de Alberto Julián
Pérez ©
El
ensayista José Ingenieros (1877-1925), quiso, en los umbrales del
siglo XX, interpretar la cultura y la sociedad argentina del siglo precedente (Terán, José Ingenieros 9-19). Estudioso
versátil y metódico, se enfocó en las principales figuras intelectuales del estado
liberal: Esteban Echeverría, Domingo F. Sarmiento, Juan B. Alberdi.
Analizó también las obras de aquellos que, alentados por las propuestas del
positivismo, habían meditado antes que él sobre los avatares de la historia
nacional : José M. Ramos Mejía, Carlos O. Bunge, Agustín Álvarez, Juan A.
García (Terán, Positivismo y nación
4-54).
Ingenieros
era médico psiquiatra pero, siendo un hombre de cultura enciclopédica y
lecturas incesantes, trascendió el mundo de su profesión y buscó proyectar el
método de investigación de las ciencias naturales (tal como lo concebía el
evolucionismo positivista) en el estudio del desarrollo social. Sociología argentina, publicado por primera
vez en 1908 y ampliado considerablemente en su edición de 1918, incluye
artículos publicados entre 1899 y 1916, y estudia, desde esa perspectiva, los
principales problemas que preocuparon a los primeros pensadores del estado
liberal argentino en el siglo XIX: el impacto del medio y de las razas en la
formación de las sociedades, el caudillismo, la inmigración, el desarrollo
capitalista.
Ingenieros
indagó sobre el legado intelectual de Echeverría, Sarmiento y Alberdi, a los que
consideraba “fundadores” de nuestra “Sociología”. La Sociología, en su acepción
positivista, era una disciplina “moral” que estudiaba la evolución de los
pueblos y de las razas, en un medio dado y en un momento histórico preciso, con
un criterio científico.
Con
sus investigaciones históricas y filosóficas, Ingenieros cierra el ciclo de
aquellos pensadores positivistas que, como José M. Ramos Mejía y Carlos O.
Bunge, estudiaron la historia nacional desde un punto de vista biologicista y
evolucionista. Tenía proyectado escribir en el futuro una metafísica (no lo llegó
a realizar) que diera cuenta del mundo al que no podía acceder la experiencia
(Ponce, José Ingenieros 93-9). Su método
histórico cientificista trataba de
sintetizar los hechos, y derivar de estos conclusiones teóricas, dándoles una
interpretación sociológica biologicista.
La
Sociología, nos explica en su libro, es “una ciencia natural que estudia la
evolución general de la humanidad” (Sociología
argentina 15). La consideraba una ciencia natural porque analizaba
sociedades de animales; dice: “La humanidad nos ofrece…el caso de una especie
animal luchando por la vida con otras y procurando adaptarse…a un medio físico
limitado…” (15). De acuerdo a su interpretación darwiniana, la sobrevivencia de
los grupos dependía de sus aptitudes competitivas en la lucha por la vida. La
historia ofrecía múltiples ejemplos. Los actores implicados eran los grupos,
las razas, las naciones.
Su
concepto de raza no se basaba en criterios zoológicos o antropológicos, sino
culturales.[1] En
un breve lapso histórico, como el que había trascurrido desde el comienzo de
las sociedades de las que tenemos registros, unos pocos miles de años, no
podían haber ocurrido cambios biológicos evolutivos significativos. Las razas, creía
él, mostraban una mayor o menor capacidad de adaptación al medio en que habitaban:
“Los diversos grupos sociales – nos dice – necesitan adaptarse a su medio y
están sometidos al principio biológico de la lucha por la vida” (16). Los seres
vivos no eran iguales. La naturaleza no era democrática. Había grupos que demostraban
mayor capacidad en su lucha por la vida. Ingenieros los consideraba
“superiores”, como grupo y como “raza”. Lleva su tesis hacia conclusiones
abiertamente elitistas y racistas, que él consideraba “científicas”.
