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domingo, 26 de abril de 2020

Saer/Cicatrices: hacerse escritor

                                                
                                              Alberto Julián Pérez ©
                                    
            En 1968 el joven escritor santafesino Juan José Saer (Serodino 1937-París 2005), autor ya de tres libros de cuentos, En la zona, 1960; Palo y hueso, 1965 y Unidad de lugar, 1967, y dos novelas, Responso, 1964 y La vuelta completa, 1966, y profesor de Historia del cine y Crítica y estética cinematográfica en el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral de Santa Fe, se va becado a Francia por seis meses. Una vez allá, logra prolongar su estadía y, a partir de entonces, Francia se transformará en su lugar de residencia permanente.
Poco después encuentra trabajo como profesor de lengua y literatura en la Universidad de Rennes. En Francia continuará con ahínco su labor literaria. Los libros que escribirá mantendrán viva la memoria de su patria. En su obra la ciudad de Santa Fe será su espacio literario predilecto.
            Antes de partir de su país, en 1968, había terminado la novela Cicatrices. Aparecerá publicada en Argentina recién al año siguiente, cuando ya residía en París (Premat 501). Es su última obra escrita en suelo americano. En ella Saer reflexionó sobre el proceso de formación del escritor. Al leerla comprendemos que el Saer que parte a Francia es ya un escritor maduro, que concibe un proyecto literario propio.
Varios de los personajes de Cicatrices: Ángel, Tomatis, Barco, Rosemberg, aparecen en otras novelas de Saer y son parte de su universo narrativo. Ángel, un joven con vocación literaria, es la figura central. La acción ocurre en la ciudad de Santa Fe y sus alrededores. Sus actores registran la vida urbana con morosidad y deleite (Gramuglio 330).
Saer ve a sus personajes desde una perspectiva existencial. Son seres que dudan, se angustian, se desesperan. El existencialismo, que había empezado a difundirse en Argentina a partir de la década del cuarenta, era aún una corriente filosófica vigente en esos momentos. Muchos artistas e intelectuales respetaban sus ideas. Camus y Sartre estaban entre los autores predilectos (Savignano 34-60).[1]
El cine influyó en la práctica literaria de Saer. La década del sesenta fue una época excepcional para el cine experimental europeo, admirado y estudiado en Argentina. Los directores de Francia, Italia, Inglaterra, Alemania presentaron en sus películas propuestas innovadoras revolucionarias (Sala 1-14).[2]
Saer busca dar a las imágenes de sus descripciones la plasticidad propia de la imagen cinematográfica. Sus cambios de punto de vista y el enfoque en determinados objetivos nos recuerdan la agilidad de la cámara.
            En Cicatrices la narración se centra en cuatro historias. La inicial, la historia de Ángel Leto, contada en primera persona, desde una perspectiva temporal abarca a todas. Ángel es un joven periodista de diecisiete años que trabaja en el periódico santafecino La región. Los sucesos que cuenta ocurren durante un lapso de cinco meses del año 1964. Ángel, que tiene diecisiete años en un comienzo, cumple poco después dieciocho. La novela de aprendizaje de Thomas Mann, Tonio Kroeger, que lee, le sirve de marco a su propia narración. El personaje nos cuenta cuáles son los escritores norteamericanos y europeos contemporáneos que prefiere. Cita a Chandler,  Faulkner, Thomas Mann, Nabokov. Son los autores que Saer consideraba indispensables para la formación de un escritor en esos momentos. [3]
Ángel observa y describe a los personajes con los que se encuentra. Son seres que se aproximan a él, coinciden parcialmente con sus  intereses y luego se separan. Parecen círculos que se tocan y por momentos se superponen.[4]
Estos círculos son una alegoría de aquello que nos quiere indicar el escritor: lograr una comunicación auténtica con los otros seres es difícil. Sus personajes no pueden hacerlo. Cada individuo tiene su propio destino, la interacción humana es frágil. Los hombres están encerrados en su propio egoísmo. Esta visión individualista, pequeño-burguesa, pesimista, caracteriza a Saer. Nos muestra a seres destructivos. Sufren y el dolor, por momentos, parece darle sentido a la existencia.
La vida de cada personaje es una especie de apuesta. La frase final de Luis Fiore, antes de suicidarse, “Los pedazos no pueden juntarse”, resume el drama de la novela: los seres humanos no logran integrarse, ni entenderse, ni acercarse honestamente unos a otros. No encuentran la unidad ni la felicidad. Pulsiones enfrentadas los tiran hacia un lado y otro y los desgarran. El sufrimiento constante deja marcas, cicatrices. La vida se hace a los golpes.
            La historia del joven Ángel Leto preside la obra. Está encargado de la sección del tiempo (que no entiende) y de Tribunales en su periódico. Mientras cubre un caso para la sección de Tribunales presencia el suicidio del sindicalista Luis Fiore, acusado del asesinato de su esposa. El mal parece rondar la experiencia humana.
Ángel se ha hecho amigo de Carlos Tomatis, un escritor y periodista que él admira y se transforma en su padre sustituto. Su padre real es un hombre débil y fallece de cáncer. Tomatis, en cambio, es el padre que hubiera querido tener: machista, seductor, intelectual, irónico, buen escritor. Lo ayudó a entrar en el diario y lo protege.
Ángel describe a Tomatis como un hombre irresistible. Las mujeres quieren intimar con él. Tomatis consiente, pero no se compromete con ninguna. Finalmente, se acuesta con la madre de Ángel: ese hecho traumatiza al muchacho. La trama se alimenta de relaciones prohibidas o censuradas por la moral burguesa y el fantasma del incesto es una amenaza latente.
La madre de Ángel es una mujer libertina, que se pasea por la casa semidesnuda enfrente de su hijo, y no cuidó bien a su esposo enfermo de cáncer, que ya falleció. Sale regularmente por las noches y regresa a la madrugada. Cuando hace el amor con Tomatis, su hijo los descubre.
Ángel presencia el suicidio del sindicalista. Fiore salta por la ventana de Tribunales durante su indagatoria. El juez que lo interroga, Ernesto López Garay, es un “amigo” de Ángel. López Garay es un hombre homosexual que se siente atraído por el joven periodista. Le permite, contra la ley, que esté presente en el interrogatorio.
Las mujeres, en la trama, son personajes “acompañantes”. No protagonizan: actúan como contraparte a la personalidad del hombre. Realzan su importancia y su machismo. Saer ve a la mujer en un papel secundario, subordinado. Tomatis las considera objetos de placer y las llama putas (Cicatrices 98). Las usa y las deja. Ángel, en una parte increíble de la novela, se enfurece con su madre, la abofetea y la golpea. Después de la paliza la relación con ella mejora, y Tomatis concluye que de vez en cuando conviene castigarlas (98). Ángel no parece sentir culpa por su conducta abusiva con su madre, ni se reprocha nada. Como hombre siente que tiene derecho a pegarle a la mujer, aún a su progenitora.
Los personajes femeninos en las otras historias son también limitados. Los hombres reaccionan frente a ellas de distinta manera. La esposa de Fiore es una mujer “provocadora”, que irrita a su marido, y este la asesina de dos tiros de escopeta. Delicia, la sirvienta de Sergio Escalante, el abogado jugador autodestructivo, es una chica adolescente que se ha enamorado de él y acepta que este pierda en el juego el dinero de sus sueldos. Delicia es una adolescente dulce y buena, que se niega a sí misma y se realiza en el amor a su señor.
Las amigas de Tomatis, la madre de Ángel, la esposa de Escalante, la esposa del juez, son mujeres dependientes, interesadas y vulgares. El autor no se compadece de ellas. El sujeto de la tragedia, de la historia, de la existencia, para Saer es el hombre y su drama: su incomunicación, su aislamiento, su falta de comprensión cabal de las cosas, su lucha vana con su destino.
