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jueves, 11 de octubre de 2018

Echeverría, la Revolución de Mayo y la literatura argentina


                                                Alberto Julián Pérez ©

            Esteban Echeverría (1805-1851) introdujo y promovió en el Río de la Plata las ideas del Romanticismo social francés, una de las corrientes de la literatura europea más liberales y progresistas, en un momento clave del desarrollo de nuestra literatura nacional.   
            Durante la etapa colonial, el decadente imperio español había impedido la formación de un literatura independiente en los territorios americanos. A partir de la Revolución de 1810 se había iniciado una nueva etapa histórica que llevaría a la formación de una cultura y una literatura propias. Echeverría denominó a ese momento revolucionario “Mayo” y propuso una interpretación simbólico-alegórica del significado de la experiencia vivida (Echeverría, Obras completas 222-6).
            Echeverría criticó las decisiones políticas que se tomaban en la nación mercantil y ganadera que se estaba gestando en los años que siguieron a las luchas por la independencia. Los jóvenes intelectuales de su grupo concibieron su propio programa político. Echeverría pensaba que el individuo se realizaba en la historia y evolucionaba con ella. El hombre del destino, el genio romántico, debía asumir sus responsabilidades sociales con heroísmo y cargar sobre sus espaldas el peso de la sociedad.[1] Su misión era dirigirla.
Los jóvenes de la Asociación de Mayo, que lideraba Echeverría, creyeron en esa misión. Defendían la libertad y la democracia. Se opusieron a la tiranía de Rosas. Querían enseñarle a las masas su filosofía nacional y conducir el país.
            Echeverría basó su “doctrina” en las palabras: fraternidad, igualdad, libertad, de clara raíz Iluminista (Echeverría 159). Los “padres” de la Revolución de 1810 les habían dejado un importante legado. Hicieron la guerra a España y liberaron el territorio. Había mucho aún por hacer. Faltaba implementar un proyecto cultural acorde con las ideas revolucionarias (si bien Rivadavia había hecho importantes aportes) (Echeverría 99-102). Esa era la gran oportunidad de su generación: echar las bases de la cultura nacional.
Responsabilizó al caudillismo por los problemas políticos de su tiempo. Los caudillos eran el síntoma de una sociedad enferma y deformada. Habían fracasado los intentos de sancionar una Constitución, que garantizara un modo de gobierno y un pacto de convivencia, válido para todos. El caudillismo, creía él, producía anti-cultura. La sociedad retrocedía en lugar de avanzar. En su narración “El matadero” demuestra los efectos nefastos de la dictadura en la vida de la gente. Su visión coincide con la de Sarmiento.
            Centró su pensamiento en tres conceptos básicos: “Mayo”, “Democracia” y “Razón” (Palco, Historia de Echeverría 81-4). [2] Se apoyó en las ideas de filósofos contemporáneos franceses que continuaban a los pensadores de la Ilustración: Saint Simon, Leroux y Lammenais. Sus ideas políticas estaban íntimamente asociadas a su condición de poeta romántico. Admiraba a Víctor Hugo y a Lord Byron. Respetaba el liderazgo que éstos tenían en la vida cultural y política de la Europa de su tiempo (“Fondo y forma en las obras de imaginación”, OC 341-5).
             Echeverría escribió poesía épica y poesía de tema histórico. Su literatura fue literatura de ideas. (Echeverría 362). [3] Para él el valor del pensamiento no residía en su calidad especulativa sino en su fuerza crítica. En sus ensayos buscaba interpretar la realidad de su tiempo, analizar las instituciones y comprender la cultura. Quería ayudar a construir una sociedad más perfecta, contribuyendo a la progresión y marcha de la historia (Weinberg, El Salón Literario 77-86). Propone un modelo de pensador e intelectual nacional: éste debía ser un individuo ilustrado y creer en la razón. Debía ser ético, buscar el bien y el bienestar de la sociedad y contribuir a su evolución (ayudar a eliminar el vicio, la ignorancia, el error, el pasado colonial de corrupción, el presente nacional de opresión, tiranía e ignorancia) (Echeverría, “Antecedentes y primeros pasos de la Revolución de Mayo”, O. C. 212-21 y 98-110).
Los caudillos, para él, carecían de valores morales. No tenían educación ni eran letrados. Alberdi (que actuó en política en la Federación de Urquiza, después de la caída de Rosas, y se opuso a Mitre) criticó el dogmatismo racional de Echeverría: en su polémica con Sarmiento, dio una nueva modulación nacional al racionalismo (Alberdi, Grandes y pequeños hombres del Plata 207-11). Alberdi relativizó la política de Sarmiento y de Mitre y la criticó severamente.
            Echeverría no pudo ser actor del proceso de reorganización nacional, en el que participaron varios miembros de la Generación de 1837, dada su muerte prematura en 1851. Durante sus últimos años, proscripto en Montevideo, se mantuvo relativamente al margen de los sucesos políticos y militares. Escribió extensos poemas narrativos (“El ángel caído”, “Avellaneda”, entre otros) e importantes ensayos y estudios políticos y culturales, como “Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37”, 1846 y “Manual de Enseñanza Moral”, 1846. En esos años, indica Katra, Juan Bautista Alberdi tomó el liderazgo material de la vida intelectual de los expatriados de Montevideo. Alberdi luego se trasladó a Chile, redactó sus influyentes Bases en 1852, y participó en el gobierno de la Federación de Urquiza (Katra, The Argentine Generation of 1837, 6-7).
