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viernes, 25 de noviembre de 2016

Muchacha cama adentro



                                    Alberto Julián Pérez ©


El domingo, pasado el mediodía, después de almorzar
un buen bife argentino, asado a punto, y regado
con un vaso de vino ordinario, en un bodegón de La Boca,
mi barrio, no recomendado para los espíritus finos,
me tomé el 130 rumbo a un sitio poco frecuentado
por mis vecinos: el elegante distrito de Recoleta, cuna de nuestra
arrogante clase adinerada, para visitar el Museo de Bellas Artes.

Hacia allí me llevó la curiosidad, bichito que me picó
por culpa de la crítica de arte Laura Malosetti, a quien
no conozco en persona, pero a la que ya debo
este poema, y no sería injusto dedicárselo.

En un artículo en que habla sobre el cuadro
« Le lever de la bonne », « El despertar de la criada »,
de Eduardo Sívori, pintor argentino nacido en 1847
y muerto en 1918, dice, para intrigar al lector, que
fue pintado para su exhibición en el Salón de París de 1887,
y que la fotografía que se tomó del mismo en aquel entonces,
demuestra que la obra que hoy conocemos,
expuesta en el Museo de Bellas Artes, como parte
de su colección permanente, « presenta algunas diferencias »,
y no es exactamente la misma, que se exhibió en París en 1887.

Motivado por la nota, quería ver la pintura con mis propios ojos
y tratar de entender qué se escondía detrás de todo esto.
Yo ya admiraba un importantísimo cuadro de Sívori,
que había visto en el Museo de Quinquela, en La Boca :  
« La mort d´un paysan », o « La muerte de un campesino »,
de 1888, que Don Benito compró para su museo en 1938,
y rebautizó « La muerte del marino », integrándolo así
a la problemática del paisaje boquense. Esa pintura trágica
nos  presenta a un hombre pobrísimo en su lecho de muerte,
ante el dolor y el desconsuelo de su mujer y sus hijas
que lloran, desesperadas e impotentes. La dura escena
golpea al espectador.  Al mirarla me sentí doblegado,
con el corazón grave, cargado de piedad. Tanto nos intimida
hoy el final como en aquel pasado. Nuestra alma busca,
sedienta, la inmortalidad.

Llevé para releer en el 130 la novela de Emile Zola,
L´ Assommoir, La taberna, de 1877. Esta obra célebre
del gran francés, creador del movimiento Naturalista,
fue la primera en denunciar con crudeza las terribles condiciones
de vida de los trabajadores bajo el gobierno reaccionario
de Napoleón Tercero. Zola afirmó que había querido escribir
« une oeuvre de vérité…qui ne mente pas et qui ait
l´ odeur du peuple». Lo dijo para defenderse de la crítica
de sus enemigos, que ayer como hoy abundan dondequiera,
para atacar a los grandes artistas de su tiempo.
Zola retrató la vida de los obreros y de las mujeres pobres
como nadie. Sívori, que lo admiraba, vivía en esos años
en París, decidido a ser un pintor de peso, y regresar
victorioso a su país un día, como efectivamente sucedió.

Bajé del colectivo frente al edificio de la Facultad de Derecho,
nuestro arrogante Partenón. Al otro lado de la Avenida
estaba Plaza Francia, el corazón de Recoleta, la privilegiada zona,
hogar de nuestra oligarquía, tantas veces enfrentada a su pueblo.
Allí vive la otra parte del país, en esta, nuestra Argentina de hoy,
dividida e irredenta. No me gusta ir a territorio enemigo,
pero es que esta gente, que se cree dueña de todo, se ha apropiado
de nuestro arte, no ha entendido que los artistas pertenecen
a su pueblo, aunque ellos no lo quieran. Yo estaba allí, entonces,
para reclamar, como poeta, en nombre de los creadores fervorosos
de la plebe, nuestro derecho a ser, a expresarnos, nuestra libertad,
que tantas veces nos negaron estos esbirros del infierno.

Caminé hacia el edificio del Museo de Bellas Artes y atravesé
su pórtico de rojas columnas. Ansioso como estaba por descubrir
la verdad, fui directamente a la sala de los pintores argentinos
del siglo XIX, y allí me detuve frente al soberbio cuadro.
Su título, « El despertar de la criada », no develaba
el enigma central de la obra. Una sensualidad natural,
un erotismo que sacudía las fibras íntimas del espectador
emanaba del cuerpo de la mujer. Había algo que el forzado título
encubría. ¿Habría sido una solución de compromiso que tuvo
que adoptar nuestro pintor, falseando la autenticidad de su arte,
para defenderse de los prejuicios y amenazas de ciertos grupos?
Las críticas destructivas y sus ataques tienen que haber resultado
una presión insostenible para Sívori. Mucho dependen,
por desgracia, los artistas plásticos de sus patrones…

