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miércoles, 28 de febrero de 2018

Literatura, erotismo y marginalidad: entrevista a Alberto Julián Pérez


          Ana Paula CANTARELLI
                                                                Universidade Federal de Rondônia (UNIR)

                                                       Gracielle MARQUES
                                                                Universidade Federal de Rondônia (UNIR)

           Resumo
    Alberto Julián Pérez nasceu no Rosário (Santa Fe), Argentina, onde se licenciou como Professor de Literatura (1975). Realizou o Mestrado (1984) e o Doutorado (1986) pela New York University, Estados Unidos. Possui uma vasta produção acadêmica com inúmeros artigos em revistas especializadas de crítica literária e oito livros de ensaios. É especialista na obra de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato e Roberto Bolaño. Entre suas publicações críticas mais recentes destacamos  Literatura, peronismo y liberación nacional (2014), La poética de Rubén Darío (2011), Revolución poética y modernidad periférica (2009), Imaginación literaria y pensamiento propio (2006) e  Los dilemas políticos de la cultura letrada (2002).  Em 2015, publicou seu livro de contos Cuentos argentinos e o romance El valor de una mujer (melodramas políticos). No ano seguinte, publicou seu romance satírico La Mafia en Nueva York e, em 2017, seu livro de poemas Poemas Argentinos. Em sua obra poética e narrativa predomina a fusão entre a poesia e a prosa, entrelaçada à história e à política argentina. Seus poemas e relatos retomam velhas dicotomias e figuras históricas da cultura argentina a partir do presente e de personagens concretas e cotidianas. A carga erótica que acompanha suas produções trata as fabulações do sexo e da perversidade como uma dimensão da vida que prova a angustia existencial e ao mesmo tempo é capaz de libertá-lo. Atualmente Alberto Julián Pérez voltou reside em Buenos Aires, na Argentina, e dedica-se a sua produção literária, participando de encontros de escritores e realizando palestras sobre as pesquisas literárias que realiza.

En el cuento “El pintor de Dock Sud”, el protagonista empieza a pintar después de tener contacto con la obra de Quinquela Martín. Ese contacto le cambia su percepción de la realidad y también le despierta el deseo de ser artista. ¿Hubo en tu vida también un Quinquela, es decir, hubo alguien que te influenció?  ¿Cómo empezó tu labor literaria?

A. J. P. Mi labor literaria empezó como lector. Siempre me fascinó leer, desde pequeño. Y más que leer estudiar. Conocer bien los textos. Pensar los autores y su obra. Lo hice desde mucho antes de ir a la universidad y de quedarme a vivir en ella como profesor. Siempre leí lentamente, con curiosidad, y me detuve a pensar en lo que leía. De todos los autores de la literatura argentina quien más me impactó fue Jorge Luis Borges, porque me di cuenta que había sido nuestro mejor lector, de ahí la superioridad de su literatura. Los autores que más me han gustado han sido aquellos que se han movido entre la literatura y la filosofía: Borges, Unamuno, Voltaire, Diderot, Platón. Me interesó también la obra de Sábato. Siempre leí obras de ficción y obras de ensayo de y sobre los autores, para tener una imagen integral de ellos. Para entender cómo pensaban la literatura.
    Entre todos los géneros literarios el que más me apasionó fue la poesía. Por eso mi interés en Bolaño. Para volver concretamente a tu interesante pregunta, si bien autores como Borges me han influido, lo más determinante en mi formación fue descubrir el corpus de la literatura, comprender que existía ese mundo fascinante de fantasías, sueños, saberes imaginarios y que estaba allí, a mi alcance. Lo encontré en la biblioteca pública de mi barrio, y fui sacando los libros uno a uno y devorándolos. Me sentí heredero de un tesoro incalculable, y he pasado la vida bebiendo de él. Por lo tanto tenía que escribir, algo tengo que devolver de todo lo que he recibido.

Después de tantas publicaciones y de haber alcanzado el reconocimiento de la crítica ¿cómo piensas tu producción literaria frente a la sociedad argentina?

