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lunes, 25 de octubre de 2021

LAS VERDADES DEL POETA

                               de Alberto Julián Pérez 


I


Yo digo 


Hermanos poetas 

navegantes de las tinieblas, 

portadores de las lámparas de fuego 

que iluminarán el camino a los ángeles 

cuando se cierre el cielo 

y venga la última noche, 

mis hermanos, mis padres, 

mis esclavos, mis maestros, 

mis muertos favoritos, 

todos nosotros hijos del mismo espíritu 

cuyo nombre no sabemos realmente 

y le llamamos poesía. 


II 


Digo, contradigo. 


Quien no siente a dios en sí 

no puede vivir la poesía, 

quien no se sabe inmortal 

no es un poeta, 

quien no siente que el lenguaje 

es el origen 

no comprende la vida. 

Quien no entiende que la poesía es un manto 

duerme desnudo y solo en el vacío 

abandonado de los dioses. 

Quien no se casa con la poesía 

llora sin consuelo en el cielo frío. 

El sol mira con envidia al poeta. 


III


Hermanos ángeles 


a.


Digo, contradigo 

las verdades no son eternas, 

como una moneda cambiante 

el mundo está en metamorfosis. 


b. 


La poesía es un juego. 

El hombre es su propio dios. 

Los dioses han bajado del Olimpo. 


c. 


El poeta vive en la historia. 

Sin historia no hay poesía. 


d. 


Hay una poesía para los reaccionarios. 

Otra para los colonizados. 

Otra para los que buscan a dios. 

Otra para los que le temen 

y escriben en prosa. 


e. 


Lo real 

Lo surreal 

La poesía 

Sus contradicciones 


IV


Yo juego

 

1. 


Como no ser yo 

como estar muerto 

y seguir escribiendo desde las sombras 


2. 


Digo, contradigo 


3. 


La poesía busca a los poetas 

y dios a sus hijos 


4. 


Los libros sagrados 

fueron escritos por los poetas 


5. 


La poesía es un acto 

involuntario. 

La musa guía la mano 

del poeta. El poeta 

obedece su llamado. 


6. 


¿Quién es la musa? 

Marque con una cruz: 

la muerte, 

la eternidad, 

la vecina de la esquina, 

mi madre, 

la editora de Planeta. 


7. 


Erato, Calimnia, Caliope 

mis madres 

el que va a morir os saluda 



V


Yo pienso 


i. 


Cuando la palabra del poeta 

se desprendió de sí 

nació la prosa 

y comenzó la literatura. 

La divinidad dejó de ser en ella. 

Exiliados del cielo 

los poetas desde entonces 

vagan por la tierra 

y escriben, eternamente, 

un mismo poema interminable. 


ii. 


La poesía, mortal, peregrina, 

expulsada del Olimpo

por ser demasiado humana,

vive en la constante nostalgia 

de su propia divinidad.


iii.


Digo, contradigo. 


iii bis.


El hombre es un proyecto inconcluso. 

La crueldad es común a todos los animales. 

Darwin cree en la evolución. 

Sócrates busca la verdad. 


iv.


Poetas errabundos 

levántense del polvo 

dejen que venga el día 

la luz eterna 

la poesía del sol. 

Dejen que entre el otro 

que llegue la pasión. 

Abandonen su isla 

reemplacen el verso por el diálogo 

el monólogo por la política. 


v.


El yo desea un lugar en el mundo 


vi.


La vida 

El juego 

Nosotros, los poetas, 

perdidos en las tinieblas 

buscamos en las estrellas 

la inmortalidad del alma. 


vii.


Que se haga la luz 

y viva 

la poesía del día 

la poesía del amor

la poesía del pueblo 

la poesía del mañana. 


viii.


La verdad 

El destino 

La revolución 

El hombre 

Vuelta a uno mismo 


ix. 


Yo digo, contradigo. 


Vivimos en un mundo de apariencias. 

Vivimos en un mundo de ilusiones. 


2021 


Publicado en World Literatures and Linguistics No. 1 - Dic 2021: (109-114)

miércoles, 13 de octubre de 2021

Bartolomé Hidalgo y la patria

                                             de Alberto Julián Pérez 


Bartolomé Hidalgo (Montevideo 1788 – Morón 1822) nació en Montevideo en las postrimerías del siglo XVIII, poco antes que comenzara la lucha anticolonial en el Río de la Plata, primero, contra el Imperio Inglés que ocupó Montevideo y Buenos Aires en 1806, y luego, a partir de 1810, contra España, a la que se reclamaba la independencia. Hidalgo vivió intensamente ese proceso anticolonialista e independentista. Fue un momento histórico en que creció la rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires, y varios sectores oligárquicos representativos de ambas regiones rehusaron sacrificar sus intereses sectoriales al servicio de la unidad, que reclamaba la causa de la Independencia.

Luego que fue expulsado de Buenos Aires, el Imperio Español trasladó su centro colonial a Montevideo. El momento era crítico. Otras potencias imperialistas tenían sus propias ambiciones en la zona. El Reino de Portugal y Brasil quería anexar la Banda Oriental a su territorio. Francia e Inglaterra buscaban mediar en los conflictos e inclinar la situación según sus propios intereses (Rama 60).

En la Banda Oriental aparecieron serias diferencias internas. La oligarquía pro- monárquica de Montevideo se enfrentó a los comerciantes y ganaderos del interior. A la guerra contra España, sobrevino la ocupación portuguesa. El gobierno de Buenos Aires y la oligarquía de Montevideo se aliaron contra el interior. Esto desencadenó una guerra civil (Halperín Donghi 400-50).

La difícil situación, que amenazaba la libertad y la independencia, comprometía seriamente el futuro. La sociedad criolla no era homogénea. Habían aparecido nuevos actores sociales, con sus propias expectativas. Resultaba difícil aunar los intereses de los comerciantes ricos, los jornaleros y artesanos, y los propietarios y paisanos del interior, para trabajar por un ideal común. La disparidad económica entre los dueños de grandes extensiones de tierra y aquellos que poco o nada tenían se hizo evidente. Cada uno de estos sectores dio prioridad a sus propios intereses. Resultaba muy difícil articular un ideal y un programa común.

Ante las luchas y tensiones internas, la cuestión de la independencia muchas veces pasó a un segundo plano. Las disensiones y la guerra civil se fueron apoderando de la región. El gobierno central de Buenos Aires se enfrentó a las provincias del litoral. El caudillo Oriental José Gervasio Artigas lideró la Liga Federal. La Banda Oriental y Buenos Aires profundizaron sus diferencias.

Hidalgo temía por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Vio a su provincia ocupada por los portugueses, luego por España, luego otra vez por los portugueses. Al morir en Buenos Aires, a los treinta y cuatro años, la Banda Oriental se había transformado en una provincia del Brasil.

