Ana Paula CANTARELLI
Universidade
Federal de Rondônia (UNIR)
Gracielle MARQUES
Universidade
Federal de Rondônia (UNIR)
Resumo
Alberto Julián Pérez nasceu no Rosário
(Santa Fe), Argentina, onde se licenciou como Professor de Literatura
(1975). Realizou o Mestrado (1984) e o Doutorado (1986) pela New York
University, Estados Unidos. Possui uma vasta produção acadêmica com inúmeros
artigos em revistas especializadas de crítica literária e oito livros de
ensaios. É especialista na obra de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato e Roberto
Bolaño. Entre suas publicações
críticas mais recentes destacamos Literatura, peronismo y liberación
nacional (2014), La poética de Rubén Darío (2011), Revolución
poética y modernidad periférica (2009), Imaginación literaria
y pensamiento propio (2006) e Los dilemas políticos de la
cultura letrada (2002). Em
2015, publicou seu livro de contos Cuentos argentinos e o romance El valor de una mujer (melodramas políticos). No ano seguinte, publicou seu romance
satírico La Mafia en Nueva York e, em 2017, seu livro de poemas Poemas
Argentinos. Em sua obra poética e narrativa predomina a fusão entre
a poesia e a prosa, entrelaçada à história e à política argentina. Seus poemas
e relatos retomam velhas dicotomias e figuras históricas da cultura argentina a
partir do presente e de personagens concretas e cotidianas. A carga erótica que
acompanha suas produções trata as fabulações do sexo e da perversidade como uma
dimensão da vida que prova a angustia existencial e ao mesmo tempo é capaz de
libertá-lo. Atualmente Alberto Julián Pérez voltou reside em Buenos Aires, na
Argentina, e dedica-se a sua produção literária, participando de encontros de
escritores e realizando palestras sobre as pesquisas literárias que realiza.
En el cuento “El pintor de Dock Sud”, el
protagonista empieza a pintar después de tener contacto con la obra de
Quinquela Martín. Ese contacto le cambia su percepción de la realidad y también
le despierta el deseo de ser artista. ¿Hubo en tu vida también un Quinquela, es
decir, hubo alguien que te influenció? ¿Cómo
empezó tu labor literaria?
A. J. P. Mi labor literaria empezó como lector. Siempre me
fascinó leer, desde pequeño. Y más que leer estudiar. Conocer bien los textos.
Pensar los autores y su obra. Lo hice desde mucho antes de ir a la universidad
y de quedarme a vivir en ella como profesor. Siempre leí lentamente, con
curiosidad, y me detuve a pensar en lo que leía. De todos los autores de la
literatura argentina quien más me impactó fue Jorge Luis Borges, porque me di
cuenta que había sido nuestro mejor lector, de ahí la superioridad de su
literatura. Los autores que más me han gustado han sido aquellos que se han
movido entre la literatura y la filosofía: Borges, Unamuno, Voltaire, Diderot,
Platón. Me interesó también la obra de Sábato. Siempre leí obras de ficción y
obras de ensayo de y sobre los autores, para tener una imagen integral de
ellos. Para entender cómo pensaban la literatura.
Entre
todos los géneros literarios el que más me apasionó fue la poesía. Por eso mi
interés en Bolaño. Para volver concretamente a tu interesante pregunta, si bien
autores como Borges me han influido, lo más determinante en mi formación fue descubrir
el corpus de la literatura, comprender que existía ese mundo fascinante de
fantasías, sueños, saberes imaginarios y que estaba allí, a mi alcance. Lo
encontré en la biblioteca pública de mi barrio, y fui sacando los libros uno a
uno y devorándolos. Me sentí heredero de un tesoro incalculable, y he pasado la
vida bebiendo de él. Por lo tanto tenía que escribir, algo tengo que devolver
de todo lo que he recibido.
Después de tantas publicaciones y de haber alcanzado
el reconocimiento de la crítica ¿cómo piensas tu producción literaria frente a
la sociedad argentina?
A. J. P. El interés de los lectores en mi obra,
particularmente mis ensayos, que han ido apareciendo a lo largo de treinta
años, siempre me ha sorprendido. Al ver la cantidad de lectores que me
consultaban en bases de internet que reúnen mis textos, sentí que no sólo leían
mis ensayos lectores especializados en literatura sino un público más amplio.
