Alberto Julián Pérez ©
El poeta Germán Walter Choque Vilca nació en
Tilcara, Jujuy, en 1940 y murió en el mismo pueblo en 1987. Lo apodaban el
« Churqui » (nombre que recibe en Jujuy el árbol del espinillo),
aludiendo a su cuerpo, membrudo y flaco. Tilcara es uno de los pueblos más
representativos de la Quebrada de Humahuaca y un importante centro cultural del
Noroeste argentino.
Durante la primera mitad del siglo XX, un grupo de jóvenes
escritores, provenientes de distintas áreas del Noroeste, se propusieron
renovar la vida cultural en esta zona del país. Formaron en la ciudad de
Tucumán el grupo literario La Carpa. Publicaron juntos en 1944 una Muestra colectiva de poemas, en la que participaron
Raúl Galán, Julio Ardiles Gray, Raúl Aráoz Anzoátegui, Manuel J. Castilla,
entre otros (Martínez Zuccardi 326). Eran admiradores de las corrientes de
vanguardia. Valoraban muy particularmente las ideas del Surrealismo. Raúl Galán (1913-1963), jujeño,
fue uno de sus líderes (Martínez Zuccardi 339-351). A la primera publicación de
1944 le sucedieron otras y el grupo extendió su influencia. Pocos años después,
en San Salvador de Jujuy, otros jóvenes escritores y artistas, imitando su
ejemplo, crearon su propia revista. Tarja
apareció por primera vez en 1955 (Lagmanovich
84-88; Maíz 88-96). Conformaron este grupo los escritores Jorge Calvetti
(1916-2002), Néstor Groppa (1928-2011), Andrés Fidalgo (1919-2008), Héctor
Tizón (1929-2012) y el pintor Medardo Pantoja (1906-1976) (Poderti 85-96). La
revista publicó 16 números a lo largo de cinco años.
Las publicaciones del grupo La Carpa de Tucumán y la Revista
Tarja de San Salvador de Jujuy familiarizaron a los artistas del Noroeste
con las ideas y conceptos que habían introducido en las artes los principales
movimientos cosmopolitas de la primera mitad del siglo veinte en Buenos Aires y
las grandes ciudades del Litoral argentino. Sus escritores valoraban las
propuestas de las vanguardias artísticas y el realismo socialista. Defendieron
el compromiso del artista con su medio social, y se distanciaron del realismo costumbrista
y el folklorismo poético. Vieron al Modernismo de principios de siglo, que
había marcado un momento glorioso en nuestra lengua, como a una poética
anticuada y perimida (Pérez 165-75).[1]
La obra de los escritores y artistas de Tarja tuvo un impacto directo en la
cultura de Tilcara : Néstor Groppa, de origen cordobés, vivió en el pueblo,
y el gran pintor indígena Medardo Pantoja, oriundo de Tilcara, se mantuvo
siempre vinculado a su región y a la ciudad de Jujuy, donde trabajó. El Churqui
lo conoció muy bien. Le dedicó un admirable poema cuando este murió. Tanto su
ejemplo humano como su pintura influyeron en su personalidad artística y en su
obra (Fantoni 5-28).
La Quebrada es un ámbito geográfico y humano
excepcional. Habitada por pueblos indígenas desde épocas tempranas, integró la
parte sur del Imperio Incaico (García Moritán y Cruz 15-8 ; Nielsen
307-339). Cuando los españoles invadieron, los nativos resistieron su
dominación. Durante la época colonial fue una activa vía de comunicación entre
Lima y el Río de la Plata. Al comenzar en 1810 el proceso revolucionario, los
nativos, ciudadanos de un país nuevo, lucharon valerosamente para
independizarse de España (Paz 8-22). Una vez consolidadas las fronteras, el
área mantuvo su identidad regional.
La Quebrada es un cerrado entramado de pueblos y caseríos.
Los habitantes comparten sus costumbres y sus creencias, sus modos de trabajo y
hábitos de alimentación, sus rituales religiosos y expresiones artísticas. Las
características del espacio geográfico facilitaron la comunicación entre sus
pueblos. La extensa falla del terreno recorre 150 kilómetros entre dos cadenas
de montañas. El Río Grande atraviesa el valle que se forma. En este espacio las
culturas nativas desarrollaron su agricultura, criaron sus animales y
establecieron un estilo de vida propio.
La vida social de la Quebrada es más dinámica que en
otras zonas rurales del país. En las zonas de llanura y en las pampas la
comunicación es difícil. Los poblados están distantes entre sí y sus habitantes
viven aislados. La Quebrada, en cambio, tiene una vida social y cultural
intensa. En este ámbito privilegiado la cultura nativa pudo madurar, expandir sus
intereses materiales y espirituales, modelar de forma perdurable su rico
imaginario.
Los blancos que habitan en sus pueblos, junto a los
nativos, forman una minoría. No se han integrado a las comunidades indígenas. Persiguen
sus propios intereses. Han llegado a la Quebrada casi todos con fines prácticos
y objetivos económicos. Los indígenas, aunque hablen español y se eduquen en
las escuelas del gobierno, poseen otra historia, tienen otros intereses y creencias
distintas a las de la minoría blanca. Cuando uno visita la Quebrada siente la
fuerza y autenticidad de la cultura nativa. Ese ámbito ha forjado una
experiencia humana única y ha dado a sus creaciones el carácter que tienen.
La deidad principal de la cultura indígena es la
madre tierra, la naturaleza, y en ella se centra el culto religioso. La Pacha
rige el tiempo de la vida. El ser humano, su hijo, es parte de su ciclo, y le
debe tributo. Los rituales indígenas celebran los ciclos de la naturaleza. Buscan
vivir en equilibrio y armonía con ella.[2]
Los nativos valoran también la religión cristiana. Desde
los inicios de la invasión española, cuando los religiosos que acompañaban la
ocupación militar les dieron a conocer los Evangelios, nació en ellos un gran
amor por la figura de Cristo y su madre la Virgen y los incorporaron a sus
creencias. Convivieron también con la lengua del conquistador, de la que se
apropiaron sin abandonar la suya, le dieron nuevos matices y le imprimieron su
sensibilidad. Sufrieron, sin embargo, la violencia que ejerció sobre ellos otra
cultura, con intereses diversos a la propia. La ocupación militar española
tenía objetivos geopolíticos y económicos. Dominaron y sometieron a los pueblos
conquistados. Forzaron el mestizaje, que no fue un proceso feliz. Los nativos defendieron
su mundo y resistieron con orgullo (Vilca 2-13).
