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sábado, 14 de noviembre de 2020



La utopía indigenista de César Aira 

                                     

                                                                     de Alberto Julián Pérez 

 

César Aira (Coronel Pringles 1949 -     ) concluyó Ema, la cautiva en 1978 y la publicó tres años más tarde, en 1981. Había terminado su obra anterior, Moreira, en 1972. A partir de 1978 la producción de Aira se volvió más prolífica. De 1978 a 1984 escribió cinco novelas. En 1987 terminó cuatro más, entre ellas La liebre, que salió publicada en 1991. En las novelas Ema, la cautiva y La liebre, Aira nos presentó una visión utópica de las culturas indígenas. ¿Cómo son estas utopías? ¿Qué ideas proponen? En mi trabajo responderé a estas preguntas. 

Aira nació en 1949 en el pueblo (hoy una pequeña ciudad de algo más de 20.000 habitantes) de Coronel Pringles, situado a 500 km al sudeste de la Capital Federal, en la provincia de Buenos Aires, cerca de las sierras de Pillahuincó. Vivió en el pueblo durante su niñez y adolescencia y a los diez y ocho años se fue a vivir al barrio de Flores de la ciudad de Buenos Aires, donde se encuentra aún residiendo. Jamás olvidó su procedencia pueblerina y el mundo rural donde creció. Ambientó varias de sus narraciones en Coronel Pringles y en la zona del sudoeste de la provincia de Buenos Aires. 

Se formó como escritor en los años sesenta. Criticó al realismo y abrazó las ideas de las neo-vanguardias (Contreras 16-9). Privilegió en sus narraciones la invención, que para él debía ser radical. En un ensayo de 1988 explicó que centraba su literatura en el “procedimiento” (“La nueva escritura”). Se valía de recursos formales originales. Inventaba constantemente. No podía permitir que su narrativa se “profesionalizara”. Desnaturalizaba la historia y la sicología de los personajes, proponía una historia otra, ajena, extraña. Sus relatos, o fábulas, o novelas, crean un mundo con sus propias reglas y expectativas.

Aira escribió Ema, la cautiva durante los años setenta. En esos momentos aún se mantenían vigentes en la narrativa hispanoamericana los modos narrativos y las experimentaciones formales del Realismo Mágico. Durante su etapa juvenil sus ideas literarias parecen haber influido en él. 

Aira combinó en esta novela realidad y fantasía. La fuerza del mundo imaginario desnaturaliza el potencial realista de la trama. En la segunda mitad de la obra utiliza el modo alegórico, que habían revalorizado en Argentina Borges y Marechal durante las décadas precedentes. 

Concibió y trabajó lentamente Ema, la cautiva, y empleó en ella una prosa minuciosa y preciosista. Había terminado su novela anterior, Moreira, seis años antes. Los críticos señalaron que, en las varias décadas que Aira se ha mantenido activo como escritor, publicó mucho, quizá demasiado, y resultaba difícil encontrar entre sus novelas una “obra maestra” (Montaldo 12-6). Ema, la cautiva, sin embargo, cumple con las expectativas de aquellos lectores que buscan una obra excelente y bien meditada: su prosa es consciente de sí, artística y elaborada, y su trama es rica y novedosa.

Aira situó la acción de esta novela en el siglo XIX. Los hechos transcurren en las inmediaciones de la zona donde él creció: el pueblo de Coronel Pringles y las serranías del sur de la provincia de Buenos Aires. Toma de referencia literaria la narrativa de viajes y la literatura gauchesca. Tanto esta novela como La liebre son parte de lo que Sandra Contreras llamó su “ciclo pampeano” (Contreras 48). 

Sus personajes se desplazan hacia las zonas en que vivían las comunidades y tribus indígenas que poblaban el sur de la provincia de Buenos Aires, antes que la campaña militar del General Julio A. Roca, en 1879, derrotara definitivamente a sus guerreros y dispersara a su pobladores. El Estado se apropió entonces de esos enormes territorios del sur Argentino y dispuso de los mismos. El pueblo de Coronel Pringles se fundó en 1882. Fue parte del proceso de venta de tierras, distribución y colonización impulsado por el gobierno argentino durante el gobierno de Roca, que ganó la Presidencia de la República en 1880, catapultado por el éxito de su campaña militar. El pasado indígena de esas regiones ha quedado vivamente grabado en el imaginario de Aira. En Ema, la cautiva escribe el mito fundacional de Pringles. 

Aira en su trama presenta a los blancos conviviendo en paz con los indios: un encuentro de dos civilizaciones, donde la cultura indígena es la predominante y la más sofisticada. Es una historia contrafáctica y reparadora en que la literatura corrige las injusticias cometidas contra los pueblos indígenas. En esa invención extrema radica la magia de esta novela. 

