Alberto Julián Pérez
Filloy publicó Aquende en 1935, un año después de aparecida su obra maestra vanguardista, Op Oloop. Es un libro inusual y de una gran calidad literaria. Martina Guevara señala en su estudio sobre el autor el carácter híbrido del texto (Guevara 141). Filloy se propuso crear en este libro una “geografía poética”, valiéndose del verso y de la prosa (Magnus 3854-4084). Incluyó en él un “Intermezzo”, el relato “Los entregadores”, una alegoría histórico-política revisionista de la historia argentina del siglo XIX y parte del XX.
El discurso narrativo de Filloy había evolucionado de un realismo crítico experimental en ¡Estafen!, 1932, a un logrado expresionismo en Op Oloop, 1934. Con él, la novela vanguardista irrumpió de manera definida en la escena literaria nacional.
Su narrativa, en la transición que va de su primera a su segunda novela, se volvió progresivamente formalista. El contenido quedó subordinado a la forma. El lenguaje pasó a ser protagonista. Filloy se concentró en la búsqueda experimental, procuró romper viejas expectativas y crear una estética original suya. El presente histórico y la realidad política no aparecieron en su narrativa sino de manera indirecta y sesgada.
El mundo de la década del treinta vivía una aguda crisis social. Los poetas César Vallejo,
Pablo Neruda y Raúl González Tuñón se plantearon cómo superar el formalismo de las vanguardias, en las que ellos mismos habían sido pioneros, y presentar a las nuevas generaciones un discurso crítico de la vida social y política de su tiempo. Se transformaron en adalides de las ideas del Realismo Socialista, que proponía una nueva poética social revolucionaria (Pérez 265-287).
El ejemplo de los poetas planteó un verdadero desafío a los narradores. ¿Cómo superar el aislamiento político y el solipsismo de las primeras vanguardias históricas? La situación personal de Filloy, que era miembro del Poder Judicial de su provincia, limitaba su libertad de expresión.
Abogado defensor primero, y, luego, fiscal, en la corte de Río Cuarto, Córdoba, intentó, desde una posición política crítica, encontrar la forma para indagar, desde su literatura, en la historia de su país. En Aquende, libro multigenérico, en que desafía la “pureza” de estilo, combina el discurso experimental vanguardista con el discurso historicista.
En su narración, “Los entregadores”, Filloy encuentra una forma original para discutir la
cuestión nacional. Recurre a la alegoría, para hacer una crítica a la vida política (Guevara 138-205). Desde una perspectiva revisionista, analiza los sucesos del pasado, poniendo enduda el punto de vista de los historiadores liberales (Julio y Roberto Irazusta 133-70).
Su narración alegórico-fantástica toma como modelo la obra de uno de los grandes autores
políticos cristianos del medioevo: el poema la Divina Comedia, de Dante Alighieri (Guevara 161- 4). Al igual que Dante, Filloy inicia un viaje al transmundo, donde descubre a múltiples personajes ya muertos de la historia nacional, que están purgando las faltas que cometieron en vida. Busca comprender a través de estos el drama de su país.
Su narrador-personaje es un alter ego del autor. Su guía en el más allá es el célebre dictador del Paraguay José Gaspar de Francia. Este le hará conocer en “persona” a los grandes muertos “ilustres”, que componen el panteón de la historia política y cultural argentina. Esa experiencia le permite a “Filloy” reinterpretar críticamente el pasado nacional.
Ese pasado se corporiza en escenas ilustrativas, simbólicas. Estas le revelan su sentido y
su carácter. El personaje penetra en el “alma” de la patria. Viaja hacia lo profundo del ser nacional. Desfilan ante él una síntesis de todas las civilizaciones.
El narrador es el único individuo con vida en el trasmundo. El Dr. Francia, su guía, es un
fantasma, y le habla con acento cordobés. Le dice que es paraguayo de nacimiento y “cordobés por vocación” (98). Había estudiado en la Universidad de Córdoba, la única universidad que existía, en la época pre-independentista, en el territorio que es hoy la Argentina. Aunque reconoce que fue un tirano en su país, en estas regiones donde está ahora lo consideran un santo. Dios le asignó una misión: “arrear filósofos” (99). El Dr. Francia puede ver puede ver a todos los hipócritas de la tierra, tal como estos fueron en el pasado. Los mentirosos no logran engañar a Dios. Tienen que confesar todos sus delitos y crímenes.