            Echeverría, dado su frágil estado de salud y su personalidad tímida y retraída, se fue alejando del periodismo combativo. Unos pocos años mayor que Sarmiento y Mitre, era el único que había residido en París, donde estudió filosofía, literatura y política durante una época clave de la vida cultural francesa.[4]
            Su amigo y biógrafo Juan María Gutiérrez, el crítico más destacado de su generación, fue quien mejor conoció su proyecto literario (Echeverría, Obras completas 9-52).          
            Echeverría fue un ejemplo y un gran modelo de honestidad para aquellos intelectuales que lo sobrevivieron: Sarmiento, Mitre, Alberdi, Gutiérrez, Vicente F. López, Mármol. Su liderazgo fue fundamental para toda la Generación del 37 (Palcos, Historia de Echeverría 67-80).
            Para Echeverría los objetivos de la acción política de su grupo debían ser: [5]
1.   establecer la asociación
2.     determinar el papel del pueblo en la democracia
3.     regenerar moralmente a la sociedad
4.     permitir el progreso social
El segundo punto fue el más controvertido. Las masas urbanas y rurales apoyaban abiertamente a Rosas. Este era un gobernador legítimamente elegido. La legislatura había votado otorgarle la suma del poder público. Un plebiscito popular lo ratificó. Ostentaba la representación de las relaciones exteriores de la Confederación, por expresa concesión de los gobiernos provinciales.
Echeverría sostenía que las masas no estaban facultadas para ejercer racionalmente sus derechos políticos, ya que carecían de educación (Echeverría 152-3). Había sido un error consultarlas. Era necesario educarlas y sacarlas de ese estado de inferioridad política. Regenerarlas moralmente. Hasta tanto esto no ocurriera, no se podía dar a las masas derechos políticos, ya que serían víctimas de demagogos y tiranos.
A diferencia de Sarmiento y de Alberdi, Echeverría no le reconocía a la tiranía rosista ningún logro en la normalización del país (Sarmiento pensaba que Rosas había unificado políticamente el territorio nacional; Alberdi creía que había disciplinado a las masas, les había enseñado a obedecer y someterse, respetando la decisión de un poder de gobierno) (Sarmiento, Facundo 322-40; Alberdi, Bases 217-9). Rosas, según Echeverría, había traicionado el espíritu de la revolución de Mayo, que era democrático.
Como lo comprobamos en sus poemas “La insurrección del Sud” y “Avellaneda”, y en su narración “El matadero”, Echeverría­­­ teme a las masas iletradas y las desprecia: las considera bárbaras, crueles, insensibles, irracionales. En un momento las llama “esclavas” (Echeverría, O.C. 146). Las masas no habían entendido el espíritu de Mayo ni sabían qué era la libertad. Alberdi, en cambio, ve a las masas como auténticas representantes de una democracia incipiente, inorgánica (Alberdi, Grandes y pequeños hombres del Plata 156-7).
Alberdi no responsabilizaba a los caudillos por las prolongadas guerras civiles que habían tenido lugar en el territorio nacional desde 1820. En sus Bases argumenta que la anarquía popular fue resultado de los malos políticos y la ineficiencia de las instituciones (Bases 81-8). Las Constituciones de 1819 y 1826, insensibles a los intereses del interior, desataron la reacción de las provincias e hicieron difícil la organización nacional (Bases 31-6). La responsabilidad era de los políticos, no del pueblo pobre. Esos políticos no habían sabido interpretar las aspiraciones populares. La consecuencia fue la violenta insurrección de las masas, lideradas por sus caudillos. Alberdi entendió que las aspiraciones políticas del pueblo y de sus líderes eran legítimas; Echeverría y Sarmiento, en cambio, demonizaron el poder popular de los caudillos (Obras completas 125-8). Lo consideraron irracional y bárbaro (Echeverría, Obras completas 349-53).[6]
Echeverría proponía realizar una revolución cultural y política capaz de regenerar moralmente a su patria, corrompida por la tiranía. La difícil tarea no era imposible, porque el mundo progresaba y la humanidad era infinitamente perfectible (Echeverría 301).
En un análisis menos matizado, pero tan radical como el que Sarmiento hiciera sobre su patria en Facundo, Echeverría procuró explicar, dentro de sus parámetros ideológicos dogmáticos, su entorno histórico y social.
La “Ojeada retrospectiva…”, de 1846, fue uno de sus más ambiciosos trabajos intelectuales. Echeverría describe cómo los integrantes de la Asociación de Mayo concibieron y discutieron el Dogma Socialista en 1837. Sitúa a su generación en el centro de la arena política. La tiranía los había obligado a trabajar en la clandestinidad. Concibieron la idea de crear una sociedad secreta semejante a la Joven Italia de Mazzini. Creían en los principios de la Revolución de Mayo. Faltaba aún cumplir muchos de sus objetivos. Debían realizar “una revolución moral que marcase un progreso en la regeneración de nuestra Patria” (Obras completas 59). Solo se podía derrocar a la tiranía de Rosas por medio de las armas y el país aún no estaba preparado para esto. Ellos debían asumir un nuevo liderazgo político.
Acordaron redactar un programa que detallara sus objetivos de acuerdo a sus principios políticos. Alberdi, Gutiérrez y el mismo Echeverría fueron los encargados de la tarea, después de una discusión grupal (Obras completas 66-73). El Dogma Socialista, como le llamaron, venía a llenar el vacío político doctrinario de los partidos históricos que se habían disputado el poder en el Río de la Plata: el Unitario, un partido centralista que gobernó con Rivadavia, y el Federal, dirigido por Rosas, que se había transformado en un partido centralizado y personalista. Echeverría sostuvo, en una carta dirigida a los otros miembros de la Asociación, que “los principios son estériles si no se plantan en el terreno de la realidad, si no se arraigan en ella, si no se infunden, por decirlo así, en las venas del cuerpo social (Obras completas 60).