A. J. P. El interés de los lectores en mi obra, particularmente mis ensayos, que han ido apareciendo a lo largo de treinta años, siempre me ha sorprendido. Al ver la cantidad de lectores que me consultaban en bases de internet que reúnen mis textos, sentí que no sólo leían mis ensayos lectores especializados en literatura sino un público más amplio. Me dije entonces, si yo escribo sobre Rosas, o sobre Perón, o sobre Jauretche, o Borges, o Discépolo, o Almafuerte o Lamborghini y tengo miles de lectores en diferentes países, debo estar aportando un punto de vista nuevo, que interesa a muchos. Ha sido un estímulo para mí.
Creo que eso me impulsó a mostrar mi obra de ficción. Al regresar a Argentina hace dos años, pude reorganizar y revisar mis libros de ficción y publicarlos. La novela El valor de una mujer fue escrita en 1980-82, en Nueva York, y La mafia en Nueva York, en 1985, y publicada en Lima en 1988. El valor de una mujer permaneció sin publicar. En el libro de cuentos que saqué en 2015 incluí dos relatos escritos antes: “El ciruja”, mi primer cuento, de 1976, y “Viva la patria” de 1979. El resto fue escrito a partir de 2013.  
     Conocer mi sociedad ha sido una especie de obsesión para mí. Viví gran parte de mi vida lejos de ella, pero durante todos esos años de ausencia he estudiado su historia, su literatura y la tomé como tema principal en mis escritos. Creo que siempre trabajé para mi gente. Por eso titulé a mis libros del regreso, y del reencuentro con mi tierra, Cuentos argentinos y Poemas argentinos. No son un canto a un país ideal. Quise dar un testimonio sobre cómo veo a mi país al llegar desde afuera y vivir otra vez en él. Me encuentro con una sociedad dividida, enfrentada y muy cruel. Un país de pobres y ricos. Una parte de nuestra literatura, al menos, está más interesada en defender sus intereses de clase que en escribir para el pueblo más amplio. La burguesía argentina tiene una mirada elitista de la cultura. Son realmente libros de crítica a mi sociedad, y no una apología. Son obras de denuncia.

Vemos que en tu producción literaria hay una preocupación por problematizar la marginalidad, la pobreza y la miseria en Argentina, especialmente en Buenos Aires. ¿De qué manera ese interés se relaciona con tu vivencia en el exterior?

A. J. P. Se relaciona en varios aspectos. Yo trabajé durante muchos años en el sistema universitario norteamericano, país donde residen cincuenta millones de hispanohablantes. Son una minoría marginada. Yo integré parte de esa minoría, si bien disfrutaba de una situación privilegiada como profesor universitario. Me acostumbré a observar a la sociedad desde una posición marginal, desde la perspectiva de este grupo que constituye una subcultura dentro de la sociedad norteamericana. Durante los últimos treinta años, pasé muchas vacaciones escolares, sabáticos, becas, etc., en Argentina. Al llegar a mi país trataba de ver lo que pasaba en el mundo literario y entender los cambios sociales. Observé que nuestra clase media, a la que yo pertenezco, se negaba a mirar con respeto y amor a los sectores pobres, al proletariado. Me pareció que había una actitud racista presente en nuestra gente, de la que no se hablaba. En La Boca, barrio marginal donde vivo, pude observar la pobreza de cerca.
     Nuestras ciudades están pobladas de numerosas villas miserias y las encontramos dondequiera. Es imposible ignorarlas. Nuestra literatura de clase media no ha encontrado la manera de abordar este problema, de darle un lugar a los excluidos, de testimoniar sobre ellos, con inteligencia y compasión. Yo me dije, si los escritores de la gauchesca supieron llegar al gaucho y representarlo, tiene que haber una manera de llegar a la villa, de mirar dentro de ella. De entender la pobreza más extrema. De ahí también mi interés en sus creencias, en los santos populares.
     
En el libro de cuentos Cuerpos Resplandecientes (2007), de la escritora argentina María Rosa Lojo, sobre figuras del devocionario popular, la novelista argumenta que el culto a los santos populares en Argentina actúa, de un lado, como expresión simbólica, sobreviviente del pensamiento mítico, necesaria para el enfrentamiento del hombre con la muerte y, por otro, funciona como expurgación colectiva de la violencia contra los oprimidos. ¿En qué medida tus cuentos sobre santos populares (“El gauchito Gil”, “La difunta Correa”, “El angelito Milagroso”, “El Mesías de la Villa 31”) colaboran a presentar una visión revisionista de la historia de Argentina?