Su
concepción darwiniana evolucionista, que concedía gran importancia al medio, venía
a complementar y de alguna manera continuar el pensamiento historicista
romántico naturalista, que daba prioridad al medio y al hombre. Ingenieros
dirige su mirada a los que él consideraba los más grandes pensadores argentinos:
Echeverría, Sarmiento y Alberdi, que habían recibido la influencia del
Romanticismo y de otras corrientes intelectuales más o menos contemporáneas (el
mundo hispanoamericano se apropia de ideas que no son en Europa siempre solidarias
y compatibles entre sí), como el enciclopedismo racionalista y el socialismo
saintsimoniano.
Sarmiento, para
Ingenieros, fue un pensador que demostró condiciones superiores, se opuso a la
“mediocridad” de su ambiente y vivió constantemente defendiendo sus “ideales” (El hombre mediocre 31-42). Ingenieros lo
considera el “genio” de su generación; un intelectual y político que tuvo condiciones
morales sobresalientes. Sarmiento, para él, había anticipado, con gran
intuición, en su Facundo, de 1845, una
interpretación “sociológica”, al considerar al medio y a la raza factores
determinantes de la historia nacional. Ingenieros solo muestra una admiración
semejante por un hombre que en su tiempo innovaba dentro del campo científico:
el naturalista Florentino Ameghino (llama también “genio” a Alberdi,
especialmente por su contribución al constitucionalismo en Bases, aunque su admiración no es tan profunda como la que expresa
por Sarmiento). Sarmiento y Ameghino, para él, eran los dos prohombres que
habían sembrado nuevos ideales en su patria durante el siglo XIX.
Ingenieros
entiende que Sarmiento era un individuo que había cambiado, “evolucionado”, a
lo largo de su vida, y esto para él demostraba su sinceridad y su honestidad,
su “vitalidad”. Sarmiento (como el mismo Ingenieros) era el hombre que no se
quedaba quieto jamás (detenerse es morir), que no consideraba definitivo y
perfecto ningún saber, que buscaba superarse y era fiel a sus ideales, y no a
la conveniencia de la hora. Basado en ideas nietzscheanas, ve a Sarmiento como a
un “hombre superior”. Aquellos individuos que luchaban por defender e imponer
sus ideales eran los motores de la historia. Establecían una particular
“dialéctica” entre el presente y el futuro, entre el atraso y el adelanto, y
entre la “mediocridad” y el “ideal”: ayudaban a que la realidad llegara “más
allá” de lo que hubiera llegado sin el aporte de estos idealistas, aunque el
ideal en sí nunca llegara a concretarse tal como lo habían concebido estos, que
muchas veces resultaban sus víctimas.
Estos
idealistas, como Sarmiento, eran, para Ingenieros, los líderes de sus
sociedades, les daban dirección, les creaban un destino (Los tiempos nuevos 63-94). Los ve como a “mártires” modernos, santos
laicos que se sacrifican por la evolución de sus pueblos. Los idealistas
contribuían al proceso de la evolución social, porque las razas humanas, a
diferencia de las otras especies animales, eran dueñas de sus procesos
volitivos, eran “morales” (Las fuerzas
morales 11-13). Piensa que la evolución de la humanidad depende (como la
ciencia) de factores objetivos, y no subjetivos. Los cambios (inclusive los
históricos) ocurren cuando la sociedad llega a un punto tal de desarrollo que
las circunstancias objetivas exigen una evolución de las instituciones. Los
héroes son seres de la hora, que están en el lugar preciso, en el momento
preciso. Ante la inminencia del cambio, los actores compiten entre sí para
liderarlo.
La
evolución, cree, es paulatina e incesante, y aquellos hechos que producen
cambios súbitos afectan menos la vida social de lo que parece (Soler 95-118).
No cree en la revolución como agente efectivo del cambio. Más importante que la
revolución es para él la evolución. Considera a la educación la mejor garantía
moral para que los seres humanos puedan asumir las transformaciones del mundo
circundante. La educación debe tender a garantizar la contribución de los
individuos en la evolución social. Le reconoce a Sarmiento su prédica como auténtico
líder del movimiento de educación popular hispanoamericana. Aconseja aprender
del ejemplo del gran sanjuanino.