El grupo de jóvenes entendió que su trabajo fundamental era interpretar la realidad histórica y política nacional, e “infundir” su pensamiento en “las venas del cuerpo social”. Eran perfectamente capaces de proponer una teoría, pero no conocían bien al pueblo pobre de la ciudad y las campañas. Constituían una pequeña minoría de jóvenes intelectuales aislados de las masas, que eran iletradas y respondían al liderazgo del caudillo Rosas, Gobernador de Buenos Aires, que había sabido ganarse su corazón y su lealtad. Ellos consideraban a Rosas un peligroso demagogo.
Como organización secreta podían intentar infiltrar las filas populares. Pero el país sería libre solo cuando una coalición militar opositora derrocara al caudillo. Rosas tenía un buen control político de la situación.
Echeverría criticó la política de los partidos históricos, y propuso a su amigos formar un partido único que fusionara las ideas de ambos y fuese la síntesis dialéctica de los dos polos. Su manera de entender la historia emanaba de su interpretación de la Revolución de Mayo; dice: “El fundamento, pues, de nuestra doctrina, resultaba de la condición de ser impuesta al pueblo argentino por la revolución de Mayo; el principio de unidad de nuestra teoría social del pensamiento de Mayo: la Democracia. No era ésta una invención (nada se inventa en política). Era una deducción lógica del estudio de lo pasado y una aplicación oportuna. Ese debió ser y fue nuestro punto de partida en la redacción del Dogma” (Obras completas 65). Echeverría subrayó el aspecto lógico, científico de su estudio “deductivo”. La teoría política, de manera gradual, debía controlar racionalmente la historia, haciéndola previsible y programable. [7]
Explicó con argumentos sólidos la ilegitimidad de la tiranía rosista y criticó al pueblo proletario (Obras completas 295-308).[8] Dice Echeverría: “…el pueblo soberano no supo hacer uso de su libertad; dejó hacer al poder y nada hizo por sí para su bien…Nosotros queríamos, pues, que el pueblo pensase y obrase por sí, que se acostumbrase poco a poco a vivir colectivamente…” (Obras completas 65-6).
Los jóvenes intelectuales del grupo discutieron cuál debía ser el papel de la religión en el nuevo Estado, teniendo en cuenta los proyectos de reorganización nacional. Echeverría consideraba a la religión como una de las grandes aliadas para la regeneración moral de la población civil. La decadencia moral de las masas durante el rosismo, creía, se había debido, en parte, a la carencia de una sólida base religiosa; dice: “…se ha desvirtuado y desnaturalizado en nuestro país poco a poco el sentimiento religioso. No se ha levantado durante la revolución una voz que lo fomente o ilumine…y los instintos más depravados del corazón humano se han convertido en dogma…hemos desechado el móvil más poderoso para moralizar y civilizar a las masas: no hay freno humano ni divino que contenga las pasiones desbocadas… A vosotros, filósofos, podrá bastaros la filosofía; pero al pueblo, a nuestro pueblo, si le quitáis la religión, ¿qué le dejáis? Apetitos animales, pasiones sin freno…” (Obras completas 66-7).
La revolución había emancipado a la Iglesia argentina, pero el clero, argumenta, olvidándose de su misión evangélica, se había dedicado a la política, en lugar de trabajar en la evangelización. Ese proceso de politización de la Iglesia había concluido en una alianza virtual con Rosas, quien volvió a someter a la Iglesia nacional al Patronato de Roma. Echeverría apoyaba la libertad religiosa, que consideraba necesaria para atraer al suelo argentino inmigrantes que contribuyeran al progreso nacional. La religión debía ser independiente y estar separada del Estado (Obras completas 69).
Rosas había sabido inclinar a su favor el sufragio universal. Una ley de la Provincia de Buenos Aires había concedido en 1821 el derecho de sufragio a “todo hombre libre, natural del país o avecindado en él, desde la edad de 20 años, o antes si fuere emancipado” (Obras completas 69). Esa ley de sufragio, que era aplicada con éxito en Estados Unidos, no había dado buenos resultados en Argentina. El sufragio universal, consideraba Echeverría, había sido “el vicio radical del sistema unitario” (Obras completas 69). El pueblo ignoraba lo que era el sufragio, y no sabía lo que votaba. Echeverría acusa al Partido Unitario de no haber sabido organizar al pueblo y haber desconocido el elemento democrático de las campañas. Según él, ese Partido, de arranque democrático, no tuvo fe en el pueblo. Rosas, en cambio, “…echó manos del elemento democrático, lo explotó con destreza, se apoyó en su poder para cimentar la tiranía” (Obras completas 71).
El pueblo, creía Echeverría, había decretado su propio suicidio al votar a Rosas y darle la Suma del Poder Público. Para superar esta situación propuso la siguiente fórmula: “Todo para el pueblo, y por la razón del pueblo” (Obras completas 72). En su “Ojeada retrospectiva…” analiza y explica las ideas sostenidas en el Dogma Socialista de la Asociación de Mayo. En la sección doce de sus “palabras simbólicas”, discute el tipo de democracia que quieren establecer y afirma que “…la Democracia es el régimen de la libertad, fundado sobre la igualdad de clases” (Obras completas 151). Dice que “…la soberanía del pueblo es absoluta en cuanto tiene por norma la razón” y que el individuo puede resistir “las decisiones tiránicas del pueblo soberano” (Obras completas 152). La democracia, entonces “…no es el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el régimen de la razón”, y la parte ignorante de la población “…queda bajo la tutela y la salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo racional” (Obras completas 152).
