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miércoles, 28 de febrero de 2018

La poesía indígena del Churqui Choque Vilca


                                                                  Alberto Julián Pérez ©

El poeta Germán Walter Choque Vilca nació en Tilcara, Jujuy, en 1940 y murió en el mismo pueblo en 1987. Lo apodaban el « Churqui » (nombre que recibe en Jujuy el árbol del espinillo), aludiendo a su cuerpo, membrudo y flaco. Tilcara es uno de los pueblos más representativos de la Quebrada de Humahuaca y un importante centro cultural del Noroeste argentino.   
Durante la primera mitad del siglo XX, un grupo de jóvenes escritores, provenientes de distintas áreas del Noroeste, se propusieron renovar la vida cultural en esta zona del país. Formaron en la ciudad de Tucumán el grupo literario La Carpa. Publicaron juntos en 1944 una Muestra colectiva de poemas, en la que participaron Raúl Galán, Julio Ardiles Gray, Raúl Aráoz Anzoátegui, Manuel J. Castilla, entre otros (Martínez Zuccardi 326). Eran admiradores de las corrientes de vanguardia. Valoraban muy particularmente las ideas del  Surrealismo. Raúl Galán (1913-1963), jujeño, fue uno de sus líderes (Martínez Zuccardi 339-351). A la primera publicación de 1944 le sucedieron otras y el grupo extendió su influencia. Pocos años después, en San Salvador de Jujuy, otros jóvenes escritores y artistas, imitando su ejemplo, crearon su propia revista. Tarja apareció por primera vez en 1955 (Lagmanovich 84-88; Maíz 88-96). Conformaron este grupo los escritores Jorge Calvetti (1916-2002), Néstor Groppa (1928-2011), Andrés Fidalgo (1919-2008), Héctor Tizón (1929-2012) y el pintor Medardo Pantoja (1906-1976) (Poderti 85-96). La revista publicó 16 números a lo largo de cinco años.
Las publicaciones del grupo La Carpa de Tucumán y la Revista Tarja de San Salvador de Jujuy familiarizaron a los artistas del Noroeste con las ideas y conceptos que habían introducido en las artes los principales movimientos cosmopolitas de la primera mitad del siglo veinte en Buenos Aires y las grandes ciudades del Litoral argentino. Sus escritores valoraban las propuestas de las vanguardias artísticas y el realismo socialista. Defendieron el compromiso del artista con su medio social, y se distanciaron del realismo costumbrista y el folklorismo poético. Vieron al Modernismo de principios de siglo, que había marcado un momento glorioso en nuestra lengua, como a una poética anticuada y perimida (Pérez 165-75).[1]
La obra de los escritores y artistas de Tarja tuvo un impacto directo en la cultura de Tilcara : Néstor Groppa, de origen cordobés, vivió en el pueblo, y el gran pintor indígena Medardo Pantoja, oriundo de Tilcara, se mantuvo siempre vinculado a su región y a la ciudad de Jujuy, donde trabajó. El Churqui lo conoció muy bien. Le dedicó un admirable poema cuando este murió. Tanto su ejemplo humano como su pintura influyeron en su personalidad artística y en su obra (Fantoni 5-28).
La Quebrada es un ámbito geográfico y humano excepcional. Habitada por pueblos indígenas desde épocas tempranas, integró la parte sur del Imperio Incaico (García Moritán y Cruz 15-8 ; Nielsen 307-339). Cuando los españoles invadieron, los nativos resistieron su dominación. Durante la época colonial fue una activa vía de comunicación entre Lima y el Río de la Plata. Al comenzar en 1810 el proceso revolucionario, los nativos, ciudadanos de un país nuevo, lucharon valerosamente para independizarse de España (Paz 8-22). Una vez consolidadas las fronteras, el área mantuvo su identidad regional.
La Quebrada es un cerrado entramado de pueblos y caseríos. Los habitantes comparten sus costumbres y sus creencias, sus modos de trabajo y hábitos de alimentación, sus rituales religiosos y expresiones artísticas. Las características del espacio geográfico facilitaron la comunicación entre sus pueblos. La extensa falla del terreno recorre 150 kilómetros entre dos cadenas de montañas. El Río Grande atraviesa el valle que se forma. En este espacio las culturas nativas desarrollaron su agricultura, criaron sus animales y establecieron un estilo de vida propio.
La vida social de la Quebrada es más dinámica que en otras zonas rurales del país. En las zonas de llanura y en las pampas la comunicación es difícil. Los poblados están distantes entre sí y sus habitantes viven aislados. La Quebrada, en cambio, tiene una vida social y cultural intensa. En este ámbito privilegiado la cultura nativa pudo madurar, expandir sus intereses materiales y espirituales, modelar de forma perdurable su rico imaginario.
Los blancos que habitan en sus pueblos, junto a los nativos, forman una minoría. No se han integrado a las comunidades indígenas. Persiguen sus propios intereses. Han llegado a la Quebrada casi todos con fines prácticos y objetivos económicos. Los indígenas, aunque hablen español y se eduquen en las escuelas del gobierno, poseen otra historia, tienen otros intereses y creencias distintas a las de la minoría blanca. Cuando uno visita la Quebrada siente la fuerza y autenticidad de la cultura nativa. Ese ámbito ha forjado una experiencia humana única y ha dado a sus creaciones el carácter que tienen.
La deidad principal de la cultura indígena es la madre tierra, la naturaleza, y en ella se centra el culto religioso. La Pacha rige el tiempo de la vida. El ser humano, su hijo, es parte de su ciclo, y le debe tributo. Los rituales indígenas celebran los ciclos de la naturaleza. Buscan vivir en equilibrio y armonía con ella.[2]
Los nativos valoran también la religión cristiana. Desde los inicios de la invasión española, cuando los religiosos que acompañaban la ocupación militar les dieron a conocer los Evangelios, nació en ellos un gran amor por la figura de Cristo y su madre la Virgen y los incorporaron a sus creencias. Convivieron también con la lengua del conquistador, de la que se apropiaron sin abandonar la suya, le dieron nuevos matices y le imprimieron su sensibilidad. Sufrieron, sin embargo, la violencia que ejerció sobre ellos otra cultura, con intereses diversos a la propia. La ocupación militar española tenía objetivos geopolíticos y económicos. Dominaron y sometieron a los pueblos conquistados. Forzaron el mestizaje, que no fue un proceso feliz. Los nativos defendieron su mundo y resistieron con orgullo (Vilca 2-13).
