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martes, 4 de noviembre de 2025

-Estafen!: Filloy o la Justicia

                                            de Alberto Julián Përez 

 

     Juan Filloy (Córdoba, 1894-2000) publicó –¡Estafen!, su primera novela, en 1932. Durante esa década publicaría otras dos novelas: Op Oloop en1934 y Caterva en1938. 

En esa época, Filloy, que había nacido y se había educado en la ciudad de Córdoba, vivía en Río Cuarto, la segunda ciudad en importancia de su provincia. Era abogado y formaba parte del Poder Judicial. Había sido designado Fiscal de Cámara. 

Filloy tenía una buena formación literaria. Conocía los clásicos de la cultura europea, y había estudiado en forma

independiente las obras fundamentales de las literaturas de argentina e hispanoamericana. Era un lector de filosofía atento. Su novela -¡Estafen! muestra la considerable erudición que poseía en esa época, ya próximo a cumplir los cuarenta años. 

En esta obra podemos ver cómo entendía Filloy su medio social, cuáles eran las cuestiones literarias que le interesaban y preocupaban, y qué buscaba como escritor. 

En la novela el narrador enfoca su atención en el personaje del Estafador. No nos dice su nombre. La policía lo detiene en una estación de trenes. Lo habían denunciado. Lo acusaban de robar 86.000 pesos. Lo llevan a una comisaría y luego lo transfieren a una prisión. La justicia instruye el proceso para probar su culpabilidad. 

Lo meten en la cárcel. Los guardianes lo identifican por su número de preso y la ubicación de su celda. Es el 14, pabellón 3. El narrador describe cómo es su vida en prisión. Da al protagonista y a los otros personajes con los que interactúa nombres genéricos, vinculados a su ocupación o a sus características personales: el Estafador, el Auxiliar, el Juez, el Secretario, el Agitador, el Monaguillo, el Linyera, el Criollo (Magnus 2269). 

Tanto el narrador como el personaje principal hablan en un lenguaje culto. Hacen numerosas citas de textos y explican y analizan sus ideas. El narrador simpatiza con el Estafador y se identifica con él. Sus voces se confunden. 

El narrador lo trata como a un héroe poco convencional, al que admira. Tiene su propia filosofía moral, en la que basa su conducta. El Estafador está convencido de la superioridad de sus convicciones.  

El discurso del narrador es por momentos solemne. Es una seriedad aparente. Una falsa fachada. Filloy se propone aleccionar y hacer reír a su lector con las aventuras y desventuras de su héroe. 

El Estafador es un gran moralista. Filloy no separa la literatura de otras disciplinas. Integra filosofía, política y literatura. Su argumentación retórica se desplaza constantemente de una materia a otra con una notable fuerza de persuasión. 

El narrador nos presenta una tragi-comedia sobre el mundo del poder judicial. En esta, los villanos, los estafadores, los ladrones son los héroes, mientras los policías, los jueces y los guardiacárceles son seres cuestionables, poco honestos, que delinquen cuando se les presenta la ocasión. Es el mundo al revés. 

Si bien la novela tiene aspectos satíricos, Filloy no desea provocar en el lector una risa desenfrenada. Su humor es elaborado, sofisticado. Pone a prueba las ideas y desafía a la justicia. 

Las ideas compiten y se enfrentan entre sí en verdaderos duelos verbales. 

Las instituciones que controlan la sociedad no son capaces de conducirse de manera moral y ejemplar. Filloy demostrará a lo largo de la obra que los poderes del estado son oportunistas e inmorales. La lucha entre los discursos es la base de su estilo narrativo. 

Los ladrones, estafadores y linyeras que forman parte de la población carcelaria son delincuentes “menores”, si se lo compara a los individuos que integran la trama del poder y lo utilizan en su beneficio. Estos últimos son integrantes corruptos de las instituciones del estado o grandes capitalistas que manipulan el sistema judicial al servicio de sus intereses. 

Filloy quiere que el lector sonría con las aventuras cuestionables de una sociedad inmoral, incapaz de reconocer sus errores y salvarse. 

Sus personajes no pueden cambiar. Viven en un mundo de extremos. La trama exagerada y farsesca tiene un sentido

ejemplar. Hace visibles las deformaciones y vicios de su sociedad. Los excesos ponen al mundo en crisis. Aquellos que siguen sus deseos, sin ponerse un límite, terminan por violentar la ley y, eventualmente, marchan hacia su propia caída. 

Los personajes de la novela son inteligentes y creativos, independientemente de su condición social. Varios, como el Estafador y el Agitador, son intelectuales. Se comportan como pequeño-burgueses egoístas y caprichosos, que buscan satisfacer sus deseos sin importarles las consecuencias. 

Los personajes son símbolos de algo más. Esto justifica el nombre genérico que les asigna el autor. Notamos en Filloy una consideración especial hacia la antigua estética simbolista (Modernista), que las vanguardias, a las que él deseaba pertenecer, habían marginado.1

 

En esta, su primera novela, Filloy da pasos tentativos para superar la antigua estética. No ha logrado aún encontrar un modelo formal vanguardista para su narrativa. 

-¡Estafen! no rompe definitivamente con el realismo, ni se distancia lo suficiente del viejo y colorido costumbrismo, que fuera tan eficaz en el pasado para caracterizar a la sociedad hispanoamericana. Pero su realismo no es condescendiente, es crítico, somete a su medio social a un análisis moral impiadoso. 

En su novela siguiente, Op-Oloop, 1934, Filloy pudo dar el gran paso: encontró un modo radical y rupturista para expresar el espíritu que animaba a las vanguardias. 

El personaje del Estafador permite al lector adivinar tras él la trama y el trauma de la sociedad que lo hace posible. 

Es un personaje disruptivo. Su forma de actuar es distinta a la de los demás. Hace las cosas a su modo. Es un original. Nos encontramos con un hombre de clase media, ex-empleado bancario, que se comporta como un aristócrata. Es un sibarita refinado. Parece un “dandi”. 

En la cárcel recibe cheques de su madre. Es el dinero del que se apropió en sus estafas. Con él paga por sus gustos extravagantes. Contrata al Auxiliar de la prisión para que sea su ayudante. Este se transforma en su “criado” personal y le consigue todo lo que él quiere. Las autoridades de la cárcel están de acuerdo, aceptan que él viva rodeado de lujos. Tiene en su celda muebles de primera y se viste con ropas a la última moda. Se hace traer la comida de los mejores restaurantes 

de la ciudad. Invita a almorzar a los demás a su celda y les da dinero para sustentar sus gastos. 