Sívori, el artista, amaba, como Zola, perderse en los bajos fondos
para observar la vida cautiva y miserable de los más pobres.
Vio desfilar ante él a las obreras, las sirvientas, las prostitutas,
las madres solteras…seres marginales, sufrientes, castigados…
Una de esas mujeres, creo, aceptó posar como su modelo.
Había reconocido en ella el espíritu que necesita el artista
para llegar al alma dolida y buena, tierna y necesitada
de su personaje…La desnudó por fuera y por dentro
y esa mujer fue toda las mujeres, y su imagen fue símbolo
de los crímenes de una sociedad contra sus hijas indefensas…

Su cuadro recibió en Francia críticas negativas… No podía ser
de otra manera. La oligarquía francesa no es mejor que la nuestra.
Hermanos en la explotación y el desprecio a su gente.
La pintura de Sívori muestra a una joven mujer, sin ropas, en su cuarto.
Está sentada sobre su cama deshecha…Sus formas son abundantes,
sus pechos grandes y generosos. Sus pies están deformados, son feos.
Mira hacia abajo, con tristeza. Tenemos la sensación de que algo
la avergüenza. Va a vestirse. Junto a la cama observamos una mesa
de luz, con una vela. Medio rostro queda oculto en la penumbra.

Malosetti argumenta en su documentado artículo, que en la foto
de la obra tomada en París durante la exhibición de 1887
no aparecía en la mesa de noche el candelabro que vemos hoy.
En su lugar había una jarra grande y una palangana…
En la parte derecha del cuadro, sobre la pared, en un área
ahora oscurecida e invisible, había Sívori pintado un estante
que contenía « potes y artículos de tocador ». Es evidente
que la obra original no era el retrato de una sirvienta,
como declara, engañosamente, su título contemporáneo,
sino el de una prostituta, o, quizá, como es común en Buenos Aires,
el de una sirvienta prostituída, para entreteniento del gorilaje cipayo.
Los que visitaron la exposición, escandalizados por el tema,
que unía la sexualidad con la explotación y la pobreza,
lo criticaron: la hipócrita burguesía francesa
se sintió descubierta en sus oscuras prácticas « higiénicas ».
Censurado el tema, Sívori comprendió que recibiría la misma
crítica en Buenos Aires. Se vio ante un difícil dilema.
Enfrentarse a los arrogantes y poderosos patrones del arte
y defender su libertad de autor, o ceder antes las presiones…
Terminó sacrificando, lamentablemente, su independencia
de artista y lo transformó en un cuadro pío: el de una triste
sirvienta que despierta en su lecho, temprano por la mañana...
Han quedado, felizmente para nosotros, evidencias
de la intención original del pintor registradas en la escena.

Habría de reinvindicarse de esa situación humillante
con el cuadro que presentó en el Salón de París
al año siguiente, « La mort d´ un paysan », « La muerte
del marino », que hoy albergamos felizmente en La Boca,
la casa del pueblo trabajador, gracias a la generosidad
y altruismo de ese gran pionero del arte social
que fue Don Benito Quinquela Martín, quien lo compró
con su propio dinero para su museo. En esa obra pudo expresar
Eduardo Sívori su sincero amor por los pobres y marginados,
y denunciar ante la sociedad la desprotección de los humildes…

La escena central de «El amanecer de la sirvienta»
tiene lugar en el triste momento de la noche en que las muchachas
pobres ejercen el oficio, y venden a los hombres pudientes
la flor deseada de su sexo. Tal como sucede hoy en los appart hotel
de Recoleta, barrio selecto, donde los traficantes de putas ofrecen
su mercancía más fina. La actitud depresiva del personaje
denunciaba la humillación y el mal trato del que son víctimas
las muchachas prostituídas. A la oligarquía le gustaba ocultar
la « ropa sucia ». Expertos son en el oficio indigno de maquillar,
con mala fe, sus atropellos y justificarlos como parte
de sus « sanas costumbres », encubriendo sus delitos
tras los relatos engañosos de sus crónicas sociales.

Conmovido quedé por el cuadro de Sívori, nuestro primer
gran pintor naturalista, que no realista, como afirma mucha crítica
tibia y reaccionaria. Siguiendo a su maestro Zola, buscaba
decirnos algo sobre la desprotección de las mujeres.
Aún en su versión de hoy, modificada y corregida, víctima
de la censura de los sabuesos del sistema, sentimos la fuerza
de su mirada cristiana y compasiva. Sívori fue un artista
comprometido con su tiempo, al que la oligarquía del Ochenta
le torció la mano para justificar su liberalismo adocenado. Admiraban
a las élites francesas y aprobaban su visión racista
de la « civilización », tan en boga entre nosotros. En el salón de París
de 1887 los burgueses reaccionarios eran mayoría.

