Alberto Julián Pérez
La novela Eisejuaz, 1971, de la escritora argentina Sara Gallardo (1931-1988), cuenta, en
primera persona, sucesos de la vida del indio mataco Eisejuaz, o Lisandro Vega, su nombre
cristiano. Es singular que una escritora porteña haya logrado recrear la voz de un hombre indígena,
distante de su experiencia individual, tanto por su género como por su mundo socio-cultural.
Posesionarse de la voz de un otro, cuando ese otro no pertenece al mundo social del escritor, y
más aún cuando es radicalmente distinto y difícil de imaginar, como es el caso de un indio
mataco del monte salteño, para una escritora perteneciente a un grupo social de clase alta de
Buenos Aires, es un logro narrativo excepcional. Tiene la virtud de abrir la conciencia del
personaje hacia los lectores deseosos de saber de ese otro poco conocido. Aquellos escasos
escritores felices que han logrado representar con autenticidad este tipo de personajes en el
mundo de las letras, como José Hernández en su Martín Fierro, José María Arguedas en
Los ríos profundos y Juan Rulfo en muchos cuentos de El llano en llamas, tienen grabados sus
nombres con letras de oro en la historia de sus literaturas.
El lector latinoamericano, hospedado por lo general en centros urbanos, que simulan
escapar del subdesarrollo y del atraso y tratan de remedar la vida europea, siente, como afirma
el filósofo Rodolfo Kusch, que vive en un mundo “inauténtico” (Tomo I: 49-59). En ese mundo
se ignora lo más profundo del ser americano. Ese ser “bárbaro” americano, “primitivo”, al que le
tememos, nos seduce con su carga ancestral y opera en nosotros como un deseo inconsciente que
retorna con la fuerza de lo negado. Nos recuerda que vivimos en América, y que América es
una pregunta a la que todavía no hemos logrado darle respuesta satisfactoria, y que conforma, en
la vida intelectual de los distintos países que componen el continente, uno de los núcleos o
filosofemas más constantes de nuestro discurrir.
Para la escritora Sara Gallardo el estar fuera de sí y el ir hacia el otro, fue parte de su
experiencia vital. En sus otras novelas, Los galgos, los galgos (1968) y La rosa en el viento (1979),
también narran personajes hombres en primera persona; en la última, aparece un personaje indio
mapuche. Elena Vinelli, en el prólogo a la reciente reimpresión de Eisejuaz, caracteriza a
la autora como “nómada” y “errática” (Vinelli 5-9). Sara Gallardo vivía viajando, desplazándose
de Buenos Aires a Europa, a América Latina, a Medio Oriente, al norte de Argentina, y residiendo
en esos sitios por períodos prolongados, como corresponsal y columnista de diarios y revistas,
acompañada por su esposo, Pico Estrada, primero, y luego por el reconocido ensayista H. A.
Murena, su segundo esposo. Su experiencia en el norte argentino en 1968 tiene que haberla llevado
a meditar sobre el mundo de los matacos. Sara Gallardo ambienta la novela Eisejuaz en la selva
de Salta, cerca de Orán, donde reside un grupo de esa comunidad.
El núcleo de la obra es la relación de su personaje central con su Dios. Lisandro, o
Eisejuaz, habita en un mundo sagrado, y para él lo más importante en su vida es su vínculo con la
divinidad. Rodolfo Kusch había señalado que el habitante original de América vivía aún rodeado
del sentido de lo sagrado (Tomo III: 264-91). Su relación con los dioses condicionaba su mundo,
lo hacía habitable, y determinaba su relación con la tierra, con el suelo; le daba su identidad
ontológica, que caracterizaba como una forma del “estar”, más que del “ser”, que definía al
europeo (Tomo III: 353-71). En el mundo de la selva el indígena mataco habita en este “estar”,
asociado a la tierra, a las divinidades telúricas. Habla su propia lengua: el castellano es una
segunda lengua para él, que sólo utiliza con los que no son miembros de su comunidad. Puesto que
el que cuenta es un indio mataco, su narración contiene la cosmovisión de ese universo indígena,
tal como lo imagina su autora. Gallardo hace todo lo posible para que la narración sea creíble; le
inventa al indio una forma de hablar que supuestamente remeda la forma de hablar de los matacos.
Su recreación lingü.stica no es puramente gramatical, sino también ideológica.
En el capítulo primero, “El encuentro”, presenta al protagonista, quien explica en primera
persona: “Yo soy Eisejuaz, Este También, el comprado por el Señor, el del camino largo.
Cuando he viajado en ómnibus a la ciudad de Orán he mirado y he dicho: ‘Aquí
descansamos, aquí paramos’. Allí mi padre, ese hombre bueno, allí mi madre, esa mujer animosa
con el hijo de encargue, allí tantos kilómetros saliendo del Pilcomayo a pies hicimos por la palabra
del misionero. Allí mis dos hermanos. Allí yo, Eisejuaz, Este También, el más fuerte de todos.
Veo y digo: ‘Aquí descansamos, aquí paramos’. Los lugares no tenían nombre en aquel tiempo.”