El conflicto interregional continuó desarrollándose a lo largo de las primeras décadas del siglo XIX. En 1852, a la caída de Rosas, los distintos sectores políticos trataron de llegar a un acuerdo para unificar definitivamente las Provincias Unidas del Río de la Plata y aprobar una Constitución que tuviera vigencia para todos. Para entonces la Banda Oriental se había separado definitivamente del territorio de las Provincias Unidas. Francia e Inglaterra tenían gran influencia en la región. Brasil, que participó en la guerra contra Rosas, se benefició igualmente de la victoria. Le cedieron el territorio de las Misiones Orientales.

Para Hidalgo, sin embargo, la historia se detuvo en 1822. No pudo ser testigo ni participar en la lucha de su provincia para separarse del Brasil en 1825, ni vivir la declaración de la independencia de la Banda Oriental en 1828, ni el ascenso de Rosas al poder en Buenos Aires, ni la invasión fallida de Lavalle al territorio argentino que promovió Francia y apoyaron los intelectuales de la Generación del 37 radicados en la ciudad de Montevideo.

En los pocos años que vivió Hidalgo participó activamente del proceso cultural montevideano. Montevideo le proveyó de un rico marco cultural y político. La ciudad contaba con una ubicación estratégica en el Río de la Plata. Situada en una pequeña península, había sido amurallada, y era una plaza militar fuerte. Alrededor de ella se realizaron sitios por tierra, y bloqueos por mar. Hidalgo luchó en esos sitios, cuando se unió al ejército para expulsar a los españoles de Montevideo.

A pesar de haber nacido en una familia pobre, Bartolomé pudo providencialmente educarse (Praderio LXXXI). Se presume que estudió en el Convento de San Francisco. Se hizo notar por su buena redacción y la escritura se transformó en su principal medio de vida. En 1803, con 15 años, entró como empleado y escribiente en la casa de comercio de Martín Artigas, padre del futuro Protector de los Pueblos Libres. Eso le permitió conocer a José Gervasio Artigas. En 1806 pasó a trabajar como empleado en las Oficinas del Ministerio de la Real Hacienda. En 1807 se enroló en el Batallón de Patriotas de Montevideo y luchó en la acción del Cardal contra los ingleses, que sitiaron la ciudad y luego la invadieron. La dominación británica se extendió hasta el 9 de septiembre de 1807. Hidalgo permaneció en la ciudad durante ese tiempo y al retirarse los ingleses recuperó su trabajo en el Ministerio.

Las Invasiones Inglesas dieron principio a una lucha de resistencia, a la que siguió la lucha independentista contra España y la lucha posterior contra Brasil. Los sectores criollos de Montevideo intervinieron en esos conflictos. El periodismo despertó de pronto y se volvió una pasión pública. El proceso revolucionario de 1810 cambió la historia de la región. En 1811 Hidalgo se incorporó a las fuerzas que sitiaban Montevideo. Continuó su trabajo como secretario y escribiente, al servicio de Juan Francisco Vázquez. Sus superiores solicitaron a la Junta Gubernamental un cargo de Secretario para él. El Triunvirato lo aprobó (Praderio XII). Ese mismo año acompañó al Capitán José Carranza a la reconquista de Paysandú, tomada por los portugueses. Carranza pidió se lo nombrara Comisario de la expedición, por ser un “patriota” (Praderio XIII). Cuando Carranza regresó a Buenos Aires, Hidalgo se incorporó al Éxodo que Artigas dirigía hacia el interior. En 1812 el Triunvirato lo nombró Comisario de Guerra del ejército patriota. Cuando comenzó el segundo sitio de Montevideo, acompañó al ejército argentino comandado por Sarratea, y permaneció allí hasta el fin del mismo. Entró en la plaza con las fuerzas de Alvear, que lo nombró Administrador interino de la Dirección de Correo. Luego lo designaron Secretario interino del Cabildo.

Durante los años siguientes Hidalgo realizó diferentes trabajos administrativos. Eran puestos que requerían compromiso político y fidelidad al movimiento de liberación oriental. En 1816 lo nombraron Director de la Casa de Comedias de Montevideo. Ante la inminencia de la invasión portuguesa lo enviaron en misión a Buenos Aires para pedir al Directorio auxilio para la defensa. Los portugueses finalmente ocuparon Montevideo en 1817. Hidalgo continuó en la Casa de Comedias como corrector de textos. A principios de 1818 decidió radicarse en Buenos Aires, donde pasó sus últimos años de vida y escribió la mayor parte de su breve e influyente obra. Al poco tiempo de llegar consiguió un puesto como Auxiliar en la Teneduría de la Aduana.

Hidalgo vivió intensamente las vicisitudes políticas de su tiempo. Sus luchas se reflejaron en su obra. Su origen popular y pobre, su vida laboral, fueron determinantes en la formación utilitaria de su arte. Los primeros poemas suyos que llegaron a nosotros fueron canciones patrióticas y marchas, a partir de 1811. Los poetas comprometidos y revolucionarios de la época escribieron siguiendo las tendencias neoclásicas. Imitaban en eso a los grandes escritores del Iluminismo europeo. El neoclasicismo era un movimiento de clara raigambre racionalista e intelectual. La filosofía de la Ilustración había introducido el pensamiento crítico antimonárquico. La antigua república romana se erigió en un modelo posible a imitar. La Revolución Francesa había abrazado el Neoclasicismo como el movimiento que mejor le permitía expresar sus ideas y luchas políticas. Cuestionaban las tendencias ideológicas individualistas del Romanticismo.

El Neoclasicismo había generado un teatro realista muy influyente en España a fines del siglo XVIII. Los escritores cultivaron la tragedia, la comedia y el sainete (Vieites 200-5). Se escribía en prosa y en verso. El sainete introdujo en la escena a personajes populares. En el Río de la Plata el teatro popular cómico atraía a los espectadores (Peire 15-22). Hidalgo desarrolló toda su literatura asociada al género dramático en verso. Luego de sus primeros poemas políticos, las “Octavas Orientales” y la “Marcha Nacional Oriental” y algunos poemas ocasionales que se consideran escritos por él, como “Inscripciones colocadas en los frentes de la pirámide...” y “Oda”, Hidalgo empezó a escribir textos dramáticos, a los que llamó “Melólogos”. En esta época, 1816, era director de la Casa de Comedias de Montevideo. El primero fue un unipersonal en verso, al que tituló “Sentimientos de un patricio”, llamado más tarde “Sentimientos de un patriota”. La palabra patricio o cívico designaba a un ciudadano que se unía voluntariamente al ejército. En esta obra se dirigió a un público culto, y empleó un lenguaje elevado. Hidalgo dio instrucciones para su representación. La escena tenía lugar en un bosque, el personaje central era un Oficial del ejército. Participaba también en la obra un coro, representando a un grupo de soldados. Una banda de música acompañaba.

