De Alberto Julián Pérez ©
En la esquina de
casa vive una indigente.
La pobre está
desequilibrada.
Vuelta hacia
adentro, habla sola.
Parece tener algo
más de treinta años.
Los vecinos
pasamos a su lado sin decir nada.
Llegó al barrio
hace un año.
Tendió sus
mantas en la vereda,
cerca de una
alcantarilla.
Ese lugar es su
morada.
Allí come, duerme
y pasa sus días.
Es una mujer
moderna:
tiene una radio
y una calculadora rotas.
Mueve o aprieta
sus botones y conversa con ellas.
Quizás la
entienden y le responden cosas.
La hemos
aceptado
como parte de
nuestra realidad.
Los niños la
miran con curiosidad.
Ella vive en su
propio mundo.
Sucia, cubierta
de viejos abrigos, en invierno
y en verano,
duerme junto a un perro viejo
que se hizo su
amigo
y es el único
ser que le brinda
su calor, su
cariño.
Cada mediodía le
da de comer a las palomas
las sobras de
las sobras que recibe.
No nos presta
atención,
ignora lo que
pasa a su lado.
“Ha perdido la
razón”, nos decimos,
pero no sabemos
bien qué es la razón.
Parece que oye
voces.
Quién sabe qué
le dicen.
Para mí es como
una sibila
que recibe
mensajes del más allá.
Los vecinos
procuran no acercarse mucho.
Huele mal y seguramente
tiene piojos.
No quieren
contagiarse.
¿Qué nos pasaría
si atravesáramos,
con ella, la
pared invisible
y cruzáramos a
ese otro lado, que no conocemos?
Aprovechamos
para hacer nuestra catarsis.
Esta mujer sucia
nos sirve para limpiarnos.
Purgamos nuestro
miedo al abandono y al fracaso.
¡Oh indigente,
oh inocente sibila,
perdona nuestras
deudas!
¡Somos parte de
tu miseria!
Tal vez sea esta
una prueba
que dios nos
envía
y somos nosotros
los observados.
En este
laberinto sin salida
guardo cierta
esperanza de resurrección.
Ella parece
habitar
dentro de un
sueño recurrente.
Yo creo que las
voces que oye
son las mismas
que hablan a los poetas.
Hay en ella cierta
belleza trágica.
Su vida parece
una metáfora
del purgatorio o
del infierno.
En su suerte veo
reflejado
el destino fatal
de muchos artistas;
ante la
realidad, impotentes,
prisioneros de
sus sueños.
Siento que expresa
algo
que va más allá
de lo que vemos.
Su silencio es
un enigma
preñado de
interrogantes.
¡Oh inocente
sibila!
¡Concédeme un
deseo!
Haz que
desaparezca la distancia
entre dios y
nosotros.
Mírame por una
vez a los ojos.
Toma mis dos manos.
Confíame los
secretos de tus voces,
y dime, si
puedes, quiénes somos.
Publicado en The Crow Magazine No. 4 - enero, 2016. web.
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