Se aproximan a un sitio muy particular. Posee una escenografía fantástica futurista (100).
Se dirigen los dos a un rincón para observar el “desfile” (100). Ven el palco de Dios. El Dr. Francia quiere mostrarle a su acompañante la “argentinidad”. Se produce un eclipse. La “algarabía superrealista” deviene “remanso subverista” (101). Los cuerpos se vuelven translúcidos. Parecen marionetas.
Viene a recibirlos el historiador liberal Vicente Fidel López. Les dice que el “proscenio”
que van a observar era el “territorio auténtico” que tenía la Argentina”, antes de la época de
Rivadavia. A partir de su presidencia, él y los “entregadores” que lo siguieron, lo fueron
desmembrando y lo redujeron (101).
López reconoce que, durante su vida, había sido un verdadero “sicario”, uno de los
“emigrados” que lucharon contra Rosas. Su papá lo sirvió fielmente, pero él lo traicionó. Las cosas, afortunadamente, en esos momentos habían cambiado para él. Se proponía contar toda “la verdad”.
Quería juzgar la historia americana, desde la época de la conquista en adelante. Le asegura que fue puro “pillaje”, un “…exterminio en nombre de Dios y del Rey” (102).
Cuando, pasado el tiempo, España fue perdiendo su poder, otros dos imperios europeos
aumentaron su influencia: Portugal e Inglaterra. Esta última, resentida por el fracaso de su invasión de 1806, interfirió en la Revolución de Mayo y manipuló a los criollos. La Revolución
independentista de 1810, comparada a la norteamericana y la francesa, afirma López, fue el mero “pronunciamiento” de una élite. Le faltó la fuerza de un auténtico hecho revolucionario popular (103).
Los hacendados ricos odiaban a España. Enviaron a Londres a Mariano Moreno. Los
agentes financieros “consumaron el plan de sometimiento” (103). En 1824 llegó Baring Brothers a Argentina para “esclavizarnos con el primer empréstito” y, en 1832, los ingleses nos usurparon las Malvinas (103). Inglaterra, que no había logrado apoderarse de Buenos Aires en 1806, terminó adueñándose “de nuestra hacienda” (104).
Los colocadores de capitales, mendigando créditos y pagando sumisos los intereses y
dividendos que les exigían, afirma el historiador, consumaron el vasallaje hacia el Reino Unido (104). Él, que fue un entregador, ahora se siente un patriota. Cree que hay que llevar adelante otra Reconquista y expulsar al imperialismo del territorio nacional. La Argentina, dice, tiene que ser dueña de su destino. López termina su discurso y se va.
Llegan al lugar unas figuras raras: son los “profesionales del engaño” (105). Eran los
“prohombres” que, en vida, sostuvieron las políticas de Rivadavia. Este último buscaba
transformar al país en un protectorado inglés.
García, su embajador, apoyó la invasión brasilera a la Banda Oriental (105). Cedieron la
soberanía de la cuenca del Plata y del estrecho de Magallanes. Aceptaron la segregación del
Paraguay. Entregaron las Misiones Orientales al Brasil.
Florencio Varela pidió ayuda a Inglaterra y a Francia para consolidar sus planes contra
Rosas (106). Sarmiento quería cederle la Patagonia a Chile, a cambio de su ayuda. Todos estos fueron los entregadores máximos de la patria.
Caen del cielo grandes arañas que atacan los ojos de los entregadores. El Dr. Francia las
reconoce: una es Saavedra, otra el Deán Funes y la tercera es Artigas. Arriba al lugar una
montonera de gauchos, buscando venganza. Acuchillan a sus enemigos y ensartan cabezas con sus lanzas. Las escenas se superponen. Filloy dice que es “realismo mágico” (107) (Kofman 9-17).
