tía los acompaña. Se hace cargo de ellos por un
tiempo. Es una mujer soltera, no tuvo hijos. Les muestra poco cariño, es cruel con los chicos. Cometierra quiere saber sobre su padre. Este había desaparecido el día que murió su madre. Se lleva un puñado de tierra a la boca, entra en un trance y lo ve: estaba vivo. Se lo dice a su tía y al Walter, y estos reaccionan con violencia.
Muestran miedo y rabia a la vez. Le gritan que si come tierra otra vez la van a castigar.
Poco después, en su escuela, desaparece su maestra Ana, la madre sustituta que los cuidaba. La maestra buena, idealizada, que amaba a cada uno de los niños de su grado. La buscan, pero no logran encontrarla. Cometierra se lleva un puñado de tierra del lugar a la boca y en una de sus clases se pone a dibujar en su cuaderno lo que vio. La maestra del grado, sorprendida al ver el dibujo, la lleva a la dirección. La directora de la escuela, asustada, hace venir a su tía y le muestra
el dibujo: era el cuerpo de la maestra asesinada, tirada en un sitio en que se leía el
nombre “Corralón Panda”. Dice el personaje: “Era la seño Ana, la cara así, como me la acordaba yo, pero no como cuando estaba en la escuela. Yo la había dibujado como la tierra me la mostró: desnuda, con las piernas abiertas y un poco dobladas para los costados, que hacían parecer su cuerpo más chico, como si fuera una ranita. Y las manos atrás, atadas contra uno de los postes del galpón…” (23). La policía acude al lugar descripto en el dibujo y encuentra enterrado el cuerpo de la maestra. La tía, aterrada, se va de la casa y no regresa más. Los chicos se quedan solos.
Cometierra y su hermano dejan de ir a la escuela. Walter consigue un trabajo en un taller mecánico, ella permanece todo el día en su casa, pensando. Su hermano trata de cuidarla. Trabaja y paga por la comida. Es una figura paterna. Dada la
ausencia de la madre y del padre, los chicos toman control de su vida lo mejor que pueden. Cometierra respeta a su hermano. Su respaldo y su ayuda son
indispensables para ella. Los amigos de Walter se reúnen con frecuencia en su casa para jugar a la Play. Tienen espíritu de grupo. Son solidarios. En el suburbio los pobres no sobreviven si no se ayudan. Necesitan colaborar entre ellos para enfrentar las dificultades, los desafíos, que abundan.
En ese momento difícil, Cometierra muestra su temperamento fuerte. Emerge
gradualmente como líder. Poco mayor de quince años, cuando matan a la Seño Ana y deja la escuela, vemos a la adolescente transformarse, poco a poco, en una chica segura de sí misma, que va tomando control de su vida. Se preocupa por su
hermano y lo cuida a su modo. Este confía en ella, la ve firme, convencida. Se corre la voz en el barrio de que es vidente.
Empiezan a aparecer en el frente de su vivienda botellas con tierra. Las dejan aquellos que han perdido a un ser querido y tienen esperanzas de encontrarlo. Ella sabe que detrás de cada botella hay una historia. Vienen a su casa personas que la buscan para hablarle. Tienen a un familiar desaparecido y le traen tierra. Cometierra comprende que tiene un poder. Se propone usarlo en bien de los demás. Ella y su hermano son pobres y necesitan dinero para vivir. Aunque raramente lo pide, los visitantes se dan cuenta de su situación y le pagan generosamente por su ayuda. Ese dinero les permite a Walter y a ella comprar cosas que nunca habían tenido.
Su trabajo le da un poder frente a los demás. La ayuda a crecer. Aprende
constantemente de su experiencia. Se siente fuerte. Conocerá el amor, y se transformará en una heroína justiciera. Su don es único. Es capaz de comunicarse con las fuerzas y los secretos de la tierra. Cometierra es la mediadora entre el poder de la tierra y los otros seres humanos. Conoce sus verdades.
Utiliza su poder para aliviar el sufrimiento de los demás. En particular de las mujeres. Se mueve en un universo femenino, liderado por su diosa, la maestra Ana. Sus valores la guían. En ese mundo materno, los hombres son los ayudantes: pueden hacer el bien, como Walter y el “rati” Ezequiel; o el mal, como el veterinario, padre de Ian, que mata a su hijo minusválido, y el Ale Skin, el peligroso pandillero, que los persigue. Pueden tener también un papel ambiguo, como su padre, que ella cree que mató a su madre, aunque no lo denuncia, y que al final de la novela salva
a su hermano, cuando su vida corría peligro, en su lucha a muerte con el Ale Skin.