Los grandes escritores y artistas nacidos allí y asociados en su experiencia al ámbito de la Quebrada representan hoy el legado de su importante cultura. El Churqui Choque Vilca, destacado poeta, Medardo Pantoja, pintor, los músicos Tukuta Gordillo y Tomás Lipán, embajadores de la música nativa en los más diversos ámbitos, nos ayudan a valorar la rica herencia de la sociedad en que nacieron, y dan testimonio de su particular cosmovisión y poderosa originalidad.[3]
Germán Walter Choque Vilca, el Churqui, se crió en el pueblo de Tilcara y vivió las experiencias cotidianas de los niños indígenas de su comunidad. Acompañaba con frecuencia a su abuelo en los trabajos de labranza en la Quebrada. Se educó en la escuela primaria y en la secundaria del pueblo. Una vez concluida la escuela media se trasladó a la capital de la provincia, San Salvador de Jujuy, donde cursó el Instituto pedagógico y se recibió de maestro. Trabajó como maestro rural en distintos pueblos de la provincia. Salió muy pocas veces fuera de ella. Su viaje más significativo al exterior fue cuando integró el coro de voces del conocido folclorista Jaime Torres, e hizo con él una gira a Israel y el Oriente.
Publicó su poesía en medios locales, y sólo apareció un libro suyo en vida, Los pasos del viento, en 1984, cuando tenía 44 años de edad, tres años antes de su muerte temprana. Su obra poética recogida hasta el momento tiene 180 páginas. Incluye, además de Los pasos del viento, dos colecciones de poemas que su editor, Héctor José Méndez, reunió póstumamente. Son en su mayoría composiciones que Méndez logró recuperar de manos de particulares. Se trata de una obra breve y cuidada.
            El Churqui se formó en un medio poético dominado por las poéticas renovadoras del siglo XX: el expresionismo vanguardista y el realismo socialista. Los movimientos literarios de Tucumán y Jujuy las habían difundido e impuesto en el ámbito del Noroeste. Sin embargo, en su poesía no siguió sus ideas. A la hora de elegir un estilo propio, a fines de la década del cincuenta, recurrió al modelo modernista. El Modernismo, en esos momentos, era un movimiento poético finisecular artísticamente concluido. Estaba desprestigiado entre los creadores jóvenes.
El Churqui rehusó aceptar las poéticas consideradas progresistas. Se rebeló contra el gusto dominante. Esto tiene que sorprender al lector contemporáneo de poesía. Los poetas jóvenes, por lo general, buscan asociarse a movimientos renovadores. Valoramos la originalidad en el arte. [4] ¿Por qué habrá actuado así?[5] Este poeta, creo yo, consideraba los valores poéticos cosmopolitas como ideales que pertenecían a otra sociedad, con intereses distintos a la suya. Se mostró escéptico y no los aceptó como valores universales. Aún cuando la revista Tarja, escrita por escritores locales, los difundiera, sintió reparos frente a ellos.  
El Churqui formaba parte de una sociedad indígena y rural. Su grupo humano creía en su herencia cultural y buscaba afirmarla. El trató de expresar su visión del mundo y dar en su poesía un mensaje sin ambigüedades, en versos en lengua culta, de estilo modernista. No se sumó al regionalismo ni escribió poesía popular o folklórica. Escogía con cuidado su vocabulario y trabajaba ricamente la expresión. Cultivó los aspectos sonoros del lenguaje. Dio gran importancia a la forma, y escribió, con pocas excepciones, poesía métrica, de versos de catorce, once y ocho sílabas, agrupados en estrofas de cuatro versos. Usaba rima asonante en el segundo y el cuarto verso de la estrofa, y dejaba el primero y el tercero libres. Buscaba, como recomendaban los grandes poetas simbolistas, la palabra justa. Sus imágenes visuales, plásticas, nos recuerdan la rica paleta de su maestro : el pintor tilcareño Medardo Pantoja. Amaba el cromatismo, las gradaciones de color y los juegos de luz. El color azul era uno de sus preferidos y aparecía con frecuencia en sus poemas.
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         Abordó los temas que más le preocuparon: su tierra, su gente, el amor, la poesía, la patria. En su obra poética el mundo de la Quebrada se vuelve sobre sí mismo para observarse y rendir testimonio de su historia. Refleja su medio social. Defiende tanto lo indígena como lo nacional. Sus versos muestran un acendrado patriotismo y su amor por la cultura nativa. Fue ante todo un poeta de Tilcara, que no cedió a la tentación cosmopolita e hizo de su medio, de su gente, la materia y el tema de su arte exquisita.
          Dio a sus versos una musicalidad melodiosa y acendrada. Para los modernistas, la música era el arte principal al que debía tender la palabra escrita. También lo sedujo el poder de la imagen, como a Herrera y Reissig y a Lugones, y a otros poetas hispanoamericanos admiradores del parnasianismo francés (Pérez, « El estilo modernista » 103-16). La imagen plástica y de ricos tonos y colores era capaz de expresar bien el singular paisaje, único en el mundo, de la Quebrada de Humahuaca.
La cultura indígena atraviesa un momento histórico especial. Ha sido una cultura vulnerada y subestimada por su entorno blanco durante generaciones. La cultura del blanco no representa en la Quebrada los intereses del mundo espiritual indígena. Es una cultura invasora. La comunidad indígena resistió la transculturación y mantuvo una fuerte identidad propia. En esta etapa de su historia necesita observarse a sí misma, reconocer su identidad y aprender a amarse. Ese fue al menos uno de los objetivos del Churqui en su obra: brindar a su comunidad una imagen de su valor colectivo.
        El indígena de la Quebrada vive en un medio social y culturalmente rico y trascendente. Posee una espiritualidad única. El Churqui expresa en su poesía este mundo desde adentro. Su poesía no es folklórica ni exótica. Lo indígena aparece en su sensibilidad, en su amor por la naturaleza y en el lugar que ésta tiene en su obra. En el imaginario indígena el mundo natural es el centro, y el hombre una criatura más dentro de él. Rinde culto a la tierra, al sol, a la luz, a los antepasados. En su poesía afloran intensos sentimientos religiosos. Expresa amor por los dioses nativos y por el dios cristiano : la cultura indígena reverencia a todos ellos, su fe es inclusiva, sin dogmas.
El Churqui demuestra en su poesía sus sentimientos patrióticos : ama a su patria, tanto como ama a su medio nativo. No siente contradicción entre ambos. Quiere a su patria, a su gente y a sus dioses.
El suyo es un arte sincero, auténtico y nos muestra desde adentro el mundo de la cultura indígena. No se sometió a las modas ni a los dictámenes de la poesía urbana de su época. Se apoyó en ideas estéticas modernistas que reflejaban sus intereses.