Sívori regresó de Francia y su cuadro causó asombro y generó
polémica en Buenos Aires. Allí está hoy su testimonio en el corazón
de Recoleta. El pintor, resignado, había modificado la temática
de su obra. A pesar de las alteraciones, el retrato de la joven mujer
había mantenido la fuerza expresiva de su estilo renovador.
Cuando el arte es auténtico, su espíritu vive; un aura inmaterial
lo envuelve; nace de él una conciencia nueva (¡cómo duele
la realidad « natural », triste y desoladora, de la selva darwiniana!).

La  sociedad carnívora sigue acosando a los mismos sujetos:
los más frágiles, los más tiernos, los más débiles y sensibles.
Los artistas, intimidados, disfrazan sus sentimientos
para no ser perseguidos por los perros del estado policial.
Ellos no dejan hablar. Silencian. Espían, censuran y reprimen.
El pensamiento no se expresa libremente en un país
donde castigan y mienten al pueblo. Pobreza cero.

Saqué una foto del cuadro con mi teléfono y me fui del museo.
Llevaba conmigo el testimonio de una sociedad tramposa
e infame. Había que reescribir la historia. Los políticos
de la Generación del Ochenta se jactaban de ser miembros
de una élite progresista y liberal: mentira, fue una generación
cipaya, oportunista, vendida, corrupta, tramposa, ladrona. 
Sívori era mejor que muchos de sus contemporáneos:
no se dejó comprar por el canto del cisne simbolista.
Prefirió aprender de Zola, descubrir el París marginal
de los humildes, codearse con sus hermanos anarquistas.
Por eso lo censuraron.

La tarde estaba hermosa. Crucé a Plaza Francia. Ascendí
la barranca hasta llegar a la entrada del Cementerio, donde
descansan grandes héroes nacionales, como el Almirante Brown,
nuestro irlandés de hierro,  y Facundo Quiroga (enterrado de pie,
listo a desenvainar la espada para defender a su país), junto
a muchos reaccionarios vendepatria (Sarmiento incluído)
y a figuras políticas luminosas, como la inmortal Evita.
También está allí su detractor, el General Aramburu,
que secuestró y mancilló su figura querida y pagó
con su vida la afrenta hecha al pueblo peronista
(¿podemos, mágicamente, robar un cuerpo para hacer
desaparecer su espíritu?¡Ah, la ingenua maldad de los gorilas!).

Seguí mi camino. Atravesé la plaza y arribé a La Biela,
uno de los cafés históricos más lindos de Buenos Aires.
Me tenté y entré a tomar algo. En el amplio salón
vi, sentadas, junto a una mesa, las esculturas de Bioy Casares
y Borges, antiguos clientes. ¿Qué hacían allí? Es cierto
que Bioy era hijo de una familia de oligarcas, y vivió en el barrio,
siempre de rentas, sin trabajar. Así disfrutan de sus privilegios
los descendientes de nuestra oligarquía vacuna,
que desheredó a los herederos nativos de su tierra,
¡pero Borges, el escritor más destacado
de nuestra literatura nacional, allí, en Recoleta,
en medio del chetaje conservador de viejos Generales retirados
y gerentes de empresas quebradas por sus dueños!
Me pareció injusto…Me dije que el gran viejo ciego no les pertenecía…
No quiso ser enterrado en su cementerio, se fue a morir a Suiza,
el país que lo acogió con amor en su adolescencia.
Sin embargo…es cierto que aceptó dádivas de Aramburu,
el tirano golpista que enlutó nuestra Patria, proscribió
de las urnas a los trabajadores y pisoteó la Constitución a gusto.
Hizo nombrar a Borges Director de la Biblioteca Nacional
y profesor de Literatura Inglesa en la UBA, títulos que merecía, pero… 
¿aceptarlos de manos de un represor y genocida, asesino
de los obreros de José León Suárez, sin decir una palabra?
Viejo reaccionario… quizá esté bien en La Biela. El pueblo,
sin embargo, es el verdadero dueño y heredero de sus lúcidas
historias y de sus versos. Ya ni al mismo Borges le pertenecen.
Los artistas se deben a su gente. La literatura y el mito
viven en el pueblo. El arte, como el agua, se decanta hacia abajo.

Frente a mí, sentado en una mesa, reconocí a Juan José Sebrelli,
ya muy viejito. Iba siempre a ese café, me habían dicho. El talentoso
autor de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, antiguo sartreano,
es hoy escritor pesimista y claudicante, al servicio de aquellos
que saben cómo premiar a sus sirvientes letrados
(no debe el escritor dejar que le pongan precio a su pluma;
que nos guíe el amor a nuestro destino, y no la vanidad del aplauso).

