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domingo, 26 de abril de 2020

Saer/Cicatrices: hacerse escritor

                                                
                                              Alberto Julián Pérez ©
                                    
            En 1968 el joven escritor santafesino Juan José Saer (Serodino 1937-París 2005), autor ya de tres libros de cuentos, En la zona, 1960; Palo y hueso, 1965 y Unidad de lugar, 1967, y dos novelas, Responso, 1964 y La vuelta completa, 1966, y profesor de Historia del cine y Crítica y estética cinematográfica en el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral de Santa Fe, se va becado a Francia por seis meses. Una vez allá, logra prolongar su estadía y, a partir de entonces, Francia se transformará en su lugar de residencia permanente.
Poco después encuentra trabajo como profesor de lengua y literatura en la Universidad de Rennes. En Francia continuará con ahínco su labor literaria. Los libros que escribirá mantendrán viva la memoria de su patria. En su obra la ciudad de Santa Fe será su espacio literario predilecto.
            Antes de partir de su país, en 1968, había terminado la novela Cicatrices. Aparecerá publicada en Argentina recién al año siguiente, cuando ya residía en París (Premat 501). Es su última obra escrita en suelo americano. En ella Saer reflexionó sobre el proceso de formación del escritor. Al leerla comprendemos que el Saer que parte a Francia es ya un escritor maduro, que concibe un proyecto literario propio.
Varios de los personajes de Cicatrices: Ángel, Tomatis, Barco, Rosemberg, aparecen en otras novelas de Saer y son parte de su universo narrativo. Ángel, un joven con vocación literaria, es la figura central. La acción ocurre en la ciudad de Santa Fe y sus alrededores. Sus actores registran la vida urbana con morosidad y deleite (Gramuglio 330).
Saer ve a sus personajes desde una perspectiva existencial. Son seres que dudan, se angustian, se desesperan. El existencialismo, que había empezado a difundirse en Argentina a partir de la década del cuarenta, era aún una corriente filosófica vigente en esos momentos. Muchos artistas e intelectuales respetaban sus ideas. Camus y Sartre estaban entre los autores predilectos (Savignano 34-60).[1]
El cine influyó en la práctica literaria de Saer. La década del sesenta fue una época excepcional para el cine experimental europeo, admirado y estudiado en Argentina. Los directores de Francia, Italia, Inglaterra, Alemania presentaron en sus películas propuestas innovadoras revolucionarias (Sala 1-14).[2]
Saer busca dar a las imágenes de sus descripciones la plasticidad propia de la imagen cinematográfica. Sus cambios de punto de vista y el enfoque en determinados objetivos nos recuerdan la agilidad de la cámara.
            En Cicatrices la narración se centra en cuatro historias. La inicial, la historia de Ángel Leto, contada en primera persona, desde una perspectiva temporal abarca a todas. Ángel es un joven periodista de diecisiete años que trabaja en el periódico santafecino La región. Los sucesos que cuenta ocurren durante un lapso de cinco meses del año 1964. Ángel, que tiene diecisiete años en un comienzo, cumple poco después dieciocho. La novela de aprendizaje de Thomas Mann, Tonio Kroeger, que lee, le sirve de marco a su propia narración. El personaje nos cuenta cuáles son los escritores norteamericanos y europeos contemporáneos que prefiere. Cita a Chandler,  Faulkner, Thomas Mann, Nabokov. Son los autores que Saer consideraba indispensables para la formación de un escritor en esos momentos. [3]
Ángel observa y describe a los personajes con los que se encuentra. Son seres que se aproximan a él, coinciden parcialmente con sus  intereses y luego se separan. Parecen círculos que se tocan y por momentos se superponen.[4]
Estos círculos son una alegoría de aquello que nos quiere indicar el escritor: lograr una comunicación auténtica con los otros seres es difícil. Sus personajes no pueden hacerlo. Cada individuo tiene su propio destino, la interacción humana es frágil. Los hombres están encerrados en su propio egoísmo. Esta visión individualista, pequeño-burguesa, pesimista, caracteriza a Saer. Nos muestra a seres destructivos. Sufren y el dolor, por momentos, parece darle sentido a la existencia.