Saer ubica a los personajes en su medio laboral y social: Ángel es periodista, Ernesto López Garay juez, Sergio Escalante un ex abogado laboral peronista y Luis Fiore un ex sindicalista peronista. La trama transcurre en 1964, durante la presidencia de Arturo Illia, un político Radical en connivencia con el poder cívico-militar que gobernaba la Argentina después del golpe de estado de 1955, que derrocó al gobierno constitucional del Presidente Juan Perón, y dio lugar a un largo período de Resistencia civil peronista (Abbate, El espesor del presente 75). Tanto Fiore como el abogado Escalante son peronistas, y el abogado Marcos Rosemberg es comunista. Lo político forma parte del trasfondo realista de la novela, pero no es central en su desarrollo (Sarlo 23-27).
Saer describe detalladamente las experiencias individuales de los personajes. Estos se miran vivir con sorpresa, sin entender cabalmente lo que les pasa. Están como dentro de un río existencial que los empuja. Las pulsiones de vida se confunden con las pulsiones de muerte. Triunfan las fuerzas destructivas. Los personajes no saben cómo protegerse. Están atrapados en su dilema. Acusan los golpes, pero no pueden defenderse. La sociedad les resulta hostil, están marginados. Los demás castigan su diferencia.[5] El único personaje que logra redimirse es el jugador, Sergio Escalante. Su historia de vida es extraordinaria. Se precipita hacia su propia caída. El azar lo salva: puede descubrir a los jugadores que le hicieron trampa, recuperar su dinero, volver a casa y encontrarse con el amor puro de Delicia.
            La historia del abogado Sergio Escalante toca tangencialmente la vida de los otros personajes: Sergio rehúsa defender a Luis Fiore, el feminicida, a quien conocía. Su relato, desfasado de los otros, es conmovedor. El Negro Lencina lo va a ver para pedirle que defienda a Fiore. Él le responde que ya no ejerce y que vaya a ver al abogado Rosemberg. Sergio es amigo de Tomatis y le lee uno de los ensayos que está escribiendo.
La tercera historia, la del juez Ernesto López Garay, abarca dos meses de su vida; Ernesto es el juez encargado de la causa del crimen. La cuarta historia, la de Fiore, que cierra la novela, comprende el día del asesinato, el primero de mayo, y los días subsiguientes, hasta el momento de la indagatoria, en que se suicida. Todas están narradas en primera persona, pero la historia de Ángel preside. Sentimos que estamos observando a los otros personajes bajo su visión. El establece la prioridad en la importancia de los hechos.
Sergio Escalante y el juez, como Ángel, aman la literatura. Sergio escribe un libro de ensayos, en el que estudia a personajes de historietas populares norteamericanas desde una perspectiva filosófica y literaria. Uno de los ensayos se titula “El profesor Nietzsche y Clark Kent”, y otro “Tarzán de los monos: una teoría del buen salvaje” (114-5).
El juez es traductor. Está traduciendo The Picture of Dorian Grey, la obra de Oscar Wilde. El juez se identifica con el personaje del pintor de la novela, que idealiza la belleza de Dorian Grey. Se siente atraído por Ángel. Es un homosexual reprimido, un hombre contemplativo, un esteta.
            Sergio Escalante había sido un abogado laborista durante la presidencia de Perón y defendía a los sindicalistas. El golpe militar que derroca al gobierno peronista, el 16 de septiembre de 1955, lo sorprende en la iglesia, durante su ceremonia de casamiento. No llegó a casarse. Lo envían a prisión durante nueve meses. Comparte celda con dos sindicalistas: el Negro Lencina y Luis Fiore. Cuando sale de la prisión empieza a jugar.
Su abuelo materno había sido un hombre muy importante en su vida. Era caudillo político del pueblo en que vivía. Por contratiempos, se retiró de la política y se fue a vivir a casa de su hija y de Sergio. Su abuelo le decía que en el poker muchos jugaban con las cartas marcadas, haciendo trampas. Este detalle resulta premonitorio en su historia. Sergio comienza a jugar a las cartas y a apostar, y no puede detenerse. Lo va perdiendo todo. Su mujer se suicida, él deja la profesión. Se juega su dinero y el que le quita a su sirvienta; por último, hipoteca la casa. Con lo que recibe, sigue jugando.
Cuando juega, goza. El placer y el terror que le provocan ganar y perder, y sufrir los vaivenes de la suerte, son todo para él. No ansía otra cosa que jugar. Sabe que es autodestructivo, pero no se detiene. Su amigo Marcos Rosemberg se lo reprocha. No lo comprende. El juego para Sergio es un universo autónomo perfecto, una suerte de obra de arte, una alegoría del destino humano. Se deja envolver por su magia y sólo puede sentirse vivir cuando está jugando.
Su sirvienta, Delicia, es la única que lo entiende. Delicia es tan singular como Sergio. Es una muchacha de pueblo, analfabeta, que fue a trabajar a su casa cuando tenía catorce años. Dos años pasaron y la historia de Sergio llega a su desenlace.
Delicia está enamorada de su señor. Sabe que este juega y no hace nada por detenerlo. Comprende que él lo necesita. Cuando Sergio se queda sin dinero le da la totalidad de sus ahorros para que los apueste. Cuando este los pierde le dice que no se preocupe y siga jugando. Sergio la llama “ángel” y le besa la frente. Siente que Delicia es como él: no le importa perder. Es sumisa y acepta su destino. De nada vale resistirse. Estamos en manos del azar, que preside nuestras vidas. Si hay un orden, no sabemos cómo es. Jugar es tratar de entrar en él, de descubrir el orden secreto del universo, de conocer a dios. Pero este no nos lo revela. Sólo nos deja el amor para consolarnos.
Al final de la historia Sergio está en una partida y se ha quedado sin dinero. Cuando está por abandonar, algo le llama la atención. Recuerda lo que le había dicho su abuelo, su lección: los hombres juegan con trampa. No él, ni Delicia. Se va del lugar, lleno de dudas. Momentos después regresa al sitio y sorprende a los jugadores burlándose de su buena fe: todo había sido una farsa para robarle. Los enfrenta, recupera su dinero y parte. Llega a su casa a la madrugada. Va al escritorio, pone en una caja la cantidad que le debía a Delicia y guarda el resto. Cuando va a acostarse lo aguarda el premio: el que ya nada esperaba, recibe todo. Delicia está en su cama, desnuda. Solo atina a decirle: “Juegan con trampas, Delicia”. Luego la besa y hacen el amor. La inocencia y la esperanza se reunieron. Lograron salir del caos y entrar en el amor. La fe de Delicia y la memoria de su abuelo lo salvó.
           Ángel, el protagonista central, vive experiencias traumáticas que no esperaba. Lucha y aprende. La audiencia del juez con Fiore, a la que asiste, termina en tragedia. El encuentro sexual de su madre y Tomatis, que el presencia, es un duro golpe. Serán parte de sus cicatrices. Son heridas que enseñan. Si las supera, pueden ayudarle a crecer.
Los personajes tienen problemas graves y se enfrentan a situaciones difíciles. El juez, Ernesto López Garay, ha dejado de luchar. Es un hombre que vive aislado. Se sabe despreciado y se desprecia a sí mismo. Su mujer lo abandonó. Constantemente recibe llamados telefónicos insultándolo y llamándolo invertido y perverso. Los seres humanos para él son monstruosos. En su narración los denomina “gorilas”. Compara la conducta de la gente con la de los animales. Su visión es darwiniana. El hombre es el enemigo del hombre. Nos devoramos los unos a los otros. Se salva el más fuerte. Y él no es fuerte: es un hombre débil que no sabe defenderse. Se ha vuelto insensible al dolor del otro. Cuando Fiore salta por la ventana y muere, y su abogado le recrimina lo que pasó, Ernesto le contesta que su cuerpo al caer hizo el mismo ruido que cualquier otro. Rosemberg lo llama cobarde y lo abofetea.