Y ahí estaba yo, testigo de las dos Argentinas enfrentadas,
que luchan por apropiarse de la común memoria.
Está bien, me dije, que Recoleta albergue en su seno,
barrio de falsarios, avergonzados de nuestra identidad,
la pintura adulterada de la pobre prostituta explotada,
transformada en sirvienta de ellos, siempre de ellos.
Muestran así el desprecio por el trabajo humano,
la arrogancia de su cuna reaccionaria.
Y que La Boca, el antiguo amparo de inmigrantes, el señero
abrigo de conventillos de chapa, guarde y honre, en la casa
de su hijo más dilecto, la pintura del trabajador, campesino o
marino, abandonado en su lecho de muerte…

La herencia espiritual de la cultura estaba en juego, y yo había ido
a proteger lo que era mío. Que no enloden la memoria de dolor 
y verdad de la gente que valoraba y defendía eso que somos.
Que no alteren y deformen nuestra historia con sus mentiras.

El arte, como la religión, llega, con su canto de cisne,
por igual, a explotadores y explotados. Cajita de resonancia
de todas las promesas, es elevado altar de sueños patrios.
En un mundo sin profetas ni redentores debe cada uno
velar por los que ama: que se levante el pueblo y dé su vivo
testimonio contra la apostasía y el cinismo de los poderosos.

Salí de La Biela y fui a la Avenida a tomar otra vez el 130.
Quería defenderme de tanta decadencia. La seda
olía mal en Recoleta. Volví a La Boca, mi barrio pobre, donde
los compañeros respiran a sus anchas. No sólo de pan
vive el hombre. La nación es fuerte en su Bombonera.
Aquí me regalo con la generosidad de los míos, y puedo escuchar
los tangos de Filiberto, reconocerme en los murales de Quinquela,
y unir mi voz a las de los poetas amigos en FM Riachuelo.

Me despido entonces de Laura Malosetti, que nos ayudó con sus
sospechas a despejar este misterio. Eduardo Sívori retrató la miseria,
que había descripto Emile Zolá. No le fue suficiente la realidad del Realismo:
fue más allá, buscó en la experiencia humana una verdad profunda.
Nos mostró el alma del pobre con su dolor, por dentro.
Se vio reflejado en la desventura del otro, como en un espejo.
El fue, en su corazón de pintor y poeta, la prostituta despreciada;
él, la sirvienta. Eduardo Sívori, el Naturalista, es artista nuestro.

Pobre muchacha cama adentro, trabajadora humillada…
Esclavizada a tu lecho, carne fuiste de suburbio, mancillada.
Zola, en sus novelas, se acercó a vos con compasión de hermano.
Sívori, enamorado de tu cuerpo, te acarició con su pincel.
En mi poema, te imagino, diosa de hospital, hermana de Baudelaire.
Ahora, en Buenos Aires, eres nuestra, guardamos
tu exquisita carne en el artístico retrato y con vos comulgamos
en la misa de los desamparados. Le lever de la prostituée. Le lever
de la bonne. Paris y nosotros. Anarquismo y socialismo.
Revolución y libertad. Quedaste como prenda
de nuestros comunes destinos. Mi mirada descubre
y decora con pasión tu humildad. Que este poema
te devuelva a tu verdadera historia y te haga justicia.

Publicado en Revista Sudestada 22. 11. 2016. Web. 

jueves, 17 de noviembre de 2016

Sábado a la noche, cumbia


                                                            Alberto Julián Pérez ©

El sábado a la noche, ya muy tarde,
a la hora en que salen en Buenos Aires
los espíritus inquietos,
fuimos con mi amigo Pancho al bailable de Constitución
Radio Studio, el Gran Gigante,
uno de los clubes de música tropical más afamados
de la ciudad. Allí se pueden escuchar
a las grandes estrellas de la cumbia,
a los reyes de la música grupera,
y hasta deleitarse con las selecciones afrodisíacas
del DJ y gran gurú Machu-K, considerado el mejor,
por la muchedumbre que llena la enorme bailanta
los fines de semana. Pancho me había avisado
que esa noche cantaba la Princesita Karina,
una de mis artistas favoritas, por la dulzura de su voz
y su carisma, y no podía perdérmela.

Subimos a un colectivo en Caminito.
Atrás quedaron las flores del Riachuelo.
Atravesamos la Avenida Brown en La Boca;
nos internamos en San Telmo y, al llegar a Brasil
y Bernardo de Irigoyen, descendimos.
Era la entrada simbólica a Constitución, el barrio
así llamado en homenaje a nuestra Carta Magna.
Invocamos a la musa de Rodrigo,
solicitando su autorización nochera,
y nos pusimos a tararear “Amor de alquiler”, 
una de sus canciones más bellas:
“Amor de alquiler/ que no me reprochas que tarde he llegado,/
amor de alquiler,/ tu nombre en mi piel lo llevo tatuado;/ 
amor de alquiler,/ no importa saber con quien has estado,/ 
amor de alquiler,/ quisiera poder morirme a tu lado!”|

Cruzamos la Avenida por abajo de la opresiva
autopista elevada, sucia y gris arcada que afea
y denigra la antigua y libre traza urbana,
cicatriz de cemento que nos hace sentir
la decadencia del sur abandonado.
Fue obra de destrucción de la piqueta
del Intendente militar de facto Osvaldo Cacciatore,
de siniestro legado, durante los años setenta.

