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martes, 4 de noviembre de 2025

-Estafen!: Filloy o la Justicia

                                            de Alberto Julián Përez 

 

     Juan Filloy (Córdoba, 1894-2000) publicó –¡Estafen!, su primera novela, en 1932. Durante esa década publicaría otras dos novelas: Op Oloop en1934 y Caterva en1938. 

En esa época, Filloy, que había nacido y se había educado en la ciudad de Córdoba, vivía en Río Cuarto, la segunda ciudad en importancia de su provincia. Era abogado y formaba parte del Poder Judicial. Había sido designado Fiscal de Cámara. 

Filloy tenía una buena formación literaria. Conocía los clásicos de la cultura europea, y había estudiado en forma

independiente las obras fundamentales de las literaturas de argentina e hispanoamericana. Era un lector de filosofía atento. Su novela -¡Estafen! muestra la considerable erudición que poseía en esa época, ya próximo a cumplir los cuarenta años. 

En esta obra podemos ver cómo entendía Filloy su medio social, cuáles eran las cuestiones literarias que le interesaban y preocupaban, y qué buscaba como escritor. 

En la novela el narrador enfoca su atención en el personaje del Estafador. No nos dice su nombre. La policía lo detiene en una estación de trenes. Lo habían denunciado. Lo acusaban de robar 86.000 pesos. Lo llevan a una comisaría y luego lo transfieren a una prisión. La justicia instruye el proceso para probar su culpabilidad. 

Lo meten en la cárcel. Los guardianes lo identifican por su número de preso y la ubicación de su celda. Es el 14, pabellón 3. El narrador describe cómo es su vida en prisión. Da al protagonista y a los otros personajes con los que interactúa nombres genéricos, vinculados a su ocupación o a sus características personales: el Estafador, el Auxiliar, el Juez, el Secretario, el Agitador, el Monaguillo, el Linyera, el Criollo (Magnus 2269). 

Tanto el narrador como el personaje principal hablan en un lenguaje culto. Hacen numerosas citas de textos y explican y analizan sus ideas. El narrador simpatiza con el Estafador y se identifica con él. Sus voces se confunden. 

El narrador lo trata como a un héroe poco convencional, al que admira. Tiene su propia filosofía moral, en la que basa su conducta. El Estafador está convencido de la superioridad de sus convicciones.  

El discurso del narrador es por momentos solemne. Es una seriedad aparente. Una falsa fachada. Filloy se propone aleccionar y hacer reír a su lector con las aventuras y desventuras de su héroe. 

El Estafador es un gran moralista. Filloy no separa la literatura de otras disciplinas. Integra filosofía, política y literatura. Su argumentación retórica se desplaza constantemente de una materia a otra con una notable fuerza de persuasión. 

El narrador nos presenta una tragi-comedia sobre el mundo del poder judicial. En esta, los villanos, los estafadores, los ladrones son los héroes, mientras los policías, los jueces y los guardiacárceles son seres cuestionables, poco honestos, que delinquen cuando se les presenta la ocasión. Es el mundo al revés. 

Si bien la novela tiene aspectos satíricos, Filloy no desea provocar en el lector una risa desenfrenada. Su humor es elaborado, sofisticado. Pone a prueba las ideas y desafía a la justicia. 

Las ideas compiten y se enfrentan entre sí en verdaderos duelos verbales. 

Las instituciones que controlan la sociedad no son capaces de conducirse de manera moral y ejemplar. Filloy demostrará a lo largo de la obra que los poderes del estado son oportunistas e inmorales. La lucha entre los discursos es la base de su estilo narrativo. 

Los ladrones, estafadores y linyeras que forman parte de la población carcelaria son delincuentes “menores”, si se lo compara a los individuos que integran la trama del poder y lo utilizan en su beneficio. Estos últimos son integrantes corruptos de las instituciones del estado o grandes capitalistas que manipulan el sistema judicial al servicio de sus intereses. 