La vida de cada personaje es una especie de apuesta. La frase final de Luis Fiore, antes de suicidarse, “Los pedazos no pueden juntarse”, resume el drama de la novela: los seres humanos no logran integrarse, ni entenderse, ni acercarse honestamente unos a otros. No encuentran la unidad ni la felicidad. Pulsiones enfrentadas los tiran hacia un lado y otro y los desgarran. El sufrimiento constante deja marcas, cicatrices. La vida se hace a los golpes.
            La historia del joven Ángel Leto preside la obra. Está encargado de la sección del tiempo (que no entiende) y de Tribunales en su periódico. Mientras cubre un caso para la sección de Tribunales presencia el suicidio del sindicalista Luis Fiore, acusado del asesinato de su esposa. El mal parece rondar la experiencia humana.
Ángel se ha hecho amigo de Carlos Tomatis, un escritor y periodista que él admira y se transforma en su padre sustituto. Su padre real es un hombre débil y fallece de cáncer. Tomatis, en cambio, es el padre que hubiera querido tener: machista, seductor, intelectual, irónico, buen escritor. Lo ayudó a entrar en el diario y lo protege.
Ángel describe a Tomatis como un hombre irresistible. Las mujeres quieren intimar con él. Tomatis consiente, pero no se compromete con ninguna. Finalmente, se acuesta con la madre de Ángel: ese hecho traumatiza al muchacho. La trama se alimenta de relaciones prohibidas o censuradas por la moral burguesa y el fantasma del incesto es una amenaza latente.
La madre de Ángel es una mujer libertina, que se pasea por la casa semidesnuda enfrente de su hijo, y no cuidó bien a su esposo enfermo de cáncer, que ya falleció. Sale regularmente por las noches y regresa a la madrugada. Cuando hace el amor con Tomatis, su hijo los descubre.
Ángel presencia el suicidio del sindicalista. Fiore salta por la ventana de Tribunales durante su indagatoria. El juez que lo interroga, Ernesto López Garay, es un “amigo” de Ángel. López Garay es un hombre homosexual que se siente atraído por el joven periodista. Le permite, contra la ley, que esté presente en el interrogatorio.
Las mujeres, en la trama, son personajes “acompañantes”. No protagonizan: actúan como contraparte a la personalidad del hombre. Realzan su importancia y su machismo. Saer ve a la mujer en un papel secundario, subordinado. Tomatis las considera objetos de placer y las llama putas (Cicatrices 98). Las usa y las deja. Ángel, en una parte increíble de la novela, se enfurece con su madre, la abofetea y la golpea. Después de la paliza la relación con ella mejora, y Tomatis concluye que de vez en cuando conviene castigarlas (98). Ángel no parece sentir culpa por su conducta abusiva con su madre, ni se reprocha nada. Como hombre siente que tiene derecho a pegarle a la mujer, aún a su progenitora.
Los personajes femeninos en las otras historias son también limitados. Los hombres reaccionan frente a ellas de distinta manera. La esposa de Fiore es una mujer “provocadora”, que irrita a su marido, y este la asesina de dos tiros de escopeta. Delicia, la sirvienta de Sergio Escalante, el abogado jugador autodestructivo, es una chica adolescente que se ha enamorado de él y acepta que este pierda en el juego el dinero de sus sueldos. Delicia es una adolescente dulce y buena, que se niega a sí misma y se realiza en el amor a su señor.
Las amigas de Tomatis, la madre de Ángel, la esposa de Escalante, la esposa del juez, son mujeres dependientes, interesadas y vulgares. El autor no se compadece de ellas. El sujeto de la tragedia, de la historia, de la existencia, para Saer es el hombre y su drama: su incomunicación, su aislamiento, su falta de comprensión cabal de las cosas, su lucha vana con su destino.
Saer ubica a los personajes en su medio laboral y social: Ángel es periodista, Ernesto López Garay juez, Sergio Escalante un ex abogado laboral peronista y Luis Fiore un ex sindicalista peronista. La trama transcurre en 1964, durante la presidencia de Arturo Illia, un político Radical en connivencia con el poder cívico-militar que gobernaba la Argentina después del golpe de estado de 1955, que derrocó al gobierno constitucional del Presidente Juan Perón, y dio lugar a un largo período de Resistencia civil peronista (Abbate, El espesor del presente 75). Tanto Fiore como el abogado Escalante son peronistas, y el abogado Marcos Rosemberg es comunista. Lo político forma parte del trasfondo realista de la novela, pero no es central en su desarrollo (Sarlo 23-27).