En su verso utilizó una versificación variada. En las primeras estrofas empleó versos endecasílabos, con rima asonante; hizo rimar los versos pares y dejó libres los impares; continuó con estrofas de 5, 7 y 11 versos de rima consonante; luego volvió a las estrofas de endecasílabos. Si bien cuidaba la forma en su poesía, no era un virtuoso. Su verso trataba de ser sencillo, claro y conceptual. La forma estaba al servicio del contenido del poema. Su poesía era política. Siempre tomaba en cuenta al otro, al que trataba de convencer y persuadir, y dejarle una enseñanza.

En la primera parte de la obra el Oficial habla a su público sobre la gravedad política del momento. Es 1816. La Banda Oriental era una zona de frontera y los portugueses amenazaban invadirlos. Querían ultrajar a la patria y someterla a la tiranía. Los llama a romper las cadenas y luchar por su libertad. Deben tomar las armas. Exalta los triunfos que los patricios han conseguido en todos los frentes. Los sudamericanos dan ejemplo de valor. En Perú obtuvieron victorias resonantes. En el Oriente sus paisanos luchaban y se estrechaban “animosos contra el muro” (Hidalgo 29). Descansaban poco y avanzaban siempre “presentando sus pechos por escudos”. No le temían a la muerte. Suena en ese momento una música bélica y aparecen dieciséis soldados portando el pabellón de su provincia. El Oficial se dirige al público y pone a los soldados como ejemplo de valor. Esos son los soldados valientes que han sacudido las cadenas. Él los guio al combate. Seis años han luchado, pero eso no basta, hay que seguir. Hay que sacrificar los intereses personales por la patria. Ellos demostraron en Las Piedras el valor que tienen. En San Lorenzo igualmente las fuerzas de la patria derrotaron al tirano español.

Todo el sacrificio que han hecho, sin embargo, no resulta suficiente si no se unen. La discordia los amenaza, y pone a la historia por testigo. Los árabes conquistaron a los españoles, por estar desunidos; Cortés se adueñó fácilmente del imperio azteca, cuando sus reyes pelearon entre ellos; Pizarro había derrotado a los Incas cuando estos se dividieron. En Chile había disensión interna. No podían permitirse esto. Aún estaban a tiempo, debían unirse todos. Cuando están integrados, son fuertes. Llama a todos los patricios de las Provincias Unidas y del Alto Perú a unirse. Son todos hermanos. También las mujeres deben ayudar. Les muestra el pabellón: hace falta defenderlo. ¡Viva la Patria!, grita. Los soldados presentan armas y hacen una descarga. El Oficial, enardecido, invoca las cenizas de aquellos que han muerto por la patria en combates anteriores. El día que él deba morir quiere igualmente que pongan en su losa una inscripción: que murió por libertar a su patria de tiranos.

Hidalgo da preminencia en su obra al mensaje ideológico: él cree en la unión. La Banda Oriental estaba en una situación difícil. Artigas defendía incondicionalmente la libertad, pero los ataques del gobierno de Buenos Aires comprometían el futuro de la Banda Oriental. Otra pieza atribuida al poeta, también de 1816, es “La libertad civil”. Se trata de una obra de un acto, en la que participan tres actores y un coro. En esta pieza utiliza estrofas de diferente medida, unas con versos de seis sílabas con rima asonante, y otras con versos de siete y once sílabas. Los combina tratando de adecuar el ritmo al tono del contenido.

Los personajes del drama son un americano y su amada, un español y un grupo de indios. Matilde, en su cuarto, sufre porque su novio, Adolfo, fue a luchar por la libertad de su patria. Ella teme que él muera. La música acompaña sus estados de ánimo. Él se rebeló contra la tiranía y llamó a todos a combatir. Había que liberar a América. Ella lo quiere seguir al campo de batalla. Se escuchan tiros y gente que grita ¡viva la patria!

En la escena siguiente están en el templo de la Libertad. Afuera del templo vemos a un español. Varios indios salen del templo. Entran en escena Adolfo, que usa el gorro de la Libertad, y Matilde, su novia, tomados del brazo. Adolfo exclama que por suerte en ese día vencieron. Las Provincias Unidas son libres. Ella lo abraza: su tormento ha terminado. Adolfo llama a los indios. Estos abrazan a Adolfo, a Matilde y al español. Adolfo dice que América está llamando a la lucha. En esa hora difícil también había lugar para el español amigo (Hidalgo 43). Este, que usa gorro de la Libertad, responde que él va a luchar junto a ellos. También él había sido víctima de los tiranos. Sus hijos eran americanos, y vio cómo trabajaban en vano; los condenaban por ser hijos de ese suelo. El sabio no podía denunciar la corrupción. Sus hijos no podían participar en política. No les dejaban expresar lo que sentían. Ahora, que han sacudido el yugo, sus hijos pueden trabajar. Él deseaba la independencia. Matilde les dice a las mujeres que premien a los guerreros amantes con su dulzura. Adolfo pide que la Fama haga conocer sus triunfos. Los hijos de América habían despertado. Felicita a todos los que habían defendido la libertad: labradores, comerciantes, legisladores. Que ese triunfo sea eterno.

Hidalgo prevé una sociedad futura armónica, donde todas las clases integradas participen de la vida en libertad. Incluye en esa sociedad a los indios y a los españoles que apoyan la lucha, en particular a aquellos que tienen hijos americanos. En 1816 la cuestión de la independencia era un tema candente. Ese mismo año las Provincias Unidas declararon la independencia de todo poder extranjero. Güemes y Artigas defendían las fronteras más comprometidas de las incursiones enemigas.

La última pieza escénica que se conoce de Hidalgo es un monólogo, de 1818, dedicado al triunfo del General San Martín en la batalla de Maipú, que corona sus victorias en Chile. El personaje, un patricio, incita a todos a que sigan luchando para sostener el triunfo.

Además de su poesía en lengua culta, Hidalgo ensaya un nuevo tipo de poesía popular, los “cielitos”. Estos poemas se basaban en la danza tradicional pampeana, el cielito. El musicólogo Carlos Vega dice que era una forma de baile suelto, de pareja, que había evolucionado a partir del “Country dance” inglés del siglo XVIII y se transformó en una forma de danza preferida durante las luchas por la Independencia. Venía del campo y combinaba figuras ceremoniosas con cabriolas ágiles de los bailarines. La acompañaba una guitarra. Durante el baile el músico cantaba coplas y estribillos, mientras las parejas ejecutaban las figuras. Las coplas comentaban sucesos importantes del momento. Los estribillos eran burlescos.

