de Alberto Julián Pérez
La novela Ladrilleros, de Selva Almada (Villa Elisa, Entre Ríos, 1973), aparece en 2013, un año después de su primera y celebrada novela El viento que arrasa. En Ladrilleros, Almada continúa explorando el mundo trágico del interior profundo de la Argentina. Si bien ella nace en un pequeño pueblo de la provincia de Entre Ríos, un área rural próspera de la República Argentina, en una familia de clase media, elige como espacio ritual para celebrar su tragedia una de las zonas más pobres del Litoral, la provincia del Chaco. Sitúa la trama en un pueblo de esa provincia, cuyo nombre no da, en un área algodonera. El clima del lugar es caluroso y opresivo.
Tal como en su novela anterior, la autora elige como héroes a trabajadores pobres. Con habilidad de cronista (Almada en un primer momento de su vida estudió periodismo, para luego volcarse a la literatura), describe a seres de un sector social considerado bajo. Indaga en la sicología pueblerina con sinceridad y empatía. Sus protagonistas forman parte de dos familias vecinas de ladrilleros, que viven en el barrio “La Cruceña”, una zona a las afueras del poblado, donde tienen sus hornos, junto a sus viviendas (Muñoz Sánchez 54-61).
Almada posee un don especial para ponerse en el lugar del “otro” y acercarse a aquellos que son parte del pueblo sin voz, del pueblo anónimo. Logra darle carnadura a individuos de ese interior ignorado y poco apreciado por las elites cultas de las grandes capitales. Como novelista “cronista” procura mostrar la dinámica e interacción social de la vida en la campaña. Sus habitantes forman parte de un colectivo, de una trama social que interactúa constantemente. Mantienen entre sí una estrecha dependencia emocional. En esa interacción
1nacen los amores y surgen los conflictos entre los personajes. Su novela termina siendo un fresco social de un pueblo imaginario simbólico del interior profundo de la Argentina. Es un área que ha sido muy poco explorada por una narrativa nacional aún insegura de su identidad cultural.
Almada eleva a sus héroes proletarios al nivel de héroes trágicos. Se distancia del costumbrismo, que inclina sus historias hacia la comedia y observa con humor y sarcasmo el estilo de vida de la campaña (Sarlo 201-6). Ella dignifica a los habitantes de origen humilde de un pueblo olvidado.
Almada prepara a sus héroes para el máximo sacrificio. Su tragedia termina con un baño de sangre. El destino de sus personajes inspira en el lector, que hace su catársis, horror y compasión (Ferrante 104-6).
La narradora cuenta la vida de dos familias de ladrilleros que tienen muchas cosas en común. Viven una junta a la otra. La autora comienza la historia en el momento en que se concreta el enfrentamiento final y se aproxima la muerte de dos de los miembros principales de las familias, Marciano y Pajarito. Estos dos yacen malheridos en el piso barroso del parque de diversiones donde tuvo lugar el duelo.
Almada se introduce en la imaginación y la memoria de los personajes moribundos. Sus historias van más allá de lo individual. Forman parte de un colectivo social, en el que se insertan las dos familias: sus amistades, sus hijos, sus padres. Cuenta sus vidas retrocediendo en el tiempo al momento en que se fundan las dos familias. Los dos jóvenes que mueren tienen más de veinte años. En sus viñetas, que no siguen un orden sucesivo, pero que van formando un cuadro familiar amplio, la narradora nos da a conocer la sicología y los conflictos personales de sus personajes en forma clara y detallada.
Además del conflicto y la lucha entre las familias, tienen un lugar central en la trama las relaciones sentimentales. La historia está contada desde la perspectiva de las atracciones y
los deseos, los amores y su contrapartida, los odios, entre los personajes. Los vínculos personales no son permanentes y las relaciones se transforman a lo largo de la obra: los dos jóvenes que se enfrentan al final, en su niñez eran amigos íntimos, y compartían sus juegos y el banco de su escuela. Las pasiones arrastran a los individuos y se llevan las certezas. El mundo rural de Almada es un infierno de pasiones (Waldegaray 23-6).
La historia comienza con el encuentro amoroso de los padres de Marciano y de Pajarito. La narradora cuenta la vida de Celina y Tamai, y la de Estela y Miranda. Va construyendo una genealogía a sus héroes. Sí trágica será la muerte de los hijos al final de la novela, también resulta trágica y difícil la vida de sus padres. Miranda muere asesinado y Tamai se va de su casa, abandonando a su mujer y a sus hijos. La enemistad entre Marciano y Pajarito había comenzado por el odio entre sus padres. Son los herederos de dos familias en lucha.