Saer describe detalladamente las experiencias individuales de los personajes. Estos se miran vivir con sorpresa, sin entender cabalmente lo que les pasa. Están como dentro de un río existencial que los empuja. Las pulsiones de vida se confunden con las pulsiones de muerte. Triunfan las fuerzas destructivas. Los personajes no saben cómo protegerse. Están atrapados en su dilema. Acusan los golpes, pero no pueden defenderse. La sociedad les resulta hostil, están marginados. Los demás castigan su diferencia.[5] El único personaje que logra redimirse es el jugador, Sergio Escalante. Su historia de vida es extraordinaria. Se precipita hacia su propia caída. El azar lo salva: puede descubrir a los jugadores que le hicieron trampa, recuperar su dinero, volver a casa y encontrarse con el amor puro de Delicia.
            La historia del abogado Sergio Escalante toca tangencialmente la vida de los otros personajes: Sergio rehúsa defender a Luis Fiore, el feminicida, a quien conocía. Su relato, desfasado de los otros, es conmovedor. El Negro Lencina lo va a ver para pedirle que defienda a Fiore. Él le responde que ya no ejerce y que vaya a ver al abogado Rosemberg. Sergio es amigo de Tomatis y le lee uno de los ensayos que está escribiendo.
La tercera historia, la del juez Ernesto López Garay, abarca dos meses de su vida; Ernesto es el juez encargado de la causa del crimen. La cuarta historia, la de Fiore, que cierra la novela, comprende el día del asesinato, el primero de mayo, y los días subsiguientes, hasta el momento de la indagatoria, en que se suicida. Todas están narradas en primera persona, pero la historia de Ángel preside. Sentimos que estamos observando a los otros personajes bajo su visión. El establece la prioridad en la importancia de los hechos.
Sergio Escalante y el juez, como Ángel, aman la literatura. Sergio escribe un libro de ensayos, en el que estudia a personajes de historietas populares norteamericanas desde una perspectiva filosófica y literaria. Uno de los ensayos se titula “El profesor Nietzsche y Clark Kent”, y otro “Tarzán de los monos: una teoría del buen salvaje” (114-5).
El juez es traductor. Está traduciendo The Picture of Dorian Grey, la obra de Oscar Wilde. El juez se identifica con el personaje del pintor de la novela, que idealiza la belleza de Dorian Grey. Se siente atraído por Ángel. Es un homosexual reprimido, un hombre contemplativo, un esteta.
            Sergio Escalante había sido un abogado laborista durante la presidencia de Perón y defendía a los sindicalistas. El golpe militar que derroca al gobierno peronista, el 16 de septiembre de 1955, lo sorprende en la iglesia, durante su ceremonia de casamiento. No llegó a casarse. Lo envían a prisión durante nueve meses. Comparte celda con dos sindicalistas: el Negro Lencina y Luis Fiore. Cuando sale de la prisión empieza a jugar.
Su abuelo materno había sido un hombre muy importante en su vida. Era caudillo político del pueblo en que vivía. Por contratiempos, se retiró de la política y se fue a vivir a casa de su hija y de Sergio. Su abuelo le decía que en el poker muchos jugaban con las cartas marcadas, haciendo trampas. Este detalle resulta premonitorio en su historia. Sergio comienza a jugar a las cartas y a apostar, y no puede detenerse. Lo va perdiendo todo. Su mujer se suicida, él deja la profesión. Se juega su dinero y el que le quita a su sirvienta; por último, hipoteca la casa. Con lo que recibe, sigue jugando.
Cuando juega, goza. El placer y el terror que le provocan ganar y perder, y sufrir los vaivenes de la suerte, son todo para él. No ansía otra cosa que jugar. Sabe que es autodestructivo, pero no se detiene. Su amigo Marcos Rosemberg se lo reprocha. No lo comprende. El juego para Sergio es un universo autónomo perfecto, una suerte de obra de arte, una alegoría del destino humano. Se deja envolver por su magia y sólo puede sentirse vivir cuando está jugando.