La riqueza de su poesía nos demuestra que leyó mucho y reflexionó sobre la historia del género. Adoptó una actitud escéptica y su respuesta fue crear una poesía ecléctica, artesanal, suya. Esta actitud era inusual en la década de los sesenta, cuando el Churqui se formó como escritor. La mayoría de los jóvenes poetas escribían en esa época poesía neo-vanguardista, socialista realista o conversacional (Pérez, « Notas sobre las tendencias de la poesía postvanguardista en Hispanoamérica » 265-87). La idea de crear una vía poética propia no aparecía como una actitud posible. Hoy en día, en la primera parte del siglo XXI, su postura ecléctica sería considerada postmoderna; en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo la poesía argentina solo aceptaba el criterio poético de la modernidad : innovación constante, búsqueda de formas futuras, imitación de estilos poéticos europeos o norteamericanos. El Churqui, como poeta indígena, que sufría desde adentro el destino de su grupo, necesitaba mostrar su disenso con el medio literario, y con la otra sociedad, la sociedad blanca, que había silenciado y negado a su cultura por demasiado tiempo.
            En su poesía aparece constantemente el tema de la libertad, fundamental para el mundo indígena, jamás repuesto del trauma de la conquista y el sometimiento que sufrió su raza, situación que el Churqui denuncia reiteradamente en su poesía. Los estados de ánimo que describe en sus poemas expresan la tristeza y la melancolía de su grupo humano. Se muestra apesadumbrado y se confiesa parte de una raza que fue vencida. Sufrió el alcoholismo, al que señaló como una maldición a la que se sometía su pueblo. Sabía que era una muerte lenta, pero sentía que su sensibilidad necesitaba el alcohol para expresarse.
            Publicó solo un libro en vida. La mayor parte de los poemas que aparecieron en la segunda y la tercera antología de su poesía, reunidos póstumamente, estaban en manos de amigos y familiares. El Churqui escribía para su comunidad y para sus amistades, desconfiaba del lector impersonal de las ciudades. Fue un hombre de su pueblo, apegado a su medio.
Su poesía muestra una imagen negativa del mundo urbano. La ciudad le parecía cruel y opresiva. Prefería vivir en los pueblos pequeños, cerca de la naturaleza, que para él representaba la libertad y la realización absoluta de la vida.
            Entre las composiciones que seleccionó para publicar en Los pasos del viento, en 1984, edición de su obra auspiciada por la Dirección Provincial de Cultura de Jujuy, sobresalen las que dedicara a Tilcara y al paisaje de la Quebrada : « Tilcara », « El Pucara », « Huasamayo », « Garganta del Diablo », « Dos ríos y un solo destino » y « Quebrada de Humahuaca ». Son poemas descriptivos, que se ciñen a las ideas compositivas del Modernismo. Emplea en ellos un lenguaje cuidado, culto, selecto. Trabaja los aspectos sonoros del verso. Busca crear efectos melódicos con sus frases. Da gran importancia al tema que desarrolla. Nos comunica su amor por su tierra y su compromiso con el paisaje.
En varios de los poemas toma como motivo central los ríos de la Quebrada. El Churqui los transforma en símbolos. Los ríos se desplazan por el espacio, fluyen en el tiempo, modifican las estaciones y los climas, son símbolo de libertad y de vida. Resultan esenciales para el destino de los pueblos indígenas a lo largo de su historia. El los personifica, les asigna voluntad propia. Conviven con la gente. El poeta se siente su hermano. Se identifica con ellos.
El agua tiene movimiento, se expresa. En el poema « Huasamayo » nos dice que el río, en un principio, fue “una danza voluptuosa/ en el seno del pantano”, y después “un cálido suspiro/ en las fauces abiertas del verano” (“Huasamayo” 22).
La naturaleza es sensual, crea formas, colores. El río “amanece de gris en los carámbanos” de las altas cordilleras,  tiene “corazón en helada estalactita”, avanza por las “soledades del silencio” y lleva dentro suyo la memoria del tiempo: “un otoño amarillo de paisajes,/ un invierno de río tributario”. Es además río amoroso. Cuando llegó noviembre, su cauce creció con las lluvias y el río Huasamayo “revolcó las doncellas de las fuentes/ con la ardiente lujuria de sus brazos” para luego regresar a su “antiguo amor”: Tilcara. Al llegar al pueblo hizo “crujir” con su fuerza el maderamen del puente, para mostrar “el poder inmenso de la tierra”.
El hombre respeta el poder de la naturaleza y le rinde culto. Al final del poema le llama “mi río”, y le dice que cuando se encuentra lejos de su tierra lo extraña, como se extraña a un “hermano” (23).
            En el poema “Dos ríos y un solo destino”, el poeta nos describe cómo el Río Huasamayo se encuentra con el Río Grande, y vierte en él sus aguas, para recorrer juntos la Quebrada. Estos ríos, nos dice, “volvían de su origen/ a reclamar su espacio, su lugar en el tiempo”. Buscaban “la libertad…sin fronteras ni miedo”.
Al unirse los ríos aumentan su poder y su fuerza. Pujan por realizarse, por tener un destino. Este es un viejo anhelo del pueblo indígena: vivir sin sujeciones, libre, como lo fue antes de la invasión española. Al final del poema los dos ríos llegan al océano y van a “contarle a las playas, a los mares, al hombre,/ que un día fueron libres y así libres murieron”.
Los ríos son ejemplos de fortaleza para su gente. La naturaleza es indómita. Le está enseñando algo a su pueblo. Su raza fue sometida pero debe levantarse de su postración y, siguiendo la lección que le dan los ríos, luchar.
En el poema “Garganta del diablo” el Churqui evoca uno de los paisajes más hermosos de la Quebrada. Describe el bello lugar, vecino a Tilcara, y medita sobre el destino de la cultura indígena. El agua pasa con fuerza por la garganta. Parece que la tierra, simbólicamente, se estuviera desangrando y nos contara su historia y su sufrimiento. Dice el poeta: “Por esta herida abierta se desangra/ el pudor de la tierra profanado/ por la cruz de Aragón y de Castilla…” Sin embargo, nos asegura, el indígena no fue definitivamente derrotado. Dice:
            ¡Ah!, pero el indio de América no ha muerto.
            Se ha tendido a dormir un sueño largo…
            Sólo espera el llamado de sus dioses
            para tensar la fuerza de su brazo
y dejar escapar por su garganta
todo el fuego inmortal del Llullaillaco.  (25)
Expande esta idea central en el poema “Quebrada de Humahuaca”. En él nos explica que el Inti, dios Inca del Sol, creó, con un trazo de su lanza, el curso montañoso de la Quebrada y, junto con ella, nació su raza. Luego de habitar centurias en esa tierra, llegó la invasión española.  Ellos perdieron su independencia y comenzó allí el sometimiento y el sufrimiento de su pueblo. Podemos aún hoy escuchar, nos asegura, “el llanto de América inmolada”. Describe, con una serie de metáforas, la Quebrada. Dice: “Largo hachazo, guión de las tormentas,/ reclinatorio de la testa incaica,/ ruta del viento que anuda continentes,/ callejón de la sangre americana” (28).