Los grandes escritores y artistas nacidos allí y
asociados en su experiencia al ámbito de la Quebrada representan hoy el legado
de su importante cultura. El Churqui Choque Vilca, destacado poeta, Medardo
Pantoja, pintor, los músicos Tukuta Gordillo y Tomás Lipán, embajadores de la
música nativa en los más diversos ámbitos, nos ayudan a valorar la rica
herencia de la sociedad en que nacieron, y dan testimonio de su particular cosmovisión
y poderosa originalidad.[3]
Germán Walter Choque Vilca, el Churqui, se crió en
el pueblo de Tilcara y vivió las experiencias cotidianas de los niños indígenas
de su comunidad. Acompañaba con frecuencia a su abuelo en los trabajos de
labranza en la Quebrada. Se educó en la escuela primaria y en la secundaria del
pueblo. Una vez concluida la escuela media se trasladó a la capital de la
provincia, San Salvador de Jujuy, donde cursó el Instituto pedagógico y se
recibió de maestro. Trabajó como maestro rural en distintos pueblos de la
provincia. Salió muy pocas veces fuera de ella. Su viaje más significativo al
exterior fue cuando integró el coro de voces del conocido folclorista Jaime
Torres, e hizo con él una gira a Israel y el Oriente.
Publicó su poesía en medios locales, y sólo apareció
un libro suyo en vida, Los pasos del
viento, en 1984, cuando tenía 44 años de edad, tres años antes de su muerte
temprana. Su obra poética recogida hasta el momento tiene 180 páginas. Incluye,
además de Los pasos del viento, dos
colecciones de poemas que su editor, Héctor José Méndez, reunió póstumamente.
Son en su mayoría composiciones que Méndez logró recuperar de manos de
particulares. Se trata de una obra breve y cuidada.
El
Churqui se formó en un medio poético dominado por las poéticas renovadoras del
siglo XX: el expresionismo vanguardista y el realismo socialista. Los movimientos
literarios de Tucumán y Jujuy las habían difundido e impuesto en el ámbito del
Noroeste. Sin embargo, en su poesía no siguió sus ideas. A la hora de elegir un
estilo propio, a fines de la década del cincuenta, recurrió al modelo
modernista. El Modernismo, en esos momentos, era un movimiento poético
finisecular artísticamente concluido. Estaba desprestigiado entre los creadores
jóvenes.
El Churqui rehusó aceptar las poéticas consideradas progresistas.
Se rebeló contra el gusto dominante. Esto tiene que sorprender al lector
contemporáneo de poesía. Los poetas jóvenes, por lo general, buscan asociarse a
movimientos renovadores. Valoramos la originalidad en el arte. [4] ¿Por qué habrá actuado
así?[5] Este poeta, creo yo, consideraba
los valores poéticos cosmopolitas como ideales que pertenecían a otra sociedad,
con intereses distintos a la suya. Se mostró escéptico y no los aceptó como
valores universales. Aún cuando la revista Tarja,
escrita por escritores locales, los difundiera, sintió reparos frente a ellos.
El Churqui formaba parte de una sociedad indígena y
rural. Su grupo humano creía en su herencia cultural y buscaba afirmarla. El trató
de expresar su visión del mundo y dar en su poesía un mensaje sin ambigüedades,
en versos en lengua culta, de estilo modernista. No se sumó al regionalismo ni
escribió poesía popular o folklórica. Escogía con cuidado su vocabulario y
trabajaba ricamente la expresión. Cultivó los aspectos sonoros del lenguaje.
Dio gran importancia a la forma, y escribió, con pocas excepciones, poesía
métrica, de versos de catorce, once y ocho sílabas, agrupados en estrofas de
cuatro versos. Usaba rima asonante en el segundo y el cuarto verso de la
estrofa, y dejaba el primero y el tercero libres. Buscaba, como recomendaban los
grandes poetas simbolistas, la palabra justa. Sus imágenes visuales, plásticas,
nos recuerdan la rica paleta de su maestro : el pintor tilcareño Medardo
Pantoja. Amaba el cromatismo, las gradaciones de color y los juegos de luz. El
color azul era uno de sus preferidos y aparecía con frecuencia en sus poemas.
Abordó
los temas que más le preocuparon: su tierra, su gente, el amor, la poesía, la
patria. En su obra poética el mundo de la Quebrada se vuelve sobre sí mismo
para observarse y rendir testimonio de su historia. Refleja su medio social.
Defiende tanto lo indígena como lo nacional. Sus versos muestran un acendrado
patriotismo y su amor por la cultura nativa. Fue ante todo un poeta de Tilcara,
que no cedió a la tentación cosmopolita e hizo de su medio, de su gente, la
materia y el tema de su arte exquisita.
Dio a sus versos una musicalidad melodiosa y
acendrada. Para los modernistas, la música era el arte principal al que debía
tender la palabra escrita. También lo sedujo el poder de la imagen, como a
Herrera y Reissig y a Lugones, y a otros poetas hispanoamericanos admiradores del
parnasianismo francés (Pérez, « El estilo modernista » 103-16). La
imagen plástica y de ricos tonos y colores era capaz de expresar bien el
singular paisaje, único en el mundo, de la Quebrada de Humahuaca.
La cultura indígena atraviesa un momento histórico
especial. Ha sido una cultura vulnerada y subestimada por su entorno blanco
durante generaciones. La cultura del blanco no representa en la Quebrada los
intereses del mundo espiritual indígena. Es una cultura invasora. La comunidad indígena
resistió la transculturación y mantuvo una fuerte identidad propia. En esta
etapa de su historia necesita observarse a sí misma, reconocer su identidad y
aprender a amarse. Ese fue al menos uno de los objetivos del Churqui en su obra:
brindar a su comunidad una imagen de su valor colectivo.
El
indígena de la Quebrada vive en un medio social y culturalmente rico y
trascendente. Posee una espiritualidad única. El Churqui expresa en su poesía
este mundo desde adentro. Su poesía no es folklórica ni exótica. Lo indígena
aparece en su sensibilidad, en su amor por la naturaleza y en el lugar que ésta
tiene en su obra. En el imaginario indígena el mundo natural es el centro, y el
hombre una criatura más dentro de él. Rinde culto a la tierra, al sol, a la
luz, a los antepasados. En su poesía afloran intensos sentimientos religiosos. Expresa
amor por los dioses nativos y por el dios cristiano : la cultura indígena
reverencia a todos ellos, su fe es inclusiva, sin dogmas.
El Churqui demuestra en su poesía sus sentimientos
patrióticos : ama a su patria, tanto como ama a su medio nativo. No siente
contradicción entre ambos. Quiere a su patria, a su gente y a sus dioses.
El suyo es un arte sincero, auténtico y nos muestra
desde adentro el mundo de la cultura indígena. No se sometió a las modas ni a los
dictámenes de la poesía urbana de su época. Se apoyó en ideas estéticas
modernistas que reflejaban sus intereses.
La riqueza de su poesía nos demuestra que leyó mucho
y reflexionó sobre la historia del género. Adoptó una actitud escéptica y su
respuesta fue crear una poesía ecléctica, artesanal, suya. Esta actitud era
inusual en la década de los sesenta, cuando el Churqui se formó como escritor.