En la relación entre los hombres se suceden los enfrentamientos y las peleas a golpes de puño. Los jóvenes se van formando para aprender a luchar y hacerse hábiles y duros. Son casi parte de un “clan militar”. Tienen constantemente que mostrar su coraje. Los hijos son los jefes de sus bandas y grupos de amigos. Sus padres, a su vez, se enfrentaban regularmente en duras peleas a puñetazos, que se transformaban en espectáculo para los vecinos. El culto de la hombría es de rigor. El conflicto final de la novela será provocado justamente por una infracción a ese código masculino: Pajarito Tamai se enamora del hermano homosexual de Marciano Miranda y mantiene una relación sentimental con él. Ese episodio destruye todo el supuesto sobre el que se sostenía el enfrentamiento. Es un amor entre familias enemigas que viola un tabú y ataca la hombría.
Marciano no comprende ni acepta la homosexualidad de su hermano Ángel. El mundo rural proletario no tiene la actitud relativamente tolerante hacia la homosexualidad que conocemos en las ciudades. El mismo Pajarito, atraído por Ángel, seguramente tampoco reconocía la homosexualidad propia. En el ambiente rural el responsable de la homosexualidad
es el “puto”, no ven como homosexuales a los hombres que se acuestan con ellos. No toleran la ambigüedad en la conducta sexual: el hombre es hombre, y la mujer es mujer. La naturaleza que ellos conocen no hace concesiones. Y los tabúes no deben ser violados, porque vacila la fundación ancestral de la vida en comunidad en la campaña. Es una sociedad frágil, cualquier infracción al orden en el que viven es para ellos una amenaza.
En esta sociedad es fundamental el papel de la mujer. Sin su participación, la vida no sería posible. Crean el equilibrio necesario para que el tejido social se sostenga. Gracias a ellas, los conflictos y la violencia no destruyen a las familias. Son las responsables de sacarlas adelante. Su paciencia y tolerancia es ejemplar. Cuando matan al marido de Estela, ella se hace cargo de la ladrillera. Cuando Tamai se va de su casa, Celina continua el negocio y cría a sus hijos pequeños.
Las mujeres procuran mantener la “moral” y la ética masculina en las familias: encubren las faltas de sus esposos, y trabajan a escondidas para que estos no se priven de sus “vicios”. Ambos son jugadores y se emborrachan. Cada noche, después del duro trabajo en la ladrillera, van al bar a encontrarse con sus amigos. Allí beben, juegan, pelean. Es el rito que parece constituir la base y la formación de la hombría. El orden familiar, el lugar del hombre y de la mujer dentro de la familia, es la base de la sociedad rural. Los individuos no deben alterarlo. Si alguien contraviene ese orden, la sociedad reacciona y lo excluye. Resulta amenazante para el conjunto. Cualquier infracción debe ser seriamente castigada.
Las mujeres se hacen cargo de la casa. Son inteligentes y emprendedoras. Son madres de muchos hijos. Como contrapartida de sus esposos, que desprecian su seguridad personal, estas aman la vida y se sienten responsables de su continuación. Estela, la esposa de Miranda, había sido reina de belleza del pueblo y todos la celebraban como a una mujer hermosa. Celina, la mujer de Tamai, era una joven adolescente atractiva, hija de un catalán propietario de una fonda. Eligió para casarse a un obrero golondrina que, desde la perspectiva de su padre, era un “ cosechero patasucia” (Ladrilleros 43).
Estela y Celina se dejan llevar por sus propios deseos. Lo más importante para ellas es el amor y la atracción erótica. Todas las dificultades que pasan tienen su compensación en los encuentros sexuales. Almada los muestra como momentos plenos, de goce intenso. Los personajes llegan al orgasmo y se sienten satisfechos. Dice la narradora: “Él la puso boca abajo y empezó a lamerle las nalgas, derivando por sus curvas hasta llegar con la lengua ahí abajo. Después lo sintió treparse sobre ella, pasar las manos por debajo de su torso y agarrarle las tetas. A los dos les gustaba coger así. Él montándola, mordiéndole la nuca, agarrado a sus pechos, como a la brida de un caballo. Ella corcoveando, levantando y bajando las ancas para que el miembro de su hombre se enterrara hasta el tronco, mordiendo la almohada para no gritar” (78-9).