Su sirvienta, Delicia, es la única que lo entiende. Delicia es tan singular como Sergio. Es una muchacha de pueblo, analfabeta, que fue a trabajar a su casa cuando tenía catorce años. Dos años pasaron y la historia de Sergio llega a su desenlace.
Delicia está enamorada de su señor. Sabe que este juega y no hace nada por detenerlo. Comprende que él lo necesita. Cuando Sergio se queda sin dinero le da la totalidad de sus ahorros para que los apueste. Cuando este los pierde le dice que no se preocupe y siga jugando. Sergio la llama “ángel” y le besa la frente. Siente que Delicia es como él: no le importa perder. Es sumisa y acepta su destino. De nada vale resistirse. Estamos en manos del azar, que preside nuestras vidas. Si hay un orden, no sabemos cómo es. Jugar es tratar de entrar en él, de descubrir el orden secreto del universo, de conocer a dios. Pero este no nos lo revela. Sólo nos deja el amor para consolarnos.
Al final de la historia Sergio está en una partida y se ha quedado sin dinero. Cuando está por abandonar, algo le llama la atención. Recuerda lo que le había dicho su abuelo, su lección: los hombres juegan con trampa. No él, ni Delicia. Se va del lugar, lleno de dudas. Momentos después regresa al sitio y sorprende a los jugadores burlándose de su buena fe: todo había sido una farsa para robarle. Los enfrenta, recupera su dinero y parte. Llega a su casa a la madrugada. Va al escritorio, pone en una caja la cantidad que le debía a Delicia y guarda el resto. Cuando va a acostarse lo aguarda el premio: el que ya nada esperaba, recibe todo. Delicia está en su cama, desnuda. Solo atina a decirle: “Juegan con trampas, Delicia”. Luego la besa y hacen el amor. La inocencia y la esperanza se reunieron. Lograron salir del caos y entrar en el amor. La fe de Delicia y la memoria de su abuelo lo salvó.
           Ángel, el protagonista central, vive experiencias traumáticas que no esperaba. Lucha y aprende. La audiencia del juez con Fiore, a la que asiste, termina en tragedia. El encuentro sexual de su madre y Tomatis, que el presencia, es un duro golpe. Serán parte de sus cicatrices. Son heridas que enseñan. Si las supera, pueden ayudarle a crecer.
Los personajes tienen problemas graves y se enfrentan a situaciones difíciles. El juez, Ernesto López Garay, ha dejado de luchar. Es un hombre que vive aislado. Se sabe despreciado y se desprecia a sí mismo. Su mujer lo abandonó. Constantemente recibe llamados telefónicos insultándolo y llamándolo invertido y perverso. Los seres humanos para él son monstruosos. En su narración los denomina “gorilas”. Compara la conducta de la gente con la de los animales. Su visión es darwiniana. El hombre es el enemigo del hombre. Nos devoramos los unos a los otros. Se salva el más fuerte. Y él no es fuerte: es un hombre débil que no sabe defenderse. Se ha vuelto insensible al dolor del otro. Cuando Fiore salta por la ventana y muere, y su abogado le recrimina lo que pasó, Ernesto le contesta que su cuerpo al caer hizo el mismo ruido que cualquier otro. Rosemberg lo llama cobarde y lo abofetea.
El juez se salva en un mundo ideal, elitista. Se identifica con Oscar Wilde. Como él, admira a los jóvenes bellos. Cree en un orden estético superior, que está por encima de cualquier otro. Se convierte en víctima. No sabe cómo enfrentar la realidad y sobreponerse a ella. Carece de realismo práctico, un pecado esencial en el mundo de la novela.
Saer le da importancia especial a la vida espiritual y psicológica de sus personajes. Registra cuidadosamente su mundo interior. Muestra la conciencia que tiene de sí cada narrador, su grado de lucidez, sus engaños y mentiras. Ángel, su héroe principal, es un joven atormentado. Su personalidad está escindida y ve un doble, al que trata de aproximarse. Su situación existencial es única. Su historia se adensa, se vuelve cada vez más rica y compleja.
La cuatro historias se intersectan y se comunican (Premat 501). Rompen la tendencia monológica del discurso narrativo y se adentran en un espacio dialógico. El lector aprende de esa dialéctica. Las historias encontradas le enseñan algo. Su personaje central, Ángel, está en un momento crítico de su desarrollo. El lector descubre y comprende sus motivaciones. El autor nos muestra su curiosidad y el sentido su búsqueda.