El antecedente de la copla era la seguidilla, una estrofa de cuatro versos, con dos de siete sílabas libres y dos de cinco sílabas asonantes. En la copla del cielito, en cambio, se usaban versos octosilábicos. En sus poemas Hidalgo empleaba estrofas de cuatro versos octosílabos, los versos 1 y 3 libres, y 2 y 4 consonánticos, seguidas por el estribillo, de la misma medida. Las estrofas del cielito hablaban de los temas del momento que interesaban a la concurrencia, y los estribillos que acompañaban comentaban risueñamente lo que decía la estrofa anterior. La combinación de las dos creaba un contraste cómico y ameno.

En los bailes el cantor comentaba los problemas políticos y trataba de divertir a su público. Era una ocasión festiva, un momento de celebración. Durante el baile, por lo general, bebían en abundancia. Al concluir el cielito, el cantor solía continuar con una “relación” o noticia más extensa. Dice Vega que desde el comienzo habían empleado el octosílabo original para introducir largos textos patrióticos, políticos y aún amorosos, no bailables (Vega 191). Dado que era un baile de campo, los cantores usaban en sus composiciones la lengua coloquial típica de los paisanos ; el cielito pasó luego a la ciudad, y allí se hacían glosas en lengua culta. En las obras de teatro incluían cielitos. Se bailaba en grupo, por lo general de tres hombres y tres mujeres. En las ciudades fue muy popular en las tertulias entre 1813 y 1835 (Vega 207).

Las estrofas de los cielitos tenían dos registros, el rústico de la campaña y el culto de los salones. Era un género oral e improvisado, típico de la situación festiva. Hidalgo lo toma como base para un poema escrito, donde trata de conservar la gracia y la espontaneidad de la forma original. Respeta las formas estróficas. Cada estrofa va acompañada de un estribillo. Las estrofas se suceden presentando una serie de sucesos en forma coherente.

En sus primeros cielitos, de 1816, Hidalgo utiliza la lengua culta. Los piensa como cielitos de salón. En su “Cielito de la Independencia” el cantor dice que el cielito debe ser el baile de todos “los Pueblos de la Unión”. Las Provincias Unidas acababan de declarar su independencia de España y de cualquier potencia extranjera. Ese era el canto de “la libertad recobrada” (Hidalgo 63). Los argentinos juraban hacer guerra a la tiranía y al despotismo. Debían también ser buenos ciudadanos. Dice la estrofa: “Jurando la independencia/ tenemos obligación/ de ser buenos ciudadanos/ y consolidar la unión”. Y luego el estribillo, reiterando lo enunciado por la estrofa, enfatiza: “Cielito, cielo cantemos,/ cielito de la unidad,/ unidos seremos libros,/ sin unión, no hay libertad.” (Hidalgo 64).

Afirma que el que fomenta la discordia y no ayuda a la unión traiciona a su patria. No deben permitir que su tierra sea esclava de otra nación. Hidalgo deja en claro su posición integradora y antimperialista. Su cielito es “Americano”. Asocia el cielito, la danza preferida, y el canto, a la causa continental.

En el siguiente cielito que compone, “Cielito Oriental”, también de 1816, ataca al imperialismo portugués. Portugal está invadiendo el territorio oriental. La canción busca estimular a los soldados a la defensa y a la lucha, y burlarse del enemigo, rebajarlo. Es un cielito agresivo y jocoso, donde toma como interlocutor al soldado invasor, amenazándolo. Les dice a los soldados de Portugal y Brasil que van a perderlo todo. Se ríe del príncipe regente. Van a encontrar la muerte en el territorio oriental. En este cielito imita el habla de los portugueses, desfigurándola. Dice: “A voso príncipe reyente/ enviadle pronto a decir/ que todos vais a morrer/ y que nao ́le fica yente./ Cielito cielo que sí/ cielito de Portugal/ voso sepulcro va a ser/ sin duda a Banda Oriental.” (Hidalgo 69). Su imitación grotesca de la lengua portuguesa es un antecedente de lo que haría en sus cielitos posteriores: representar el habla del otro, pero no ya el portugués, sino el paisano, el gaucho.

Cuando en sus cielitos imita el habla del gaucho, se muestra respetuoso. El gaucho es un personaje idealizado, es el héroe de la liberación y la independencia. En el primer cielito que escribe con la voz del gaucho, el “Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú”, en 1818, hace una imitación moderada del habla popular. En cielitos posteriores su imitación será más minuciosa y lograda, procurando ser fiel a su modelo. Progresivamente el habla popular irá ganando protagonismo en su poesía. Sus versos dan al lector un mensaje político claro y pedagógico. Se trata de la libertad de la patria. Los primeros cuatro versos de cada estrofa son descriptivos y narrativos; dice: “No me neguéis este día/ cuerditas vuestro favor,/ y contaré en el cielito/ de Maipú la grande acción.” La segunda parte de la estrofa, el estribillo, es burlesco, crea un contraste cómico y divertido con la primera parte. Dice: “Cielito, cielo que sí,/ cielito de Chacabuco/ si Marcó perdió el envite,/ Osorio no ganó el truco.” Su referencia es tanto histórica como costumbrista. Menciona la batalla de Chacabuco, anterior a la de Maipú, donde el ejército argentino y chileno triunfó también contra los españoles en Chile. Su burla es personal, incluye nombres propios, en este caso los generales españoles que participaron en la batalla, a los que imagina jugando un juego de cartas típico del criollo y el paisano en el Río de la Plata: el truco. Dice que Marcó, el general al que San Martín derrotó en Chacabuco, perdió “el envite”, el envido; el otro, el General Osorio, al que venció en Maipú, no ganó “el truco” (Hidalgo 71).

Hidalgo describe la batalla, que empezó mal para los patriotas, a los que sorprenden en el combate de Cancha Rayada. Sin embargo, San Martín logró salvar el grueso de su ejército, y muy pronto los patriotas se repusieron de ese traspiés inicial. El poeta amenaza jocosamente a los españoles. Dice: “Cielito, cielo que sí,/ cielito del almidón,/ no te aflijas godo viejo/ que ya te darán jabón”. “Dar jabón” hace referencia a la expresión popular “tener jabón”, que en el habla rioplatense significa sentir miedo. Luego les dice burlonamente que “compraron barato” y es muy malo comprar barato.

Hidalgo comprende que el uso del habla popular en la poesía enriquece la expresión. El gaucho puede ser burlón, pero también sentencioso. Dice en el estribillo : “Allá va cielo, y más cielo,/ cielito de la cadena,/ para disfrutar placeres/ es preciso sentir penas.” (Hidalgo 72). El paisano aprende de su experiencia y esto queda reflejado en la sentencia; quien sufre, puede entender mejor el valor del goce. El habla refleja su psicología: su carácter reflexivo, austero.

Los gauchos se ganaron el respeto de los hombres de la ciudad, como Hidalgo. Mostraron en la guerra su patriotismo y valentía. Hidalgo los conoció, no solo porque el paisano de la campaña entraba en Montevideo, sino porque él salió a la campaña: acompañó el éxodo de Artigas y el pueblo oriental de 1811, y luchó en el primer y el segundo sitio de Montevideo. Tuvo oportunidad de compartir con los gauchos, convivir con ellos y escucharlos. Es evidente que lo impresionaron profundamente y los idealizó. Él, como hijo del pueblo pobre, se identificaba con el paisano. Se trataba de un gran personaje, de un héroe popular. Como poeta dramático buscó representarlo.