El autor pone a la razón por encima de la voluntad del pueblo y de las masas y establece el tutelaje “…del ignorante, del vagabundo, del que no goza de independencia personal…” (Obras completas 153). Aquellos que sufren esa discapacidad social deben emanciparse primero, para poder luego ejercer sus derechos políticos. En un gesto liberal pero paternalista hacia las masas, dice que es el Estado el que tiene la responsabilidad de elevar a las masas de su estado de ignorancia, de esparcir “…la luz por todos los ámbitos de la sociedad” (Obras completas 153). Y agrega: “Para emancipar las masas ignorantes y abrirles el camino de la soberanía es preciso educarlas. Las masas no tienen sino instintos: son más sensibles que racionales; quieren el bien y no saben dónde se halla; desean ser libres, y no conocen la senda de la libertad” (Obras completas 153).
Echeverría negaba derechos políticos al pueblo hasta que no cambiara, se educara y civilizara, europeizándose. El grupo de jóvenes intelectuales que lidera quiere reorganizar la sociedad según los intereses y objetivos políticos de su grupo social y ponerla a su servicio.
Echeverría celebra los logros intelectuales y artísticos de los jóvenes de su generación. Analiza la labor del periodismo combativo de Montevideo en “El Iniciador”, “El Nacional”, “La Revista del Plata”, “El Porvenir”. Muchos escritores colaboraban en estos periódicos: Miguel Cané, Andrés Lamas, Florencio Varela, Juan María Gutiérrez, José Rivera Indarte. Otros exiliados argentinos trabajaban en la prensa chilena: Vicente F. López, Domingo F. Sarmiento, Carlos Tejedor, Juan B. Alberdi, escribiendo en periódicos líderes como “El Mercurio”, “La Gaceta” y “El Progreso”. Esos jóvenes intelectuales luchaban contra el rosismo. Destaca también el mérito de los poetas: José Mármol y Bartolomé Mitre (lista a la que tendría que agregar su propio nombre).
Echeverría exalta el patriotismo de esa generación proscripta, que tiene mucho que ofrecer a la patria futura. Esa patria depende de ellos; dice: “La lógica de nuestra historia…está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es adoptar lo que haya de legítimo en uno y en otro partido… Ese partido nuevo no puede representarlo sino las generaciones nuevas…” (Obras completas 88). Se ve a sí mismo, y ve a sus compañeros, como los hombres del destino que habrán de salvar la patria. No era éste un mesianismo vacío, sino una creencia enraizada y vivida plenamente.
Echeverría y los miembros de la Generación del 37 apoyaron políticamente al General Lavalle y la intervención francesa e inglesa en el Río de la Plata, durante la década del cuarenta, como medidas necesarias para derrocar la tiranía rosista. El liderazgo militar del General Lavalle (quien fuera responsable del levantamiento militar de 1828 contra el Gobernador Dorrego y su fusilamiento, y del recrudecimiento de la contienda de Unitarios y Federales) era controversial y su invasión a la provincia de Buenos Aires en 1840 fracasó, al no recibir apoyo popular. Rosas luchó contra la injerencia militar de Francia e Inglaterra, poderes europeos con una nutrida historia imperialista, en las cuestiones internas del Río de la Plata. Rosas era un Gobernador elegido por el voto, y todos sus poderes refrendados por la Legislatura provincial, y por un plebiscito y consulta popular. Los integrantes de la Generación del 37 no tuvieron esto en cuenta y lo consideraron ilegítimo. Echeverría dice al final de su ensayo que no se propone sembrar discordia, su objetivo es unir a la sociedad, y llama a todos los argentinos a fraternizar en un Dogma común. Envía sendas cartas al Gobernador de Corrientes Joaquín Madariaga y al General Justo José de Urquiza, Gobernador de Entre Ríos, explicando sus ideas y el programa del grupo que representa, tratando de persuadirlos y de captar su apoyo (Obras completas 166-9).
En sus cartas al intelectual italiano Pedro de Angelis, editor de la prensa oficial rosista, que en el Archivo Americano criticara el Dogma socialista, publicado en Montevideo, desacreditando a su autor, Echeverría hace un agudo análisis político del papel del partido Federal antes de Rosas y durante su gobierno (Obras completas 169-209). Demuestra que lo que Rosas llama “federación” no es tal cosa, ni tiene nada que ver con la historia del concepto, ni con el sentido que se le dio a éste en el sistema norteamericano. Diferencia lo que es un “partido” político de una “facción” política, con intereses más estrechos, rebajando la lucha de federales y unitarios a pujas de facciones.
Tal como Sarmiento en su Facundo, Echeverría acusa a Rosas de centralismo. Dice que éste destruyó el poder municipal y regional en la Argentina. Los unitarios, por su parte, se habían dejado llevar por un europeísmo ciego: aplicaron ideas foráneas de manera mecánica, sin reconocer la realidad social local (Obras completas 196). Censura al Presidente Rivadavia por haber renunciado al poder supremo, en lugar de haberlo mantenido a cualquier costo, aniquilando a los facciosos, si era necesario. Al no hacerlo “sacrificó el porvenir”. Dice: “El partido unitario resignando el poder, sin haber combatido, aceptó el martirio: por eso, si la moral y la justicia lo aplauden, la política lo silba y lo condenará la historia” (Obras completas 199).
Echeverría cree que la regeneración de la patria dependerá en gran medida de la forma en que logren encauzar a los espíritus díscolos y anárquicos dentro del sistema municipal; dice: “El distrito municipal será la escuela donde el pueblo aprenda a conocer sus intereses y sus derechos, donde adquiera costumbres cívicas y sociales, donde se eduque paulatinamente para el gobierno de sí mismo o la democracia, bajo el ojo vigilante de los patriotas ilustrados…” (Obras completas 204). La municipalidad, piensa, logrará infundir el espíritu local en el espíritu nacional.