(El Brigadier tiene una importancia simbólica
en nuestra crónica: delirante Militar del Proceso,
enlutó a los argentinos con sus crímenes.
Su acción militar más recordada
fue la masacre de Plaza de Mayo, en 1955,
cuando bombardeó  primero y luego ametralló
con su avión la Plaza y la Casa de Gobierno,
asesinando a 400 civiles indefensos.
En premio, la Junta Militar del Proceso
lo designó, 21 años después, Intendente en ejercicio
de Buenos Aires. La Autopista de Cacciatore
hoy conecta a Constitución
con el Campo de exterminio del Olimpo,
donde sus Comandantes amigos
continuaron su obra. Al final del Proceso
habían asesinado a 30.000 argentinos.
Después de pasar por el Olimpo la autopista se pierde en el vacío,
en un gesto nihilista y suicida de odio y de impotencia.
Profundizó la grieta y cicatriz abierta, dolorosa,
que separa a las dos Argentinas:
la Argentina de la oligarquía y sus aliados cómplices,
nacionales e internacionales,
de la Argentina del pueblo de Perón y Evita,
trabajador y obrero.)

Se extendía frente a nosotros la enorme Plaza de Constitución,
la antigua Playa de las Carretas,
a cuyo mercado antaño llegaban los frutos
de la agreste y romántica pampa, junto a los acentos y cantos
de sus gauchos y troperos. Pasamos frente a la Estación de Trenes,
ampliada casa de la vieja Estación del Sud,
exquisita joya de la arquitectura pública de estilo francés,
diseñada, paradójicamente, por un arquitecto inglés
y otro norteamericano (entre ellos se entienden),
a fines del siglo XIX.

Nos internamos, dichosos, sintiendo ya la pasión
del malevaje, por las calles vecinas, con sus coloridos
negocios de ropa barata, sus piringundines al 2 x 1
y sus torvas pizerías, frecuentadas por la gente menuda,
que busca algo lindo y barato que ponerse, y por las putas
y travestis que, mientras se prueban la ropa de moda,
o comen una porción con doble muzarela,
ofrecen sus servicios.

Dejamos atrás esas calles, no eran nuestro objetivo
nochero. Nos dispusimos a entrar de una vez por todas
en un terreno más espiritual y firme: el de la caliente
ternura y el perfume animal de la noche del sábado.
Nos dirigimos al baile. Pronto sentiríamos la esencia
de las lindas chirusas bañadas en colonia y el aura
de los varones que exhalaban su fragancia de hormonas.

Llegamos a la magia de Radio Studio, el gran salón
de música tropical, en la esquina de Salta y O´Brien,
que nos recibió con su fachada de luces fluorescentes,
que reproducen, en múltiples y llamativos colores,
las líneas estilizadas del Partenón griego. Entramos
al local, repleto, a esa hora, de bellas chicas engalanadas,
que exhibían sus pechos jóvenes y generosos
por los amplios escotes de sus vestidos de tela satinada
y brillante. Subidas a sus altísimos tacones
como para espiar por la ventana del mundo,
felices, rientes, pícaras, miraban, curiosas, de reojo,
a los muchachos vecinos, y, cuando se descuidaban,
bajaban la vista, inadvertidas, para auscultar
el bulto de sus entrepiernas. Estos, listos para lo que sea,
estaban dispuestos siempre a abrirles bien el bolsillo
y comprarles muchas cervezas rubias
a cambio de un simple beso.

Era la primera vez que yo venía a esta popular bailanta,
con la intención confesa de escribir un poema o pintar
un fresco. No podía ser que me perdiera la noche
de esta encendida barriada por estar entrometiéndome,
indebidamente, en mis traviesas incursiones nocturnas,
en las discotecas de los acomplejados snobs del mediopelo
porteño, que celebran a sus artistas de rock neobarroso,
imitadores envidiosos y serviles del talento extranjero,
y tienen a menos el arte de su pueblo.

Los pobres de las bailantas de Constitución son buenos
de corazón, hijos de esa tutora severa, la miseria,
compañera egoísta, tantas veces madrastra de los poetas.

