de
Alberto Julián Pérez ©
Estábamos
pasando con mi novia
el día en La Florida.
el día en La Florida.
No me refiero a
alguna playa
de arena blanca en Miami
de arena blanca en Miami
sino al
balneario municipal
de arena oscura, en Rosario.
de arena oscura, en Rosario.
Mirábamos desfilar,
desde la orilla,
los camalotes viajeros
los camalotes viajeros
que descendían
desde Corrientes
con su carga de
serpientes y de monos.
Nuestro amor era
un amor sencillo
de pueblo o
ciudad sudamericana,
donde los pobres
se bañan
en el río de barro
en el río de barro
y los ricos
maquillan la realidad
con sueños prestados.
con sueños prestados.
Finalmente nos
ganó el hambre
y fuimos a un
bar de la playa
a tomar cerveza
y comer
sánguches de milanesa.
sánguches de milanesa.
El sol se iba
poniendo en el horizonte.
Atardeceres de
reflejos bermejos del Paraná.
Pareciera que el
cielo o dios estuviera herido
y sufriera, por
nosotros, que le hicimos daño.
Le dije a mi
novia que quizá
formábamos parte de una fantasmagoría.
Abrazados a nuestro amor tierno
formábamos parte de una fantasmagoría.
Abrazados a nuestro amor tierno
imaginamos que
nos íbamos por el río
a una selva de
jaguares o tigres americanos.
Podíamos, si
queríamos, viajar en el tiempo,
pensar que el
Paraná era el río de la vida
de cuya arcilla
había sido creado el primer hombre.
Escuchamos
gritos
y vimos que los
pocos bañistas que quedaban
corrían hacia un
punto en la playa.
Nos acercamos al
lugar. En el suelo, extendido
había un joven con
los brazos en cruz.
Un muchacho, a
horcajadas sobre él,
le presionaba el
pecho con ambas manos.
El ahogado no
reaccionaba.
Me aproximé:
vi que tenía
los ojos abiertos. Su mirada vidriada
parecía buscar algo en el cielo.
los ojos abiertos. Su mirada vidriada
parecía buscar algo en el cielo.
Comprendí que estaba
muerto
y que ya nada ni
nadie lo volvería a la vida.
Me pregunté que
imagen última
se habría
llevado de este mundo.
Y a quién habría
llamado
en los instantes finales,
en los instantes finales,
de brazadas desesperadas,
agónicas.
Nosotros
preocupados por el amor
y él ya entrado
en la muerte.
¿Cómo sería la muerte?
¿Cómo sería la muerte?
El muerto nos
traía esa pregunta
a nosotros, pasajeros del amor.
a nosotros, pasajeros del amor.
Mi novia, junto
a mí, lloraba.
Estábamos en
silencio, graves,
ante la tragedia inesperada.
ante la tragedia inesperada.
El ahogado quedó
tendido en la arena.
Nada podía hacerse.
La gente se fue alejando.
Oscurecía.
La muerte tan
cerca de la vida.
El final tan
próximo al comienzo.
Sentimos en
nosotros la brevedad del mundo.
Percibimos
nuestra mortalidad
y temblamos por
la vida futura.
Quiera dios
darnos vida, pensé,
y lo dije en voz
alta.
Mi amada se
abrazó a mí y, tristes,
emprendimos el
regreso a casa.
Atravesamos
lentamente la ciudad
en el colectivo del
amor.
Al llegar, su
madre preparaba la cena.
No dijimos nada.
Reunidos en familia
comimos empanadas
y bebimos vino.
En la TV un
joven cantor
entonó “Zamba de mi esperanza”:
entonó “Zamba de mi esperanza”:
“El tiempo que
va pasando/
como la vida no vuelve más”.
como la vida no vuelve más”.
Mi novia y yo nos
miramos
y nos tomamos de la mano.
y nos tomamos de la mano.
Estábamos
enamorados
de esa cosa que es la vida.
de esa cosa que es la vida.
Dentro mío rogué
que perdurara en su ser.
que perdurara en su ser.
Publicado en Revista Carnicería. Abril 6, 2016. Web.
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