El escritor nos presenta un mundo paradisíaco. Describe el espacio natural de la pampa, sus vegetación rica y variada, sus especies de aves y flores. Incorpora plantas y animales de otros climas para crear un ambiente exótico. Todos conforman un tapiz exquisito. 

En la interpretación de Domingo F. Sarmiento en el Facundo y José Hernández en su Martín Fierro, el pasaje de la cultura blanca a la indígena era un viaje de la civilización a la vida salvaje (Cerdas Cisneros 36-42). Mansilla cuestionó esta interpretación racionalista dual. Visitó los territorios indígenas y demostró, en Una excursión a los indios Ranqueles, la sofisticación del mundo político Ranquel y la convivencia entre indios y blancos. 

Aira creó una fábula fantástica sobre la vida en las pampas. Inclinó su simpatía hacia las tribus indígenas. Las tribus de la novela vivían en la edad de la inocencia. El Coronel Espina y la cautiva Ema introducirán en ese mundo el interés y la perdición: el capitalismo. Espina hizo traer de Buenos Aires una prensa. El dinero impreso empezó a circular entre los indígenas. Ema organizará la explotación extrema y racional del mundo natural al servicio del enriquecimiento: creará una enorme empresa para la cría comercial de faisanes. 

A los indígenas, explica el narrador, no les interesaban las ganancias materiales. Hacían caso omiso del beneficio propio (129). Los blancos introdujeron el interés pecuniario. El dinero alterará su vida y sus costumbres. 

En el comienzo de la novela el narrador nos presenta al francés Duval, el ingeniero que va a Coronel Pringles a instalar la prensa para imprimir dinero para el Coronel Espina. Viaja desde Buenos Aires en una tropa de carretas llena de convictos, hombres y mujeres, custodiados por soldados del ejército. Los llevan a vivir a la frontera, a purgar allí su condena. Son seres degradados. La vida de esa gente vale muy poco, y el narrador aclara que morirán rápido, una vez llegados a su nuevo destino. Por eso traen un contingente de nuevos convictos cada año. Los tratan de manera brutal. Viajan todos amontonados en las carretas, encadenados. 

Los hombres y los soldados copulan libremente con las mujeres. Ellas son meras cosas, no les reconocen ninguna voluntad. Entre esas mujeres va Ema, una adolescente a la que consideran blanca, aunque su piel tiene pigmentos negroides u oscuros y parece una indígena. Lleva un bebé en sus brazos. El ingeniero Duval se fija en Ema y el Coronel Lavalle, que dirige el contingente, se la manda para que copule. Luego él mismo se acuesta con ella. La conducta de los soldados con los convictos es cruel, inhumana. 

Cuando llegan al fuerte de Azul el escenario cambia. Los oficiales en el interior viven una vida de lujos y le hablan a Duval en francés. Sus aposentos son lujosos. Se pasan el día jugando a las cartas. Comparten manjares, vinos y champán. La vajilla es de plata. Alrededor del fuerte viven cientos de indígenas con sus familias. Sirven a los soldados. 

Luego de descansar, la tropa de carretas con los convictos sigue viaje. Antes de llegar a Coronel Pringles se detienen en un arroyo a bañarse y retozar. Finalmente entran en el fuerte de Pringles y la introducción concluye. Sus personajes, con excepción de Ema, no vuelven a aparecer en la novela. 

            El autor hace un corte temporal en la trama. En la parte siguiente encontramos a Ema ya instalada en Coronel Pringles, casada con el soldado Gombo y nuevamente embarazada. Durante el resto de la novela, ella será el centro de la acción, su principal protagonista. 

Ema convive con las mujeres de otros soldados y con los indígenas, que han instalado sus tiendas cerca del fuerte y son mayoría. La tierra de la zona es de una gran fertilidad. La atraviesa un arroyo. Pueden pescar todo tipo de peces y encuentran en los alrededores los más finos animales de caza para alimentarse. Un verdadero paraíso. El narrador nos cuenta en forma resumida qué le había sucedido a Ema desde su llegada al fuerte. En un principio había convivido con el Teniente Paz; fue su amante hasta que este la reemplazó por una querida europea que llegó a Pringles. Los oficiales tenían aquí la misma vida regalada y decadente, de placeres y de lujos, que en el fuerte de Azul. Cuando el Teniente ya no la necesitó más le buscó marido. 

El hombre fuerte y la personalidad dominante en Coronel Pringles es el Coronel Espina. Es un personaje fundamental en la novela. Va a introducir en la región el dinero, cambiando su historia para siempre. 