Filloy quiere que el lector sonría con las aventuras cuestionables de una sociedad inmoral, incapaz de reconocer sus errores y salvarse. 

Sus personajes no pueden cambiar. Viven en un mundo de extremos. La trama exagerada y farsesca tiene un sentido

ejemplar. Hace visibles las deformaciones y vicios de su sociedad. Los excesos ponen al mundo en crisis. Aquellos que siguen sus deseos, sin ponerse un límite, terminan por violentar la ley y, eventualmente, marchan hacia su propia caída. 

Los personajes de la novela son inteligentes y creativos, independientemente de su condición social. Varios, como el Estafador y el Agitador, son intelectuales. Se comportan como pequeño-burgueses egoístas y caprichosos, que buscan satisfacer sus deseos sin importarles las consecuencias. 

Los personajes son símbolos de algo más. Esto justifica el nombre genérico que les asigna el autor. Notamos en Filloy una consideración especial hacia la antigua estética simbolista (Modernista), que las vanguardias, a las que él deseaba pertenecer, habían marginado.1

 

En esta, su primera novela, Filloy da pasos tentativos para superar la antigua estética. No ha logrado aún encontrar un modelo formal vanguardista para su narrativa. 

-¡Estafen! no rompe definitivamente con el realismo, ni se distancia lo suficiente del viejo y colorido costumbrismo, que fuera tan eficaz en el pasado para caracterizar a la sociedad hispanoamericana. Pero su realismo no es condescendiente, es crítico, somete a su medio social a un análisis moral impiadoso. 

En su novela siguiente, Op-Oloop, 1934, Filloy pudo dar el gran paso: encontró un modo radical y rupturista para expresar el espíritu que animaba a las vanguardias. 

El personaje del Estafador permite al lector adivinar tras él la trama y el trauma de la sociedad que lo hace posible. 

Es un personaje disruptivo. Su forma de actuar es distinta a la de los demás. Hace las cosas a su modo. Es un original. Nos encontramos con un hombre de clase media, ex-empleado bancario, que se comporta como un aristócrata. Es un sibarita refinado. Parece un “dandi”. 

En la cárcel recibe cheques de su madre. Es el dinero del que se apropió en sus estafas. Con él paga por sus gustos extravagantes. Contrata al Auxiliar de la prisión para que sea su ayudante. Este se transforma en su “criado” personal y le consigue todo lo que él quiere. Las autoridades de la cárcel están de acuerdo, aceptan que él viva rodeado de lujos. Tiene en su celda muebles de primera y se viste con ropas a la última moda. Se hace traer la comida de los mejores restaurantes 

de la ciudad. Invita a almorzar a los demás a su celda y les da dinero para sustentar sus gastos. 

Está en competencia con los administradores de la prisión, se burla de ellos. Los considera torpes, simples e ineficientes. Son ineptos, y además se dejan corromper fácilmente. En la última parte de la novela descubre que roban. 

Las autoridades de la prisión lo habían autorizado a trabajar en la Administración. Fue uno de los pocos presos que recibió este privilegio. Esto le permitía salir de su celda e ir al edificio administrativo, donde trabajaba junto al personal de la cárcel. Llevaba la contabilidad. Revisando los libros pudo descubrir la estafa de los directivos. Habían sustraído dinero de las cuentas y alterado los asientos contables para que no se notara. Gracias a su sagacidad el Estafador los tiene 

a su merced. Los administradores, intimidados, buscan la forma de arreglar su caso para que salga en libertad. No quieren que los denuncie. 