Para él la Quebrada es hoy un “féretro azul”. Por allí los invasores españoles atacaron el “país de Viltipoco”, aquel gobernante indígena Humahuaca que resistió a la conquista en el siglo XVI y simboliza el espíritu de lucha de su gente. La Quebrada guarda la historia heroica de sus hijos, su sacrificio, en sus tumbas “o en la blanca escritura del salitre” (29).
            Luego de esta parte inicial en que exalta a su tierra, el Churqui dedica los poemas siguientes a evocar a la gente de la región. Sobresalen aquí dos composiciones destinadas a personas para él entrañables: el pintor Medardo Pantoja, a quien llama “mi maestro”, y su abuelo Victoriano. El poema a Pantoja es una elegía fúnebre; el destacado pintor acababa de morir, y el Churqui lo imaginó en su poema ascendiendo el firmamento en un carro tirado por vicuñas hasta alcanzar “una patria sin límites” (30).
Pantoja, pintor que supo expresar con realismo y una rica paleta expresionista el mundo de la Quebrada y de su pueblo, Tilcara, fue un ejemplo humano y artístico influyente para el Churqui, que, como él, buscó en sus imágenes visuales realismo, riqueza cromática y fuerza expresiva.
En el poema dedicado a su abuelo, ya fallecido, el Churqui evoca su vida de sacrificado agricultor. Era un hombre que amaba su tierra y la trabajaba con ahínco. Dice:
            Aró la tierra virgen desde el alba al ocaso,
            el sudor de su frente fertilizó las melgas,
            y el pan de cada día, sobre la humilde mesa,
            tenía la fragancia del agua y la molienda. (31)
Su abuelo, mansamente, se dejó llevar por el tiempo y se entregó a la muerte. El Churqui imagina que un día, cuando él esté muerto también, se van a volver a reunir. Le pide que al llegar al cielo lo envuelva con su poncho y lo proteja, y le promete que, juntos, sembrarán trigo. Dice:
            Abuelo, cuando el viento nos junte en el espacio,
            envuélveme en tu poncho, allá, en tu patria nueva,
            y los dos por el cielo cosecharemos trigo
            o sembraremos grano sobre un campo de estrellas. (32)
A estos dos poemas les siguen varios otros dedicados a celebrar a hombres y mujeres de la Quebrada: una pastora, un maestro, una muchacha del valle, otra de Tilcara. Luego viene una selección de poemas de amor. Estos últimos tienen un lugar destacadísimo en la producción del Churqui porque, como poeta lírico, es en los poemas de amor donde muestra más ricamente la amplitud y excelencia de sus recursos expresivos. Utiliza, por lo general, estrofas de versos endecasílabos, a los que dota de exquisita musicalidad. En el poema “Setiembre” nos habla un poeta labriego. Ha terminado agosto y está pronto a renacer el ciclo de la vida. Todo el poema celebra el mundo germinal de los árboles y las plantas, las flores y los insectos, que estallan en una sinfonía de colores. La mujer, la muchacha a la que ama el poeta, es parte de ese mundo natural. En su país, nos dice, “el sol del duraznero” “inundó la espera” y, en el país de ella, “volvió el ceibo” a encender “las hogueras”, mientras el lapacho espera, “tálamo entreabierto”, a los amantes (45). La naturaleza campestre presiente, prepara y celebra el amor. Hay una total consubstanciación y armonía entre los seres y la naturaleza.
La cultura indígena adora al padre sol y a la madre tierra, y ama también al dios cristiano, el Cristo y su madre. Se identifican con la maternidad protectora del culto mariano y el mesianismo redentor del Cristianismo, que les asegura su valor espiritual y su trascendencia en una unidad superior y eterna. La fe del indígena es profunda y se manifiesta en todos sus ritos y procesiones. La cultura nativa de la Quebrada es auténticamente religiosa.
Dice el Churqui en “Los caballos oscuros de mi reino”:
Los caballos oscuros de mi reino
van hacia Dios, el corazón partido.
Vuelven sangre y espuma, casi muertos,
cruzando en diagonal al infinito.  (48)
Los caballos, en esta alegoría, no podían “combatir con palabras los deseos”, y van hacia Dios en busca de ayuda. Regresan de ese viaje “sucios de barro y de tragedia”, con el corazón “desnudo sobre sus pechos”. Están heridos y cada gota de sangre se va a transformar en un poema. Desean “recoger los sueños que perdieron” y beben, en las acequias, un agua única que sólo había bebido antes “el garañón salvaje” del verso del poeta.
El Churqui nos habla de un proceso creativo en el que la inspiración busca ayuda en un dios que comprende el dolor humano. Ese dios se asocia a la naturaleza. Reúne así la creencia indígena y la cristiana. La tierra y el cielo son  parte de una unidad. La fuerza espiritual viene de la tierra, que genera vida con sus ciclos germinales. El hombre habita en ese ciclo natural.
Si bien el amor a la mujer y a la naturaleza le lleva a escribir poemas esperanzados, en otros, el Churqui se vuelve un poeta agónico que presiente su muerte. Es alcohólico y sabe que tendrá un final temprano. No se escuchaba en la poesía de ascendencia indígena una voz tan sentida desde los tiempos de César Vallejo, el gran poeta de Santiago de Chuco, en su libro simbolista Los heraldos negros, de 1918 (Pérez 165-175). Sus versos resuenan en la poesía del Churqui, cuando este nos dice, en “Después…será verano”:
Este otoño me está mordiendo el alma
demasiado temprano.
Las hojas de mi sueño van cayendo.
¡Ya no tendré verano!

Me quedaré tan solo con mis cosas,
¡tan solo como un árbol!
Con el silencio azul de mis mañanas,
¡con mis sueños de pájaro!

…Este otoño me sube por las venas
como un sudario amargo,
como un frío puñal -¡quién lo diría! –
que clavaron tus manos. (52)
Este poema nos transmite una tristeza dulce y melancólica. Ese era el sentimiento que para el gran crítico peruano José Carlos Mariátegui identificaba y caracterizaba el sentir de la raza indígena (Mariátegui 330-1). Mariátegui creyó que Vallejo había logrado expresar mejor ese dolor profundo del alma andina en Los heraldos negros que en su poesía vanguardista.
En otro poema, “Las hojas muertas”, el Churqui nos habla del ciclo de vida del mundo natural. La muerte es parte de ese ciclo y, aunque la vida volverá a regenerase, para nosotros la muerte es un hecho trágico. La vivimos desde nuestra perspectiva individual. Las hojas mueren en otoño y el poeta, identificado con ellas, quiere darles un entierro piadoso y “verde”. Dice:
En esta mañana fría,
cuando el otoño llamando está a mi puerta,
quisiera un ataúd de nieblas verdes
para las hojas muertas. (54)
Busca, dice, “un ataúd de primavera”. Ese, felizmente, no es el fin de todo. La naturaleza es madre. Las plantas volverán a dar hojas. La Pacha Mama, la gran protectora, vela por todos.  