Los entregadores y los emigrados planean nuevos saqueos al país. De pronto, irrumpe en
la escena, montando un potro, el Gobernador Juan Manuel de Rosas. Todos tiemblan y se arrodillan al verlo. El “cielo y la mazorca” lo obedecen. El Dr. Francia lo apoya. Dice que redujo “todos los oprobios en un solo oprobio” (108). Terminó la guerra civil y salvó la nacionalidad. Fue decente con la “chusma” e “inexorable con los entregadores” (108). Su lema era orden y respeto. Fue un constructor. Cuando los ingleses y franceses bloquearon el Río de la Plata, se enfrentó a ellos en la batalla de la Vuelta de Obligado, en 1845. Luchó con honor, contra las dos potencias imperialistas europeas más importantes de su época, para defender la soberanía de su patria. El General San Martín, impresionado, le regaló su espada libertaria.
De pronto el mismísimo Dios se aproxima a ellos. Francia se lo presenta (108). “Filloy” le
dice que es cordobés y Jehová se irrita. Le pide que no lo “escorche” con el beaterío de esa ciudad (109). Se disgusta con el Dr. Francia y lo echa, junto a su “recua de filósofos”.
“Filloy” mira a Dios con compasión, comprende que este “penó mucho”. Dios se da cuenta,
y se lo agradece. Él no aguanta a esos “doctores” que mienten, difaman y quieren imponer su
propio “derecho” (109).
Irrumpe de pronto en la escena el fantasma de Juárez Celman. Dios le dice a “Filloy” que,
si bien es cordobés como él, no es “ni fraile, ni mendigo, ni abogado” (110). El narrador piensa que Dios tiene sentido del humor, es un rico tipo. Este ve una cabina volante que pasa en esos momentos, la llama y los despide.
Juárez Celman y “Filloy” se suben a la cabina y parten. Los conduce a “ultramar” (110).
Visitan las zonas de la muerte y el sueño.
“Filloy” le pregunta a Celman si Dios es federal. Este le responde que no: es unitario. Y
no era el único. Vélez Sársfield, el autor del Código Civil, cordobés, también se oponía al
federalismo. Era un santo jurídico con tonada. En su Código utilizó varios “preceptos de
legislaciones extranjeras”, a los que adecuó al “derecho eclesiástico”, en el que creía. Él, Juárez Celman, le había agregado más tarde la Ley de Matrimonio Civil (111). Le aclaró que a Dios no le gustaba mucho el funcionamiento de la Iglesia (112).
Volaron en la cabina por un “mar de ozono”. Ven una caverna de monstruos. Escuchan
gritos. Pasaban cosas terribles allá abajo: fusilaban, degollaban.
Juárez Celman le explica que todo eso que están observando había ocurrido en el lapso que iba del año 52 al 86. Había sido el “más lóbrego de la historia” (112). En ese tiempo, la conciencia argentina se eclipsó. Él no había tenido nada que ver con los emigrados: Mitre, Sarmiento y Avellaneda, que entraron en escena a la caída de Rosas.
Con Mitre, dice Juárez, la montonera se “porteñizó”: se alzó contra Urquiza, y se rebeló
contra el congreso constituyente y la federalización de Buenos Aires (112). Urquiza entonces llevó la capital a Paraná. Comenzó la guerra civil. Se enfrentaron en Cepeda y Pavón (113).
En ese momento ven abajo una estatua que les grita que desciendan. Era Sarmiento. Juárez
se niega a hacerlo. Para él, Sarmiento era un bandido (114). Por eso Dios lo castigó y lo envió a un “erial de tedio” (114).
El Sanjuanino había hecho matar a Virasoro, para quedarse con el gobierno de San Juan.
Hizo degollar al Chacho, mostrando su barbarie. En la tierra, tenían una imagen equivocada de él.
Lo defendían y lo veían como el gran maestro. Alberdi polemizó con él y lo llamó el “pillo de la prensa periódica” (114). Sarmiento había azuzado a Mitre contra Urquiza, y lo incitó a que lo hiciera asesinar. Luego subió él mismo al poder.
Juárez Celman y “Filloy” se van del lugar. Cambian las estaciones. Entran en la
constelación de Cáncer. Ven a los constituyentes de 1853. Estos imitaron la constitución yanqui, país puritano, y rechazaron el federalismo de Rosas. Se arrodillaron ante “la extranjería” y rechazaron lo autóctono (115).