La vida de las dos familias gira alrededor del trabajo y la crianza de los hijos. Trabajan intensamente. Almada describe el trabajo incesante y duro en la ladrillera. Tienen que mezclar agua y tierra durante horas, formar el barro del que hacen los ladrillos, para luego hornearlos. El clima es caluroso y opresivo.
El mundo de las mujeres casadas se reduce a la casa y a la relación con sus vecinas. Las familias de Tamai y de Miranda no se tratan. Las mujeres continúan a su modo, en forma pasiva, la enemistad de sus maridos. Aceptan su voluntad y se resignan.
Miranda y Tamai son hombres hechos cuando comienza la historia. Son diferentes entre sí. Miranda nació en el pueblo, su abuelo tenía cinco ladrilleras, que su padre heredó. La familia perdió todo progresivamente. Su mal era el juego. Miranda hereda ese vicio. Es jugador. Cría además perros de carrera. Tamai es un foráneo de ascendencia indígena, un peón golondrina. Al enamorarse de Celina se asienta en el lugar. Las decisiones económicas las toma su mujer, que es la que consigue la ladrillera. Tamai carece de educación, pero logra aprender el oficio. Es un individuo hostil y duro. El conflicto inicial entre él y Miranda surge como un enfrentamiento sin importancia en el bar del pueblo, donde iban por las noches, pero se agrava cuando Tamai le roba a Miranda un cachorro de galgo que este entrenaba. Miranda trata de que le devuelva el perro, y aún de comprárselo, pero Tamai no acepta. Quiere agraviar a Miranda (65-8).
Tamai es dulce y caballero con su mujer, pero trata con crueldad a su hijo, Pajarito, a quien castiga y golpea sin razón. Miranda, por su parte, es un buen padre, tiene mejores sentimientos que el otro, y trata con afecto e interés a su hijo Marciano. La confrontación entre Tamai y Miranda se materializa cuando Tamai encuentra al cachorro envenenado, va a buscar a Miranda, lo desafía y los dos se enfrentan en una pelea brutal a puñetazos, mientras todos los miran sin poder intervenir.
El mundo psicológico de Marciano y Pajarito lo conocemos mejor que el de sus padres, porque seguimos el progreso de los personajes desde su nacimiento hasta su muerte, en el duelo final. La autora nos presenta su biografía desde que eran niños. Muestra su relación con los otros chicos del barrio: forman una banda, y se pasan todo el día jugando y compitiendo entre ellos fuera de sus casas. Ahí Marciano y Pajarito se hacen, en un principio, amigos inseparables. A sus padres no les gusta esa amistad. A los siete años la maestra de la escuela decide sentarlos en bancos diferentes, y eso lleva a que hagan alianza con otros niños y se enemisten entre ellos. Esa enemistad continúa fuera de la escuela, donde cada uno forma una banda separada del otro, y la encabeza. Las bandas terminan enfrentadas, y los hijos se trenzan a golpes de puño, como lo habían hecho sus padres. Esta herencia trágica va preparando el clima del final.
La narradora presenta en forma alternada distintos episodios de la vida de las familias y escenas dramáticas de los momentos de conflicto intenso entre ellos. Esta alternancia, unida a la narración selectiva de escenas significativas del pasado de los personajes, da a la historia dinamismo y vivacidad. Son particularmente significativas las escenas en que los personajes moribundos recuerdan momentos claves de sus vidas, y sus delirios, en los que la autora introduce a los “fantasmas” familiares como personajes. Se les aparecen los padres ausentes para acompañarlos en la transición hacia la muerte. Es un encuentro con el “más allá”. El padre de Marciano es protector y generoso con él, y trata de darle fuerza al verlo moribundo; el de Pajarito es burlón y despectivo, tal como lo había sido cuando vivía con ellos.
Los jóvenes continúan la vida de sus padres y son herederos de su lucha. En el momento trágico de la muerte, los dos cumplen con ellos, asumen su destino de héroes, sellando su existencia en forma ejemplar. Son dignos representantes de la fuerza de su clan.