El juez se salva en un mundo ideal, elitista. Se identifica con Oscar Wilde. Como él, admira a los jóvenes bellos. Cree en un orden estético superior, que está por encima de cualquier otro. Se convierte en víctima. No sabe cómo enfrentar la realidad y sobreponerse a ella. Carece de realismo práctico, un pecado esencial en el mundo de la novela.
Saer le da importancia especial a la vida espiritual y psicológica de sus personajes. Registra cuidadosamente su mundo interior. Muestra la conciencia que tiene de sí cada narrador, su grado de lucidez, sus engaños y mentiras. Ángel, su héroe principal, es un joven atormentado. Su personalidad está escindida y ve un doble, al que trata de aproximarse. Su situación existencial es única. Su historia se adensa, se vuelve cada vez más rica y compleja.
La cuatro historias se intersectan y se comunican (Premat 501). Rompen la tendencia monológica del discurso narrativo y se adentran en un espacio dialógico. El lector aprende de esa dialéctica. Las historias encontradas le enseñan algo. Su personaje central, Ángel, está en un momento crítico de su desarrollo. El lector descubre y comprende sus motivaciones. El autor nos muestra su curiosidad y el sentido su búsqueda.
Cicatrices es la novela de Saer más lograda hasta ese momento, 1969. El lector, como los personajes, se siente atrapado por ese mundo complejo y conflictivo. Sus héroes no pueden cambiar sus circunstancias. Son víctimas del destino. La sociedad no es responsable de lo que les pasa. El lector hace su catarsis. La riqueza de las historias nos seduce. Saer no trata de justificar a sus personajes en relación a su medio. No los juzga con un criterio moral. Hay una razón superior. No son seres libres.
Saer cuenta la última historia, la del obrero Luis Fiore, en presente, a través de escenas dialogadas. Su narrador es el obrero. El autor presenta la acción desde la perspectiva de la experiencia del personaje. Fiore es un individuo impulsivo y agresivo. Lo guían sus instintos, que no puede controlar. Hace el amor, caza, come ávidamente, se venga, mata. Su mujer, la víctima, es parecida a él. Es hiriente, peleadora, trata a su hija con dureza. La niña, por otro lado, tiene algo de genial. Ve en sueños lo que va a pasar. Sabe que su padre matará dos patos y luego matará a su madre.
Fiore y su esposa son individuos poco educados, de origen proletario. Saer los presenta como seres resentidos. Son violentos y descargan su rabia contra los seres que aman y dependen de ellos. Discuten y se agreden. El es un sindicalista corrupto, que ha robado en su sindicato. Su mujer lo llama ladrón y lo provoca. Finalmente él la mata con su escopeta de caza. Es un feminicidio horrible. El personaje tiene algo de monstruoso.
Saer no simpatiza con el mundo del obrero. Lo siente distante y le resulta difícil acercarse a él. No encuentra manera de justificarlo y lo demoniza.
El autor mira con escepticismo el mundo popular del Peronismo y las relaciones de clase en la novela. Comprende y representa mejor a los personajes de su sector social, la clase media, que a los personajes bajos. Simpatiza con los personajes intelectuales, inteligentes. Su trabajo narrativo gratifica a los lectores de las élites letradas que valoran el refinamiento de su prosa y comparten con él ciertos prejuicios hacia las masas populares.
            Su amor a la literatura es absoluto y se inclina al esteticismo. Conoce la historia de la literatura, particularmente la europea, y ha estudiado filosofía. Busca obsesivamente la calidad literaria y su prosa trata de ser perfecta. Muchas veces lo logra y deleita a su público. Su escritura elegante seduce. Su inteligencia literaria nos admira. Es un escritor erudito en el mejor sentido de la palabra, muy de acuerdo con el nivel elevado de la literatura argentina (“Narrathon” 161-70). Saer es un escritor post-Borges (Corbatta 560). El gran Borges ha creado en nuestra literatura un estándar de excelencia, con el cual todo escritor que se precie debe competir.
            Las historias de Cicatrices están llenas de desencuentros y frustraciones. Sus personajes conviven, pero se sienten aislados. La comunicación auténtica es imposible. La conciencia individual no puede salir de sí misma, aunque tengamos la ilusión de ser parte de un todo. Su interpretación existencial lo lleva a cuestionar el sentido de la vida.
A fines de los años sesenta el existencialismo había perdido parte del prestigio que tenía en la década del cincuenta en Argentina (Savignano 35-42). Los sectores marxistas habían aumentado su influencia. La situación política internacional habían cambiado. Los países de África y Asia, colonizados por Francia e Inglaterra durante el siglo XIX, habían avanzado en su proceso de descolonización, que iniciaron al terminar la Segunda Guerra Mundial. Los estudiantes progresistas de Europa y de Estados Unidos simpatizaron con estos movimientos y se rebelaron contra sus padres genocidas. La guerra imperialista de Vietnam fue el talón de Aquiles del imperialismo norteamericano. La revolución cubana, en Latinoamérica, cambió la agenda cultural y política. El guevarismo y los movimientos sociales incendiaron el continente.
En Santa Fe, la “patria” de elección de Saer, la Escuela de Cine desarrolló el cine documental. Proponía un cine social comprometido con su realidad histórica y política. Saer no estaba de acuerdo con sus propuestas (Abbate, “Entrevista a Juan José Saer” 44). El compromiso político, creía, no debía ser un imperativo para el artista.[6] Su creación se mantuvo en un estado de relativo solipsismo. Más tarde, en Europa, se fue encerrando dentro de sí. El aislamiento y el exilio voluntario lo llevaron a crear dentro de un universo argentino, que, en esos momentos, para él, era algo lejano e imaginario. Glosa fue su obra más acabada de ese ciclo. Su literatura, influenciada por el Nouveau Roman francés, se volvió una obra para minorías exquisitas (Alves-Mota 114).
           Con Cicatrices culmina una etapa para Saer. Es su última novela escrita en Argentina. Tenía treinta años y buscaba su consagración. Nos presenta el proceso de formación de un escritor. Como Ángel, Saer tenía que luchar, y mucho. Hacerse escritor en Argentina siempre fue un proceso difícil. El escritor necesita tener madera de héroe. No es un oficio para cobardes. Y quien no da la medida pertenece al sector despreciable de los oportunistas. El medio literario es severo y exigente.
            Cicatrices dramatiza el choque del escritor con su entorno social, su búsqueda de “padres” literarios y modelos. Sus personajes se mueven en un mundo “duro”, que no se compadece del débil y lo castiga. Las instituciones dominan y someten al individuo, que se siente inseguro y amenazado.
Las dudas y los temores acosan a sus personajes. Beben mucho. Necesitan escribir y expresarse. Tomatis, en sus poemas, describe un paisaje santafecino que casi desaparece bajo la lluvia (51); Sergio, el jugador y ensayista, analiza a los héroes de la cultura popular norteamericana desde una perspectiva filosófica. Estos personajes testimonian el enfrentamiento del individuo con un medio indiferente, que no los valora.
            Saer, quizá desencantado con su país, emigra. Su literatura siempre mostró admiración por lo europeo. Un vez allá, sin embargo, encontró difícil el adaptarse. Ese mundo santafecino, que abandona para siempre, se instala curiosamente en su literatura como paradigma. Seguramente fue un modo de compensación. La distancia le ayudó a elevar la ciudad al plano estético y fijarla en el tiempo. Su conciencia de escritor creó un mundo literario en el Santa Fe de su adolescencia y su juventud. Las grandes novelas de su etapa europea, El limonero real, 1974; Nadie nada nunca, 1980 y Glosa, 1985, mitifican el tiempo y el espacio santafecino.[7]
La novela Cicatrices crea un vínculo entre esas dos etapas de su vida de escritor: su comienzo argentino y su periplo europeo, y nos permite entender mejor a Saer. Es un testimonio metafórico de la odisea que significó para el novelista hacerse escritor.
             