La mayoría de los jóvenes poetas escribían en esa época poesía
neo-vanguardista, socialista realista o conversacional (Pérez, « Notas
sobre las tendencias de la poesía postvanguardista en Hispanoamérica »
265-87). La idea de crear una vía poética propia no aparecía como una actitud
posible. Hoy en día, en la primera parte del siglo XXI, su postura ecléctica
sería considerada postmoderna; en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo
la poesía argentina solo aceptaba el criterio poético de la modernidad :
innovación constante, búsqueda de formas futuras, imitación de estilos poéticos
europeos o norteamericanos. El Churqui, como poeta indígena, que sufría desde
adentro el destino de su grupo, necesitaba mostrar su disenso con el medio
literario, y con la otra sociedad, la sociedad blanca, que había silenciado y
negado a su cultura por demasiado tiempo.
En
su poesía aparece constantemente el tema de la libertad, fundamental para el
mundo indígena, jamás repuesto del trauma de la conquista y el sometimiento que
sufrió su raza, situación que el Churqui denuncia reiteradamente en su poesía. Los
estados de ánimo que describe en sus poemas expresan la tristeza y la
melancolía de su grupo humano. Se muestra apesadumbrado y se confiesa parte de
una raza que fue vencida. Sufrió el alcoholismo, al que señaló como una
maldición a la que se sometía su pueblo. Sabía que era una muerte lenta, pero
sentía que su sensibilidad necesitaba el alcohol para expresarse.
Publicó
solo un libro en vida. La mayor parte de los poemas que aparecieron en la
segunda y la tercera antología de su poesía, reunidos póstumamente, estaban en
manos de amigos y familiares. El Churqui escribía para su comunidad y para sus
amistades, desconfiaba del lector impersonal de las ciudades. Fue un hombre de
su pueblo, apegado a su medio.
Su poesía muestra una imagen negativa del mundo
urbano. La ciudad le parecía cruel y opresiva. Prefería vivir en los pueblos
pequeños, cerca de la naturaleza, que para él representaba la libertad y la
realización absoluta de la vida.
Entre
las composiciones que seleccionó para publicar en Los pasos del viento, en 1984, edición de su obra auspiciada por la
Dirección Provincial de Cultura de Jujuy, sobresalen las que dedicara a Tilcara
y al paisaje de la Quebrada : « Tilcara », « El Pucara »,
« Huasamayo », « Garganta del Diablo », « Dos ríos y
un solo destino » y « Quebrada de Humahuaca ». Son poemas
descriptivos, que se ciñen a las ideas compositivas del Modernismo. Emplea en
ellos un lenguaje cuidado, culto, selecto. Trabaja los aspectos sonoros del verso.
Busca crear efectos melódicos con sus frases. Da gran importancia al tema que
desarrolla. Nos comunica su amor por su tierra y su compromiso con el paisaje.
En varios de los poemas toma como motivo central los
ríos de la Quebrada. El Churqui los transforma en símbolos. Los ríos se
desplazan por el espacio, fluyen en el tiempo, modifican las estaciones y los
climas, son símbolo de libertad y de vida. Resultan esenciales para el destino
de los pueblos indígenas a lo largo de su historia. El los personifica, les
asigna voluntad propia. Conviven con la gente. El poeta se siente su hermano.
Se identifica con ellos.
El agua tiene movimiento, se expresa. En el poema
« Huasamayo » nos dice que el río, en un principio, fue “una danza
voluptuosa/ en el seno del pantano”, y después “un cálido suspiro/ en las
fauces abiertas del verano” (“Huasamayo” 22).
La naturaleza es sensual, crea formas, colores. El
río “amanece de gris en los carámbanos” de las altas cordilleras, tiene “corazón en helada estalactita”, avanza
por las “soledades del silencio” y lleva dentro suyo la memoria del tiempo: “un
otoño amarillo de paisajes,/ un invierno de río tributario”. Es además río
amoroso. Cuando llegó noviembre, su cauce creció con las lluvias y el río
Huasamayo “revolcó las doncellas de las fuentes/ con la ardiente lujuria de sus
brazos” para luego regresar a su “antiguo amor”: Tilcara. Al llegar al pueblo
hizo “crujir” con su fuerza el maderamen del puente, para mostrar “el poder inmenso
de la tierra”.
El hombre respeta el poder de la naturaleza y le
rinde culto. Al final del poema le llama “mi río”, y le dice que cuando se
encuentra lejos de su tierra lo extraña, como se extraña a un “hermano” (23).
En el
poema “Dos ríos y un solo destino”, el poeta nos describe cómo el Río Huasamayo
se encuentra con el Río Grande, y vierte en él sus aguas, para recorrer juntos
la Quebrada. Estos ríos, nos dice, “volvían de su origen/ a reclamar su
espacio, su lugar en el tiempo”. Buscaban “la libertad…sin fronteras ni miedo”.
Al unirse los ríos aumentan su poder y su fuerza.
Pujan por realizarse, por tener un destino. Este es un viejo anhelo del pueblo
indígena: vivir sin sujeciones, libre, como lo fue antes de la invasión
española. Al final del poema los dos ríos llegan al océano y van a “contarle a
las playas, a los mares, al hombre,/ que un día fueron libres y así libres
murieron”.
Los ríos son ejemplos de fortaleza para su gente. La
naturaleza es indómita. Le está enseñando algo a su pueblo. Su raza fue
sometida pero debe levantarse de su postración y, siguiendo la lección que le
dan los ríos, luchar.
En el poema “Garganta del diablo” el Churqui evoca
uno de los paisajes más hermosos de la Quebrada. Describe el bello lugar,
vecino a Tilcara, y medita sobre el destino de la cultura indígena. El agua
pasa con fuerza por la garganta. Parece que la tierra, simbólicamente, se
estuviera desangrando y nos contara su historia y su sufrimiento. Dice el
poeta: “Por esta herida abierta se desangra/ el pudor de la tierra profanado/
por la cruz de Aragón y de Castilla…” Sin embargo, nos asegura, el indígena no
fue definitivamente derrotado. Dice:
¡Ah!,
pero el indio de América no ha muerto.
Se
ha tendido a dormir un sueño largo…
Sólo
espera el llamado de sus dioses
para
tensar la fuerza de su brazo
y dejar escapar por su garganta
todo el fuego inmortal del Llullaillaco. (25)
Expande esta idea central en el poema “Quebrada de
Humahuaca”. En él nos explica que el Inti, dios Inca del Sol, creó, con un
trazo de su lanza, el curso montañoso de la Quebrada y, junto con ella, nació su
raza. Luego de habitar centurias en esa tierra, llegó la invasión española. Ellos perdieron su independencia y comenzó allí
el sometimiento y el sufrimiento de su pueblo. Podemos aún hoy escuchar, nos
asegura, “el llanto de América inmolada”. Describe, con una serie de metáforas,
la Quebrada. Dice: “Largo hachazo, guión de las tormentas,/ reclinatorio de la
testa incaica,/ ruta del viento que anuda continentes,/ callejón de la sangre
americana” (28).