Los soldados vivían en armonía con los indígenas, buenos e inocentes, que los servían. Los indígenas eran el pueblo menos práctico imaginable. Cultivaban el ocio, gozaban de la naturaleza y del amor. Eran seres contemplativos que amaban la belleza. La inquietud estética era su preocupación suprema. Eran ceremoniosos. Actuaban en la vida diaria siguiendo sus convenciones. Los caciques e indígenas influyentes estaban rodeados de su séquito. 

Espina había hecho venir al ingeniero Duval a Pringles para montar una imprenta. Con ella el mundo natural de la pampa va a salir de la edad de la inocencia. El objetivo de Espina era imprimir dinero: el Coronel introduce el capitalismo entre las tribus. La invención del dinero todo lo transforma. El dinero que imprime no tiene respaldo monetario alguno, pero poco importa: el intercambio económico va a dominarlo todo. El dinero viaja, impulsa el comercio, y las tribus se relacionan entre sí y forjan nuevos vínculos y obligaciones. Gracias al dinero, Espina se vuelve influyente en la zona. La novela compone su alegoría, su fábula capitalista. La trama se emancipa totalmente de toda pretensión realista. 

Poco después un malón de indios invade Pringles, y se lleva a Ema como cautiva. Su existencia cambia. Al llegar al fuerte, Ema había dejado atrás la “barbarie”, la vida inhumana de esclavitud y violencia a que la habían sometido los soldados junto a los cautivos durante el viaje.  Su vida en Pringles, en comparación, había sido fácil y regalada, “civilizada” y por momentos decadente. En la parte siguiente el narrador nos presenta la vida en la pampa de una tribu indígena. 

Aira invierte el orden de los valores de la cultura tal como la había presentado la narrativa de los escritores del siglo XIX, con la excepción de Mansilla. Para esos escritores el mundo indígena era el estrato inferior de la pirámide cultural. Estaba por debajo de la “barbarie” gaucha. El gaucho, en la versión sarmientina, podía ser “recuperado” para la civilización; el indio, en cambio, el “salvaje”, era irrecuperable, un verdadero monstruo (Pérez 105-49). La única solución frente al indio era la guerra a muerte. En la versión de Aira, inversamente, el indio representa el sumun de la civilización: la cultura llevada a su nivel máximo, el estético. Las tribus y sus caciques, verdaderos reyes, rendían culto a la belleza. Despreciaban los intereses materiales. Vivían en función del arte. Deseaban traer el arte a la vida. Es el mismo sueño que tenían los artistas neo-vanguardistas, y es seguramente en atención a sus ideas que Aira imaginó esta trama.  

Ema va a habitar dos años con los indígenas. Es una verdadera princesa en medio de sus cortes fastuosas. Primero convive con el príncipe Hual. La naturaleza les daba sus frutos, cazaban animales exóticos en los ríos, gozaban liberalmente de los placeres sexuales. Un tiempo después, se despide amigablemente de Hual y con un grupo de amigos inicia una lenta marcha hacia la tierra del cacique principal, Catriel.

Allí va a hacer un descubrimiento importante para ella: los indios eran expertos en la cría de distintas especies de faisanes. Los admiraban porque eran aves extrañas y bellas. Ve por primera vez al faisán dorado, que Ema considera “la alegoría de la riqueza” (133). 

Ema disfruta de su estadía. Convive con un pueblo de estetas, que practicaba la política del “laissez faire”. Gracias a esta nueva experiencia, tiene una idea transformadora. Concibe la posibilidad de criar faisanes en gran escala y de venderlos entre los indios y a los blancos de las ciudades, que apreciaban su carne. Planea transformarse en empresaria. La cautiva se imagina como una verdadera potentada. Para que este sueño pudiera realizarse necesitaba de un elemento esencial: el capital financiero. Sin embargo, eso también estaba a su alcance. Pensó en Espina, el inventor del dinero. Se despide de sus amados indios y regresa a Coronel Pringles para convencer a Espina, gestionar su ayuda y llevar a cabo su proyecto. Quiere transformarse en una capitalista poderosa (Artigas 194-206). 

Los indios habían empezado a utilizar el dinero de Espina, pero no entendían su “lógica”: les resultaba demasiado abundante. En la cultura blanca, la “barbarie” blanca, el dinero nunca era bastante, y quien lo poseía tenía poder sobre los demás. Ema llega a Coronel Pringles y habla con el Coronel, que celebra su idea y su determinación: él tiene el dinero y necesita de la inteligencia emprendedora de Ema para extender el poder del capital. Fomentarán en los blancos el deseo de consumir la preciada carne de faisán. Espina le entrega la elevada suma que ella le pide. Ema planifica el trabajo. Con ese dinero compra animales reproductores de calidad y un campo de 20.000 hectáreas para establecer en él su explotación. Luego, selecciona a sus operarios y obreros indios. Con ellos inicia la cría de los faisanes, que van a transformarse pronto en una enorme fuente de riqueza. 