Destaca las contribuciones que habían
hecho al pensamiento argentino los filósofos positivistas que eran sus
maestros: José María Ramos Mejía y Agustín Álvarez. Se considera un sucesor y
continuador de estos intelectuales, integrando la cadena evolutiva del
pensamiento nacional. Critica a aquellos ensayistas que estudiaban problemas de
interés contemporáneo, como la cuestión de las razas, sin conocer la obra de
Sarmiento, prefiriendo citar fuentes europeas y haciendo tabula rasa del pensamiento nacional.[2]
Admiraba el Facundo, 1845, pero
sostenía que Conflictos y armonías de las
razas en América, 1883, era su obra fundamental. El pensamiento de
Sarmiento había evolucionado a lo largo de su vida intelectual, pasando de una
interpretación romántica de la historia a una interpretación “científica” y “sintética”
de la misma.
Ingenieros,
como Sarmiento, creía que la categoría de “raza” era esencial para pensar la
nación. Continúa en el siglo veinte el pensamiento etnocéntrico de la pequeña
burguesía liberal argentina del siglo diecinueve. Sostiene que la educación
tendrá un efecto transformador en el Estado progresivamente liberal. Se deja atrás
un pasado autoritario y dogmático, para proyectarse en un futuro de mayor
libertad y participación. La sociedad argentina evoluciona y progresa
constantemente. Sarmiento, el primer “sociólogo” argentino, considera
Ingenieros, había interpretado el fenómeno del caudillismo como el resultado de
un proceso histórico, según el cual la historia nacional se articulaba en
tiempos distintos superpuestos. Suscribe su tesis de que en la Argentina de la
primera mitad siglo XIX luchaban dos mundos y dos sociedades: el mundo feudal
absolutista, representado por el caudillismo y Rosas, y el mundo moderno y
progresista, representado por Rivadavia y los líderes unitarios integrantes de
la Asociación de Mayo. Estos últimos implementaron su ideal, organizando el
país bajo sus premisas, luego de derrocar a Rosas.
Para
Ingenieros la raza es un factor esencial en la evolución de la sociedad
argentina. Apoya la tesis sobre la inmigración de Sarmiento y Alberdi. Estos
sostenían que el futuro y el progreso de la sociedad argentina requería el
fomento de una agresiva política inmigratoria para atraer a los inmigrantes
europeos al suelo nacional. Dice Ingenieros: “La formación de la nacionalidad
argentina – y de todos los países americanos, primitivamente poblados por razas
de color – es en su origen un simple episodio de la lucha de razas; en la
historia de la humanidad, podría figurar en el capítulo que estudiara la
expansión de la raza blanca, su adaptación a nuevos ambientes naturales y la
progresiva preponderancia de su civilización donde esa adaptación ha sido
posible” (Sociología argentina 26). Está
de acuerdo con la noción, según él “demostrada”, de que la raza blanca es
superior a las razas indígenas y a la raza negra. En la lucha por la vida, sostiene
Ingenieros, la raza blanca, históricamente, había sido más capaz que las otras
razas de crear civilizaciones superiores y sostenerlas (29).
La civilización
greco-cristiana, tal como se la conocía, había sido una creación de la raza blanca
(semita y aria, no aceptaba hacer distinciones dentro del seno de la raza
blanca), desde su etapa greco-romana, pasando por el Medioevo y el Renacimiento
y hasta llegar a la modernidad europea. Suscribe la tesis de la Generación del
37 de que era necesario europeizar América. Creía que existía una estrecha
relación entre la raza y la geografía, y que las razas blancas se adaptaban
mejor a las zonas templadas, las negras e indígenas a las tropicales. Al
encontrarse todas las razas en América, había existido una verdadera “lucha de
razas”, las blancas habían predominado en las zonas templadas, las de color en
las cálidas y tropicales. Esta lucha de razas había enfrentado a sociedades en
distintas etapas de evolución: la “…Europa feudal, en vías de transformarse en
industrial” con la “América salvaje y bárbara” (28).