Cicatrices es la novela de Saer más lograda hasta ese momento, 1969. El lector, como los personajes, se siente atrapado por ese mundo complejo y conflictivo. Sus héroes no pueden cambiar sus circunstancias. Son víctimas del destino. La sociedad no es responsable de lo que les pasa. El lector hace su catarsis. La riqueza de las historias nos seduce. Saer no trata de justificar a sus personajes en relación a su medio. No los juzga con un criterio moral. Hay una razón superior. No son seres libres.
Saer cuenta la última historia, la del obrero Luis Fiore, en presente, a través de escenas dialogadas. Su narrador es el obrero. El autor presenta la acción desde la perspectiva de la experiencia del personaje. Fiore es un individuo impulsivo y agresivo. Lo guían sus instintos, que no puede controlar. Hace el amor, caza, come ávidamente, se venga, mata. Su mujer, la víctima, es parecida a él. Es hiriente, peleadora, trata a su hija con dureza. La niña, por otro lado, tiene algo de genial. Ve en sueños lo que va a pasar. Sabe que su padre matará dos patos y luego matará a su madre.
Fiore y su esposa son individuos poco educados, de origen proletario. Saer los presenta como seres resentidos. Son violentos y descargan su rabia contra los seres que aman y dependen de ellos. Discuten y se agreden. El es un sindicalista corrupto, que ha robado en su sindicato. Su mujer lo llama ladrón y lo provoca. Finalmente él la mata con su escopeta de caza. Es un feminicidio horrible. El personaje tiene algo de monstruoso.
Saer no simpatiza con el mundo del obrero. Lo siente distante y le resulta difícil acercarse a él. No encuentra manera de justificarlo y lo demoniza.
El autor mira con escepticismo el mundo popular del Peronismo y las relaciones de clase en la novela. Comprende y representa mejor a los personajes de su sector social, la clase media, que a los personajes bajos. Simpatiza con los personajes intelectuales, inteligentes. Su trabajo narrativo gratifica a los lectores de las élites letradas que valoran el refinamiento de su prosa y comparten con él ciertos prejuicios hacia las masas populares.
            Su amor a la literatura es absoluto y se inclina al esteticismo. Conoce la historia de la literatura, particularmente la europea, y ha estudiado filosofía. Busca obsesivamente la calidad literaria y su prosa trata de ser perfecta. Muchas veces lo logra y deleita a su público. Su escritura elegante seduce. Su inteligencia literaria nos admira. Es un escritor erudito en el mejor sentido de la palabra, muy de acuerdo con el nivel elevado de la literatura argentina (“Narrathon” 161-70). Saer es un escritor post-Borges (Corbatta 560). El gran Borges ha creado en nuestra literatura un estándar de excelencia, con el cual todo escritor que se precie debe competir.
            Las historias de Cicatrices están llenas de desencuentros y frustraciones. Sus personajes conviven, pero se sienten aislados. La comunicación auténtica es imposible. La conciencia individual no puede salir de sí misma, aunque tengamos la ilusión de ser parte de un todo. Su interpretación existencial lo lleva a cuestionar el sentido de la vida.
A fines de los años sesenta el existencialismo había perdido parte del prestigio que tenía en la década del cincuenta en Argentina (Savignano 35-42). Los sectores marxistas habían aumentado su influencia. La situación política internacional habían cambiado. Los países de África y Asia, colonizados por Francia e Inglaterra durante el siglo XIX, habían avanzado en su proceso de descolonización, que iniciaron al terminar la Segunda Guerra Mundial. Los estudiantes progresistas de Europa y de Estados Unidos simpatizaron con estos movimientos y se rebelaron contra sus padres genocidas. La guerra imperialista de Vietnam fue el talón de Aquiles del imperialismo norteamericano. La revolución cubana, en Latinoamérica, cambió la agenda cultural y política. El guevarismo y los movimientos sociales incendiaron el continente.