Está en competencia con los administradores de la prisión, se burla de ellos. Los considera torpes, simples e ineficientes. Son ineptos, y además se dejan corromper fácilmente. En la última parte de la novela descubre que roban. 

Las autoridades de la prisión lo habían autorizado a trabajar en la Administración. Fue uno de los pocos presos que recibió este privilegio. Esto le permitía salir de su celda e ir al edificio administrativo, donde trabajaba junto al personal de la cárcel. Llevaba la contabilidad. Revisando los libros pudo descubrir la estafa de los directivos. Habían sustraído dinero de las cuentas y alterado los asientos contables para que no se notara. Gracias a su sagacidad el Estafador los tiene 

a su merced. Los administradores, intimidados, buscan la forma de arreglar su caso para que salga en libertad. No quieren que los denuncie. 

El Estafador considera su encarcelamiento un mero “accidente” de trabajo. Se siente tranquilo, el dinero que él estafó “está ya a buen recaudo” (-¡Estafen! 11). Su filosofía del delito lo alienta. Cree que el delito tiene un aspecto beneficioso para su sociedad. Piensa el Estafador: “La función social del delito es más provechosa de lo que se cree. El ladrón que roba…, el 

scrushante….el falsario, realizan obras de altruismo…merecen elogios y recompensas” (12). Los capitalistas, llevados por sus pasiones oscuras y su egoísmo, se apoderan del “oro” y ellos lo liberan para su circulación, “en beneficio de la colectividad” (12). Es por eso, dice, que las muchedumbres admiran y quieren a los bandidos. Asegura que leyó en “Lombroso ideas similares” (12). Piensa que todos los delincuentes son unos incomprendidos y que debería existir “un derecho protector de los criminales” (12). 

Su estadía en la prisión, le permite, a él y a nosotros, conocer a individuos que han vivido situaciones extremas. Los jueces se compadecen muchas veces de los delincuentes, se ponen en su lugar y acaban, “en virtud de cierto mimetismo psicológico, por ser delincuentes también” (13). 

Se lamenta de que, en “esta época de crisis de personajes”, los delincuentes no sean capaces de escribir y contar su vida por sí mismos (15). Eran personas, en general poco educadas y, muchos de ellos, desgraciadamente, no sabían leer ni escribir. 

En la prisión el Estafador tiene que enfrentarse con la burocracia del sistema. Es lento e ineficiente. Se siente contrariado. Le parece lamentable la falta de preparación y la improvisación de los funcionarios judiciales. Todos cumplen “lo que les mandan” (19). El Estafador discute con ellos, haciendo gala de su capacidad intelectual. Argumenta de manera brillante y no concluye su discurso hasta que los persuade. Estos terminan admirando su erudición y reconociendo su superioridad. Introduce a un personaje que viene en su ayuda: su madre enferma. Se muestra como un hijo abnegado. Convence a los funcionarios de que, cuando lo detuvieron, iba camino a la casa de la anciana. Como el culto a la madre era común a todos, los policías, fiscales y jueces terminan respetando y admirando sus buenos sentimientos. 

En su interior se jactaba de ser un estafador virtuoso. Era más astuto e inteligente que sus acusadores. No habían podido aún probarle su delito. Había creado “un sistema indefectible de lavado de cheques” (21) que lo protegía. Está convencido de que esos “empleados a sueldo del capital” no son capaces de comprender sus ensayos para abolirlo (21). 

El Estafador quiere contribuir a la cultura de su tiempo destruyendo para siempre el capital. 

No se considera un revolucionario, es individualista y pacifista, pero está de acuerdo con varias de las ideas del anarquismo. Cuando llega a la cárcel el Agitador, tiene con él una polémica que rebela las diferencias y similitudes en su manera de pensar. 

Esta confrontación entre el Estafador y el sistema carcelario y judicial es el centro de la acción de la novela. Este mantiene en su interior una polémica constante contra el sistema y lucha por imponerse (Guevara, Juan Filloy en la década del 30…84). Vemos que el sistema judicial es poderoso, sus miembros son arrogantes, y disfrutan castigando y condenando a los acusados. 

El juez y el fiscal, si bien saben que él ha cometido una grave estafa contra una empresa, no tienen pruebas firmes de su delito. El Estafador habla y discute con los oficiales para hacerles creer a estos lo que a él le conviene, y mantenerlos en el error o la ignorancia sobre quién es él y lo que realmente ha hecho, mientras, en un constante soliloquio, en forma paralela, se confiesa a sí mismo (y les comunica a los lectores) la verdad de todo. El lector conoce lo que piensa y quiere. 

Es un personaje seductor, que muestra su intimidad. Es un ser vulnerable, sensible, idealista y amoroso. 

En este enfrentamiento, lleno de tensión, con el sistema carcelario, el Estafador siempre sale victorioso. Sus carceleros, secretamente, lo admiran por su distinción, su finura, sus modales, su cultura y su elegancia en el vestir. Lo tratan como a un ser “superior”. Buscan hacerse sus amigos. 

El Estafador, que se ve a sí mismo como un “estafador profesional”, maneja una rica billetera, gracias al dinero que le envía regularmente su madre. Es parte del botín que ha robado. 

Ese dinero le permite tener alrededor de él un séquito de servidores, que incluye tanto al “Auxiliar” de la prisión, como a otros presos que trabajan para él. 

El viejo Criollo es el encargado de prepararle los asados más exóticos en medio del patio. 

Se regala con cabritos y huevos de toro asado, regado todo con vino francés del mejor. Su celda está amueblada como una habitación de hotel de lujo. La cama tiene un colchón marca Simmons, su preferido, para dormir con toda comodidad. 

Los otros presos son sus amigos, y él les ayuda y los protege. Se transforma en un antihéroe, admirado por carceleros, funcionarios judiciales y compañeros de prisión (259). Tal es su dominio de la situación que termina por sentirse bien y disfrutar de la vida en la cárcel. Este optimismo se contagia a otros presos. Uno de ellos rehúsa irse cuando le dan la libertad. Vive bien en el lugar, tiene una celda cómoda y su comida asegurada…El mundo exterior le resulta amenazante. El Estafador convence a las autoridades para que lo dejen dentro. Inventa un trabajo para él. Le paga un salario de jardinero y el pobre hombre se ocupa de cuidar las plantas del penal (261). 