Ingenieros
defiende (en “La evolución sociológica argentina”, de 1901, y en varios
artículos que le siguieron) lo que él considera la “superioridad incontestable”
de la raza blanca. Revisó sus posiciones políticas numerosas veces, ya que
creía que el individuo debía mantenerse en constante evolución y cambio, y sólo
ser fiel a su espíritu de perfección, al ideal, y a las “fuerzas morales” que
lo guían, pero mantuvo su biologicismo y su interpretación racista de la
sociología a lo largo de su vida. [3]
Suscribe
la tesis de Sarmiento de que el continente americano había sido “civilizado”
por dos culturas europeas en distinto nivel de desarrollo político y cultural:
la nórdica (que ocupó el norte de América) y la mediterránea (que ocupó el
centro y el sur). Esto condicionó la manera en que los colonizadores se
relacionaron con las razas nativas: mientras los del Norte de Europa no se
mezclaron con los indígenas, los de Europa mediterránea formaron una raza
mestiza. Esto resultó en distintos niveles de aptitudes en las dos
colonizaciones americanas mayores: la británica y la hispano-lusitana. La
colonización del norte de Europa aportó una actitud especial hacia “el
trabajo”, mientras la mediterránea fue “expoliadora y rapaz” (31). Los españoles
fueron gobernantes poco capaces, debido, en parte, al atraso feudal de la
península en el momento de la conquista. Esto determinó (e Ingenieros es
profundamente determinista) la inferioridad social de Hispanoamérica en
relación a la América sajona. Dice: “Esa forma de conquista, determinada por la
situación económica de España, fue de resultados desastrosos para el porvenir
de la América del Sur: el sistema dejó hondos rastros en la mentalidad de la
clase gobernante que heredó sus funciones, continuándose hasta nuestros días y
revistiendo la forma de caciquismo o caudillaje - régimen semejante al
feudalismo medieval europeo - que aún persiste en varios países sudamericanos
(32).”
Ingenieros
suscribe la tesis antiespañolista de la Generación del 37 con argumentos más
“científicos”. La “herencia” española ponía a los americanos en inferioridad de
condiciones en su “lucha” por conquistar un lugar destacado dentro de la
cultura occidental. Pero esto podía cambiar en el futuro. Dejándose llevar por
la euforia del espíritu de principios del siglo XX, cuando la sociedad
argentina vivía un ritmo acelerado de crecimiento, favorecido por el aporte
masivo exitoso de la inmigración europea, sostiene que tanto Argentina como
Uruguay, Australia y Nueva Zelandia son sociedades destinadas a progresar
rápidamente y ser modelos de civilización, dado que están asentadas en zonas de
temperatura templada, están pobladas por inmigrantes europeos y sus habitantes
son, en su mayoría, de raza blanca (58).
Si
en el pensamiento “cultural” Ingenieros siguió fundamentalmente a Sarmiento, al
que llama “precursor de la sociología argentina”, en el económico reconoció
todo el valor de Alberdi y Echeverría (26). Echeverría y Alberdi entendieron
que era necesario estudiar las etapas iniciales de la vida económica para
comprender el régimen político argentino y sus instituciones (33). La
desigualdad económica de los nativos blancos frente a la ley colonial estimuló
su deseo de emancipación económica (34). Estos buscaron superar esta inferioridad,
y tomaron como “bandera doctrinaria” las ideas de los fisiócratas y los
enciclopedistas (35). Para Ingenieros la cuestión económica tenía prioridad
sobre el interés político y determinaba el movimiento de las ideas. Demuestra
haber asimilado (además de las lecciones de Echeverría y Alberdi) algunas ideas
económicas del socialismo marxista (si bien encontró la militancia socialista
demasiado dogmática, razón por la cual, después de varios años de activismo
político, renunció al Partido – Bagú 37-9).