(Gallardo 15). Eisejuaz se da diversos nombres que lo denominan y tienen que ver con su
posición en la cultura mataca y con su singular experiencia con la divinidad. Constantemente
se refiere al estar allí; aún antes que las cosas tuvieran nombre su pueblo estaba consciente de ese
estar que lo definía. Lo que conoce Eisejuaz del mundo de los blancos (incluida la lengua), lo
aprendió en el proceso de socialización y adaptación a la comunidad establecida por la misión
religiosa, en la que vivió desde su adolescencia y, luego, en su trabajo en un aserradero. Si bien
habla el castellano con fluidez, Eisejuaz no es bilingüe, y su castellano tiene marcas de
inadecuación gramatical. Para indicar esto Gallardo recurre al uso excesivo de los gerundios
o a formas inusuales de negación (“Y nada no pasó”).
La autora nos introduce en el mundo mental del indígena, que escucha múltiples voces:
Eisejuaz, que para el mundo blanco es Lisandro Vega, habla con el Señor, su Dios, habla con los
animales, oye voces en los sueños. En el comienzo de la novela Eisejuaz conoce al Paqui, el
enviado por el Señor, y este acontecimiento motiva el resto de las peripecias de la trama. El Paqui
es un hombre blanco, enfermo, inválido. Cuando lo encuentra Eisejuaz trabajaba en un aserradero
en el monte. Había estado esperando al enviado del Señor desde aquel día que su Dios le habló,
cuando tenía 16 años. Eisejuaz era lavacopas en un hotel y se le apareció el Señor en un remolino
del agua de la pileta, y le pidió las manos. Le dijo: “Lisandro, Eisejuaz, tus manos son mías,
dámelas” (Gallardo 19). La autora no explica qué significa “dar las manos” a Dios, pero el lector
puede imaginar que es entregarse incondicionalmente a su voluntad, para que ese Dios actúe a
través de él. Eisejuaz preguntó qué era lo que debía hacer, y el Señor le respondió que antes del
“último tramo” le iba a decir.
Más tarde llegó una lagartija con un mensaje, y le dijo: “Te va a comprar el Señor...le vas
a dar las manos...El Señor es único, solo, nunca nació, no muere nunca” (Gallardo 20). Eisejuaz
asintió, él estaba dispuesto a obedecer e iba a darle las manos cuando llegará el último tramo de
su camino.
El Paqui, el enviado del Señor, aparece mucho tiempo después. Habían transcurrido casi
veinte años desde la primera revelación. Eisejuaz iba a cumplir 35 años y vivía su vida en total
obediencia hacia su Dios, esperando una señal de este.
El mundo de Eisejuaz era un universo mágico y sagrado, en armonía con las criaturas de
su suelo, con las que aceptaba compartir la existencia, y consideraba sus iguales. La palabra de
su Dios le llegaba a través de objetos y animales. En momentos determinados, sin esperarlo, podía
recibir su palabra, su revelación. En ese mundo, el blanco, cuando aparece, es un intruso. Lo que
conoce del mundo Eisejuaz está al servicio de su misión divina. Ese objetivo es lo que da sentido
a su vida. Eisejuaz es un elegido, al que Dios le habló y le pidió sus manos.
Es un hombre muy fuerte, capaz de levantar con sus brazos pesadas vigas. Su madre le dijo
que él había nacido para jefe. Cuando llegó el Paqui, Eisejuaz lo aceptó; comprendió que era el
enviado de su Dios, al que había estado aguardando. Paqui es un hombre de la ciudad, y Eisejuaz,
para él, es un indio, un salvaje. No le inspira respeto. Para Kusch, el blanco, en América, utiliza
las instituciones europeas para protegerse y separarse de lo indígena, de lo no occidental. Tiene
hábitos de vida pulcros, practica un formalismo y aislamiento compulsivos, que tienen algo de
ritual y lo separan del hombre nativo de América. Importa del exterior la cultura occidental,
causalista, moderna, y vive dentro de ella como en una burbuja, en su “pequeña historia”, aislado
de América, de la “gran historia” de América, de la que sólo es un episodio reciente. Para el
hombre occidentalizado de las ciudades, el “civilizado”, el hombre americano “hiede”, es parte de
la naturaleza, convive con sus animales. América, decía el filósofo Rodolfo Kusch, se nos hace
presente en su hedor (Tomo II: 248-54). En la novela de Sara Gallardo, no sólo el indígena huele
mal, sino también el blanco, a quien Eisejuaz lleva a vivir con él a la selva, como si fuera un
“salvaje”.
El Paqui es un hombre enfermo, lisiado, que ha sido elegido por el Dios de Eisejuaz. No
tiene conciencia de ello ni entiende. Su Dios le pide a Eisejuaz que lo cuide, y este comprende que
ha empezado para él “el último tramo de su camino”. Espera que su Dios le diga qué debe hacer
con el Paqui. Mientras aguarda, Mauricia, su amante, hermana de su esposa muerta, lo viene a
buscar. Elle le cuenta que el Reverendo de la misión lo llama. Eisejuaz le responde que ha
empezado el último tramo de su camino, que como el lector prevee, es el camino de su entrega
total a Dios y su sacrificio. Así termina el primer capítulo, “El encuentro” y empieza el
segundo, “Los trabajos”.