El Estafador considera su encarcelamiento un mero “accidente” de trabajo. Se siente tranquilo, el dinero que él estafó “está ya a buen recaudo” (-¡Estafen! 11). Su filosofía del delito lo alienta. Cree que el delito tiene un aspecto beneficioso para su sociedad. Piensa el Estafador: “La función social del delito es más provechosa de lo que se cree. El ladrón que roba…, el 

scrushante….el falsario, realizan obras de altruismo…merecen elogios y recompensas” (12). Los capitalistas, llevados por sus pasiones oscuras y su egoísmo, se apoderan del “oro” y ellos lo liberan para su circulación, “en beneficio de la colectividad” (12). Es por eso, dice, que las muchedumbres admiran y quieren a los bandidos. Asegura que leyó en “Lombroso ideas similares” (12). Piensa que todos los delincuentes son unos incomprendidos y que debería existir “un derecho protector de los criminales” (12). 

Su estadía en la prisión, le permite, a él y a nosotros, conocer a individuos que han vivido 

situaciones extremas. Los jueces se compadecen muchas veces de los delincuentes, se ponen en su 

lugar y acaban, “en virtud de cierto mimetismo psicológico, por ser delincuentes también” (13). 

Se lamenta de que, en “esta época de crisis de personajes”, los delincuentes no sean capaces 

de escribir y contar su vida por sí mismos (15). Eran personas, en general poco educadas y, muchos 

de ellos, desgraciadamente, no sabían leer ni escribir. 

En la prisión el Estafador tiene que enfrentarse con la burocracia del sistema. Es lento e 

ineficiente. Se siente contrariado. Le parece lamentable la falta de preparación y la improvisación 

de los funcionarios judiciales. Todos cumplen “lo que les mandan” (19). El Estafador discute con 

ellos, haciendo gala de su capacidad intelectual. Argumenta de manera brillante y no concluye su 

discurso hasta que los persuade. Estos terminan admirando su erudición y reconociendo su 

superioridad. 

Introduce a un personaje que viene en su ayuda: su madre enferma. Se muestra como un 

hijo abnegado. Convence a los funcionarios de que, cuando lo detuvieron, iba camino a la casa de 

la anciana. Como el culto a la madre era común a todos, los policías, fiscales y jueces terminan 

respetando y admirando sus buenos sentimientos. 

En su interior se jactaba de ser un estafador virtuoso. Era más astuto e inteligente que sus 

acusadores. No habían podido aún probarle su delito. Había creado “un sistema indefectible de 

lavado de cheques” (21) que lo protegía. Está convencido de que esos “empleados a sueldo del 

capital” no son capaces de comprender sus ensayos para abolirlo (21). 

El Estafador quiere contribuir a la cultura de su tiempo destruyendo para siempre el capital. 

No se considera un revolucionario, es individualista y pacifista, pero está de acuerdo con varias de 

las ideas del anarquismo. Cuando llega a la cárcel el Agitador, tiene con él una polémica que rebela 

las diferencias y similitudes en su manera de pensar. 

Esta confrontación entre el Estafador y el sistema carcelario y judicial es el centro de la 

acción de la novela. Este mantiene en su interior una polémica constante contra el sistema y lucha 

por imponerse (Guevara, Juan Filloy en la década del 30…84). Vemos que el sistema judicial es 

poderoso, sus miembros son arrogantes, y disfrutan castigando y condenando a los acusados. 

El juez y el fiscal, si bien saben que él ha cometido una grave estafa contra una empresa, 

no tienen pruebas firmes de su delito. El Estafador habla y discute con los oficiales para hacerles 

creer a estos lo que a él le conviene, y mantenerlos en el error o la ignorancia sobre quién es él y 

lo que realmente ha hecho, mientras, en un constante soliloquio, en forma paralela, se confiesa a 

sí mismo (y les comunica a los lectores) la verdad de todo. El lector conoce lo que piensa y quiere. 

Es un personaje seductor, que muestra su intimidad. Es un ser vulnerable, sensible, idealista y 

amoroso. 

En este enfrentamiento, lleno de tensión, con el sistema carcelario, el Estafador siempre 

sale victorioso. Sus carceleros, secretamente, lo admiran por su distinción, su finura, sus modales, 

su cultura y su elegancia en el vestir. Lo tratan como a un ser “superior”. Buscan hacerse sus 

amigos. 