Para él la Quebrada es hoy un “féretro azul”. Por
allí los invasores españoles atacaron el “país de Viltipoco”, aquel gobernante
indígena Humahuaca que resistió a la conquista en el siglo XVI y simboliza el
espíritu de lucha de su gente. La Quebrada guarda la historia heroica de sus
hijos, su sacrificio, en sus tumbas “o en la blanca escritura del salitre” (29).
Luego
de esta parte inicial en que exalta a su tierra, el Churqui dedica los poemas
siguientes a evocar a la gente de la región. Sobresalen aquí dos composiciones
destinadas a personas para él entrañables: el pintor Medardo Pantoja, a quien
llama “mi maestro”, y su abuelo Victoriano. El poema a Pantoja es una elegía
fúnebre; el destacado pintor acababa de morir, y el Churqui lo imaginó en su
poema ascendiendo el firmamento en un carro tirado por vicuñas hasta alcanzar “una
patria sin límites” (30).
Pantoja, pintor que supo expresar con realismo y una
rica paleta expresionista el mundo de la Quebrada y de su pueblo, Tilcara, fue
un ejemplo humano y artístico influyente para el Churqui, que, como él, buscó
en sus imágenes visuales realismo, riqueza cromática y fuerza expresiva.
En el poema dedicado a su abuelo, ya fallecido, el
Churqui evoca su vida de sacrificado agricultor. Era un hombre que amaba su
tierra y la trabajaba con ahínco. Dice:
Aró
la tierra virgen desde el alba al ocaso,
el
sudor de su frente fertilizó las melgas,
y
el pan de cada día, sobre la humilde mesa,
tenía
la fragancia del agua y la molienda. (31)
Su abuelo, mansamente, se dejó llevar por el tiempo
y se entregó a la muerte. El Churqui imagina que un día, cuando él esté muerto
también, se van a volver a reunir. Le pide que al llegar al cielo lo envuelva
con su poncho y lo proteja, y le promete que, juntos, sembrarán trigo. Dice:
Abuelo,
cuando el viento nos junte en el espacio,
envuélveme
en tu poncho, allá, en tu patria nueva,
y
los dos por el cielo cosecharemos trigo
o
sembraremos grano sobre un campo de estrellas. (32)
A estos dos poemas les siguen varios otros dedicados
a celebrar a hombres y mujeres de la Quebrada: una pastora, un maestro, una
muchacha del valle, otra de Tilcara. Luego viene una selección de poemas de
amor. Estos últimos tienen un lugar destacadísimo en la producción del Churqui
porque, como poeta lírico, es en los poemas de amor donde muestra más ricamente
la amplitud y excelencia de sus recursos expresivos. Utiliza, por lo general,
estrofas de versos endecasílabos, a los que dota de exquisita musicalidad. En
el poema “Setiembre” nos habla un poeta labriego. Ha terminado agosto y está
pronto a renacer el ciclo de la vida. Todo el poema celebra el mundo germinal
de los árboles y las plantas, las flores y los insectos, que estallan en una
sinfonía de colores. La mujer, la muchacha a la que ama el poeta, es parte de
ese mundo natural. En su país, nos dice, “el sol del duraznero” “inundó la
espera” y, en el país de ella, “volvió el ceibo” a encender “las hogueras”,
mientras el lapacho espera, “tálamo entreabierto”, a los amantes (45). La
naturaleza campestre presiente, prepara y celebra el amor. Hay una total
consubstanciación y armonía entre los seres y la naturaleza.
La cultura indígena adora al padre sol y a la madre tierra,
y ama también al dios cristiano, el Cristo y su madre. Se identifican con la
maternidad protectora del culto mariano y el mesianismo redentor del
Cristianismo, que les asegura su valor espiritual y su trascendencia en una
unidad superior y eterna. La fe del indígena es profunda y se manifiesta en
todos sus ritos y procesiones. La cultura nativa de la Quebrada es auténticamente
religiosa.
Dice el Churqui en “Los caballos oscuros de mi
reino”:
Los caballos oscuros de mi reino
van hacia Dios, el corazón partido.
Vuelven sangre y espuma, casi muertos,
cruzando en diagonal al infinito. (48)
Los caballos, en esta alegoría, no podían “combatir
con palabras los deseos”, y van hacia Dios en busca de ayuda. Regresan de ese
viaje “sucios de barro y de tragedia”, con el corazón “desnudo sobre sus
pechos”. Están heridos y cada gota de sangre se va a transformar en un poema. Desean
“recoger los sueños que perdieron” y beben, en las acequias, un agua única que
sólo había bebido antes “el garañón salvaje” del verso del poeta.
El Churqui nos habla de un proceso creativo en el
que la inspiración busca ayuda en un dios que comprende el dolor humano. Ese
dios se asocia a la naturaleza. Reúne así la creencia indígena y la cristiana. La
tierra y el cielo son parte de una
unidad. La fuerza espiritual viene de la tierra, que genera vida con sus ciclos
germinales. El hombre habita en ese ciclo natural.
Si bien el amor a la mujer y a la naturaleza le
lleva a escribir poemas esperanzados, en otros, el Churqui se vuelve un poeta
agónico que presiente su muerte. Es alcohólico y sabe que tendrá un final
temprano. No se escuchaba en la poesía de ascendencia indígena una voz tan
sentida desde los tiempos de César Vallejo, el gran poeta de Santiago de Chuco,
en su libro simbolista Los heraldos
negros, de 1918 (Pérez 165-175). Sus versos resuenan en la poesía del
Churqui, cuando este nos dice, en “Después…será verano”:
Este otoño me está mordiendo el alma
demasiado temprano.
Las hojas de mi sueño van cayendo.
¡Ya no tendré verano!
Me quedaré tan solo con mis cosas,
¡tan solo como un árbol!
Con el silencio azul de mis mañanas,
¡con mis sueños de pájaro!
…Este otoño me sube por las venas
como un sudario amargo,
como un frío puñal -¡quién lo diría! –
que clavaron tus manos. (52)
Este poema nos transmite una tristeza dulce y
melancólica. Ese era el sentimiento que para el gran crítico peruano José
Carlos Mariátegui identificaba y caracterizaba el sentir de la raza indígena (Mariátegui
330-1). Mariátegui creyó que Vallejo había logrado expresar mejor ese dolor
profundo del alma andina en Los heraldos
negros que en su poesía vanguardista.
En otro poema, “Las hojas muertas”, el Churqui nos habla
del ciclo de vida del mundo natural. La muerte es parte de ese ciclo y, aunque
la vida volverá a regenerase, para nosotros la muerte es un hecho trágico. La
vivimos desde nuestra perspectiva individual. Las hojas mueren en otoño y el
poeta, identificado con ellas, quiere darles un entierro piadoso y “verde”. Dice:
En esta mañana fría,
cuando el otoño llamando está a mi puerta,
quisiera un ataúd de nieblas verdes
para las hojas muertas. (54)
Busca, dice, “un ataúd de primavera”. Ese,
felizmente, no es el fin de todo. La naturaleza es madre. Las plantas volverán
a dar hojas. La Pacha Mama, la gran protectora, vela por todos.