Su progreso como empresaria la transforma en una mujer ambiciosa y fría. Somete a los animales a prácticas crueles de gestación y crianza. Quiere lograr una especie perfecta. Su gusto se refina, su conocimiento aumenta. Cuando el Coronel Espina visita su criadero observa el mal trato que les da a las aves y se lo dice, pero Ema se muestra indiferente. 

Ema disfruta de su poder. Su conducta es sensual y libertina. Queda embarazada otra vez. Terminada la temporada de cría, se siente cansada, agotada. Ha adquirido hábito compulsivos, obsesivos, de trabajo. Reúne a su séquito y los invita a ir todos juntos de vacaciones, a visitar las grutas de Nueva Roma, no muy lejos de donde viven. Allí culmina la fábula de Aira. 

La edad de la inocencia indígena quedó en el pasado. Los blancos les llevaron su propio infierno: la búsqueda de riqueza y poder. La “barbarie” capitalista blanca termina por destruir el mundo idílico y bello de los indígenas de la pampa. 

Años después, en 1987, Aira escribe La liebre, tomando nuevamente como tema la vida de los indígenas del sudoeste de la provincia de Buenos Aires. En esta nueva novela describe el mundo indígena desde otra perspectiva utópica. 

La vida cultural y social había cambiado sensiblemente en Argentina entre 1978 y 1987. Aira había escrito Ema, la cautiva entre 1972 y 1978. Fueron años particularmente intensos y traumáticos en la historia nacional. En 1973 concluyó el período de dictadura militar que los Generales Onganía, Levingston y Lanusse habían iniciado con el golpe de estado de 1966, y retornó al país y fue elegido presidente, el General Juan Domingo Perón, después de un largo exilio. Desde principios de la década del setenta las guerrillas armadas se habían organizado bajo consignas  de izquierda. Los jóvenes vivían el sueño de la revolución posible. En 1976 el General Videla dio un golpe militar, el más cruel y sangriento de la historia argentina. El Ejército dirigió su poder de fuego contra la población civil, los militantes sociales y en muchos casos los artistas. El resultado fue un horrible genocidio que dejó como saldo miles de muertos y desaparecidos. 

Esos años revolucionarios conflictivos transformaron el mundo del arte. Floreció la literatura política y testimonial y aparecieron artistas neo-vanguardistas, que buscaban, a su modo, la revolución.  

Aira comenzó a escribir en ese ambiente, pero sus novelas no reflejaron la historia de la época ni sus tensiones políticas o sociales. Buscaba poner distancia entre él y la historia inmediata. Rechazaba el realismo. Su literatura progresó hacia un antirrealismo cada vez más radical. Desarrolló una poética de la prosa neovanguardista y formalista. 

Ema, la cautiva presentó una visión poética del mundo de los vencidos. Su fábula capitalista feminista y neoliberal invertía y corregía la narrativa de la civilización y la barbarie sarmientina. Mostraba su desacuerdo con la visión racista de la cultura de Sarmiento y la Generación del 37. En su novela el orden capitalista empujaba a la sociedad indígena hacia su propia perdición. 

La problemática indígena vuelve a aparecer años después en La liebre, fechada en 1987 y publicada en 1991, aunque la trata de otra manera. Su literatura se ha vuelto menos preciosista. Hace uso y abuso de sus “procedimientos”, obligando al lector a estar consciente del artificio narrativo. 

La prosa de Ema, la cautiva era recargada y barroca. En La liebre emplea una prosa neutra, informativa. Sorprende y descoloca al lector con sus juegos literarios. Trata de mostrarle su ingenio, su originalidad. 

La liebre es una novela de suspenso e intriga. Sobre todo de intriga familiar. Aira sitúa la historia novelesca en los campos de la zona suroeste de la provincia de Buenos Aires donde habían vivido los indígenas en la década de 1840. Sus personajes, que habitaban en dos continentes, eran miembros de una gran familia indígena extendida y desencontrada, en viaje de autoconocimiento. Varios de sus miembros no se conocían, eran hijos adoptivos de la cultura blanca. En el proceso van a encontrarse y reconocerse, y recuperar su pertenencia a su comunidad de origen. Varios de los miembros de la familia indígena habían vivido como “blancos” en Inglaterra y otros en Buenos Aires. Aquellos que vivían en países europeos “civilizados” llegan a la región atraídos por el mundo indígena. Hay algo en su naturaleza, en su “sangre”, que los impele a visitar esas regiones. Allí descubrirán su verdadera identidad y encontrarán su “verdad”. 