Cada capítulo de la novela tiene un título descriptivo y simbólico, que le informa al lector
la evolución del ciclo religioso de la trama: siguen, entre otros, “La peregrinación”, “Las
tentaciones”, “El desierto” y, el último, “Las coronas”. El narrador describe lo que ocurre en
esos momentos, intercala escenas del pasado y nos informa de importantes episodios de la vida de
Eisejuaz. Su mundo es muy diferente a ese que ansía y valora el lector liberal de las ciudades, que
cree en la felicidad y el progreso, y ansía repetir en América la historia europea. Eisejuaz es un
indígena que sigue sumisamente los designios de su Dios ancestral y se enfrenta al horror de lo
sagrado, que lo acecha en todas partes (Kusch, Tomo III: 64 -71). Es un ser vulnerable al que su
Dios eligió, y le exigía su sacrificio para salvar a su gente. Le había pedido sus manos y este le
obedecía. Eisejuaz había convivido con los blancos en su pueblo y en el aserradero, sabía que
estos no comprendían a los matacos. Los blancos explotaban su trabajo, abusaban de ellos, y los
insultaban y amenazaban si se negaban a trabajar.
El Reverendo no entendía a Eisejuaz, lo despreciaba y condenaba; le dijo: “Sos un falso.
Capataz de campamento traidor. Andate ahora de aquí. Ya irás a la coca, al alcohol, al tabaco, al
juego, a enfermarte, a no tener trabajo. Por infiel, por traidor, por mal cristiano....amigo del diablo,
veneno del alma de los matacos, de los tobas de la misión” (Gallardo 31).
Una vez que Eisejuaz se supo elegido por el Señor, se entregó al ayuno, casi se dejó
morir, esperando señales de este. Sólo aceptaba comer después de recibir sus mensajes. No
tenía voluntad propia, obedecía la voluntad de Dios. Le había dado sus manos y este se las había
entregado al Paqui, que ahora podía curar por su intercesión. Era capaz de sanar a los enfermos y
hacer milagros. El pueblo mataco sufría y vivía en la miseria. No creían que el trabajo pudiera
sacarlos de esa situación, Dios era la única respuesta. El mataco se “dejaba estar”, su ser se
realizaba en ese estar en América, que era estar con y para su Dios (Kusch, Obras completas,
Tomo II: 549-56).
El diablo acechaba a Eisejuaz bajo diferentes formas. Se había preparado para defenderse
de él. Gallardo comenta a través del personaje principal sobre la situación social de los matacos.
Vinieron de Tartagal varios hombres y los incitaron a rebelarse contra sus patrones. Trataban de
mostrarles el estado de opresión en que vivían, la deuda creciente que mantenían con el dueño del
almacén, que les vendía el alcohol. Uno de ellos les explicó que “...El paisano era el dueño de la
tierra, todos lo usan. Los gringos lo usan, le enseñan a hablar en lenguas gringas, a rezar a otro
Dios. Todos lo usan. El paisano tiene que ser el ciudadano de honor de la patria argentina....”
(Gallardo 40). Eisejuaz desconfiaba de él, no le creía, le dice que lo único que quieren es “votos”
y está haciendo pura “política”. Comienza una gresca, quiere castigar a los caciques que los
acompañan y termina en prisión.
La sola preocupación de Eisejuaz era obedecerle a su Dios, no creía en la política de los
hombres blancos. Piensa en buscar a su amigo, el viejo Ayó, Vicente Aparicio, para pedirle
consejo. Va a pie a Orán; este trabajaba allí, en la YPF. Deja que lo guíen sus sueños. Estos le
habían anunciado hacía años la muerte de su mujer. El universo era fatal, los matacos vivían presos
de la voluntad de Dios. En Orán visita a su amigo Ayó; le cuenta que no ha recibido señales divinas.
Este hace una ceremonia, quema semillas, su alma sale de recorridas y canta. El alma de Eisejuaz
sale junto al alma de Ayó. Finalmente, su amigo logra que vuelvan los mensajeros al corazón de
Eisejuaz.
Vino, en una ocasión, un viejo rengo de su comuna y lo increpó. Le dijo que él lo estaba
castigando, que parara. Eisejuaz tenía poderes. La hija más joven del viejo estaba en el hospital,
próxima a la muerte. El viejo creía que Eisejuaz la había condenado. Este le responde que en ese
momento no tenía poderes, pero el viejo insiste. Eisejuaz realiza una ceremonia. Toma alcohol
puro. Los mensajeros se apoderan de él, se ahoga. Cuando la ceremonia concluye, la niña está
curada. Eisejuaz siente que algo ha cambiado dentro suyo. Le ha vuelto la fuerza al cuerpo, con el
favor de Dios. Se le aparece un espíritu, “Agua Que Corre”. Comprende que pronto vendrá un
enviado del Señor y él deberá obedecerle. Se va del aserradero. Vive de changas y espera.