En el cielito sobre la batalla de Maipú describe la acción en forma amena, burlesca y colorida. Dice: “Cargaron nuestros soldados/ y pelaron los latones,/ y todo lo que cargaron/ flaquearon los guapetones./ Cielito, cielo de flores,/ los de lanza atropellaron;/ pero del caballo, amigo,/ limpitos me los sacaron.”(Hidalgo 74). El poeta emplea imágenes visuales muy vivas. El personaje gaucho le “canta” su cielito a un auditorio de paisanos. Ellos ganaron la batalla y se jacta de la superioridad de los soldados del ejército patriota. El estribillo subraya lo que explicó la estrofa y hacer reír al lector.

En la estrofa siguiente dice el estribillo: “Cielito, cielito que sí,/ hubo tajos que era risa,/ a uno el lomo le pusieron/ como pliegues de camisa.”(Hidalgo 75). La superioridad del ejército patriota es evidente. El “cantor” se burla del rey de España, que envió “la expedición”. Le dice que mande otra. Le advierte que ya se acabó “el tiempo de Pizarro”. El virrey de Lima ya puede “echar su barba en remojo”. Termina el cielito vivando al General San Martín, que consolidó la Independencia con su victoria.

Todos los cielitos toman como tema un evento público destacado (Romano 116). Hidalgo escribe poesía política y discute problemas que conciernen a todos. En 1819 escribe un cielito “A la venida de la expedición” española. Después de la derrota de Maipú, España hizo planes para reconquistar el territorio. Comenzó a organizar una expedición armada. Era una gran amenaza para el Río de la Plata (Rodríguez y Tejerina 120 - 25). En este poema el que canta dice ser el mismo gaucho patriota que “en la acción de Maipú,/ supo el cielito cantar” (Hidalgo 79). Introduce a otro personaje allí presente, a quien llama su “amigo”, el gaucho Andrés, al que invita a beber. Esta situación coloquial se repetirá en la poesía posterior de Hidalgo. En este caso, uno de ellos canta y el otro escucha. Más adelante, en otras poesías, hará dialogar y hablar a los dos personajes.

El gaucho le dice a su amigo que la expedición les quiere quitar la patria, pero que no van a poder. Busca animar a los otros paisanos e incitarlos a luchar; dice: “Cielito, digo que sí,/ coraje y latón en mano,/ y entreverarnos al grito/ hasta sacarles el guano.” (Hidalgo 79). El habla popular va adquiriendo cada vez más protagonismo. El poeta comprende que ese habla es una gran parte del personaje. Va así profundizando en la psicología del paisano. Le dice a su amigo que van a vencer a los godos, que van a sufrir más que en la batalla de Maipú. Multiplica las referencias a la forma de vida campestre en la región. Los personajes usan poncho y toman mate y, por supuesto, son buenos jinetes. Caracteriza al gaucho como un ser sufrido y austero, acostumbrado a las privaciones. Dice: “En teniendo un buen fusil,/ munición y chiripá,/ y una baca medio en carnes/ ni cuidado se nos da.” (Hidalgo 81).

Está convencido de que ellos pueden gobernarse solos y no necesitan de reyes. Le da un mensaje al rey Fernando: ”No queremos españoles/ que nos vengan a mandar,/ tenemos americanos/ que nos sepan gobernar./ Cielito, cielo que sí,/ aquí no se les afloja,/ y entre las bolas y el lazo/ amigo Fernando escoja.” En el Río la Plata no existe ni cetro ni corona, ni hay tampoco Inquisición. Los van a atacar “golpeándose la boca”, como los indios. Se muestra orgulloso de su identidad y confiado en su fuerza. A los españoles les pide que saquen del trono a ese rey, que es “tan bruto y tan flojo” (Hidalgo 82).

En su cielito siguiente, de 1820, sigue criticando a la institución monárquica. Dice que “un gaucho” le va a contestar a Fernando VII el “manifiesto” que les había enviado. En esos años el gobierno de Buenos Aires estaba tratando de traer un rey al Río de la Plata. Querían ser aceptados por las monarquías europeas restauradas de Europa y por el Brasil. Artigas, como líder de la Liga Federal, y las provincias del litoral que integraban la Liga, rechazaban terminantemente esa posibilidad. Hidalgo refleja la tensión de ese momento político.

En este cielito aparece como cantor el “gaucho de la Guardia del Monte”. Tomará luego a este personaje para escribir sus diálogos patrióticos. El gaucho explica que acaba de terminar su día de trabajo: ya recogió el rodeo y encerró la tropilla. Se dispone a cantar y contarnos qué es lo que está pasando. Hace poco encontró a un “hombre de letras”, que le leyó un manifiesto del rey. El gaucho insulta al monarca, le dice que “es medio sonso” y que, sabiendo que ellos andan con algunos problemas internos, está tratando de aprovecharse.

El rey trataba de engañarlos, dice “que es nuestro padre/ y que lo reconozcamos”. Él comenta: “Después que por todas partes/ los sacamos apagando,/ ahora el rey con mucho modo/ de humilde la viene echando ” (Hidalgo 86). Lo que debe hacer ese rey es reconocer que ellos ya son independientes. Se burla de él, lo trata de cobarde, años atrás le había entregado su corona a Napoleón, y en esos momentos reprimía a sus propios súbditos. Dice: “Cielito, cielo que sí/ el muchacho es tan clemente/ que a sus mejores vasallos/ se los merendó en caliente”. Él no cree que los reyes sean “imagen del Ser divino”. Para gobernar a los hombres no se necesitan reyes, sino “benéficas leyes”. E insiste: “Libre y muy libre ha de ser/ nuestro jefe, y no tirano,/ este es el sagrado voto/ de todo buen ciudadano” (Hidalgo 90). Los del Río de la Plata no temen a los trabajos ni a los peligros, los que viven allí son mozos “de garra”, que saben “sentársele a un potro” y son “liberales para el cuchillo”. Y comenta, orgulloso y despectivo: “Cielito, cielo que sí,/ guárdese su chocolate,/ aquí somos puros indios/ y sólo tomamos mate.” (Hidalgo 91)

Hidalgo caracteriza en su poesía los valores y los sentimientos del gaucho. Los giros verbales lo pintan por entero. Lo muestran burlón, seguro de sí mismo, desafiante. Le habla a los otros de igual a igual. El gaucho no se siente inferior a nadie. No le reconoce al rey ninguna jerarquía especial. Se siente libre y aún superior a él. El rey es un impostor, que viene con ardides. Si no le gusta lo que le dice, que envíe una expedición, a ver cómo le va. Lo que extraña el rey verdaderamente, le explica a su público, es todo lo que les robaba a los americanos cuando los gobernaba. En las minas del Potosí, los mineros morían “como animales”. Dice en el estribillo: “Cielo los reyes de España/ ¡la puta que eran traviesos! / nos cristianaban al grito/ y nos robaban los pesos” (Hidalgo 92). Termina el cielito asegurando que ha cantado lo que siente, y que si bien su entendimiento es corto, su voluntad lo suple.