En el poema “Primera lluvia de octubre”, el Churqui compara
los árboles con mujeres: estos tienen “matriz”. Dice:
Rompió
su verde corazón octubre
en
vellones oscuros de tormenta.
Tenía
mujeres de horizontes verdes
la
escondida matriz de la arboleda. (55)
Hay perfecta correspondencia y adecuación entre el
ser humano y la naturaleza. El hombre se mira y se reconoce en ella. Por
momentos, la conciencia del destino personal lo vuelve pesimista, pero luego
acepta su voluntad: la jerarquía está establecida. Se entrega dócilmente a esa
madre germinadora. La tormenta de octubre, en el poema, trae la lluvia y
fertiliza los campos. Dice:
El
trueno fue una larga dentellada;
el
relámpago, los músculos del hombre,
y
las manos del hombre una plegaria
con
la tarde mural de las almendras. (55)
Lo humano es parte del mundo natural. Ese mundo
tiene además una dimensión espiritual: en él está dios, y está la vida. Para el
poeta Dios es la vida y es la naturaleza. El mundo sagrado indígena difiere del
panteísmo occidental. Se trata de un culto agrario en que los dioses guardan su
propia identidad, y son parte de la naturaleza. Su espiritualidad está en
armonía con el ciclo de la vida.
El Churqui da a sus imágenes poéticas fuertes
efectos cromáticos. En “Poema azul porque sí”, trabaja un motivo caro a la
tradición simbolista: el juego de matices alrededor de un solo color. Es un
desafío que acepta el poeta para mostrar su virtuosismo. Elige uno de los colores
más presentes en su poesía, el azul, emblema de ese movimiento que llevara a la
poesía hispanoamericana al mayor reconocimiento continental: el Modernismo. No
busca el azul en un mundo mítico distante ni en lugares exóticos; lo busca y lo
encuentra presente fácilmente en la Quebrada de Humahuaca.
El poeta comienza su poema diciendo que acaba de
nacer la luz. Esta, en su trayectoria, va a recorrer e iluminar el paisaje. El
poeta nos descubre gradualmente la geografía de su tierra. Personifica a la
naturaleza como mujer. Dice:
Nació
la luz en círculos de fuego
tras
el picacho azul de la Garganta,
como
el fulgor vestal de una doncella
desgarrando
la púber alborada. (58)
La luz-doncella vuela hacia las nieblas azules que
dormitaban “entre los brazos hercúleos del torrente”, rodeadas de niños que
acunaban “las escarchas”. Atraviesa los altos ventisqueros y se astilla en las
“pupilas del guanaco”. Desciende de las cumbres “por la azul armonía de las
faldas” y se acerca a la morada de los campesinos, para aparecer como “humareda
azul” en las cocinas. Por último, vibra en el campanario, proyecta sobre el
polvo “una sombra de paz crucificada” y concluye su trayectoria “en el hueco
labriego” de la mano del poeta, donde hará germinar “la semilla de la
esperanza”.
Este poema trae al lector varias ideas caras al
mundo indígena, en las que se había detenido antes la poesía modernista del gran
mestizo de América, Rubén Darío: la armonía natural, la paz cristiana, la
esperanza. Nos permite entender y justificar los motivos por los qué el Churqui
abrazó la poética del Modernismo. Renegando del concepto metropolitano de
originalidad, experimentación e invención, como medida del valor poético, el Churqui
buscó en la tradición de nuestra lengua la poética que le ofrecía las formas y
temas necesarios para poder expresar mejor su mundo. Su objetivo no era medirse
con los poetas europeos, o con los arrogantes imitadores e importadores de
formas nuevas de las grandes ciudades de su país, sino cantar al mundo rural de
la Quebrada, a sus ancestros, a la naturaleza, y también a los héroes de su
patria, por los que mostró un amor profundo.
El Churqui no se valió en su poesía de la lengua
coloquial ni recurrió a las tradiciones folklóricas de la poesía popular. Usó
un registro culto, que le exigió un difícil aprendizaje, para revivir todo el
lujo de la poesía modernista: su cuidada musicalidad, su adjetivación
brillante, su barroquismo. Buscó siempre la palabra justa, el adjetivo
irremplazable, la imagen de tonos delicados. Su poética es síntesis de lo mejor
que legó el modernismo en Hispanoamérica, en su última fase, cuando los poetas
del mundo andino, como Vallejo y Mistral, se acercaron al dramático paisaje
local y a la gente de su entorno, para hacer una poesía personal e íntima, con
fuerza simbólica y valor universal.
La
última sección de este único libro publicado en vida, Los pasos del viento, la dedicó a exaltar los valores de su patria.
La primera composición, “Alba del 23 de agosto”, conmemora uno de los grandes episodios
heroicos de su pueblo: el éxodo jujeño de 1812, cuando la población quemó sus
campos y abandonó sus tierras, y siguió la marcha del Ejército del Norte comandado
por el General Manuel Belgrano, para obstaculizar el avance del ejército
español. El Churqui destaca en el poema el sacrificio que hizo la gente de
Jujuy, que puso el interés de la patria por delante del interés propio y
obedeció sin dudar el pedido de Belgrano. El pueblo de la Quebrada tiene un
fuerte sentido patriótico. La cultura indígena ama a su país entrañablemente. Defiende
una doble lealtad: amor a su cultura nativa y amor a la Argentina. También su
fe religiosa es doble: fe en la Pacha Mama y fe en Cristo. Su creencia admite
la pluralidad.
En la Quebrada la cultura indígena es la fuerza
dominante. Habita en un territorio que le ha pertenecido históricamente y ha
moldeado su existencia. Se siente dueña de sí, puede expresarse libremente y
mostrar su amor, a sí misma y a los demás. En ese ámbito agrario el yo del
nativo no necesita ocultarse para protegerse, como podría suceder en las
ciudades, donde el indígena del interior es marginado, y sufre el racismo y la
discriminación del blanco. En el entorno urbano crece el resentimiento del
negado y el oprimido. En la Quebrada la población blanca, aunque tiene gran
poder económico, es minoritaria, y el nativo goza de mayor libertad.
En
otro de los poemas, “Ofertorio”, el sujeto poético le hace una importante ofrenda
a su patria. El Churqui escribe este poema después de la guerra entre Argentina
e Inglaterra, cuando ambas naciones disputaron la posesión de las Islas
Malvinas. Dice a su patria que le trae de Jujuy el canto de América “sobre una
suave urdimbre de vicuñas” y que ese canto es a un tiempo regional y americano.