                                                Bibliografía citada

Abbate, Florencia. “Entrevista a Juan José Saer.” El poeta y su trabajo No. 27 (2008):
            41-47.
---. El espesor del presente. Tiempo e historia en las novelas de Juan José Saer. Villa
            María: Eduvim, 2014.
Alvez Mota, Raquel. “O noturno do tempo em Cicatrices de Juan José Saer.” Aletria
 No. 1 (2015): 113-128.
Corbatta, Jorgelina. “En la zona: Germen de la praxis poética de Juan José Saer”.
            Revista Iberoamericana No. 155-156 (Abril-Septiembre 1991): 557-567.
Gramuglio, María Teresa. “El lugar de Saer”. Juan José Saer por Juan
 José Saer…261-300.
Premat, Julio. “Juan José Saer y el relato regresivo. Una lectura de Cicatrices.” Revista
            Iberoamericana No. 192 (Julio-septiembre 2000): 501-509.
Saer, Juan José. En la zona. Santa Fe: Castellví, 1960.
---. Responso. Buenos Aires: Jorge Álvarez, 1964.
---. Palo y hueso. Buenos Aires: Camarda Junior, 1965.
---. La vuelta completa. Rosario: Biblioteca Popular Constancio Vigil, 1966.
---. Unidad de lugar. Buenos Aires: Galerna, 1967.
---. Cicatrices. Buenos Aires: Planeta, 2010. Primera edición 1969.
---. Glosa. Buenos Aires: Alianza, 1986.
---. El limonero real. Barcelona: Editorial Planeta, 1974.
---. Nadie nada nunca. México: Siglo XXI, 1980.
---. “Narrathon”. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien No. 25 (1975):
161-70.
---. Juan José Saer por Juan José Saer. Buenos Aires: Celtia, 1986.
Sala, Jorge. “Metatextualidad y comentario narrativo en el cine argentino de los 
           años sesenta.” Actas del III Congreso Internacional de la Asociación de 
           Estudios en Cine y Audiovisual. 2012. 12 págs. Web.
Sarlo, Beatriz. “Saer, un original”. Orbis Tertius No. 10 (2005): 23-27.
Savignano, Alan. “La recepción del pensamiento de Jean-Paul Sartre en Argentina: 
             la generación existencialista del 25 y la nueva izquierda de Contorno.” 
             Ideas No. 4 (Diciembre 2016): 34-61.
Silva-Escobar, Juan Pablo. La insubordinación cinematográfica. Ensayos sobre el
            Nuevo Cine Latinoamericano de Argentina, Brasil y Chile (1959-1976)
            Rosario: Prohistoria Ediciones, 2019.