Los dos se proponían llegar hasta esos antros donde “culmina la apoteosis de lo abyecto”
(116). Pasan por túneles “vinosos…flavescentes”. Descubren el Océano-del-honor-ahogado.
Observan seres monstruosos. Estos se asemejan a los que concebían en sus cuadros Hieronymus Bosch, Valdez Leal y Goya. Eran como “larvas microscópicas enormizadas” (116).
“Filloy” penetra en el “vientre del caos” (116). Él podía hacerlo, estaba protegido, era
inmune. El Dr. Júarez, sin embargo, no. Lo acechaban los abogados, militares y políticos que
hacían negocios con la patria. Lo insultan cuando pasa cerca de ellos. Sus almas estaban hirviendo en una infusión. Juárez los acusa de ser los “depredadores del patrimonio nacional” (117).
Estos fueron los que aceptaron las soluciones catastróficas en las contiendas de límites.
Son los entregadores, los “badulaques del progreso” (117). Fundaron “trusts, ligas, Kartels…para estrujar la tierra y la grey nativas” (118). Implantaron “la esclavitud del cambio, la fiebre de la bolsa, …las quiebras fraudulentas, los empréstitos garantizados” (118).
Vendieron al extranjero la felicidad de los años buenos y entregaron a la usura del porvenir
los años de pobreza. Sobornaron y pusieron tarifas para beneficiar al imperialismo (119). En el 90 permitieron la creación de cincuenta bancos, dieron noventa y dos explotaciones ferroviarias.
Hicieron “negocios redondos” y todo lo entregaron. Especularon con la tierra fiscal. Armaron un simulacro, una farsa oligárquica. La boca del Dr. Juárez largaba llamas. Las almas en pena se asustaron (119).
La imagen del Dr. Juárez se elevó y partió. El narrador quedó solo (120). Vio que lo
rodeaban unas piedras grandes. Eran, en realidad, seres con siete bocas y varios ojos.
Llega el Dr. Francia. Le dice que esas rocas son los halagos que detienen la marcha de los
hombres. Lo están probando (120). “Filloy” está contrariado: dios debiera extirpar esos seres
espantosos, que justifican el miedo al más allá (121).
Dios le advierte que él no puede criticarlo. Se enoja. Él le pide perdón. Ya es demasiado
tarde. Lo echa.
El Dr. Francia le confía que pensaba conducirlo al espectáculo del fin de la historia. Ya no
podrá. En ese lugar no hay olvido (122).
Llegan los filósofos mendigos. Unos vampiros, los “simulacros”, les chupan sus ideas. Se
transforman en mariposas (123). Viene el Dr. Francia en un tapiz mágico. “Filloy” se sube en él.
Los fantasmas de los filósofos los siguen. Un vendaval los arrastra.
Sin saber bien cómo, el personaje protagonista se despierta en la orilla del mundo (123).
En sus labios se desvanece una mariposa “hecha sonrisa”. Es el fin de la fantasmagoría.
Filloy en su relato critica la versión liberal de la historia nacional (Romero 1-18). Ve a los
políticos que participaron del proceso independentista de 1810 como oportunistas egoístas,
interesados en defender los intereses de la oligarquía criolla. El poder que había ostentado la corona española, durante la administración virreinal, pasó a manos de unos pocos, durante la formación del estado nacional. Dejaron de lado al pueblo.
Rivadavia, el primer Presidente, entregó la economía argentina a los banqueros ingleses.
Sus habitantes lucharon para independizarse de España, pero terminaron cayendo en la red de intereses que manejaban los imperios “modernos” del momento: Inglaterra y Francia.
Las élites fundadoras de la nueva nación no fueron capaces de defender la unidad del
territorio. El Paraguay, la Banda Oriental, Charcas, se separaron de la Argentina.
Si en esa primera parte de la historia nacional, el personaje central fue Rivadavia, en la
segunda parte, a partir de 1829, el poder político lo ostentó el caudillo federal Rosas. Fue una
figura polémica: los liberales lo consideraban un tirano sangriento, pero el pueblo bajo, y los
círculos de poder del interior del territorio nacional, lo veían como el salvador de su patria.
Filloy cree que Rosas fue el líder que dividió en dos la historia nacional. Mientras estuvo
en el poder, triunfaron los intereses del federalismo.