El Estafador crea un mundo agradable alrededor suyo para hacer tolerable su estadía en la cárcel. No le falta nada. Esto incluye el amor. Tiene un amor prohibido…No le es fácil confesárselo. Uno de los presos, el Monaguillo, se enamora de él. El Estafador, llegado el caso, se deja ganar por su pasión… 

La novela nos presenta varios personajes destacados y memorables: el Secretario, el Juez, el Cura, el Monaguillo, el Agitador Anarco-Sindicalista y su Madre, la viejecilla cómplice. A esta última no la vemos en persona, pero es su aliada y se escribe con él. Le manda mensajes cifrados, que los guardias no pueden entender. Estos la consideran casi un ángel. La vieja señora es determinada y capaz, y lleva a cabo tareas difíciles. Como el Estafador, sabe engañar. Quiere hacer creer a los funcionarios que su hijo es un muchacho abnegado, que se sacrifica por ella, su madre enferma. 

Guardias y funcionarios judiciales tienen una idea falsa de las cosas; él, en cambio, está en posesión de la verdad. Demuestra que el sistema judicial es defectuoso, anticuado, disfuncional, compuesto por individuos torpes y, en muchos casos, inmorales. A lo largo de la novela, los únicos que delinquen, mientras transcurre la acción, son los mismos funcionarios judiciales. Alteran la contabilidad y se roban una parte del presupuesto. El Estafador los descubre y les da un ultimátum. 

El cura de la prisión es un hombre obeso y ridículo. Lo acompaña un monaguillo, un preso amanerado y torpe que ayuda en la misa. Son grotescos y Filloy se burla de ellos. Cuando van a celebrar la misa, el narrador describe la escena. La “…contextura ahíta de grasa” del sacerdote “impresionaba” - nos dice -, su vientre “se desplazaba a cada paso…” y, tras él, venía el monaguillo, “un joven de belleza wildeana”, muy “acicalado”, que caminaba “con un

cantoneo…” (96-7). 

Filloy, que desconfía de la religión, ve al sacerdote como un hipócrita. Muestra, en un principio, rechazo hacia el homosexual. La homosexualidad para él representa un crimen contra natura. Todos los presos critican al monaguillo y se burlan de él. 

En la novela el homosexual es la única presencia que recuerda el mundo femenino a los prisioneros. Filloy, a pesar de sus prejuicios, se las ingenia para hacer posible un romance entre el protagonista y el muchacho. Una tarde, el Estafador vence sus sentimientos homofóbicos. Había ido a la enfermería a ayudar a uno de los presos, que se había accidentado. Hacía mucho calor y se tiende a dormir la siesta en una camilla de la sala. Se sentía excitado. El Monaguillo, que lo deseaba, pasó frente a la enfermería y, al verlo, se introdujo en la habitación. Dice el narrador que 

el Estafador, al sentir otro cuerpo cerca, “fanático de ternura se incorporó en el lecho” y, “perdido en su pasión”, “debió gruñir, rogar, llorar” y, tal vez, “omnianhelante, como un pastor velludo”, supo “rendir bestialmente al efebo” (183). El narrador indica, mediante puntos suspensivos, un paréntesis temporal, y concluye: “Nunca recordó nada en concreto. Pero tuvo mucho tiempo la sospecha de un sacrificio abominable…” (183). 

El Estafador mantiene una relación casi fraterna con el Fiscal que participa en su caso. Este es un alter ego del autor. Filloy ocupaba, en la realidad, el puesto de Fiscal de la corte en Río Cuarto (Colombo y Tomassini 287). La descripción física del Fiscal coincide con la del autor en persona: es un “señor robusto, ñato, frente en arco de medio punto, lentes de oro blanco y belfos bermellón” (71). 

El Estafador pide hablar con el Fiscal. Una vez que se encuentran, simpatizan de inmediato. 

Esto no significa que abandonen su papel en el drama judicial. Uno es el Fiscal acusador, el otro el acusado. El Fiscal comprende que el Estafador es diferente a los otros reos. Es un individuo raro, excepcional. Lo trata como a una persona especial. El Estafador siente que el Fiscal lo entiende. Se siente bien. Hay algo transparente en la relación. Le dice: “Pertenecemos a un tipo humano tan evolucionado que la simple presencia impone mutua y diáfanamente el mundo interior que vivimos” (72). 

El Fiscal cree (al igual que el Estafador) que el juez debe ser una persona sensible, un artista. Pero en la práctica forense, desgraciadamente, la mayor parte de las veces es solo alguien que habla “con énfasis teatral en posturas de grand-guignol” (73). 

Se ponen a discutir los dos sobre el papel del dinero y el cheque en la sociedad moderna. (Guevara,“¡Estafen!: Estado, dinero y violencia simulada” 13). El Fiscal le muestra su erudición sobre el tema. Habían pedido contra él tres años de prisión por robo. El Fiscal sabe que, de acuerdo con las características específicas que tuvo la estafa, le corresponden más. El Estafador reconoce la sutileza de su juicio, y le dice que, dada la situación, no le va a dar la oportunidad de cambiar la acusación. No piensa apelar la prisión preventiva. 

Le asegura al Fiscal que es el profesional más hábil que ha conocido: su “argumentación posee una naturalidad pasmosa”, mantiene su lógica “siempre maquillada” hasta el final y podría ser, si se lo propusiera, un “notable estafador” (75). El otro le corresponde el cumplido: le asegura que él, a su vez, podría ser un excelente fiscal, quizá mejor que él. El Fiscal le confía a su interlocutor que él tiene una debilidad, que a veces lo pone en inferioridad de condiciones: se siente amigo de muchas de sus víctimas (75). Los dos concluyen la conversación con un apretón de 

manos sincero. 

El Estafador mantiene una relación conflictiva con el preso Anarco-Sindicalista. Polemiza con él. La discusión pone en evidencia la diferencia ideológica entre ambos. El Estafador es individualista y pacifista, mientras que el Anarquista busca salvar al otro y liberarlo de la tutela opresiva del capitalismo. 

El Anarquista se siente en posesión de la verdad. El Estafador le dice que a él la verdad no le interesa, porque “la verdad ha sido una de las mentiras convencionales de la humanidad” (221). 

Todas las épocas han creído alcanzarla, y “hoy por hoy, resulta una paradoja el imperio de la verdad que sueña la religión, la lógica y la política” (221). Asegura, además, que “decir la verdad es peligroso”, y que, los que aman la vida y aman el arte, la rechazan (222). Él defiende la “mentira”. 