Me dije entonces, si yo escribo sobre Rosas, o sobre Perón, o sobre Jauretche,
o Borges, o Discépolo, o Almafuerte o Lamborghini y tengo miles de lectores en
diferentes países, debo estar aportando un punto de vista nuevo, que interesa a
muchos. Ha sido un estímulo para mí.
Creo
que eso me impulsó a mostrar mi obra de ficción. Al regresar a Argentina hace
dos años, pude reorganizar y revisar mis libros de ficción y publicarlos. La
novela El valor de una mujer fue
escrita en 1980-82, en Nueva York, y La
mafia en Nueva York, en 1985, y publicada en Lima en 1988. El valor de una mujer permaneció sin publicar.
En el libro de cuentos que saqué en 2015 incluí dos relatos escritos antes: “El
ciruja”, mi primer cuento, de 1976, y “Viva la patria” de 1979. El resto fue
escrito a partir de 2013.
Conocer
mi sociedad ha sido una especie de obsesión para mí. Viví gran parte de mi vida
lejos de ella, pero durante todos esos años de ausencia he estudiado su
historia, su literatura y la tomé como tema principal en mis escritos. Creo que
siempre trabajé para mi gente. Por eso titulé a mis libros del regreso, y del
reencuentro con mi tierra, Cuentos argentinos y Poemas argentinos. No son un
canto a un país ideal. Quise dar un testimonio sobre cómo veo a mi país al
llegar desde afuera y vivir otra vez en él. Me encuentro con una sociedad
dividida, enfrentada y muy cruel. Un país de pobres y ricos. Una parte de
nuestra literatura, al menos, está más interesada en defender sus intereses de
clase que en escribir para el pueblo más amplio. La burguesía argentina tiene
una mirada elitista de la cultura. Son realmente libros de crítica a mi
sociedad, y no una apología. Son obras de denuncia.
Vemos que en tu producción literaria hay una
preocupación por problematizar la marginalidad, la pobreza y la miseria en
Argentina, especialmente en Buenos Aires. ¿De qué manera ese interés se
relaciona con tu vivencia en el exterior?
A. J. P. Se relaciona en varios aspectos. Yo trabajé durante
muchos años en el sistema universitario norteamericano, país donde residen
cincuenta millones de hispanohablantes. Son una minoría marginada. Yo integré
parte de esa minoría, si bien disfrutaba de una situación privilegiada como
profesor universitario. Me acostumbré a observar a la sociedad desde una
posición marginal, desde la perspectiva de este grupo que constituye una
subcultura dentro de la sociedad norteamericana. Durante los últimos treinta
años, pasé muchas vacaciones escolares, sabáticos, becas, etc., en Argentina.
Al llegar a mi país trataba de ver lo que pasaba en el mundo literario y entender
los cambios sociales. Observé que nuestra clase media, a la que yo pertenezco,
se negaba a mirar con respeto y amor a los sectores pobres, al proletariado. Me
pareció que había una actitud racista presente en nuestra gente, de la que no
se hablaba. En La Boca, barrio marginal donde vivo, pude observar la pobreza de
cerca.
Nuestras
ciudades están pobladas de numerosas villas miserias y las encontramos
dondequiera. Es imposible ignorarlas. Nuestra literatura de clase media no ha
encontrado la manera de abordar este problema, de darle un lugar a los
excluidos, de testimoniar sobre ellos, con inteligencia y compasión. Yo me
dije, si los escritores de la gauchesca supieron llegar al gaucho y
representarlo, tiene que haber una manera de llegar a la villa, de mirar dentro
de ella. De entender la pobreza más extrema. De ahí también mi interés en sus
creencias, en los santos populares.
En el libro de cuentos Cuerpos Resplandecientes (2007), de la escritora argentina María
Rosa Lojo, sobre figuras del devocionario popular, la novelista argumenta que
el culto a los santos populares en Argentina actúa, de un lado, como expresión
simbólica, sobreviviente del pensamiento mítico, necesaria para el
enfrentamiento del hombre con la muerte y, por otro, funciona como expurgación
colectiva de la violencia contra los oprimidos. ¿En qué medida tus cuentos
sobre santos populares (“El gauchito Gil”, “La difunta Correa”, “El angelito
Milagroso”, “El Mesías de la Villa 31”) colaboran a presentar una visión
revisionista de la historia de Argentina?