En el poema “Primera lluvia de octubre”, el Churqui compara los árboles con mujeres: estos tienen “matriz”. Dice:
            Rompió su verde corazón octubre
            en vellones oscuros de tormenta.
            Tenía mujeres de horizontes verdes
            la escondida matriz de la arboleda. (55)
Hay perfecta correspondencia y adecuación entre el ser humano y la naturaleza. El hombre se mira y se reconoce en ella. Por momentos, la conciencia del destino personal lo vuelve pesimista, pero luego acepta su voluntad: la jerarquía está establecida. Se entrega dócilmente a esa madre germinadora. La tormenta de octubre, en el poema, trae la lluvia y fertiliza los campos. Dice:
            El trueno fue una larga dentellada;
            el relámpago, los músculos del hombre,
            y las manos del hombre una plegaria
            con la tarde mural de las almendras. (55)
Lo humano es parte del mundo natural. Ese mundo tiene además una dimensión espiritual: en él está dios, y está la vida. Para el poeta Dios es la vida y es la naturaleza. El mundo sagrado indígena difiere del panteísmo occidental. Se trata de un culto agrario en que los dioses guardan su propia identidad, y son parte de la naturaleza. Su espiritualidad está en armonía con el ciclo de la vida.
El Churqui da a sus imágenes poéticas fuertes efectos cromáticos. En “Poema azul porque sí”, trabaja un motivo caro a la tradición simbolista: el juego de matices alrededor de un solo color. Es un desafío que acepta el poeta para mostrar su virtuosismo. Elige uno de los colores más presentes en su poesía, el azul, emblema de ese movimiento que llevara a la poesía hispanoamericana al mayor reconocimiento continental: el Modernismo. No busca el azul en un mundo mítico distante ni en lugares exóticos; lo busca y lo encuentra presente fácilmente en la Quebrada de Humahuaca.
El poeta comienza su poema diciendo que acaba de nacer la luz. Esta, en su trayectoria, va a recorrer e iluminar el paisaje. El poeta nos descubre gradualmente la geografía de su tierra. Personifica a la naturaleza como mujer. Dice:
            Nació la luz en círculos de fuego
            tras el picacho azul de la Garganta,
            como el fulgor vestal de una doncella
            desgarrando la púber alborada. (58)
La luz-doncella vuela hacia las nieblas azules que dormitaban “entre los brazos hercúleos del torrente”, rodeadas de niños que acunaban “las escarchas”. Atraviesa los altos ventisqueros y se astilla en las “pupilas del guanaco”. Desciende de las cumbres “por la azul armonía de las faldas” y se acerca a la morada de los campesinos, para aparecer como “humareda azul” en las cocinas. Por último, vibra en el campanario, proyecta sobre el polvo “una sombra de paz crucificada” y concluye su trayectoria “en el hueco labriego” de la mano del poeta, donde hará germinar “la semilla de la esperanza”.
Este poema trae al lector varias ideas caras al mundo indígena, en las que se había detenido antes la poesía modernista del gran mestizo de América, Rubén Darío: la armonía natural, la paz cristiana, la esperanza. Nos permite entender y justificar los motivos por los qué el Churqui abrazó la poética del Modernismo. Renegando del concepto metropolitano de originalidad, experimentación e invención, como medida del valor poético, el Churqui buscó en la tradición de nuestra lengua la poética que le ofrecía las formas y temas necesarios para poder expresar mejor su mundo. Su objetivo no era medirse con los poetas europeos, o con los arrogantes imitadores e importadores de formas nuevas de las grandes ciudades de su país, sino cantar al mundo rural de la Quebrada, a sus ancestros, a la naturaleza, y también a los héroes de su patria, por los que mostró un amor profundo.
El Churqui no se valió en su poesía de la lengua coloquial ni recurrió a las tradiciones folklóricas de la poesía popular. Usó un registro culto, que le exigió un difícil aprendizaje, para revivir todo el lujo de la poesía modernista: su cuidada musicalidad, su adjetivación brillante, su barroquismo. Buscó siempre la palabra justa, el adjetivo irremplazable, la imagen de tonos delicados. Su poética es síntesis de lo mejor que legó el modernismo en Hispanoamérica, en su última fase, cuando los poetas del mundo andino, como Vallejo y Mistral, se acercaron al dramático paisaje local y a la gente de su entorno, para hacer una poesía personal e íntima, con fuerza simbólica y valor universal.
            La última sección de este único libro publicado en vida, Los pasos del viento, la dedicó a exaltar los valores de su patria. La primera composición, “Alba del 23 de agosto”, conmemora uno de los grandes episodios heroicos de su pueblo: el éxodo jujeño de 1812, cuando la población quemó sus campos y abandonó sus tierras, y siguió la marcha del Ejército del Norte comandado por el General Manuel Belgrano, para obstaculizar el avance del ejército español. El Churqui destaca en el poema el sacrificio que hizo la gente de Jujuy, que puso el interés de la patria por delante del interés propio y obedeció sin dudar el pedido de Belgrano. El pueblo de la Quebrada tiene un fuerte sentido patriótico. La cultura indígena ama a su país entrañablemente. Defiende una doble lealtad: amor a su cultura nativa y amor a la Argentina. También su fe religiosa es doble: fe en la Pacha Mama y fe en Cristo. Su creencia admite la pluralidad.
En la Quebrada la cultura indígena es la fuerza dominante. Habita en un territorio que le ha pertenecido históricamente y ha moldeado su existencia. Se siente dueña de sí, puede expresarse libremente y mostrar su amor, a sí misma y a los demás. En ese ámbito agrario el yo del nativo no necesita ocultarse para protegerse, como podría suceder en las ciudades, donde el indígena del interior es marginado, y sufre el racismo y la discriminación del blanco. En el entorno urbano crece el resentimiento del negado y el oprimido. En la Quebrada la población blanca, aunque tiene gran poder económico, es minoritaria, y el nativo goza de mayor libertad.
            En otro de los poemas, “Ofertorio”, el sujeto poético le hace una importante ofrenda a su patria. El Churqui escribe este poema después de la guerra entre Argentina e Inglaterra, cuando ambas naciones disputaron la posesión de las Islas Malvinas. Dice a su patria que le trae de Jujuy el canto de América “sobre una suave urdimbre de vicuñas” y que ese canto es a un tiempo regional y americano. Le ofrece los productos más valiosos de su tierra: el acero de Zapla, el azúcar de Ledesma, el oro de Rinconada. También la cultura de su pueblo indígena y la fuerza de su espíritu bélico. Le pregunta si quiere que despierte de sus tumbas a sus guerreros muertos, para que la defiendan. Dice:
            ¡Patria, dime si quieres que convoque
            a las tribus que duermen en las tumbas!