En Santa Fe, la “patria” de elección de Saer, la Escuela de Cine desarrolló el cine documental. Proponía un cine social comprometido con su realidad histórica y política. Saer no estaba de acuerdo con sus propuestas (Abbate, “Entrevista a Juan José Saer” 44). El compromiso político, creía, no debía ser un imperativo para el artista.[6] Su creación se mantuvo en un estado de relativo solipsismo. Más tarde, en Europa, se fue encerrando dentro de sí. El aislamiento y el exilio voluntario lo llevaron a crear dentro de un universo argentino, que, en esos momentos, para él, era algo lejano e imaginario. Glosa fue su obra más acabada de ese ciclo. Su literatura, influenciada por el Nouveau Roman francés, se volvió una obra para minorías exquisitas (Alves-Mota 114).
           Con Cicatrices culmina una etapa para Saer. Es su última novela escrita en Argentina. Tenía treinta años y buscaba su consagración. Nos presenta el proceso de formación de un escritor. Como Ángel, Saer tenía que luchar, y mucho. Hacerse escritor en Argentina siempre fue un proceso difícil. El escritor necesita tener madera de héroe. No es un oficio para cobardes. Y quien no da la medida pertenece al sector despreciable de los oportunistas. El medio literario es severo y exigente.
            Cicatrices dramatiza el choque del escritor con su entorno social, su búsqueda de “padres” literarios y modelos. Sus personajes se mueven en un mundo “duro”, que no se compadece del débil y lo castiga. Las instituciones dominan y someten al individuo, que se siente inseguro y amenazado.
Las dudas y los temores acosan a sus personajes. Beben mucho. Necesitan escribir y expresarse. Tomatis, en sus poemas, describe un paisaje santafecino que casi desaparece bajo la lluvia (51); Sergio, el jugador y ensayista, analiza a los héroes de la cultura popular norteamericana desde una perspectiva filosófica. Estos personajes testimonian el enfrentamiento del individuo con un medio indiferente, que no los valora.
            Saer, quizá desencantado con su país, emigra. Su literatura siempre mostró admiración por lo europeo. Un vez allá, sin embargo, encontró difícil el adaptarse. Ese mundo santafecino, que abandona para siempre, se instala curiosamente en su literatura como paradigma. Seguramente fue un modo de compensación. La distancia le ayudó a elevar la ciudad al plano estético y fijarla en el tiempo. Su conciencia de escritor creó un mundo literario en el Santa Fe de su adolescencia y su juventud. Las grandes novelas de su etapa europea, El limonero real, 1974; Nadie nada nunca, 1980 y Glosa, 1985, mitifican el tiempo y el espacio santafecino.[7]
La novela Cicatrices crea un vínculo entre esas dos etapas de su vida de escritor: su comienzo argentino y su periplo europeo, y nos permite entender mejor a Saer. Es un testimonio metafórico de la odisea que significó para el novelista hacerse escritor.
             

                                                Bibliografía citada

Abbate, Florencia. “Entrevista a Juan José Saer.” El poeta y su trabajo No. 27 (2008):
            41-47.
---. El espesor del presente. Tiempo e historia en las novelas de Juan José Saer. Villa
            María: Eduvim, 2014.
Alvez Mota, Raquel. “O noturno do tempo em Cicatrices de Juan José Saer.” Aletria
 No. 1 (2015): 113-128.
Corbatta, Jorgelina. “En la zona: Germen de la praxis poética de Juan José Saer”.
            Revista Iberoamericana No. 155-156 (Abril-Septiembre 1991): 557-567.
Gramuglio, María Teresa. “El lugar de Saer”. Juan José Saer por Juan
 José Saer…261-300.
Premat, Julio. “Juan José Saer y el relato regresivo. Una lectura de Cicatrices.” Revista
            Iberoamericana No. 192 (Julio-septiembre 2000): 501-509.
Saer, Juan José. En la zona. Santa Fe: Castellví, 1960.
---. Responso. Buenos Aires: Jorge Álvarez, 1964.
---. Palo y hueso. Buenos Aires: Camarda Junior, 1965.
---. La vuelta completa. Rosario: Biblioteca Popular Constancio Vigil, 1966.
---. Unidad de lugar. Buenos Aires: Galerna, 1967.
---. Cicatrices. Buenos Aires: Planeta, 2010. Primera edición 1969.
---. Glosa. Buenos Aires: Alianza, 1986.
---. El limonero real. Barcelona: Editorial Planeta, 1974.
---. Nadie nada nunca. México: Siglo XXI, 1980.
---. “Narrathon”. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien No. 25 (1975):
161-70.