[1] El cambio de postura de Sartre, que lo llevó a examinar y criticar el existencialismo y abrazar el marxismo, creo un puente entre ambas posiciones. Los intelectuales, críticos y escritores nucleados alrededor de la revista Contorno y la nueva izquierda en la década del cincuenta en Argentina, como los hermanos Viñas, Juan José Sebrelli, Oscar Masotta y Carlos Correas, discutieron y asimilaron su filosofía (Savignano 34-60).
[2]  Fernando Birri (1925-2017), que estudiaba cine en Italia, había regresado a Santa Fe en 1956 y fundó el Instituto de cinematografía en la Universidad Nacional del Litoral. Saer enseñó Historia del cine y Crítica y estética cinematográfica en la universidad. Birri desarrolló particularmente el cine documental y se destacó como creador original (Silva-Escobar 13-21).
[3] Ángel admira a Chandler, a Faulkner, a Thomas Mann, a Nabokov, y los lee durante los cinco días en que permanece encerrado en su casa, cuando lo suspenden en el diario. Gloria, la amiga de Tomatis, les lee, en inglés, poesía de Browning, Dylan Thomas, William C. William, Yeats, Eliot, Pound. Luego le regala a Ángel Tonio Kroeger, la novela de aprendizaje de Thomas Mann. Saer no incluye entre los escritores que influyen en la formación literaria de Ángel a autores hispanoamericanos ni españoles.
[4]  Ángel habla de la historia con su doble, y dice que lo imaginó « moviéndose en un círculo limitado », como era el mismo círculo en que él se movía. Y confiesa : « De una sola cosa estaba seguro : de que nuestros espacios – nuestros círculos – eran cerrados y sólo se tocaban por accidente » (78).
[5] Esos seres acorralados son una metáfora o alegoría del escritor: ubicado en el lugar del observador, no puede dejar de involucrarse en los hechos. Tampoco puede vivirlos plenamente. Habita en un lugar incómodo, entre el lenguaje y el acontecimiento social.
[6] Saer fue profesor de la Escuela de cine de Santa Fe en una etapa revolucionaria de esta escuela. Era la época del guevarismo y la Revolución Cubana. Su iniciador, Fernando Birri desarrolló el documental político y social en la Argentina. El, sin embargo, se inclinó por otro grupo, que estaba en la Escuela, y prefería la separación del arte y la vida. Saer no fue documentalista ni cronista de su sociedad, fue intérprete de las angustias de su clase media.
En los años cincuenta la aparición del Peronismo como fenómeno político y cultural había dividido al medio intelectual en peronistas y antiperonistas. Saer era antiperonista. Los años sesenta hicieron posible una nueva interpretación de la historia. El guevarismo encendió el mundo intelectual y artístico latinoamericano. Saer se ubicó en una posición incómoda, pequeño-burguesa (Abbate, “Entrevista a Juan José Saer” 41-6).

[7] Dice Tomatis, explicando su teoría de la literatura: “Hay tres cosas que tienen realidad en la literatura: la conciencia, el lenguaje, y la forma” (61). Saer creó, durante su etapa europea, con las memorias del mundo y el tiempo santafesinos, un universo literario formalista autónomo.



Publicado en Inti: Revista de 
Literaturas Hispánicas No. 91 (2020)


viernes, 10 de abril de 2020

Fragmentos hacia la destrucción del sujeto poético La identidad y la locura







Fragmentos hacia la destrucción
del sujeto poético

La identidad y la locura
Alberto Julián Pérez ©

1981






Las antesalas se confunden con los espejos,
la máscara está debajo del rostro,
ya nadie sabe cuál es el hombre verdadero
y cuáles sus ído­los. Y nada de eso importa;
ese de­sorden es trivial y aceptable
como las invenciones del entresueño.
Jorge Luis Borges
"Los traductores de las 1001 Noches"




Prólogo-confesión

Las imágenes de los Sueños
se han cansado de esperarme en un punto enemigo.
Esta historia de mi Yo se agota con un vagido irreconocible.
Las tiranías de la Razón quieren imponerse
sobre la Intuición de los De­seos aplazados.
Desterrado de mis Instintos,
la Palabra está blanca y vacía
y siento asco de su pureza.
Pero la fuerza del Amor
me arrastra a esta Comunicación desesperada:
es una Necesidad dulce
como el suave de­lirio de una borrachera
que se avergüenza de sí misma,
porque me hace falta el alcohol o la Locura
para decir mi Verdad.
En esta crisis,
mi moral es la defensa última
ante el Futuro que me llama.
El Tiempo se agota y me afiebra
y veo desdoblados los instantes en los espejos de la agonía,
donde el Enemigo triunfante se arranca las Máscaras una a una.
Tengo la certidumbre de que en el fondo no hay Tema:
el Tema, con el Significado que lo acompaña,
se ha hecho imposible;
esta Confesión es el último refugio
antes de caer anulado por mi Fantasía,
agotado en mi Creación,
como una madre después de dar a luz
y ver que ha parido demonios.
La Lógica me desdibuja en la trampa de su Verdad:
un hombre no pue­de ser su Identidad más allá de su Sueño.
Es esa Identidad precisamente la que nos enferma,
ese cambio obligado de Pronombres lo que nos duele,
ese Deseo por Descifrar algo, lo que esos Pronombres quieren Ser
en la Fantasía atormentada de los que desesperan día a día
sin llegar a ser lo que son,
sin alcanzar ese Futuro que se detiene en el Presente y 
los condena a la cámara del Tiempo,
incapaces de hallar una salida,
porque toda esta Cultura se transforma
en un Laberinto laborioso de Palabras
donde lo único que deseamos es la Muerte.