Echeverría dedica dos artículos suyos fundamentales a analizar la Revolución de Mayo: “Antecedentes y primeros pasos de la Revolución de Mayo” y “Mayo y la enseñanza popular en el Plata”. En el primero analiza la historia latinoamericana desde su época colonial hasta el presente, explica las relaciones de poder dentro del Río de la Plata y hace una excelente sinopsis histórica de las luchas políticas. En su segundo artículo divide la historia en dos etapas: una colonial, retrógrada, y otra revolucionaria y democrática, progresista. Su defensa de los valores de Mayo, dice, se debe a que desea que predomine la ley por encima de la fuerza bruta (Obras completas 224). Deben todos honrar la Revolución de Mayo y nutrirse de los valores democráticos. La sociedad está empeñada en una guerra civil prolongada: el pueblo está luchando por dar a luz esas fuerzas que hacen a las nacionalidades robustas (Obras completas 226). Echeverría acepta la guerra como medio legítimo para alcanzar la libertad.
Cree que la educación no puede ser dejada al azar: el Estado debe darle una dirección moral y política. Lleva esta lección a la práctica en su Manual de enseñanza moral para las escuelas primarias del Estado Oriental, 1846, donde sostiene que un gobierno revolucionario tiene el deber de educar al pueblo y enseñarle sus ideales políticos y morales.
Echeverría valoró a la poesía por encima de todos los géneros literarios. La poesía romántica le asignaba al poeta, como voz y como conciencia de su sociedad, un papel político especial (Altamirano y Sarlo 17-41). Echeverría ve al ser humano como una unidad indisoluble. En las notas sobre arte y poesía, que Juan María Gutiérrez reuniera bajo el título de “Fondo y forma en las obras de imaginación”, el poeta escribe sobre los cambios del ser humano en su historia y los efectos que éstos tienen en su forma de expresión: “Unas son las facultades morales de la humanidad; pero el clima, la religión, las leyes, las costumbres, modificando, excitando su energía, deben necesariamente dar impulso distinto a la imaginación poética de los pueblos y formas singulares a su arte, pues sujetos están a todos los sucesos y accidentes, tanto externos como internos que su vida o su historia constituyen” (Obras completas 342). Y luego, insistiendo en la unicidad del espíritu de la humanidad: “Son las formas poéticas las que varían principalmente en cada siglo, en el espíritu de cada pueblo y en las renovaciones y faces del arte, y el espíritu esencial que la fecunda y anima, pasa inalterable de generación en generación, siguiendo en su marcha todas las vicisitudes, retrocesos y adelantos del saber humano y de la civilización” (343).
Dado que concibe un mundo que varía sus formas pero retiene su espíritu, estas formas deben ser relativas y no absolutas. La libertad en la forma de expresión es una necesidad inherente del arte y de la vida. La historia política, igualmente, conoce cambios, como consecuencia de la evolución moral de la humanidad. Estos cambios conducen a la liberación de las potencias creativas. Por eso el hombre no puede aislarse de su sociedad y su historia. Echeverría admira a los artistas europeos que han sido capaces de mostrar ductilidad y originalidad en la creación de formas nuevas, como Shakespeare y Calderón, héroes de los románticos. Estos crearon personajes con una rica psicología individual. Fueron artistas geniales e inspirados. La individualidad, para Echeverría, es el móvil de la historia y el arte.
Echeverría era consciente de que su generación vivía en una nueva época histórica; dice: “Hemos llegado al punto de arranque de la civilización moderna; el tiempo nos muestra la primera página de otra historia; pisamos en los umbrales del nuevo mundo…” (Obras completas 346). En ese nuevo mundo jugaba un papel fundamental el cristianismo, que ya en la antigüedad había dominado “…la ferocidad natural de los bárbaros” que atacaban a Roma (Obras completas 347). Al analizar la relación entre el mundo Clásico y el Romántico, enfatiza la deuda que tiene el Romanticismo con el Cristianismo: “La civilización antigua y la moderna, o el genio clásico y el romántico, dividiéronse pues, el mundo de la literatura y del arte. Aquél trazó en el frontis de sus sencillos y elegantes monumentos: Paganismo; éste en la fachada de sus templos majestuosos: Cristianismo (Obras completas 350).
Echeverría volcó muchas de estas ideas en su poesía. No empleó en sus poemas el habla popular, como hacían los poetas gauchescos: prefirió utilizar el habla culta, en lengua llana. Creía que el estilo debía verter directamente el pensamiento, ser un trasunto de éste; explica: “El estilo es la fisonomía del pensamiento, a cuyos contornos y rasgos dan alcance y colorido el lenguaje, los períodos y las imágenes (Obras completas 538). Estaba consciente de las limitaciones literarias de los lectores de su patria y, con su obra, trató de contribuir a la creación y educación de un público lector que disfrutara de su poesía, tuviera cierta comprensión teórica y entendiera lo que trataba de hacer en ésta. Dice “…en los países donde los principios del gusto, en materia de bellas artes, no son comunes, y no existe una opinión pública que sea capaz de formar juicio racional sobre los partos de la imaginación, es conveniente y necesario que los autores hagan marchar de frente la teoría y la práctica, la doctrina y los ejemplos…” (Obras completas 361).