Una vez que Cometierra comienza a utilizar su poder, su vida se transforma en una constante aventura. Su don está en su cuerpo, y la hace sufrir. Su relación con la tierra es violenta. La tierra la posee, la invade, la controla, la sacude. Es un poder demasiado fuerte. Para que la tierra hable ella entra en un transe doloroso.Necesita estar en ayunas y experimenta sufrimientos físicos. Va a dar a luz una verdad. Cometierra es su partera. Para mostrarse, esa verdad se apodera de su cuerpo.
Uno de los primeros casos que resuelve es el de la desaparición de Ian, el niño minusválido. Su madre viene a verla y le trae tierra que tomó del sitio donde vio al niño por última vez. Dice el personaje: “Yo agarré tierra de la lata y me la fui metiendo en la boca. La casa se me oscureció, como si la hubiesen tapado con una tela negra…Tan oscuro todo, tan un pozo profundo al que nunca llegaba la luz del sol, que bueno no podía ser. Cuando estaba a punto de parar, de abandonar por el miedo y abrir los ojos, empezó a irse la oscuridad…Veía poco pero escuchaba fuerte y era la voz de ella.” (29). Gradualmente se le presenta la escena, pero no logra ver bien todo. Recién cuando lo intenta una segunda vez descubre lo que pasó. Dice: “Fue como si volviera a una noche vieja. Una noche que se había ido gastando y ya no existía…También el chico daba la impresión de haberse ido gastando. Parecía drogado. El hombre lo empujó…Ian se cayó…se golpeó la cabeza al caer, sangraba. Ese hombre era su padre” (38). El hombre mete el cuerpo de su hijo en una bolsa y se lo lleva a un descampado. Ella veía un montón de basura y hasta sentía su olor. Comprende que el padre se está deshaciendo del cuerpo de su hijo en un basural. Se lo dice a la madre.
Cometierra descubre el crimen mediante una revelación directa. A diferencia del detective, que sigue pistas para encontrar, valiéndose de su lógica, el error y el acto fallido, que le permite llegar al criminal, Cometierra no depende de una información externa a ella, ni tiene que recurrir a la interpretación de datos y al análisis para encontrar posibles sospechosos: la verdad le llega directamente a través de una revelación. Puede ver lo que pasó, lo observa con sus ojos. Una fuerza superior le muestra la verdad. No actúa como una mujer policía. No quiere descubrir un crimen para aplicar la ley y castigar al culpable: es una salvadora, una sanadora, que busca aliviar el dolor del prójimo y hacer el bien. Se comporta como una madre redentora, y no como un padre vengador y punitivo. Es una presencia cristiana, su modelo es la virgen. En los casos que descubre el cadáver de alguien, algunas veces a causa de un accidente, como el adolescente al que mató el caballo, y otras, resultado de un crimen, como ocurrió con Ian, Cometierra trata, en lo inmediato, de ayudar a la madre, que sufre la pérdida. El dolor de una madre ante un hijo desaparecido no se calma hasta que no aparece su cadáver y puede hacer su duelo. Ella sabe que el duelo es doloroso, pero necesario. Ha sufrido la pérdida de su madre y la pérdida de su querida Seño Ana, su adorada maestra. Cometierra quiere ayudar a las mujeres. Son las que dan vida y cuidan de los niños. Cometierra se identifica con ellas, es su aliada.