El Anarquista argumenta que, gracias a gente como él, caen los despotismos. El Estafador descree de la violencia. El anarquismo revolucionario del Anarquista se enfrenta al individualismo pequeño-burgués del Estafador. Este último es un gran escéptico en cuestiones morales. El arte y la realidad están por encima de todo. Argumenta que “los delincuentes económicos” demuestran la mala distribución de la riqueza; los revolucionarios, en cambio, no ganan nada con la violencia. 

El Anarquista le asegura que está equivocado y que es necesario extirpar “los cánceres que padece la humanidad”, para que, después, resplandezcan “el Amor, la Verdad y la Justicia” (231). 

En la última parte de la novela un grupo de presos decide cavar un túnel para escapar de la cárcel. No le dicen nada al Estafador. Este sabe que puede lograr su propia liberación manipulando al Director de la prisión. Ha descubierto la estafa que este cometía, junto con el Secretario. Cuando el Estafador se entera que sus compañeros de prisión están llevando adelante un plan de evasión y no lo han incluido, se siente mal. Seguramente desconfían de él porque trabaja en la administración de la prisión. 

No puede permitir que los otros presos piensen que él colabora con las autoridades. Tiene que participar. Habla con los presos. Les va a demostrar lo que vale. Él también es capaz de ser un héroe. Su espíritu quijotesco lo incita a sacrificarse. 

Poco antes de que llegue la fecha en que han decidido escapar, el Fiscal lo llama para hablar con él. Le confirma que su salida en libertad es inminente, se lo ha asegurado el Juez (263). 

En un primer momento, el Estafador duda, ¿qué debe hacer? Pero su decisión está tomada. No va a retractarse de su posición: fiel a sí mismo, mantiene su palabra. Escapará con el grupo. Va a sostener su ideal a cualquier precio. No puede permitir que los otros lo consideren un cobarde. Seguirá con ellos hasta el “triunfo o la hecatombe” (265). Es necesario ir hasta el final. 

Ante la inminencia de su salida de la prisión, se pone sentimental. Había pasado allí muchos meses. Varios de sus amigos, incluidos el Agitador Anarquista y el Monaguillo, huirían con él. Sin embargo, había una persona a quien consideraba un amigo, al que no vería más: el Auxiliar del pabellón de presos. Durante varios meses este lo había asistido como su ayudante de confianza. 

Era un hombre fiel, un servidor incondicional. Le dedica una última carta de despedida, explicándole su situación y agradeciéndole su amistad. Le asegura que sabe muy bien que ha sido absuelto, pero siente que debe huir. Ese es su destino. “Entre ser un cobarde orondo de libertad y un fugitivo atraillado por la ley, prefiero esto”, afirma (265). Le deja de regalo todos los muebles y ropas finas que quedan en su celda, y las botellas de vino francés de su bodega. 

Esa noche, finalmente, llega el momento de escapar. Uno a uno, van saliendo los presos por el túnel. Son ocho. Escalan la pared que separa la prisión del exterior, saltan fuera y corren. 

Cuando solo faltaban dos presos por salir, el Monaguillo y el Estafador, los guardias descubren la fuga. Comienzan a disparar sus armas. El Estafador era el último del grupo. El Monaguillo iba delante suyo. El Estafador recibe el único balazo mortal. Cae herido de muerte. 

El Monaguillo, al ver a su amado caído, se detuvo. Con gesto trágico, “se acercó al cuerpo del amigo” y lo abrazó. Los guardias lo encontraron “trémulo de angustia como una madre, sosteniendo erecto el busto del cadáver”. Y lo vieron, arrobado, “mimar su rostro con su rostro” (270). En la escena amorosa final, el Monaguillo se transforma en un amante desconsolado y en una madre protectora. 

El Estafador consuma su último sacrificio. Su muerte, asegura el narrador, no fue en vano, ya que su espíritu “nadaba…sin trabas en el gran océano de la libertad” (270). Había abandonado su “materia” y logrado su “liberación” definitiva. 

El Estafador en esta novela pone en jaque el sistema judicial. Demuestra que, sin funcionarios probos, la justicia es una falacia. La ley no rige en esa sociedad, la controla el dinero. Las leyes son parte de un mecanismo al servicio del poder. El sector dominante utiliza a la policía para asegurarse su supremacía. Le quita, a quien no se someta al imperio de “sus” leyes, el don más preciado: la libertad. 

El Estafador se enfrenta a la Justicia. Es uno contra el poder del estado. Trata de demostrar a lo largo de la novela que un individuo inteligente, astuto, genial, es capaz de derrotar a un sistema corrupto. Al final, sin embargo, cae. Su sentimentalidad, su orgullo, su excesiva confianza en sí mismo, y tal vez el amor, lo vuelven vulnerable. La violencia policial puede más que la inteligencia de un estafador melancólico. 

Para Filloy, en esta novela, el individuo es la medida de todas las cosas. Es su credo pequeño-burgués. El Estafador rehúsa ser un hombre práctico, y actuar según sus intereses materiales. Quiere algo más: busca ser admirado, respetado por su valentía. Esa es su debilidad. 

Necesita la aprobación y el amor de los otros. La ley es un límite a su necesidad creativa, que debe romper una y otra vez. La prisión lo pone a prueba, él acepta el desafío. Muere defendiendo sus “creencias”. 

No logra salvarse porque no ha podido superar los antiguos valores que lo mantienen prisionero. Al final de la novela hay una barrera que detiene al personaje y, en cierta forma, también al autor. Es una barrera material y simbólica a la vez, que no puede cruzar. El autor no ha encontrado aún la forma de desprenderse del modelo de la novela realista burguesa. 

Esa era la barrera que debían superar los novelistas radicales de su tiempo. Necesitaban dejar atrás las viejas ideas estéticas y encontrar una expresión propia dentro de las propuestas narrativas de las nuevas vanguardias, que buscaban revolucionar las formas. Filloy lo conseguiría en su próxima novela, Op Oloop, donde rompe con las limitaciones del realismo crítico de -¡Estafen! y logra concretar su ansiado proyecto vanguardista. 

 

 

Bibliografía citada 

 

Arlt, Roberto. Los siete locos. Madrid: Cátedra, 2003. Edición de Flora Guzmán. 

Colombo, S. M. y G. Tomassini. “Juan Filloy: el cauce oculto”. RANLE No. 7 (2015): 283-306. 

Filloy, Juan. Op Oloop. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2011. 

---. -¡Estafen! Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010. 

---. Caterva. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2006. 

Guevara, Martina. Juan Filloy en la década del 30. Villa María: Eduvim, 2022. Kindle. 

---. “¡Estafen!: Estado, dinero y violencia simulada”. Hologramática No. 23 (2016): 3-20. 