El Estafador, que se ve a sí mismo como un “estafador profesional”, maneja una rica 

billetera, gracias al dinero que le envía regularmente su madre. Es parte del botín que ha robado. 

Ese dinero le permite tener alrededor de él un séquito de servidores, que incluye tanto al “Auxiliar” 

de la prisión, como a otros presos que trabajan para él. 

El viejo Criollo es el encargado de prepararle los asados más exóticos en medio del patio. 

Se regala con cabritos y huevos de toro asado, regado todo con vino francés del mejor. Su celda 

está amueblada como una habitación de hotel de lujo. La cama tiene un colchón marca Simmons, 

su preferido, para dormir con toda comodidad. 

Los otros presos son sus amigos, y él les ayuda y los protege. Se transforma en un antihéroe, 

admirado por carceleros, funcionarios judiciales y compañeros de prisión (259). Tal es su dominio 

de la situación que termina por sentirse bien y disfrutar de la vida en la cárcel. Este optimismo se 

contagia a otros presos. Uno de ellos rehúsa irse cuando le dan la libertad. Vive bien en el lugar, 

tiene una celda cómoda y su comida asegurada…El mundo exterior le resulta amenazante. El 

Estafador convence a las autoridades para que lo dejen dentro. Inventa un trabajo para él. Le paga 

un salario de jardinero y el pobre hombre se ocupa de cuidar las plantas del penal (261). 

El Estafador crea un mundo agradable alrededor suyo para hacer tolerable su estadía en la 

cárcel. No le falta nada. Esto incluye el amor. Tiene un amor prohibido…No le es fácil 

confesárselo. Uno de los presos, el Monaguillo, se enamora de él. El Estafador, llegado el caso, se 

deja ganar por su pasión… 

La novela nos presenta varios personajes destacados y memorables: el Secretario, el Juez, 

el Cura, el Monaguillo, el Agitador Anarco-Sindicalista y su Madre, la viejecilla cómplice. A esta 

última no la vemos en persona, pero es su aliada y se escribe con él. Le manda mensajes cifrados, 

que los guardias no pueden entender. Estos la consideran casi un ángel. La vieja señora es 

determinada y capaz, y lleva a cabo tareas difíciles. Como el Estafador, sabe engañar. Quiere hacer 

creer a los funcionarios que su hijo es un muchacho abnegado, que se sacrifica por ella, su madre 

enferma. 

Guardias y funcionarios judiciales tienen una idea falsa de las cosas; él, en cambio, está en 

posesión de la verdad. Demuestra que el sistema judicial es defectuoso, anticuado, disfuncional, 

compuesto por individuos torpes y, en muchos casos, inmorales. A lo largo de la novela, los únicos 

que delinquen, mientras transcurre la acción, son los mismos funcionarios judiciales. Alteran la 

contabilidad y se roban una parte del presupuesto. El Estafador los descubre y les da un ultimátum. 

El cura de la prisión es un hombre obeso y ridículo. Lo acompaña un monaguillo, un preso 

amanerado y torpe que ayuda en la misa. Son grotescos y Filloy se burla de ellos. Cuando van a 

celebrar la misa, el narrador describe la escena. La “…contextura ahíta de grasa” del sacerdote 

“impresionaba” - nos dice -, su vientre “se desplazaba a cada paso…” y, tras él, venía el 

monaguillo, “un joven de belleza wildeana”, muy “acicalado”, que caminaba “con un cantoneo…” 

(96-7). 

Filloy, que desconfía de la religión, ve al sacerdote como un hipócrita. Muestra, en un 

principio, rechazo hacia el homosexual. La homosexualidad para él representa un crimen contra 

natura. Todos los presos critican al monaguillo y se burlan de él. 