Para mi amigo Pancho, paraguayo, de Caacupé, la patria
de la virgen, yo era un blanquito curioso, aficionado,
que metía la nariz en todos lados, pero me perdonaba
porque le gustaba mi poesía melodramática y sabía
que de esta visita saldría un poema popular y cumbiero,
del que estaría orgullosa toda La Boca, nuestro barrio.
Llevaría las luces de Constitución a la Ribera,
y le devolvería al pueblo lo que es del pueblo, dándoles
por el culo a los ricos y a la ridícula oligarquía de opereta
que nos gobierna. Me hizo prometer por el Gauchito Gil,
nuestro santo, que lo incluiría en el poema. Por supuesto
que lo haré, y aquí cumplo. Pancho es un buen amigo
y me está enseñando a hablar en Guaraní, un antiguo deseo
mío, que nací en Rosario, en el pecho del gran Río,
por el que desciende, con el rumor de sus aguas,
la melopea autóctona de esa lengua sincopada.
Ya había aprendido que Dios se dice « Tupá »,
sol « Kuaray », amor « ayhn », y yo soy « Ché ha´e ».
Estaba memorizando además la preciosa canción
« Paloma blanca » (ya sabía la primera estrofa)
del gran compositor paraguayo Neneco Norton, que dice :
« Amanóta de quebranto/ guayrami jaula pe guáicha/
porque ndarakói consuelo/ mi linda paloma blanca”.

Vimos un lugarcito libre a un lado de la barra,
lugar preferido de los tímidos, cerca de donde hacían cola
las chicas buscando su cerveza o su fernet con coca,
y hacia allí fuimos. Pasamos la región de los acaramelados
galanes, que ofrecían en esos momentos a sus enamoradas
el corazón en llamas. La cumbia sonaba, heteredoxa
pero sincera. El DJ combinaba ritmos villeros con música
cuartetera, en un contrapunto movido, y en la pista bailaban
las parejas, sacudiendo el cansancio acumulado en la semana.
Me sentía más contento que gaucho en el gallinero del Colón,
viendo el Fausto de Gounod, o que pituco porteño
yendo a curiosear donde no le corresponde
(¡ah, la curiosidad, madre de todos los vicios !).
Así, aprendiendo, aprendiendo, los argentinos
llegamos lejos y somos un pueblo, aunque pobre, feliz.

El lugar se había llenado y estaban las humanidades
aliento con aliento, casi nos besábamos de tan cerca.
Al DJ Machu-K le siguió el Grupo Furia, de Berazategui,
y un conjunto de chicha andina, Markahuasi, llegado
directamente del Perú, para los jóvenes de todas las naciones
hermanas que danzaban codo con codo. Se había armado
bien el baile, como se dice. La Princesita Karina, sol nocturno,
diosa de caderas sensuales, iba a entrar más tarde,
como a las dos de la mañana, porque ninguna fiesta bailantera
amaina antes de las cuatro, y la música sigue en la pista
hasta las cinco. Después de esa hora empieza a llegar
la gente que amanece, los ebrios de crack y marihuana,
que se tienden en sus sillones para dormir su cumbia.
Radio Studio está siempre abierto, las 24 horas, para
los nostálgicos, los desesperados y los que se refugian
en la noche de Constitución con el diablo en el cuerpo.

Antes del show de la Princesita, y para que entráramos
en calor, presentaron un show de danza. Apareció
en el escenario una chica preciosa, en bikini. Tenía
unas tetas increíbles. Sonó la música envolvente y un spot
de luz cálida la enfocó.  Se trepó a un caño, colocado
en el centro de la escena, como una serpiente lúbrica.
Se pasaba la lengua por los labios, provocando
a los mirones excitados. Muchas parejitas que estaban
en la pista se acercaron a mirar. Las muchachitas se apretaban
a los chicos, a ver qué les tocaba a ellas. Los donjuanes
acariciaban a sus hembritas,  mientras se relamían de goce
con la diosa del caño, que había estudiado en una academia
del rubro y tenía un cuerpo de gimnasta profesional.
Sus formas contorneadas eran una versión perfecta de Venus,
acompañada de leopardos agazapados y todo, y seguida
a su partida por una fuga de palomas. Luego vino el número
de la jaula: se introdujo en ella una muchacha y la elevaron
sobre la escena. Al ritmo de una cumbia lenta, moviéndose
sensualmente,  se fue quitando las ropas hasta dejar su jugoso
cuerpo al desnudo. La siguió un strip-tease masculino :
un pato vica se fue desnudando ante el griterío poco recatado
de la asistencia femenina. Ya estaban todos mojaditos
con semejante espectáculo, calientes a más no poder,
y allí arrancó el perreo. El DJ puso cumbia dura y regattón
villero. Los muchachos, en la pista de baile, se les acomodaban
a las chicas entre las piernas y les daban hacia atrás y adelante,
con una furia sexual encadenada a la situación febril. Las chicas
se venían con los ojitos cerrados como si nada, todos de acuerdo
en pasarla lo mejor posible, en gozar, el sábado a la noche.
Necesitaban descargar la angustia acumulada en la semana.
Ese era un baile liberador, salvador. Entre tragos y mamadas,
chupaditas y deditos en la raja, sentían que les regresaba
el alma al cuerpo. Esa era vida, tiene derecho a divertirse
el pueblo, a cada uno lo suyo. Después, ya  preparada
y más calma la platea, llegó Karina, la Princesita, la rubia
diosa bailantera. Para entonces, ya todos se habían venido,
y abrazadito cada uno a lo que le corresponde, se dispusieron
a escuchar sus canciones románticas y corear felices los estribillos.