Magnus, Ariel. Un atleta de las letras. Biografía literaria de Juan Filloy. Villa María: Eduvim, 

2017. Kindle. 

Pérez, Alberto Julián. Imaginación literaria y pensamiento propio. Buenos Aires: Corregidor, 

2006. 

 

 Publicado en Revista Renacentista, noviembre 2025 

domingo, 31 de agosto de 2025

Juan Filloy: vanguardia y política

                                                Alberto Julián Pérez 

    Juan Filloy (Córdoba, 1894-2000) publicó Aquende en 1935, un año después de aparecida su obra maestra  vanguardista, Op Oloop. Es un libro inusual y de una gran calidad literaria. Martina Guevara señala en su estudio sobre el autor el carácter híbrido del texto (Guevara 141). Filloy se propuso crear en este libro una “geografía poética”, valiéndose del verso y de la prosa (Magnus 3854-4084). Incluyó en él un “Intermezzo”, el relato “Los entregadores”, una alegoría histórico-política revisionista de la historia argentina del siglo XIX y parte del XX. 

El discurso narrativo de Filloy había evolucionado de un realismo crítico experimental en ¡Estafen!, 1932, a un logrado expresionismo en Op Oloop, 1934. Con él, la novela vanguardista irrumpió de manera definida en la escena literaria nacional. 

Su narrativa, en la transición que va de su primera a su segunda novela, se volvió progresivamente formalista. El contenido quedó subordinado a la forma. El lenguaje pasó a ser protagonista. Filloy se concentró en la búsqueda experimental, procuró romper viejas expectativas y crear una estética original suya. El presente histórico y la realidad política no aparecieron en su narrativa sino de manera indirecta y sesgada. 

   El mundo de la década del treinta vivía una aguda crisis social. Los poetas César Vallejo, 

Pablo Neruda y Raúl González Tuñón se plantearon cómo superar el formalismo de las vanguardias, en las que ellos mismos habían sido pioneros, y presentar a las nuevas generaciones un discurso crítico de la vida social y política de su tiempo. Se transformaron en adalides de las ideas del Realismo Socialista, que proponía una nueva poética social revolucionaria (Pérez 265-287). 

  El ejemplo de los poetas planteó un verdadero desafío a los narradores. ¿Cómo superar el aislamiento político y el solipsismo de las primeras vanguardias históricas? La situación personal de Filloy, que era miembro del Poder Judicial de su provincia, limitaba su libertad de expresión. 

Abogado defensor primero, y, luego, fiscal, en la corte de Río Cuarto, Córdoba, intentó, desde una posición política crítica, encontrar la forma para indagar, desde su literatura, en la historia de su país. En Aquende, libro multigenérico, en que desafía la “pureza” de estilo, combina el discurso experimental vanguardista con el discurso historicista. 

   En su narración, “Los entregadores”, Filloy encuentra una forma original para discutir la 

cuestión nacional. Recurre a la alegoría, para hacer una crítica a la vida política (Guevara 138-205). Desde una perspectiva revisionista, analiza los sucesos del pasado, poniendo en duda el punto de vista de los historiadores liberales (Julio y Roberto Irazusta 133-70). 

   Su narración alegórico-fantástica toma como modelo la obra de uno de los grandes autores 

políticos cristianos del medioevo: el poema la Divina Comedia, de Dante Alighieri (Guevara 161- 4). Al igual que Dante, Filloy inicia un viaje al trasmundo, donde descubre a múltiples personajes ya muertos de la historia nacional, que están purgando las faltas que cometieron en vida. Busca comprender a través de estos el drama de su país. 

    Su narrador-personaje es un alter ego del autor. Su guía en el más allá es el célebre dictador del Paraguay José Gaspar de Francia. Este le hará conocer en “persona” a los grandes muertos “ilustres”, que componen el panteón de la historia política y cultural argentina. Esa experiencia le permite a “Filloy” reinterpretar críticamente el pasado nacional. 

Ese pasado se corporiza en escenas ilustrativas, simbólicas. Estas le revelan su sentido y 

su carácter. El personaje penetra en el “alma” de la patria. Viaja hacia lo profundo del ser nacional. Desfilan ante él una síntesis de todas las civilizaciones. 

    El narrador es el único individuo con vida en el trasmundo. El Dr. Francia, su guía, es un 

fantasma, y le habla con acento cordobés. Le dice que es paraguayo de nacimiento y “cordobés por vocación” (98). Había estudiado en la Universidad de Córdoba, la única universidad que existía, en la época pre-independentista, en el territorio que es hoy la Argentina. Aunque reconoce que fue un tirano en su país, en estas regiones donde está ahora lo consideran un santo. Dios le asignó una misión: “arrear filósofos” (99). El Dr. Francia puede ver a todos los hipócritas de la tierra, tal como estos fueron en el pasado. Los mentirosos no logran engañar a Dios. Tienen que confesar todos sus delitos y crímenes. 

    Se aproximan a un sitio muy particular. Posee una escenografía fantástica futurista (100). 

Se dirigen los dos a un rincón para observar el “desfile” (100). Ven el palco de Dios. El Dr. Francia quiere mostrarle a su acompañante la “argentinidad”. Se produce un eclipse. La “algarabía superrealista” deviene “remanso subverista” (101). Los cuerpos se vuelven translúcidos. Parecen marionetas. 

    Viene a recibirlos el historiador liberal Vicente Fidel López. Les dice que el “proscenio” 

que van a observar era el “territorio auténtico” que tenía la Argentina”, antes de la época de 

Rivadavia. A partir de su presidencia, él y los “entregadores” que lo siguieron, lo fueron 

desmembrando y lo redujeron (101). 

    López reconoce que, durante su vida, había sido un verdadero “sicario”, uno de los 

“emigrados” que lucharon contra Rosas. Su papá lo sirvió fielmente, pero él lo traicionó. Las cosas, afortunadamente, en esos momentos habían cambiado para él. Se proponía contar toda “la verdad”. 

    Quería juzgar la historia americana, desde la época de la conquista en adelante. Le asegura que fue puro “pillaje”, un “…exterminio en nombre de Dios y del Rey” (102). 

    Cuando, pasado el tiempo, España fue perdiendo su poder, otros dos imperios europeos 

aumentaron su influencia: Portugal e Inglaterra. Esta última, resentida por el fracaso de su invasión de 1806, interfirió en la Revolución de Mayo y manipuló a los criollos. La Revolución 

independentista de 1810, comparada a la norteamericana y la francesa, afirma López, fue el mero “pronunciamiento” de una élite. Le faltó la fuerza de un auténtico hecho revolucionario popular (103). 