---. Juan José Saer por Juan José Saer. Buenos Aires: Celtia, 1986.
Sala, Jorge. “Metatextualidad y comentario narrativo en el cine argentino de los 
           años sesenta.” Actas del III Congreso Internacional de la Asociación de 
           Estudios en Cine y Audiovisual. 2012. 12 págs. Web.
Sarlo, Beatriz. “Saer, un original”. Orbis Tertius No. 10 (2005): 23-27.
Savignano, Alan. “La recepción del pensamiento de Jean-Paul Sartre en Argentina: 
             la generación existencialista del 25 y la nueva izquierda de Contorno.” 
             Ideas No. 4 (Diciembre 2016): 34-61.
Silva-Escobar, Juan Pablo. La insubordinación cinematográfica. Ensayos sobre el
            Nuevo Cine Latinoamericano de Argentina, Brasil y Chile (1959-1976)
            Rosario: Prohistoria Ediciones, 2019.













[1] El cambio de postura de Sartre, que lo llevó a examinar y criticar el existencialismo y abrazar el marxismo, creo un puente entre ambas posiciones. Los intelectuales, críticos y escritores nucleados alrededor de la revista Contorno y la nueva izquierda en la década del cincuenta en Argentina, como los hermanos Viñas, Juan José Sebrelli, Oscar Masotta y Carlos Correas, discutieron y asimilaron su filosofía (Savignano 34-60).
[2]  Fernando Birri (1925-2017), que estudiaba cine en Italia, había regresado a Santa Fe en 1956 y fundó el Instituto de cinematografía en la Universidad Nacional del Litoral. Saer enseñó Historia del cine y Crítica y estética cinematográfica en la universidad. Birri desarrolló particularmente el cine documental y se destacó como creador original (Silva-Escobar 13-21).
[3] Ángel admira a Chandler, a Faulkner, a Thomas Mann, a Nabokov, y los lee durante los cinco días en que permanece encerrado en su casa, cuando lo suspenden en el diario. Gloria, la amiga de Tomatis, les lee, en inglés, poesía de Browning, Dylan Thomas, William C. William, Yeats, Eliot, Pound. Luego le regala a Ángel Tonio Kroeger, la novela de aprendizaje de Thomas Mann. Saer no incluye entre los escritores que influyen en la formación literaria de Ángel a autores hispanoamericanos ni españoles.
[4]  Ángel habla de la historia con su doble, y dice que lo imaginó « moviéndose en un círculo limitado », como era el mismo círculo en que él se movía. Y confiesa : « De una sola cosa estaba seguro : de que nuestros espacios – nuestros círculos – eran cerrados y sólo se tocaban por accidente » (78).
[5] Esos seres acorralados son una metáfora o alegoría del escritor: ubicado en el lugar del observador, no puede dejar de involucrarse en los hechos. Tampoco puede vivirlos plenamente. Habita en un lugar incómodo, entre el lenguaje y el acontecimiento social.
[6] Saer fue profesor de la Escuela de cine de Santa Fe en una etapa revolucionaria de esta escuela. Era la época del guevarismo y la Revolución Cubana. Su iniciador, Fernando Birri desarrolló el documental político y social en la Argentina. El, sin embargo, se inclinó por otro grupo, que estaba en la Escuela, y prefería la separación del arte y la vida. Saer no fue documentalista ni cronista de su sociedad, fue intérprete de las angustias de su clase media.
En los años cincuenta la aparición del Peronismo como fenómeno político y cultural había dividido al medio intelectual en peronistas y antiperonistas. Saer era antiperonista. Los años sesenta hicieron posible una nueva interpretación de la historia. El guevarismo encendió el mundo intelectual y artístico latinoamericano. Saer se ubicó en una posición incómoda, pequeño-burguesa (Abbate, “Entrevista a Juan José Saer” 41-6).

[7] Dice Tomatis, explicando su teoría de la literatura: “Hay tres cosas que tienen realidad en la literatura: la conciencia, el lenguaje, y la forma” (61). Saer creó, durante su etapa europea, con las memorias del mundo y el tiempo santafesinos, un universo literario formalista autónomo.



Publicado en Inti: Revista de 
Literaturas Hispánicas No. 91 (2020)


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