Echeverría buscaba concretar en su poesía sus ideas literarias y expresar sus ideales políticos (por eso, a veces, sus poemas pueden parecer calculados y poco espontáneos). Ficción y pensamiento se unen íntimamente en Echeverría. Su ejemplo y magistratura tuvieron un gran impacto en el desarrollo de la literatura nacional que, hasta el presente, cultiva una fuerte tendencia intelectual, analítica y política. En la “Advertencia” a “La Cautiva”, publicada en sus Rimas, Echeverría explica que su propósito al escribir el poema era: “pintar algunos rasgos de la fisonomía poética del desierto…” (Obras completas 451). Dice que sus personajes son secundarios en relación al paisaje. Quiere mostrar al lector el “color local” americano: “El Desierto es nuestro más pingüe patrimonio, y debemos poner conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para nuestro engrandecimiento y bienestar, sino también poesía para nuestro deleite moral y fomento de nuestra literatura nacional” (451). Usa ex profeso en este poema “…locuciones vulgares y nombra las cosas por su nombre, porque piensa que la poesía consiste principalmente en las ideas…” (451). Como poeta confiesa que “idealiza”, y para él idealizar es “sustituir a la tosca e imperfecta realidad de la naturaleza, el vivo trasunto de la acabada y sublime realidad que nuestro espíritu alcanza” (452). El poeta aspira a narrar lo inenarrable, mostrar el aspecto sublime de la naturaleza americana.
Echeverría busca acercarse al gusto popular. En “La cautiva” emplea un lenguaje relativamente sencillo y familiar, y usa el metro octosilábico. Pero, insiste, lo fundamental es que la inspiración fluya y dé libertad a la creatividad poética. Cuando lo considera necesario cambia el metro “…para retener o acelerar la voz, y dar, por decirlo así, al canto, las entonaciones conformes al efecto que se intenta producir” (Obras completas 453). La forma artística “…está como asida al pensamiento, nace con él, lo encarna y le da propia y característica expresión” (452). El poema, muy celebrado por el público lector y por la crítica de la época, y la obra poética del autor que ha tenido más reimpresiones, alcanza sus momentos más logrados en las descripciones del paisaje, y los menos convincentes cuando presenta el mundo psicológico de Brián y María, sus personajes. Mientras en “El matadero
plasma con verosimilitud y fidelidad costumbrista la psicología  de sus personajes, en sus poemas narrativos sentimentales, o con aspectos sentimentales trágicos, como “La cautiva” o el extenso “El ángel caído”, la psicología de los personajes queda desdibujada, y cobra protagonismo el paisaje y las imágenes poéticas heroicas.
En sus poemas históricos, como “Avellaneda”, pinta con maestría el mundo de la época y el carácter heroico del personaje. Describe la historia social con intenso dramatismo. Quería dar una carácter protagónico a las ideas y los valores que estas ideas representaban.
Su visión de mundo expresa los ideales románticos y las limitaciones ideológicas del sector pequeño burgués urbano e ilustrado al que Echeverría pertenecía. Los jóvenes trataban de interpretar una realidad que les resultaba difícil comprender. Les parecía un mundo primitivo y peligroso. Por momentos lo demonizaban. En “La cautiva” los indios son crueles, monstruosos, “salvajes” y derraman sangre humana por placer. El alcohol los transforma en bestias feroces. Su presentación de la naturaleza humana es dicotómica. Unos personajes son cultos, ilustrados, nobles, de grandes ideales, capaces de amor y sacrificio; otros son egoístas, crueles, incapaces de amar, destructivos, bárbaros. Los indios se transforman en ejemplos del mal y la barbarie; Brián y María, en modelos de la naturaleza humana elevada, noble, bondadosa, capaz de sentimientos sublimes. En el poema “Avellaneda”, el mártir tucumano posee todas las cualidades que respeta Echeverría: inteligencia, altruismo social; sus enemigos son una “chusma” que lo observa con mirada “estúpida”, y que goza cuando lo ejecutan al compás de “La resbalosa” (Obras completas 577). Como en el relato “El matadero”, el sacrificio se realiza en medio de una fiesta bárbara. También en “La cautiva” la fiesta de los indios es un momento culminante, de gran valor dramático y fuerza plástica.
La poesía culta resulta un vehículo pobre para transmitir una pintura del pueblo de su época y sus tipos sociales (la poesía popular, en cambio, en particular la gauchesca, es vehículo fabuloso del habla y la psicología del criollo). Su narración ocasional “El matadero” (género que no prolifera en la escritura de Echeverría, que idealiza la poesía y cree en el carácter heroico del poeta), es un fresco social sutil y detallado en que logra, en maravilloso aquelarre y con una economía expresiva que muy pocos escritores han alcanzado, mostrar las fuerzas históricas y sociales de su tiempo en juego dramático, y caracterizar con realismo a los tipos humanos populares (en particular al proletariado rural y a la chusma urbana), que apoyaban la política del Restaurador, el tirano Rosas.
Echeverría, aunque sostenía que la religión podía contribuir al desarrollo moral del pueblo, criticó en “El matadero” la conducta de la Iglesia en el gobierno de Rosas. La Iglesia actúa como cómplice del tirano; lejos de ayudar en la educación cristiana de la masas, papel que el poeta creía el más conveniente para la Iglesia, procura rendirlas a los pies de Rosas. La inundación, causada por la lluvia continua y torrencial, y el sufrimiento que ocasiona a la población, quiebran el equilibrio social en Buenos Aires, durante la época de Cuaresma. Esto pone a prueba la habilidad política del Restaurador, quien, procurando calmar el hambre (y la impaciencia) del pueblo, manda traer, por decreto, una cantidad de novillos para el matadero, pasando por alto el ayuno religioso de la Cuaresma. El narrador describe con ironía la actitud de la Iglesia en estas circunstancias, y cómo ésta aprovecha el momento para atemorizar a la población: “Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio, decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina, rebosando, se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros unitarios impíos que os mofáis de la Iglesia, de los santos, y no escucháis con veneración la palabra de los ungidos del Señor!...vuestra impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia del Dios de la Federación os declarará malditos” (311-2).