Los hacendados ricos odiaban a España. Enviaron a Londres a Mariano Moreno. Los 

agentes financieros “consumaron el plan de sometimiento” (103). En 1824 llegó Baring Brothers a Argentina para “esclavizarnos con el primer empréstito” y, en 1832, los ingleses nos usurparon las Malvinas (103). Inglaterra, que no había logrado apoderarse de Buenos Aires en 1806, terminó adueñándose “de nuestra hacienda” (104). 

    Los colocadores de capitales, mendigando créditos y pagando sumisos los intereses y 

dividendos que les exigían, afirma el historiador, consumaron el vasallaje hacia el Reino Unido (104). Él, que fue un entregador, ahora se siente un patriota. Cree que hay que llevar adelante otra Reconquista y expulsar al imperialismo del territorio nacional. La Argentina, dice, tiene que ser dueña de su destino. López termina su discurso y se va. 

    Llegan al lugar unas figuras raras: son los “profesionales del engaño” (105). Eran los 

“prohombres” que, en vida, sostuvieron las políticas de Rivadavia. Este último buscaba 

transformar al país en un protectorado inglés. 

    García, su embajador, apoyó la invasión brasilera a la Banda Oriental (105). Cedieron la 

soberanía de la cuenca del Plata y del estrecho de Magallanes. Aceptaron la segregación del 

Paraguay. Entregaron las Misiones Orientales al Brasil. 

    Florencio Varela pidió ayuda a Inglaterra y a Francia para consolidar sus planes contra 

Rosas (106). Sarmiento quería cederle la Patagonia a Chile, a cambio de su ayuda. Todos estos fueron los entregadores máximos de la patria. 

    Caen del cielo grandes arañas que atacan los ojos de los entregadores. El Dr. Francia las 

reconoce: una es Saavedra, otra el Deán Funes y la tercera es Artigas. Arriba al lugar una 

montonera de gauchos, buscando venganza. Acuchillan a sus enemigos y ensartan cabezas con sus lanzas. Las escenas se superponen. Filloy dice que es “realismo mágico” (107) (Kofman 9-17). 

    Los entregadores y los emigrados planean nuevos saqueos al país. De pronto, irrumpe en 

la escena, montando un potro, el Gobernador Juan Manuel de Rosas. Todos tiemblan y se arrodillan al verlo. El “cielo y la mazorca” lo obedecen. El Dr. Francia lo apoya. Dice que redujo “todos los oprobios en un solo oprobio” (108). Terminó la guerra civil y salvó la nacionalidad. Fue decente con la “chusma” e “inexorable con los entregadores” (108). Su lema era orden y respeto. Fue un constructor. Cuando los ingleses y franceses bloquearon el Río de la Plata, se enfrentó a ellos en la batalla de la Vuelta de Obligado, en 1845. Luchó con honor, contra las dos potencias imperialistas europeas más importantes de su época, para defender la soberanía de su patria. El General San Martín, impresionado, le regaló su espada libertaria. 

    De pronto el mismísimo Dios se aproxima a ellos. Francia se lo presenta (108). “Filloy” le 

dice que es cordobés y Jehová se irrita. Le pide que no lo “escorche” con el beaterío de esa ciudad (109). Se disgusta con el Dr. Francia y lo echa, junto a su “recua de filósofos”. 

    “Filloy” mira a Dios con compasión, comprende que este “penó mucho”. Dios se da cuenta, 

y se lo agradece. Él no aguanta a esos “doctores” que mienten, difaman y quieren imponer su 

propio “derecho” (109). 

    Irrumpe de pronto en la escena el fantasma de Juárez Celman. Dios le dice a “Filloy” que, 

si bien es cordobés como él, no es “ni fraile, ni mendigo, ni abogado” (110). El narrador piensa que Dios tiene sentido del humor, es un rico tipo. Este ve una cabina volante que pasa en esos momentos, la llama y los despide. 

    Juárez Celman y “Filloy” se suben a la cabina y parten. Los conduce a “ultramar” (110). 

Visitan las zonas de la muerte y el sueño. 

    “Filloy” le pregunta a Celman si Dios es federal. Este le responde que no: es unitario. Y 

no era el único. Vélez Sársfield, el autor del Código Civil, cordobés, también se oponía al 

federalismo. Era un santo jurídico con tonada. En su Código utilizó varios “preceptos de 

legislaciones extranjeras”, a los que adecuó al “derecho eclesiástico”, en el que creía. Él, Juárez Celman, le había agregado más tarde la Ley de Matrimonio Civil (111). Le aclaró que a Dios no le gustaba mucho el funcionamiento de la Iglesia (112). 

    Volaron en la cabina por un “mar de ozono”. Ven una caverna de monstruos. Escuchan 

gritos. Pasaban cosas terribles allá abajo: fusilaban, degollaban. 

    Juárez Celman le explica que todo eso que están observando había ocurrido en el lapso que iba del año 52 al 86. Había sido el “más lóbrego de la historia” (112). En ese tiempo, la conciencia argentina se eclipsó. Él no había tenido nada que ver con los emigrados: Mitre, Sarmiento y Avellaneda, que entraron en escena a la caída de Rosas. 

    Con Mitre, dice Juárez, la montonera se “porteñizó”: se alzó contra Urquiza, y se rebeló 

contra el congreso constituyente y la federalización de Buenos Aires (112). Urquiza entonces llevó la capital a Paraná. Comenzó la guerra civil. Se enfrentaron en Cepeda y Pavón (113). 

En ese momento ven abajo una estatua que les grita que desciendan. Era Sarmiento. Juárez 

se niega a hacerlo. Para él, Sarmiento era un bandido (114). Por eso Dios lo castigó y lo envió a un “erial de tedio” (114). 

    El Sanjuanino había hecho matar a Virasoro, para quedarse con el gobierno de San Juan. 

Hizo degollar al Chacho, mostrando su barbarie. En la tierra, tenían una imagen equivocada de él. 

    Lo defendían y lo veían como el gran maestro. Alberdi polemizó con él y lo llamó el “pillo de la prensa periódica” (114). Sarmiento había azuzado a Mitre contra Urquiza, y lo incitó a que lo hiciera asesinar. Luego subió él mismo al poder. 

    Juárez Celman y “Filloy” se van del lugar. Cambian las estaciones. Entran en la 

constelación de Cáncer. Ven a los constituyentes de 1853. Estos imitaron la constitución yanqui, país puritano, y rechazaron el federalismo de Rosas. Se arrodillaron ante “la extranjería” y rechazaron lo autóctono (115). 