La
política colonial de España y el atraso en que mantenía a sus colonias, con
respecto a la vida económica internacional, había sido responsable de que
Hispanoamérica tuviera que repetir etapas político-económicas pretéritas
(medievales) antes de organizarse como nación moderna. Los caudillos, según
Ingenieros, fueron los señores feudales que garantizaron la unidad de la
nación; su existencia fue un paso
necesario en la evolución sociológica nacional (41). Rosas logró reunir bajo su
control los distintos señoríos, unificando bajo su mando totalitario la nación.
Ingenieros sentía admiración por el astuto Rosas, que cumplió con gran brillo y
talento su papel de señor y demuestra cómo su presencia respondía a necesidades
evolutivas irreductibles. Corrigiendo a Ramos Mejía y a García en sus
interpretaciones, sostiene que no hubo una lucha entre la burguesía naciente
(unitarios) y las multitudes desheredadas (federales), sino que las guerras
civiles argentinas “…fueron luchas entre dos facciones oligárquicas…la una tendía
a restaurar el régimen colonial…y la otra representaba la tendencia económica
propia de una minoría radicada en la única aduana natural del país” (44).
En
la parte del libro que dedicó al estudio de Alberdi como precursor de la
sociología nacional, sostiene que “…Alberdi no se ocupa de libertades y
derechos, sino de necesidades y deberes” (238). Su genio fue haber entendido la
importancia que el comercio y la economía tenían para el desarrollo de un país.
Alberdi se integró, después de Caseros, 1852, al proceso de reorganización
nacional, y apoyó la política del General Urquiza. Alberdi supo encontrar al
mal argentino un remedio esencialmente argentino, como lo dejó asentado en sus Bases, obra fundamental en la
reconstrucción de la nacionalidad bajo la protección de una Constitución.
Alberdi
abogó en esa obra por una interpretación sociológica para explicar los
problemas argentinos. Creyó que los argentinos eran “…europeos adaptados a
vivir en América y no indígenas amenazados por el contacto europeo” (241).
Defendió la necesidad de formar una sociedad con una población de raza blanca,
en que la calidad prevaleciera sobre la cantidad. [4]
Los inmigrantes debían recibir una educación adaptada al medio, había que
formular una política económica (liberal) y la nueva moral debía ser el
trabajo. Era necesario honrar el trabajo derrotando la herencia colonial
hispana.
Para
Ingenieros estas ideas fundamentales de las Bases
formaban “un sistema” (247). Alberdi, tanto como Sarmiento, habían llegado a
intuir una interpretación “biologicista” (para él la correcta) de los fenómenos
sociales. Ingenieros hace una lectura racista de las ideas de Alberdi. Según
él, Alberdi había comprendido la inferioridad de las razas nativas y por eso
prefería las europeas. Pensaba que la base de la civilización era el trabajo y
los sudamericanos eran pobres por su incapacidad de trabajar. Despreciaban el
trabajo (260). Había que educar a los jóvenes, pero no con una educación
“palabrista”. Tenían que capacitarlos para trabajar en las industrias de
América del Sur, y de esa forma podrían hacer grandes aportes a la “civilización”.
Debían promover las carreras “útiles”, favoreciendo las escuelas técnicas y la
educación “científica”. Concluye Ingenieros: “…hoy, después de medio siglo,
vemos que la formación de la nacionalidad argentina se ha producido conforme a
los pronósticos de Alberdi. Si hubo un hombre de ciencia en su tiempo fue él…”
(263).