Una de las mujeres que le vienen a pedir su ayuda es Marta, madre de su
antigua compañera de escuela, Florensia. Su hija desapareció y le trae tierra para que le diga qué pasó. Cometierra lo hace y tiene una visión terrible: ve a su compañera muerta, y su cadáver agusanado (55). Prefiere no decirle nada a la madre, le da pena. No quiere lastimarla, a pesar de que no tenía buenos recuerdos de esta mujer. Doña Marta no se había comportado bien con Cometierra en el
pasado. Ella y Florensia habían sido muy amigas. La madre impidió que la siguiera viendo, porque era morocha y pobre. Era una mujer racista. Se sentía superior a las demás, porque su hija era rubia. Dice Cometierra: “Se creía la más de todas porque en el barrio los únicos rubios eran el pelo de la Florensia y en el templo, de yeso, el Jesús bebé” (55). Marta pensaba que vivía en un barrio de “negros” y los
despreciaba. Cometierra siente que ella es uno de esos negros a los que la mujer rechazaba. En Argentina se asocia la pobreza con el color de la piel: el que nace en un barrio marginal o en una villa miseria es un “negro”. Se le da carácter étnico a la condición social, independientemente de la raza de la persona. La clase media se siente étnicamente superior al proletariado, los “cabecitas negras”. Es un
sentimiento racista arraigado que hiere y desmerece al pueblo. El epíteto
descalificativo, “negro”, aparece varias veces en la novela. Lo va a utilizar Ezequiel, su amante, cuando la encuentra en la calle, a la salida del corralón donde ella había ido a bailar. Es la que escena en que matan a Hernán, el amigo de su hermano. Hernán había sido su noviecito tiempo atrás. Llega la policía al lugar. El “cana” Ezequiel venía con ellos. Cuando la ve, le pregunta, contrariado, qué está haciendo ahí con esos “negros”. Dice Cometierra: “Todavía tengo tatuada, en mi cabeza, la cara de orto que puso cuando vio que yo estaba ahí. Nunca lo había escuchado llamarnos negros” (137). Ezequiel, de origen humilde, sentía que ya no pertenecía más a ese mundo. Tenía un trabajo estable e “importante”: era policía. A diferencia de él, los chicos trabajaban en lo que podían, y vivían con casi nada. Ezequiel ha refinado su gusto, si quiere cerveza bebe una marca especial, y cuando la invita a comer, pide carne y ensalada. Ella se ríe de que coma “lechugas”. El menú de
los jóvenes se reducía a salchichas, hamburguesas con papas fritas, y cerveza barata. Ezequiel se viste bien y tiene auto. Pero es un “rati”. Cometierra lo quiere, aunque en ciertos momentos desconfía de él. Cuando al final de la novela ella, su hermano y Miseria se van del lugar, no le dice con precisión adónde van a estar. Los chicos pobres, los “negros”, no quieren a la policía. Sienten que son sus enemigos. También utiliza el epíteto “negro” el Ale Skin. Es el jefe de una banda de cabezas rapadas. Son jóvenes agresivos, que viven en un barrio lindero al de ellos. Cada grupo parece defender su propio espacio. Después que el Ale Skin mata a su amigo Hernán, Cometierra, Walter y su pandilla se internan en su territorio. Dejan atrás el Corralón Panda, que parece ser el límite que divide las zonas en que domina cada grupo. Entran en un galpón de baile, donde saben que puede
encontrarse su enemigo. El salón está lleno de hombres que juegan a las cartas. Adentro delgalpón de baile los amigos comienzan a beber. Walter se atraganta con la cerveza, tiene una arcada y vomita, y escucha a sus espaldas la voz del Ale, que, si bien es de su misma condición social, dice, para provocarlos: “Mirá lo que hacen estos negros de mierda” (153). Es la injuria más hiriente que le puede hacer un
pobre a otro pobre, considerarlo más bajo que él. De inmediato sacan sus navajas y se traban en lucha. Es un momento culminante de la novela. En la pelea cuerpo a cuerpo con el Ale, Walter pierde su arma y su vida está en peligro. En ese momento aparece su padre. Cometierra le reconoce la mano armada. La había visto antes en un sueño. Nos cuenta: “Mi viejo escondió el cuchillo y se acercó adonde el Walter la estaba ligando. Cuerpeó al Ale Skin y lo obligó a parar los golpes y a retroceder… - Correte, viejo de mierda - dijo el Ale Skin. Y mi viejo, con la rapidez del que sabe
moverse entre las sombras, sacó el cuchillo y se lo enterró en la carne” (155-6). Su padre mata al Ale. Vida por vida, la ley del suburbio: el Ale mató a Hernán, ellos lo matan a él. Justicia por mano propia, en la tierra de nadie.