    Los dos se proponían llegar hasta esos antros donde “culmina la apoteosis de lo abyecto” 

(116). Pasan por túneles “vinosos…flavescentes”. Descubren el Océano-del-honor-ahogado. 

Observan seres monstruosos. Estos se asemejan a los que concebían en sus cuadros Hieronymus Bosch, Valdez Leal y Goya. Eran como “larvas microscópicas enormizadas” (116). 

    “Filloy” penetra en el “vientre del caos” (116). Él podía hacerlo, estaba protegido, era 

inmune. El Dr. Júarez, sin embargo, no. Lo acechaban los abogados, militares y políticos que 

hacían negocios con la patria. Lo insultan cuando pasa cerca de ellos. Sus almas estaban hirviendo en una infusión. Juárez los acusa de ser los “depredadores del patrimonio nacional” (117). 

     Estos fueron los que aceptaron las soluciones catastróficas en las contiendas de límites. 

Son los entregadores, los “badulaques del progreso” (117). Fundaron “trusts, ligas, Kartels…para estrujar la tierra y la grey nativas” (118). Implantaron “la esclavitud del cambio, la fiebre de la bolsa, …las quiebras fraudulentas, los empréstitos garantizados” (118). 

Vendieron al extranjero la felicidad de los años buenos y entregaron a la usura del porvenir 

los años de pobreza. Sobornaron y pusieron tarifas para beneficiar al imperialismo (119). En el 90 permitieron la creación de cincuenta bancos, dieron noventa y dos explotaciones ferroviarias. 

    Hicieron “negocios redondos” y todo lo entregaron. Especularon con la tierra fiscal. Armaron un simulacro, una farsa oligárquica. La boca del Dr. Juárez largaba llamas. Las almas en pena se asustaron (119). 

    La imagen del Dr. Juárez se elevó y partió. El narrador quedó solo (120). Vio que lo 

rodeaban unas piedras grandes. Eran, en realidad, seres con siete bocas y varios ojos. 

Llega el Dr. Francia. Le dice que esas rocas son los halagos que detienen la marcha de los 

hombres. Lo están probando (120). “Filloy” está contrariado: dios debiera extirpar esos seres 

espantosos, que justifican el miedo al más allá (121). 

    Dios le advierte que él no puede criticarlo. Se enoja. Él le pide perdón. Ya es demasiado 

tarde. Lo echa. 

    El Dr. Francia le confía que pensaba conducirlo al espectáculo del fin de la historia. Ya no 

podrá. En ese lugar no hay olvido (122). 

    Llegan los filósofos mendigos. Unos vampiros, los “simulacros”, les chupan sus ideas. Se 

transforman en mariposas (123). Viene el Dr. Francia en un tapiz mágico. “Filloy” se sube en él. 

    Los fantasmas de los filósofos los siguen. Un vendaval los arrastra. 

    Sin saber bien cómo, el personaje protagonista se despierta en la orilla del mundo (123). 

En sus labios se desvanece una mariposa “hecha sonrisa”. Es el fin de la fantasmagoría. 

Filloy en su relato critica la versión liberal de la historia nacional (Romero 1-18). Ve a los 

políticos que participaron del proceso independentista de 1810 como oportunistas egoístas, 

interesados en defender los intereses de la oligarquía criolla. El poder que había ostentado la corona española, durante la administración virreinal, pasó a manos de unos pocos, durante la formación del estado nacional. Dejaron de lado al pueblo. 

Rivadavia, el primer Presidente, entregó la economía argentina a los banqueros ingleses. 

Sus habitantes lucharon para independizarse de España, pero terminaron cayendo en la red de intereses que manejaban los imperios “modernos” del momento: Inglaterra y Francia. 

Las élites fundadoras de la nueva nación no fueron capaces de defender la unidad del 

territorio. El Paraguay, la Banda Oriental, Charcas, se separaron de la Argentina. 

    Si en esa primera parte de la historia nacional, el personaje central fue Rivadavia, en la 

segunda parte, a partir de 1829, el poder político lo ostentó el caudillo federal Rosas. Fue una 

figura polémica: los liberales lo consideraban un tirano sangriento, pero el pueblo bajo, y los 

círculos de poder del interior del territorio nacional, lo veían como el salvador de su patria. 

Filloy cree que Rosas fue el líder que dividió en dos la historia nacional. Mientras estuvo 

en el poder, triunfaron los intereses del federalismo. 

    La oposición liberal unitaria conspiró contra él. Los opositores emigraron. En Chile y 

Montevideo se estableció una élite de jóvenes intelectuales argentinos que aspiraban a derrocar al caudillo, y querían ser parte del nuevo gobierno que lo reemplazara. Los emigrados eran jóvenes periodistas con intereses políticos propios. 

    Rosas logró unificar y pacificar el territorio nacional, y Filloy lo celebra. Fue el único líder 

capaz de resistir la política imperialista depredadora de Inglaterra y Francia. Enfrentó a ambos poderes con éxito en la batalla de la Vuelta de Obligado, cubriendo de gloria a las armas nacionales. 

    La caída de Rosas, en 1852, permitió la llegada al poder de la joven élite liberal. Estos, en 

particular los emigrados, ocuparon rápidamente los más importantes puestos políticos. Las luchas civiles recrudecieron. Buenos Aires y las provincias del interior se separaron. La unidad del país volvió a estar en peligro. 

    Mitre y Sarmiento son las figuras claves para entender esta época. Filloy cree que eran dos oportunistas. Continuaron la política de entreguismo de Rivadavia. Prometieron modernizar el país para todos, y realizaron, en cambio, grandes negociados al servicio de las élites. Desconfiaban del pueblo y lo despreciaban. No gobernaron para la totalidad de la nación. Eran pseudo liberales. 

    Fueron entregando todas las riquezas a los intereses extranjeros, y se volvieron enemigos y verdugos de su propio pueblo. 

    Filloy ataca particularmente a Sarmiento. Pasó a la posteridad como el gran educador 

idealista. Pero era otra cosa: un hombre vengativo, arribista. 

La última etapa política del país que describe el autor es la del Ochenta. Fue durante esta 

época que se codificaron las leyes. Filloy censura a Vélez Sársfield, el autor del Código Civil. Lo ve como a un jurista equivocado, antifederal. Imitó la legislación yanqui, y acomodó sus ideas a los intereses de la Iglesia. 