En la versión eurocéntrica de la Generación del 37 Europa era el centro de la civilización (Pérez 33-62). Consideraban a la raza blanca la más “civilizada” y apta para la cultura y el progreso, y a las razas indígenas, mestizas y negras, como inferiores a la blanca. Miraban con admiración y benevolencia las guerras imperialistas de dominación, que Francia e Inglaterra llevaban a cabo en esos años del siglo XIX en busca de nuevas colonias en continentes poblados por otras razas en África y Asia y aún en América. En la visión que presenta Aira en esta novela la raza no determina superioridad genética ni intelectual alguna. El inteligente naturalista inglés Clarke, que había sido adoptado por una familia inglesa, era hijo de indígenas. La extendida creencia de los europeos blancos y sus descendientes en la superioridad de su raza era una falacia (Garramuño 149-58). 

La liebre cuenta la fábula del “chico bien” inglés, naturalista, viajero y aventurero, que un día se enteró que era indio. Pertenecía a la élite india, sus familiares eran indios encumbrados: hijos y nietos del máximo cacique Ranquel, Cafulcurá (el nombre que le da Aira al cacique, Cafulcurá, difiere ligeramente del nombre del personaje histórico: Calfucurá). Tal como en Ema, la cautiva, el autor rodea a sus personajes de privilegios y relativo lujo. No son parte del pueblo tribal sin fortuna ni poder. Son intelectuales y exquisitos, artistas en potencia. Presenta una utopía indigenista idealizada y estetizante.

Introduce, en la primera parte de la novela, a un personaje histórico muy importante de la época, atacado y denostado por la Generación del 37: el Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas. Su interpretación del personaje coincide con la versión histórica degradada que instaló aquella generación en el imaginario literario. Es cómica y paródica. Lo describe como a un autócrata gordo y perverso, que trata a su hija Manuelita como a una idiota.

Rosas apoyaba a la comunidad afroargentina. Creía que la Argentina iba a ser un día un país negro. Mantenía activas relaciones diplomáticas con los pueblos indígenas. Conocía y estudiaba las lenguas nativas. Se trata de un dato histórico real: Rosas escribió un diccionario castellano-pampa (Pérez 63-78). 

El Gobernador le presta a Clarke su caballo Repetido. El caballo había sido un obsequio del cacique Cafulcurá, y era a su vez hermano gemelo del caballo que él mismo montaba. La astucia del Gobernador le ayudará a Clarke a resolver los desencuentros y enredos de su familia. El animal conocía el camino de regreso al territorio indio y condujo a su jinete muy fácilmente hacia la tierra donde habitaban las tribus que dependían de Cafulcurá. Rosas le pidió también que llevara con él al joven acuarelista de la sociedad porteña Carlos Álzaga Prior, un joven mestizo que ignoraba su origen. Al final de la historia terminará siendo hijo del mismo Clarke y de su amada Rossanna, una inglesa que, luego de conocer al naturalista, se había casado con el cacique Rondeau y se transformó en su viuda, cuando este murió en combate, a manos del mismo Cafulcurá. 

Clarke, Carlos y el gaucho baqueano Gauna se adentran en la pampa india. Luego de cabalgar quince días llegan a las Salinas Grandes, donde estaban los toldos de Cafulcurá y su gente. Las formaciones salinas de las Salinas Grandes están situadas no muy lejos del pueblo de Pringles, donde creció Aira. Forman parte de la geografía con la que se había familiarizado en su infancia, el sudoeste de la Provincia de Buenos Aires.

Clarke, Cafulcurá, Carlos y el gaucho Gauna, aún cuando el azar y el destino los había llevado por distintos caminos, comparten una misma historia de familia. Después de arrivar a las Salinas, el cacique Cafulcurá invita a Clarke a hablar con él. Conversan sobre Darwin y sus ideas. Se comunican en Huilliche, lengua que Clarke domina. La manera de pensar de Cafulcurá, dice el narrador, muestra como está presente en él el sistema del “continuo”. Cree que lo homogéneo y lo heterogéneo están ligados (41-2). 

Aira introduce, al describir el pensamiento indígena, una idea central y recurrente en su narrativa: la continuidad. Sandra Contreras explica que la forma del continuo opera en Aira en “dos sentidos”: impulsando el relato hacia adelante y provocando un pasaje o salto entre niveles heterogéneos (Contreras 22-23). El autor, a partir de esta época, se vuelve un escritor prolífico y compulsivo. Escribía novela tras novela, corrigiendo lo mínimo. Ese año terminó cuatro. Atrás quedó el preciosismo de Ema, la cautiva. Se concentraba particularmente en la intriga, que tenía que ser lo más ingeniosa y provocadora posible. 