Conocemos de Hidalgo dos cielitos más, de 1821, dedicados, uno al Ejército Libertador del Alto Perú cuando sitia a Lima, y el otro al triunfo de Lima y El Callao cuando el ejército entra en ella. Estos cielitos se proponen exaltar el heroísmo del ejército patriota y celebrar a su héroe, el General San Martín. La armada está cosechando triunfo tras triunfo. Dice en el primer cielito: “Adonde quiera que asoma/ nuestra patriótica armada,/ disparan los pezuelistas/ sin reparar las quebradas” (95). Su descripción de los combates es colorida y llena de humor. A los soldados independentistas los llama “indios amargos”, es decir, valientes y luchadores. Dice que estos soldados se meten “bajo el humo” y les “menean bala” a los enemigos, mientras los de la caballería “pelan los latones” y los atropellan. Le asegura al rey que va a perder la guerra. Exalta a San Martín, un héroe al que Hidalgo admira: “Los hechos de San Martín/ hoy la fama los pregona,/y la patria agradecida/ de laureles lo corona./ Y digo cielo, y más cielo/ tan valiente general/ y patriota tan constante,/ debiera ser inmortal” (99).

En el segundo cielito, nos advierte que ya otros “versistas” y “payadores” habían escrito sobre el tema, pero que él aún así se anima a cantar. Efectivamente, los poetas cultos neoclásicos Luca, Lafinur, López y Varela habían dado a conocer sus versos sobre el triunfo patriota. Comenta con modestia: “Después de los ruiseñores/ bien puede cantar la rana” (92). Antes de dejar la ciudad, explica, el virrey se había robado todo lo que pudo, había sacado todos los objetos de valor de los conventos y se los había llevado con él. El momento culminante del poema es la entrada de San Martín a Lima; dice: “Con puros mozos de garras/ San Martín entró triunfante,/ con jefes y escribinistas/ y todos los comendantes” (103). En estos últimos cielitos la caracterización del habla del gaucho es muy minuciosa, trata de imitar lo mejor que puede su manera de expresarse, que toma un protagonismo creciente en los poemas.

En el mismo año en que escribe su último cielito conocido, publica su primer diálogo. En estas composiciones va a usar, como en los cielitos, versos octosílabos. Su rima es asonante. Desaparecen los estribillos humorísticos típicos de los cielitos. Su lenguaje es más serio. Se trata de un diálogo entre dos gauchos; uno es el mismo gaucho de la Guardia del Monte que había cantado en los cielitos, y el otro es un capaz de estancia, un hombre mayor que él al que el otro respeta como a alguien más culto. Los gauchos se visitan, se cuentan sus problemas, y hablan de la situación política del país. Son personajes que viven en la historia, para quienes lo más importante es el devenir de su patria. Son hombres de trabajo, paisanos. Tienen sus valores y su estilo de vida. Al ser ambos gauchos, el diálogo coloquial adquiere gran naturalidad. Son personajes genéricos, pero reflejan en ellos las preocupaciones políticas de su grupo. Describen su labor en el campo y se ufanan de su caballo, del que dependen. Celebran la amistad entre paisanos (Rossiello 251-260).

En el “Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, y el gaucho de la Guardia del Monte”, de 1821, Jacinto Chano conversa con Ramón Contreras. En este poema Hidalgo, que vivía en Buenos Aires desde hacía tres años, expresa su disconformidad con el gobierno porteño. En esos momentos gobernaba Martín Rodríguez, y Bernardino Rivadavia era su Ministro de Gobierno. Tanto Rodríguez como Rivadavia eran poco populares en las provincias del interior. Su gobierno era muy criticado. Hidalgo es provinciano, y tiene una imagen pobre de su política. Pone sus argumentos en boca del capataz Jacinto Chano. Este se pregunta qué sacaron en diez años de revolución. Se robaron unos a otros, dice, aumentó la desunión, todos quieren gobernar, hay facciones, la pobreza aumenta y se trata mal al paisano. Contreras, que compone cielos y es “medio payador”, le dice al capataz que se explique mejor, ya que es un hombre que sabe más que él. Chano hace un agudo análisis de la situación: dice que discriminan a las provincias, y eso ha avivado la desconfianza y la discordia. Cree que todas deben ser iguales. La ley debe ser pareja para todos, sin distinción. Los que discriminan a las provincias ponen en peligro la libertad, que tanto les costó conseguir. Asiente Contreras: “Es cierto cuanto me ha dicho,/ y mire que es un dolor/ ver estas rivalidades,/ perdiendo el tiempo mejor/ sólo en disputar derechos/ hasta que ¡no quiera Dios!/ se aproveche algún cualquiera/ de todo nuestro sudor” (119).

Las consecuencias de esto es que en lugar de avanzar y profundizar los objetivos revolucionarios iban retrocediendo. Dice: “Así en la revolución/ hemos ido reculando,/ disputando con tesón/el empleo y la vereda,/ el rango y la adulación” (120). Han malgastado el dinero y las obras públicas que prometieron no se ven por ningún lado. Mientras tanto, todos los que lucharon en la guerra, están en la miseria. En la práctica todos no son iguales ante la ley. Si un gaucho roba algo, lo tratan de “malo y salteador” y al presidio “lo mandan con calzador”, pero si roba algo el “señorón”, que dice que es hombre de honor y niega la acusación, sale libre. Eso no es igualdad. Chano aclara que tiene la esperanza de que eso cambie y, sabiendo que puede atraer con su crítica a la policía del gobierno porteño, se disculpa, y asegura que su intención es ver que “brille en vuestros decretos/ la justicia y la razón” para que puedan ser todos libres. Dice a sus paisanos: “Americanos, unión,/ os lo pide humildemente/ un gaucho con ronca voz...” (127).

La crítica de Hidalgo no pasa desapercibida. Le contesta el Padre Castañeda. Este publica las “Notas de la Comentadora al Gaucho Chano” en su La Matrona comentadora de los cuatro periodistas (Castañeda 414-416). Castañeda lo agrede y le hace graves acusaciones. Hidalgo, que estaba en una posición vulnerable, siendo oriental, en un momento en que la Banda Oriental estaba ocupada por el Brasil, y Artigas, derrotado, había salido al exilio, escribe un descargo. Le dice a Castañeda que está mal informado, y que lo que había tratado de describir en su diálogo eran “nuestros padecimientos”, presentando algunas “verdades desnudas”. Dice que había venido a Buenos Aires para trabajar honradamente y nunca habían dudado de su patriotismo. Quiso llamar la atención a los paisanos, hablándole en su idioma (Hidalgo 160).