Trajo en su cuerpo y en su baile toda la felicidad que esperábamos.
Vestida de falda negra ajustada y camisa roja, contorneaba
sus caderas dulcemente mientras desgranaba sus canciones,
acompañada por la sabia música de su orquesta cumbiera.
Atacó, entre otros bellos temas, « Miénteme », « Te llevo conmigo »,
« Procuro olvidarte ». La multitud de fans explotó cuando empezó
a cantar « Corazón mentiroso » : « Mentiroso, corazón mentiroso,/
no tienes perdón, estás muy loco,/ mentiroso, corazón mentiroso,/
te vas a arrepentir cuando esté con otro. » Todos tarareábamos y
cantábamos y levantábamos los brazos, ¡manos arriba, manos arriba!,
para seguir el compás de la música, como en un gran himno telúrico
de sábado a la noche, en este club de Constitución, Radio Studio,
bien llamado el Gigante, muy cerca de la Estación de los Trenes
del Sur, de donde parten las almas perdidas que van del calor al frío.

Mi canción favorita, ya para el recuerdo, fue “Procuro olvidarte”,
del gran compositor Manuel Alejandro, en la versión dulce
y acompasada, de arrastre cumbiero, de Karina. Lo orgulloso
que estaría el Kun Agüero, su novio, el gran jugador de fútbol
del Manchester City, si pudiera verla esta noche, tan dueña de sí,
en el escenario, regalando gracia y talento. Pero no pudo venir,
tenía partido en la anciana Inglaterra, nuestra antigua abuela
imperial, tan lejos del mundo de la pobreza porteña. “Procuro
olvidarte,/ siguiendo la ruta de un pájaro herido”, cantaba Karina,
“procuro alejarme,/ de aquellos lugares donde nos quisimos/
me enredo en amores/ sin ganas ni fuerzas por ver si te olvido/
y llega la noche y de nuevo comprendo que te necesito.”

El desconsuelo del magno Alejandro nos envolvió
y nos dejamos acariciar por la suavidad de su lirismo,
transformado en lenta cumbia en este barrio
popular de Buenos Aires. Aquí, toda la Latinoamérica
que sufre y trabaja, canta. Mastica el rencor
y el resentimiento acumulado durante la semana
al ritmo liberador de la música nuestra: cumbia negra,
cumbia colombiana y argentina, cumbia proletaria,
cumbia del pueblo, y se limpia de la música falsa
y efervescente de la otra Argentina: el rock servil
de importación de las clases medias racistas y alcahuetas.

¡Qué rápido pasaba el tiempo! ¡Ojalá corriera así durante
la semana, cuando los pobres trabajamos por monedas,
para abonar las cuentas de los ricos con nuestra subestimada
sangre proletaria! Durante la semana el tiempo no pasa nunca.
El fin de semana parece que no viene, pero finalmente un día,
gracias a dios, llega el sábado a la noche, y se puede ir al baile
y ser libre por un rato. Guardamos luego la llamita de ese instante
de goce como un tesoro preciado, viviente, en el corazón.
Así nos divertimos los hijos de esta otra Argentina, despreciada
por los ricos: los excluidos, los negros de mierda, los grasas,
los cabecitas. Somos los bárbaros de Perón, los bárbaros de Rosas.
Así nos llaman esos civilizados que trabajan al servicio
del Pentágono y las multinacionales, esos que venden al país
por cuatro pesos, y se llenan la boca hablando en inglés
para sus amos. Libres somos nosotros de defender la patria,
ante esos cipayos que nos ponen precio, como a viles esclavos.

El show de Karina en el Gran Gigante de Constitución
ya terminaba. Se habían hecho las cuatro de la mañana,
y empezamos a despedirnos, abrazarnos y llevar nuestras
preciosas conquistas, botín de seductor, con visto bueno
y consentimiento de la hembra, hacia la salida.

Yo también bailé esa noche con una morochita de Villa
Fiorito que daba gusto, tanta bondad y formas generosas,
y hasta me tomé mis cervezas. Así que lo que escribo
está salpicado del gusto de los besos y de la alegría
de la cumbia villera. ¿Me escuchás lector amigo?
Te hablo desde yo no sé donde. El mensaje es la vida.
Confluyen en él las voces de conversaciones cercanas
y metáforas fraternas de versos consentidos.
Lo que entiendo y lo que no entiendo del mundo
que nos rodea. Un día hablaremos con dios y no sabemos
qué va a decirnos. Constitución Nacional es nuestra
carta de identidad, el barrio en que se unen los pobres
argentinos a los pobres de todas las naciones. Hasta aquí
han venido muchos de la mano de Nanderuguasú,
el gran padre, y hasta aquí abrazados llegaron
los hermanos andinos del Khunuqullu y el Anti.
Bienvenidos sean.