La oposición liberal unitaria conspiró contra él. Los opositores emigraron. En Chile y
Montevideo se estableció una élite de jóvenes intelectuales argentinos que aspiraban a derrocar al caudillo, y querían ser parte del nuevo gobierno que lo reemplazara. Los emigrados eran jóvenes periodistas con intereses políticos propios.
Rosas logró unificar y pacificar el territorio nacional, y Filloy lo celebra. Fue el único líder
capaz de resistir la política imperialista depredadora de Inglaterra y Francia. Enfrentó a ambos poderes con éxito en la batalla de la Vuelta de Obligado, cubriendo de gloria a las armas nacionales.
La caída de Rosas, en 1852, permitió la llegada al poder de la joven élite liberal. Estos, en
particular los emigrados, ocuparon rápidamente los más importantes puestos políticos. Las luchas civiles recrudecieron. Buenos Aires y las provincias del interior se separaron. La unidad del país volvió a estar en peligro.
Mitre y Sarmiento son las figuras claves para entender esta época. Filloy cree que eran dos oportunistas. Continuaron la política de entreguismo de Rivadavia. Prometieron modernizar el país para todos, y realizaron, en cambio, grandes negociados al servicio de las élites. Desconfiaban del pueblo y lo despreciaban. No gobernaron para la totalidad de la nación. Eran pseudo liberales.
Fueron entregando todas las riquezas a los intereses extranjeros, y se volvieron enemigos y verdugos de su propio pueblo.
Filloy ataca particularmente a Sarmiento. Pasó a la posteridad como el gran educador
idealista. Pero era otra cosa: un hombre vengativo, arribista.
La última etapa política del país que describe el autor es la del Ochenta. Fue durante esta
época que se codificaron las leyes. Filloy censura a Vélez Sársfield, el autor del Código Civil. Lo ve como a un jurista equivocado, antifederal. Imitó la legislación yanqui, y acomodó sus ideas a los intereses de la Iglesia.
Filloy critica el papel de la religión en la sociedad moderna. La Iglesia católica, para él,
interfiere en el funcionamiento político independiente de la Argentina. Su posición es anticlerical.
Los laicos defienden intereses contrapuestos a los de los católicos.
Si el autor critica el centralismo de la política nacional, el porteñismo, también critica a
Córdoba, su provincia. Caracteriza a la ciudad de Córdoba como un espacio cerrado, dominado por los intereses de la Iglesia y la burocracia universitaria (Colombo y Tomassini 296-7). Los actores políticos interfieren en el sistema de justicia. Los poderes en Córdoba no son autónomos.
Es un ambiente reducido, limitado, provinciano, egoísta. Sirve a las familias locales. No tiene proyecto nacional.
Su guía por el infierno, el Dr. Francia, dictador del Paraguay, conoce bien el ambiente
cordobés, ya que se graduó de su universidad. Es capaz de observar, con distancia crítica, lo
ocurrido en la historia argentina.
“Filloy”, durante su viaje por el transmundo, dialoga e interactúa con importantes
intelectuales y políticos nacionales. El primero de estos es Vicente Fidel López, el gran historiador liberal del siglo XIX. López ha reflexionado sobre sus ideas y ha cambiado totalmente su visión política. Denuncia la entrega del patrimonio nacional. Analiza la historia patria, desde la época de Rivadavia hasta la caída de Rosas. Juárez Celman, por su parte, juzga la política de la generación del 80. Fueron estos los políticos que consolidaron institucionalmente la Argentina. Censura y condena las acciones de los tres grandes presidentes que preceden al Roquismo: Mitre, Sarmiento y Avellaneda. Viaja por el espacio con “Filloy” y ven a Sarmiento que los llama. No le hace caso.
Siente rechazo. Lo considera responsable de la muerte de Virasoro, gobernador de San Juan, del asesinato y degüello del Chacho Peñaloza y del crimen de Urquiza. Sarmiento, cree él, era un bárbaro que fingía ser civilizado.