En su trabajo siguiente, “Nuevo diálogo patriótico”, también de 1821, Hidalgo evita hablar de la política interna de las Provincias Unidas. El país había pasado por años de sangrienta contienda civil. Buenos Aires en esos momentos tenía el poder. Hidalgo teme a Rivadavia. Tenía fama de odiar al interior. Buscaba por sobre todo la hegemonía de Buenos Aires. En este diálogo es el gaucho Ramón el que visita a Chano, el Capataz. Luego de hablar de su caballo, saludarse y disponerse a tomar mate amargo, “cimarronear”, comentan las últimas noticias importantes. Hablan de política exterior. De esta manera evita conflictos con el gobierno porteño. En sus escritos futuros no hará más referencias críticas a la revolución y al gobierno actual.

En este diálogo comenta que el rey de España ha pedido a los Sudamericanos que lo reconozcan. España tenía una Constitución y debían jurarla. El gaucho Chano dice que el rey es un inútil, que no sabe “ni silbar”. Exalta el coraje de los gauchos en la lucha. Los españoles habían flaqueado. Hace una lista de las batallas en que lucharon y vencieron. Estando ellos unidos nadie se atrevería a “mojarles la oreja”. Tienen que terminar las desavenencias entre americanos. Comenta: “...nuestras desavenencias/ nos tienen medio atrasados./ ¡Ah sangre, amigo, preciosa/ tanta que se ha derramado!” (136). Los americanos viven en guerra entre ellos. Ese es el momento de defender la independencia, San Martín “está en las puertas de Lima” y, cuando triunfe, renacerá el patriotismo. Terminado el diálogo, los paisanos comen un asado, duermen la siesta y se van a visitar a otro gaucho.

Su próximo poema lo titula “Relación” y es de 1822, el año de su muerte. El gaucho Contreras va a visitar al gaucho Chano y le hace un largo relato en verso de las cosas que ha vivido en Buenos Aires durante la celebración de las Fiestas Mayas.

En este poema inicia un nuevo subgénero. Hidalgo, en su breve vida poética como escritor criollo, gauchesco, ya había pasado de escritor de “cielitos”, en que imitaba las canciones que cantaban los gauchos para acompañar la danza, a escritor de “Diálogos patrióticos”, en que dos personajes gauchos se encontraban y conversaban sobre los problemas del momento y sus preocupaciones políticas. Con esta “Relación” Hidalgo va a incursionar en el “cuento”, que pone en boca de uno de los personajes.

Las Fiestas Mayas eran la celebración política más importante del gobierno patrio surgido de la revolución de Mayo de 1810. El gaucho Chano no había podido asistir. Su amigo, el gaucho Contreras, le va a contar en una larga narración en verso lo que él vio y vivió en Buenos Aires durante las fiestas. Chano, nos explica, se había peleado con el domador Sayavedra. Había sido una pelea a cuchillo, y Sayavedra lo hirió en una pierna. El gaucho siempre iba armado con su cuchillo, su instrumento de trabajo y su arma preferida de combate, que manejaba con gran habilidad. El alcohol había provocado la pelea, y Chano, herido, se quedó sin ir a las Fiestas Mayas ese año. Contreras relata lo que él presenció. El poema se vuelve descriptivo y costumbrista. El gaucho cuenta su experiencia en un lenguaje coloquial vivo y colorido y desde su perspectiva de paisano.

El gobierno había preparado una gran fiesta. El pueblo se reunió en la plaza de Mayo frente a la Catedral y el Cabildo. La celebración empezó el 24 de mayo por la noche. Habían colocado grandes arcos recubiertos de flores. Dice el gaucho Contreras: “Las luces como aguacero/ colgadas entre los arcos/ el cabildo, la pirami,/ la recoba y otros lados,/ y luego la versería/ ¡Ah cosa linda! Un paisano/ me los estuvo leyendo/ pero ¡ah poeta cristiano,/ qué décimas y qué trovos!” (144).

Habían levantado en la plaza un tablado. Unos muchachos bailaron vestidos de azul y blanco, los colores de la bandera patria. Recitaron versos alusivos. Siguieron los fuegos artificiales. Luego muchos de los asistentes se dirigieron “a las comedias” a ver representaciones teatrales. Él estaba cansado, y se fue a dormir “a lo de Roque”, porque la fiesta seguía a la mañana siguiente, el 25 de mayo, el día principal de la celebración, y aún se prolongaba varios días más. A la mañana temprano, después de tomar mate amargo, “cimarronear”, fue a la plaza. Había muchas mujeres lindas; estaban “...llenitos todos los bancos/ de pura mujerería,/ y no amigo cualquier trapo/ sino mozas como azúcar...”(145). Pronto llegaron los estudiantes de las escuelas, con banderas patrias. Apenas salió el sol sonaron las salvas de cañonazos y la gente empezó a gritar y a bailar. Los estudiantes cantaban y uno dijo un poema que le hizo “saltar las lágrimas”. Luego se hicieron presentes los funcionarios del gobierno, seguidos de jefes y comandantes, “doctores, escribinistas,/...detrás la oficialería/ los latones culebreando” (146). Los escoltaba un regimiento de soldados. Se dirigieron todos a la Iglesia Catedral.

Él se fue a un bodegón a comer y se preparó para las celebraciones de la tarde: iba a haber carrera de “sortijas” en el bajo. Él asiste y describe a los mozos con sus caballos aperados corriendo a todo galope, tratando de ensartar la sortija y de lucirse ante las damas. Es un ambiente de alegría. Vuelve a la plaza. En el escenario bailaban. Habían armado juegos. Un inglés subió a un palo enjabonado y ganó el premio: una bolsa con monedas. Volvió al rato y trepó a otro palo. Dice: “De allí a otro rato volvió/ y se trepó en otro palo/ y también sacó la muestra/ ¡Bien haiga el bisteque diablo!” (148). Él intentó montar al palo y se cayó. Explica con humor: “Con poncho y todo trepé/...y sin poder remediarlo/...me pegué tan gran culazo/ que si allí tengo narices/ quedo para siempre ñato” (149). Por la noche siguen los bailes y los fuegos de artificio. Esta vez decide ir él también a “a las comedias”. Llega a un galpón iluminado repleto de gente y cuando estaba por empezar la actuación “...árdese un maldito vaso/ que tenía luces dentro/ y la llama subió tanto/ que pegó fuego en el techo...” (150). La gente sale precipitadamente, asustada. Él decide irse; la celebración seguía al otro día, el 26, y también el 27. De los días siguientes solo cuenta los hechos que más le llamaron la atención. Describe una representación alegórica que vio en el escenario de la plaza: habían colocado una imagen de la Fama, y un grupo de los niños le hizo versos. En el bajo seguían las sortijas, y en la plaza de Lorea había toros.