                  E1 cubo azul
Empujo  con fuerza
el cubo azul de un sueño
Entro en él
Me incorporo
Aristas sensuales
Cristal íntimo
Veo mi re­flejo
Estoy distinto
Soy lo que quisiera
Rey por un sueño
Se consuma el deseo
Satisfecho
Duermo
Sueño
sueño de sueño
Pongo la cabeza entre las ro­dillas
duermo en mi elemento
Nado por un agua seca
respiro burbujas de polvo
Voz. No. ¿Gesto? Apenas
Lentitud absorta
Estremecimiento
El cubo empieza a girar a una velocidad inusita­da

Sueño:
Estoy tomando mi desayuno en una casa
a la vera de un bos­que
En el bosque hay un monstruo
Dicen las mujeres que van allí para perder su pureza
Mi madre entra en el bosque
- ¿Adónde vas madre?
- ¡Has estado cien años soñando, hijo; vamos, crece!
- No puedo
- Prisionero de un sueño
- De un sueño, del miedo, del deseo
Yo bebo el café del desayuno
me alimento de muerte con las manos ata­das
caballo preso
En la taza caminan cucarachas que comen el pan del sueño
Pasa el tiempo, mis cabellos crecen, la piel se aja
soy un vie­jo, el viejo busca la inocencia
y bebe el mismo café amargo una vez y otra
No puedo    No pude    No podré
Mi madre vuelve del bosque llena de luz, tacto dorado
desnuda, me sorprende, me reconoce, se avergüenza:
descubre que ha dado a luz a un hombre que es su padre
Yo muero, el viejo muere, mi cuerpo/su cuerpo se corrompe
mi madre se abraza a él
los gusanos de mi cuerpo chupan la vida de los miembros indefensos
impotentes, de mi madre, que no se separa de mi cadáver
Ella extiende un brazo, lo deja inmóvil y un tallo nace de su mano
Será difícil beber mi café si el niño-hombre se despierta
nos tragamos la lengua y nos ahogamos poco a poco
como la serpiente que se devora a sí misma

Giran, giran las imágenes en el cubo azul
Alrededor, material de sueño   Luz de viento    Polvo ventral fertilizado
Despierto
Salgo del cubo del espacio quieto
Soy el otro         El que soy        El que no quiero
El que busco se ha ido con mi sueño
Soñar mi mismo ser es imposible
¿Quién soy? Apenas Esa
la iden­tidad del viento que se infla en cualquier corazón dormido
Si no soy, ¿cómo muero?, ¿por qué envejezco?
Cuando el sueño que vive en mí no me ama
me echa de su reino de espuma y granadas fragantes abiertas
pene­tradas por una astilla de sol parecida al hielo que me atraviesa
luz por clavos, tan frágil, tan vano, tan fingido
pero…¿cómo puedo acu­sarlo de mí mismo?
Mi destino me alcanza para no llegar
y quedarme a morir aquí, en­tre todos
prisionero de este laberinto, rosa por fruto
¿Cuál será la espada?, ¿cuál la sangre de la balanza?,
¿para qué mi muerte?
Sombra, bulto, éste soy, desdibujado
me cubro avergonzado la cara con mis ma­nos
bebo un beso
¿Me hace falta un Infierno?, ¿un Paraíso?, ¿un Cielo?
Allí está el Cubo Azul
Viaje
Entro en él para cambiar de vida
luego vuelvo
Voy y vengo
Las palabras no llevan pero traen
Son limbos de pereza
Indican el camino equivocado
Construyen un mundo que no es cierto
En él vivimos y estamos engañados
  
Eterno retorno
                                                            I
Una mañana desperté y el mundo no era el que había sido,
los pája­ros ya no eran los pájaros, el aire no era más el aire, 
¿natural?, ¡quién diría!, ¿mágico?, tampoco.
La magia no adivina la vida que alimenta a las espinas.

Una mañana todo se esta­ba consumiendo y empezando de nuevo.
La historia fue síntesis y el pasado futuro,
Edipo se ató a su madre para siempre
y los hombres nunca dejarán de amarse a sí mismos.
Escuchamos
el  sonido final del Apocalipsis,
la palabra de todos los lenguajes,
mitad luz, mitad música inimitable
con ella se enterrará al mundo, a Dios, al significado,
pero sépanlo todos: el mundo nacerá de nuevo.




                                                II

La historia nos agobia con sus citas
Y está pre­sente en todos nuestros actos:
olvidemos las fechas, el hombre es su pro­ducto.

Apoteótico el hombre y sus signos matemáticos
sus figuras geomé­tricas
sus sueños decimales.
Enorme en su maldición este animal fantás­tico,
el hombre,
un sueño común que recorre la historia,
un sueño trans­mitido de generación en generación como un canto,
como una música, un himno.



                          

                                                III

Difusa memoria colectiva con la precisión del artesano de diamantes
que engarza los huesos del difunto con alambres bendecidos y eternos,
¡se ha muerto Dios! pero está vivo,
absoluto el Uno, en el principio era el fin,
y el Hombre , cuerda sola, vibración recorrida
por infinitas al­mas distintas pero una,
pertenecientes a la misma lucha de sonidos por conquistar el aire
inflamado de luz que avanza hacia la noche.

Entre el principio y el fin ha habido un sueño de muerte,
guerra, locura, consumación, destino;
la pasión - enseñaban - se repite,
nace y termina siempre, rebrota con la misma fuerza.
La pasión es la vida.
Un hombre quería con su ejército de signos contarse lo que había pasado
y los signos crecían y crecían, el hombre moría sepultado.
Ama­necía en pájaro ligero
capaz de disfrutar la luz, el aire puro,
de en­contrar a Dios, el verbo único,
por simple fe de animal sincero.
Pensa­tivo o fugaz, estaba en medio
la fatalidad del destino escrito:
debía encontrar su piedra de preguntas.
Así lo enseña el mito. El mito es in­finito.
El mito es engendrado por la historia.
Explicados: sistemas me­tafísicos, parábolas filosóficas.

Sin embargo en el principio era el verbo;
eso fuimos: un signo in­teligente ante un Universo inútil.
¿Qué le queda a la razón desolada?
el orden de la materia en el instinto,
la pasión de la fiebre,
el sueño que yo tuve que despertaba de un sueño
y el mundo no era ni había sido ni sería,
nacía allí mismo y era claro:
simplemente un punto que no era un punto sino el mundo,
la eternidad, la historia, todos los hom­bres;
ese punto era el infinito, el origen del aire, el de la luz, 
oxí­geno inflamado, tiempo viajando cargado de sonidos
como un secreto para generaciones inhabitables
tal vez por el amor.
La memoria nos ata y nos desata
y la necesitamos como nos necesi­tamos,
hoy es ayer, mañana será hoy
y así un día Dios estará muerto
y yo habré crecido y seré un hombre entre los hombres
y amar será bueno.