Ingenieros
hace una interpretación sociológica, que él considera “científica”, del proceso
de formación de la nacionalidad argentina. En su evolución había tenido un
papel importante “la segunda colonización”, expresión con la que designa el
arribo al país de un importante núcleo de personas de origen europeo. La
política inmigratoria propuesta por Sarmiento y Alberdi había atraído a las
costas del Río de la Plata a millones de inmigrantes, en su mayoría italianos y
españoles, hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Según
Ingenieros: “Ellos constituyen una democracia nueva que va penetrando o
desalojando a las oligarquías residuales de la inmigración colonial. El
sentimiento de nacionalidad se afirma con igual energía en las dos grandes
inmigraciones superpuestas en la nación “(45). El filósofo, sumamente
optimista, piensa que las ideas liberales de Sarmiento y Alberdi triunfaron en esa
Argentina que celebraba con éxito su primer centenario de vida independiente.
Sus elites habían implementando un modelo económico agroganadero exportador
desarrollista que acrecentaba día a día su riqueza. Ve esto como una
corroboración de lo acertado de su interpretación histórica y sociológica
racista, y como una prueba de la superioridad de las razas blancas sobre las
nativas.
Ingenieros
creía que en Sudamérica iba a formarse una nueva raza neo-latina (56). Pensaba
que no tenía sentido lamentarse de la expansión norteamericana en el
continente, puesto que el “imperialismo” era consecuencia de la lucha por la
vida entre los pueblos y las razas, resultado del predominio natural de unos
pueblos sobre otros, y no podía evitarse. Había que sustraerse a su influencia
ejerciendo a su vez un poder regional, gracias a la superioridad de la propia
civilización. En su opinión, las naciones que tenían mayoría de raza blanca,
asentadas en zonas templadas de Sudamérica – Argentina, Uruguay, Chile y sur
del Brasil – estaban logrando crear una vigorosa cultura en la región (en
Brasil, sin embargo, la masa de negros y mulatos era una desventaja) (58-9).
Dice Ingenieros, ratificando su convencimiento de que la raza blanca debía
tomar control político y marginar a las otras razas del poder: “Admitido que la
civilización superior corresponde actualmente a la raza blanca, fácil es
inferir que la negra debe descontarse como elemento de progreso. Países en que
abunden el negro y el indio, no pueden preponderar sobre otros donde el negro y
el indio son objetos de curiosidad. Tal es el caso de la Argentina libre ya, o
poco menos, de razas inferiores, donde el exiguo resto de indígenas está
refugiado en zonas que de hecho son ajenas a la nacionalidad, aunque habiten su
territorio político” (59).
Las
conclusiones que saca sobre el peso que las políticas raciales (atracción de
inmigración europea) tendrán sobre Argentina son coherentes con su fe
biologicista, y su creencia en la inevitabilidad de la lucha por la vida y del
predominio del más apto. [5]
Piensa que son verdaderas e irrefutables las pruebas que demuestran la
superioridad de la raza blanca, sus aptitudes civilizatorias. Y vaticina: “Su
extensión, su fecundidad, su población y su clima la predestinan a ser el
centro de irradiación de la futura raza neo-latina en la zona templada del
continente sudamericano” (63).
José Ingenieros no busca,
con su tesis racista, trascender las ideas sociales y económicas de los ideólogos
del liberalismo argentino: Echeverría, Sarmiento, Alberdi, sino darles una interpretación
supuestamente “científica” más acabada. La preocupación por la nación, el
territorio, la raza, la historia, vertebra su Sociología argentina, y se continúa en su obra inconclusa, La evolución de las ideas argentinas,
1920.
Ingenieros
considera fundamental, como paso previo a su “filosofar” positivista, el dar
debida cuenta de la historia y el pensamiento nacional. Se ve como un
continuador del pensamiento de la Generación de 1837. Pertenece a esa élite de
pensadores argentinos (entre los que encontramos varios médicos, como Ramos
Mejía y el mismo Ingenieros) que, influidos por el cientificismo y el
biologicismo positivista, indagaron el pasado nacional y se preguntaron por el
ser argentino. Ingenieros analiza en su libro sus obras más importantes: Las multitudes argentinas, 1899, de José
M. Ramos Mejía; La ciudad indiana,
1900, de Juan A. García; Nuestra América,
1903, de C. O. Bunge y South América,
1894, ¿Adónde vamos?, 1902, de
Agustín Álvarez.