La narración vuelve al momento aquel en que Eisejuaz se había encontrado con el Paqui,
el enviado. Habló con él y le dijo que sabía quién era: una rata, un miserable que emborrachaba a
las mujeres y les cortaba el pelo para venderlo. Eisejuaz lo alimentaba, pero el Paqui vomitaba la
comida. Eisejuaz lo limpiaba: él era un servidor del Señor; este le había pedido las manos y también
el corazón. El Paqui le cuenta episodios de su vida de infamias y crueldades. En Rosario había
torturado a una mujer con una vela encendida, en Salta había vendido el pelo de mujeres. Las
explotaba. Le pide que encuentre un valijín que tenía y, después de mucho buscar, lo halla. En el
valijín había cosas sin importancia. Eisejuaz cuida al Paqui y lo atiende. La Mauricia, su
antigua amante, hermana de su mujer muerta, aparece. Mantienen relaciones sexuales.
Le pide al Paqui que camine. Es lisiado y no puede. Trata de hacerlo y cae. Eisejuaz le dice
a su Dios que cumplirá con su voluntad. El Señor lo somete a varias tentaciones. Viene un hombre
y le ordena que vuelva a la misión; él le responde que los mensajeros se habían retirado de él. El
hombre le dice que él era el jefe, y lo necesitaban; Eisejuaz le contesta que los tobas y matacos
quizá no tenían salvación, se había terminado su tiempo. Luego aparece su amigo Pocho Zavalía,
Yadí; lo quiere llevar con él, pero Eisejuaz le cuenta que el Señor le pidió las manos, y él
comprende. La tercera tentación es una mujer que le recuerda un hecho horrible de su infancia,
cuando unos hombres atacaron su tribu; apresaron a un hombre y a una mujer, los torturaron, los
desollaron y los mataron. Eisejuaz comprende que es la “Muerte Vengadora” y la echa.
La cuarta tentación llega por boca del Paqui. Este le pide que lo limpie y arregle y que lo
lleve a un hotel del pueblo. Eisejuaz lo hace. Llama a los mensajeros, que cree lo han abandonado:
baila y les pide que le expliquen cómo será el “cumplimiento”. Pronto se hacen presentes “los
pueblos chicos de bajo tierra” en forma de viento y lo tranquilizan.
La quinta tentación es una voz que le habla cuando abre la canilla del agua: es la voz de la
hija del viejo que renguea, a la que él salvó de la muerte, y le dice que ella viene pronto para ser
su mujer y casarse con él. Eisejuaz le contesta que no puede casarse con ella, porque su vida ya
entró en su último tramo.
En un sueño se ve a sí mismo y al Paqui caminando en el monte; comprende que ese sueño
encierra un pedido de su Dios y obedece. Lo carga en una carretilla, con pocas provisiones y se
internan en el monte. Después de diez días de peregrinación llegan a un claro antiguo en la selva.
Allí deja al Paqui y, luego de un ritual, se instala en el sitio, que es el designado por el
Señor. Eisejuaz cuida y alimenta al Paqui con lo que puede, tienen que comer inclusive carne
de serpiente. Encuentra un loro, luego un mono y los trae para alegrar al Paqui. Una noche se
hace presente el Malo, el demonio, y enseguida se va. Eisejuaz habla constantemente a su Dios.
El demonio viene varias veces más, pero Eisejuaz, gracias a su fe, lo rechaza. El Paqui se asusta
ante lo que él llama “magia”.
Llegan cinco matacos a su pequeño campamento, vienen desde el río Pilcomayo, a
varios días de viaje. Eisejuaz sabe que van a morir. Le pide a Dios por ellos. Este le devuelve la
leche a la mujer, su hijo se salva. Cuando se van le dejan el perro, para que pueda cazar. El tigre
o jaguar ronda el campamento; él le habla, y el tigre no vuelve.
Eisejuaz prácticamente ha raptado al blanco; este se queja amargamente de su condición.
Un día el Paqui trata de convencerlo de que lo lleve a la ciudad; podrían trabajar juntos en un circo.
Eisejuaz iba a tener dinero y muchas mujeres. Le dice: “....soy educado, viajé, vendí
jabones...Este Paqui que aquí ves hablaría por vos.Vos no hablás castellano. No te acuso,
pensando que has nacido entre las fieras del bosque, y que tu idioma se parece a la tos de los
enfermos... ¿por qué razón pensás que tu Dios te obliga, salvajón mataleones que sos, a cuidar del
gran señor, del caballero? Para enseñarte a ser civilizado. Y para enseñarte a reír, cara de
mono. Nunca te reís. Y para buscarte un trabajo decente, en un circo o en otro lado” (Gallardo,
101-102). El Paqui en ningún momento comprende las razones místicas que mueven al indígena.
Está preso en la dicotomía colonialista del bárbaro y el civilizado. Frustrado lo insulta, lo llama
“mataco de porquería”; Eisejuaz contiene la rabia y no reacciona, es fiel a su Dios.