Le ofrece los productos más valiosos de su tierra: el acero de Zapla, el azúcar
de Ledesma, el oro de Rinconada. También la cultura de su pueblo indígena y la
fuerza de su espíritu bélico. Le pregunta si quiere que despierte de sus tumbas
a sus guerreros muertos, para que la defiendan. Dice:
¡Patria,
dime si quieres que convoque
a
las tribus que duermen en las tumbas!
¡Traeremos
el sol de Purmamarca
en
la punta emplumada de las chuzas!
Bajaremos
del Zenta a la Quebrada,
desde
el Chañi a la ubérrima llanura;
cruzaremos
los ríos y las selvas
para
lavar el beso de los Judas. (67-8)
Estos
guerreros resucitados se beberán la sangre del enemigo y vengarán a los suyos,
para después volver a su destino de muertos. Dice:
Y
aquí donde el Atlántico golpea
con
su espalda de azul musculatura
la
latitud austral del continente,
beberemos
de Albión la sangre rubia
y
después, lentamente, cielo arriba,
volveremos
al sueño de las tumbas. (68)
Para el indígena, sus antepasados son sus protectores,
sus dioses tutelares; en “Ofertorio” el poeta ofrece la protección de sus
mayores a todos los ciudadanos de la patria.
El
poemario se cierra con esta sección. Héctor José Méndez se ocupó de recopilar
póstumamente parte de su obra inédita, que, nos dice, había quedado en manos de
“amigos, turistas y quienquiera” se le hubiera acercado alguna vez al poeta (13).
De esta manera logró reunir una cantidad de poemas que publicó en dos libros: Este regreso mío, 1996 y Cuando volví, 1999. En el año 2007, la
editorial Cuadernos del Duende recopiló en un volumen sus Obras completas. Allí están todas las composiciones que Méndez había
logrado encontrar hasta ese momento, aunque él pensaba que había más (13).[6]
En
los dos poemarios publicados póstumamente Méndez no agrupó los poemas con
criterio temático, como lo había hecho el Churqui en su primer libro. En Cuando volví incluye diez “Poemas sin
nombre”, a los que numera del 1 al 10; no indica si fueron así llamados por el
poeta o si fue el editor quien les dio ese título. La mayoría de los poemas
recobrados mantienen los temas de su primer libro: la tierra, la gente, el poeta,
el amor, la patria. Junto a estos encontramos algunos poemas que introducen
motivos nuevos. “Primavera”, “Jujuy desde la tarde” y “Jujuy a las cuatro”, son
composiciones en que nos comunica sus impresiones sobre la vida urbana; “Amsterdam”,
“Gaviota de Galilea”, “Vuelo 737”, “Jerusalem a la puesta del sol” y “Poema
sobre el Atlántico”, hablan de los viajes que realizó fuera de su tierra. Escribe
varios poemas especialmente dedicados a personas conocidas o que tienen a una
persona como destinataria, como “Ana Luisa”, “Carta para un amigo”, “Poema sin
nombre No. 9”, “Poema sin nombre No. 10”, “Encuentro”, “Domingo de Tentación en
casa de Doña Rosa”, “Para Shira”, “Para Raymi y Héctor” y “Poema para Magi”.
En
varios de los poemas nos habla de su enfermedad. El Churqui es alcohólico, y su
adicción va acabando con su vida. Son composiciones patéticas que conmueven
profundamente al lector. En el poema “A mi sombra” el poeta le confiesa a su
sombra que se aproxima el final de su vida; está muriendo despacio y triste bajo
un “frío manso”, y siente que las campanas golpean sus sienes (76). Muere, nos
confiesa, sin tener cerca lo que él más necesita: su guitarra y sus seres
queridos. Desearía seguir viviendo y le pregunta a Dios por qué debe morir.
Dice:
Aquí,
sobre esta mesa descanso mi agonía.
¡Dios
mío! ¿Por qué tengo que morir en invierno?
¡Quiero
pisar los verdes taludes de noviembre!
¡Quiero
cortar las rosas que se abren en febrero! (76)
Le pregunta a su sombra si va a acompañarlo cuando
se vaya, o si se va a quedar a cuidar sus versos “que no tienen ni siquiera un
buen destinatario”. Su mente se va poblando de fantasmas, siente frío y se pregunta
si todo eso no es un sueño. Su deseo secreto es que en el otro mundo una mano
amiga lo espere para mostrarle un nuevo universo. Le pide a su sombra que no
tarde en seguirlo. Quiere reunirse con ella, volver a ser uno, y continuar con
la aventura en la que estaban juntos: la de transmutar “los témpanos de fuego”.
Termina el poema:
Si
un día, cualquier día, quieras venir conmigo,
yo
te estaré esperando. ¡No tardes, te lo ruego!
Otra
vez los dos juntos por un mundo infinito
iremos
transmutando los témpanos de fuego. (77)
El oximoron final resume la ambición sobrehumana del
poeta: transformar los témpanos de hielo en fuego, hacer del simple lenguaje
poesía.
Otro
poema también patético, doloroso, es “Plegaria”, donde habla con Dios y le
confiesa que su memoria se ha debilitado y su vida es un constante proceso de
pérdida. Dice:
Señor,
esta memoria
se
me está diluyendo
en
mis ojos labriegos
y
en mis sueños maestros…
Señor,
ya no me quedan
más
que manos vacías
y
un corazón marchito
donde
todo es invierno. (98)
Explica luego que “el horizonte” se le escapa, y
está rodeado de paredes que “vuelcan” en su sangre “sonrisas amarillas/ de
labios cenicientos”. Gradualmente se acerca la muerte.
La mentalidad indígena centra su ser
en la tierra. A esta le dirige el Churqui un conmovedor poema: “Madre nuestra”.
La tierra, que está allí “desde el comienzo”, dice, guarda en sus ojos el recuerdo del padre
Sol.
Yo
sé que tienes aún en tus pupilas
el
Sol del Inca dorando la ternura
con
que vieron partir hacia el paisaje
tus
últimos retoños por la última curva. (78)
La madre Tierra y el padre Sol han visto a sus hijos
indígenas crecer y partir. Y también saben que más tarde llegaron a esos
territorios otros hombres y que el mundo ha cambiado. Esos hombres que llegaron
transformaron “el humilde terrón en metalurgia/ y olvidaron los cielos en las
calles/ y sus plantas por toda la llanura” (78). Los blancos hollaron el
territorio y rompieron el pacto natural entre el hombre y la madre Tierra. Sin
embargo, ella se mantiene fiel a sus hijos, los sigue amando, los guarda en su
memoria. Pero el final se acerca y la madre Tierra sufre por eso:
Tu
sabes, Madre Nuestra, que la noche se acerca
porque
has sentido frío por toda la cintura,
porque
el viento que azota los mollares
hoy
tiene olor a cirios y un rumor de ultratumba.