Son jóvenes apasionados e impulsivos. Se dejan llevar por sus emociones. Cometierra es una chica decidida y sentimental, vulnerable y sensible. Necesita que la comprendan, la protejan y la quieran. Ante las dificultades, se hace fuerte. Vive exponiéndose, es valiente. En un principio, había iniciado una relación de noviecitos con Hernán, un amigo de Walter, con quien jugaba a la Play. Hernán era joven e inseguro. No era la persona ideal para ella. Cometierra estaba en contacto
con fuerzas del más allá que nadie controlaba. La tierra le hablaba. Hernán se asustó y escapó del lugar. No lo vio en mucho tiempo. Después conoce a Ezequiel. Es un muchacho mayor que ella, seguro de sí mismo, policía, acostumbrado al peligro. Este viene a pedirle ayuda. Habían raptado a su prima, una joven
estudiante de enfermería. Teme que esté muerta. La Seccional del barrio no ha logrado encontrarla. Ezequiel la convence y ella va a tratar de descubrir lo qué pasó.
El proceso de enamoramiento con el “rati” Ezequiel es gradual y auténtico. Desde un comienzo se siente físicamente atraída por ese hombre. Dice: “Al arrimarme a él, sentí un perfume que me voló la cabeza. No supe si era el desodorante que usaba o algún producto para el pelo, pero me gustó tanto que sonreí” (71). Procede con cautela. Es seductora. Sabe que no le conviene entregarse fácilmente. Le va dando a Ezequiel señales, con picardía, de que le gusta. Lo hace desear. Cuando finalmente llega el momento del encuentro sexual, este es apoteósico, con pleno
goce. Logra ayudar a Ezequiel a encontrar a María, su sobrina. La habían raptado, y felizmente, gracias a Cometierra, pueden encontrarla viva.
Poco después se le presenta otro caso difícil: ha desaparecido una chica en el Delta. Lo llama a Ezequiel. Este la lleva a una isla del Tigre. Piensan que la chica se ahogó. Su marido, desesperado, le pide por favor que busquen el cuerpo. Quiere encontrar a su mujer, verla, aunque esté muerta. Su ausencia lo destruye interiormente. Necesita hacer el duelo correspondiente para poder continuar con su vida. El paisaje del Tigre es hermoso. Van en una lancha y llegan a la isla.
Todo es muy verde. La naturaleza sensual del lugar los inspira. Allí encuentran el cuerpo, cumplen con su misión, y descubren algo más: los dos se desean, se necesitan. Ezequiel alquila una cabaña y se entregan a la magia del amor. Es un encuentro sexual y erótico pleno. Cometierra lo cuenta con lujo de detalles. Explica su modo de vivirlo como mujer, describe su goce. Se quitan la ropa. Él atrae la cabeza de ella hacia su entrepierna, para que le succione el pene. Dice la narradora: “Sacó su pija por encima del boxer y me la acercó en la boca. Me dejé llevar a un beso tan suave como si lo que besaba fuera una lengua…Podía apretarla con los labios mientras la pija jugaba en mi boca…” (111). Luego sigue la descripción de la penetración vaginal: “…sacó su pija de mi boca y sus manos buscaron mi cadera…Yo me tendí y abrí las piernas. Ezequiel besó mis tetas…bajó una de las manos hasta mi concha... Me fui mojando… Quería verlo cuando
entrara…” (111).
Todos los encuentros sexuales con Ezequiel son intensos. Lo llama poco después de resolver el caso del Dipy, el chico cartonero al que había matado el caballo por accidente. Lo que había pasado la hacía sentir muy mal. Estaba angustiada. Sabía que ver a Ezequiel iba a calmarla. Se acuestan juntos. Ella le succiona el pene. Esta vez él decide penetrarla por el ano y ella consiente. Dice Cometierra: “…me dobló contra el sillón…su mano tocó lo que su pija iba a
penetrar…Costó un poco cuando empezó a meterse, un momento mínimo de dolor, pero después Ezequiel se estaba moviendo en mí y me enloquecía” (126-7).
Cometierra narra, describe lo que ve, dice lo que piensa, nos confiesa sus
intenciones, nos hace cómplices de su aventura. Nos mantiene interesados y motivados. Se siente en control de su vida y de su destino. Es una joven heroína. Hace que confiemos en ella. Sabe intrigarnos. Nos introduce en su mundo erótico y sentimental. Tiene siempre en cuenta al otro. Se abre a los demás. Es parte de su don como mujer. Puede compartir. Abraza a su entorno, para acercarlo e
incorporarlo.
Lucha para sobrevivir. La sociedad en torno suyo se vuelve cada vez más amenazante. A su alrededor crecen los obstáculos y las dificultades. Necesita más seguridad y protección. Es muy joven. Ella y su hermano son simples chicos de barrio. Han abandonado la escuela. Su futuro es incierto.