El último día, cansado, se fue a “a lo de Alfaro”. Al llegar se encontró con que allí había baile y “beberaje”. Danzó “un cielito en batalla”. Después de bailar Contreras fue a un cuarto donde jugaban a las cartas, y muy pronto perdió. Se recostó en un catre y allí terminó para él toda la celebración. Chano le agradece la relación. Los dos gauchos amigos prometen ir juntos a las fiestas mayas el año siguiente. Este es el último poema que se conoce de Hidalgo, que muere ese mismo año de una “enfermedad pulmonar”, presumiblemente tuberculosis.

En su corta vida Hidalgo hizo del cielito, que era uno de los bailes acompañados de canto más populares del paisanaje durante el período de las luchas por la independencia, junto con la media-caña y el pericón, una forma poética elaborada. En sus extensos poemas podía hablar de los temas más complejos.

Los cielitos se habían popularizado en los campamentos durante las marchas de los ejércitos patriotas. En sus letras los cantores exaltaban el temple de sus compañeros, burlándose del enemigo, y afirmando el valor propio. La improvisación era la forma preferida. Podían así comentar los problemas y cuestiones que les preocupaban a todos. Hidalgo hablaba en sus cielitos de los sucesos más destacados de la guerra. Exaltaba la valentía de los soldados en las batallas y celebraba las victorias militares más importantes. Atacaba con vehemencia a la monarquía española y a los monarquistas e incentivaba a los argentinos a permanecer unidos, y no permitir que las disidencias pusieran en riesgo todo lo que habían logrado en tantos años difíciles y sangrientos de lucha armada. Mantuvo esta postura en momentos en que su provincia, la Banda Oriental, era atacada simultáneamente por los españoles y los portugueses primero, luego por los portugueses y por el Directorio.

El caudillo oriental Artigas, líder de la Liga Federal del Litoral, perdió el apoyo de Buenos Aires. Para esta provincia se volvió fundamental impedir que la Banda Oriental aumentara su influencia regional, dada la situación estratégica del puerto de Montevideo a la entrada del Río de la Plata, que competía ventajosamente con el puerto de Buenos Aires. Las maniobras de los porteños llevaron a que el Brasil la invadiera y se apoderara de ella. Buenos Aires permitió que Inglaterra operara como dómino en la región, avanzando sus intereses centralistas y poniendo en riesgo todos los logros políticos de la lucha independentista. El resultado fue que, tras muchos años de conflictos y traiciones, la Banda Oriental terminó separándose de las Provincias Unidas, algo que ni Artigas ni Hidalgo deseaban. La independencia política, si bien dificultó los vínculos entre ambas regiones, no rompió de hecho la unidad cultural del Río de la Plata.

Hidalgo vio su poesía como una forma pública de expresión, vecina al periodismo. En Buenos Aires imprimía sus poemas a su cargo y los vendía en las calles como si fueran panfletos.

Su obra creció en medio de las luchas y enfrentamientos por el poder en el Río de la Plata. Poco a poco, como lo refleja en sus últimas composiciones, los intereses de los sectores dominantes, y del pueblo que había defendido la revolución y las luchas independentistas, se fueron separando. Hidalgo se identificó con el pueblo pobre y denunció el oportunismo de muchos líderes, que elegían sus propios intereses por encima del bien común (Pisano 128-133). Eran los pobres de las ciudades y la campaña los que habían derramado su sangre y sacrificado todo en la contienda.

Todas sus composiciones, tanto las populares como las cultas, se inspiraron en las luchas y las celebraciones patrias. En los melólogos y piezas de un acto que escribió para representar cuando era Director de la Casa de Comedias en Montevideo, asoció drama y poesía. Cuando se trasladó a Buenos Aires en 1818, un momento difícil para la Banda Oriental, ocupada por el Reino de Portugal y Brasil, que en 1821 la incorporaría a su territorio como Provincia Cisplatina, Hidalgo expandió su literatura en lengua rústica e intentó un nuevo género.

Tanto en los versos de sus cielitos, como en las estrofas de sus diálogos, hizo hablar a los gauchos en primera persona. En la campaña la poesía coloquial era un medio de expresión y transmisión oral. En sus diálogos trató de reproducir lo mejor que pudo la lengua del gauchaje. Como habitante de Montevideo había escuchado hablar a los paisanos que venían del campo. Pero fue seguramente durante los años del Éxodo, al que se sumó, y de los prolongados sitios de Montevideo en que participó activamente, cuando mejor pudo fijar en su memoria muchas expresiones gauchescas. En los ejércitos convivieron, durante largos períodos, los jóvenes de la ciudad con los paisanos y gauchos de la campaña. El lenguaje rural, dada la singularidad de la vida de los gauchos en la campaña, se había desarrollado y transformado en una lengua rica, llena de expresiones felices, que mostraban la compleja psicología del hombre de campo en el Río de la Plata.

El género gauchesco surgió con las guerras de independencia y asociado a estas, y se mantendría en tanto y en cuanto duraran esas guerras que, por largos años, transformadas en contiendas civiles, asolaron la región (Ludmer 22-36). La dialéctica Montevideo-Buenos Aires fue esencial en el desarrollo de su forma dramática, que era la que mejor permitía expresar la naturaleza conflictiva y dinámica de la sociedad nueva. Las guerras civiles, lejos de agotarlo, le proveyeron de infinitos argumentos. El paisanaje soportaba una vida difícil y trágica, sometido a las políticas de uno y otro bando. Siempre campeó en su poesía coloquial el humor. El género poético se agotó con la consolidación del estado nacional en Argentina hacia 1880. Fue el momento en que comenzó a escribir sus novelas populares y folletines Eduardo Gutiérrez, con personajes gauchos.

Hidalgo vivió en la etapa heroica de la guerra de independencia; creía en la misión histórica del gauchaje y en su lucha por la libertad. El liderazgo de Artigas, su defensa de la región contra la política oportunista de Buenos Aires, llenaron a los orientales de confianza y fe en sí mismos. Apoyó la política de integración territorial artiguista. Se daba cuenta que la política centralista y la ambición de poder de Buenos Aires iban a acabar por destruir la unión y fragmentar el territorio de las Provincias Unidas, como realmente ocurrió.

Los conflictos políticos regionales y las ambiciones imperialistas portuguesas amplificaron el teatro de la guerra. Los escritores y poetas buscaron el modo de hacer hablar y cantar a ese pueblo sobre sus problemas políticos y sus luchas, lo que dio vigencia a este nuevo género poético, la poesía gauchesca, durante generaciones por venir.


Bibliografía citada


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Publicado en Revista Renacentista. Octubre 2021.