A la salida del baile nos esperaban, con sus manjares
listos, los vendedores de chipá y sopa paraguaya, anticucho
paceño y caldo fuerte de ají para quitarse la borrachera,
y allí estaba también el vendedor criollo de nuestros
choripanes, asaditos al carbón. Salían los jóvenes del baile
hartos de cerveza a comerse un chori, o pedían un anticucho
de corazón, o un chipá guasú para llenarse la panza,
y se iban después mansitos a mear en la calle
junto a los contenedores de basura.
Empezaron a llegar los muchachos que venían
de las bailantas cercanas,« Mbareté Bronco » y « Mburukujá »,
allí estábamos los argentinos pobres junto a los pobres
peruanos y paraguayos, y a los bolivianos pobres de Buenos Aires.
Nos acompañaba la preciada y sentida concurrencia
de chicas bailanteras, con sus coloridas faldas cortas
y gruesos tacones, dispuestas a ir a casa, solas o acompañadas.
Los trabajadores somos solidarios, siempre nos hacemos
un lugarcito para pasar la noche y amanecer
en brazos del amor. Es que vivir así vale la pena.

Ya cumplida mi misión de curioso, me despedí
de la fiesta. Mi morochita se fue con su hermana a su casa
en Villa Fiorito. A Pancho ya no lo vi, estaría ocupado
el muy seductor. Enfilé hacia la Ribera. De pronto vinieron
a mi mente los versos de la cumbia del Potro Rodrigo,
« Cabecita », mechados de magnífica compasión, y me puse
a cantar bajito, mientras pasaba bajo la autopista nefasta
del Brigadier Cacciatore, a esa hora tapizada de borrachos
y vagabundos: « Ella se fue de su pueblo/a buscar trabajo,
allá en la ciudad/ahora está lejos de casa,/dejó las muñecas,
/llora su mamá./ Y en esta jungla de cemento/que a ella
la trajo a buscar trabajo/esa muchacha por horas/
hoy es la gran cita/ de otro cabecita.”

Se me hicieron presentes muchos momentos espectaculares
del baile - las luces, el erotismo, el goce de la gente - y en mi
mente, mientras caminaba por Brasil hacia La Boca,
fui imaginando como sería este poema-ómnibus, qué diría
en él, a quién le rendiría homenaje. Somos una comunidad
viva, un sujeto plural. Este es el poema donde la Argentina
de barro enseña su vulnerada humanidad y la fuerza de su amor.
Del otro lado, tras un invisible y reconocido muro simbólico,
está la otra Argentina, la de los ricos grotescos, gorilas imitadores
de los rapaces explotadores asesinos que han saqueado al mundo.

Llegué a Parque Lezama, frontera sur de San Telmo, antigua
atalaya contra invasores y filibusteros, que preside, desde
su alta barranca, las tierras bajas de la República de La Boca,
donde habita mi gente, y observé con deleite el viboreo
descendente de la avenida Brown, que bordea la Casa
histórica del heroico irlandés, y las luces azules y amarillas
de la Cancha de Boca, que brillaban a lo lejos, siemprevivas.

Allí me quedé un rato, hasta que empezó a amanecer
y me sentí feliz. Agradecí a Dios el haber nacido poeta
artífice, heredero privilegiado del espíritu de la lengua,
y le pedí que me diera inspiración
para retratar con justicia el alma generosa de mi pueblo.

Quiero unir en mi crónica la poesía con la historia de mi gente
y sus luchas políticas, el canto cumbiero de los pobres de hoy
con el alma rimada que heredamos de los gauchos de la tierra.
Podemos así fundar la nueva Argentina, contra el racismo
de las clases medias, contra el elitismo de los privilegiados,
contra la explotación despiadada de los ricos, contra el materialismo
sin espíritu de nuestro tiempo. La Argentina fraterna de los gauchos
de corazón y de las masas libres, manumisas, del mañana.

Túva-ysyry, Taita-ysyry, padre río, padre de las aguas,
escucha nuestros sentidos ruegos desde el alma
del Riachuelo que canta, desde nuestro barrio obrero
que con su poesía resiste en el Estuario del Plata;
Jesús nuestro, hijo de Dios, con el corazón te llamamos,
pecadores; somos tus ichtus, tus peces, danos la paz,
y perdona nuestras deudas como nosotros
perdonamos a nuestros deudores.


Publicado en Revista Sudestada 17. 11. 2016 Web