                        Historia de las palabras

En la boca se mecen, hueso mío, las palabras,  
fonemas bondadosos, los viejos y los míos,
los sonidos uterinos que manejan la clave del sentido
en el signo acartonado que se pierde,
alma verde,
en un mar de le­guleyos y soldados
clamando por su pan ensangrentado,
¡facta est!, est siendo
el mismo ser que habitaba en la hermosura,
sin Dios, pero riendo…
Y después la lengua campesina…
desarrollándose entre bárbaros que igno­ran
el placer de que gozaban las señoras en las villas romanas,
rosae alba; en el feudo, el castillo, la leyenda
de la cruz consolada por tan­ta canalla arrodillada
para facer una copla a la serrana…
y jugaban en las bocas,
se bebían como pájaros la saliva de las encías
y saltaban esos pneumas del molar a la lengua con sus trinos,
descubrimiento del mundo, sol del hombre.
¡Y la lengua moderna! El español de Cervantes,
la figura del lenguaje levantada, gesto en el aire la voz cansada,
el imperio de Dios se está cayendo y la lengua imperial
naufraga en las costas del Atlántico
 y enseña a los In­dios el “milagro” de la esclavitud.

(El imperio extiende sus tentáculos,
es un pulpo que ahoga cuanto toca.
Pasan años, pasan siglos de servidumbre,
la lengua se redime,
nacen héroes, mueren santos,
las provincias del imperio se confiesan de día
y hacen el amor por las noches.
Los indios y los negros le dan al castellano su fluencia sensual y dulce,
su ritmo americano.
Llega la libertad y las provincias del imperio
se baten en los campos de América
 y arrancan sus cadenas.)

¡Trabajo, trabajo, trabajo! ¡Producción,
están ciegos los campos, pero mira esa máquina cómo respira, cómo bufa, 
vapor bramando,
todo el poder que resucita su energía!

¡Qué lenguaje de técnica y silencio,
qué maravillas desprende la vida del canino al molar,
llevan historia las palabras!
Estas palabras no se suicidan,
hechas de sudor y sangre, de ruedas y de lanzas,
de espadas y molinos de viento
transportan el átomo invisible con su explosión de vida;
estas palabras han crecido, si­guen creciendo,
llevando en ellas contenidas la emoción de los hombres
y los hombres, la luz de los objetos, los colores
y los objetos. ¡Oh mi­lagro de síntesis
en estas suaves ondulaciones transparente!

Viene de muy adentro una ráfaga de aire cálido,
vibran las cuerdas de las gui­tarras vocales
y salen las palabras, formas exactas, repetidas,
conte­niendo la historia de la vida,
la historia de los hombres y los hombres,
cada hombre,
cada flor,
cada sueño,
cada herida.
  
Un torso clásico

E1 pedestal gira y el torso de mármol blanco
nos lanza su mensaje de belleza.
Este torso trunco
es autor de nuestro amor por la vida casi:
nos enseña a descubrir el yo,
a leer en la proporción la armonía que es un juego,
a entender lo dinámico como una melodía.
La materia nunca se detiene - nos enseña
la idea genera el sueño o viceversa,
el sueño crea la magia y hace posible el mito.
El mito (oh felicidad) vuel­ve al hombre
otra vez hijo de sus pasiones,
con cola de cerdo, mordien­do la tripa de su ombligo
y chupando el caracol de su madre. El mito
no es un humo detrás del tiempo:
la historia habla al unísono con todas las voces.
Frente a este torso de mármol blanco
siento que fuimos hechos todos juntos
de una vez para siempre.
En el sistema del movimiento eterno.
La perfección de la forma que atesora el diamante,
acaricia la luz, muerde la música.
Todo esto en la historia,
molde perfecto de las generaciones.
Hombre hecho hombre sólo por instinto
que aprendió a interpretar el sue­ño para crear el yo
transubstanciado, segundo a segundo, descripto en el amor,
esa otra escultura, ese otro lenguaje que hablamos
 y avanza como un río.
En el principio éramos uno solo,
luz sin forma en medio de la som­bra,
unívoco el sonido blanco, la órbita perfecta.
Astillas quebradas de un mismo aerolito,
el hombre y la mujer se acurrucaron,
giró el óvulo
y en un instante la identidad disuelta
soñó una nueva identidad,
el juego sensual y crepitante del lenguaje,
la proporción entre las partes, la belleza,
el pensamiento abstracto.




El teatro de la locura
Sobre los conos celestes vacila una luz sin música,
los volúmenes proyectan sombras azuladas,
varios planos inclinados se insertan en los conos.
Un hombre camina por uno de los planos,
está de espaldas, recor­tado sobre un fondo oscuro.
La tinta de la muerte crece
y el hombre pier­de, poco a poco, su contorno y su forma.
Una mujer va a buscarlo,
ve como la mancha devora paulatinamente al hombre,
se abrazo los senos y su vientre
ríe con voz y llanto entremez­clados.
La mujer mastica navajas y sus senos crecen y crecen,
son dos serpientes blandas inútiles, les nacen hojas verdes.
Llora y el rímel resbala por sus párpados y sus mejillas.
La enredadera de sus pechos se adhiere a su cuerpo.
Cierro el telón del teatro imaginario;
detrás de todo ese espectá­culo sospecho un gran vacío.
Un manto de luz
filtrándose como agua de corpúsculos vibrantes que hormiguean
cubre la ventana de la gran sala;
ahora, dentro de mi casa y sólo en ella se pone el sol.
Salgo de la casa
en el bosque que la rodea escucho maderas gol­peando contra cuerdas
y ecos atemporales que conocen un círculo sin cen­tro
que es la perfección sagrada;
los rayos de luz son rectos y sin no­che, sin muerte.
¿Cómo explicarse a ese hombre imaginario
que desapare­ce en una mancha de tinta,
y a esa mujer fantástica devorada lentamen­te por su pasión,
máscara de arcilla blanda decolorándose,
mientras la enredadera-serpiente de sus pechos
crece en el teatro de la casa de sueño,
que es tal vez ya inhabitable para el Amor,
mientras yo, aquí afuera, en esta pe­sadilla de luz,
pierdo totalmente la conciencia del tiempo y del espa­cio,
y hasta de mi inocente yo?