En la novela el homosexual es la única presencia que recuerda el mundo femenino a los 

prisioneros. Filloy, a pesar de sus prejuicios, se las ingenia para hacer posible un romance entre el 

protagonista y el muchacho. Una tarde, el Estafador vence sus sentimientos homofóbicos. Había 

ido a la enfermería a ayudar a uno de los presos, que se había accidentado. Hacía mucho calor y 

se tiende a dormir la siesta en una camilla de la sala. Se sentía excitado. El Monaguillo, que lo 

deseaba, pasó frente a la enfermería y, al verlo, se introdujo en la habitación. Dice el narrador que 

el Estafador, al sentir otro cuerpo cerca, “fanático de ternura se incorporó en el lecho” y, “perdido 

en su pasión”, “debió gruñir, rogar, llorar” y, tal vez, “omnianhelante, como un pastor velludo”, 

supo “rendir bestialmente al efebo” (183). El narrador indica, mediante puntos suspensivos, un 

paréntesis temporal, y concluye: “Nunca recordó nada en concreto. Pero tuvo mucho tiempo la 

sospecha de un sacrificio abominable…” (183). 

El Estafador mantiene una relación casi fraterna con el Fiscal que participa en su caso. Este 

es un alter ego del autor. Filloy ocupaba, en la realidad, el puesto de Fiscal de la corte en Río 

Cuarto (Colombo y Tomassini 287). La descripción física del Fiscal coincide con la del autor en 

persona: es un “señor robusto, ñato, frente en arco de medio punto, lentes de oro blanco y belfos 

bermellón” (71). 

El Estafador pide hablar con el Fiscal. Una vez que se encuentran, simpatizan de inmediato. 

Esto no significa que abandonen su papel en el drama judicial. Uno es el Fiscal acusador, el otro 

el acusado. El Fiscal comprende que el Estafador es diferente a los otros reos. Es un individuo 

raro, excepcional. Lo trata como a una persona especial. El Estafador siente que el Fiscal lo 

entiende. Se siente bien. Hay algo transparente en la relación. Le dice: “Pertenecemos a un tipo 

humano tan evolucionado que la simple presencia impone mutua y diáfanamente el mundo interior 

que vivimos” (72). 

El Fiscal cree (al igual que el Estafador) que el juez debe ser una persona sensible, un 

artista. Pero en la práctica forense, desgraciadamente, la mayor parte de las veces es solo alguien 

que habla “con énfasis teatral en posturas de grand-guignol” (73). 

Se ponen a discutir los dos sobre el papel del dinero y el cheque en la sociedad moderna. 

(Guevara,“¡Estafen!: Estado, dinero y violencia simulada” 13). El Fiscal le muestra su erudición 

sobre el tema. Habían pedido contra él tres años de prisión por robo. El Fiscal sabe que, de acuerdo 

con las características específicas que tuvo la estafa, le corresponden más. El Estafador reconoce 

la sutileza de su juicio, y le dice que, dada la situación, no le va a dar la oportunidad de cambiar la 

acusación. No piensa apelar la prisión preventiva. 

Le asegura al Fiscal que es el profesional más hábil que ha conocido: su “argumentación 

posee una naturalidad pasmosa”, mantiene su lógica “siempre maquillada” hasta el final y podría 

ser, si se lo propusiera, un “notable estafador” (75). El otro le corresponde el cumplido: le asegura 

que él, a su vez, podría ser un excelente fiscal, quizá mejor que él. El Fiscal le confía a su 

interlocutor que él tiene una debilidad, que a veces lo pone en inferioridad de condiciones: se siente 

amigo de muchas de sus víctimas (75). Los dos concluyen la conversación con un apretón de 

manos sincero. 

El Estafador mantiene una relación conflictiva con el preso Anarco-Sindicalista. Polemiza 

con él. La discusión pone en evidencia la diferencia ideológica entre ambos. El Estafador es 

individualista y pacifista, mientras que el Anarquista busca salvar al otro y liberarlo de la tutela 

opresiva del capitalismo. 