Viene una tormenta y aparece el Malo. Cae un árbol y le quiebra la pierna a Eisejuaz. Se
la entablilla solo. La pierna no sana bien, queda rengo. Caza como puede. Poco después el mono
muere. Sus animales son espíritus hermanos, los trata como a iguales. Encuentran a un cazador
armado, moribundo: lo había picado una víbora. Eisejuaz lo salva. Una voz en su corazón lo
incita a matarlo. No quiere hacerlo. Mata a un pájaro y desplaza en el ave el odio que siente hacia
el hombre. Pronto llegan otros cazadores. Eisejuaz se oculta; el Paqui habla con ellos y lo denuncia:
“Me ven robado por un indio que no tiene el juicio sano...- les dice. Van para tres años que
me agarró, no me suelta, me lleva adonde va ” (Gallardo 106).
Los cazadores matan al jaguar. El cazador al que Eisejuaz había salvado les dice a los otros
su nombre y lo llaman a gritos. Eisejuaz siente que han roto un tabú: su nombre es sagrado,
no puede ser pronunciado en voz alta. Los cazadores se van y se llevan al Paqui. Le matan, antes
de irse, al loro y al perro, sus amigos.
Aparece un avión en el cielo. Eisejuaz comprende que es una señal de su Dios: debe ir a
buscar a “ese” que le encargaron. Emprende la vuelta al pueblo. En el camino encuentra al
Reverendo, que le muestra un periódico con la foto del Paqui, afeitado y vestido, declarando a la
prensa que Eisejuaz lo había raptado y era un salvaje. El Reverendo lo instiga a que deje al
demonio. Le dice que pida perdón; Eisejuaz se niega. El Reverendo se va y en el camino tiene un
accidente automovilístico fatal.
Eisejuaz busca a su amigo, el viejo Yadí. Este le dice que en ese momento todos lo rechazan
y lo odian. Busca trabajo y nadie quiere dárselo. Finalmente, una vieja, que asiste en el prostíbulo
del pueblo, le ofrece trabajar allí a cambio de la comida. Acepta. Eisejuaz es el sirviente de las
mujeres abyectas. Un día, dos soldados, uno indio y otro blanco, se pelean. El indio mata al blanco.
Eisejuaz lo tranquiliza; le dice que su espíritu cuidará del suyo y lo desarma.
Atiende a una mujer rubia, hija de gringos; le trae el agua. La vieja la castiga y la mujer se
escapa, pero la agarran al mes. Hay una prostituta mataca a la que desean dos matacos, que
van a matarse por ella; Gómez, el bolichero, dueño del prostíbulo, le pide a Eisejuaz que
intervenga. Eisejuaz los golpea y la salva: era la misma mujer a la que había ayudado cuando niña,
hija del viejo rengo. La mujer le dice que está en ese lugar por culpa de él, que no quiso
aceptarla y casarse con ella. Eisejuaz, apesadumbrado, habla con su Dios. Se queja amargamente,
confiesa que todo lo ha dado; le ha obedecido en contra de sus intereses, para hacer su voluntad.
Dice el personaje: “...¿Cómo es esto? ...Fui fiel. Fui con aquel blanco aborrecido de mi corazón.
Cumplí. No me quejé. Pero me quejo ahora... ¿Cómo aquella que era como la flor tiene que
estar en estas cosas? ¿Cómo, por mi obra? ¿Para esto se le salvó la vida? ¿De qué vale entonces
el cumplimiento de un hombre fiel?...”(Gallardo 121).
La muchacha, en un monólogo, se lamenta de su suerte. Había jurado entregarse a Eisejuaz,
que le había salvado la vida, y este la rechazó. Su más alto deseo era servirlo como mujer, pero
él prefirió irse con el hombre blanco. Su padre la entregó a la gente del prostíbulo. Ella
tiene 14 años y Eisejuaz 42 en ese momento. Eisejuaz no la justifica, le dice que podría haber
buscado trabajo como sirvienta. Ambos se saben caídos, ambos lo han dado todo. Eisejuaz le
explica que él había nacido para jefe, para ayudar a su pueblo bruto, pero el Señor le había
hablado y le había pedido las manos. Se había pasado la vida preparándose para cuando llegara
el momento. Concluye: “...Te digo: es difícil cumplir en este mundo de sombras. Pero no
podemos llorar por lo que somos. Sólo decir: ‘Aquí estoy, y en mi ceguera digo: bueno’.
Así como dice en su ceguera la semilla que nada sabe, y nace el árbol, que ella no conoce.”
(Gallardo 125).
Llevados por la situación, se entregan al amor. Eisejuaz va al hotel del pueblo, donde se
entera que el cazador que él había salvado le había dejado dinero. Con ese dinero trata de comprar
la libertad de la muchacha mataca, pero Gómez, el propietario del prostíbulo, le dice que no es
suficiente. Piensa en matar a Gómez, pero intercede el espíritu de su mujer muerta y desiste de
hacerlo. Entonces, convence a la muchacha de que se escape y vaya a Orán, a casa de su compadre
Ayó, donde nadie la encontrará. Él no puede acompañarla, porque sabe que su Dios lo llamará
pronto, y que ese será el fin de sus días en esta tierra.