A. J.
P. Estoy de acuerdo con
María Rosa, su observación es muy inteligente. Los sectores sociales que adoran
a los santos populares son los más oprimidos, los que más sufren. Necesitan ayuda
y la buscan entre su gente. Los santos populares son figuras salvadoras. Los oprimidos
necesitan salvarse, trascender. La cultura literaria de clase media y la
cultura popular van por caminos diferentes y no han podido dialogar bien entre
sí. Los escritores literarios luchamos por integrar la cultura popular a
nuestra obra, pero no es fácil. Me llamó la atención ver que estos santos que
el pueblo adoraba componían una familia. El pueblo había encontrado su propia divina
familia protectora: un padre, el Gauchito Gil; una madre, la Difunta Correa; el
hijo, el angelito Miguel Angel Gaitán. Son todos personajes históricos, así que
quise saber más sobre ellos y escribir su biografía, con datos reales, sumados
a los imaginarios que yo aporté. Me acerqué a ellos para entender a nuestro
pueblo y su manera de pensar. También quise crear un puente entre la cultura
literaria y la popular. Procuré darle una genealogía al Gauchito Gil,
integrarlo como parte de nuestra cultura gauchesca. Es el gaucho que faltaba.
Los escritores cultos crearon el bandido gaucho que lucha por su libertad. La
imaginación mítica creo el gaucho salvador, el gaucho santo que redime a su
pueblo y lo protege, el gaucho milagroso. Hay una revisión de la historia, pero
la hizo el pueblo. Yo solo noto el hecho y trato de darle una ubicación dentro
de nuestra cultura literaria. El pueblo está diciendo que no es violento ni
ladrón, que es compasivo y ama al prójimo. También traté de ubicar a estos
santos en nuestra historia nacional. A la Difunta, en las guerras civiles del siglo
XIX; al Angelito, en la disputa entre peronismo y antiperonismo; y al Gauchito,
en la lucha entre liberales y rosistas y en la Guerra del Paraguay. Con
respecto al Mesías, que es un personaje imaginario, quise imaginar un santo
posible que podía surgir en la Villa. Un drogadicto que va a vivir allí y es tocado
por la mano de dios. Lo imaginé como un poeta. Quizá algún día aparezca algún
personaje así en la realidad.
El protagonista de “El pintor del Dock Sud”, que
integra la segunda parte de tu libro de cuentos, Cuentos Argentinos (2015), es un joven y talentoso pintor de origen
humilde que consigue alcanzar reconocimiento artístico, pero se enfrenta con un
engranaje mercadológico perverso. ¿Cómo ves los desafíos existentes en la
relación entre el artista, el intelectual de la periferia y el mercado?
A. J. P. Yo quise imaginar a un joven pintor, un descendiente
de Quinquela Martín, el artista social más destacado de La Boca. Quinquela era
un chico huérfano, al que crió una familia de inmigrantes italianos. Era
autodidacto. Pintó escenas de trabajo en grandes telas y murales. Fue un
filántropo. Un ser extraordinario. Traté de imaginar en mi cuento cómo puede
nacer y desarrollarse un artista en una sociedad marginal y periférica. En mi
versión no se forma en las buenas escuelas de la burguesía ni en las academias
de las élites. No hace viajes por el extranjero para educar su sensibilidad.
Nace en la basura y es fruto del dolor y la miseria. Y luego testimonia eso, y
su arte es universal. Finalmente él mismo es víctima de su situación y su
sensibilidad aguzada. Mi personaje es un pintor mártir.
El pintor
está en una situación especial en nuestra sociedad. Su obra es irremplazable y
tiene valor en sí. Se vende individualmente. Esto le crea al pintor una
subordinación incómoda con el mercado. Solo pueden comprar las grandes obras
los burgueses, los ricos, a los que les interesa más su valor económico que
artístico. El pintor queda aprisionado en este mecanismo. El escritor, por
suerte, está en una situación diferente, y goza de más libertad y autonomía. El
internet ha democratizado el mundo de las publicaciones. El escritor ya no
depende totalmente del editor, como antes. Puede publicar en un blog, darse a
conocer de otras maneras. Esto ha creado una circulación de literatura nueva,
de escritores que antes no se podían dar a conocer. La mayor parte de las obras
literarias no interesan a los editores. Sólo ciertas obras, algunas novelas,
atraen a las editoriales comerciales. La poesía, el ensayo, el cuento, no les
reporta ganancia. Pero para el mundo de la literatura, son géneros
fundamentales. Las bases de datos han creado una circulación de ensayos
literarios, como muchos míos, que antes se morían en las revistas, con un
número mínimo de lectores. Hoy mis ensayos publicados en las redes tienen miles
de lectores. Lo mismo me ocurre con poemas y cuentos. Gracias a eso hoy me
conocen, porque mis libros recientes no han sido publicados en grandes
editoriales comerciales. La burguesía pudiente que compra sus libros en las
librerías es la última que se entera hoy de lo que está pasando en la
literatura. Estamos en medio de una verdadera revolución literaria. Ha cambiado
la forma de leer. Como decía Borges, díganme cómo leerán los lectores en el
siglo XXI y les diré cómo será su literatura. La literatura del futuro será resultado
de nuestros nuevos hábitos de lectura.