El Anarquista se siente en posesión de la verdad. El Estafador le dice que a él la verdad no 

le interesa, porque “la verdad ha sido una de las mentiras convencionales de la humanidad” (221). 

Todas las épocas han creído alcanzarla, y “hoy por hoy, resulta una paradoja el imperio de la verdad 

que sueña la religión, la lógica y la política” (221). Asegura, además, que “decir la verdad es 

peligroso”, y que, los que aman la vida y aman el arte, la rechazan (222). Él defiende la “mentira”. 

El Anarquista argumenta que, gracias a gente como él, caen los despotismos. El Estafador 

descree de la violencia. El anarquismo revolucionario del Anarquista se enfrenta al individualismo 

pequeño-burgués del Estafador. Este último es un gran escéptico en cuestiones morales. El arte y 

la realidad están por encima de todo. Argumenta que “los delincuentes económicos” demuestran 

la mala distribución de la riqueza; los revolucionarios, en cambio, no ganan nada con la violencia. 

El Anarquista le asegura que está equivocado y que es necesario extirpar “los cánceres que padece 

la humanidad”, para que, después, resplandezcan “el Amor, la Verdad y la Justicia” (231). 

En la última parte de la novela un grupo de presos decide cavar un túnel para escapar de la 

cárcel. No le dicen nada al Estafador. Este sabe que puede lograr su propia liberación manipulando 

al Director de la prisión. Ha descubierto la estafa que este cometía, junto con el Secretario. Cuando 

el Estafador se entera que sus compañeros de prisión están llevando adelante un plan de evasión y 

no lo han incluido, se siente mal. Seguramente desconfían de él porque trabaja en la administración 

de la prisión. 

No puede permitir que los otros presos piensen que él colabora con las autoridades. Tiene 

que participar. Habla con los presos. Les va a demostrar lo que vale. Él también es capaz de ser un 

héroe. Su espíritu quijotesco lo incita a sacrificarse. 

Poco antes de que llegue la fecha en que han decidido escapar, el Fiscal lo llama para hablar 

con él. Le confirma que su salida en libertad es inminente, se lo ha asegurado el Juez (263). 

En un primer momento, el Estafador duda, ¿qué debe hacer? Pero su decisión está tomada. 

No va a retractarse de su posición: fiel a sí mismo, mantiene su palabra. Escapará con el grupo. Va 

a sostener su ideal a cualquier precio. No puede permitir que los otros lo consideren un cobarde. 

Seguirá con ellos hasta el “triunfo o la hecatombe” (265). Es necesario ir hasta el final. 

Ante la inminencia de su salida de la prisión, se pone sentimental. Había pasado allí muchos 

meses. Varios de sus amigos, incluidos el Agitador Anarquista y el Monaguillo, huirían con él. Sin 

embargo, había una persona a quien consideraba un amigo, al que no vería más: el Auxiliar del 

pabellón de presos. Durante varios meses este lo había asistido como su ayudante de confianza. 

Era un hombre fiel, un servidor incondicional. Le dedica una última carta de despedida, 

explicándole su situación y agradeciéndole su amistad. Le asegura que sabe muy bien que ha sido 

absuelto, pero siente que debe huir. Ese es su destino. “Entre ser un cobarde orondo de libertad y 

un fugitivo atraillado por la ley, prefiero esto”, afirma (265). Le deja de regalo todos los muebles 

y ropas finas que quedan en su celda, y las botellas de vino francés de su bodega. 

Esa noche, finalmente, llega el momento de escapar. Uno a uno, van saliendo los presos 

por el túnel. Son ocho. Escalan la pared que separa la prisión del exterior, saltan fuera y corren. 

Cuando solo faltaban dos presos por salir, el Monaguillo y el Estafador, los guardias descubren la 

fuga. Comienzan a disparar sus armas. El Estafador era el último del grupo. El Monaguillo iba 

delante suyo. El Estafador recibe el único balazo mortal. Cae herido de muerte. 