En La liebre introdujo un núcleo de misterio, guiando la acción: la liebre legibreriana. Clarke había escuchado hablar sobre una liebre voladora y va al sitio donde dicen que levantará vuelo. No logra verla. Alvarito, hijo de Cafulcurá y hermano suyo, aunque este en ese momento no lo sabe, le explica que lo de la liebre bien podía ser una fantasía, ya que los mapuches fundaban su gobierno en fábulas (53). Gauna, el gaucho baqueano desconfiado, le dice a Clarke que cuando los indígenas aseguran que una liebre “alzó vuelo”, lo que quieren  decir en realidad es que se han robado o van a robar algo precioso, una “liebre”. La liebre era una metáfora. Se estaban burlando de ellos, mintiendo con la verdad (58). 

Clarke se entera que Cafulcurá está por cumplir setenta años. Al día siguiente van todos a una cacería de liebres, pero no ven ninguna. Durante la cacería un grupo de indios viene hacia ellos blandiendo las lanzas en forma amenazante. Les dicen que Cafulcurá había desaparecido. Creen que fue secuestrado. Sospechan de ellos. La culpan a la Viuda de Rondeau, ya que el cacique había matado a su esposo. La Viuda era un ser feroz, y se había aliado a los vorogas y al cacique Coliqueo, sus enemigos, para poder vengarse. Al final de la novela descubrimos que la feroz Viuda era en realidad una mujer blanca, medio-hermana de Gauna. Había sido el gran amor de Clarke y habían tenido un hijo juntos, Carlos, el pintor que los acompaña. Carlos era por lo tanto descendiente de un padre indio, el “inglés” Clarke, y una madre inglesa blanca, la Viuda de Rondeau, a la que todos creían india. 

Durante el transcurso de la obra los personajes van develando progresivamente la historia de sus vidas, llenas de misterios y datos ocultos. Clarke y Carlos eran hijos adoptivos. Habían sido adoptados por familias blancas. ¿Qué había sucedido? Aira, con perfecta imaginación antropológica, concibe un gran tabú que explica esto: los mapuches creían que la identidad de cada ser era sagrada y única. Veían el nacimiento de hermanos gemelos como una verdadera amenaza para sus creencias. Por eso, cuando dentro de una familia nacían gemelos entregaban a uno en adopción. Cafulcurá había tenido gemelos y su clan se fragmentó. Clarke fue adoptado por una familia inglesa. El narrador revelará las circunstancias de esa adopción al final de la novela, en el momento del reconocimiento y la anagnórisis. Clarke no conocía su origen. 

Los gemelos, al ser padres, pueden a su vez concebir gemelos. Clarke, sin saberlo, también ha tenido mellizos con Rossanna, la Viuda de Rondeau; uno de ellos es Carlos, y la otra, Iñuy, una niña criada por una familia indígena, a la que Carlos conocerá durante el viaje. La historia de la separación de los gemelos termina felizmente. Aira resuelve el tabú y reúne a los hermanos restableciendo el continuo, clave de su narrativa. Los indígenas vuelven a integrarse en una sola familia. 

Después del episodio del supuesto secuestro del jefe indígena, Clarke parte con sus amigos para buscar a Coliqueo, y averiguar qué pasó con Cafulcurá. A lo largo de ese viaje, en diversos episodios, Clarke va a ir conociendo aspectos importantes de las historias de los otros personajes. Carlos le cuenta quién lo adoptó  en Buenos Aires y por qué, y Gauna le explica que él no es un gaucho sin cultura: es un hombre educado de familia influyente, un Gauna Alvear. Gauna está buscando a su media-hermana. Luego descubrirá que su media-hermana es la Viuda de Rondeau, que había sido la amada de Clarke, y era madre de sus hijos mellizos: Carlos e Iñuy. El gaucho aristócrata Gauna y el indio inglés Clarke, sin saberlo, son cuñados. 

El machi Mallén les había contado que Cafulcurá había sufrido un accidente cuando tenía 35 años y estaba por casarse con su esposa principal, Juana Pitiley (la madre de Clarke y de su hermano gemelo Namuncurá). Los borogas lo raptaron y no logró consumar su matrimonio: Juana los siguió y los alcanzó al llegar a la Sierra de la Ventana. Rescató a Cafulcurá por la noche y consumaron el matrimonio escondidos en el agujero de la montaña, su “ventana”, en la cima de la Sierra. Esa misma noche, cree el machi, fue cuando vieron la liebre legibreriana, aunque era probable que la historia de la liebre fuese una leyenda. 

Durante el viaje en busca de Cafulcurá, Clarke, Carlos y Gauna conocen a un pueblo que vive en unas cavernas subterráneas, acaudillado por el cacique Pillén. Pasan un tiempo con ellos. Eran seres naturales felices: dormían mucho y mantenían relaciones sexuales promiscuas. Eran muy apasionados y vivían en la molicie (216). Creían que los puntos de oscuridad del cielo reemplazaban a los puntos de luz. 