En el último capítulo de la novela, “Las coronas”, una mujer viene a buscar a Eisejuaz
al prostíbulo donde trabaja. Está enferma y quiere que la ayude; necesita ver al hombre de Orán
que cura. Llega luego otra persona para pedirle lo mismo, sabe que él lo conoce. Eisejuaz
comprende que ese hombre es el Paqui, al que llaman santo, y está en Tartagal en ese momento.
Doña Eulalia, una anciana enferma, dueña del hotel, le dice : “...Sé que conocés a ese hombre
maravilloso, ese santo. Los árboles han ardido en Tartagal por su palabra. La gente reunida
vio aquello, gritó. Se curaron muchos. Algunos malvados se hicieron buenos...Ese hombre
viene al pueblo mañana. Sólo te pido: abrime paso hasta él...” (Gallardo 135). Cree que lo
trae “la piedad popular”.
Esa noche Eisejuaz ve a los mensajeros y habla con ellos. Al día siguiente va adonde la
gente se amontona para acercarse al santo, que cura a los enfermos y hace andar a los paralíticos.
El Paqui yace entre mantas encima de un camión. Cuando ve a Eisejuaz se asusta y grita, dice que
este lo quiere matar.
Eisejuaz deja el pueblo y se va al monte. Hace penitencia por nueve días, habla con el
Señor. El río empieza a crecer y la gente tiene miedo. El agua entra en las casas y llega al
cementerio, los cajones de los muertos flotan por las calles. El Paqui abandona el lugar, se va
a otros pueblos. Llega el frío y muchos mueren, indios y blancos. Se pierde la cosecha. Aparece
la muchacha mataca, enamorada de Eisejuaz. Trae con ella un niño mellizo que le regalaron.
Eisejuaz construye una casa para ellos.
Tiempo después, al amanecer, llega el Paqui a la puerta de la casa. Eisejuaz va a un sitio
cubierto de barro que dejó la creciente del río al retirarse y prepara allí un lugar sagrado. Invoca a
Ayó y le pide consejo. Ayó se aparece cubierto por una piel de jabalí y le dice que vuelva al
pueblo, porque los ángeles mensajeros han ido a buscarlos a los dos. Eisejuaz siente que “el
dorado” y “el camión blanco” lo llaman por su nombre. Vuelve adonde está la muchacha, junto
al niño mellizo. Una mujer le ha traído una pala de regalo.
El Paqui se enferma y grita que se está muriendo. Una vieja de una tribu enemiga
chahuanca les había traído huevos de sapo rococó envenenado. El Paqui y Eisejuaz los
comieron. El Paqui cae muerto. Eisejuaz comprende que su Dios lo está llamando, ha llegado su
hora. Ve al espíritu de Quiyiye o Lucía Suárez, su compañera muerta.
Eisejuaz llama a la muchacha mataca, la “Mensajera del Señor”, le dice que ha visto a
aquel que será su marido y que juntos deben criar al niño mellizo Felix Monte. Cava un pozo con
la pala y le pide que al expirar lo entierre junto al Paqui, y bautiza el lugar, diciendo: “Este
lugar y estas casas se llaman ahora Lo Que Está y Es...Y sepan que Agua Que Corre es inmortal
y los seguirá siempre”. “Agua Que Corre” es el espíritu de Eisejuaz. Este muere. Su espíritu se
eleva, mientras su carne vuelve al barro. Concluye la novela: “Agua Que Corre se levantó, y una
alegría lo llenó, y lo pintó de un color que no puede decirse, y estuvo libre...y gritó. Y se fue.
Eisejuaz, Este También, quedó para ser barro y pasto. Y cumplió” (Gallardo 147).
Al morir Eisejuaz el equilibrio del mundo se restablece. El estar se une al ser. El niño
mellizo, que forma parte de una dualidad divina, donde el bien compensa al mal, como partes
iguales de la misma unidad, asegura la sobrevivencia del mundo amenazado. Eisejuaz lo ha
salvado. Su Dios ha protegido a su pueblo. Él dedicó su vida a esperar al enviado de su Dios, a ese
extraño hombre blanco, el Paqui, que nunca entendió su misión, ni supo que era parte de un anuncio
divino del mundo sagrado de los matacos.
Sara Gallardo crea una curiosa cosmología religiosa en esta novela, que resulta creíble para
el lector. No sólo describe la mentalidad del indio mataco, a su modo, sino que construye una
prosa narrativa que representa el sentir de esa mentalidad, una prosa que manifiesta la “otredad”,
ejemplificada en el discurso místico de un indígena mataco. En ese discurso se vuelca la
subjetividad de la escritora Sara Gallardo, y no es exagerado afirmar que Eisejuaz es ella.
Una mujer enfrentada al sentimiento de lo sagrado, que buscaba en su peregrinación vital un punto
de equilibrio entre el bien y el mal. Podemos imaginarla también como una mujer compasiva,
identificada con un pueblo negado y marginado por la cultura blanca, al que ella muestra como el
elegido de Dios. La narración tiene mucho de parábola evangélica, en la que la autora vierte
su imaginación novelística. El mundo religioso que presenta es fundamentalmente monoteísta,
aunque poblado por “mensajeros” del Señor. La devoción de Eisejuaz hacia su Dios es semejante
al amor de los cristianos a su Dios único redentor.