El Monaguillo, al ver a su amado caído, se detuvo. Con gesto trágico, “se acercó al cuerpo 

del amigo” y lo abrazó. Los guardias lo encontraron “trémulo de angustia como una madre, 

sosteniendo erecto el busto del cadáver”. Y lo vieron, arrobado, “mimar su rostro con su rostro” 

(270). En la escena amorosa final, el Monaguillo se transforma en un amante desconsolado y en 

una madre protectora. 

El Estafador consuma su último sacrificio. Su muerte, asegura el narrador, no fue en vano, 

ya que su espíritu “nadaba…sin trabas en el gran océano de la libertad” (270). Había abandonado 

su “materia” y logrado su “liberación” definitiva. 

El Estafador en esta novela pone en jaque el sistema judicial. Demuestra que, sin 

funcionarios probos, la justicia es una falacia. La ley no rige en esa sociedad, la controla el dinero. 

Las leyes son parte de un mecanismo al servicio del poder. El sector dominante utiliza a la policía 

para asegurarse su supremacía. Le quita, a quien no se someta al imperio de “sus” leyes, el don 

más preciado: la libertad. 

El Estafador se enfrenta a la Justicia. Es uno contra el poder del estado. Trata de demostrar 

a lo largo de la novela que un individuo inteligente, astuto, genial, es capaz de derrotar a un sistema 

corrupto. Al final, sin embargo, cae. Su sentimentalidad, su orgullo, su excesiva confianza en sí 

mismo, y tal vez el amor, lo vuelven vulnerable. La violencia policial puede más que la inteligencia 

de un estafador melancólico. 

Para Filloy, en esta novela, el individuo es la medida de todas las cosas. Es su credo 

pequeño-burgués. El Estafador rehúsa ser un hombre práctico, y actuar según sus intereses 

materiales. Quiere algo más: busca ser admirado, respetado por su valentía. Esa es su debilidad. 

Necesita la aprobación y el amor de los otros. La ley es un límite a su necesidad creativa, que debe 

romper una y otra vez. La prisión lo pone a prueba, él acepta el desafío. Muere defendiendo sus 

“creencias”. 

No logra salvarse porque no ha podido superar los antiguos valores que lo mantienen 

prisionero. Al final de la novela hay una barrera que detiene al personaje y, en cierta forma, también 

al autor. Es una barrera material y simbólica a la vez, que no puede cruzar. El autor no ha 

encontrado aún la forma de desprenderse del modelo de la novela realista burguesa. 

Esa era la barrera que debían superar los novelistas radicales de su tiempo. Necesitaban 

dejar atrás las viejas ideas estéticas y encontrar una expresión propia dentro de las propuestas 

narrativas de las nuevas vanguardias, que buscaban revolucionar las formas. Filloy lo conseguiría 

en su próxima novela, Op Oloop, donde rompe con las limitaciones del realismo crítico de -

¡Estafen! y logra concretar su ansiado proyecto vanguardista. 

 

 

Bibliografía citada 

 

Arlt, Roberto. Los siete locos. Madrid: Cátedra, 2003. Edición de Flora Guzmán. 

Colombo, S. M. y G. Tomassini. “Juan Filloy: el cauce oculto”. RANLE No. 7 (2015): 283-306. 

Filloy, Juan. Op Oloop. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2011. 

---. -¡Estafen! Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010. 

---. Caterva. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2006. 

Guevara, Martina. Juan Filloy en la década del 30. Villa María: Eduvim, 2022. Kindle. 

---. “¡Estafen!: Estado, dinero y violencia simulada”. Hologramática No. 23 (2016): 3-20. 

Magnus, Ariel. Un atleta de las letras. Biografía literaria de Juan Filloy. Villa María: Eduvim, 

2017. Kindle. 

Pérez, Alberto Julián. Imaginación literaria y pensamiento propio. Buenos Aires: Corregidor, 

2006. 

 

 Publicado en Revista Renacentista, noviembre 2025 

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