Mi escritorio
Mi escritorio ha florecido de repente:
brotes en las vetas claras de su cuerpo
tripulado por papeles y recuerdos de almas blancas;
murmu­llos de agua en sus cajones
donde mis manos encierran réplicas de manos;
despertar de invisibles consciencias olvidadas
que juegan al juego de la identidad del signo
que corresponde simultáneamente a la Palabra,
al rayo de luz, a la melodía de cinco notas en el ojo geométrico,
vincula­do a la perfección del deseo
y al pensamiento sin receptor
que habla y es gesto vacío.
Mi escritorio secretamente navega aguas atrás
a la abundancia,
al nacimiento lleno de deseos satisfechos
que desafían a la locura
(oh, el miedo a la locura así сon-todas-sus-letras,
y al agua azul que baja
y lava el alma encallada adentro,
instinto negro).
En el cuerpo de mi escritorio, y en sus cajones
hay también pape­les muertos de hijos que no nacieron
y aguardan para siempre en la oscu­ridad,
pensamientos y agua y peces en el agua
olas vueltas seda de sonidos
que hablan la lengua dulce del río
que viene del olvido
a traer­me su miel encadenada.





Las voces y el silencio
I
Mi voz alimentada de
gritos de animales negros que escapan
noche     noche     noche
la música de violín corta el sonido
en tiras   tiras   tiras    
que caen hacia el costado del renglón.
Mi voz decía alimentada de
gritos de animales negros
que crecen alrededor de una forma
y los gritos la arropan de negro
y esa esencia inflada de muerte
se viste con palabras que
son   son   son  dice un payaso
subido a un pedestal,
sacando la lengua inflamada, brotada,
instrumento de char­latán de mensajes sin significado
(yo sé que la palabra no vale nada
y que me moriré un día aspirando el perfume
de las gotas de agua que via­jan por el aire
de estación en estación
con su mensaje de frescura y pri­mavera;
sin embargo,
el espacio está poblado de sombras extrañas,
y mi sueño pone signos,
deseos, palabras, miedo...en todo...).
                         II
En rápido juego las voces enlazadas
dibujan en el aire un encierro sin muros.
Se tocan como labios.
En ese espacio extraño, ventana palpi­tante,
impactan asteriscos, fragmentos de aire escrito.
Las sílabas sueltas se quiebran en rasguidos.
Otras voces crean maravillas semánti­cas,
o formas libres de puntos y de espacios.
El sonido es vivo. Pero el agua del origen
pronto corta el eco de la voz;
se distorsiona el ritmo
y el silencio se incorpora al ahogo.

                                      III
Es una cuestión de lenguaje exiliado en su LETRA,
desesperado en su miedo,
un poco de agua sin reflejo,
espejo muerto en su espesor ne­gro
donde el Cuerpo resbala
para no imaginar los giros y los tumbos
y el ritmo sordo y el hueco
Aullido Abierto.
¡Qué día
si el sol saliera en el cuarto
y se pusiera el muro sobre el horizonte,
si cayera la cortina de las letras
cerrando los intersti­cios mecánicos del habla desquiciada!

                                      IV
En mí, el lenguaje histórico atravesando el tiempo
montado en los signos de su todo,
amonesta los sustantivos con adjetivos ilusorios
y permite un orden pronominal compulsivo e infecundo.
Mi corazón está a punto en el reloj de sombra.
Los días son los tropos de mi sustento.
Camino, sombra dentro de la sombra,
encerrado en este rostro odioso
con su máscara de dios antiguo.






La identidad y los espejos
                                            
I

La última vez que me vi,
cuando crecía a mi alrededor el alma de la luz
y a mis pies resbalaba un agua ensangrentada;
el reflejo de mí la última vez que me vi
en un espejo quebrado.
Podía, cruelmente, hacerme astillas
y terminar allí el juego laberíntico del tiempo.
Todo lo demás sería círculo,
ademán perfecto envuelto en pasión.
Me lo impidieron el hombre que soy
y los que fui,
y los hombres que junto a mí esperan
con ademán desnudo ante la muerte.
Y también el otro que no seré, porque... ¿dónde
buscaré después la beatitud del no-canto?
                        
             II
La identidad enferma
se tambalea en la cremallera del suicidio-ca­rril;
espacio, puente, salto...
La destrucción acecha
tras los otros rostros que soy yo
y me necesitan para ocupar mi lugar.
Cuando crezco hacia abajo
las raíces hacen fuerza pero no me sostienen...

                          III
Si acaso nos encontráramos en el mismo espejo
y abriéramos la puer­ta y la puerta,
siendo siempre nosotros,
el uno con la suma, la suma con el todo,
ganaríamos el agua crecida bajo la tierra,
amaneceríamos con brotes de luz nueva en los ojos.
Si abriéramos las puertas
del uno y del uno y del uno
y entráramos y entráramos
sin perder un segundo
encontra­ríamos la disolución
donde está el amor.
                                      IV
En el espejo se ha escondido otro hombre
que me busca en la super­ficie mojada,
mi identidad semilíquida
deja a las sombras bajar por mis venas
y ocultarse en los espacios
donde la conciencia falsamente razona
las palabras desviadas de su cauce.
La flor viva del inconsciente amenazado
resucita en el sueño a ese que era
antes de ser un nombre,
cuando no había palabras, ni dolor, ni soledad del mundo,
ni reconocimiento de la madre, ni diferencia,
y todo era presencia sensitiva, mismidad sin pronombres.
Claridades antiguas, aisladas intermitencias,
iluminan ahora esos momentos
que estaban se­llados para siempre con todos mis secretos,
y sin los cuales sólo soy substancia de la lógica,
testigo doloroso
del torrente de amor interrum­pido.





El abyecto
No soy un animal enfermo
desquiciando mis frágiles deseos;
en el placer habita la armonía perdida;
los espejos viven habitados,
en la superficie bañada no hay ausencia,
allí estoy, fragmentado, semilíquido...
Mi futuro se ha encerrado en el presente,
me pierdo en el agua del sueño,
representación, máscaras, equivalencias,
cada verdad es una fal­sa analogía,
ineptos los medios de conocimiento.
Crece el horizonte acumulado
donde se afirma heroico el inconscien­te,
lengua regia, luz y oscuridad...



Indice

         Prólogo-confesión

         El cubo azul

         Eterno retorno

         Historia de las palabras

         Un torso clásico

         El teatro de la locura

         Mi escritorio

         Las voces y el silencio

         La identidad y los espejos

         El abyecto


Publicado en Letras salvajes No. 4 (junio - julio 2011): 65-69.