Y estás de pie mirando hacia el comienzo,
y una lágrima fría se duerme en tus arrugas… (78)
Resultan muy originales y distintos en su
producción, entre estos poemas recobrados póstumamente, los que toman por tema
el mundo urbano. El poeta siente a la ciudad como un espacio mezquino y
amenazante, que empobrece y desnaturaliza al ser humano. Dice en “Jujuy desde
la tarde”:
Jujuy
se muere verde bajo un volcán de nubes
sobre
un muro de pájaros y tejados rojizos
y
en las esquinas grises las calles se destrozan
entre
frenos, arranques y sucesión de vidrios. (130)
Aparece de pronto un grupo de mujeres en la ciudad
desolada. Es el atardecer y al verlas siente gozo. Compara a esas “muchachas
azules”, que “ondulan sus cinturas”, con los trigales de su “pueblo chico”
cuando el viento de la tarde los acaricia.
El trabajo en la ciudad marca el ritmo de la vida, y
“los cansados talleres” despiden “racimos” de obreros. No son personas blancas
las que salen de ellos, sino indígenas como él, que tienen labios “de cobre” y
ojos “de acero”. Los edificios de la ciudad asfixian al hombre; la libertad está
más allá, lejos de sus calles, en el seno de la naturaleza. Dice:
Las
catedrales blancas han perdido sus cruces
detrás
de las antenas de estrechos edificios
y
el viento se enarbola más allá del silencio,
más
allá de la urdiembre que tejieron los ríos. (130)
En otro de sus poemas, “Primavera”, describe la
catedral de la ciudad de Jujuy. Muestra, con entusiasmo, su amor a la religión.
Está frente al templo, exaltado. Este poema resulta una excepción en su obra y
merece especial atención. En él el Churqui no utiliza su habitual estrofa
simbolista. Recurre al verso libre y crea imágenes expresionistas. Siente,
seguramente, que la estética vanguardista puede representar mejor la
experiencia en el espacio urbano contemporáneo que la poética simbolista. El poeta
indígena ve las poéticas históricas de las culturas dominantes con un criterio
práctico. No representan totalmente todo su sentir. Elige el estilo que juzga más
útil según las circunstancias. Su objetivo es ser fiel al mundo representado.
Su expresión es más libre en este poema que en sus poemas anteriores, pero no
descuida la forma. Su poética nunca es casual o improvisada, ni resultado del
impulso del momento.
Dice el Churqui en el poema, hablando a la ciudad:
Jujuy,
estás tan verde
que
el aire te enciende los altares,
los
ojos de la tarde son nubes de naranjos
con
palomas de cenizas y rosales de sangre. (104)
Luego describe la catedral con imágenes expresionistas.
Dice:
Se
hizo un oscuro cuadrado
con
ojivas de bronce, el alto campanario
y
una paloma blanca rompió los sacramentos
de
perfil, de costado,
desde
afuera hacia adentro…
¡Antigüedad
jesuita! Un Cristo de celajes
y
mirando la calle un ángel de cemento. (104)
Al final del poema la ciudad reencuentra su vínculo con
la madre tierra, protectora del amor y la fertilidad. La naturaleza consagra la
belleza y la alegría de tres niñas. Dice el poeta:
Jujuy
de mi provincia, tan lejos del océano,
tan
cerca de la tierra,
en
todas las sonrisas de tres niñas hermosas
tejía
mil guirnaldas la azul naturaleza. (105)
En sus libros póstumos encontramos varios poemas
asociados a sus viajes. Fiel a los intereses desarrollados a lo largo de su
obra, el Churqui expresa en estos poemas sentimientos religiosos y un gran amor
a su tierra y a la naturaleza.
Durante su viaje al Oriente lo asalta la nostalgia por
su tierra. En Israel compara el paisaje, montañoso y seco, al de su provincia.
En el poema “Jerusalén a la puesta del sol”, el poeta contempla el atardecer y
piensa en América; dice: “Como una suave letanía rosada/ muere el día en oscura
lontananza/ y en el regazo de la tierra mustia/ hay un perfil de estirpe
americana”(170). Al final del poema imagina que él y sus compañeros pueden regresar
“a la lejana patria” o quedarse a vivir en la estrella de Belén (171).
En el poema “Vuelo 737” el poeta habla desde su
avión, que parte de Jujuy hacia el Atlántico. Siente que viaja como
representante de su etnia, y el mundo andino lo acompaña; se interna en “la
altitud magnífica del cóndor” y va hacia “la luz que el Inti” prodiga a sus
hijos. El representa, en sus palabras, “la flecha que el arco Americano/ disparó
de Jujuy al mediodía.” (148).
En “Poema sobre el Atlántico” el Churqui va de
regreso a su región. Dice que, al llegar, desea hundirse “en las arrugas” de su
tierra, y agrega: “¡Quiero sentir arder sobres mis carnes/ el metálico sol de
Sudamérica!” (177). Cuando esto ocurra, podrá fundirse con el ser del paisaje,
logrará la comunión con el tiempo agrario. Termina el poema:
Entonces, turbio de greda cenagosa,
derretiré mi sangre en las cosechas
y en la nieve del cerro me haré cuarzo
o una caja en las ruedas de la fiesta. (177)
Encontramos diversos poemas en que medita sobre el
tiempo. Expresa un sentimiento continuo de pérdida. Exhibe una actitud
fatalista y nos comunica su sufrimiento personal. En el poema “La rueda” crea
un símbolo del paso del tiempo. Hay algo milagroso en nuestro estar en él. Su
rueda sostiene con sus rayos y su eje todas las presiones y el sol de universo.
Es una tarea ciclópea y poco a poco la herrumbre la va desgastando (95).
En el poema “Otoño” asocia la experiencia del tiempo
con la pérdida del amor. El poeta va en busca del Otoño. Imagina lo que le
va a decir. Siente que es su amigo y
desea preguntarle por su mundo familiar. Al encontrarse se van a saludar con un
“buen día”, porque son como “hermanos”. Quiere saber si recuerda a su madre y a
Mirta, una muchacha a la que el Otoño se llevó. El poeta recrea la escena: él “estibaba
la alfalfa” y la muchacha “leía como en sueños un poema de Nervo”, el
modernista esencial de los enamorados. Le dice:
Primero la observaste desde tu estambre de oro.
Después, con toda audacia, le arrebataste un beso.
Ella alzó la cabeza y entrecerró los ojos;
quizá en ese instante te contó su secreto. (102)
Ese secreto era el de su enfermedad, que púdicamente
le ocultaba a todos. Al final del poema, el Otoño regresa a Europa mientras en
la Quebrada de Humahuaca “la primavera sepultaba a sus muertos” (103).
El
Churqui vive el sentimiento de lo temporal con tanta fuerza como vive el
sentimiento amoroso. Los dos son temas centrales en su poesía. Cuando une ambos,
temporalidad y amor, el poeta alcanza momentos de enorme hondura lírica. Así en
el poema “Cuando volví”, en el que el sujeto lírico nos cuenta que regresó en
mayo a su tierra, tratando de saber qué había ocurrido con un amor adolescente.