En tu obra se percibe la ficcionalización de
cuestiones provenientes de tu trabajo como investigador, tales como la
literatura gauchesca, la construcción de la identidad argentina, las viejas
dicotomías decimonónicas, la política, entre otros. ¿Podríamos pensar que esos
temas figuran en tu producción como una manera de crear oportunidades para
pensar la estructura de la sociedad argentina desde un punto que toca sus
formaciones más básicas? Explica.
A. J. P. Para mí la literatura es mi disciplina fundamental,
como para otro puede ser la filosofía, o la historia, o la ciencia. Yo pienso
el mundo a partir de la literatura y desde ella. No soy esteticista. Me
interesa la vida, la literatura, la política. Siempre he tratado de aprender
más literatura de la que sé. Sentí que en ella estaba la clave de mi dilema
personal. Para mí la literatura es algo así como el repositorio de la
imaginación humana, sus sueños, sus mitos, sus saberes, vistos desde el prisma
de la fantasía. Es una imagen de la humanidad, que solo puedo observar
íntegramente de manera indirecta. Me veo en ella como en un espejo. La
literatura es siempre personal. Tengo que conocer a cada escritor, cada libro.
Es una relación individual que el lector establece con el autor. La literatura
de mí país y de toda Latinoamérica me toca muy íntimamente. Cuando construyo
mis historias lo hago desde mi presente político y trato de ubicarlas en ese
contexto. Todos esos temas que tú notas para mí son centrales en mi manera de
pensar mi vida, y siempre están en mis historias. Me interesa nuestra identidad,
nuestras creencias. Soy un escritor comprometido con mi sociedad.
No hay historia que no tenga una carga de erotismo.
El erotismo es uno de los ejes temáticos de tu producción literaria y aparece
en muchos momentos asociado a la liberación personal y a la liberación
política. En el cuento “La filosofía en el tocador” dialogas con la obra
homónima del Marqués de Sade sobre el sentido revolucionario del sexo en una
sociedad castradora. Sí pensamos en tu novela El valor de la mujer (2015) ¿el erotismo puede ser tomado como una
clave de lectura que permita pensar el papel de la mujer en la sociedad
patriarcal?
A. J. P. Cuando te hablo en mi pregunta anterior sobre mi
relación con la literatura, reconozco que esta relación es voluntaria e
intencional. Yo me formé leyendo y estudiando, fue mi vocación. Con respecto al
erotismo es algo que escapa a mi voluntad. Supongo que es parte de mi
componente sicológico profundo. Yo sé que mis historias están cargadas de
erotismo. Siempre me salen así aunque no me lo proponga. No sé que experiencias
determinaron esto en mi vida. Me psicoanalizo y aún no he podido averiguarlo.