La vida social y afectiva de las mujeres es paralela y separada a la de los hombres. Cada uno en su propio espacio. Hombres y mujeres no se encuentran, excepto en la relación sexual. Los hombres van al bar, los niños a jugar al baldío con los otros chicos, y las mujeres están en la casa y se reúnen con las otras mujeres. En su narración de la vida de los personajes la autora nos va descubriendo distintas características de la personalidad de estas mujeres de pueblo: es allí donde apreciamos la sutileza sicológica de Selva Almada, que vuelca su conocimiento del mundo femenino en los finos trazos de sus personajes.
Las mujeres de Almada, tanto Estela como Celina, son inteligentes, se adaptan a las circunstancias, están hechas para sobrevivir. Representan el fuego de la especie. Son luchadoras, se esfuerzan. Son buenas madres. No son pasivas, y aman el sexo. Respetan la familia. Representan el orden, y hasta cierto punto la ley. Los hombres son unos “tarambanas”, pero las mujeres tienen la cabeza bien puesta. Ellas toman las decisiones y, si bien sus maridos exhiben mucha hombría, las que dominan son las mujeres. Los hijos las respetan y las admiran. No importa que los hombres se enfrenten, peleen y se maten. No importa que sean disolutos, apuesten y pierdan su dinero o se vayan de casa. Con esas mujeres la sobrevivencia de la familia, del clan, está garantizada.
Los hombres jóvenes del pueblo son agresivos y violentos. Son individuos fuertes, vitales, que se entregan a sus pasiones. Los instintos naturales dominan. La policía no controla bien a la población, ni la protege adecuadamente. No descubre ninguno de los crímenes, ni tampoco el robo del banco. La ley del estado parece lejana y poco efectiva.
Los habitantes del lugar imponen su propio orden. Es una sociedad ancestral, en que los individuos parecen realizarse dando rienda suelta a sus pasiones. La lucha, la pelea, les resulta placentera. A las mujeres les gusta convivir con hombres agresivos. Son tal para cual. No les resulta difícil encontrarse en el sexo. Salen todos siempre satisfechos.
Si el mundo social que describe Almada en la novela resulta verosímil desde la perspectiva de una sociedad rural, la conducta sexual de sus personajes es más propia del comportamiento sofisticado erótico de la pequeña burguesía de las ciudades, que de una comunidad pueblerina pobre. Es una concesión que hace Almada a la novela sentimental. Estos personajes son desinhibidos, gozan en grande y jamás les falta ganas de encontrarse en la cama y llegar al orgasmo pleno, lo que logran con facilidad. Describe la narradora: “El marido le lamió la oreja y le desprendió el vestido, abotonado por delante. Le acarició las tetas con una mano y bajó con la otra hasta la juntura de las piernas, hasta el tajo que se abrió, húmedo y tibio. Tamai la levantó y se sentó en el borde la cama, le arrancó el vestido, y mientras movía los dedos en el interior de la concha, le hizo inclinar la espalda para tironearle los pezones con una mano, primero uno, después el otro, como si la estuviese ordeñando. Y bajó con la lengua tiesa por la canaleta del culo. Cuando Celina empezó a temblar, la agarró por las caderas y la sentó de golpe sobre la verga dura. Ahora sí, con las dos manos disponibles, le amasó las tetas, se las juntó por delante, los pezones frotándose, y después se las tiró para atrás y metió la cara debajo de sus sobacos para alcanzarlas con la lengua. Celina, por su parte, pegaba saltos cortitos, acompañando los movimientos del coito. Una vez que terminaron, ella buscó una toalla de mano y se limpió la entrepierna. Después se sentó al lado de Tamai y le pasó la misma toalla para sacarle la guasca adherida a la pelambre. Él le acarició el cabello y entrecerró los ojos, dispuesto a hundirse en el descanso del guerrero” (144-5).