Hace
un análisis crítico cuidadoso de estos libros. Dice que Ramos Mejía (que era su
profesor de la Universidad) escribió una obra demasiado “literaria” y poco
científica. En Las multitudes argentinas,
confundía “…la sociología de la multitud con las psicologías colectivas…” (67).
Según Ingenieros, faltaba un estudio de base que definiera lo que es una
multitud. No había analizado su formación ni sus caracteres, ni establecido una
clasificación científica de la misma (70). Su metodología era insuficiente y
sus observaciones equívocas. Con los otros ensayistas es menos severo. Ingenieros
propone un nuevo modelo de intelectual, “moral”, riguroso, que busque la
verdad, sienta horror a la “mediocridad”, evolucione y cambie (Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo
83-133). Es laborioso y honesto, se mantiene informado y respeta el método
científico. Se mueve en un mundo “especializado”, que respeta la división del
trabajo.
Ingenieros
vivía en un país en rápida transformación, en una época en que los inmigrantes
cambiaban la composición de la sociedad argentina. Su línea de pensamiento
sociológico se conduce dentro de las directrices planteadas previamente por la
Generación del 37: el desarrollo del estado liberal, la raza, la inmigración,
la educación, el trabajo. Se sentía heredero de esa tradición y reaccionaba
como un hijo agradecido. Las celebraciones del Primer Centenario Nacional
exaltaron el papel de Argentina como una de las promesas del mundo “civilizado”.
Reafirmaban su fe en un capitalismo argentino en expansión, subordinado a las
tensiones del sistema internacional. Ingenieros creía que el país podía liderar
cambios sociales en Hispanoamérica.
Piensa
que el progreso económico rápido que ha experimentado Argentina ha sido
paralelo a su “progreso racial”. El país ha sabido superar un pasado
“medieval”, donde gobernaba el caudillismo federal apoyado por una sociedad
mestiza, para entrar en una sociedad moderna, transformada por el aporte de
razas europeas blancas. Su futuro era promisorio. Ocupaba un territorio de
clima templado, tenía riquezas naturales, y su raza blanca, en su concepto, garantizaba
la superioridad de su civilización y su cultura.
El concepto evolucionista
y racista de civilización que defendía Ingenieros pronto entraría en crisis en
Europa. La guerra europea expuso las debilidades de una política colonialista
que encubría, tras el concepto de “civilización”, una voracidad imperialista
destructiva. La época de posguerra sería aún más crítica. La reacción
nacionalista que siguió exacerbó las tensiones raciales.
Ingenieros
no trasciende el pensamiento liberal decimonónico. No lo critica severamente,
ni busca sus falencias, en los ensayos de Sociología
argentina: más bien lo idealiza y se apoya en él. Otros pensadores
contemporáneos suyos, como Lugones y Gálvez, desde una posición nacionalista de
derecha, fueron menos optimistas y argumentaron que la sociedad argentina
estaba en decadencia y sus valores peligraban. Los intelectuales comunistas, por
su parte, consecuentes con la visión política marxista, criticarán el pensamiento
nacionalista burgués y defenderán los derechos sociales de las mayorías, profundizando
la ruptura del campo intelectual, en una sociedad de principios del siglo XX cada
vez más dividida por intereses poco conciliables.
[1] Dice Ingenieros en “La formación de una raza argentina”, escrito en 1915: “…hablamos de “raza” para caracterizar una sociedad homogénea cuyas costumbres e ideales permiten diferenciarla de otras que coexisten con ella en el tiempo y la limitan en el espacio” (307). [2] Es muy severa la crítica que le hace a Ayarragaray, autor de La anarquía argentina y el caudillismo, a quien acusa de escribir un libro sobre el tema ignorando los aportes de Sarmiento, Groussac, Ramos Mejía, Juan A. García, Zeballos, Quesada, Álvarez y los suyos propios (117).