En la novela El valor de una mujer es
donde el erotismo y el sexo son más determinantes. Te cuento lo que pasó
alrededor de esa novela, porque tuvo un gran peso en mi experiencia como
escritor. Yo escribí esa novela en 1980-1982. Cuando la terminé me di cuenta
que tendría problemas para publicarla. Era la época del proceso en Argentina, y
aunque yo vivía en Nueva York los editores no se arriesgaban. Esa novela tenía
un componente sexual inusual y un planteo político radical. Las dos cosas
juntas eran una bomba. Encima el personaje central era una mujer, y proletaria. La
mostré a varias personas del ambiente y me recomendaron no publicarla. Muchos
me quitaron el saludo. Me sentí muy mal y dejé de escribir ficción por varios
años. Recién en 1985 escribí otro texto, La mafia en Nueva York. Es una sátira
a la sociedad capitalista americana y una parodia de las historias sobre la
mafia. Mis mafiosos son ridículos y cambian la sociedad americana. También esta
novela toma el sexo como base del humor. Así y todo un gran profesor peruano,
Cornejo Polar, la leyó y le gustó mucho. El tenía una revista, Revista de
Crítica Literaria Latinoamericana, que sacaba una colección de libros que
distribuía a través de la revista a Universidades, profesores y amantes de la
literatura. El la publicó para su colección. Era un hombre muy crítico de la
sociedad norteamericana y le pareció que mi libro entraba en esa línea. Yo en
esta época ya había empezado a escribir ensayos literarios o crítica como le
llaman algunos. A mí nunca me gustó esta última designación. Para mí el ensayo
literario fue mi forma de expresión durante muchos años, nunca lo vi como un
ejercicio ancilar. He escrito sobre literatura, historia, filosofía, cultura
popular. Tanto me interesó el ensayo que me he pasado una enorme cantidad de
años en esta práctica. El 70 % de mi obra escrita son ensayos. Hace pocos años
decidí dejar la docencia y ponerme solo a escribir. Fue entonces que volví
sobre mi ficción. Preparé la edición de El valor de una mujer, La mafia en
Nueva York, que revisé, y otros dos libros que saqué recientemente. Publicar El
valor de una mujer me dio nuevos dolores de cabeza. Lo mostré a editores
independientes de Buenos Aires, pensando que había pasado el tiempo y nuestra
sociedad era más abierta y tolerante. Me equivoqué. Uno de ellos, no diré el
nombre, pero es director de una editorial independiente que presume de publicar
literatura progresista, me respondió que se avergonzaría de tener un libro como
este en su colección. Finalmente lo publiqué en una pequeña editorial en
Estados Unidos y lo distribuye Amazon. Además el manuscrito está publicado en academia.edu
y en mi blog personal, albertojulianperez-literatura.blogspot.com
Nuestra sociedad es intolerante con las
cuestiones sexuales. Trata de controlarnos de muchas maneras. No podemos
desarrollarnos como personas si nos reprimen sexualmente. Los personajes de “La
filosofía en el tocador” necesitan ser libres y se rebelan. Recurren al Marqués
de Sade porque necesitan su ejemplo moral. Son personajes débiles y
vulnerables, aunque no lo saben.
La
cultura patriarcal es particularmente dura con la mujer. Ella necesita de su
libertad sexual más que el hombre, porque históricamente ha sido dominada. Mi
personaje de El valor de una mujer se rebela contra el mandato patriarcal. Es
una heroína. No se siente una víctima. Es una mujer de acción. Cree en sí misma
y busca la verdad.
Recientemente participaste en el III Festival de
Literatura del Amazonas, donde presentaste tus libros. Creo que vienes de la
zona litoral de Argentina. ¿Qué encuentras en común entre ambas regiones?
A. J. P. La sociedad brasileña me resulta muy entrañable. Es
gente abierta, curiosa y sensible. Porto Velho es una ciudad muy dinámica, a
orillas del Río Madeira, afluente del Amazonas. Es una ciudad portuaria. La
naturaleza aquí es magnífica.Yo crecí junto al Río Paraná, en Rosario. Es una
ciudad 300 kilómetros al norte de Buenos Aires. El río fue muy importante para
mí. Es una fuerza fascinante. De niño iba a pescar con mi padre y pasaba horas
frente al río, viendo pasar la corriente. En Rosario, la universidad era una institución
muy importante. Sus profesores y estudiantes eran progresistas y militantes. Yo
ya iba en mi adolescencia a escuchar conferencias y de oyente a algunas clases.
En Porto Velho me gustó mucho visitar su universidad. Vi el impacto que tiene
en la vida de los jóvenes. Creo que somos sociedades que aún no conocen lo
suficiente sobre sí mismas y tratamos de afirmar nuestra identidad. Es bueno
reconocernos y extender la mano al otro. Esta es una sociedad multicultural y
es en esa dirección que necesitamos avanzar. Los vínculos entre Brasil y
Argentina son cada vez más estrechos. Tenemos mucho que aprender el uno del
otro.
La literatura
Amazónica tiene puntos en común con la literatura litoraleña. La presencia del río,
sus historias, sus mitos. El río influencia también la música regional. Su
gente es solidaria y ha atraído la llegada de muchos inmigrantes. Rosario es
igualmente una ciudad de inmigrantes y una zona de gran pujanza económica.
Siempre había querido visitar esta región del Amazonas y espero volver a ella.
Publicado en
Revista de Estudos de Literatura,
Cultura e Alteridade -Igarapé
Porto Velho (RO)
v.5, n.2, p. 311-320,
2018.
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