            ¡Traeremos el sol de Purmamarca
            en la punta emplumada de las chuzas!
            Bajaremos del Zenta a la Quebrada,
            desde el Chañi a la ubérrima llanura;
            cruzaremos los ríos y las selvas
            para lavar el beso de los Judas. (67-8)
            Estos guerreros resucitados se beberán la sangre del enemigo y vengarán a los suyos, para después volver a su destino de muertos. Dice:
            Y aquí donde el Atlántico golpea
            con su espalda de azul musculatura
            la latitud austral del continente,
            beberemos de Albión la sangre rubia
            y después, lentamente, cielo arriba,
            volveremos al sueño de las tumbas. (68)
Para el indígena, sus antepasados son sus protectores, sus dioses tutelares; en “Ofertorio” el poeta ofrece la protección de sus mayores a todos los ciudadanos de la patria.
            El poemario se cierra con esta sección. Héctor José Méndez se ocupó de recopilar póstumamente parte de su obra inédita, que, nos dice, había quedado en manos de “amigos, turistas y quienquiera” se le hubiera acercado alguna vez al poeta (13). De esta manera logró reunir una cantidad de poemas que publicó en dos libros: Este regreso mío, 1996 y Cuando volví, 1999. En el año 2007, la editorial Cuadernos del Duende recopiló en un volumen sus Obras completas. Allí están todas las composiciones que Méndez había logrado encontrar hasta ese momento, aunque él pensaba que había más (13).[6]
            En los dos poemarios publicados póstumamente Méndez no agrupó los poemas con criterio temático, como lo había hecho el Churqui en su primer libro.el echo ﷽﷽io temático ni usaronciones disputan la posesira. rio de las Malvinas. son parte de la naturaleza.  de sus pares de pa En Cuando volví incluye diez “Poemas sin nombre”, a los que numera del 1 al 10; no indica si fueron así llamados por el poeta o si fue el editor quien les dio ese título. La mayoría de los poemas recobrados mantienen los temas de su primer libro: la tierra, la gente, el poeta, el amor, la patria. Junto a estos encontramos algunos poemas que introducen motivos nuevos. “Primavera”, “Jujuy desde la tarde” y “Jujuy a las cuatro”, son composiciones en que nos comunica sus impresiones sobre la vida urbana; “Amsterdam”, “Gaviota de Galilea”, “Vuelo 737”, “Jerusalem a la puesta del sol” y “Poema sobre el Atlántico”, hablan de los viajes que realizó fuera de su tierra. Escribe varios poemas especialmente dedicados a personas conocidas o que tienen a una persona como destinataria, como “Ana Luisa”, “Carta para un amigo”, “Poema sin nombre No. 9”, “Poema sin nombre No. 10”, “Encuentro”, “Domingo de Tentación en casa de Doña Rosa”, “Para Shira”, “Para Raymi y Héctor” y “Poema para Magi”.
            En varios de los poemas nos habla de su enfermedad. El Churqui es alcohólico, y su adicción va acabando con su vida. Son composiciones patéticas que conmueven profundamente al lector. En el poema “A mi sombra” el poeta le confiesa a su sombra que se aproxima el final de su vida; está muriendo despacio y triste bajo un “frío manso”, y siente que las campanas golpean sus sienes (76). Muere, nos confiesa, sin tener cerca lo que él más necesita: su guitarra y sus seres queridos. Desearía seguir viviendo y le pregunta a Dios por qué debe morir. Dice:
            Aquí, sobre esta mesa descanso mi agonía.
            ¡Dios mío! ¿Por qué tengo que morir en invierno?
            ¡Quiero pisar los verdes taludes de noviembre!
            ¡Quiero cortar las rosas que se abren en febrero! (76)
Le pregunta a su sombra si va a acompañarlo cuando se vaya, o si se va a quedar a cuidar sus versos “que no tienen ni siquiera un buen destinatario”. Su mente se va poblando de fantasmas, siente frío y se pregunta si todo eso no es un sueño. Su deseo secreto es que en el otro mundo una mano amiga lo espere para mostrarle un nuevo universo. Le pide a su sombra que no tarde en seguirlo. Quiere reunirse con ella, volver a ser uno, y continuar con la aventura en la que estaban juntos: la de transmutar “los témpanos de fuego”. Termina el poema:
            Si un día, cualquier día, quieras venir conmigo,
            yo te estaré esperando. ¡No tardes, te lo ruego!
            Otra vez los dos juntos por un mundo infinito
            iremos transmutando los témpanos de fuego. (77)
El oximoron final resume la ambición sobrehumana del poeta: transformar los témpanos de hielo en fuego, hacer del simple lenguaje poesía.
            Otro poema también patético, doloroso, es “Plegaria”, donde habla con Dios y le confiesa que su memoria se ha debilitado y su vida es un constante proceso de pérdida. Dice:
            Señor, esta memoria
                        se me está diluyendo
            en mis ojos labriegos
                        y en mis sueños maestros…
            Señor, ya no me quedan
                        más que manos vacías
            y un corazón marchito
                        donde todo es invierno. (98)
Explica luego que “el horizonte” se le escapa, y está rodeado de paredes que “vuelcan” en su sangre “sonrisas amarillas/ de labios cenicientos”. Gradualmente se acerca la muerte.
            La mentalidad indígena centra su ser en la tierra. A esta le dirige el Churqui un conmovedor poema: “Madre nuestra”. La tierra, que está allí “desde el comienzo”,  dice, guarda en sus ojos el recuerdo del padre Sol.
            Yo sé que tienes aún en tus pupilas
            el Sol del Inca dorando la ternura
            con que vieron partir hacia el paisaje
            tus últimos retoños por la última curva. (78)
La madre Tierra y el padre Sol han visto a sus hijos indígenas crecer y partir. Y también saben que más tarde llegaron a esos territorios otros hombres y que el mundo ha cambiado. Esos hombres que llegaron transformaron “el humilde terrón en metalurgia/ y olvidaron los cielos en las calles/ y sus plantas por toda la llanura” (78). Los blancos hollaron el territorio y rompieron el pacto natural entre el hombre y la madre Tierra. Sin embargo, ella se mantiene fiel a sus hijos, los sigue amando, los guarda en su memoria. Pero el final se acerca y la madre Tierra sufre por eso:
            Tu sabes, Madre Nuestra, que la noche se acerca
            porque has sentido frío por toda la cintura,
            porque el viento que azota los mollares
            hoy tiene olor a cirios y un rumor de ultratumba.