    Filloy critica el papel de la religión en la sociedad moderna. La Iglesia católica, para él, 

interfiere en el funcionamiento político independiente de la Argentina. Su posición es anticlerical. 

    Los laicos defienden intereses contrapuestos a los de los católicos. 

    Si el autor critica el centralismo de la política nacional, el porteñismo, también critica a 

Córdoba, su provincia. Caracteriza a la ciudad de Córdoba como un espacio cerrado, dominado por los intereses de la Iglesia y la burocracia universitaria (Colombo y Tomassini 296-7). Los actores políticos interfieren en el sistema de justicia. Los poderes en Córdoba no son autónomos. 

    Es un ambiente reducido, limitado, provinciano, egoísta. Sirve a las familias locales. No tiene proyecto nacional. 

    Su guía por el infierno, el Dr. Francia, dictador del Paraguay, conoce bien el ambiente 

cordobés, ya que se graduó de su universidad. Es capaz de observar, con distancia crítica, lo 

ocurrido en la historia argentina. 

    “Filloy”, durante su viaje por el transmundo, dialoga e interactúa con importantes 

intelectuales y políticos nacionales. El primero de estos es Vicente Fidel López, el gran historiador liberal del siglo XIX. López ha reflexionado sobre sus ideas y ha cambiado totalmente su visión política. Denuncia la entrega del patrimonio nacional. Analiza la historia patria, desde la época de Rivadavia hasta la caída de Rosas. Juárez Celman, por su parte, juzga la política de la generación del 80. Fueron estos los políticos que consolidaron institucionalmente la Argentina. Censura y condena las acciones de los tres grandes presidentes que preceden al Roquismo: Mitre, Sarmiento y Avellaneda. Viaja por el espacio con “Filloy” y ven a Sarmiento que los llama. No le hace caso. 

Siente rechazo. Lo considera responsable de la muerte de Virasoro, gobernador de San Juan, del asesinato y degüello del Chacho Peñaloza y del crimen de Urquiza. Sarmiento, cree él, era un bárbaro que fingía ser civilizado. 

    El Dr. Francia, su guía espiritual, lo acompaña hasta el final del viaje. “Filloy” despierta en 

la orilla del mundo (123). Su recorrido del infierno ha sido una gran lección de política nacional, una revisión crítica de la versión oficial de la historia argentina. Su veredicto es definitivo: los liberales vendieron al país. Lo traicionaron. Rosas actuó heroicamente y fue esencial para unificar el territorio nacional. Evitó una fragmentación mayor. Logró detener a los imperialismos europeos y frustrar sus ambiciones territoriales en la zona. 

En “Los entregadores”, Filloy discute libremente su visión política de la historia. Realiza 

una crítica severa al sistema jurídico y al liberalismo dominante. Desde su punto de vista, la versión liberal no hace más que ocultar, con su relato, lo que él caracteriza como una verdadera “entrega” del patrimonio nacional a los intereses imperialistas dominantes. 

    Inglaterra logró controlar gran parte del sistema financiero y bancario del país. Lideró la 

construcción del sistema ferroviario y de puertos. La producción agropecuaria, en esa época, estaba a su servicio. El Imperialismo Inglés tenía una influencia determinante en la política nacional. La Argentina era una nación relativamente débil y dominada por intereses externos. Su relación con el imperialismo comprometía su autonomía. 

    “Los entregadores” es una narración políticamente comprometida. Filloy hizo una edición 

personal de Aquende y distribuyó el libro a sus conocidos (Colombo y Tomassini 297). Era 

miembro del sistema judicial cordobés y sus funcionarios no podían implicarse abiertamente en política. La administración de justicia era una institución cerrada y poco tolerante. 

Después de este libro, que es poético e ideológico a la vez, Filloy regresó a la gran creación 

novelística. En 1938 apareció Caterva. En esa obra logra “nacionalizar” la vanguardia. Crea una gran novela experimental, formalista, cuya trama tiene lugar en la provincia de Córdoba. Sus personajes conversan y discuten la historia local, rica y variada, durante su travesía por los pueblos del interior. 

    Filloy es, junto con Jorge Luis Borges, su contemporáneo, una figura central del movimiento de vanguardia en Argentina. Son los dos escritores mayores de la primera parte del siglo XX. Borges, como poeta y crítico, introduce el ultraísmo y analiza el papel de la poesía y el sentido de la metáfora, y Filloy desarrolla una obra experimental, que responde a su proyecto de 

novela moderna (Zonana 295-320). 

Ambos escritores, individualistas e independientes, crean una literatura en sus propios

términos. Se establecen como escritores-islas, alrededor de los cuales va naciendo una nueva forma de escribir, que se abreva en ellos como fuente. Provocan un cambio cualitativo en la cultura rioplatense. 

    Son escritores titánicos, que nacen al filo de un cambio de época y encuentran, mejor que 

sus compañeros de generación, un nuevo lenguaje y una nueva perspectiva. Intelectuales y 

virtuosos, se afianzan en su género a partir del análisis y de la crítica. Juegan con la distancia y la ironía, y obligan a la reflexión. Son maestros en el manejo del segundo grado de la literatura. 

 

                                                      Bibliografía citada 

 

Colombo, S. M. y G. Tomassini. “Juan Filloy: el cauce oculto”. RANLE No. 7 (2015): 283-306. 

Corona Martínez, Cecilia. “Literatura y música en Aquende”. Gramma 5 (2015):1-5. 

Filloy, Juan. Op Oloop. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2011. 

---. -¡Estafen! Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010. 

---. Caterva. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2006. 

---. Aquende. Río Cuarto: UniRío Editora, 2024. 

Guevara, Martina. Juan Filloy en la década del 30. Villa María: Eduvim, 2022. 

Irazusta, Julio y Roberto. La Argentina y el Imperialismo Británico. Buenos Aires: Editorial Tor, 

1934. 

Kofman, Andrei. “Las fuentes del realismo mágico en la literatura latinoamericana”. La Colmena No. 85 (2015): 9-17. 

Magnus, Ariel. Un atleta de las letras. Biografía literaria de Juan Filloy. Villa María: Eduvim, 

2017. Kindle. 

Pérez, Alberto Julián. Revolución poética y modernidad periférica. Buenos Aires: Corregidor, 

2009. 

Romero, Juan Manuel. “FORJA y el antiimperialismo en la Argentina de los treinta”. Foros de Historia Política 6 (2017): 1-18. 

Zonana, Víctor. “Jorge Luis Borges: su concepción de la métafora en la década del 20”. Revista de Literaturas Modernas No. 29 (1999): 295-320.