A. J. P. Estoy de acuerdo con María Rosa, su observación es muy inteligente. Los sectores sociales que adoran a los santos populares son los más oprimidos, los que más sufren. Necesitan ayuda y la buscan entre su gente. Los santos populares son figuras salvadoras. Los oprimidos necesitan salvarse, trascender. La cultura literaria de clase media y la cultura popular van por caminos diferentes y no han podido dialogar bien entre sí. Los escritores literarios luchamos por integrar la cultura popular a nuestra obra, pero no es fácil. Me llamó la atención ver que estos santos que el pueblo adoraba componían una familia. El pueblo había encontrado su propia divina familia protectora: un padre, el Gauchito Gil; una madre, la Difunta Correa; el hijo, el angelito Miguel Angel Gaitán. Son todos personajes históricos, así que quise saber más sobre ellos y escribir su biografía, con datos reales, sumados a los imaginarios que yo aporté. Me acerqué a ellos para entender a nuestro pueblo y su manera de pensar. También quise crear un puente entre la cultura literaria y la popular. Procuré darle una genealogía al Gauchito Gil, integrarlo como parte de nuestra cultura gauchesca. Es el gaucho que faltaba. Los escritores cultos crearon el bandido gaucho que lucha por su libertad. La imaginación mítica creo el gaucho salvador, el gaucho santo que redime a su pueblo y lo protege, el gaucho milagroso. Hay una revisión de la historia, pero la hizo el pueblo. Yo solo noto el hecho y trato de darle una ubicación dentro de nuestra cultura literaria. El pueblo está diciendo que no es violento ni ladrón, que es compasivo y ama al prójimo. También traté de ubicar a estos santos en nuestra historia nacional. A la Difunta, en las guerras civiles del siglo XIX; al Angelito, en la disputa entre peronismo y antiperonismo; y al Gauchito, en la lucha entre liberales y rosistas y en la Guerra del Paraguay. Con respecto al Mesías, que es un personaje imaginario, quise imaginar un santo posible que podía surgir en la Villa. Un drogadicto que va a vivir allí y es tocado por la mano de dios. Lo imaginé como un poeta. Quizá algún día aparezca algún personaje así en la realidad.

El protagonista de “El pintor del Dock Sud”, que integra la segunda parte de tu libro de cuentos, Cuentos Argentinos (2015), es un joven y talentoso pintor de origen humilde que consigue alcanzar reconocimiento artístico, pero se enfrenta con un engranaje mercadológico perverso. ¿Cómo ves los desafíos existentes en la relación entre el artista, el intelectual de la periferia y el mercado?

A. J. P. Yo quise imaginar a un joven pintor, un descendiente de Quinquela Martín, el artista social más destacado de La Boca. Quinquela era un chico huérfano, al que crió una familia de inmigrantes italianos. Era autodidacto. Pintó escenas de trabajo en grandes telas y murales. Fue un filántropo. Un ser extraordinario. Traté de imaginar en mi cuento cómo puede nacer y desarrollarse un artista en una sociedad marginal y periférica. En mi versión no se forma en las buenas escuelas de la burguesía ni en las academias de las élites. No hace viajes por el extranjero para educar su sensibilidad. Nace en la basura y es fruto del dolor y la miseria. Y luego testimonia eso, y su arte es universal. Finalmente él mismo es víctima de su situación y su sensibilidad aguzada. Mi personaje es un pintor mártir.
     El pintor está en una situación especial en nuestra sociedad. Su obra es irremplazable y tiene valor en sí. Se vende individualmente. Esto le crea al pintor una subordinación incómoda con el mercado. Solo pueden comprar las grandes obras los burgueses, los ricos, a los que les interesa más su valor económico que artístico. El pintor queda aprisionado en este mecanismo. El escritor, por suerte, está en una situación diferente, y goza de más libertad y autonomía. El internet ha democratizado el mundo de las publicaciones. El escritor ya no depende totalmente del editor, como antes. Puede publicar en un blog, darse a conocer de otras maneras. Esto ha creado una circulación de literatura nueva, de escritores que antes no se podían dar a conocer. La mayor parte de las obras literarias no interesan a los editores. Sólo ciertas obras, algunas novelas, atraen a las editoriales comerciales. La poesía, el ensayo, el cuento, no les reporta ganancia. Pero para el mundo de la literatura, son géneros fundamentales. Las bases de datos han creado una circulación de ensayos literarios, como muchos míos, que antes se morían en las revistas, con un número mínimo de lectores. Hoy mis ensayos publicados en las redes tienen miles de lectores. Lo mismo me ocurre con poemas y cuentos. Gracias a eso hoy me conocen, porque mis libros recientes no han sido publicados en grandes editoriales comerciales. La burguesía pudiente que compra sus libros en las librerías es la última que se entera hoy de lo que está pasando en la literatura. Estamos en medio de una verdadera revolución literaria. Ha cambiado la forma de leer. Como decía Borges, díganme cómo leerán los lectores en el siglo XXI y les diré cómo será su literatura. La literatura del futuro será resultado de nuestros nuevos hábitos de lectura.