Y estás de pie mirando hacia el comienzo,
y una lágrima fría se duerme en tus arrugas… (78)
Resultan muy originales y distintos en su producción, entre estos poemas recobrados póstumamente, los que toman por tema el mundo urbano. El poeta siente a la ciudad como un espacio mezquino y amenazante, que empobrece y desnaturaliza al ser humano. Dice en “Jujuy desde la tarde”:
            Jujuy se muere verde bajo un volcán de nubes
            sobre un muro de pájaros y tejados rojizos
            y en las esquinas grises las calles se destrozan
            entre frenos, arranques y sucesión de vidrios. (130)
Aparece de pronto un grupo de mujeres en la ciudad desolada. Es el atardecer y al verlas siente gozo. Compara a esas “muchachas azules”, que “ondulan sus cinturas”, con los trigales de su “pueblo chico” cuando el viento de la tarde los acaricia.
El trabajo en la ciudad marca el ritmo de la vida, y “los cansados talleres” despiden “racimos” de obreros. No son personas blancas las que salen de ellos, sino indígenas como él, que tienen labios “de cobre” y ojos “de acero”. Los edificios de la ciudad asfixian al hombre; la libertad está más allá, lejos de sus calles, en el seno de la naturaleza. Dice:
            Las catedrales blancas han perdido sus cruces
            detrás de las antenas de estrechos edificios
            y el viento se enarbola más allá del silencio,
            más allá de la urdiembre que tejieron los ríos. (130)
En otro de sus poemas, “Primavera”, describe la catedral de la ciudad de Jujuy. Muestra, con entusiasmo, su amor a la religión. Está frente al templo, exaltado. Este poema resulta una excepción en su obra y merece especial atención. En él el Churqui no utiliza su habitual estrofa simbolista. Recurre al verso libre y crea imágenes expresionistas. Siente, seguramente, que la estética vanguardista puede representar mejor la experiencia en el espacio urbano contemporáneo que la poética simbolista. El poeta indígena ve las poéticas históricas de las culturas dominantes con un criterio práctico. No representan totalmente todo su sentir. Elige el estilo que juzga más útil según las circunstancias. Su objetivo es ser fiel al mundo representado. Su expresión es más libre en este poema que en sus poemas anteriores, pero no descuida la forma. Su poética nunca es casual o improvisada, ni resultado del impulso del momento.
Dice el Churqui en el poema, hablando a la ciudad:
            Jujuy, estás tan verde
            que el aire te enciende los altares,
            los ojos de la tarde son nubes de naranjos
            con palomas de cenizas y rosales de sangre. (104)
Luego describe la catedral con imágenes expresionistas. Dice:
            Se hizo un oscuro cuadrado
            con ojivas de bronce, el alto campanario
            y una paloma blanca rompió los sacramentos
            de perfil, de costado,
            desde afuera hacia adentro…
            ¡Antigüedad jesuita! Un Cristo de celajes
            y mirando la calle un ángel de cemento. (104)
Al final del poema la ciudad reencuentra su vínculo con la madre tierra, protectora del amor y la fertilidad. La naturaleza consagra la belleza y la alegría de tres niñas. Dice el poeta:
            Jujuy de mi provincia, tan lejos del océano,
            tan cerca de la tierra,
            en todas las sonrisas de tres niñas hermosas
            tejía mil guirnaldas la azul naturaleza. (105)
En sus libros póstumos encontramos varios poemas asociados a sus viajes. Fiel a los intereses desarrollados a lo largo de su obra, el Churqui expresa en estos poemas sentimientos religiosos y un gran amor a su tierra y a la naturaleza.
Durante su viaje al Oriente lo asalta la nostalgia por su tierra. En Israel compara el paisaje, montañoso y seco, al de su provincia. En el poema “Jerusalén a la puesta del sol”, el poeta contempla el atardecer y piensa en América; dice: “Como una suave letanía rosada/ muere el día en oscura lontananza/ y en el regazo de la tierra mustia/ hay un perfil de estirpe americana”(170). Al final del poema imagina que él y sus compañeros pueden regresar “a la lejana patria” o quedarse a vivir en la estrella de Belén (171).
En el poema “Vuelo 737” el poeta habla desde su avión, que parte de Jujuy hacia el Atlántico. Siente que viaja como representante de su etnia, y el mundo andino lo acompaña; se interna en “la altitud magnífica del cóndor” y va hacia “la luz que el Inti” prodiga a sus hijos. El representa, en sus palabras, “la flecha que el arco Americano/ disparó de Jujuy al mediodía.” (148).
En “Poema sobre el Atlántico” el Churqui va de regreso a su región. Dice que, al llegar, desea hundirse “en las arrugas” de su tierra, y agrega: “¡Quiero sentir arder sobres mis carnes/ el metálico sol de Sudamérica!” (177). Cuando esto ocurra, podrá fundirse con el ser del paisaje, logrará la comunión con el tiempo agrario. Termina el poema:
Entonces, turbio de greda cenagosa,
derretiré mi sangre en las cosechas
y en la nieve del cerro me haré cuarzo
o una caja en las ruedas de la fiesta. (177)
Encontramos diversos poemas en que medita sobre el tiempo. Expresa un sentimiento continuo de pérdida. Exhibe una actitud fatalista y nos comunica su sufrimiento personal. En el poema “La rueda” crea un símbolo del paso del tiempo. Hay algo milagroso en nuestro estar en él. Su rueda sostiene con sus rayos y su eje todas las presiones y el sol de universo. Es una tarea ciclópea y poco a poco la herrumbre la va desgastando (95).
En el poema “Otoño” asocia la experiencia del tiempo con la pérdida del amor. El poeta va en busca del Otoño. Imagina lo que le va  a decir. Siente que es su amigo y desea preguntarle por su mundo familiar. Al encontrarse se van a saludar con un “buen día”, porque son como “hermanos”. Quiere saber si recuerda a su madre y a Mirta, una muchacha a la que el Otoño se llevó. El poeta recrea la escena: él “estibaba la alfalfa” y la muchacha “leía como en sueños un poema de Nervo”, el modernista esencial de los enamorados. Le dice:
Primero la observaste desde tu estambre de oro.
Después, con toda audacia, le arrebataste un beso.
Ella alzó la cabeza y entrecerró los ojos;
quizá en ese instante te contó su secreto.  (102)
Ese secreto era el de su enfermedad, que púdicamente le ocultaba a todos. Al final del poema, el Otoño regresa a Europa mientras en la Quebrada de Humahuaca “la primavera sepultaba a sus muertos” (103).