El curioso tejido narrativo de la obra acerca la narración al lector. La novela emociona y
logra que uno se identifique con ese terror a lo sagrado y a lo nefasto que siente el personaje.
Eisejuaz es un personaje singularmente americano. Moviliza lo que hay en nosotros, los lectores
de las urbes modernas hispanomericanas, de reprimido, en medio de nuestras justificaciones y
razones. En nuestras urbes podemos creernos más allá de lo sagrado, porque el Dios cristiano es
una presencia histórica que ya no mueve las conciencias como hace algunos siglos atrás, y el
mundo indígena americano y sus dioses forman parte de un pasado lejano. Kusch cree que esta
autojusticación del hombre de las ciudades busca borrar impulsos innombrables de los que es
imposible escapar, y frente a los que nuestro subconsciente naufraga (Tomo II: 436-57). ¿Cómo
eliminar el miedo a la muerte, el miedo a lo que no controlamos, ni siquiera con nuestra razón?
¿Cómo no temer al desequilibrio del mundo, al mundo nefasto que se compensa con el fasto, el
mal con el bien? El arte, la ficción, recupera ese vitalismo primitivo.
El mundo de Eisejuaz rebosa de vida y es además un mundo americano. Gallardo no recurre
al pintoresquismo ni a lo folklórico ni a lo costumbrista ni a lo conceptual filosófico: narra
desde adentro del personaje, seducida por la barbarie americana. Se pone en el lugar del bárbaro,
del salvaje. Gallardo tiene una nueva forma de llegar al otro, encuentra un modo original de
apropiarse de su voz: posee ella misma una identidad peregrina, que se desplaza en el espacio,
entre culturas y géneros. Su personalidad es fronteriza y también su narrativa.
La acción de Eisejuaz tiene lugar en el monte de la provincia de Salta, en la frontera norte
argentina, donde viven los matacos. Gallardo se mete en la conciencia del indígena, con la que
se identifica: la fusión es literariamente perfecta y convence al lector. Crea un lenguaje nuevo,
presenta una realidad no idealizada, una visión de un mundo límite, regido por los dioses, en que
el hombre nativo se encuentra a merced de la divinidad, cumpliendo su voluntad, entregándose
a ella y hablando con esa divinidad, de la que espera una respuesta, un llamado, un signo. El
personaje central, Eisejuaz, es un hombre de su pueblo; representa el sentir de una comunidad
que está más cerca de la verdad y de Dios que los lectores de clase media de las urbes modernas,
que nos defendemos de lo divino con nuestra conciencia, nuestro yo adquisitivo y nuestro
racionalismo.
Eisejuaz es un personaje desprendido de sí, que sabe que el enviado de Dios, el Paqui, es
un hombre blanco enfermo que no comprende su papel y, no obstante, su Dios lo ha elegido. El
equilibrio llegará a ese universo dual: el niño mellizo, al que criará la india mataca, que va a
juntarse con un hombre blanco, como le anuncia Eisejuaz. La literatura de Gallardo es una
literatura diaspórica, y sus voces, como dice la prologuista del libro, tienen algo de “místico” o de
“psicótico” (Vinelli 6). Son voces que representan un mundo donde el sujeto consciente no puede
contener al ser: las voces del “estar” americano, que Kusch reconocía en las culturas aborígenes
(Tomo II: 649-61).
Al final de la novela, el indio será enterrado al lado del blanco; Eisejuaz, Este También,
yace con el Paqui; el ser se une al estar, el blanco se une al indio; ambos son hijos de la misma
divinidad y ciclo cósmico americano, que se llama “Lo Que Está y Es”.
Sara Gallardo, como Kusch, el filósofo y ensayista, ha abandonado los modos tradicionales
del narrar (del filosofar, en el caso de Kusch), para hacer algo nuevo. Toma distancia de la narrativa
urbana y cosmopolita: todas sus novelas se desplazan de los centros urbanos al campo. Gallardo
se busca en otro lado: en los intersticios, en los márgenes, en los otros, en la divinidad sin nombre
que rige el mundo. Podemos también pensar que se busca en América, en lo negado de América,
en lo reprimido y denigrado: en el mundo de los indígenas. Se busca en el otro sexo, en la voz del
hombre que mimetiza en sus novelas con la suya propia, mediante sus narradores hombres, que
cuentan en primera persona. Pone en contacto lo que Kusch llama “la pequeña historia”, la
historia colonial de América, continuada por los gobiernos independientes en sus enclaves
urbanos “modernos” occidentales, con “la gran historia”, esa que sucede en América desde su
origen como continente, en que la aparición del hombre americano, negado y olvidado por “la
pequeña historia”, se convierte en un incidente fundamental (Tomo II: 496). Esa gran historia
absorbe a la pequeña historia, una suerte de capítulo suyo, que tuerce el destino del ser
americano y lo “mestiza” con occidente.