Echeverría muestra, involuntariamente, la excelente relación de Rosas con las masas y el apoyo que éstas le brindaban. Los carniceros se preocupan en cuidar y vigilar la seguridad del régimen, y contribuyen a su “limpieza” ideológica. Dada las amenazas internas y externas, los carniceros se transforman en guardianes del gobierno personalista y popular de Rosas. Junto a ellos operan las mujeres achuradoras, negras y mestizas, que recogen las entrañas de los animales sacrificados para venderlas. En este relato todos hacen algún tipo de sacrificio: la Iglesia, el de la Cuaresma; Rosas, da reses al pueblo; las masas, ofrecen el primer novillo al Restaurador, y luego sacrifican al toro rebelde y, por último, al unitario; el unitario, ofrenda su vida para defender su honor y su hombría. Estos sacrificios se llevan a cabo en medio de la celebración de la Iglesia y la celebración de los carniceros. Es un ambiente de fiesta popular carnavalesca, donde los carniceros se transforman en los amos, y el Juez del matadero preside la “fiesta” como un auténtico tirano. Quien finalmente se vuelve la víctima expiatoria, que restablece el equilibrio en la atroz Federación, es el unitario “sacrificado”, que no deja que ultrajen su honor y revienta de rabia. Antes que él, han sido sacrificados el toro bravo y el niño inocente (nadie registra su agonía, excepto el narrador; horriblemente, nadie le ha dado importancia al accidente que provocó su muerte), y fue puesto en ridículo el inglés, quien mostró sus pocas virtudes de jinete frente a los criollos.
En el final de la “fiesta”, los carniceros se sienten desilusionados. Muere el joven unitario, a quien no habían querido matar, sino “jugar” con él, pero que se tomó la cosa demasiado “en serio”. El unitario no les entendió el juego. Su muerte los compromete. El juego no debería haber terminado en tragedia. La “seriedad” del unitario cambió el juego, que, como en la corrida de toros, concluyó con la muerte del bravo. Las simpatías del narrador se inclinan hacia el joven unitario, culto, idealista, y no hacia la chusma rosista de gauchos, adolescentes pobres y mujeres mestizas y negras, que viven de lo que produce el matadero, su carne y sus sobras. El narrador registra con desagrado el ruido que produce la fiesta, que considera “infernal”. Las masas participan activamente. Cree que no pueden pensar. Para él son seres sin valor humano. Repiten un ritual, el del sacrificio de los animales, necesario para la subsistencia, pero carecen de independencia mental. Tampoco tienen educación. Son brutales, bárbaras. Su ceremonia es macabra, deberían haber sacrificado sólo novillos jóvenes. Ni el toro, ni el unitario deberían haber formado parte de ésta. Ese agregado perverso demuestra el estado de abyección de las masas.
Sólo el unitario y el inglés son educados, como lo demuestra el buen gusto de sus ropas y sus modales. Echeverría idealiza el valor del unitario y su resistencia moral frente a la opresión. Esa resistencia heroica ante la tiranía era contraria a la experiencia social e histórica: los opositores al régimen rosista (incluido el poeta), antes de dejarse encarcelar, torturar o matar inútilmente, preferían el exilio en la vecina Montevideo. El personaje unitario responde individualmente a la opresión: resiste hasta la muerte para defender el honor. Si el lema de Rosas era “Federación o muerte”, la respuesta de Echeverría puede interpretarse como “Muerte antes que tiranía”. El terror y la tortura son instrumentos necesarios del rosismo para mantener su poder. Los carniceros no actúan en forma individual e independiente frente a la situación creada: reaccionan como grupo.
El autor tiene una buena comprensión de la psicología de las masas. Pero no las acepta, porque son rosistas, apoyan la tiranía, y son incultas, bárbaras y se componen de elementos populares que él considera inferiores, por su raza y por su género. Forman parte del sector social que en su Dogma socialista considera “menor de edad”.  A las masas no se les puede dar derechos políticos, deben actuar dirigidas por un “tutor” (Obras completas 152-4). Podrán ejercer su libertad individual cuando lleguen a su “mayoría de edad”: cuando hayan recibido educación de primeras letras y educación política como ciudadanos. Mientras tanto, es la pequeña burguesía urbana la que debe velar por los derechos de las masas populares, ser sus líderes y mentores.
Echeverría observa con escepticismo y desagrado el desarrollo de las instituciones en tiempos de Rosas, tanto la Iglesia como el gobierno. Estas instituciones son enemigas de la democracia que él defiende y, sin ella, no puede haber una asociación para el progreso. Esa sociedad necesita ser moralmente “regenerada”. El mundo del “matadero” es una sociedad degenerada: en él impera la violencia, el servilismo político, la ignorancia, la demagogia, la manipulación, el oscurantismo de la Iglesia. Las masas son víctimas de sus bajas pasiones: odio, crueldad. Se parecen, por su comportamiento, a los indios salvajes de “La cautiva”. Pero los indios demuestran en el festín más crueldad. Los gauchos y las negras del matadero son una “familia bárbara”, la familia de la federación rosina; los indios, en cambio, llevados por el frenesí del alcohol, en total desorden, se matan entre sí, son “salvajes”. Ellos son los sacrificados en su propia fiesta, no diferencian entre el bien y el mal, entre los que ofrendan y las víctimas (Obras completas 457-9). Son una tribu de salvajes sedientos de sangre. Los guía el instinto de destrucción y muerte. A las masas federales las guía el amor al dictador y a su esposa, Doña Encarnación, por la que llevan luto. Son sumamente respetuosos de las convenciones y símbolos que impone su caudillo.