            El Churqui vive el sentimiento de lo temporal con tanta fuerza como vive el sentimiento amoroso. Los dos son temas centrales en su poesía. Cuando une ambos, temporalidad y amor, el poeta alcanza momentos de enorme hondura lírica. Así en el poema “Cuando volví”, en el que el sujeto lírico nos cuenta que regresó en mayo a su tierra, tratando de saber qué había ocurrido con un amor adolescente. Buscó a la muchacha en el paisaje degradado, “en la voz del otoño amarillento/ y en las viejas paredes destruidas”(130). Luego la buscó por los surcos, en los frutos, entre las mujeres. Nadie sabía nada de ella. El poeta se dirigió luego a la altura, guiado por un rayo de luz, y allí la encontró, en donde “las tumbas de los muertos” aún respiraban “entre cruces desclavadas”. Y concluye:
            Y allí están…su nombre y su memoria
            y estoy yo y mi sombra envejecida.
            ¿Qué plegaria podrían decir mis labios
            si yo vine a pedirle una sonrisa?
           
            Mi sombra se alargó como la tarde
            y el cielo no era azul sino ceniza. (140)

            La poesía del Churqui constituye un importante legado poético a la poesía contemporánea. Nos encontramos frente a una situación nueva. Sintió que era su deber como poeta indígena y pueblerino, perteneciente a una cultura marginada, legitimarse a sí mismo, expresándose en libertad ante la poesía de su tiempo, tomando distancia con las poéticas en boga, en momentos en que en las grandes ciudades del litoral florecían las neovanguardias urbanas, con poetas como Juan Gelman y Olga Orozco y, en el mundo literario del Noroeste, descollaban los poetas vanguardistas Raúl Galán y Jorge Calvetti. El Churqui escogió su propio camino. No cedió a la tentación de emigrar a la gran ciudad o a un centro urbano destacado. El gran nivel de su poesía, su erudición poética, nos demuestra que leyó con avidez la literatura hispanoamericana y llegó a conocer bien los grandes modelos poéticos. Hizo suya la lección de los grandes maestros modernistas, sus preferidos. No creyó en la inspiración del momento, ni en la espontaneidad expresiva, que preconizaban los vanguardistas; buscó la elaboración pausada del sentimiento, el trabajo artesanal de la forma, la búsqueda de la palabra justa, que proponían los simbolistas. Se situó ante la poesía como aquél que sabe que su cultura no ha sido invitada a su banquete como igual. No lo sedujo el sencillismo regionalista ni la poesía popular folklórica; estudió la poesía culta y, siguiendo la matriz modernista, escribió, desde su pueblo natal, en desacuerdo con las modas e imposiciones urbanas y centralistas, una de las obras poéticas más sentidas, preciosistas, difíciles y cultas de nuestra literatura.  Se sintió heredero de toda la poesía de la lengua. Leyó el pasado poético con sentido crítico. Dio, a la poesía contemporánea, lecciones de independencia y autonomía creativa. Testimonió los dilemas de la sociedad indígena y su cultura ante la modernidad. Para mí es una de las grandes voces líricas de la poesía hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX.
           
                                    Bibliografía citada

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[1] Cuando los poetas de La Carpa comenzaron a publicar en Tucumán, en 1944, el Modernismo era aún un movimiento valorado dentro de los medios literarios del Noroeste. En 1945 la gran poetisa modernista chilena Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de literatura.  La actividad de los poetas de La Carpa ayudó a cambiar el gusto poético y difundir y establecer los ideales vanguardistas entre los jóvenes del Noroeste. La revista Tarja de Jujuy, publicada a partir de 1955, continuó sus ideas y difundió las poéticas de vanguardia en todo el territorio de la provincia.
[2] La cultura moderna occidental, a diferencia de la indígena, imagina que el tiempo es una línea ascendente que progresa hacia el futuro. Dentro de este tiempo el hombre puede acumular saber y riqueza, de manera infinita. Compite con dios, al que considera como él, humano, frágil, débil y sufriente, y le rinde pobre tributo.
[3] El pintor Medardo Pantoja (1906-1976), oriundo de Tilcara, se formó en Rosario con los grandes maestros del arte social Berni y Spilimbergo, y regresó luego a Jujuy para crear y vivir con su gente, tomando como motivos sus paisajes y su vida social, traduciéndolos a un lenguaje realista y expresionista a la vez. (Fantoni 5-27).
[4] Otra gran poeta, Gabriela Mistral, tampoco aceptó las ideas de las vanguardias. Una de las autoras más importantes de nuestra lengua, Mistral no renunció a la poética figurativa ni a los ideales panamericanistas del Modernismo (Blume 101-17). La estética simbolista le permitía expresar lo que ella deseaba. No aceptó someter su gusto e interés personal al criterio de otros movimientos poéticos que buscaban imponer un discurso hegemónico, independientemente de las necesidades expresivas de su sociedad. Mistral murió en 1957. Pocos años antes, en 1954, publicó su último libro de poemas, Lagar. Es una obra simbolista.
Mistral se mantuvo fiel a las ideas de forma y de métrica que había aprendido de su maestro Rubén Darío. No incorporó en su poesía las ideas poéticas de las nuevas tendencias europeas que habían irrumpido en la escena cultural a partir de los años veinte, como sí lo hizo el poeta peruano César Vallejo, quién publicó en 1918 su libro simbolista Los heraldo negros, y pocos años después, en 1922, su obra expresionista Trilce, iniciando un radical movimiento de vanguardia en Latinoamérica. Las tendencias vanguardistas sostenían la necesidad de innovar y renovar la poesía. Si bien no eran movimentos iniciados originalmente en América, sino estéticas traídas desde Europa, los movimientos locales los abrazaron como propios. Los sedujo sobre todo la idea de experimentación constante que les proponían. Era una forma de libertad artística que no habían conocido antes.     
[5] Gabriela se había hecho a sí misma en las condiciones más penosas y no temió desafiar al medio literario. Como Darío, conocía muy bien la historia de la poesía. Valoraba el género y no quiso liquidar su legado, remplazando la métrica culta por el verso libre, improvisado. Se destacó desde muy joven como educadora, si bien no tuvo formación universitaria, y fue invitada a México por el Ministro Vasconcelos para trabajar en la renovación del sistema escolar, luego de la gran revolución que conmovió al país. Participó en la Liga de Naciones, fue periodista, defendió la revolución sandinista, fue diplomática durante veinte años y, si bien no aceptaba hablar de su vida privada, vivía en pareja con mujeres, desafiando la moral de sus contemporáneos.
[6] Resta por hacerse una edición crítica, que investigue y especifique si los poemas que integran la obra del Churqui fueron publicados en revistas o diarios previamente a la publicación en los libros; que rastree posibles variantes, e indique datos relevantes de aquellos poemas que estaban en posesión de personas o dirigidos a ellos.




Publicación:
Alberto Julián Pérez, “La poesía indígena del Churqui Choque Vilca”. Revista Destiempos No. 58 (Febrero-Marzo 2018): 122 -149.