Sin quererlo, ha encontrado un “oficio” para ella por el momento. Es vidente. Los demás le reconocen su poder y le pagan para recibir su ayuda. No se siente del todo bien con su don, muchas veces duda y en una ocasión va a visitar a otra vidente para consultarla. Es una mujer mayor que ella, la Mae, una sacerdotisa umbanda, que la aconseja y le enseña. Paralelamente a lo que le sucede en sus peripecias como vidente, Cometierra relata sus aventuras con su hermano Walter y sus amigos. La novela presenta varios personajes secundarios muy bien
desarrollados. Su hermano, su mejor confidente, trabaja de mecánico y tiene muchos amigos. Los comparte con ella. Van al baile y allí los chicos muy pronto encuentran compañía. Regresan a la casa de ellos todos juntos, los chicos y sus chicas. Walter conoce a una jovencita excepcional, Miseria, que se transforma en su novia. Es muy joven, adolescente. Delgada, habla constantemente. Tiene un aspecto varonil y llama la atención a todos. Cometierra la describe: “Sus brazos y piernas nunca estaban quietos, como sus labios, que hablaban con la magia de arrastrar hacia ellos todos los ojos. Su cuerpo tenía la carne justa, como un artefacto pequeño, pero con la fuerza de las cosas nuevas. Yo le calculaba unos trece, pero todavía no me decidía si era un chabón o una pibita…” (140).
Miseria es una chica decidida y autónoma como Cometierra, no tiene miedo. Entre ellas nace una simpatía mutua. Las dos abandonaron la escuela a una edad temprana y se enfrentan a un porvenir amenazante e incierto. La sociedad burguesa, la sociedad “bien”, las menosprecia. Las estigmatiza calificándolas como “negras”. Son las chicas de los arrabales pobres y violentos de ese Gran Buenos Aires, que se extiende entre calles de tierra y sanjones de aguas servidas. Ese
desprecio de los que más tienen las acompaña. Su existencia desvalida interpela a esa sociedad de clases, en la Argentina contemporánea, que las margina.
En la última parte de la novela, después de la muerte del Ale Skin, Cometierra y su hermano deciden dejar la casa e ir a un sitio nuevo, sin determinar, al azar. Quieren salir de ese lugar, buscar un nuevo comienzo, una nueva vida, con otras expectativas. Miseria pide ir con ellos. En un principio, Walter se opone, es muy chica, pero ella insiste y lo convence. Cometierra se despide de Ezequiel y le asegura que van a volver a encontrarse, aunque no sabe cuándo ni cómo. Los tres
parten a lo desconocido, a una nueva aventura, en un final abierto.
Cometierra es una novela en que Dolores Reyes pone en primer plano los traumas que los feminicidios y las desapariciones de mujeres producen en la vida de las familias que los sufren. La trama del libro se desarrolla a partir del asesinato de la madre del personaje principal. La ausencia de una persona en esas
circunstancias crea un vacío doloroso, y lleva a los demás a un duelo prolongado. Es un proceso muy penoso y destructivo.
Para los argentinos, el problema de la desaparición forzada de personas es una cuestión traumática muy viva en su memoria histórica. Durante la década del setenta, la dictadura militar realizó secuestros y llevó a cabo asesinatos masivos. Esto generó en la población un trauma social nunca resuelto adecuadamente, en la medida que los Oficiales que cometieron el genocidio jamás reconocieron sus crímenes ni identificaron a cada una de sus víctimas (Gentile 16-31). Los deudos
y familiares de las personas asesinadas, en la mayoría de los casos, no han podido hacer su duelo ante los cuerpos y los fantasmas de los muertos, que asolan la memoria colectiva de nuestra sociedad (Freud 241-255). Reyes destaca el efecto sicológico que la desaparición de un ser querido tiene sobre una persona. Cometierra observa a la madre de Ian, desesperada, que lo busca, y dice: “Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca, cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve” (28). La imposibilidad de saber la verdad y hacer el duelo la tortura, la destruye interiormente. El trauma le impide procesar sus emociones y continuar con su vida.
La novela busca darnos un mensaje ético. Dolores Reyes es una mujer que creció en el suburbio pobre, una maestra de escuela primaria, madre de muchos hijos. Vuelca sus experiencias vitales en su obra. Cometierra nos habla de lo que implica ser joven en los barrios precarizados e inseguros. Su personaje principal, una mujer inteligente, “adivina” y vidente, ayuda a su comunidad a resolver esos crímenes endémicos, que son una cicatriz profunda en la sociedad contemporánea.