El nativo busca su trascendencia en su gran historia. Eisejuaz, el personaje de la novela,
siente que vive en el tiempo mítico de América; su dios está presente, a pesar de la incomprensión
del Paqui, que no puede entenderlo. La apuesta de Kusch, y parece ser también la de Gallardo, es
que los dioses nativos siempre han estado vivos en América, aunque los occidentalizados hijos de
la pequeña historia colonial americana no queramos verlos. ¿Por qué habríamos de necesitar de
ellos? Nuestra ignorancia de la gran historia de América, según Kusch, nos lleva a vivir en un
mundo escindido, tratando de ignorar a la América profunda, a la “barbarie” americana, que
retorna, como todo lo reprimido, para mostrar al americano urbano que vive en una realidad
falsa. Este hombre jamás podrá conquistar su ser auténtico a menos que responda a la gran
pregunta de América, esa pregunta que obsesivamente guía el pensamiento americano desde
que el europeo puso su pie en este continente: ¿qué es América, quiénes somos, por qué nos
pasa lo que nos pasa, cómo podemos hacer para ser en América?
Eisejuaz es un gran logro literario que todavía no se ha leído bien. Kusch,
particularmente su América profunda, me ha ayudado a entender esta novela. Y a Kusch tampoco
se lo ha leído bien, porque fue un filósofo diaspórico, un filósofo que desafió la razón occidental
colonial y buscó el ser americano. Nos resulta difícil a los argentinos acercarnos a lo americano.
Este mundo nuestro es dual y está dividido (como los mellizos de que habla Gallardo, como
Eisejuaz y el Paqui, el indio y el blanco, el que entrega las manos al Señor y el que sana por el don
del Señor) entre la cultura urbana y el mundo ancestral y americano, que Sarmiento caracterizó
persuasivamente como la civilización y la barbarie (Facundo 7-23). En lugar de demonizar a la
barbarie con argumentos imperialistas y racistas, como Sarmiento, Kusch prefirió hablar de su
poder de “seducción” (Tomo I: 35-9). Esa seducción nos llega también en la obra de Sara Gallardo
como seducción literaria. Su narrativa presenta un sujeto inusual, el sujeto bárbaro, el salvaje
visto desde adentro, con simpatía, con amor. Este salvaje se justifica ante un mundo que no lo
comprende, porque el hombre blanco no conoce a su Dios, lo mueven intereses materiales y adora
el dinero. Para el personaje Eisejuaz hay otra verdad. Esa otra verdad es América, y se
caracteriza por su estar, por su estar-siendo, como decía Kusch (Tomo III: 407-17).
Kusch y Gallardo, por vías diferentes, llegan a intuir lo mismo: algo innombrable
americano, que contiene el secreto de América. Los dos entienden que esa verdad estaba en el
otro negado, que los atraía y los seducía. Mientras Kusch creó un mundo de conceptos y
explicaciones filosóficas sui géneris, Gallardo nos sumerge en un universo literario excepcional.
Su prosa sintética, que evita lo adjetivo y lo barroco, y se concentra en lo nominal, describe ese
mundo extraño en que se mueve Eisejuaz y crea una tensión narrativa que atrapa al lector. La trama
exótica se impone como una historia posible y uno se mete en el mundo místico del personaje.
Gallardo muestra ese lado de América con el que convivimos hace ya muchos siglos, pero que
todavía nos resulta ajeno. Un mundo, que, como Sarmiento, intuimos nefasto, aunque ineludible
y americano. Aún no hemos madurado como cultura, ni supimos unir las dos mitades. Lo fasto y
lo nefasto de América están separados en nosotros. Necesitamos entonces, si queremos lograr
una cultura vivible, acercarnos desde nuestra literatura urbana, cosmopolita y dependiente a ese
otro que parece estar acechándonos, del lado de la barbarie, y sin el cual nunca estaremos
completos como cultura.
Bibliografía citada
Gallardo, Sara. Eisejuaz. Barcelona: AGEA, 2000.
Kusch, Rodolfo. Obras completas. Volúmenes I - IV. Rosario: Editorial Fundación Ross,
2000-2003.
Sarmiento, Domingo F. Facundo o civilización y barbarie. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977.
Prólogo Noé Jitrik. Notas y cronología: Nora Dottori y Silvia Zanetti.
Vinelli, Elena. “Prólogo”, Sara Gallardo, Eisejuaz. Barcelona: AGEA, 2000: 5-9.
Alberto Julián Pérez es un ensayista, narrador y poeta argentino, autor de los libros Literatura, peronismo y liberación nacional, Corregidor, 2014; Revolución poética y modernidad periférica, Corregidor, 2009; Los dilemas políticos de la cultura letrada, Corregidor, 2002, entre otros. En 2015 aparecieron sus Cuentos argentinos y la novela El valor de una mujer; en 2016 su historia satírica La mafia en Nueva York; y en 2017 su libro Poemas argentinos, todos en Riseñor Ediciones.
sábado, 14 de agosto de 2021
Sara Gallardo, Eisejuaz y la Gran Historia Americana
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