Buscó a la muchacha en el paisaje degradado, “en la voz del otoño amarillento/
y en las viejas paredes destruidas”(130). Luego la buscó por los surcos, en los
frutos, entre las mujeres. Nadie sabía nada de ella. El poeta se dirigió luego a
la altura, guiado por un rayo de luz, y allí la encontró, en donde “las tumbas
de los muertos” aún respiraban “entre cruces desclavadas”. Y concluye:
Y
allí están…su nombre y su memoria
y
estoy yo y mi sombra envejecida.
¿Qué
plegaria podrían decir mis labios
si
yo vine a pedirle una sonrisa?
…
Mi
sombra se alargó como la tarde
y
el cielo no era azul sino ceniza. (140)
La
poesía del Churqui constituye un importante legado poético a la poesía
contemporánea. Nos encontramos frente a una situación nueva. Sintió que era su
deber como poeta indígena y pueblerino, perteneciente a una cultura marginada,
legitimarse a sí mismo, expresándose en libertad ante la poesía de su tiempo,
tomando distancia con las poéticas en boga, en momentos en que en las grandes
ciudades del litoral florecían las neovanguardias urbanas, con poetas como Juan
Gelman y Olga Orozco y, en el mundo literario del Noroeste, descollaban los
poetas vanguardistas Raúl Galán y Jorge Calvetti. El Churqui escogió su propio
camino. No cedió a la tentación de emigrar a la gran ciudad o a un centro
urbano destacado. El gran nivel de su poesía, su erudición poética, nos
demuestra que leyó con avidez la literatura hispanoamericana y llegó a conocer
bien los grandes modelos poéticos. Hizo suya la lección de los grandes maestros
modernistas, sus preferidos. No creyó en la inspiración del momento, ni en la
espontaneidad expresiva, que preconizaban los vanguardistas; buscó la elaboración
pausada del sentimiento, el trabajo artesanal de la forma, la búsqueda de la
palabra justa, que proponían los simbolistas. Se situó ante la poesía como
aquél que sabe que su cultura no ha sido invitada a su banquete como igual. No
lo sedujo el sencillismo regionalista ni la poesía popular folklórica; estudió
la poesía culta y, siguiendo la matriz modernista, escribió, desde su pueblo natal,
en desacuerdo con las modas e imposiciones urbanas y centralistas, una de las
obras poéticas más sentidas, preciosistas, difíciles y cultas de nuestra literatura.
Se sintió heredero de toda la poesía de
la lengua. Leyó el pasado poético con sentido crítico. Dio, a la poesía
contemporánea, lecciones de independencia y autonomía creativa. Testimonió los
dilemas de la sociedad indígena y su cultura ante la modernidad. Para mí es una
de las grandes voces líricas de la poesía hispanoamericana de la segunda mitad
del siglo XX.
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[1] Cuando
los poetas de La Carpa comenzaron a publicar en Tucumán, en 1944, el Modernismo
era aún un movimiento valorado dentro de los medios literarios del Noroeste. En
1945 la gran poetisa modernista chilena Gabriela Mistral recibió el Premio
Nobel de literatura. La actividad de los
poetas de La Carpa ayudó a cambiar el gusto poético y difundir y establecer los
ideales vanguardistas entre los jóvenes del Noroeste. La revista Tarja de Jujuy, publicada a partir de
1955, continuó sus ideas y difundió las poéticas de vanguardia en todo el
territorio de la provincia.
[2] La cultura moderna
occidental, a diferencia de la indígena, imagina que el tiempo es una línea ascendente
que progresa hacia el futuro. Dentro de este tiempo el hombre puede acumular
saber y riqueza, de manera infinita. Compite con dios, al que considera como
él, humano, frágil, débil y sufriente, y le rinde pobre tributo.
[3] El
pintor Medardo Pantoja (1906-1976), oriundo de Tilcara, se formó en Rosario con
los grandes maestros del arte social Berni y Spilimbergo, y regresó luego a
Jujuy para crear y vivir con su gente, tomando como motivos sus paisajes y su
vida social, traduciéndolos a un lenguaje realista y expresionista a la vez.
(Fantoni 5-27).
[4] Otra
gran poeta, Gabriela Mistral, tampoco aceptó las ideas de las vanguardias. Una
de las autoras más importantes de nuestra lengua, Mistral no renunció a la
poética figurativa ni a los ideales panamericanistas del Modernismo (Blume
101-17). La estética simbolista le permitía expresar lo que ella deseaba. No
aceptó someter su gusto e interés personal al criterio de otros movimientos
poéticos que buscaban imponer un discurso hegemónico, independientemente de las
necesidades expresivas de su sociedad. Mistral murió en 1957. Pocos años antes,
en 1954, publicó su último libro de poemas, Lagar.
Es una obra simbolista.
Mistral
se mantuvo fiel a las ideas de forma y de métrica que había aprendido de su
maestro Rubén Darío. No incorporó en su poesía las ideas poéticas de las nuevas
tendencias europeas que habían irrumpido en la escena cultural a partir de los
años veinte, como sí lo hizo el poeta peruano César Vallejo, quién publicó en
1918 su libro simbolista Los heraldo
negros, y pocos años después, en 1922, su obra expresionista Trilce, iniciando un radical movimiento
de vanguardia en Latinoamérica. Las tendencias vanguardistas sostenían la
necesidad de innovar y renovar la poesía. Si bien no eran movimentos iniciados
originalmente en América, sino estéticas traídas desde Europa, los movimientos
locales los abrazaron como propios. Los sedujo sobre todo la idea de
experimentación constante que les proponían. Era una forma de libertad
artística que no habían conocido antes.
[5] Gabriela
se había hecho a sí misma en las condiciones más penosas y no temió desafiar al
medio literario. Como Darío, conocía muy bien la historia de la poesía.
Valoraba el género y no quiso liquidar su legado, remplazando la métrica culta
por el verso libre, improvisado. Se destacó desde muy joven como educadora, si
bien no tuvo formación universitaria, y fue invitada a México por el Ministro
Vasconcelos para trabajar en la renovación del sistema escolar, luego de la
gran revolución que conmovió al país. Participó en la Liga de Naciones, fue
periodista, defendió la revolución sandinista, fue diplomática durante veinte
años y, si bien no aceptaba hablar de su vida privada, vivía en pareja con
mujeres, desafiando la moral de sus contemporáneos.
[6] Resta por hacerse una edición crítica, que investigue
y especifique si los poemas que integran la obra del Churqui fueron publicados
en revistas o diarios previamente a la publicación en los libros; que rastree
posibles variantes, e indique datos relevantes de aquellos poemas que estaban
en posesión de personas o dirigidos a ellos.
Publicación:
Alberto Julián Pérez, “La poesía indígena del Churqui Choque Vilca”. Revista Destiempos No. 58 (Febrero-Marzo 2018): 122 -149.