Los feminicidios y la violencia contra los jóvenes atentan contra el derecho a la vida (Benito Mesa 4-5).
Cometierra es una novela proletaria, que denuncia la indefensión de la población en una sociedad sin justicia social, a la que se le cuestiona los derechos más básicos (Rosenberg 335-7).
Esta obra interpela a la nueva sociedad burguesa, represiva, competitiva, racista, de la Argentina de hoy. Forma parte de una literatura urbana dirigida a un público joven. Está escrita desde su perspectiva, atendiendo a su problemática y a sus necesidades sociales y emocionales. En las circunstancias que plantea la novela, son las mujeres: la maestra, las madres, y las chicas jóvenes como Cometierra, activas y valientes, luchadoras, las que ayudan al grupo a sobrevivir. Todas ellas
resultan providenciales, necesarias. El planteo de Dolores Reyes no es ideológico. Los jóvenes luchan por defender derechos indispensables, como la libertad, la vida, la seguridad, en una sociedad distorsionada, que les escamotea el estudio y el trabajo. Su planteo es político, hecho desde la perspectiva de los que nada tienen. Describe un mundo carenciado. Su escritura refleja las necesidades de esos piquetes de familias enteras, padres, madres, hijos numerosos, que llegaban al centro de Buenos Aires desde los suburbios proletarios para manifestarse. Familias a los que el sistema económico cruento del capitalismo salvaje les negaba un lugar y un destino. Pedían alimento, vivienda, salud, educación. Querían ofrecer a sus hijos un futuro digno.
Al final de la novela Cometierra, sus personajes transitan por un nuevo camino. Es un espacio en el que tendrán que enfrentarse con desafíos. Van en busca de un destino mejor. No los impulsa el odio, o el resentimiento. Los guía la esperanza.
Dolores Reyes, la maestra de grado, la mujer del pueblo, la madre proletaria de siete hijos, le demuestra al lector que se puede escribir desde abajo y desde adentro. Desde la carencia y desde el dolor. Es la lucha por el otro la que la dignifica. Revaloriza el papel de la mujer como heroína popular. Nos cuenta una historia de salvación y redención social. Una historia materna, generosa y compasiva.
Bibliografía citada
Benito Mesa, Iris. “Brujas y videntes contra los feminicidios: autoría y discurso político en Dolores Reyes”. En Working Paper Series. Puentes Interdisciplinarios 2024/01. Bonn: Centro Interdisciplinarios de Estudios Latinoamericanos. Universidad de Bonn. Web.
Cabral, Rocío. “Susurros subterráneos: necropolítica y espectrología en Cometierra, de Dolores Reyes”. Saga. Revista de Letras No. 16 (Segundo Semestre, 2022): 76-100.
Freud, Sigmund. “Duelo y melancolía”. Obras Completas Vol. XIV. Traducción de José Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1979: 235-255.
Gentile, María Beatriz. “Los “efectos” del terror: Argentina 1976-2003”. Tesis Psicológica Vol. 8, No. 1 (Enero-Junio 2013): 16-31.
Reyes, Dolores. Cometierra. Buenos Aires: Editorial Sigilo, 2019.
---. Miseria. Buenos Aires: Alfaguara, 2023.
Rosenberg, Fernando. “Más allá de la familia patriarcal: Vulnerabilidad, interdependencia, y alianzas feministas en Cometierra de Dolores Reyes y Por qué volvías cada verano, de Belén López Peiró”. MLN 137 (2) (March 2022): 326-340.
Ventura, Laura. “Cometierra: una heroína al encuentro de murmullos en la guerra contra las mujeres”. Nuevas Poligrafías. Revista de Teoría Literaria y Literatura Comparada No. 9 (Febrero - Julio 2024): 127-145.
Venturini, Ximena. “Entre ni una menos y la resistencia a la violencia machista: Cometierra de Dolores Reyes”. Salud Flores Borjabad, I. Respaldiza Salas, R. Grana, Coords., Nuevas investigaciones y perspectivas sobre literatura, cultura y pensamiento. Dykinson, S. L., 2023: 271-282.
Zinni, Mariana. “Encontrarás a tus muertos. Entrevista con Dolores Reyes”. Viceversa Magazine 2 (6) 2020: 1-7.
Publicado en Revista Renacentista, Enero 2025.
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