La autora trata con mucho cuidado el mundo psicológico de todos los personajes, pero su capacidad de análisis se adensa al considerar el mundo sentimental e íntimo de las mujeres. Ahí la novelista muestra su capacidad de observación y su autoconocimiento. Presenta la evolución psicológica de Estela y de Celina. Estela fue abandonada por su madre y la cría una madrina, una señora anciana brasileña, que la trata con mucho cariño. Tiene la fortuna de ser hermosa y eso le abre las puertas a un futuro promisorio: es reina de belleza y la pretenden hombres ricos. Pero, llegado el momento, Estela no se deja guiar por sus intereses materiales. Elige el amor, la pasión, y, finalmente, el buen sexo. Todo lo sacrifica por seguir sus impulsos sexuales. Se deja arrastrar por el deseo. Ama el sexo. Igual procede Celina: su padre, un inmigrante catalán dueño de una fonda, tiene tres hijas. Domina a las dos mayores, pero con Celina no puede. Trabaja con él en el bar y ve como noche a noche su padre, un hombre duro, saca del bar por la fuerza a los borrachos. No les tiene miedo. Ella se enamora del hombre más viril y orgulloso, un medio indio que tenía algo especial: lo atraía su arrogancia, su sentimiento de superioridad. Era peleador, y no se dejaba llevar por delante. Elige a ese hombre y su primer encuentro sexual pasional con ese hombre es un preámbulo de la relación de goce intenso que va a mantener con él (25-6). No le importan las dificultades económicas. No se habla con su padre, y no teme pasar necesidades. Ella les encuentra solución a los problemas: se entera que un ladrillero del pueblo dejaba su negocio porque se iba a trabajar al sur, y habla con él para que les deje el negocio a ella y a su marido. Hasta ese momento vivían en la miseria. Ella lo obliga a Tamai a aprender el oficio.
Ambas mujeres son amorosas y dulces con sus hijos, que las adoran. Estela, que fue abandonada de niña, tiende a ser sobreprotectora. Con Marciano, el mayor, su marido no se lo permite y se lo saca de las manos, lo lleva a jugar al potrero con los otros niños, para que “no sea pollerudo” y se haga hombre (158). Con Ángel, seis años menor, sin embargo, es distinta: lo sobreprotege, lo mima. Su hermano Marciano cree que lo arruina con su cuidado y es por eso que Ángel se hace “puto” (233).
Celina ama a sus hijos y es madre prolífica: tiene seis niños. Pero su debilidad es el mayor, “Pajarito”. Así lo llama por lo movedizo. Es un chico vivaz. Celina “se enamora” de su hijo, lo ve como a alguien extraordinario y, cuando nace este, su interés por su marido disminuye. Su pasión se atenúa. Tamai lo siente, y esto hace que trate a su hijo con dureza. Tamai es un resentido, y no perdona. Es un hombre que ha crecido aparentemente desprotegido y en condiciones brutales. Necesita demostrar su poder y golpear a los demás siempre que puede. Lo hace también con su hijo, aunque es un niño. Pajarito se defiende de su crueldad y, una parte de él, lo odia. También le teme, sus castigos son constantes y duros. Este sentimiento de odio hacia su padre conoce su contrapartida en su amor excesivo hacia su madre. Se considera muy “macho”, tiene fuerza y liderazgo, pero a su modo es un chico “edipado”. Sin embargo, no lo acepta ni lo reconoce. Busca pelear cada vez que tiene la oportunidad. Necesita probar a los demás y probarse a sí mismo que es hombre. Todo cambia el día que se encuentra con Ángel en el salón de baile. Algo despierta en él, que no puede controlar.
Cuando su padre abandona a su madre, Pajarito tiene solo doce años. Como hijo mayor es el responsable, junto a su madre, de sacar a la familia adelante. Se pone a trabajar en la ladrillera. No estudia más. Su madre lo trata como al “hombrecito”, él siente que ocupa el lugar vacante de su padre y eso le gusta. Es un privilegio, a pesar de las dificultades económicas, que la madre logra superar. Cuando llega a los dieciocho años no se pierde una fiesta ni una noche de baile. Pero allí yace el peligro: el deseo. Padres e hijos, son todos iguales. El sexo es más fuerte que ellos. El dinero, el interés material, no los somete, pero el amor los pone de rodillas.
Marciano ansía mostrar a su hermano cómo hacerse hombre. Sabe que es “puto”, pero cree que es un accidente y él le puede enseñar a disfrutar del sexo y las mujeres. La rivalidad fatal entre Marciano y Pajarito lleva a este último, paradójicamente, a su encuentro con Ángel. Pajarito quiere usarlo para sacarle información sobre Marciano, que se está acostando con una gringuita, la hija de un “evangelio”, como llaman ellos a los evangelistas, los protestantes, del pueblo. Planea “robarle” la novia para agraviarlo. Pero su encuentro con Ángel es fatal: poco sabía de la pasión entre hombres. Ángel, por su lado, muestra una capacidad de seducción suprema. Le resulta irresistible. Los dos terminan teniendo sexo en el baño del salón de baile (217-8).