En tu obra se percibe la ficcionalización de cuestiones provenientes de tu trabajo como investigador, tales como la literatura gauchesca, la construcción de la identidad argentina, las viejas dicotomías decimonónicas, la política, entre otros. ¿Podríamos pensar que esos temas figuran en tu producción como una manera de crear oportunidades para pensar la estructura de la sociedad argentina desde un punto que toca sus formaciones más básicas? Explica.

A. J. P. Para mí la literatura es mi disciplina fundamental, como para otro puede ser la filosofía, o la historia, o la ciencia. Yo pienso el mundo a partir de la literatura y desde ella. No soy esteticista. Me interesa la vida, la literatura, la política. Siempre he tratado de aprender más literatura de la que sé. Sentí que en ella estaba la clave de mi dilema personal. Para mí la literatura es algo así como el repositorio de la imaginación humana, sus sueños, sus mitos, sus saberes, vistos desde el prisma de la fantasía. Es una imagen de la humanidad, que solo puedo observar íntegramente de manera indirecta. Me veo en ella como en un espejo. La literatura es siempre personal. Tengo que conocer a cada escritor, cada libro. Es una relación individual que el lector establece con el autor. La literatura de mí país y de toda Latinoamérica me toca muy íntimamente. Cuando construyo mis historias lo hago desde mi presente político y trato de ubicarlas en ese contexto. Todos esos temas que tú notas para mí son centrales en mi manera de pensar mi vida, y siempre están en mis historias. Me interesa nuestra identidad, nuestras creencias. Soy un escritor comprometido con mi sociedad.


No hay historia que no tenga una carga de erotismo. El erotismo es uno de los ejes temáticos de tu producción literaria y aparece en muchos momentos asociado a la liberación personal y a la liberación política. En el cuento “La filosofía en el tocador” dialogas con la obra homónima del Marqués de Sade sobre el sentido revolucionario del sexo en una sociedad castradora. Sí pensamos en tu novela El valor de la mujer (2015) ¿el erotismo puede ser tomado como una clave de lectura que permita pensar el papel de la mujer en la sociedad patriarcal?