El Dr. Francia, su guía espiritual, lo acompaña hasta el final del viaje. “Filloy” despierta en
la orilla del mundo (123). Su recorrido del infierno ha sido una gran lección de política nacional, una revisión crítica de la versión oficial de la historia argentina. Su veredicto es definitivo: los liberales vendieron al país. Lo traicionaron. Rosas actuó heroicamente y fue esencial para unificar el territorio nacional. Evitó una fragmentación mayor. Logró detener a los imperialismos europeos y frustrar sus ambiciones territoriales en la zona.
En “Los entregadores”, Filloy discute libremente su visión política de la historia. Realiza
una crítica severa al sistema jurídico y al liberalismo dominante. Desde su punto de vista, la versión liberal no hace más que ocultar, con su relato, lo que él caracteriza como una verdadera “entrega” del patrimonio nacional a los intereses imperialistas dominantes.
Inglaterra logró controlar gran parte del sistema financiero y bancario del país. Lideró la
construcción del sistema ferroviario y de puertos. La producción agropecuaria, en esa época, estaba a su servicio. El Imperialismo Inglés tenía una influencia determinante en la política nacional. La Argentina era una nación relativamente débil y dominada por intereses externos. Su relación con el imperialismo comprometía su autonomía.
“Los entregadores” es una narración políticamente comprometida. Filloy hizo una edición
personal de Aquende y distribuyó el libro a sus conocidos (Colombo y Tomassini 297). Era
miembro del sistema judicial cordobés y sus funcionarios no podían implicarse abiertamente en política. La administración de justicia era una institución cerrada y poco tolerante.
Después de este libro, que es poético e ideológico a la vez, Filloy regresó a la gran creación
novelística. En 1938 apareció Caterva. En esa obra logra “nacionalizar” la vanguardia. Crea una gran novela experimental, formalista, cuya trama tiene lugar en la provincia de Córdoba. Sus personajes conversan y discuten la historia local, rica y variada, durante su travesía por los pueblos del interior.
Filloy es, junto con Jorge Luis Borges, su contemporáneo, una figura central del movimiento de vanguardia en Argentina. Son los dos escritores mayores de la primera parte del siglo XX. Borges, como poeta y crítico, introduce el ultraísmo y analiza el papel de la poesía y el sentido de la metáfora, y Filloy desarrolla una obra experimental, que responde a su proyecto de
novela moderna (Zonana 295-320).
Ambos escritores, individualistas e independientes, crean una literatura en sus propios
términos. Se establecen como escritores-islas, alrededor de los cuales va naciendo una nueva forma de escribir, que se abreva en ellos como fuente. Provocan un cambio cualitativo en la cultura rioplatense.
Son escritores titánicos, que nacen al filo de un cambio de época y encuentran, mejor que
sus compañeros de generación, un nuevo lenguaje y una nueva perspectiva. Intelectuales y
virtuosos, se afianzan en su género a partir del análisis y de la crítica. Juegan con la distancia y la ironía, y obligan a la reflexión. Son maestros en el manejo del segundo grado de la literatura.
Bibliografía citada
Colombo, S. M. y G. Tomassini. “Juan Filloy: el cauce oculto”. RANLE No. 7 (2015): 283-306.
Corona Martínez, Cecilia. “Literatura y música en Aquende”. Gramma 5 (2015):1-5.
Filloy, Juan. Op Oloop. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2011.
---. -¡Estafen! Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.
---. Caterva. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2006.
---. Aquende. Río Cuarto: UniRío Editora, 2024.
Guevara, Martina. Juan Filloy en la década del 30. Villa María: Eduvim, 2022.
Irazusta, Julio y Roberto. La Argentina y el Imperialismo Británico. Buenos Aires: Editorial Tor,
1934.
Kofman, Andrei. “Las fuentes del realismo mágico en la literatura latinoamericana”. La Colmena No. 85 (2015): 9-17.
Magnus, Ariel. Un atleta de las letras. Biografía literaria de Juan Filloy. Villa María: Eduvim,
2017. Kindle.
Pérez, Alberto Julián. Revolución poética y modernidad periférica. Buenos Aires: Corregidor,
2009.
Romero, Juan Manuel. “FORJA y el antiimperialismo en la Argentina de los treinta”. Foros de Historia Política 6 (2017): 1-18.
Zonana, Víctor. “Jorge Luis Borges: su concepción de la métafora en la década del 20”. Revista de Literaturas Modernas No. 29 (1999): 295-320.