Progresivamente Clarke y Carlos se van transformando durante el viaje. Se acerca el momento en que los Vorogas y los Huilliches de Cafulcurá se enfrentarán en una guerra. Clarke y Carlos se quitan sus ropas, se dejan el torso desnudo como los guerreros y se engrasan el cuerpo. Algo dentro de ellos los impele a actuar así. Se unen a las tropas Huilliches. Sus caciques confían en Clarke y le piden que sea el jefe y dirija la guerra. Comienza el ataque. Clarke utiliza la táctica de la Gran Sinusoide, un movimiento envolvente y continuo. Durante la batalla ejecuta con todos sus guerreros una amplia “maniobra disuasoria”, con muy pocas víctimas, durante dos días (263). Por la noche, mientras descansa, tiene una visión: se le aparece su doble, vestido de inglés. Se duerme. Cuando despierta, la batalla había terminado. Carlos le dice que el triunfo fue absoluto y él es un héroe. Clarke comprenderá después que el inglés que había venido a visitarlo por la noche era en realidad su hermano indígena gemelo Namuncurá. Fue él quien dirigió la batalla final. Su doble había sido real. 

En la última parte de la novela, Clarke y Carlos deciden acompañar a Gauna a la Sierra de la Ventana. Este buscaba a su media-hermana. La Viuda de Rondeau iba a recibir allí una supuesta gema de un desconocido mapuche. Gauna quiere hablar con ella. Allí, en la Sierra de la Ventana, es donde ocurrirá el encuentro y el reconocimiento definitivo: cada personaje conocerá su verdadera identidad. Clarke, el inglés, descubre que es un indígena mapuche, hijo de Cafulcurá; Carlos es su hijo; Iñuy, que acaba de dar a luz mellizos, es su hija; la feroz Viuda del cacique Rondeau es Rossanna, media-hermana de Gauna, que había sido amante de Clarke. Clarke se reúne con Cafulcurá y Juana Pitiley, su padre y su madre, y con su hermano gemelo, Namuncurá. 

Aira inserta varios relatos en la narración general a lo largo de la novela: la historia de la liebre legibreriana, la historia de la adopción de Clarke, la historia de Carlos, la historia de amor de Clarke y Rossanna, la historia de Cafulcurá y Juana Pitiley. Crea una estructura narrativa compleja, un “dispositivo” formal. Trata de demostrar al lector que es un escritor vanguardista que lucha por innovar constantemente. Aira justifica y explica su propósito en un artículo iluminador suyo sobre el arte de novelar. Allí dice expresamente que la diferencia entre la novela comercial y la novela artística moderna vanguardista radica precisamente en la habilidad y el talento de los artistas para inventar un procedimiento propio único, un “dispositivo”, original, sorprendente, en cada nueva narración (“La nueva escritura”). 

En su novela Ema, la cautiva, nos había quedado clara su búsqueda ética al abordar su temática; en La liebreAira adopta una posición lúdica frente a los personajes y la historia que cuenta, recurre a juegos formales. Crea un formidable enredo familiar, exagerado y por momentos cómico. Ese enredo crece de manera progresiva hasta apoderarse por completo de la trama. El lector espera con interés que se resuelva la intriga. Gradualmente Aira va independizando su literatura de la Historia: el juego siempre se juega en el presente. 

Estos relatos, tanto Ema, la cautiva, como La liebre, son contados desde el espacio indígena. Sus interlocutores blancos, como Ema o Espina, y Gauna y Rossanna, atraviesan la frontera que separa el mundo blanco del indígena y se va operando en ellos una transformación progresiva. Los blancos se mestizan gradualmente con los nativos y viceversa: las fronteras son espacios dinámicos. La acción y los personajes en estas novelas están en continuo movimiento. En La liebre, los personajes logran encontrar al fin su verdadera familia y reconocen su identidad (Mbaye 205-17). 

Ema, la cautiva queda como una obra única en su producción, diferente. Aira reflexionó en ella sobre la cuestión indígena y el papel de la mujer en la frontera. Empleó una escritura meditada y poética, deteniéndose con particular interés en sus bellas y suntuosas descripciones de la naturaleza. En 1987, cuando escribió La liebre, además de El bautismoLos fantasmas y Embalse, su énfasis había pasado de la temática al “procedimiento” formal : Aira se concentraba en producir dispositivos narrativos ingeniosos y sorprendentes. Trabajaba rápidamente. Buscaba temáticas originales o trataba viejos temas de manera nueva, los desnaturalizaba, rompiendo con cualquier semblanza de verosimilitud. Introduce en sus historias rasgos anacrónicos y compone personajes esquemáticos y poco realistas. A diferencia de lo que observamos en Ema, la cautiva, no encontramos en La liebreun trasfondo alegórico. El autor no da al reencuentro de los hijos de Cafulcurá con su padre un valor ejemplar. La familia de Cafulcurá fue víctima de sus propias creencias. Los mapuches habían tratado de desterrar lo idéntico, pero lo idéntico regresa. Este regreso no amenaza el poder del cacique Cafulcurá, solo refuerza el vínculo de familia. Establece la armonía. 