A. J. P. Cuando te hablo en mi pregunta anterior sobre mi relación con la literatura, reconozco que esta relación es voluntaria e intencional. Yo me formé leyendo y estudiando, fue mi vocación. Con respecto al erotismo es algo que escapa a mi voluntad. Supongo que es parte de mi componente sicológico profundo. Yo sé que mis historias están cargadas de erotismo. Siempre me salen así aunque no me lo proponga. No sé que experiencias determinaron esto en mi vida. Me psicoanalizo y aún no he podido averiguarlo. En la novela El valor de una mujer  es donde el erotismo y el sexo son más determinantes. Te cuento lo que pasó alrededor de esa novela, porque tuvo un gran peso en mi experiencia como escritor. Yo escribí esa novela en 1980-1982. Cuando la terminé me di cuenta que tendría problemas para publicarla. Era la época del proceso en Argentina, y aunque yo vivía en Nueva York los editores no se arriesgaban. Esa novela tenía un componente sexual inusual y un planteo político radical. Las dos cosas juntas eran una bomba. Encima el personaje central era una mujer, y proletaria. La mostré a varias personas del ambiente y me recomendaron no publicarla. Muchos me quitaron el saludo. Me sentí muy mal y dejé de escribir ficción por varios años. Recién en 1985 escribí otro texto, La mafia en Nueva York. Es una sátira a la sociedad capitalista americana y una parodia de las historias sobre la mafia. Mis mafiosos son ridículos y cambian la sociedad americana. También esta novela toma el sexo como base del humor. Así y todo un gran profesor peruano, Cornejo Polar, la leyó y le gustó mucho. El tenía una revista, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, que sacaba una colección de libros que distribuía a través de la revista a Universidades, profesores y amantes de la literatura. El la publicó para su colección. Era un hombre muy crítico de la sociedad norteamericana y le pareció que mi libro entraba en esa línea. Yo en esta época ya había empezado a escribir ensayos literarios o crítica como le llaman algunos. A mí nunca me gustó esta última designación. Para mí el ensayo literario fue mi forma de expresión durante muchos años, nunca lo vi como un ejercicio ancilar. He escrito sobre literatura, historia, filosofía, cultura popular. Tanto me interesó el ensayo que me he pasado una enorme cantidad de años en esta práctica. El 70 % de mi obra escrita son ensayos. Hace pocos años decidí dejar la docencia y ponerme solo a escribir. Fue entonces que volví sobre mi ficción. Preparé la edición de El valor de una mujer, La mafia en Nueva York, que revisé, y otros dos libros que saqué recientemente. Publicar El valor de una mujer me dio nuevos dolores de cabeza. Lo mostré a editores independientes de Buenos Aires, pensando que había pasado el tiempo y nuestra sociedad era más abierta y tolerante. Me equivoqué. Uno de ellos, no diré el nombre, pero es director de una editorial independiente que presume de publicar literatura progresista, me respondió que se avergonzaría de tener un libro como este en su colección. Finalmente lo publiqué en una pequeña editorial en Estados Unidos y lo distribuye Amazon. Además el manuscrito está publicado en academia.edu y en mi blog personal, albertojulianperez-literatura.blogspot.com
      Nuestra sociedad es intolerante con las cuestiones sexuales. Trata de controlarnos de muchas maneras. No podemos desarrollarnos como personas si nos reprimen sexualmente. Los personajes de “La filosofía en el tocador” necesitan ser libres y se rebelan. Recurren al Marqués de Sade porque necesitan su ejemplo moral. Son personajes débiles y vulnerables, aunque no lo saben.
       La cultura patriarcal es particularmente dura con la mujer. Ella necesita de su libertad sexual más que el hombre, porque históricamente ha sido dominada. Mi personaje de El valor de una mujer se rebela contra el mandato patriarcal. Es una heroína. No se siente una víctima. Es una mujer de acción. Cree en sí misma y busca la verdad.

Recientemente participaste en el III Festival de Literatura del Amazonas, donde presentaste tus libros. Creo que vienes de la zona litoral de Argentina. ¿Qué encuentras en común entre ambas regiones?

A. J. P. La sociedad brasileña me resulta muy entrañable. Es gente abierta, curiosa y sensible. Porto Velho es una ciudad muy dinámica, a orillas del Río Madeira, afluente del Amazonas. Es una ciudad portuaria. La naturaleza aquí es magnífica.Yo crecí junto al Río Paraná, en Rosario. Es una ciudad 300 kilómetros al norte de Buenos Aires. El río fue muy importante para mí. Es una fuerza fascinante. De niño iba a pescar con mi padre y pasaba horas frente al río, viendo pasar la corriente. En Rosario, la universidad era una institución muy importante. Sus profesores y estudiantes eran progresistas y militantes. Yo ya iba en mi adolescencia a escuchar conferencias y de oyente a algunas clases. En Porto Velho me gustó mucho visitar su universidad. Vi el impacto que tiene en la vida de los jóvenes. Creo que somos sociedades que aún no conocen lo suficiente sobre sí mismas y tratamos de afirmar nuestra identidad. Es bueno reconocernos y extender la mano al otro. Esta es una sociedad multicultural y es en esa dirección que necesitamos avanzar. Los vínculos entre Brasil y Argentina son cada vez más estrechos. Tenemos mucho que aprender el uno del otro.
La literatura Amazónica tiene puntos en común con la literatura litoraleña. La presencia del río, sus historias, sus mitos. El río influencia también la música regional. Su gente es solidaria y ha atraído la llegada de muchos inmigrantes. Rosario es igualmente una ciudad de inmigrantes y una zona de gran pujanza económica. Siempre había querido visitar esta región del Amazonas y espero volver a ella.


Publicado en
Revista de Estudos de Literatura,
Cultura e Alteridade -Igarapé
Porto Velho (RO)
v.5, n.2, p. 311-320, 2018.


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