Pajarito no escapa con éxito de la situación. Conflictuado, se mantiene alejado durante un mes de las fiestas, trata de no salir. Pero al final una noche vuelve al baile, y allí Ángel continúa implacable su tarea de seducción. Pajarito pensaba mostrarle a Ángel cuando lo viera que todo lo ocurrido había sido un accidente, y “eso” no iba a volver a pasar. Lo encuentra y no logra decirle nada: hace todo lo contrario de lo que pensaba. Los dos salen en su moto y van a un hotel de la carretera a hacer el amor. Luego de eso la relación se hace regular: uno siente que están enamorados. Pajarito viola el tabú sexual de la comunidad. Su relación con Ángel es un ataque contra la masculinidad, la hombría.
La gente del pueblo donde viven no acepta la homosexualidad. La niega. En el mundo rural los “putos” son “anormales”. Los muchachos se los pueden “coger”, sin dejar de sentirse hombres. Pero no deben enamorarse de ellos, ni mucho menos mantener una relación sentimental duradera. El conflicto nodal está planteado. La autora se acerca al desenlace. El final es inminente. Solo puede terminar en el sacrificio y el baño de sangre. Ese baño de sangre es necesario para purgar el “crimen” y restablecer la ley de la campaña.
El mundo campesino es intolerante, no acepta el cambio, ni es capaz de elaborar los tabúes. La mentalidad que describe la autora necesita afirmarse en sí misma. No admite la
“evolución”, ni puede comprender. La tragedia presenta un hecho fatal e irreversible. La única solución es la muerte. El mal se corrige destruyéndolo.
La autora describe una comunidad rural del interior, del litoral “profundo”, llena de pasiones y de limitaciones, trascendente a su modo. Digna de un retrato heroico. Debe ser respetada y entendida en su “ley”. Tratarla con el espíritu crítico de la cultura urbana, exigirle evolución, sería ignorar su sicología y su realidad. Responde a un orden ancestral, rígido, que pretende controlar a la naturaleza. Contravenir ese orden, desafiarlo, llevarlo al límite, provoca el desastre, la muerte.
El deber ser social triunfa en un espectáculo que la autora describe como hermoso. La muerte trágica es una muerte bella e inútil. En su comentario final, el policía que va a buscar los cuerpos al parque de diversiones, donde paradójicamente yacen, resume ese sentimiento: “qué desperdicio”, dice (254).
La muerte trágica, efectivamente, es un exceso, un desperdicio. No respeta el espíritu progresista pequeño burgués, que todo quiere arreglarlo y enmendarlo. La tragedia no acepta la evolución: representa a otro tipo de sociedad. Una sociedad cerrada. Esta sociedad pueblerina necesita el ciclo ritual y la consumación de ese ritual para afirmarse. Su idea del tiempo es distinta a la del mundo urbano. El ritual concluye en un baño de sangre. Marciano y Pajarito aceptan su sacrificio. Consuman su destino. Es el precio que pagan los héroes. Purgado el “crimen”, que ha roto el equilibrio, restablecido el “orden”, todo vuelve a la “normalidad” en el pueblo. La vida sigue su curso, bella, amenazante y peligrosa como siempre.
Bibliografía citada
Almada, Selva. Ladrilleros. Buenos Aires: Penguin Random House, 2022. Primera edición 2013. ---. El viento que arrasa. Buenos Aires: Random House, 2021. Primera edición 2012.
Ferrante, Bettina. “Violencia y memoria en dos instancias de representación del mundo del Trabajo: Los dueños de la tierra y En la semana trágica de David Viñas y Ladrilleros de Selva Almada”. El taco en la brea No. 8 (diciembre-mayo 2022): 98-108.
Muñoz Sánchez, Juan Ramón. “Entre el realismo y lo fantástico: Una aproximación a la narrativa de Selva Almada, María Gainza, Samanta Schewelin y Mariana Enríquez. Parte I”. Artifara 22.1 (2022): 51-91.
Sarlo, Beatriz. “Fin del mundo”. Ficciones argentinas 33 ensayos. Buenos Aires: Mardulce, 2012: 201-206.
Waldegaray, Marta Inés. “Zona interior...la literatura de Selva Almada”. Claudia Hammerschmidt, editora. Escrituras locales en contextos globales 2 Estrategias de resistencia. Postdam: Inolas Publishers, 2018: 19-34.
Aparecido en Revista Renacentista, Abril 2023. Web.
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