Los gauchos son “esclavos”, tienen su voluntad política enajenada. Echeverría considera esta pérdida de libertad individual algo ominoso. En su poema “El 25 de Mayo”, que presentara en las Fiestas Mayas de Montevideo de 1844, aunque fuera escrito tres años antes en Colonia, Echeverría muestra a América como un territorio virginal e inocente, que no sufría yugo alguno: la llegada de España significó para ellos la pérdida de la libertad, la esclavitud (Obras completas 802). El hombre debe luchar por ser libre, y la humanidad tiene que seguir su marcha hacia la total liberación. Esa es la idea iluminista de la que Echeverría estaba totalmente convencido: libertad o muerte, tal como lo quería Mayo. Esa lucha es la lucha de la Nación y la nación no puede existir sin independencia y libertad.
El poder personal de Rosas, que sólo ambicionaba perpetuarse en el gobierno, había reemplazado el proyecto de nación de los hombres de Mayo. Por eso no se le podían hacer concesiones en la lucha. El único plan futuro viable para Echeverría, era el plan liberal: su fracaso equivalía a la disolución de la nación. En la nación liberal, la pequeña burguesía intelectual proyecta tener un papel rector: ellos serán los líderes políticos y culturales de la nueva nación. Los líderes legítimos, porque representaban la civilización y la cultura, el mundo moderno, que se rebela contra el mundo oscurantista del colonialismo español, presente en el sistema de gobierno de Rosas, como una fuerza contrarrevolucionaria que amenaza todas las ganancias políticas de la Revolución.
Estos jóvenes se consideran los herederos de la luz del sol de Mayo. Son el nuevo sol, los “hijos” de los fundadores de la patria, y animan una revolución cultural que aspira a convertirse en revolución política. Si bien Echeverría no vería la caída del tirano, su generación, que sufriera las consecuencias de la guerra civil y la “paz” de Rosas, procurará estar a la cabeza de los cambios políticos en su patria, para continuar y completar la revolución iniciada por sus “padres” el 25 de Mayo de 1810, de cuyas glorias se consideraban herederos y legítimos representantes.


                                                Bibliografía citada

Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: Plus
            Ultra, 1991. Quinta edición.
----------. Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina.
            Buenos Aires: Plus Ultra, 1991.
Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo. Ensayos argentinos. De Sarmiento a la
            vanguardia. Buenos Aires: Ariel, 1997.
Echeverría, Esteban. Obras completas. Buenos Aires: Ediciones Antonio Zamora,
            1951. Compilación y biografía de Juan María Gutiérrez.
Ingenieros, José. La evolución de las ideas argentinas. Buenos Aires: L. J. Rosso y Cía,
            1920.
Katra, William. The Argentine Generation of 1837. Echeverría, Alberdi, Sarmiento,
            Mitre. Cranbury: Associated University Presses, 1996.
Palcos, Alberto. Historia de Echeverría. Buenos Aires: Emecé, 1960.
Sarmiento, Domingo F. Facundo. Civilización y barbarie. Madrid: Cátedra, 1990.
            Edición de Roberto Yahni.
Weinberg, Félix, editor. El Salón Literario. Buenos Aires: Hachette, 1958. Estudio
            preliminar de Félix Weinberg.



[1] Dice Echeverría en su Dogma socialista: “Grande hombre, es aquel que el dedo de Dios señala entre la muchedumbre para levantarse y descollar sobre todos por la omnipotencia de su genio. El grande hombre puede ser guerrero, estadista, legislador, filósofo, poeta, hombre científico. Sólo el genio es supremo después de Dios. La supremacía del genio constituye su gloria y la apoteosis de la razón. El genio es la razón por excelencia” (Echeverría 141).
[2]  Dice Palcos, defendiendo a Echeverría de la acusación que le hiciera Groussac sobre su falta de originalidad: “La originalidad en Europa consiste en emanciparse de cualquier tutelaje intelectual. En América hay que disimularla mucho tiempo bajo ese tutelaje, para tener luego el derecho de emitir pensamientos por cuenta propia.” (Palcos, Historia de Echeverría 84).
[3]  Entiendo aquí por “pensamiento argentino” esa corriente de pensamiento informal que representan pensadores como Sarmiento y Echeverría, al que muchos consideran ensayo contemporáneo de ideas, y yo considero nuestra filosofía nacional. Es ésta una filosofía práctica que recorre la historia de la cultura nacional argentina hasta la actualidad y reflexiona sobre distintos problemas culturales y políticos. Su pensamiento no es principista ni doctrinario; es heterogéneo y dúctil, “criollo”.
[4] Echeverría residió en París de 1826 a 1830, cuando tenía lugar en Francia la lucha de Víctor Hugo por establecer el Romanticismo Social, y los intelectuales franceses trataban de entender la filosofía política del gobierno de la Restauración (Mercado 10-15).
[5] Este fue un rasgo esencial de su liderazgo intelectual, que influyó en los miembros de la Generación del 37.
[6] Echeverría creía en el valor del genio. El genio era el sujeto excepcional providencial, capaz de transformar la historia.
[7] El marxismo operaría como una continuación y una profundización de este camino de racionalización progresiva y cientifización de la política.
[8] En aquella revolución aparece por primera vez en la  historia política el perfil del proletariado, que llevará a Marx a analizar el potencial histórico del mismo en la evolución progresiva de la historia de la humanidad (Sarmiento, en cambio, la entiende como una insurrección anárquica e ilegítima [Katra, The Argentine Generation of 1837]) (Echeverría, Obras completas 295-308).



 Publicación: Alberto Julián Pérez, "Echeverría, 
la Revolución de Mayo y la literatura nacional"
Alba de América 37-38 (2001): 377-404.

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