El tabú de la sociedad mapuche había hecho que la familia india saliera de su entorno, de su clan, para abrirse, paradójicamente, hacia el mundo. Al dar a los mellizos en adopción, rompieron la unidad familiar y se abrieron los clanes. Es el principio exogámico, base de la sociedad plural y multirracial. Clarke y Carlos se reencuentran con su familia original. Son individuos que fueron educados en la sociedad blanca inglesa y argentina. Cada sociedad tiene su propia estructura cultural y moral. Rossanna vive con los indígenas y se realiza junto a ellos. Las culturas y las razas se han mestizado. 

La utopía indígenista de Aira revisa el tema del descubrimiento del otro, base de la formación de la literatura hispanoamericana. Hispanoamérica nace en un encuentro conflictivo de culturas. Gradualmente los pueblos han ido conquistando y aceptando sus diferencias, aprendiendo a convivir. Su visión es optimista e idílica. Busca que su literatura repare una injusticia histórica: la expulsión de los pueblos nativos de sus propios territorios y la negación de su humanidad. Su visión del vencido intenta restaurar el valor de su cultura desde una perspectiva literaria, poética. 

Aira desmiente la visión sarmientina sobre la preeminencia de las razas y las culturas: los indios no son inferiores a los blancos. Clarke es un indio que vuelve a la pampa creyendo que es inglés y lucha en la guerra india como comandante indio. Su hermano Namuncurá, que él cree su doble, se le aparece por la noche vestido de inglés y dirige la batalla final en su lugar. Aira trasviste intencionalmente los rasgos culturales. Las identidades son intercambiables (Mandolessi  35-42). 

En estas obras podemos ver un cambio progresivo en sus ideas literarias. Ema, la cautiva evidenciaba el peso que había tenido en su formación la novelística latinoamericana de la década del sesenta. La liebre propone una aproximación más formalista a la literatura. Aira ataca de una manera frontal al realismo y reinstala la idea de la ruptura constante de la forma, que habían propuesto y defendido las vanguardias históricas a comienzos del siglo XX, como una manera  vigente de novelar. 

 

 

 

Bibliografía citada

 

Aira, César. Moreira. Buenos Aires: Achával Solo, 1975. 

---. Ema, la cautiva. Buenos Aires: Eudeba, 2011. 

---. La liebre. Buenos Aires: Emecé, 2011. 

---. El bautismo. Buenos Aires: GEL, 1991. 

---. Los fantasmas. Buenos Aires: GEL, 1990. 

---. Embalse. Buenos Aires: Emecé, 1992.

---. “La nueva escritura”. La Jornada Semanal, 12.4.1988. 

Artigas, Emilia. “César Aira, la máquina de contar: una lectura de Ema, la cautiva”. 

            Telar 23 (2019): 191-207. 

Cerdas Cisneros, María A. “Desterritorialización, simulacro de realidad y espacios 

            virtuales en algunas obras de César Aira”.  Gregorio C. Martin, Ed. Rondas

            literarias de Pittsburgh 2017 . New Kensington: Grenlin Press, 2018: 29-50. 

Contrera, Sandra. Las vueltas de César Aira. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2002. 

Garramuño, Florencia. “La liebre de César Aira, o lo que queda de la campaña del

            desierto”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana No. 48 (1998): 149-58. 

Mandolessi, Silvana. “La liebre, de César Aira o una sesgada sátira de la nación”. 

            América: Cahiers du Criccal No. 38. La satire en Amérique latine, formes et

            fonctions. Vol. 2. Paris: Presses Sorbonne Nouvelle, 2008: 35-42. 

Mbaye, Dijbril. “Viaje e identidad en la La liebre de César Aira”. Cuadernos del

            Hipogrifo. Revista de Literatura Hispanoamericana y Comparada No. 4 (2015): 

            205-17. 

Montaldo, Graciela. “Borges, Aira y la literatura para multitudes”. Boletín 6. Centro de

            Estudios de Teoría y Crítica Literaria (1998): 7-17. 

Pérez, Alberto Julián. Los dilemas políticos de la cultura letradaArgentina Siglo XIX

            Buenos Aires: Corregidor, 2002. 

 

             


Publicado Revista Renacentista Noviembre 2020. Web. 



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