[3] Ingenieros empezó militando activamente en el Socialismo en su juventud; posteriormente renunció a su militancia y se entregó a la práctica de la psiquiatría criminológica y al estudio científico, para luego iniciarse en los estudios culturales e históricos. Vuelve, después de la Revolución Rusa y la Reforma Universitaria, a defender el Socialismo como una etapa necesaria del progreso de la humanidad. Durante su vida intelectual activa, arte ciencia y política atrajeron su interés de estudioso y ensayista; en sus últimos años la filosofía se transformó en el objetivo mayor de sus preocupaciones (Ponce, José Ingenieros 11-76).
[4] Dice Ingenieros, defendiendo sus tesis racista: “Comprendía Alberdi que las razas de color no debían concurrir a la formación de estas sociedades nuevas; de ellas estaban originariamente excluidas las razas indígenas y habría sido grave daño el introducir las africanas y asiáticas… Su predilección …fue por las razas llamadas anglo-sajonas, en cuyas cualidades veía elementos de equilibrio destinados a corregir los defectos de nuestra primitiva mezcla árabe-hispano-indígena (244).”
[5] Las políticas raciales inmigratorias, ideadas por Sarmiento y Alberdi, fueron políticamente implementadas después de la organización nacional, 1853, y la unificación del país en 1862, asegurando la composición de la Argentina moderna. Argentina eligió, con un criterio etnocéntrico, la raza con la que quería ser poblada, rechazando explícitamente las razas indígenas, negras y amarillas, por considerarlas menos aptas, para la civilización que querían implementar en su suelo, que la raza blanca europea. Esta política, que se repitió en diversos países originariamente colonizados por poderes europeos, como Chile, Uruguay, Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelandia, es una autoafirmación nacional de la creencia en la superioridad de los valores de la cultura europea.
Bibliografía
citada
Alberdi, Juan Bautista. Bases y puntos de partida para la
organización de la República
Argentina. Buenos Aires: Plus Ultra, 1991.
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vamos? Buenos Aires: La Cultura Popular, 1934.
Bagú, Sergio. Vida de José Ingenieros. Buenos Aires: Eudeba, 1963.
Bunge, Carlos O. Nuestra América. Madrid: Espasa Calpe, 1926.
Ferreyra, Julián. “Héctor Agosti: La
filosofía aristocrática y superhumana de
Nietzsche frente a la rebelión de las
masas”. Instantes y Azares. Escrituras
nietzscheanas Nº 6 -7: 85-98.
García, Juan A. La ciudad indiana. Buenos Aires: Ciudad Argentina, 1998.
Ingenieros, José. La evolución de las ideas argentinas. Buenos Aires: L. J. Rosso,
1920.
----. Sociología
argentina. Buenos Aires: Hyspamérica, 1988.
---. Los
tiempos nuevos. Buenos Aires: Editorial Tor, 1956.
---. El
hombre mediocre. México: Editores Mexicanos Unidos, 1985.
---. Las
fuerzas morales. Buenos Aires: Ediciones Siglo XX, 1985.
Ponce, Aníbal. José Ingenieros. Su vida y su obra. Buenos Aires: Héctor Matera,
1948.
Ramos Mejía, José M. Las multitudes argentinas. Buenos Aires: Editorial de Belgrano,
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Sarmiento, Domingo F. Facundo Civilización y barbarie. Madrid: Cátedra, 1990.
---. Conflictos
y armonías de las razas en América. Buenos Aires: La Cultura Argentina,
1915.
Soler, Ricaurte. El positivismo argentino. Pensamiento filosófico y sociología.
Buenos
Aires:
Paidós, 1968.
Terán, Oscar. Positivismo y nación en la Argentina. Buenos Aires: Puntosur
Editores,
1987.
---. Vida
intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Buenos Aires:
Fondo
de
Cultura Económica, 2000.
Publicado en
Alberto Julián Pérez,
Los dilemas políticos de la cultura letrada.
Buenos Aires: Corregidor, 2002: 291-204.
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